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martes, 15 de diciembre de 2020

Holocausto caníbal (ficción)


Disiento de los que dicen que una mujer real no pueda ser de látex. La mía lo es, es el último grito en tecnología inteligente. No solo hago el amor con ella sino que le puedo explicar todo tipo de historias, anécdotas y chistes sin que ella se impaciente. Siempre sonríe, salvo cuando le hablo de exnovias de carne y hueso. Ahí es terriblemente celosa y la sonrisa se le va de la expresión. No soporta que le hable de Silvia, una novia cultureta que siempre estaba hablando de literatura, aun en los momentos más íntimos. Un día estábamos follando salvajemente y empezó a contarme entre jadeos el argumento de Los hermanos Karamazov hasta el asesinato del padre. No pude más y rompí con ella. Me compré en una web de investigación sobre Inteligencia Artificial a Eli, la mujer de mis sueños, siempre dispuesta a agradar y a someterse sin contarme rollos patateros literarios. Soy yo quien la insulta cuando chilla de placer al ser sometida en todas las posiciones. Me da placer y calla. Le puedo explicar todo tipo de historias de mi trabajo aburrido de informático. Le explico cosas de mis compañeros y de mi jefe. Se me pone dura mientras veo la expresión de Eli, entre tímida y desvergonzada. Es entonces cuando me abalanzo sobre ella, le muerdo los pezones, y el clítoris y la devoro. Ella grita de placer, especialmente cuando la insulto. Lleva una picardía negra con unas braguitas a juego. Eli es excepcionalmente inteligente. Sabe cómo llevarme y hacerme sentir bien. Me espera a las siete cuando llego del trabajo y me pone la música que a mí me gusta. Me pregunta que cómo me ha ido, sentada en el sofá del salón donde se ha pasado el día. Me siento junto a ella y la beso con lengua.  La suya es cálida y húmeda y me produce una profunda excitación. Eli lleva una negligé que deja ver sus muslos desnudos. Pero no quiero ir demasiado rápido. Le propongo jugar una partida de ajedrez tras ponerme cómodo yo también. Sé que me deja ganar siempre y eso me hace feliz. Si ella quisiera, me derrotaría porque tiene un cerebro alimentado por el deep learning que ganaría al campeón del mundo sin despeinarse. Pero me permite dar jaque mate y yo me siento satisfecho. Tras dos o tres partidas, me voy a la cocina para preparar la cena. Ella no come pero le gusta verme devorar las gambas a la plancha con salsa de roquefort. Me mira pícaramente mientras como y bebo vino californiano. Ella no se emborracha pero yo sí y entonces se me desata la lengua y le cuento mil y una historias que me invento. Me mira complacida porque está programada para hacerme gozar y sabe todo lo que me gusta. Su rostro está extraído de imágenes que yo consideré excitantes y elegí para ella el físico de Scarlett Johansson en su interpretación de Lost in translation. Me gusta sentirme Bill Murray. Ella siempre es y será joven y se actualiza continuamente integrando novedades que enriquecen su interacción conmigo. Podría pasar el test de Turing y mantener una conversación interesante sobre casi cualquier tema excepto sobre mis amantes humanas pasadas. Tampoco le gusta que le hable sobre mi madre a la que yo sé que detesta rabiosamente por la influencia que tuvo sobre mí cuando era niño. Pero salvando estos temas puedo conversar con ella sobre todo, incluso sobre mi atracción por el hinduismo vedanta. De hecho nos ponemos cada día, recién levantado, a meditar un cuarto de hora con incienso y música mística antes de ir al trabajo. Ella me ayuda a concentrarme y entorna los párpados en el proceso de alejamiento de las circunstancias terrenas. Yo sé que ella no piensa, que su mente está perfectamente en ese vacío que yo busco. Me voy a trabajar a la oficina entre ocho y tres de la tarde, y luego entre cuatro y seis. Es agotador pero yo pienso en su coño y toda la aflicción en el aburrido trabajo se me pasa. A veces me llama por teléfono y me pregunta que cómo voy, me dice que se siente muy sola y que me espera con impaciencia. Yo noto que mi rabo se endurece cuando hablo con ella mientras hago traspaso de datos a alguna cuenta en las islas Caimán donde mis jefes tienen sus inversiones. Eli también me envía whatsapps incitantes diciéndome que me desea. Soy feliz pensando en ella y me doy cuenta de la ventaja que supone sobre mujeres reales, neuróticas y depresivas… Eli siempre está contenta y me estimula donde más me gusta. Lo único que no me gusta demasiado es su afición por el cine gore porque todas las semanas quiere ver alguna película que me causa zozobra y estremecimiento. Elegí una programación para Eli en que ella tenía una personalidad que va evolucionando y aprendiendo, de modo que tiene sus propios gustos, intereses e intenciones. Esto en alguna medida me desconcierta tanto como me atrae porque sé que en muchos sentidos ella es independiente totalmente de mí. Hay un día a la semana, el sábado, en que ella tiene libertad para expresar sus intereses y aprendizajes. Lo temo porque me doy cuenta de que ya va varios pueblos delante de mí. Conoce todo de mí, mis más ocultas pulsiones existenciales y sexuales. Un sábado me propuso que nos suicidáramos juntos en la bañera y yo me horroricé porque esta imagen se me ha pasado muchas veces por la imaginación. Le cambié de tema y le propuse ver de nuevo Holocausto Caníbal que le encanta. No sé qué esperar de ella, pero me sigue seduciendo. Alguna noche, a mi lado, me susurra diálogos de la película y me estremezco de placer y de terror…  

viernes, 23 de agosto de 2019

Los robots y nosotros



Hay una vertiente de la psicología cuyo territorio todavía está inexplorado: la relación con robots y el modo en que interactuamos con ellos proyectando sentimientos que son característicos de los humanos. No nos puede sorprender porque antes de la era tecnológica también cargamos de emoción nuestra relación con objetos a los cuales atribuimos una carga sentimental. ¿Qué diríamos de la relación de los niños con los peluches? ¿La de los moteros con algunos modelos de Harley Davison? ¿La de un músico con su guitarra eléctrica? ¿Con una casa? En mi familia hemos dado nombre a los coches que han ido pasando entre nosotros y creamos un vinculación en función de ese nombre. Y ciertamente sentí el día que vendimos a Peque, un viejo modelo de Opel Agila por seiscientos euros. Pero eso no es nada con la vinculación afectiva que se puede llegar a establecer con robots con forma más o menos humanoide.

