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viernes, 17 de abril de 2020

La actitud española frente a las crisis


Si algo distingue la historia española frente a sus crisis es una falta de inteligencia práctica y política inconmensurable. Se ha dicho que somos pasionales y en una tesitura que requiere sangre fría saltamos henchidos de sangre para arremeter con el garrote al otro, sin darnos cuenta que eso significa nuestra destrucción también. Hace tres días fue el aniversario de la república de 1931, pensé en escribir algo, pero no me decidí. Dicha república fue un fracaso colectivo de la clase política y del temperamento del pueblo español. No se supieron resolver los conflictos agudísimos con inteligencia y sensatez. Y el resultado fue el que fue. El franquismo fue una forma oprobiosa de resolución de dichos conflictos. Todos lamentamos que nuestra inteligencia colectiva, especialmente la de la izquierda, no pudiera ofrecer nada más. La república pone de manifiesto el fracaso de la izquierda por más que ahora se escandalice ante esta idea con mohínes de monja novicia y se proclame inocente. ¿Se imaginan habernos ahorrado el franquismo y tener una república sensata y moderada que hubiera sabido reconciliarse con su historia? Con espanto, veo que todo conduce otra vez al mismo planteamiento. Lucha a muerte con garrotes. El pueblo español o su sociedad o su clase política (y en ella incluyo a la catalana y a la vasca, profundamente irracionales y viscerales en sus modos de actuar) son tan destructivos que nos abocan siempre a lo mismo: a volver a empezar para repetir inexorablemente siempre los mismos argumentos. Debe ser una cuestión de carácter. Pienso que no tiene solución. Somos un pueblo absolutamente estúpido. 

miércoles, 15 de abril de 2020

España y los españoles


La actual crisis sanitaria y la que ya está a la puerta, la económica, que será mucho más dura que la de 2008 y nos dejará con más de cinco millones de parados como estimaciones bajas, no está sirviendo para que nos unamos ante la desdicha y reaccionar frente a ella. No. Está sirviendo para que nos odiemos unos a otros con más saña de la habitual. Hunos contra Hotros, como habría escrito Unamuno. La profesión de español lleva implícita en gran parte el odio al otro. En la tuitosfera, en las discusiones y arengas políticas abundan los razonamientos miserables. Hubiera sido difícil reaccionar mejor ante la pandemia sin levantar una marea incontenible de animadversión popular y política. Y los recortes en la sanidad, tal vez inevitables por la terrible crisis que nos golpeó –cualquier gobierno hubiera hecho lo mismo porque no quedaba otro remedio-, no han sido la causa de que no hubiera miles y miles de respiradores o más UCIS, o más tests útiles para determinar la enfermedad. Pienso que los que gobiernan hacen lo que pueden dentro de unos dificilísimos parámetros. No envidio a Pedro Sánchez, aunque no sienta simpatía por él. Luego está la bilis negra española que es autodestructiva como la historia de los dos envidiosos y Júpiter. Mejor quedarse tuerto para que el otro se quede ciego. País.

lunes, 13 de abril de 2020

La agonía del eros



"El amor se positiva hoy como sexualidad, que está sometida, a su vez, al dictado del rendimiento. El sexo es rendimiento. Y la sensualidad es un capital que hay que aumentar. El cuerpo, con su valor de exposición, equivale a una mercancía. El otro es sexualizado como objeto excitante. No se puede amar al otro despojado de su alteridad, solo se puede consumir. En ese sentido, el otro ya no es una persona, pues ha sido fragmentado en objetos sexuales parciales. No hay ninguna personalidad sexual. Si el otro se percibe como objeto sexual, se erosiona aquella «distancia originaria» que, según Buber, es «el principio del ser humano» y constituye la condición trascendental de posibilidad de la alteridad.[11] La «distancia originaria» impide que el otro se cosifique como un objeto, como un «ello». El otro como objeto sexual ya no es un «tú». Ya no es posible ninguna relación con él. 

La «distancia originaria» trae el decoro trascendental, que libera al otro en su alteridad, es más, lo distancia. De esta forma, se hace posible la expresión en sentido enfático. Sin duda, se puede llamar a un objeto sexual, pero no se puede dirigirle la palabra como un tú personal. 

El objeto sexual no tiene ningún «rostro» que constituya la alteridad, la alteridad del otro que impone distancia. Hoy se pierden cada vez más la decencia, los buenos modales y también el distanciamiento, a saber, la capacidad de experimentar al otro de cara a su alteridad. A través de los medios digitales intentamos hoy acercar al otro tanto como sea posible, destruir la distancia frente a él, para establecer la cercanía. Pero con ello no tenemos nada del otro, sino que más bien lo hacemos desaparecer. En este sentido, la cercanía es una negatividad en cuanto lleva inscrita una lejanía. Por el contrario, en nuestro tiempo se produce una eliminación total de la lejanía. Pero esta, en lugar de producir cercanía, la destruye en sentido estricto. 

En vez de cercanía surge una falta de distancia. La cercanía es una negatividad. Por eso lleva inherente una tensión. En cambio, la falta de distancia es una positividad. La fuerza de la negatividad consiste en que las cosas sean vivificadas justamente por su contrario. A una mera positividad le falta esta fuerza vivificante. El amor se positiva hoy para convertirse en una fórmula de disfrute. De ahí que deba engendrar ante todo sentimientos agradables. No es una acción, ni una narración, ni ningún drama, sino una emoción y una excitación sin consecuencias. Está libre de la negatividad de la herida, del asalto o de la caída. Caer (en el amor) sería ya demasiado negativo. Pero, precisamente, esta negatividad constituye el amor: «El amor no es una posibilidad, no se debe a nuestra iniciativa, es sin razón, nos invade y nos hiere».[12] La sociedad del rendimiento, dominada por el poder, en la que todo es posible, todo es iniciativa y proyecto, no tiene ningún acceso al amor como herida y pasión".

Han, Byung-Chul. La agonía del Eros (Pensamiento Herder) (Spanish Edition) . Herder Editorial. Edición de Kindle.

La libido y el capitalismo


domingo, 12 de abril de 2020

La tentación de la inocencia


La tentación de la inocencia está muy extendida entre grandes sectores de la opinión pública. Si no fuera por poderes malignos políticos y económicos, el mundo sería justo, equitativo, ecológico, transparente, sensato, igualitario… La bolsa siempre estaría llena por arte de magia y no habría que escoger entre ella y la vida. Los seres humanos serían libres e iguales, nadie estaría sometido a nadie. Las mujeres no sufrirían opresión y todo sería hermoso y multicolor. Soñar con esto es la clave de las utopías del progreso. Enfrente como aguafiestas está la realidad del mundo, sus leyes entrópicas y la condición humana, además de la lógica económica. Pero soñar y señalar a los enemigos del progreso es fácil y gratuito mientras nos mantiene la sociedad infame en que hemos nacido. ¡Maldita sea! ¿Por qué nuestros sueños son los que son?

sábado, 11 de abril de 2020

La política identitaria

                                         Kanye West, rapero que ha manifestado su simpatía por Trump

"Pero esta es una época que juzga a todos con tal dureza a través del filtro de la política identitaria que, si te resistes al amenazador pensamiento de grupo de la «ideología progresista», que propone la inclusividad universal salvo para aquellos que osen formular preguntas, estás jodido. Todo el mundo tiene que ser igual y reaccionar de idéntica forma ante una obra de arte concreta, un movimiento o una idea, y si te niegas a sumarte al coro de aprobación serás tachado de racista (de fascista) o de misógino. Es lo que le pasa a una cultura cuando deja de importarle el arte".

