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sábado, 15 de octubre de 2022

El dolor de vivir


Suelo hojear la prensa en busca de noticias o entrevistas que me seduzcan. Ayer en El Mundo vi un titular que me llamó poderosamente la atención: 

 

La vida es una mierda y cuanto antes te des cuenta, mejor vida tendrás. 

 

El autor del libro La vida es dura es Kieran Setiya, profesor del Mit, que parte de su sufrimiento personal -padece dolor crónico- para animarnos a convivir con el dolor de cada uno, en un mundo en crisis. 

 

Las redes sociales ofrecen imágenes de vidas aparentemente felices o dichosas. Vemos a la gente bailando, comiendo en restaurantes guays, viajando por ciudades llenas de luz y de sugerencia, celebrando cumpleaños, riendo, saltando… pero sabemos que eso no es todo. A cada vida, a todas sin excepción, les toca su dosis considerable de dolor antes o después. El dolor es una constante en todas las vidas. Kieran Setiya, como profesor de filosofía en su materia Moral Problems and Good Life, plantea centrarnos en cómo convivir con el dolor más que una hipotética e insegura búsqueda de la felicidad y el placer. Ciertamente, todos conocemos y hemos vivido algunos de estas situaciones: la desilusión, el dolor, el desamor, los conflictos sin fin, el deseo que hace sufrir, la soledad, la depresión, el desempleo, la tristeza por seres queridos, el miedo a lo que puede venir, el duelo, la injusticia ,el fracaso, la enfermedad… En todas las vidas se termina conociendo la injusticia o el absurdo. 

 

La idea me interesó y leí la entrevista en El Mundo. Setiya cuestiona que la vida deba vivirse mediante proyectos, retos o desafíos, él habla más de “procesos”. Proceso mejor que proyecto. Los proyectos cuando se cumplen son muy estimulantes pero no es fácil que muchos de los proyectos en nuestra vida se cumplan. Por eso, él habla más de procesos, en una vida que encaje con las exigencias de la justicia y la moral. En los procesos podemos proponernos algo sencillo y accesible: intentar ser amable con la gente que te rodea o que te encuentras, disfrutar de las relaciones humanas, en la familia… El objetivo no es ser santos o exitosos, sino personas que encaran la vida con esperanza, a pesar del dolor de existir, sin intentar soslayarlo o mostrando una imagen de felicidad que muchas veces es irreal. 

 

En general la gente es más buena que mala, y los malos no son más interesantes que los buenos, aunque la literatura y el cine así lo proyecten. 

 

No hay duda de que la filosofía de Setiya en La vida es dura no es pesimista. Para él, una buena vida es tratarte bien y tratar bien a los demás, a pesar del dolor de vivir que es inevitable y en muchos casos, iluminador. Cuando leía esto, me venía a la mente las fotos de una mujer, familiar de un familiar, que padece cáncer de páncreas, de muy oscuro pronóstico. Ha perdido dieciocho kilos pero su rostro, con un turbante para ocultar su calvicie, a sus setenta años, parece sereno y feliz. Me han impresionado estas fotografías con sus hijos en un momento tan doloroso para ellos y para ella, que tal vez esté viviendo en la quimio, momentos de terror y sufrimiento, pero también está conociendo la solidaridad y el amor. 

 

No podemos hacer mucho en la vida, no somos la mayoría grandes hombres, y hacemos en realidad lo que podemos. Pero en esa humildad que implica el vivir, podemos prestar atención a lo que nos rodea, a todo lo que pasa a nuestro alrededor, e intentar ser amables con las personas que están cerca de nosotros. 