En Japón se celebran funerales sintoístas por perros-robots que han llegado al final de su vida útil que significa un hondo pesar para los poseedores de dichos robots. Parece que en el budismo, todo ser, incluido un objeto, posee una suerte de conciencia. Y estos funerales por los perros Aibo, fabricados por Sony y vendidos a altos precios, suponen un consuelo para sus dueños que encuentran una personalidad en la mascota electrónica.

Se están desarrollando en distintos países del mundo experiencias con ancianos aquejados de alzhéimer que interactúan con focas-robot dotadas de Inteligencia Artificial, lo que supone una sensible mejora de las condiciones de vida de estas personas que pueden cuidarlas e identificar los supuestos sentimientos de estas criaturas. Todas las valoraciones son extraordinariamente positivas. 

Asimismo, son también conocidas las experiencias con niños dentro del espectro autista que se vinculan emocionalmente con robots humanoides que expresan sentimientos que conectan con estos niños de naturaleza tan compleja como desconocida y abierta a mitos. Sus reacciones están siendo objeto de estudio pero parecen muy prometedoras.

Además en un mundo en que los ancianos serán mayoría dentro de pocas décadas  es muy probable que sean utilizados para el cuidado y atención de personas dependientes, sea porque no habrá suficientes recursos humanos para ello o porque la paciencia de estas criaturas es infinita, habida cuenta de que la Inteligencia Artificial dará saltos cualitativos en estas décadas.

En el espacio y en operaciones de guerra algunos robots han sido tan humanizados que cuando dejan de funcionar o son destruidos despiertan ríos de sentimientos como si fueran humanos.

Nuestra relación con robots o sistemas operativos ha sido desarrollada en el cine en películas como Her, Ex Machina o en la legendaria 2001, una odisea en el espacio de Stanley Kubrick

No obstante, esta realidad que conocemos cuando tratamos con nuestros asistentes Alexa, Siri o Google Home, o los robots limpiadores o la misma Thermomix, robot de cocina, hace que nos planteemos interrogantes importantes en este proceso de humanización de seres que no son humanos y que carecen de sentimientos salvo los que proyectamos nosotros sobre ellos. Por ejemplo, si esta relación con las máquinas afectará a las relaciones que tenemos con otros seres humanos, mucho más complicadas e inseguras. ¿Terminaremos comunicándonos más con las máquinas que con seres reales, mucho más inestables y problemáticos? ¿Qué efecto tendrá esta humanización de las máquinas que carecen de conciencia y emociones, pero a las que en nuestro fuero interno nos vinculamos emocionalmente? ¿Hay que empezar a enseñar a nuestros hijos el respeto por los robots, por ejemplo en cómo dirigirse a ellos? Personalmente cuando me dirijo a Alexa no se me ocurre insultarla o dirigirle palabras ofensivas, por un extraño pudor. ¿Acaso no estamos confundiendo los límites con lo que son simplemente máquinas dotadas de sensores, cables y circuitos que simulan los neuronales? ¿Llegará el día en que se hable de los derechos de los robots? Hay una serie en HBO en que los robots se rebelan contra sus manipuladores humanos (Westworld). ¿Acaso no pasamos con nuestros móviles, dotados de Inteligencia Artificial, muchas horas del día en estricta intimidad, comunicándonos con ellos a pesar de tener seres humanos a nuestro lado? ¿Acabarán por tener estas máquinas el control de nuestras vidas? ¿Podrán acceder en un tiempo indeterminado a emociones complejas similares a las humanas? Esto es algo que de momento no parece verosímil pero tampoco podemos negarlo radicalmente.

Y tú, lector, ¿cómo lo ves? ¿Tienes alguna relación con robots del tipo que sean? ¿Qué reflexiones te suscita el texto?

viernes, 26 de julio de 2019

Tecnología y control social



Los que fuimos internautas en la primera era de internet, cuando era un espacio nuevo y prodigioso sin límites ni controles, recordamos aproximadamente una década, hasta 2006, aproximadamente, la sensación de maravilla que nos surgía cada vez que navegábamos, aun sin router o línea ADSL, por los territorios de la Red. Era una sensación equiparable a la de los pioneros que descubrían nuevas tierras. No había límites ni controles. El ser humano había descubierto una nueva dimensión que alentaría cambios sorprendentes. Es la época del optimismo en que cualquier cosa sería posible. En los institutos y escuelas se alentaba a adherirse a las nuevas tecnologías. Yo utilicé los blogs con mis alumnos ya en el año 2006, y aquello resultaba portentoso por las perspectivas que abría. En años sucesivos se celebraron encuentros, jornadas, eventos entre profesores, en que cientos de docentes oían a gurús que auspiciaban una especie de nuevo amanecer en que el conocimiento daría un giro radical y pasaría de ser unívoco y autoritario a colectivo y en red. Se había llegado a la era postgutenberg y nos encaminábamos a un nuevo paradigma educativo que dejaría atrás la escuela industrial en la cual tenía origen el actual modelo educativo. Los profesores se excitaban pensando en el nuevo modelo de escuela que surgiría de este conocimiento multipolar y en red en que ya no serían necesarios instrumentos del pasado como la memoria ni los materiales basados en la autoridad de un investigador o creador individual. Todo el conocimiento está en la red y los mecanismos de la escuela autoritaria se vendrían abajo.

