El último año en que fui profesor de literatura -¡con qué
nostalgia escribo esto!- tuve en bachillerato un grupo de once alumnos a los
que recuerdo bien. A la mayoría la literatura les interesaba tanto como a los
coyotes las aventuras de los pingüinos en la Antártida, es decir, no mucho. La
literatura ha dado sentido a mi vida como lector y como profesor. Esto es una
declaración de amor. Pues bien, en aquel grupo de despistados literarios había
una alumna con la cabeza medio rapada que era la discreción en persona pero sus
ojos durante las explicaciones brillaban. No lo entendía porque sus notas
fueron medianas y en alguna evaluación suspendió. El promedio, no obstante, fue
suficiente para pasar el curso con un 6.42. Al final, en las clases de
preparación de las Pruebas de Acceso a la Universidad desapareció para mi
desolación. Echaba en falta aquella mirada que ardía en las clases.
Volví a saber de ella por su perfil en Instagram. Mi exalumna
era una mujer con un fuerte espíritu pero devorada por una lucha interior, lo
que es lo mismo que decir que tenía un yo conflictivo, sujeto de fuertes tormentas
íntimas. De hecho, firmaba sus escritos con el pseudónimo de “Tormenta
literaria”. Leyéndola sin opinar –ahora era yo quien se mantenía en la sombra
como cuando ella era alumna mía- tuve conciencia de sus desgarradores
conflictos íntimos. Escribía poesía militante transgénero y era radicalmente
feminista declarándose abiertamente, en conflicto con el contexto en el que se
movía, como bisexual. Sus poemas cuando no eran militantes me gustaban, pero no
los entendía cuando pugnaban por una identidad sexual que para mí era
escasamente significativa, aunque me diera cuenta de que su poesía era pura
sangre de su sangre –no sé si de su menstruación o de su torrente sanguíneo-.
Andrea eligió Filología Hispánica y ahora está en cuarto curso tras algún
hundimiento anímico que le hizo abandonar los estudios un año para recluirse desnortada
y sola.
Hay artistas que lo son sin esfuerzo, son serenos y
equilibrados, pero hay otros que lo son en medio de dramas internos
potentísimos y extraordinariamente perturbadores. Andrea es de estos últimos.
Su poesía es puro detritus de su alma convulsa y desafiante que se mueve entre
profundas cavernas interiores. Pertenece a la estirpe de los malditos en
literatura. No hago una valoración crítica de lo que escribe, solo tengo
intuiciones y me interesa más lo no militante que lo abiertamente combativo. La
poesía de combate raramente alcanza frutos destacables. Su poesía es turbia,
sucia, ácida, violenta, como las aguas oscuras de un drama no resuelto.
Andrea me ha escrito –para mi sorpresa- y me da cuenta de la
publicación de su primer libro de poesía, un poemario con nombre abiertamente oscuro,
Cartas de odio a un monstruo de tinta.
Me lo quería regalar dedicado, pero yo he preferido comprarlo por mi cuenta y
que sea luego ella quien me lo firme y dedique en algún momento y así hablar
con ella. Probablemente yo tuve algo que ver con su vocación filológica y su amor por la literatura–algo que me admira
y me inquieta dado mi escepticismo al respecto-. Su libro está en Amazon sin
ningún problema, firmado por Tormenta literaria.
Muchas veces he fantaseado con la imagen de un exalumno/a
novelista, pero ahora he encontrado algo que no me esperaba, una poeta que
lucha por encontrar su lugar en el mundo inserta en ese conflicto insoluble del
artista con la realidad que le rodea. Y eso no es lo más grave necesariamente
porque el drama más hondo es con nosotros mismos. Con ella misma.