Easton Ellis, Bret. Blanco (Spanish Edition) . Penguin Random House Grupo Editorial España. Edición de Kindle.

viernes, 10 de abril de 2020

La necesidad de gustar


“La mayoría de las personas de una cierta edad probablemente lo notaron al sumarse a su primera organización. Facebook animaba a sus usuarios a que les «gustaran» las cosas y, como es la plataforma donde se presentaron por primera vez en la web social, su impulso fue el de seguir el dictado de Facebook y ofrecer un retrato idealizado de su persona, de un ser más agradable, amistoso, más aburrido. Fue entonces cuando nacieron la pareja de gemelos «gustar» e «identificarse», que, juntos, comenzaron a reducirnos a todos, en última instancia, a una naranja mecánica castrada, esclavizados por una nueva versión corporativa del statu quo. Para ser aceptados teníamos que acatar un código moral optimista conforme al cual todo tenía que gustar y debía respetarse la voz de todo el mundo y cualquiera que sostuviera opiniones negativas o impopulares que no se considerasen inclusivas—en otras palabras, un simple «no me gusta»—sería expulsado de la conversación y avergonzado sin piedad. A menudo se arrojaban dosis absurdas de invectivas contra el supuesto trol, hasta el extremo de que, en comparación, la «ofensa», «transgresión», «burla insensible» o «idea» original parecía insignificante. En la nueva era digital del Postimperio estamos acostumbrados a puntuar programas de televisión, restaurantes, videojuegos, libros, incluso médicos, y mayoritariamente hacemos valoraciones positivas porque nadie quiere parecer un hater. E incluso aunque no lo seas, es el calificativo que te colgarán si te apartas del rebaño.”

— Blanco por Bret Easton Ellis
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jueves, 9 de abril de 2020

Los límites de nuestro mundo (fragmentos de mi diario)


Un sindicato de actores y música arremete contra el ministro de cultura por manifestar este que no habría medidas concretas en el sector para apoyarlo. Le dicen que no merece ser ministro de cultura. Esta sarta de imbéciles del gremio de la cultura no quiere enterarse de la recesión terrorífica que se nos viene encima y que arrojará a siete millones de españoles por lo menos al paro. Me parece muy bien la cultura pero por lo que entiendo no puede priorizarse en estos momentos.

Hablo veinte minutos con un amigo. Las expresiones más repetidas en él son “poco a poco”, “un poco” referidos a lo que va a venir, poco a poco recuperaremos el ritmo, las empresas empezarán a trabajar, los bares a tener clientes… Santa inocencia, me digo. Le explico que la OIT vaticina 230 millones de parados nuevos en el orden mundial, pero él, como es pensionista, se cree al margen y en territorio seguro… Me asombro de la inconsciencia de la gente, de que no perciban los signos de lo que va a venir en breve cuando salgamos del shock. El crack del 29 arrasó el mundo llevando a millones y millones de trabajadores a la desesperación y el hambre. Creemos que estamos muy seguros porque el estado ahora es firme y seguro. Pero ¿y si no lo fuera y solo fuera una impresión de seguridad la que tenemos? Lo que va a venir va a ser devastador, peor que una crisis de guerra mundial, porque entonces teníamos una potencia que era capaz de arrastrarnos en nuestra recuperación tras la destrucción. Eran los Estados Unidos, pero ahora es un gigante muy frágil y tembloroso. Todo son signos que nos llevan al temor. La crisis de los años treinta nos llevaron a los fascismos y ahora no es descartable que vuelva a suceder lo mismo aunque con formas nuevas y distintas. No habrá Hitler o Mussolini, pero surgirán nuevas formas adaptadas al mundo de ahora.

No estamos acostumbrados a sufrir. Creemos que la ciencia y el estado nos protegen de cualquier inclemencia de la historia. Vivimos enojados, iracundos, rabiosos contra los poderes reales o imaginarios y ello se expresa en centenares de millones de perfiles en las redes sociales que permiten que individuos irrelevantes tengan protagonismo y puedan expresar “sus ideas, sus fobias, sus estados de ánimo” de modo destructivo. La psicología del ser humano manifestada en las redes sociales es banal. Todos somos clones y en nosotros abundan esencialmente emociones de seres saciados que quieren todavía más y no entienden por qué el destino les va a “recortar” su legítimo bienestar incontrovertible y necesario.

La hipocresía abunda. Querríamos un mundo mejor pero en el que nuestro nivel de vida no sufriera un ápice. Querríamos que no hubiera recortes en sanidad ni en educación, que los refugiados llegaran a nuestros países sin problema para mejorar su nivel de vida, querríamos que la sociedad fuera justa, que se revirtiera el cambio climático cuyo origen son poderes ajenos a nosotros, querríamos que todo fuera multicolor y justo sin pagar apenas nada.

Ja.

martes, 7 de abril de 2020

Miedo y confusión



He eliminado mi post de ayer. Lo que me parecía impecable y radical –clarividente- hoy lo he visto encuadrado en las teorías negacionistas de la derecha, incluso de pastores americanos que siguen celebrando oficios con bastantes asistentes puesto que niegan la realidad de la pandemia.

Lo he borrado en 62 visitas, poca cosa. Me siento abochornado, a pesar de haberme inspirado en medios de izquierda alternativa en la idea de que el confinamiento es la excusa para instaurar la tiranía. Y de que ha habido otras pandemias que pasaron desapercibidas y no se reaccionó ante ellas con histerismo como en este caso, pues estamos siendo condicionados por los medios y las redes sociales.

La verdad es que no sé qué opinar, no sé bien dónde estoy, cada día viro a un sitio o a otro. Me sentí poseedor de una visión más clara sobre lo que está pasando en cuyo meollo se intuía la tiranía, la manipulación social, en el contexto de un hundimiento de la economía peor que el de la peor crisis del siglo XX. Uno intenta dotarse de una visión congruente y llega a callejones sin salida. El virus nos desborda intelectualmente y da pábulo a cualquier tipo de interpretación y temor. Puede que reaccionar frente a la crisis sanitaria mediante bloqueos, confinamientos, cierre de fronteras nos lleve a la ruina económica, parece que será así. 