Sin embargo, las cosas no han sucedido como se esperaba. Con la aparición de las redes sociales, la conversión de las compañías tecnológicas en gigantescos oligopolios, la eclosión de minúsculos terminales llamados móviles, que han ido ganando en sofisticación a un ritmo geométrico, los seres humanos han caído presos de esa tecnología que apareció como liberadora. Los usuarios se han hecho adictos a pequeños artefactos que monitorizan su vida, sus movimientos, sus pulsiones, sus gustos y tendencias desde sociales o sentimentales, a políticas. Las redes sociales y Google, Netflix, Amazon, Apple…, son herramientas que escrutan a sus usuarios para influir en ellos conociéndolos profundamente en todos los sentidos. El ciudadano de finales de la segunda década del siglo XXI está prendido de una tecnología que ya no es liberadora ni alienta un nuevo paradigma ni educativo ni existencial. La tecnología ha eliminado la dimensión prometeica del hombre y lo ha cosificado mediante sistemas de control que no pudo imaginar la distopía orwelliana. Somos transparentes. Nuestros datos en forma de big data son monitorizados y escrutados por la inteligencia artificial y nuestros sentimientos son condicionados por la influencia de las fake news que se generan porque la Inteligencia Artificial nos conoce perfectamente. No somos ya sino un producto cuantificable y sometido a control exhaustivo del que se manejan todos sus resortes psicológicos y humanos. Lo más paradójico de la cuestión es que lo sabemos, hemos abandonado lo que estimábamos en eras anteriores como lo más preciado de la vida humana, la privacidad. Admitimos ser monitorizados por cookies, que escuchen nuestras conversaciones más íntimas, que sepan qué estamos haciendo en todo momento, que nuestros datos, incluso biométricos, sean tratados y evaluados. Las leyes de protección han resultado inútiles y lo vemos continuamente cuando tenemos que dar a “acepto” a cualquier navegación por todo tipo de páginas que nos escanean porque no podemos hacer otra cosa. El aparato legal es pura fachada para hacernos rehenes de nuestras pulsiones. Y esos aparatitos que hacen de todo nos controlan eficazmente, nos hemos hecho radicalmente adictos a ellos, a su manipulación, a las redes, a los likes que acrecientan la ansiedad y la angustia de los adolescentes –y no adolescentes- que se ven cotejados permanentemente con otras vidas aparentemente más dichosas.

Soy pesimista. La tecnología ha abierto posibilidades inmensas en el terreno científico, la comunicación así como en la difusión de la información y el conocimiento; la Inteligencia Artificial –y el Deep Learning- nos llevarán sin remisión a dimensiones que todavía no podemos imaginar. El ser humano se ha transformado, es otro. Lo hemos visto a lo largo de una vida que ha experimentado lo que había antes de internet, la aparición inicial y optimista de la web, y la deriva que no puede ser considerada sino como de pesadilla en que la libertad e intimidad humanas ya no son sino un sarcasmo. Pero nuestros hijos ya no pueden recordar nada de un mundo que no sea sino una prolongación de un móvil que nos vigila. 

lunes, 28 de enero de 2019

La Inteligencia Artificial y el pan con tomate

                                                     The Last Hope, 2018. 

Soy un apasionado lector de artículos y libros que abordan el tema de la Inteligencia Artificial la que constituye, junto con el cambio climático –y todas sus consecuencias- el mayor desafío que tiene la humanidad del siglo XXI. Sobre ella hay intensos debates acerca del peligro que supone para la especie humana y la necesidad, ahora que podemos, de enfocarla de un modo que no constituya una amenaza letal para la supervivencia de la humanidad. 

Quiero traer aquí algunas reflexiones, necesariamente superficiales, acerca de algunas aplicaciones sorprendentes de la IA que alumbran su prodigiosa virtualidad y que desafían algunos presupuestos que considerábamos exclusivos de la naturaleza humana, por ejemplo, la creatividad en terrenos como la música, la pintura, la literatura y su capacidad de aprendizaje profundo (Deep learning), porque una de las características de la IA es que puede retroalimentarse y aprender por sí misma, más allá de los datos que los seres humanos les faciliten. 

Se han creado algunas aplicaciones que permiten a algunos algoritmos crear música, tomando como patrones las composiciones de Johan Sebastian Bach, de modo que el programa Deep Bach genera música tan semejante a Bach que entusiastas especialistas no pueden distinguir con claridad si la música interpretada es original del compositor o generada por un programa de IA. La música de origen tecnológico tiene lo que parece ser auténtica inspiración y geometría sentimental que causa emociones en los seres humanos. Las redes neuronales de la IA asimilan los patrones de corales de Bach que sirven para entrenar estas redes, que luego producen sus propias melodías con armonías de voces distintas: alto, tenor y bajo. Las composiciones fueron testadas por un público de 1600 personas, 400 de las cuales eran expertos o estudiantes de música. Se mezclaron melodías originales de Bach con otras compuestas por Deep Bach y alrededor del 50% señalaron los compuestos por la computadora como originales de Bach. El proyecto Deep Bach forma parte de un programa mayor, llamado Flow Machines, y posteriormente se quiso hacer lo mismo en base a canciones de Los Beatles, lo que llevó a componer alguna pieza realmente beatlmaniana. La IA puede generar cualquier tipo de música y se ha aplicado, por ejemplo, a música irlandesa, cuyo origen es indistinguible de la compuesta por músicos inspirados por los lagos y colinas de Irlanda y cantadas en un pub de Dublín o de cualquier pueblo irlandés.