 

La vida no es fácil para nadie pero podemos convivir con el dolor, nuestro amado compañero. El príncipe Gautama nació en un palacio lleno de riquezas y gente joven a su servicio. Tenía todo pero quiso saber qué había más allá de los muros de su palacio en que parecía estar todo al servicio de su felicidad y su placer. Salió disfrazado del palacio y conoció pronto el dolor de vivir, la enfermedad, la vejez, la muerte, el infortunio… Reflexionó sobre ello, reflexionó sobre las causas del dolor, y en ello se basa su filosofía porque el dolor es nuestro amante más fiel. Kieran Setiya vuelve a ello en un libro que tiene como subtítulo: Para encontrar nuestro camino. 

martes, 11 de octubre de 2022

Canto a la libertad


Mañana haré una caminata en solitario. Será el día de la virgen del Pilar, la patrona de mi tierra, cuyo himno más extendido es el Canto a la Libertad de José Antonio Labordeta. No estoy en Aragón así que no habrá festividad celebrada, pero sí una excursión considerable de casi cuarenta kilómetros a través de la sierra del Garraf. Esta vez iré con bordón, a modo de peregrino e iré pensando en mi adentramiento en el territorio de los haikus como modo de observación estética y vital del mundo. Caminar es sencillo, solo hay que poner un pie detrás de otro y mantenerte así en las subidas y bajadas. Cuando uno camina, solo hay que pensar en caminar, cuando uno compone haikus solo hay que estar en ello, aunque tal vez con una libreta uno pueda realizar ambas cosas a la vez. Para escribir un haiku, principalmente hace falta inocencia y descartar la idea de sentido, de objetivos, de finalidades, de metafísica. Una flor es una flor, una montaña es una montaña, el cansancio es el cansancio, las botas son las botas. No hay un mundo simbólico más allá de nuestras sensaciones o visiones. Iré caminando, componiendo haikus verbales y fotográficos pues iré con mi cámara Sony. 

 

Caminar solo es una experiencia netamente distinta que caminar acompañado. Uno tiene tiempo para observarse con relación al esfuerzo realizado y sentir más profundamente el espacio recorrido. La conversación es más amena pero distrae de sí mismo y del paisaje. Siempre he definido la sierra del Garraf como territorio metafísico, pero mañana quiero retirarle esta etiqueta. La sierra no es metafísica, no me lleva a un sentido trascendente, más allá de aquí. No. La sierra es real, física, concreta, corpórea. Y caminar por ella me produce una sensación de realidad, de inmersión en la tierra, en las rocas, en el camino, en las nubes, en el mar en la lejanía… 

 

El haiku y el caminar como métodos de conocimiento para expresar una vida sencilla pero plena. Plena para un caminante avezado que pone un pie detrás de otro sin otro intento de explicación que el real, el de este instante y aquí. Más allá de la metafísica y la mística occidental, que me atraen igualmente, está la llamada del misterio de lo real. No hay nada más enigmático que lo que tenemos delante de nuestros ojos o de nuestros sentidos. Yo estoy aquí. Y esa es la constatación más clarificadora de nuestra existencia. Mañana caminaré en solitario y miraré los palmitos, el cielo, las nubes, y el mar en la lejanía. Me henchiré de gozo de estar allí, cansado y pleno. Apoyaré mis pies en la tierra, en el terreno agreste y escarpado, e iré equilibrando mi cuerpo paso a paso en el día de la fiesta de Aragón, lejos de la plaza del Pilar. Lejos la política, lejos la guerra de Ucrania, lejos la injusticia del mundo, su oscuridad y sus tinieblas… Uno vive lo que le toca, no hay que hacer nada especial sino andar, seguir caminando, respirando, siendo. 

viernes, 7 de octubre de 2022

Elogio de la superficie


Reconozco que cuando escribo o cuando hablo soy una persona que subraya el sentido, el significado, la densidad de mi discurso como si quisiera expresar algo profundo y casi trascendente. Un amigo con el que hago caminatas, se ve víctima de mi supuesta profundidad que le abruma cuando a él le gusta ser más bien intrascendente. 

 

Leo estos días un libro admirable de Roland Barthes, titulado El imperio de los signos que es un largo comentario a base de fragmentos sobre la cultura japonesa que él vivió e intentó comprender, si es que “comprender” es la palabra más adecuada para ello. 

