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miércoles, 4 de marzo de 2020

martes, 3 de marzo de 2020

La textura de lo real



Quiero decir, en realidad, es cierto que nunca nos pasa nada. Todos los acontecimientos que uno puede contar sobre sí mismo no son más que manías. Porque a lo sumo ¿qué es lo que uno puede llegar a tener en su vida salvo dos o tres experiencias? Dos o tres experiencias, no más (a veces, incluso, ni eso). Ya no hay experiencia (¿la había en el siglo XIX?), sólo hay ilusiones. Todos nos inventamos historias diversas (que en el fondo son siempre la misma), para imaginar que nos ha pasado algo en la vida. Una historia o una serie de historias inventadas que al final son lo único que realmente hemos vivido. Historias que uno mismo se cuenta para imaginarse que tiene experiencias o que en la vida nos ha sucedido algo que tiene sentido.

Piglia, Ricardo. Respiración artificial (Spanish Edition) . Penguin Random House Grupo Editorial Argentina. Edición de Kindle.

Este fragmento de la novela de Piglia me sorprendió y lo seleccioné para publicar. Parte de la idea de que en la vida contemporánea no hay verdaderas experiencias, que en la vida hay no más de dos o tres experiencias, y que nos inventamos historias para imaginar que algo ha pasado en nuestra vida y así intentar dotarla de sentido. ¿Es así? ¿Qué experiencias reales son las que tienen sentido en nuestra vida en tal caso? Puedo imaginar que son dos esencialmente, nacer, morir, y entre ellas simulacros de experiencias que no alcanzan dimensión. Del nacimiento no recordamos nada, de la muerte no recordaremos nada, pienso. El resto, para un personaje de Piglia, son falsas experiencias. Acaso tener un hijo, acaso un viaje, acaso una enfermedad, acaso una historia amorosa… ¿Hay algo que adquiera espesor como experiencia más allá del transcurrir aparentemente anodino de los días? No tengo una respuesta al respecto.

Pienso, como diarista artesano que da cuenta sistemática de su vida hace más de treinta y cinco años, que en cada día hay microinstantes que parecen significativos, acciones que simulan ser determinantes, momentos que parecen adquirir dimensión… pero no sé si es solo una forma de ver las cosas para transcribirlas luego en mi diario o es una realidad real. Mi constatación es que esas mil y una microsecuencias que componen la vida se disuelven como si carecieran de consistencia, aunque en el diario aparecen en su momento como importantes. El pensamiento oriental nos lleva a considerar que la vida es un cúmulo de ilusiones que carecen de sustancia real, que nuestro ego es también una ilusión –la única que tenemos diría Cioran-, que la propia muerte es una ilusión. La existencia es un combate agónico que carece de sentido por su carácter ilusorio. Solo jugamos para imaginar que esas historias de cada día son reales. Un blog es un buen constructor de imágenes y de historias. Este ahora navega por territorios literarios y presuntamente metafísicos. Querría ser real pero me parece que es una lid condenada al fracaso. Tal vez solo somos un sueño, es la sospecha que pende sobre nuestra vida, una lucha perpetua para intentar incorporarnos sentido.

Pero es tan poderosa la ilusión de que lo que vivimos es real…


viernes, 28 de febrero de 2020

El coronavirus y otras reflexiones.



Ayer publicaba un post de una cita de Cioran probablemente controvertida para mis cuarenta lectores. Sostenía que era necesario el miedo entre las especies animales y entre los seres humanos para mantenerlos vivos, de modo que si algún día se consiguiera vivir totalmente en paz y armonía, nos convertiríamos en estúpidos como los animales en los zoológicos.

¿Os dais cuenta de la carga de profundidad de este pensamiento? Ese ideal racional, ilustrado y políticamente correcto de querer vivir en paz y armonía, sin conflictos, pactando pacíficamente todo, daría lugar, en opinión de Cioran, a un mundo esencialmente de memos y seres insulsos.

La Gran Guerra de 1914-1918 produjo decenas de millones de víctimas en toda Europa en un combate absurdo y delirante que no tenía razón de ser pero que cambió el mundo derruyendo los imperios de la época y haciendo surgir un gigante inimaginado que fue la URSS. Una guerra cruel e inútil pero que transformó el mundo. Fue seguida, en plenos rescoldos de los enfrentamientos, por la llamada Gripe española, que causó entre 1918 y 1920 entre cuarenta y cien millones de muertos. Tras esta terrible mortalidad empezaron los fabulosos años veinte en que se vivió un mundo transformado totalmente y en plena euforia. Fueron años alegres y vitalistas, como la Europa que surgió como consecuencia de la peste negra en el siglo XV en que murió una tercera parte o más de la población europea.