En otras épocas se temía menos a la muerte porque era un espectáculo habitual y cotidiano. Esto es cierto. Hay una gran distancia en cómo reaccionamos ante una pandemia ahora a cómo se hizo en 1957-58 ante la gripe asiática, o la de Hong Kong de 1968. El mundo no es el mismo. Ahora estamos hiperconectados, miles de millones de usuarios trasiegan por las redes y buscan información e interpretaciones, y estas las hay para todos los gustos. La información es instantánea y global. Los gobiernos han reaccionado con los mismos criterios, aunque haya habido dudas como en el Reino Unido o USA. 

¿Sería mejor dejar la evolución de la pandemia a su aire, protegiendo a los sectores más frágiles como la tercera edad, sin parar las economías? Pero la angustia universal nos lleva a querernos proteger, a encerrarnos –el confinamiento ha sido asumido universalmente sin apenas reacciones contrarias-. El miedo es ubicuo, puede que esté sobredimensionado –no lo sabemos-. Tampoco sabemos si estamos pasándonos en las medidas de protección, puede que sí o puede que no. No sabemos de la evolución de esta pandemia. Otras han tenido varias fases, empezando por una benigna para llegar a una mucho más letal como la de la gripe de 1918-1919… 

Todo son incógnitas, nadie sabe demasiado acerca del comportamiento de la pandemia. Al parecer todos hemos reaccionado del mismo modo de un lado a otro del mundo, con el confinamiento generalizado del que será difícil salir y volver a la normalidad, siempre que no haya otras fases críticas más dañinas.

Este es mi último post sobre la pandemia. Ayer leí a Julio Llamazares que decía que cada español tenía una teoría al respecto. He de reconocer que, tras seguir múltiples medios de todo el mundo, los oficiales y los off, no puedo ofrecer más que lo que ofrece cualquiera, confusión. A partir de ahora me callaré o hablaré de otros temas.  

domingo, 5 de abril de 2020

A propósito de Suecia


Mi blog no admite comentarios, como ya expliqué en su día, pero he recibido varios correos –mi Gmail está en mi perfil- para comentar aspectos de mis opiniones en los posts. Ayer escribí sobre Suecia poniéndola como ejemplo de estado liberal cuyo gobierno no ha querido erosionar las libertades de país democrático para luchar contra el Coronavirus. Pero la realidad de Suecia, según me explicó Paco Castillo, autor del blog La metáfora del viento,  en su correo, dista de ser idílica o carente de agudas contradicciones.

Empecemos por las cifras. A fecha de sábado hay en Suecia, un país de diez millones de habitantes, 6443 personas infectadas, y 373 fallecidos por el Coronavirus, la mayoría en el área de Estocolmo.

El hecho de no aplicar medidas el gobierno socialdemócrata de Stefan Löfven ha sido duramente cuestionado por parte del gremio médico y la comunidad científica. De hecho, su inacción fue establecida por el gobierno sin contar con la opinión de la oposición en el parlamento sueco –el Riskdag-. En este momento, ya se prevén, ante la realidad del progreso de la infección, medidas restrictivas y cierre de centros públicos como centros comerciales, bares, restaurantes, cines, gimnasios… según informa el periódico Aftonbladet de Estocolmo. La información sobre escuelas, todavía abiertas, es contradictoria porque se estima que los niños son escasamente víctimas de la pandemia, y permite su estancia en la escuela que sus padres que pueden ser sanitarios puedan ir a sus centros de trabajo. Este es una situación que no tengo clara sobre las medidas del país sueco. 

El sistema sanitario y algunos hospitales como el karolinska (universitario) ha elaborado un boletín interno en que informa que sus ucis están al borde de la saturación y que si sigue creciendo la curva se verían obligados a hacer cribados. De igual forma, como en España, no hay suficientes PCRs para evaluar la realidad de la dimensión de la infección. Solo se efectúan pruebas a pacientes ingresados, pero no al conjunto de la población incluso con síntomas y en riesgo.

Algunas fuentes hablan de que el número de muertos (373) pudiera ser hasta el doble por la confusión del cómputo de fallecidos. Esto se añade a la ocultación de información de alguna escuela de primaria del área de Järva de setecientos alumnos donde se detectaron que dos maestros de la escuela fueron confirmados de coronavirus, pero los padres no fueron informados para no violar la intimidad de los infectados. Es muy preocupante también el estado en las residencias de ancianos que cuentan con numerosas víctimas, y es que el virus mata especialmente a personas mayores, especialmente en la franja de edad de mayores de sesenta años, y alcanza picos estremecedores en los que superan los ochenta. En las franjas inferiores, el virus es bastante benigno.

Hay numerosas voces que empiezan a admitir que no se está actuando correctamente, como la de Anders Tegnell, epidemiólogo y jefe de la Agencia Pública de Salud Sueca. Otros países escandinavos como Noruega y Dinamarca cuestionan la política de Suecia pues está poniendo incomprensiblemente en peligro a sus países de nuevos contagios.

Termina Paco Castillo con que el estado en la opinión sueca es de tremenda confusión, unido a la fuerte controversia entre los partidos representados en el parlamento sueco.

“Nadie sabe realmente cómo actuar, nadie estaba preparado para esto” –estas son las palabras finales de mi amigo Paco.

sábado, 4 de abril de 2020

¿No hay otra forma de luchar contra el virus?

                                       Escena en Suecia esta semana

Ayer fui testigo de algo que no me gustó nada y que me hizo pensar. Eran las ocho de la tarde y habíamos salido a aplaudir en una ceremonia ya cansina y no sé si muy significativa. Mientras estábamos aplaudiendo vi en un portal de enfrente de mi casa a tres vecinos que me sonaban –dos jóvenes y uno de unos sesenta años con barba- que estaban reunidos y tomándose unas cervezas durante el aplauso al que no se unieron. La escena me resultó divertida, pero no pareció que todo el mundo pensara lo mismo porque pocos minutos después llegó una patrulla de la policía municipal en motos y de modo impositivo y coercitivo les pidieron la documentación –ahí llegué yo a ver la escena- y verificaron, como si fueran delincuentes, sus antecedentes hablando con centralita y mencionando códigos y demás vocabulario de la policía. Aquello me pareció una escena propia de 1984 de Orwell y lo que más me hizo pensar fue que en un cien por cien de posibilidades habían sido algunos de los vecinos que aplaudían los que les hubieran denunciado y llamado a las fuerzas del orden.

También leí una noticia de que un hombre en Calafell había sido detenido por bañarse en el mar en una playa totalmente desierta. Creo que era la quinta infracción que acumulaba aquel bañista y esta tendría un carácter penal.

Luego leo un artículo de The Spectator sobre el modo que están aplicando en Suecia para enfrentarse a la pandemia sin lesionar las libertades individuales y aplicando lo que ellos entienden el sentido común de mantener cierta distancia con las personas –algo que en la sociedad sueca es ya connatural-. En Suecia no han cerrado los bares y restaurantes, pero ahora no hay demasiada afluencia. El gobierno de izquierda ha querido conciliar lo que es una sociedad liberal con la lucha contra la pandemia y han querido ver que es una cuestión de libertades también y no solo de epidemiología. No han querido encerrar a la sociedad por decreto como hemos hecho el resto de países de Europa convirtiendo a los ciudadanos en delatores frente al que se salte alguna de las normas.