 

En la cultura japonesa importa más la forma que el fondo. El saludo ritual es obligado, cuando en occidente lo consideramos formal y eludible. Nos gusta, especialmente, en España la mala educación. Pocas son las fórmulas que subrayan nuestro código formal educado. Cuando llego a un sitio doy los buenos días pero veo que es algo que resulta rebuscado y evitable cuando puedo ir directamente a lo que quiero. Las fórmulas educadas, fruto de la cortesía, son orilladas y consideradas innecesarias. En la cultura japonesa la cortesía ocupa un lugar fundamental en las relaciones humanas, se emplea un tiempo que nosotros pensamos que es inútil en manifestar el respeto por la otra persona. 

 

Queremos ir a lo esencial, al sentido, y no nos estamos por las ramas. Cuando hacemos un regalo deseamos que sea importante para la persona que lo recibe, que tenga sentido. En la cultura japonesa esto no es deseable. Un regalo producto de su cosmovisión es envolver una caja de forma primorosa y dentro de ella, hay otra caja cuyo envoltorio es fruto de un arte cuidadoso y preciso, y en su interior hay otra caja y dentro otra caja envueltas, hasta llegar al final donde, si se abre, hay una fruslería de ningún valor. Esto es incomprensible para nosotros que anhelamos el valor sentimental o material de lo que regalamos. Importa más el fondo que la forma a diferencia de la cultura japonesa que es al revés. 

 

El fondo en la cultura japonesa es el vacío. No hay sentido, no hay regalo, no hay interpretación conceptual que justifique algo. 

 

Un poema clásico japonés es el haiku, es una combinación breve de cinco, siete y cinco sílabas que no quiere decir nada más allá de lo que dice, es una observación que podría pasar por banal y carente de núcleo mientras que nuestra poesía es densa y profunda, conceptual. Intentamos aplicar al haiku interpretaciones rebuscadas y artificiosas, pero no las tiene, y esa es su razón de ser. No expresa siquiera la transitoriedad de la vida o su carácter efímero. No es simbólico pero sí misterioso.

 

Las ciudades japonesas carecen de centro, el centro es una zona vacía, a diferencia de las ciudades occidentales en que el centro es la parte más importante de la ciudad y, de hecho, siempre cuando llegamos a una ciudad, preguntamos por el centro. 

 

Me doy cuenta de la paciencia que tiene mi amigo de caminatas en hablar con un hombre que pretende dotar a todo de núcleo, de sentido, de significación, cuando podría hablarse de lo frívolo, de lo banal, de lo superficial sin que la vida sufriera lo más mínimo. 

 

Me he propuesto escribir algún haiku alejado de la idea de sentido o de significación, todo en nuestra cultura apela al sentido, a la emoción, al yo, y en el fondo somos personas bastante faltas de ligereza. 

 

Si pudiéramos prescindir de esa obsesión por el sentido tan esencial en nuestra historia, en nuestra literatura, en nuestro modo de vivir, tal vez se abrirían nuevos campos de observación. 

 

Este escrito mismo es propio de una persona que anhela el sentido y no acepta lo frívolo o superficial. Pero ¿si acaso, la verdad estuviera en ello? Pero ¿acaso hay verdad o profundidad?

 

Un hombre escribe

Mientras la lluvia cae. 

Es el otoño. 

lunes, 3 de octubre de 2022

La sociedad transparente


Estoy leyendo La sociedad de la transparencia de Byung-Chul Han, autor del que he leído otros títulos de carácter filosófico y que siempre me hacen pensar. 

 

En estas líneas que siguen, intento interpretar y aplicar las ideas del libro a la sociedad en que vivimos, pero a mi manera, lo que puede distanciarme, tal vez, del desarrollo argumentativo del filósofo coreano, afincado en Alemania y cuya tesis doctoral fue sobre el pensamiento de Heidegger. 