Añoramos una vida carente de guerras y conflictos, una vida sin miedo, pero la paz y la armonía abocan al aburrimiento, la planitud existencial, la estupidez generalizada. Nada hay que estimule más que el miedo. Ni siquiera en la URSS estalinista en que la vida no valía nada, pudo evitarse la obra de escritores y artistas radicalmente disidentes y rebeldes, esencialmente libres, a pesar de que muchos de ellos, acabaron fusilados.

El dolor y el miedo nos estimulan. Una vida plana es indeseable, necesitamos conflictos, necesitamos situaciones que nos aterroricen. Ahora nos asustamos por nimiedades como el Coronavirus que es poco más que una gripe. Si nos enfrentáramos a una situación en que pudiera morir la tercera parte de la población mundial, estaríamos ante el estímulo existencial más potente que pudiéramos imaginar. Saldrían renovados y eufóricos los que sobrevivieran. Aumentaría la tasa de natalidad, terriblemente baja en los países occidentales porque estamos corroídos por el aburrimiento y la desesperanza. Saldríamos fortalecidos intelectualmente, nuestras sociedades serían mucho más abiertas y fuertes. Volvería el placer de vivir y el éxtasis existencial.

Una sociedad pacífica y sin miedo es la cosa más lasa que puede existir. Nos aburrimos, necesitamos el riesgo y el dolor para salir de la sima del pesimismo y el tedio.

domingo, 23 de febrero de 2020

Cartas de odio a un monstruo de tinta



El último año en que fui profesor de literatura -¡con qué nostalgia escribo esto!- tuve en bachillerato un grupo de once alumnos a los que recuerdo bien. A la mayoría la literatura les interesaba tanto como a los coyotes las aventuras de los pingüinos en la Antártida, es decir, no mucho. La literatura ha dado sentido a mi vida como lector y como profesor. Esto es una declaración de amor. Pues bien, en aquel grupo de despistados literarios había una alumna con la cabeza medio rapada que era la discreción en persona pero sus ojos durante las explicaciones brillaban. No lo entendía porque sus notas fueron medianas y en alguna evaluación suspendió. El promedio, no obstante, fue suficiente para pasar el curso con un 6.42. Al final, en las clases de preparación de las Pruebas de Acceso a la Universidad desapareció para mi desolación. Echaba en falta aquella mirada que ardía en las clases.


Volví a saber de ella por su perfil en Instagram. Mi exalumna era una mujer con un fuerte espíritu pero devorada por una lucha interior, lo que es lo mismo que decir que tenía un yo conflictivo, sujeto de fuertes tormentas íntimas. De hecho, firmaba sus escritos con el pseudónimo de “Tormenta literaria”. Leyéndola sin opinar –ahora era yo quien se mantenía en la sombra como cuando ella era alumna mía- tuve conciencia de sus desgarradores conflictos íntimos. Escribía poesía militante transgénero y era radicalmente feminista declarándose abiertamente, en conflicto con el contexto en el que se movía, como bisexual. Sus poemas cuando no eran militantes me gustaban, pero no los entendía cuando pugnaban por una identidad sexual que para mí era escasamente significativa, aunque me diera cuenta de que su poesía era pura sangre de su sangre –no sé si de su menstruación o de su torrente sanguíneo-. Andrea eligió Filología Hispánica y ahora está en cuarto curso tras algún hundimiento anímico que le hizo abandonar los estudios un año para recluirse desnortada y sola.

Hay artistas que lo son sin esfuerzo, son serenos y equilibrados, pero hay otros que lo son en medio de dramas internos potentísimos y extraordinariamente perturbadores. Andrea es de estos últimos. Su poesía es puro detritus de su alma convulsa y desafiante que se mueve entre profundas cavernas interiores. Pertenece a la estirpe de los malditos en literatura. No hago una valoración crítica de lo que escribe, solo tengo intuiciones y me interesa más lo no militante que lo abiertamente combativo. La poesía de combate raramente alcanza frutos destacables. Su poesía es turbia, sucia, ácida, violenta, como las aguas oscuras de un drama no resuelto.

Andrea me ha escrito –para mi sorpresa- y me da cuenta de la publicación de su primer libro de poesía, un poemario con nombre abiertamente oscuro, Cartas de odio a un monstruo de tinta. Me lo quería regalar dedicado, pero yo he preferido comprarlo por mi cuenta y que sea luego ella quien me lo firme y dedique en algún momento y así hablar con ella. Probablemente yo tuve algo que ver con su vocación filológica  y su amor por la literatura–algo que me admira y me inquieta dado mi escepticismo al respecto-. Su libro está en Amazon sin ningún problema, firmado por Tormenta literaria.