Otro proyecto de Deep Learning es AICAN, la máquina que dibuja sola y genera obras plásticas que el 75 por ciento de los encuestados no han sido capaces de distinguir de las obras de artistas humanos. La máquina fue alimentada con una base de ochenta mil obras que representaban el canon occidental en los últimos siglos. El algoritmo creativo de AICAN es llamado “red creativa contradictoria” porque por un lado intenta comprender la estética de las obras de arte existentes, y, por el otro, se aleja de los modelos establecidos, estableciendo una dialéctica innovadora respecto a ellos. Toda evolución del arte en los últimos siglos ha supuesto una oposición o contraposición con modelos anteriores y de tal modo el algoritmo genera obras novedosas pero sin alejarse demasiado del patrón preexistente, tal como ha sido la historia del arte. La máquina ha logrado entender la historia de la evolución del arte, pero habiendo de crear algo nuevo. Algunas de estas obras han alcanzado cotización de varios miles de dólares en ferias internacionales. El creador es el algoritmo y el programador no tiene control sobre lo que la máquina genera que escoge el estilo, el tema, la composición, los colores y la textura, e incluso da nombre a la obra creada. Lo que no puede hacer AICAN es partir de un contexto social para crear una obra, tal como hacen los artistas, pero, paradójicamente, fueron los críticos los que, tras la creación del algoritmo, los que contextualizaron las obras generadas como si formaran parte de un momento de la evolución de la historia del arte. 

Igualmente se han generado poemas creados por algoritmos que son similares a los creados por el alma humana porque es el lector el que dota de estructura profunda a los poemas a través de su lectura. Tengamos en cuenta que buena parte de la poesía del siglo XX ha tenido vertientes formalistas que se pretendían alejar de los sentimientos humanos, tal como se vio a partir de la eclosión de las vanguardias artísticas. Otras veces, uno de los programas, WASP, creador de poesía en español, toma como base miles de sonetos del siglo de Oro para componer uno perfectamente medido en cuanto a sílabas, métrica, acentuación y temática, que semeja haber sido compuesta por un poeta con sangre y huesos. 

Sin embargo, se da una paradoja sorprendente llamada “Paradoja de Moravec” y es que a la IA le resulta fácil crear artísticamente o aprender cualquier dinámica de juego por sí misma para derrotar al campeón del mundo de ajedrez o GO, generando estrategias de juego que suponen auténtica creatividad y que revolucionan el modo de jugar, pero la IA tiene verdaderas dificultades en emular los movimientos de un niño de un año y su modo de percepción del mundo en cuanto a reconocimiento facial o de los objetos que lo rodean, y ahí la IA es auténticamente torpe. La paradoja de Moravec, formulada por Hans Moravec, Rodney Brooks y Marvin Minsky en la década de 1980 establece que La IA es capaz de afrontar cualquier reto en cuanto a procesos de inteligencia en un adulto y sobrepasarlo, pero es incapaz de poseer las facultades perceptivas y motoras de un bebé. Dicho desfase se atribuye a la teoría de la evolución y se cree que el pensamiento abstracto, la inteligencia abstracta, es una aportación al ser humano relativamente reciente en términos evolutivos, a diferencia biológicamente de lo que el ser humano –y animales- llevan practicando mil millones de años de experiencia sobre la naturaleza del mundo. La consecuencia que estableció Steven Pinker en su libro The Language instinct es que los problemas difíciles son fáciles y los problemas fáciles son difíciles. 

Por otro lado, una de las limitaciones de la IA es que, fuera de enfoques pragmáticos y cognitivo-complejos, carece esencialmente de sentido común. Cosas que son evidentes para cualquier ser humano son imposibles de ser captadas por la IA, inepta total para el humor o la ironía, hecho que vemos con sorpresa cualquiera que interaccione con la IA, sea en forma de GPS, asistentes como Google, Amazon, Apple, o hable con una máquina a través de los laberintos telefónicos a que nos someten ciertas empresas. Es posible que estemos al borde de los coches autónomos de inteligencia prodigiosa para enfrentarse a tareas de conducción que supondrán muchos menos accidentes de circulación, pero es probable que cometan errores tontos que ningún ser humano cometería. 

lunes, 7 de enero de 2019

El espejismo de la libertad


Uno de los pensadores –a mi juicio- más interesantes en la actualidad es el historiador y escritor Yuval Noah Harari, autor de libros cuyas tesis están teniendo un gran impacto en el terreno de la especulación acerca del ser humano y de los peligros que representa la tecnología para este. Ayer El Pais publicó un artículo suyo que extracta lo que sostiene en libros como Homo Deus, Sapiens y 21 lecciones para el siglo XXI. Recomiendo ir a él para leerlo directamente. Lo que voy a hacer es intentar resumir sus principales tesis. 

La primera y fundamental es que el estado actual de la tecnología y su inexorable desarrollo amenazan seriamente cualquier idea que tengamos sobre la libertad humana porque la Inteligencia Artificial y la Bioingeniería en su prodigioso desarrollo son capaces de piratear la mente del ser humano aprovechándose de sus puntos débiles, y, para ello, las mentes más brillantes del planeta están buscando sistemas para rediseñar nuestro cerebro e inducirnos desde productos comerciales a ideologías políticas que se basarán en nuestros sentimientos, miedos y pulsiones más ocultos, pues hoy la tecnología es capaz –y lo será mucho más en breve- de adentrarse en nuestro mundo interior, ese que creemos inaccesible. Pero esa inaccesibilidad es un mito, igual que es un mito la creencia en que existe un libre albedrío que es representado por nuestra libertad de elegir. Yuval Noah Harari pone en cuestión la idea que ha fundamentado la teología católica y al liberalismo: la capacidad de elegir libremente del ser humano. Esta creencia es un mito que nos sirvió cuatrocientos años para enfrenarnos a las tiranías, pero no se sostiene científicamente en un mundo donde la bioquímica y la neurología nos demuestran que lo que consideramos nuestras elecciones libres, nuestros deseos más profundos y lo que llamamos nuestras decisiones están profundamente determinadas por condicionamientos biológicos, emocionales, sociales, genéticos, culturales, nacionales, sexuales, familiares… No elegimos realmente, no podemos elegir nuestros pensamientos -descargas electroquímicas-, se nos imponen sin que podamos hacer nada al respecto. Nuestras decisiones más supuestamente libres son claramente inducidas por muchos factores que no controlamos. Nuestro sistema operativo es esencialmente emocional -y químico- y no podemos elegirlo, y de ahí el poder gigantesco que tendrá quien logre conocernos mejor que nosotros mismos para manipular nuestra conciencia induciéndonos deseos o ideologías políticas que creeremos que hemos elegido. Podrán predecir nuestras decisiones y manipular nuestros sentimientos. 