Hay epidemiólogos que no ven claro que la estrategia del confinamiento sea tan efectiva como se quiere hacer ver, tienen sus dudas. Pero a la vez vemos que esta versión nos convierte en un estado totalitario como nunca habíamos tenido ocasión de comprobar en nuestras propias carnes.

Ayer leí las últimas cifras de la pandemia en las que nos aproximábamos a once mil víctimas en pleno y férreo confinamiento. Pero, ello me horrorizó, un treinta por ciento de las mismas, 3600 muertos exactamente, habían sucedido en lugares en que había un confinamiento total, en las residencias de ancianos de toda España donde los residentes están totalmente inermes. Son lugares de muerte y muchas veces los internos viven situaciones escalofriantes. ¿Sería extraño que algunos de ellos se fugaran para huir de dichas condiciones que los condenan a la muerte en un estado tan preocupado por la salud pública? Por otro lado no se están haciendo PCR a la población para determinar la extensión real del virus, no hay mascarillas, no hay adecuados trajes de protección para los sanitarios que son expuestos gravísimamente al contagio. 

El virus afecta esencialmente a personas mayores de sesenta años (95 %) y especialmente varones –mueren el doble de hombres que de mujeres-, no afectando apenas a niños –que pueden ser portadores pasivos-, a jóvenes y a personas de mediana edad, y menos a mujeres –todas las noticias que trae la prensa de víctimas famosas del coronavirus son hombres.

Me inquieta que hayamos renunciado de una forma tan natural a las libertades como tomarte una cerveza con dos amigos en la calle, y que los que aplauden solidariamente sean a la vez delatores de sus vecinos.

Hemos aplicado normas estrictas de confinamiento en una especie de dogma aparentemente irrefutable –todo el mundo la ha hecho- pero a la vez tiene un precio, detener toda la producción y actividad económica de un país. Nos vamos a la ruina. El número de parados ha crecido en novecientos mil en el mes de marzo. ¿Acaso, siendo víctimas de ese dogma, habremos de hundir sin que nadie trabaje en no sé cuántos meses, la economía de un país generando una recesión que durará muchos años, mucho dolor, mucho paro, y un país totalmente desolado por la pobreza que se extenderá especialmente en las capas más populares y alcanzará de lleno a la clase media que se verá hundida?

Habría mucho más que hablar de ello. Hemos renunciado a las libertades y estamos llevando al estado a la bancarrota, pero los casos de coronavirus siguen aumentando. ¿Es esta la solución? Si no, que se lo expliquen a los ancianos ingresados en residencias…

viernes, 3 de abril de 2020

Por qué preocupa tanto la pandemia de COVID-19 en África


             
Mohsen Nabil / Shutterstock

Elena Gómez Díaz, Instituto de Parasitología y Biomedicina López-Neyra (IPBLN-CSIC) y Israel Cruz Mata, Instituto de Salud Carlos III

La pandemia de SARS-CoV-2 avanza implacable y pone en jaque a los sistemas de salud de muchos países en el hemisferio norte. Como ocurrió con el coronavirus del SARS (2002-2003) y la gripe H1N1 (2009), la COVID-19 llega a África más tarde. Este continente acumula ya casi 6 000 casos notificados en 49 países. La Oficina Regional de la OMS para África advierte de que este podría ser el mayor reto de salud pública al que se ha enfrentado la región en los últimos tiempos.

África subsahariana es la región que presenta el mayor riesgo de mortalidad por gripe estacional, seguida muy de cerca por el Mediterráneo oriental y Asia sudoriental. Si tenemos en cuenta que la infección por SARS-CoV-2 está mostrando tasas de contagio y de letalidad mayores que la gripe y que hay una posible asociación entre mortalidad por COVID-19 y la dificultad de acceso a los recursos sanitarios, podemos plantearnos que el continente africano no estaría en la mejor situación para recibir la pandemia.

Frente a la incertidumbre del impacto que tendrá el coronavirus en este continente, sabemos que se suma a otras emergencias. En África, los brotes de sarampión y crisis humanitarias conviven con las tres grandes endemias (malaria, sida y tuberculosis), enfermedades tropicales desatendidas y una plaga de langostas que pone en jaque la seguridad alimentaria en el cuerno de África. Durante la semana pasada se comunicaron 91 brotes de enfermedades distintas en esta parte del planeta, incluida la COVID-19.

Con uno de los sistemas de salud más frágiles del mundo, África soporta una cuarta parte de la carga global de enfermedad y cuenta tan solo con el 3 % de los trabajadores en salud. En cuanto a inversiones tangibles, la mayor parte del presupuesto de salud en los países africanos es destinado a productos médicos, el gasto en personal es del 14 % y en infraestructura, del 7 %. Estas cifras están lejos de las de regiones con sistemas de salud con mejor desempeño, donde la inversión es mayor tanto en la fuerza laboral (40 %) como en infraestructura (33 %).

Aunque existe variabilidad entre los países africanos, en términos globales apenas la mitad de la población tiene acceso a servicios de salud y bienestar satisfactorios. Sus sistemas de salud funcionan al 49 % de sus posibilidades, lejos de alcanzar su máximo potencial, y con un nivel de resiliencia bajo. Estos son pocos recursos, humanos y materiales, para hacer frente a un aumento explosivo de pacientes con necesidad de cuidado intensivo.

Ante este escenario, la mayoría de los países africanos se está esforzando en la detección temprana, el cierre o limitación del tráfico aéreo y en las fronteras, así como en medidas de aislamiento, cuarentena y distanciamiento social. Es un esfuerzo titánico tanto para el área rural, donde vive un 60 % de la población y es frecuente la economía de subsistencia, como para las ciudades, donde abunda el urbanismo mal planificado en la periferia, con infraestructuras deficientes y acceso inadecuado al suministro de agua, saneamiento y manejo de residuos.

Hemos oído hasta la saciedad que lavarse las manos es una de las medidas principales para frenar la transmisión de COVID-19. Afortunadamente, en el norte de África el 90 % de la población tiene acceso a agua limpia, pero esto va a ser un problema en África subsahariana, donde el 40 % de la población (aproximadamente 300 millones de personas) no lo tiene. Allí conocen bien la importancia de la higiene y el saneamiento: después de las enfermedades respiratorias y el sida, las enfermedades diarreicas son la tercera causa de morbimortalidad en África.


                


Annie Spratt/Unsplash, CC BY

Consecuencias de la COVID-19 en un continente castigado

La pirámide demográfica en países africanos es muy diferente a la nuestra, con una población mucho menos envejecida. Esto nos llevaría a pensar en una mortalidad inferior por COVID-19, pero la proporción de individuos que tienen el sistema inmune comprometido es muy superior.
El Director General de la OMS, Tedros Adhanom, resaltaba cómo esta pandemia muestra lo vulnerables que son las personas afectadas de enfermedad pulmonar o con un sistema inmune debilitado.