 

La transparencia, se ha hablado mucho de ella. Se apuesta por una política transparente, por una economía transparente, por una sociedad transparente, es decir, que no sea opaca a la luz. Y este concepto es tenido por algo deseable por la mayoría de la gente. 

 

Paralelamente, en nuestra sociedad que aspira a ser transparente, se exhibe la intimidad personal, que se difunde por las redes sociales y medios de comunicación. Estos días circulan profusamente algunos asuntos personales de una relación de pareja en que ella se ha visto engañada. Parece que es una pasión nacional la que se ha extendido a favor de la novia burlada. Todo se enseña, la tendencia es a desnudarse en público como muestra de que no hay nada que esconder, y todo tiene que ser objeto de evaluación popular… Abunda la literatura testimonial del yo, la autoficción como expresión contraria al ocultamiento íntimo que se ha vivido en tiempos anteriores. 

 

Byung-Chul Han utiliza el término de pornográfica para calificar esta tendencia a exhibir todo sin lugares para el ocultamiento, los velos, la ambigüedad, el doble sentido, el misterio y a esto lo llama “positividad”. “La negatividad” es un concepto paradójicamente positivo, estimulante y válido a diferencia de la “positividad” que es un concepto opuesto y negativo. Nuestra sociedad apuesta por la “positividad” en un afán de transparencia y autenticidad desvelando cualquier atisbo de misterio o enigma, de oscuridad (es a lo que llama “negatividad”). Se rechazan y abandonan los mitos, lo rituales, la teatralidad como expresión de la objetividad para defender la autenticidad sin tapaderas, sin fingimientos. Queremos hombres y mujeres auténticos, que se muestren puros y tal como son sin disimulos u oscuridades. 

 

Sexualmente se quiere la claridad, no la seducción, el juego, el artificio amoroso. Se pide prácticamente un contrato jurídico para establecer una relación amorosa que explicite el consentimiento legal para pasar al juego del coito. Se excluye la ambigüedad, el doble juego (el no pero sí). Parecería que debiera haber un notario para legalizar una salida nocturna con apéndice. Me pregunto dónde quedaría el ritual amoroso sofisticado y complejo del amor cortés de la edad media. 

 

Se defiende la positividad, mostrar siempre y en todo momento las cartas bocarriba y se condena la negatividad que es dar lugar al juego, al rito, a la conquista, a los motivos ocultos, a la complejidad humana, en definitiva. 

 

Las redes sociales son un observatorio general para atisbar en profundidad en todo. Son un ojo infinito que escruta la más mínima materia oscura para hacerla transparente. Todo se debate, todo se muestra, se ilumina, se juzga, se evalúa y se condena o cancela si rompe nuevos códigos de limpieza ideológica. Millones de personas desde sus móviles observan y ponderan la realidad que deja de tener huecos sin iluminación. 

 

Por otra parte, la llamada positividad está presente en nuestra manera de considerar el mundo, las cosas y todas nuestras acciones y pensamientos que han de ser positivos, es decir, de acuerdo con un molde que excluye lo oscuro, lo doloroso, lo ambiguo, lo crítico, lo real diríamos nosotros. Las acciones políticas, las declaraciones públicas han de ser siempre positivas, e incluso se exige que nuestros pensamientos más íntimos deben responder a un esquema positivo. Fuera queda buena parte de la literatura y el arte universal que fueron en buena parte exposición de la negatividad. 


Los metadatos controlan nuestra vida, nuestro modo de entender las cosas, nuestros pensamientos, nuestras ideas, nuestro entretenimiento. Somos transparentes para el sistema. Es el reino de la positividad. 

 

Me costó entender el juego del filósofo coreano-alemán para entender que la negatividad es buena y la positividad problemática para él. 