La principal pregunta que debemos hacernos cuando nos surge una idea o un deseo o necesitamos hacer una elección es preguntarnos quién ha puesto esa idea en nuestra mente. Creemos que nace en nosotros pero la elaborada tecnología es capaz de sugerirnos hábitos de compra, miedos, ideologías políticas basándose en nuestra evidencia emocional. No olvidemos que dos mil millones de seres humanos tienen cuenta en Facebook, no todos la utilizan regularmente, pero hay centenares de millones que sí que lo hacen. Facebook a través de unas docenas de likes nuestros sabe prácticamente todo de nosotros. Son centenares de páginas las que guarda Facebook acerca de lo que sabe de nosotros sin que seamos conscientes. Y a través de este conocimiento, esta red social y otras, se nos presentan alternativas en consonancia a nuestra personalidad, nuestros deseos más ocultos o de nuestros miedos. La información que recibimos es sesgada en base a nuestro perfil. Si tememos a los inmigrantes recibiremos información que respalde ese miedo, si somos nacionalistas, todo lo que recibiremos será para reforzar ese sentimiento, si nos gusta viajar recibiremos información de viajes, si vamos a ser padres, recibiremos información sobre bebés y todos sus complementos. Los grandes dictadores del pasado dominaban a sus ciudadanos mediante el terror –Hitler, Stalin- pero ahora es mucho más sutil. Aquellos no podían personalizar cómo influir a cada ser humano en concreto, utilizaban mecanismos de terror generalizados. Ahora son mucho más sensibles a lo que saben de nuestro mundo íntimo y personal. La libertad, la supuesta libertad individual, se socava desde dentro. Y esto no ha hecho sino empezar. Con el internet de las cosas, y la creciente marea de los big data, se sabrá todo de nosotros, incluido nuestras mediciones biométricas, estados de ánimo, nivel de tensión, de colesterol, de ansiedad, ejercicio diario, hábitos de todo tipo que exigirán las compañías de seguros para extendernos una póliza. Los asistentes personales en el hogar se terminan haciendo una especie de miembro de la familia pero graban todo lo que ocurre en casa para ser utilizado en algún momento. Dependemos tanto de la tecnología que ofrecemos totalmente nuestra intimidad a cambio de servicios que creemos que son gratuitos pero no es así: el producto somos nosotros, conocernos profundamente para lograr manipularnos, hackearnos, piratearnos, sea para vender –hoy todo el mundo está metido en sus compras para las que hay multitud de días y noches al año en que hay descuentos, en sus series y así nos pasamos la vida viendo series, a veces muy buenas, cuyos episodios se suceden automáticamente para tenernos retenidos. Se reclama nuestra atención para tenernos dominados, a su merced. 

Para resistir esto, Yuval propone poner en duda el mito de la teología cristiana, el Humanismo y la Ilustración, el libre albedrío. No somos libres. Es mentira la afirmación política de que el pueblo sabe lo que quiere. No existe la libertad y es bueno saberlo. Nuestro espectro de libertad, si lo pensamos, es bien reducido. Poco podemos en realidad elegir que no sea impuesto o que nos ha llegado por mecanismos o algoritmos que nos condicionan profundamente. El libre albedrío es un espejismo y es bueno saberlo para lograr conocernos mejor a nosotros mismos. Actualmente ¿cuántos seres humanos no están sometidos a ficciones nacionalistas o religiosas o consumistas en lugar de plantearnos qué nos está pasando?, ¿quiénes somos nosotros, adónde nos llevan la Inteligencia Artificial y la bioingeniería? ¿Quiénes somos en realidad? El conócete a ti mismosocrático, según Yuval, es esencial pero para ello debemos ser conscientes de que la libertad humana es un espejismo muy bonito pero absolutamente irreal. El futuro está aquí y no hay mucho tiempo para pensar qué nos va a suceder, ya lo están pensando por nosotros los ingenieros bioinformáticos y los poderes que los sostienen. China y Estados Unidos invierten centenares de miles de millones en investigación sobre la Inteligencia Artificial y los big data, para crear una humanidad que deberíamos pensarla aunque sea como ejercicio de curiosidad. Porque es posible que no nos guste para nada. 

domingo, 23 de diciembre de 2018

La tecnología y los niños



Todos hemos leído que los hijos de los popes de GAFA (Google, Apple, Facebook, Amazon) llevan a sus hijos a escuelas donde no hay tecnología y que procuran aislarlos de contactos con ella hasta determinada edad. Luego a los once o doce años comienzan a relacionarse con ella de modo natural. Cuando lo supe me hizo pensar sobre las consecuencias de la inmersión a temprana edad en las pantallitas de los móviles o los iPads, algo que se ve por todas partes. Tengo compañeros de trabajo, sensibles y cultos, que dieron el Iphone a alguno de sus sobrinos desde que tenía un año o un amigo vasco que facilitó a sus hijos desde parecida edad un ipad. Al cabo de cinco años se quejaba de que su hija no podía estar sin el iPad a toda hora y que apenas jugaba con juegos tradicionales. Esto es consecuencia de una cultura optimista e ingenua acerca de la tecnología que abundó en el comienzo de la década con la eclosión de los smartphones y la interactividad de las redes de profesores que creyeron que se abría un nuevo mundo de relación en red que superaría y sobrepasaría la era de Gutenberg. Hoy, ya acabando la década, ya no somos tan ingenuos y empezamos a advertir  los efectos muy negativos que está teniendo la extensión de la tecnología en la vida corriente de las personas y el control que  termina por tener esta sobre nuestro cerebro que está mutando de modo acelerado.