Esto no hace presagiar nada bueno para una región donde las infecciones del tracto respiratorio inferior y el sida son las principales causas de morbilidad y mortalidad. África es la región con mayor carga de sida, casi dos terceras partes de las nuevas infecciones por VIH ocurren en este continente. También encabeza el ranking para otras epidemias como malaria, tuberculosis y neumonía infantil, y sufre la mayor parte de la carga global de enfermedades tropicales desatendidas. Sin olvidar que el continente africano se lleva también la peor parte en cuanto a desnutrición e inseguridad alimentaria.
Además del impacto directo en las personas, hay también una gran preocupación sobre el efecto de la COVID-19 en los programas de salud y en el acceso a los cuidados médicos. Un ejemplo es la anterior epidemia de ébola y las consecuencias negativas que tuvo en las campañas de vacunación infantil (sarampión y pentavalente) en Sierra Leona.

El impacto de COVID-19 sobre la tuberculosis es especialmente preocupante, ya que en el continente se da una elevada prevalencia de VIH y en esta condición la coinfección con tuberculosis es la principal causa de mortalidad. Es por ello que, recientemente, la OMS ha alentado a los países a mantener la continuidad de los programas de tuberculosis y proporcionado guías para minimizar los efectos negativos de la pandemia de COVID-19.

La OMS envía directrices similares en el caso de la malaria, otra de “las tres grandes”, y que concentra en África el 90 % de los casos y las muertes (sobre todo en niños menores de cinco años). Si no se mantienen los esfuerzos para el control de esta enfermedad (fumigación con insecticidas, distribución de mosquiteras, diagnóstico y tratamiento temprano), se observará un repunte de la malaria después de los esfuerzos colosales realizados en los últimos años. Un mal momento, cuando el programa de implementación de la vacuna contra la malaria ya tiene lugar en tres países africanos.

Lecciones y buenas noticias

El continente africano es ya un veterano en la lucha contra epidemias de gran impacto y en la respuesta rápida en situaciones de crisis. El brote de ébola en África occidental puso de relieve la forma en que una epidemia puede proliferar rápidamente y plantear enormes problemas en ausencia de un sistema de salud sólido. Pero el enorme esfuerzo que supuso esa crisis, de integración y cooperación de organismos internacionales, entidades gubernamentales y, sobre todo la sociedad civil, es ahora un aprendizaje y una respuesta adquirida; su vacuna más eficaz.

Junto con esto, la llegada tardía de COVID-19 a África ha dado una oportunidad de preparación que no se ha perdido. Así se ha creado el Africa Joint Continental Strategy for COVID-19 OUTBREAK, una acción multilateral que coordina esfuerzos de agencias de la Unión Africana y los países miembros, la OMS y otros socios, y que pone el foco en 6 pilares: Capacidad de laboratorio, vigilancia, prevención y control en centros médicos, manejo de casos, comunicación y logística.

Desde febrero de este año, África se ha preparado y ha mejorado su capacidad para el diagnóstico de COVID-19. El Africa CDC y el Instituto Pasteur de Dakar han trabajado en coordinación para implementar las técnicas de detección del ARN de SARS-CoV-2 en más de cuarenta países del continente. Al mismo tiempo, la Oficina Regional de OMS en África, junto con Africa CDC han iniciado una campaña de orientación técnica, comunicación y concienciación.

Existe un Plan de Respuesta Humanitaria Global COVID-19 de Naciones Unidas que cuenta con dos mil millones de dólares y considera África como una región prioritaria, mientras que en las contribuciones que distintos países, organizaciones multilaterales, fundaciones y corporaciones hacen a la lucha global contra COVID-19, no se olvida el apoyo a países de media y baja renta.

Una de las cosas que nos enseña esta pandemia es que vivimos en mundo globalizado, con un flujo de personas, mercancías, y patógenos a escala mundial. Los agentes infecciosos, entre ellos este virus, no conocen fronteras. COVID-19 comenzó en China y llega ahora a África. El continente ha superado graves epidemias, cuenta con las coaliciones y planes de respuesta que hereda de pasadas emergencias sanitarias y con apoyo internacional.

Lo más importante es que cuenta con una población que conoce el poder que tiene la comunidad en la lucha contra epidemias. Una característica del pueblo africano es su resiliencia y su vivir en el presente. En su novela Ébano, Kapuscinski lo definía así: “En África, se vive al día, al momento, cada día es un obstáculo difícil de superar, la imaginación no sobrepasa las veinticuatro horas, no se hacen planes ni se acarician sueños”. Mucho nos queda aprender de ella. A la espera de ver cómo evoluciona la pandemia, nuestras esperanzas están con África.The Conversation

Elena Gómez Díaz, Investigadora Ramon y Cajal. Líder de un grupo de investigación de epigenómica en malaria, Instituto de Parasitología y Biomedicina López-Neyra (IPBLN-CSIC) y Israel Cruz Mata, , Instituto de Salud Carlos III

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

jueves, 2 de abril de 2020

Geoestrategia y coronavirus


La crisis mundial en torno al coronavirus y sus consecuencias letales para muchos miles –millones, esperemos que no- de personas, no oculta que está siendo el eje de complejos combates geoestratégicos en torno a la lucha por el poder mundial entre las superpotencias Estados Unidos y China más evidentemente, pero no solo entre ellos. Cada país se enfrenta a la pandemia como puede y organiza sus fichas estratégicas cara al interior y al exterior. Son momentos de reordenación del sistema de poder mundial. En el interior de nuestro país dependerá de cómo se lleve la situación para que dé o no un giro total en las previsiones electorales que pueden llevar a una radicalización todavía más extrema de la política. El coronavirus podría ser la debacle de la alianza en el gobierno del PSOE con Podemos si no logran liderar bien la situación. Ahora todo el mundo está en estado de shock por el confinamiento, pero llegará, no dentro de mucho, el tiempo de pedir responsabilidades por: 1) la imprevisión y desorganización de la respuesta frente a la infección masiva; 2) la situación de la sanidad en España que hace que miles y miles de sanitarios se enfrenten casi de modo suicida a la enfermedad sin trajes de protección y en condiciones heroicas que provocan que un quince por ciento de ellos terminan contagiados y en cuarentena por la enfermedad; 3) por el  estado de la sanidad,  sujeta a recortes importantísimos en los últimos años y que se piense que no ha estado a la altura de lo que se esperaba de un país europeo; 4) por la terrible recesión económica que va a venir y que nos afectará gravemente a la mayoría. No se percibe un liderazgo moral y político y esto puede ser letal para el presidente Sánchez que puede ser sobrepasado por Pablo Iglesias, o propiciar a media distancia el crecimiento de una opción más enigmática si sube el apoyo a VOX como reacción furibunda de los ciudadanos.