 

Vivimos en el imperio de la positividad cuando mucho que subyace en nuestro interior es expresión de la negatividad, es decir, de lo complejo, de lo oscuro, somos seres de luz, pero también de sombra. Ahora se quiere que millones de focos estén siempre iluminando todo lo que pasa incluso en nuestro interior. Todo ha de ser transparente. No debe haber nada oculto. Todo se debe mostrar. 

 

¡Viva la negatividad!

 

viernes, 30 de septiembre de 2022

Acción-reacción

Hubo un tiempo en que a los niños se los educaba para ser buenos, obedientes, sumisos, responsables, educados… y eso dio lugar, a veces, a adultos obedientes, sumisos, responsables y educados que son manipulados y sienten un agudo sentimiento de culpa y miedo si no responden a los valores en que fueron condicionados cuando eran niños. Eso repercute en sus relaciones de pareja e incluso en la que tienen con sus hijos cuando son orillados y desdeñados precisamente por sus buenos sentimientos de sumisión. No todos los niños asumieron esta serie de valores y hubo algunos que se rebelaron. No hay peor cosa que ser un “buen niño” que reprime todo su magma interno para satisfacer a los demás. Tal vez sea un síndrome pasado, pero muchos adultos viven de acuerdo con una infancia en que se los enseñó a sentirse aplastados por los demás o por la fuerza de las cosas. 

 

Jordan B. Peterson, un psicólogo clínico canadiense, ha tenido diversos pacientes que vivían atemorizados por la realización de cierto tipo de libertad que les estaba vedada por su formación represiva. Él les enseñaba el poder de la maldad, que pudieran sentirse por primera vez capaces de hacer el mal, ese mal que tanto habían reprimido. Cuando por primera vez los “buenos niños” se encontraban con la posibilidad de sentir y actuar como “malos niños”, algo extraordinario se abría en ellos que los llevaba a ampliar su campo mental y sentir un placer inmenso de poder. 

 

La represión de los instintos, tan complejos y diversos, trae malas consecuencias. Uno necesita alguna vez sentirse un malvado, un desalmado, un maleducado, un perversor no sometido a la moral establecida. 


Nuestra época actual es aparentemente mucho más libre que aquella en que se formaron aquellos niños buenos, pero no es menos represiva en muchos sentidos. En mi experiencia de vida no he vivido un tiempo más puritano, más moralista, más reprimido que el actual en que todos moderamos y escondemos nuestra naturaleza rebelde para convertirnos en sumisos dependientes de los valores políticos correctos que nos son impuestos por los medios, por la ideología de época, por mil y un conductos oficiales que quieren de nuevo individuos sumisos, aunque debajo surja un submundo de malos sentimientos en las redes sociales que destilan odio, revancha y resentimiento. Malestar profundo que revela el estado latente del otro lado de nuestra personalidad obediente. Y lo terrible es que la izquierda es la potencia más represora de la libertad cuya fuerza motriz es el rencor. Uno que se ha sentido de izquierda la mayor parte de la vida, hoy se avergüenza de la deriva de sus convicciones a una ideología que amputa el sentimiento libre y pretende “reeducarnos” de acuerdo con valores políticamente correctos. Pero, como es natural, no hay acción sin reacción, esto es lo que no se dan cuenta. Podemos enterrar lo que odiamos pero, sin duda, resurgirá todavía con más fuerza. 

martes, 27 de septiembre de 2022

Gatos y libertad

Me siento frente a la ventana. Abro un libro: Memorias de un niño de derechas. Francisco Umbral. Me hago un café bien cargado. Los gatos corretean por el salón y salen dando saltos a la terraza. Uno es blanco, otro es negro y el último color dulce de leche. Pasa la mañana indolentemente. Hay un principio taoísta que es el Wu Wei, no hacer nada, renunciar a la acción, desasirse de la actividad. No buscar objetivos, no tener propósitos. Abro el libro que recrea, en una prosa espléndida, la España de los años treinta y cuarenta, la época del hambre y el frío, del estraperlo, la España de Cara al sol. Bebo lentamente el café. 