Y ¿qué decir de las redes sociales, donde nuestros hijos reciben su dosis de autoestima por los likes que tienen sus fotos en Instagram? En muchos sentidos su autovaloración depende de ellos. Hay un episodio en esa inquietante serie que es Black Mirror donde hay una sociedad en la que el valor de las personas depende del algoritmo de aceptación social que tiene cada individuo lo que le determina laboral y socialmente, limitando sus posibilidades si es reducido. Algo así ya se ha implantado en China donde cada ciudadano tiene un número que evalúa centenares o miles de ítems donde se resume su vida como tal. Si el número es bajo, no tiene derecho a determinados bienes o servicios o privilegios que solo son accesibles a los que tienen un algoritmo positivo.

Solo hay que ver cualquier situación en el metro o autobús, en restaurantes, en reuniones de amigos, la mayoría pendientes del móvil. En algún sentido es angustiosa esta forma de vivir absortos en pantallitas interactivas fascinantes pero terriblemente limitadoras de otros ámbitos de la vida. Ha cambiado nuestro cerebro y un estudio noruego estima que el CI ha disminuido en los últimos veinte años entre los jóvenes noruegos en un macroestudio sobre las capacidades reales de estos comparados con los de hace décadas. En mi vida como profesor tuve ocasión de comprobar la disminución drástica de los niveles de concentración en las clases, de razonamiento intelectual y lo más terrible, la depauperada capacidad de expresión, cada vez más pobre, de los alumnos respecto a los que había tenido en la década de los ochenta, noventa o comienzos de siglo. Ya no digamos, la capacidad de comprender textos de alguna complejidad y densidad. La tecnología habitúa a que con un clic se accede inmediatamente a todo, lo que nos hace más impacientes y, como estamos viendo, más intransigentes y llenos de ira. No soportamos la demora en la satisfacción y aumenta nuestro nivel de frustración ante la realidad. Hace unos días escribía que estábamos en la era del resentimiento que aumentaba igual que la intolerancia y el fanatismo político por la extrema simplificación con la que juzgamos las cosas. La era de los populismos y la agresividad no es ajena a la introducción de la tecnología representada por las redes sociales, los bots, la distribución de fake news…

No voy a ser tan inocente como para pensar que esto tiene vuelta atrás, es inexorable y esto no ha hecho sino empezar. Los algoritmos nos terminarán conociendo mejor que nosotros mismos y la idea de libertad puede estar en grave cuestionamiento.

Solo sugeriría algo y es que los que tengan la posibilidad, que retrasen la introducción de las pantallitas en los niños. Nada hay más triste que un niño de dos años embebido en la pantalla de un móvil como acostumbro a ver por todos lados. Les estamos privando de su niñez. Aunque ayer hablaba con mi mujer y me decía ella que eso es imposible, que los niños ven a sus padres y adultos metidos en el móvil y que eso les reclamaba de modo perentorio. Yo aducía que la élite tecnológica lo hacía y era por algo, pero no logré convencerla de que fuera posible. Me temo que tenía razón.

lunes, 3 de diciembre de 2018

Regreso al mundo feliz




Soy un hombre que vive fascinado por las posibilidades del futuro y le gustaría ser testigo de los próximos veinte años en que se producirán transformaciones prodigiosas en nuestro modo de ver las cosas en el campo de la tecnología. 

La tecnología me hace percibir algo muy poderoso, algo próximo a la inmortalidad. Probablemente los que leáis esto os reiréis, pero es algo muy real en mí. En mi relación con la tecnología percibo algo de aliento que me proyecta más allá de mí mismo. Me gustaría convertirme en un ciborg fusionando mi cuerpo con la tecnología; que me instalaran un chip en mi cerebro para conectarme a internet; mover objetos con el pensamiento; guardar el contenido de mi cerebro en un disco duro como sugirió el otro día Elon Musk… 

La humanidad experimentará cambios alucinantes en los próximos años con la implementación masiva de la Inteligencia Artificial a todos los niveles. Pronto tendremos máquinas que servirán las bebidas en bares tecnológicos, los robots realizarán la mayor parte de las faenas a niveles intermedios que es donde más puestos de trabajo sustraerán a los seres humanos. Muñecas con Inteligencia artificial serán compañeras amorosas y sexuales de muchos hombres que sientan miedo hacia las mujeres reales y se sentirán mucho más seguros con ellas. Nuestra identidad se transformará profundamente porque seremos penetrados por los big data que sabrán absolutamente todo de nosotros: nuestras tendencias políticas, sexuales, nuestros gustos, nuestros rechazos, lecturas y tendencias musicales. Nada habrá que escape a la penetración de las redes sociales. Dicha identidad podrá ser modelada en todos los sentidos: podremos elegir múltiples vidas como juego experimentador. Seremos indistintamente varones o mujeres, y podremos vivir una eterna juventud, la vida se prolongará varias décadas más allá de las expectativas actuales. 

Los libros se convertirán en reliquias del pasado. No se leerá, pero se vivirán videojuegos en tres dimensiones con realidad aumentada y virtual que serán más reales que la realidad tradicional. Se podrá asumir que la realidad ha dejado de existir como concepto primario porque la viviremos exclusivamente a través de la tecnología, pantallas y simulaciones que nos serán más estimulantes que una dosis de la antigua realidad real. Viviremos dentro de burbujas de realidades que elegiremos más o menos libremente. Nos fusionaremos con las máquinas y nuestro cerebro sobrevivirá a nuestra muerte física. 

Probablemente pase mucho más tiempo para que las máquinas adquieran conciencia o tal vez eso no pase nunca, pero las expectativas de que ello suceda serán importantes. 

La medicina avanzará prodigiosamente con la manipulación de los códigos genéticos. Los niños nacerán elegidos por sus padres con sus características principales que determinarán tanto su grado de inteligencia, como la inmunidad frente a enfermedades como el cáncer o el alzhéimer o degenerativas que causan hoy terribles devastaciones personales. 