Muchas veces he fantaseado con la imagen de un exalumno/a novelista, pero ahora he encontrado algo que no me esperaba, una poeta que lucha por encontrar su lugar en el mundo inserta en ese conflicto insoluble del artista con la realidad que le rodea. Y eso no es lo más grave necesariamente porque el drama más hondo es con nosotros mismos. Con ella misma.

sábado, 22 de febrero de 2020

Curiosidad, mucha curiosidad



Desde que yo recuerdo me veo en perspectiva pesimista, es lo que me sale de dentro, es como una forma de estar en el mundo alejada de la insensatez del optimismo que tanto se ha impuesto en nuestra cultura contemporánea, especialmente en el terreno de las ideas y del marketing. Hay, sin ir más lejos, una colección de agendas, en colores vistosos y tipografía llamativa, con frases positivas sobre que este es el viaje más maravilloso, de que cada día es un gran día, de que el camino es luminoso. Cuando veo a alguna de mis hijas con una agenda de estas, regalada por sus padrinos, me digo que no hay muchas ideas interesantes que provengan de mentes optimistas, que vean la vida como un sendero de luz que solo tenemos que encender para iluminar nuestro camino. El pesimismo reclama sus derechos y también habrían de comercializarse agendas menos reconfortantes. 

Pero la gracia no está en ser un personaje amargado y negativista que lo ve todo negro, eso tampoco me atrae. Cualquier sistema de pensamiento organizado lleno de dogmas y conceptos me repele. No soporto a los ideólogos negativistas que crean un corpus horrísono sobre la vida, como tampoco a los bobos positivistas que se encandilan con lo bonita que es. Miro mejor las cosas desde el escepticismo, partiendo de una conciencia oscura de nuestra propia vida. La vida es nefasta, de eso no me cabe duda. Hay muchos más momentos de displacer que de placer. Prácticamente nadie repetiría su vida de nuevo. Los momentos malos se nos quedan grabados especialmente, son la mayoría. Claro que hay personas que genéticamente están orientadas a la alegría. No tienen ningún mérito, es algo que no han elegido, pero tampoco volverían a repetir su vida del mismo modo que la han vivido.

Hay un pensamiento que siempre me ha intrigado: que a cada momento de placer le corresponde uno de dolor, que la vida es un equilibro de momentos buenos y momentos amargos. Y había una antigua superstición de evitar la felicidad para no atraer la infelicidad.

La lucidez es, además,  dolorosa, como cualquier avance en el propio pensamiento. las personas más lúcidas son más conscientes de los abismos en que nos encontramos. Las simas de la existencia. Lo mejor es no ser demasiado consciente, a los simples le son dados momentos de dicha que los más profundos no tienen. El conocimiento aporta dolor. Un buen libro al respecto es El árbol de la ciencia de Pío Baroja. 

Pero queda otra postura que me atrae: considerar filosóficamente el desastre que es la vida mediante el escepticismo que conduce a la serenidad. Mirar conscientes la realidad profunda de las cosas y ser capaces de hacerlo irónicamente, distanciados, hasta divertidos, viéndonos tan perdidos en una vida abocada al fracaso, que presentándosenos abiertamente, nos produce un ataque de risa que no podemos contener.  

Deploro el progreso y a los progresistas, la historia no avanza necesariamente hacia una mayor felicidad y consciencia. En el tiempo de mi niñez yo sentía que la gente era mucho más solidaria, los vecinos se apoyaban entre sí con una naturalidad que hoy desconocemos sino en los pueblos más pequeños –aun llenos de odios ancestrales-. Hay muchos valores del pasado que se han perdido. Hay quien piensa que cada vez somos más zafios y estúpidos, menos inteligentes por más tecnológicos que seamos.  La cultura contemporánea, difundida  por redes sociales, es una caricatura de lo que fue, por ejemplo,  el conocimiento en la Grecia clásica o el pensamiento latino. Marco Aurelio, el emperador menos emperador de todos, nos sigue iluminando. Han pasado muchos siglos desde él pero sus pensamientos son mucho más profundos que todo lo que vemos hoy día en un tiempo de superficialidad demente. Nuestro tiempo es pródigo en posibilidades pero esencialmente banal. Descreo en el mito del progreso, la humanidad es una estirpe proscrita que avanza hacia su disolución y tal vez su autodestrucción. Me gustaría tener la ironía necesaria para escribir esto con una divertida sonrisa. El ser humano produce risa además de compasión. Sin embargo, este pesimista que soy no deja de considerar la belleza de los amaneceres… y la buena literatura y el arte en general, así que cada día puede ser abordado con curiosidad, mucha curiosidad por ver cómo sigue la historia. 