Las potencias mundiales aprestan sus posiciones para buscar nuevos equilibrios. No es que interese romper la baraja. A China no le interesa que Estados Unidos o Europa se hundan porque los necesita como compradores de sus productos, pero se teme o se intuye que China sobrepase a Estados Unidos como líder mundial, al haber frenado el virus de una forma tan drástica en un par de meses mientras en el país de Trump se prevén doscientos mil muertos si todo va bien. Otra cosa que va surgiendo es un montón de dudas sobre si China dijo la verdad sobre el número de víctimas reales en Wuhan. El secretismo chino hace posible cualquier elucubración como está habiendo en los últimos días en que estudios independientes creen que pudo haber más de treinta mil muertos lo que sería muy diferente de los pocos más de tres mil que China reconoció.

Rusia también es un agente en esta lucha mundial por la supremacía, Europa se desune y se disgrega volviendo cada país la mirada al interior, prescindiendo de la visión continental o de política comunitaria. Puede ser la puntilla para que termine de hundirse el sueño europeo y convertirnos en unos actores de tercera en la política mundial. El Brexit ahora se ve incluso como un detalle irrelevante.  

En España, el poder independentista catalán espera poder volver su artillería contra el estado debido al descontento social e irritación que causará la recesión económica inevitable y la gestión de la crisis. Llegará a decirse que sin España habría habido menos muertos en Cataluña. Todo es posible en la rocambolesca visión de las cosas, aunque no poco efectiva y hábil, de los independentistas que ahora elucubran cómo y cuándo darle la vuelta al estupor de su grey contra España.

Este es el sustrato de las pugnas por el poder mundial y nacional, en lugar de reflexionarse conjuntamente sobre los límites del crecimiento y de la acción depredadora de la humanidad, así como del ansia de expansión ilimitada, que han provocado esta catástrofe vírica y el no menos peligrosísimo cambio climático que debería ser el eje de todas las potencias mundiales.

miércoles, 1 de abril de 2020

Víctor Nubla (in memoriam)



Con motivo del fallecimiento del músico experimental Víctor Nubla a los 63 años en Barcelona, quiero traer de nuevo un post que escribí en 2010 con motivo de una actuación del músico en mi instituto en abril de 1998. 
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Hubo un tiempo en que tuve un cargo en mi instituto. Era Coordinador de Actividades. Un verdadero lujo aquello de organizar jornadas, semanas culturales, festivales, fiestas… Recuerdo que radiografiaba Barcelona rastreando su vida intelectual y cultural e intentaba hacer llegar a un modesto instituto del cinturón industrial lo más vivo, lo más comprometido, lo más revolucionario y actual que se estuviera cociendo en los antros vanguardistas de mi amada Barcelona. Disponía de presupuesto y libertad para proponer apuestas arriesgadas. El espíritu pedagógico todavía no se había adueñado de nuestras instituciones de enseñanza media y podíamos idear y llevar a cabo experimentos que tuvieran relación con el conocimiento, la filosofía, el arte y la cultura en general.

En aquel abril de 1998 decidimos dedicar unas jornadas a la Poesía Visual de origen conceptual. A través del mundo de la magia, entré en contacto con el mejor representante de dicha poesía, el gran poeta catalán Joan Brossa, que nos hizo el honor de visitarnos y recorrer nuestro taller polipoético de poesía Visual organizado por COU y el recién inaugurado Bachillerato Artístico. Supe que el MACBA había organizado unas experiencias sobre poesía visual y conceptual. Propuse que varios participantes –estudiantes de escuelas artísticas- vinieran al instituto para coordinar la producción y creación de poemas visuales. Por otro lado organizamos unos encuentros con artistas visuales que enseñaron a los alumnos las técnicas de la antipoesía, el OULIPO y la Patafísica.

Resumo rápidamente aquella semana que fue un éxito de participación, de imaginación, de creatividad, de espíritu vanguardista… Pero hubo una anécdota que no quiero dejar de contar. Fue lo más cómico de la semana aunque en aquel entonces yo lo viví de modo distinto.

El uno de abril de dicho año, yo había asistido en el Harlem Jazz Club de Barcelona a un recital de uno de los artistas más célebres y difíciles de clasificar en el panorama de la Música abstracta o conceptual. No sé muy bien si estos adjetivos pueden definir la personalidad controvertida, vanguardista, rompedora, de Víctor Nubla. Tomando unos gin tonic a las doce de la noche pude escuchar su concierto de sonidos de saxo y órgano sin melodía y distorsionados por ordenador. No sabría cómo definir aquella música o antimúsica, pero en aquel contexto me pareció una idea genial para llevar a mi instituto. Dicho y hecho, teníamos amigos comunes y no costó demasiado convencerlo para que viniera a actuar el 23 de abril (Sant Jordi), en aquella semana dedicada a la poesía y en especial a la de Joan Brossa y el mundo de la magia. Víctor Nubla me sugirió que en el gimnasio en que tendría lugar la actuación, colgáramos mantas para evitar la reverberación de los sonidos. Allí estarían en la fecha indicada, él y su compañero.

He dicho que aquella semana fue un éxito pero no he dicho toda la verdad. El concierto de Víctor Nubla era esperado con expectación. Había transmitido que su música era revolucionaria y que era lo más avanzado en cuanto a experimentación.

Ocasión de gala a las doce de la mañana en un soleado día de Sant Jordi, tras toda la mañana llena de actividades polipoéticas, improvisaciones teatrales, creación de poemas visuales… El gimnasio estaba lleno con más de cuatrocientos alumnos esperando los primeros acordes. En el escenario había dos músicos con órgano y saxo y un sofisticado distorsionador que conectaba el sonido amplificado a varios miles de vatios por los altavoces del polideportivo convenientemente manteado según su indicación.

Pues bien. Empezó Víctor Nubla a tocar. El sonido era brutal. En mi vida he oído unos sonidos más monstruosos en cuanto a dimensión. El gimnasio parecía estallar y estar a punto de reventar. Tuvimos que casi taparnos los oídos, y desde luego a las doce de la mañana aquel recital de sonidos desestructurados y antimelódicos estuvieron a punto de romper los tímpanos de los asistentes –alumnos y profesores- que salieron en estampida del gimnasio hacia el patio. He dicho que había dentro unos cuatrocientos en total. A los dos minutos, el gimnasio se había quedado vacío salvo media docena entre los que me encontraba yo que miraba desesperado la situación. Para mi sorpresa, los músicos estaban encantados y no parecieron sorprenderse para nada y continuaron con entusiasmo renovado su antirrecital por medio de juegos tonales, contrapuntos de sonidos industriales salidos de alguna producción hipnótica, delirante y esquizofrénica. Era música industrial, desafinada, conceptual y no sabría más que decir porque en medio de mi desesperación me encontré con esa media docena de alumnos –ningún profe- que se sentaron en medio de la amplitud del gimnasio a escuchar aquello que estaba sonando. Fuimos pocos pero los que se quedaron estaban cautivados por la desestructuración de aquellos sonidos.