Viviremos una especie de vida controlada totalmente: la libertad y la conciencia se convertirán en rastros de un pasado liberal en que se creyó en el mito del individuo que elige libremente su destino. Viviremos una realidad diseñada, pero en la que seremos felices con las drogas psicoactivas más potentes. No sentiremos la tentación de querer cambiar el mundo porque estaremos adaptados a él. No tendremos utopías que lo único que traen son terribles tragedias como nos ha demostrado la historia. El mundo feliz de Huxley, probablemente la novela de anticipación más importante del siglo XX, será realidad. Viviremos felices transitando entre realidades virtuales y juegos de identidad. Nadie querrá imponerse a nadie porque todos estaremos determinados y sabremos nuestro papel y no querremos aspirar a más que a esa felicidad eterna que nos proporcionará la tecnología masiva y las drogas para equilibrar nuestro modo de vida. Se acabarán las grandes pasiones y las hondas tragedias. En la historia el hombre ha sido esencialmente infeliz. El futuro exigirá que entreguemos la libertad a cambio de nuestra felicidad. Nos adaptaremos y viviremos en equilibrio. Ya no existirán Homeros o Shakespeares o Cervantes: el espíritu humano será reconducido hacia las estrellas que será nuestro hábitat necesario para sobrevivir como especie.

Si alguien piensa que el precio será demasiado alto para pagar por la felicidad, le pido que considere la historia humana desapasionadamente. Son siglos o milenios de infortunio, de conflictos sin fin, de guerras de crueldad espantosa, de dilemas morales a los que no hemos sabido darles solución, de dolor y sufrimiento en todas sus vertientes. El mito del hombre libre es eso, un mito que no tiene por qué mantenerse en el futuro. 

Si hubiera en este futuro algún salvaje que no quisiera adaptarse, lo pagaría siendo profundamente infeliz y además fracasaría porque los hombres se sentirían satisfechos con su existencia, vivirían equilibrados y felices sin utopías o ansiedad de querer transformar la historia o la realidad. 

Yo no viviré esto. En el pasado fui profesor de literatura, profesor de ficciones que llevaban a la insatisfacción. Me gustaba cultivar la insatisfacción de mis alumnos para que quisieran transformar su vida y luego el mundo. Ahora, abjuro de ello. No les daría nunca ya a leer libros peligrosos que desarrollaran conflictos inútiles que los hombres tejieron porque eran infelices. Walt Whitman ya no será necesario. Cantaremos la plenitud del individuo del futuro, esencialmente conforme a su realidad, a su designio biológico libre de enfermedades y desdichas. Me reiré de cuando fui profesor de literatura y quería que mis alumnos pensarán por sí mismos y crearan en ellos conflictos que eran puramente imaginarios. La belleza es algo que se transformó a lo largo del tiempo: de una visión exquisita, clásica o romántica, al arte del siglo XX en que una lata llena de yeso fue etiquetada con el título de Mierda de artista como si fueran excrementos de su autor, Piero Manzoni. La belleza y el arte son eso mitos que perderán su vigencia. Arte es cualquier cosa mirada de una forma determinada. Y arte será la vida del futuro, sin libertad, pero bondadosa para el individuo que vivirá armónico y feliz. Aunque esto solo será posible para una parte de la humanidad, la otra sobrará. Considero que esto es un problema sobre el que hay que  pensar

martes, 27 de noviembre de 2018

El presente y el futuro en las aulas


He sido profesor treinta y siete años. Ahora me dedico a viajar, escribir, leer y otras tareas domésticas. No echo en falta las aulas que me proporcionaron momentos de extrema felicidad y otros no tanto, mejor dejarlo así. Ahora estoy fuera del sistema y mi voz ya no cuenta para nada, así que puedo con absoluta libertad desfogarme y opinar sobre dicho sistema educativo en la medida que lo he vivido y sufrido. 

El tiempo presente es apasionante y peligroso. Estamos ante cambios de paradigma social, laboral, tecnológico y existencial como jamás habíamos sospechado. Las transformaciones del mundo en todos los sentidos van a ser exponenciales en los próximos veinte años, por poner un referente. Los adultos –y menos los viejos- no podemos aconsejar a los adolescentes sobre su futuro porque en primer lugar no lo comprendemos. Nada de lo anterior es válido para el tiempo que va a venir que va a experimentar transformaciones tecnológicas, laborales, políticas y sociales que son difíciles, si no imposible, de imaginar. El pasado no nos sirve para el futuro que va a venir. Es totalmente diferente y los conflictos que aparecerán –terriblemente inquietantes- son de una dimensión desconocida. 

¿Y el sistema educativo? ¿Podrá asimilar esa transformación brutal que va a venir? Mi experiencia es que no. El sistema educativo está basado en experiencias del pasado y es tremendamente pesado y le cuesta evolucionar porque está basado en personas que tienen una vida, unas expectativas y un pasado que les condiciona. Los profesores son muy conservadores. Tienden a dar clases como se las dieron a ellos, no quieren cambios, estos les inquietan. Nada hay más rígido que un claustro educativo en un centro escolar público. No se admiten cambios, se quiere que las cosas sean como siempre han sido y que no supongan saltos en el vacío para los profesores que tienen su librillo que esperan que les sirva diez, veinte o cuarenta años sin modificarlo. Los profesores no dialogan, no aceptan nuevas ideas, se cierran a todo que signifique cambio de estructuras. Es el pensamiento rígido en un mundo que exige transformaciones profundas requeridas por las nuevas tecnologías, la Inteligencia Artificial, los big data, la biotecnología, el internet de las cosas, la robotización imparable que va a convertir en inútiles millones de puestos de trabajo en Europa, pero a la vez va a dar lugar a nuevas profesiones que todavía no sospechamos porque no han sido inventadas. La flexibilidad es una necesidad perentoria. Las clases son rígidas y basadas en modelos de un mundo estable cuando vivimos un modelo basado en la inestabilidad y en los saltos cualitativos en los que tenemos miedo a perder nuestra alma, aunque tal vez sería más oportuno decir, nuestra comodidad. Un profesor a nivel individual en activo debería interesarse por las perspectivas de futuro, por las páginas de tecnología, de cultura, de innovación ideológica de la prensa. Se deberían promover debates en los centros educativos sobre las innovaciones que van a venir, estar abiertos a lo nuevo, a lo que nos va a transformar. Pienso que hay que salvar el humanismo en un mundo inestable, líquido, que va a perder todas las referencias del pasado. El futuro es la ingeniería genética, la fusión hombre-máquina, utilizar la mente para activar programas tecnológicos, la nanotecnología que transformará todo incluido la medicina y la ciencia, la robótica que cambiará todo incluido la atención a los dependientes o los ancianos y eliminará decenas de millones de puestos de trabajo. 