viernes, 21 de febrero de 2020

Cansancio y reflexiones


He decidido dedicar un día a la semana a las caminatas –los otros cuatro de la semana laboral- voy al Citilab de Cornellà a leer y escribir cinco horas cada día. Me fuerzo a madrugar y creo que es sano y conveniente. Los viernes es el día de las excursiones en solitario por los alrededores de Cornellà. Camino de veinte a treinta kilómetros, aunque a veces llego a cuarenta cuando me voy por la metafísica y telúrica sierra del Garraf a Sitges en jornadas de doce horas durante las que no encuentro a nadie en largos periodos. A veces pienso que si me torciera un tobillo lo pasaría francamente mal pues son caminos desusados por los que no pasa ni un alma.

Hoy la caminata ha sido gozosa por el día abierto, tibio y soleado que ha hecho. Iba sin gorra para recibir la vitamina D del sol. He disfrutado caminando por entre los campos de alcachofas del Prat de Llobregat. La mente me iba por libre dejando de lado los libros leídos estos días y concentrándome en la mañana, en mí mismo y en las anécdotas del trayecto como esos gatos que se me han cruzado y que me han mirado antes de salir corriendo. También los trinos de los gorriones. Caminaba a buen paso, era todo llano, luego llegarían los repechos en que uno ha de respirar por la boca para tomar abundante aire. En dos horas y media he llegado a lo alto de la ermita de Sant Ramon desde la que se divisa todo el Llobregat. Allí he comido un bocata de tortilla con unas olivas y una cocacola. Este bar, junto a la ermita, es un referente en lo alto del monte. He subido a él incluso en días de intensa lluvia protegido por una capelina gruesa. Me sentía radiante, alejado del pensamiento de Cioran que me ha impregnado estos días. Hoy todo era luz y sentimiento de las limitaciones del propio cuerpo que poco a poco va siendo poseído por el cansancio a medida que van subiendo los kilómetros. Hoy han sido veinticuatro en total. Los suficientes para terminar en un estado receptivo y lleno de posibilidades. El cansancio es sano. Peter Handke escribió un libro titulado Ensayo sobre el cansancio, que he leído un par de ocasiones y he dedicado posts a ello, en que resaltaba las cualidades creativas del cansancio. Cuando te cansas físicamente tu cuerpo genera hormonas de la felicidad, estás más predispuesto a la observación y levitas a pesar del dolor de las extremidades. En días como hoy no puedo leer los libros que tengo en la mesilla –leo generalmente con el iPad-, me invade, tras la comida, un sopor dulcísimo en el que me dejo llevar y me hundo en la inconsciencia relativa, respirando profundamente.

Durante la excursión he recibido un mensaje de correo de un bloguero amigo en que se hacía eco de mi posición sobre los comentarios en los blogs. Desde que no comento ni permito comentarios tengo más tiempo para leer blogs interesantes, prensa extranjera –que el iPad me traduce prodigiosamente con bastante exactitud-, literatura en general; sobre todo no pierdo el tiempo pensando en si llegan comentarios o no como si ello diera medida del valor de un blog. Y además se tiene mucha mayor libertad para plantear los posts como te dé la gana.

Hoy estoy solo en casa, toda la familia se ha ido a un sitio o a otro. Me gusta la soledad: viajo solo, hago caminatas solo, tengo pocos amigos… Cioran dice: Toda amistad es un drama oculto, una serie de heridas sutiles. Y estoy bastante de acuerdo. Pocas cosas son tan frágiles como la amistad. Hay gente que tiene cientos de amigos, pero yo no soy de estos. Me he ido acostumbrando a una soledad espiritual en que crezco hacia dentro en lugar de hacia fuera. Tengo en general pocas cosas que decir, hablo conmigo mismo, me amo o me detesto alternativamente. Me acompaña la literatura. Leer es hablar privilegiadamente con alguien, generalmente muy inteligente. Estos días de lectura intensa de Cioran he sentido que este libro, Del inconveniente de haber nacido, estaba escrito expresamente para mí. El grado de cercanía a lo que siento es increíble. Cioran detestaba a los hombres pero le interesaban los seres humanos. Me doy cuenta de que me pasa lo mismo.