Al terminar el concierto una hora después, fui a hablar con los músicos que habían continuado impertérritos durante toda la sesión. Víctor Nubla me vio decaído y me dijo con una gran sonrisa: ¿Bien? ¿No? Yo miré la desolación del gimnasio e hice un gesto expresivo pero me dijo Víctor: ¿No te habrá preocupado lo del público? De las audiencias sólo se preocupan las televisiones.

No entendí muy bien la situación, pero yo estaba al borde del llanto o de la carcajada. Afortunadamente, mi amigo Alberto, que había llevado varias mantas, me invitó en su casa a una exquisita tortilla de patata.

Dejo el vídeo para que os hagáis una ligera idea de lo que fue aquello. No es de la ocasión pero sirve como orientación. No deja de tener gracia, pero quizás mejor oírlo por la noche y convenientemente motivado en otro lugar.

(Macromassa es el grupo de Nubla. Él es el que toca el saxo en el centro de la imagen)

¿Volver a la normalidad?


Si yo fuera un observador fuera del sistema, no implicado en la situación que vivimos, miraría la emergencia mundial por el coronavirus como un extraordinario observatorio sobre la especie humana. Plagas las ha habido a lo largo de la historia, muchas, y han determinado hechos y la historia de la humanidad. Pero la del coronavirus es la primera a escala global que vivimos en una era tecnológica en que nos creíamos a salvo de todas las historias del pasado que pensábamos que no podían pasarnos a nosotros con toda nuestra ciencia, con todos nuestros sistemas sanitarios, con todos nuestros recursos de sociedades avanzadas, con nuestros extraordinarios laboratorios, con la Inteligencia Artificial que analiza cualquier amenaza que surja en el planeta. Pero ha llegado el batacazo, el Covid-19 nos muestra que estamos tan inermes ante la amenaza vírica como lo estaban hace un siglo ante la pandemia de 1918-1919. No tenemos nada que cure la infección y estamos a año y medio para que surja una vacuna que pudiera inmunizarnos frente al agente patógeno. Y no tenemos en cuenta las muy probables mutaciones del virus..

El mundo ha optado por la solución radical que no pudo realizarse hace un siglo, un confinamiento global de toda la humanidad. Miles de millones de seres humanos viven una situación como la nuestra.

¿Qué ha fallado? ¿Qué ha pasado si esto era inconcebible en un mundo tecnológico con modernísimos laboratorios biomédicos? Lo fascinante es que surgen reflexiones y análisis multifacéticos; ideas filosóficas renovadas; vaticinios económicos sobre la recesión que va a venir; retornamos a las plagas del pasado, a los libros que hablan de ellas; se plantean meditaciones sobre el destino humano; repensamos hipótesis –cada vez más confirmadas- sobre Gaia como organismo vivo que reacciona frente a la acción humana; reconsideramos la ideología liberal  devastadora del entorno natural como causante de la infección zoogénica; nos estremecemos por la destrucción de la biosfera y el cambio climático inexorable…

¿Está todo relacionado –nos preguntamos-? ¿Cuáles son nuestros límites? ¿El crecimiento tiene límites? ¿No es acaso esta pandemia una reacción de la vida frente a la depredación de la especie humana?

Esto sucede en las mentes pensantes que ven en esta situación una oportunidad de pensarnos como especie en relación con el entorno natural.

Pero los políticos y gobernantes improvisan, atienden a lo más urgente, a intentar controlar los picos de la pandemia, a que todo vuelva a como era antes, a retornar a la normalidad, a que de nuevo la economía vuelva a funcionar, a recuperarnos de la crisis, a que los turistas y los viajes sean tan normales como antes, a seguir produciendo y emitiendo gases de efecto invernadero… A buscar soluciones populistas y nacionales frente a las instituciones internacionales sin escuchar a los científicos, a los filósofos, a los que están pensando la estructura profunda de lo que está pasando…

Pero ¿todo ha de seguir siendo igual que antes? La humanidad se enfrenta a un reto singular porque nuestro modo de vida es extremo, devastador, y nos conduce al abismo, esto es un aviso. Pero ¿cómo hacer ver a miles de millones de personas que nuestro modo de vida es insostenible, que hemos de retroceder y pensar, que hemos de perder muchos puntos en nuestro bienestar. ¿Qué político estaría dispuesto a hacerlo habida cuenta de las desigualdades sociales y económicas en el mundo, en nuestras sociedades?

El noventa y muchos por ciento solo anhelan volver a la normalidad, pero un uno por ciento nos avisa de que no es posible… solo hay que leer mucho de lo que se publica en laboratorios de pensamiento internacionales. Hay que pensar la pandemia.

martes, 31 de marzo de 2020

La bolsa o la vida


Una entrevista que me ha hecho pensar es la realizada a Philip Thomas, profesor de gestión de riesgos en la universidad de Bristol. En ella advierte del grave riesgo de paralizar drásticamente la economía mediante la asunción de políticas radicales de confinamiento que pueden terminar llevando a los países a una caída del Producto Interior Bruto de más de 15 puntos como se prevé ahora. La detención de la economía para fomentar el confinamiento puede ser no plan para quince días, o un mes, sino que puede ser de varios meses. De hecho, hasta que exista la vacuna eficaz y pueda ser comercializada no habrá una solución. El encierro puede ser de seis meses por lo menos. El desarrollo de una pandemia es errático e imprevisible. La de 1918-1919 tuvo no una sino tres fases a lo largo de dos años. A un brote, el de primavera de 1918, siguieron meses de contención y de aparente remisión, para volver en el otoño con un brote mucho más peligroso y mortífero. Se fue y volvió de nuevo en 1919. Por cierto, dicha pandemia afectaba a personas de entre veinte y cuarenta años en plena capacidad productiva, además de mujeres embarazadas o puerperales. Más a hombres que a mujeres pero esto varió según los sitios. El efecto sobre la economía fue en tal caso más medular porque afectaba a la fuerza de trabajo.


Nos enfrentamos a una clara incertidumbre. El gobierno decreta diez o quince días de confinamiento total para intentar aplanar la curva. Para ello, paralizamos la economía salvo sectores imprescindibles. ¿Se está seguro de que en diez días podremos salir del confinamiento o este se prolongará un tiempo indefinido sin visos de finalización con toda la economía detenida? Philip Thomas en su entrevista que he enlazado arriba vaticina que el coste social en términos de PIB será más letal que la propia epidemia puesto que significará un descenso generalizado en las prestaciones sociales y sanitarias por falta de presupuesto. Para España, el coste de detener toda la maquinaria industrial y de servicios será gravísimamente peligrosa. En realidad, hacemos lo que hace todo el mundo, lo que en China ha dado resultado por lo que parece, siempre que no se reintroduzca el virus en otra fase o, por reinfección externa, de ahí la xenofobia que se ha desarrollado frente a los extranjeros que podrían reintroducir el virus.