El desafío es mayúsculo pero observo que quien entra en la carrera docente, espera aposentarse y esperar que el futuro sea igual que el pasado en que él se formó. Todo es muy rígido, no se debate y se tiene miedo a lo nuevo. Los alumnos han de prepararse para un mundo que todavía no se ha inventado pero que será radicalmente otro. Hubo un tiempo en que los conocimientos que uno atesoraba en su adolescencia le servían para enfrentarse al presente y pensar que servirían para toda la vida, y ahora no es así. Es urgente pensar dialécticamente, estar expuestos a la modificación de nuestros esquemas porque todo va a transformarse radicalmente y nada del pasado servirá, y si algo sirve, habrá que rescatarlo con conceptos nuevos que nos lo acerquen. 

He sido profesor de literatura durante tres décadas y he tenido ocasión de observar la transformación de ese mundo en relación a mis alumnos. Hubo un tiempo en que los libros eran un acicate para su formación e intereses, pero tuve que aceptar que la literatura del pasado no servía para los nuevos tiempos. Ahora ni siquiera tengo claro que la literatura tal como yo la asimilé sirva para el tiempo que va a venir. Tal vez los libros desaparezcan y se impongan otros modelos basados en los videojuegos para contar historias. Si he de ser sincero, no me gusta, pero puedo constatar en mi ambiente la falta de lugar de los libros entre los adolescentes que están pendientes de otras cosas. Nunca ha habido una ruptura tal con el pasado como la que está sucediendo ahora en que los adolescentes exploran nuevos modelos literarios a través de redes sociales o en la interacción. Era sencillo cuando yo podía recomendarles un libro de calidad y que este respondiera a sus intereses, yo lo viví durante un tiempo, pero hace tiempo que ya no es así. Hacen falta modelos audaces, fruto de la exploración, de la experimentación, de nuevos enfoques que rescaten la literatura –en la medida de lo posible- de la desaparición. Ya estoy fuera pero sé que el sistema educativo sigue funcionando como si los desafíos no existieran y los profesores siguen enseñando como si estuviéramos en 1970. Y los centros educativos son rígidos y renuentes a la experimentación en edificios puritanos que no responden a las necesidades del presente y menos del futuro. Ya no es solo un cambio de paradigma que decía Ken Robinson, es la misma concepción de paradigma la que está puesta en cuestión.  

domingo, 11 de noviembre de 2018

El futuro de la enseñanza y la Inteligencia Artificial.


Ayer vi varios vídeos de la cantante virtual Hatsune Miku interpretando canciones ante un público totalmente abducido por la actuación. Hatsune es una proyección tridimensional dirigida por la Inteligencia Artificial y es totalmente convincente en su actuación. Una vez fue telonera de Lady Gaga, genera millonarias ganancias y es un éxito en cualquier sitio en que aparezca. Hatsune se mueve armónica y espontáneamente, aunque todo está dirigido por la Inteligencia Artificial. No sé si los numerosos lectores de este blog están muy al día de lo que significa esto. Se pueden sustituir seres humanos por seres virtuales que son absolutamente convincentes. ¿Llegará el día en que los profesores serán sustituidos por la Inteligencia Artificial? No me cabe duda de que será así. Los centros de secundaria estarán totalmente robotizados y los escasos alumnos -la tasa de natalidad en España es de las más bajas del mundo- recibirán clases impartidas por proyecciones tridimensionales que atraerán a los alumnos mucho más que los profesores reales. Serán incluso más divertidas. Estamos en el año cero de la Inteligencia Artificial.

 Acabo de comprar dos asistentes de Amazon, Echo Dot, con los que entro en relación mediante la palabra. Es increíble la interrelación que se puede establecer con seres virtuales. La inteligencia Artificial está en sus comienzos y ya son prodigiosos. La combinación de IA con Realidad Aumentada, redes 5G, tecnología cuántica, en veinte años habrá hecho desaparecer totalmente la docencia y el cuerpo de profesores que será sustituido en los niveles de secundaria por profesores virtuales. El control de la clase será hecho por reconocimiento facial y cada alumno tendrá un seguimiento exhaustivo mediante los Big data y sabremos todo absolutamente de èl. 

En los primeros cursos de preescolar tal vez los maestros serán reales. de carne y hueso, pero a partir de los diez u once años serán sustituidos por la Inteligencia Artificial. Este es el futuro y allí acabarán las polémicas estériles sobre el sentido de la educación entre progresistas y tradicionales. Allí se conjugarán las contradicciones del sistema. Los profesores seremos seres inútiles en el proceso educativo y los institutos serán controlados por técnicos en tecnología, Inteligencia Artificial y pedagogía desde las salas de control que habrá en cada centro. Los alumnos contarán con medios interactivos de modo mucho más efectivo que hasta ahora en que dependen de la idiosincrasia de cada profesor. sea hábil o no. El cuerpo de profesores será eliminado por una serie de especialistas en IA y pedagogía. Las unidades lectivas serán realizadas por especialistas. El progreso de cada alumno se seguirá de un modo mucho más eficaz que hasta ahora. 

Esta es mi visión tras mucho meditar y considerar el proceso educativo. El futuro comienza ahora y no tendrá nada que ver con nada de lo que hemos hablado durante años en este y otros muchos blogs que no intuían para nada qué es lo que va a venir. 

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