jueves, 20 de febrero de 2020

Experimentar la conciencia


Toda mi vida de bloguero he tenido un blog abierto a los comentarios, ya desde aquel octubre de 2005 en que comencé a publicar. He dado siempre a los comentarios una importancia capital y dedicaba mucho tiempo a contestarlos lo más cuidadosamente que sabía o que podía. Sin embargo, el sistema de comentarios tiene también condicionamientos que uno no puede obviar al estar esperándolos y ansiándolos. Uno escribe muchas veces para que le comenten y mide la recepción del blog por el número y la calidad de los comentarios. Ello es un error, pienso ahora, porque uno comenta en otros blogs por interés pero también para que le comenten. Y se establece una relación de quid pro quo que no es sana. Ciertamente es sugestivo recibir comentarios interesantes, pero uno piensa en cierta manera que son obligados o en cierta manera no responden a una lógica natural. He observado, además, que numerosos blogs interesantísimos en la blogosfera no reciben ni un mísero comentario. Esto me hizo pensar. ¿Hay una forma de comunicarse espiritualmente sin necesidad del intercambio de favores? Eso estoy ensayando. Ahora nadie que acuda a mi blog lo hará porque necesite mi comentario. Solo vendrán los que realmente estén interesados en lo que yo escribo, aproximadamente cuarenta personas por lo que he podido colegir por la información que me da el blog. De esas cuarenta personas, probablemente la mitad estén relativamente interesadas en lo que yo escribo, pero me sirve como referencia. Esta es mi área de alcance y no hay más para un blog que se pretende experimentador de la propia conciencia. 

El eje del blog es la conciencia de sí. No hago otra cosa, creedme, que ser consciente de mi mismidad. Hago la comida a mi familia, hago las compras, tiro la basura, leo muchísimo y hago caminatas pero todo tiene como centro mi conciencia y cómo vivo todo lo que hago, todo lo que soy. Pienso que no soy una persona interesante. No soy como Neorrabioso que escribe versos cuestionables pero sinceros en los tachos de basura y se traviste con grandes tacones y minifalda en las calles de Madrid. Soy mucho menos exótico. Soy un hombre común que se levanta cada día a las seis y media para ir a leer y escribir a un centro tecnológico para dejar constancia de que estoy en el mundo. A esto se le podría considerar que mi ejercicio esencial es el ombliguismo, mirarme solo a mí mismo, pero ¿qué experiencia más apasionante la de observar detenidamente, sistemáticamente, el propio devenir de mi ser? No soy un hombre excepcional, soy una persona del montón que tiene como eje fundamental observarse y escribir sobre ello de modo apasionado. Observarme y leer buena literatura que me sirve de referencia para considerar a otros que se han observado a sí mismos. ¿Hay algo más hermoso que hacer eso? 

Me he pasado mi vida de profesor observando otros seres distintos a mí y me ha enriquecido, pero mi mayor aportación a mis clases era mi experiencia de la vida, mi experiencia de mi conciencia porque no es otra cosa la literatura, y yo he sido profesor de literatura durante muchos años. Ahora no tengo alumnos, pero es igual. Sigo leyendo como un adicto a la palabra escrita. No hay nada que me motive más que las historias que ciertos escritores –escogidos- me han hecho llegar. Mi vida es observarme y leer. Una vida tremendamente aburrida, pero cada uno tiene en su interior el universo todo. En mi conciencia está la totalidad. Cada uno es un extremo de un sistema en que recibe luz y sombra de lo que es la vida. Dentro de mí está todo igual que dentro de cada uno de los que tienen la suerte de leerme. No soy vanidoso, no lo crean, solo soy consciente de que dentro de nosotros está todo. 

Mi vida vale bien poco, es tremendamente opaca y gris. Nada hay en ella que merezca la pena, pero observo y soy. Comentar esto sería algo proceloso, así que dejo cerrados los comentarios para que si alguno necesita pensar, lo haga sin la necesidad de expresarlo por escrito. Solo vendrán a este blog los que piensen que mis palabras llenas de extrañeza merecen la pena. Yo todavía estoy conmocionado por el pensamiento de otro solipsista como era Cioran. Leerle me ha alentado a escribir y mostrar lo que cualquier ser humano, pleno de errores y defectos, a veces puede mostrar. No estamos solos, quiero pensar. Ser es nuestro principal motivo de estar aquí. Y morir está en nuestro calendario. No somos el cruel dios cristiano. Pero el ansia de llegar más allá está presente en cada uno de nosotros. Cada instante absurdo de nuestra vida cuenta. ¿Para qué? No lo sé, pero siento que en mi soledad vislumbro partículas que escapan a la transitoriedad. 

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