Philip Thomas sostiene que él no puede dar una solución sobre qué hacer, que comprende lo que se está haciendo pero también piensa que puede ser peor el remedio que la enfermedad. En todo caso, opina que no es bueno paralizar completamente un país porque traerá costes inasumibles e igualmente letales. 

Tras los tres brotes pandémicos de 1918-1919, la economía se resintió gravemente por la muerte de millones de jóvenes en la guerra y en la posterior pandemia, pero Estados Unidos reaccionó como motor de la economía mundial arrastrando a Europa, no así a España, a los llamados felices años veinte, hasta que el calentamiento de la bolsa llevó al crash del 29.

¿Puede ser Estados Unidos ahora motor de la reacción tras el virus? ¿O lo será China?

Al terrible dilema de si conviene paralizar la economía para detener el virus, alguien ha calificado como el viejo juego de la bolsa o la vida.

lunes, 30 de marzo de 2020

Los efectos del coronavirus serán equivalentes a los de una guerra mundial


No alcanzo a atisbar cómo será el mundo cuando dentro de un tiempo indeterminado, se pueda dar por superada la crisis del Coronavirus. Ni yo ni nadie, pero todos los analistas que he leído estiman que el mundo no volverá a ser igual. El modo de vida que manteníamos y que la crisis de 2009 pareció alterar, pero no modificar esencialmente, se transformará por completo en base a una devastadora crisis económica y a unos gastos extraordinarios que no sabremos cómo pagar o no podremos pagar. Pienso en España especialmente. Se modificarán nuestra forma de trabajar, incrementándose sustancialmente el teletrabajo; disminuirán los eventos masivos y las convocatorias multitudinarias: es posible que las plataformas digitales sustituyan al placer de ir al cine o a los conciertos de antes; cerrarán infinidad de negocios cara al público que no podrán superar la crisis: bares, restaurantes, librerías,  multitud de pequeños negocios y empresas socializadoras…; habremos de acostumbrarnos a un mundo más pequeño porque los viajes tan extendidos por Europa y el mundo por parte de los españoles se vuelvan cosa del pasado lo que hará que muchas compañías aéreas de bajo coste tengan que reducir sus ofertas; habremos de habituarnos a vivir con mucho menos presupuesto que actualmente porque nuestra economía será durísimamente afectada: es muy posible que los pensionistas vean reducidos sus ingresos, y los funcionarios rebajados sus sueldos; es posible que tengamos que volver a formas de ocio mucho más sencillas y asequibles de modo que recuerden épocas pasadas… La austeridad a todos los niveles se impondrá, viviremos con mucho menos… Desafortunadamente, en la política internacional, Europa es muy probable que no pueda sobrellevar unida esta crisis y que cada país se vaya por su lado cuando el sentido común llevaría a que lo afrontáramos juntos –triunfarán los nacionalismos sociales y económicos-, lo que significará que Europa pase a ser todavía más irrelevante en el conjunto del mundo; es muy posible que China y los países asiáticos sean los grandes vencedores de esta crisis y que Estados Unidos sea sobrepasado por el gigante comunista-capitalista… La emergencia climática se verá en parte aliviada por la reducción de gases de efecto invernadero y la lógica sería que el nuevo mundo resultante -más inestable- abordara la situación, espero que sea así, pero pienso que habremos de madurar mucho como especie para que aprendamos. En España, muy probablemente, la corona entre en crisis definitiva y sea sustituida por una república muy frágil que implicaría la disolución de la unidad de modo que los nacionalismos catalán y vasco alcancen la ansiada independencia. España, la idea de España, se volverá un anacronismo: ¿qué es lo que surgirá? Nadie lo puede saber.

Las ondas sísmicas de esta deflagración mundial durarán muchos años y harán, como, en las dos guerras mundiales, que el mundo mute profundamente tras unos años de depresión que arrumbará lo que quedara del viejo mundo. La tecnología será el lenguaje definitivo del futuro, y los que hayan invertido en Inteligencia Artificial –China y Estados Unidos- serán los que se lleven el gato al agua.

Lo fascinante es que probablemente todo empezó porque un chino comió carne de pangolín dando lugar a un proceso que derrotaría a un mundo que creíamos firme y sólido. La famosa metáfora de que cuando una mariposa bate las alas en China, termina produciendo un huracán en la otra parte del mundo, se ha hecho dolorosamente real.

domingo, 29 de marzo de 2020

¿Vendrán de nuevo los felices años veinte?

   
                                                  Pandemia de 1918-1919

No soy epidemiólogo ni científico especialista en infecciones, pero me surgen dudas sobre lo que estamos viviendo. Entiendo la necesidad de aislamiento y confinamiento para impedir la expansión masiva del virus. Personas que no tienen síntomas pueden ser portadoras y contagiarlo a otros más frágiles y propensos por sus patologías anteriores –las personas mayores, especialmente hombres-. Los infectores pueden no desarrollar más que una forma leve del virus pero su poder de infección puede ser letal. Lo entiendo. Pero también me digo que el confinamiento evita la extensión de la enfermedad, cierto, pero no hace que la sociedad se haga inmune a él como en la gripe de 1918-1919 en que murieron más de cincuenta millones de personas hasta que se superó. Aclaro que luego vinieron los felices años veinte en que la sociedad salía de una guerra terrorífica y una pandemia todavía más mortífera que la guerra.

Pienso que si no nos autoinmunizamos, que es lo que está sucediendo ahora, estaremos expuestos, hasta que se comercialice la vacuna, a nuevas reinfecciones del virus. En China parece haberse superado la fase interna de la infección, pero la población china ha desarrollado una intensa xenofobia hacia los extranjeros que son los que creen que pueden reintroducir el virus si se abren las fronteras de nuevo. Esto me da qué pensar que este proceso que estamos viviendo no durará un mes o mes y medio, no, será mucho más largo porque estaremos propensos a nuevas reinfecciones si la llegada de visitantes –turistas, viajeros, inmigrantes- sigue como antes. En China, actualmente, la xenofobia hacia los extranjeros es fortísima. ¿Estaremos condenados, hasta que se comercialice la vacuna lo que puede ser aproximadamente año y medio, a estar cerrados al exterior, si es que eso pudiera ser?

El confinamiento es un arma de doble filo, todos los países del mundo lo han adoptado para evitar la expansión del virus, incluso Boris Johnson en Reino Unido –contagiado él por el coronavirus- pero no nos inmuniza naturalmente frente a la pandemia. El problema es que en nuestras políticas preventivas –lógicas si queremos impedir una mortandad terrorífica- estamos exponiéndonos a unas situaciones en que, si queremos volver a la situación anterior de aglomeraciones humanas en fiestas, conciertos, eventos deportivos, manifestaciones políticas, bares y restaurantes, cines, teatros, etc, etc, va a ser muy difícil hacerlo si no imposible, porque elementos foráneos pueden reintroducir el virus de nuevo ante el que no estamos autoinmunizados.

¿Vendrán de nuevo los felices años veinte?

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