 

No hacer nada. Los gatos son especialistas filosóficos en el Wu Wei, la vida es para ellos un parque de atracciones y no tienen ningún propósito. Duermen mucho, juegan, comen, beben, se acurrucan junto a nosotros y nos hacen compañía, corretean, luchan entre ellos, hacen travesuras. Me pregunto si el ser humano con su capacidad para pensar y articular el lenguaje, con su autoconciencia, sus pulsiones hacia el bien y el mal es un ser más simple o complejo que los gatos. Mi hija dice que en la próxima vida quiere ser gato. Los observo cuando me distraigo de la lectura del libro que me gusta mucho. Umbral era un provocador adorable que perdía el oremus por las ninfas de diecisiete años con pantalones rojos ajustados. Cuando veía a una, la seguía por la calle hasta donde fuera. Y lo escribía, por ejemplo en Mortal y rosa. En este tiempo lo hubieran crucificado por pederasta. Un gatito viene y me mira. Le acaricio el lomo, y él se pone para que le rasque la barriga. Tienen una capacidad para el placer maravillosa, sin angustia, sin remordimiento, sin deseo de nada que no sea real. No anhelan nada salvo comer, dormir, cagar, que los acompañen, no necesitan el dinero ni una limusina para celebrar su cumpleaños. John Gray en su ensayo Filosofía felina. Los gatos y el sentido de la vida dice: “Los gatos pueden querer a los seres humanos, pero eso no significa que los necesiten o que sientan obligación alguna hacia ellos”. Doy fe.

 

Guerra en Ucrania. Miles de rusos huyen despavoridos por las pocas fronteras abiertas para escapar del reclutamiento forzoso de los reservistas. Es una guerra imperialista que no tiene sentido para ellos, pero sí para los ucranianos cuyo país ha sido invadido. Es muy diferente defenderse de una invasión que ser tú el invasor. Elecciones en Italia. Temores en una Europa que se mantiene con alfileres, pero nada de esto preocupa a mis gatitos que viven alegremente al margen de la geopolítica internacional. 

 

Bajo a la calle y me voy con el libro a tomar una cerveza. En el bar es donde mejor leo a pesar del barullo de los parroquianos que pegan la hebra. Manel, el camarero, en cuanto entro me escancia una cerveza tostada, una 1906. Me estoy tres cuartos de hora leyendo intensamente sentado a la barra. Hoy hace la comida mi hija. Normalmente soy yo quien la hace. 

 

Me pregunto, comiendo una tapa de ensaladilla que me han dado, si existe el libre albedrío, si esta mañana de Wu Wei es fruto de mi elección o lo es, como pensaba Spinoza, consecuencia no de mi libre elección sino de causas complejas que operan en mi organismo. El libre albedrío “consiste en la sensación de no saber qué vamos a hacer”. Me serena profundamente pensar que no existe el libre albedrío ese con el que la iglesia y el humanismo - y el existencialismo- nos carga con la elección de nuestras acciones, las elecciones y sus consecuencias. Yo no elijo, es mi naturaleza -misteriosa e incompresible para mí- quien elige por mí. Esto pensaba Spinoza y el taoísmo. La idea de libertad individual es un mito. También la neurociencia lo confirma. Solo existe el instinto de supervivencia. Y la concentración en el instante presente, ese que viven mis gatos de un modo tan absoluto. 

 

La vida es fruto del azar que no podemos controlar. Creemos elegir y no es así. Son las cosas las que nos eligen a nosotros. De ahí esa necesaria actitud atenta y concentrada ante el presente, único hogar posible, porque todo lo demás es fantasía. 

 

Vuelvo a casa. Pancho cuando abro la puerta, sale por un resquicio a la escalera, le sigue Sirius y no puedo evitar que Niebla salga también. Me miran con rostro enigmático, no me necesitan, si yo desapareciera no me echarían en falta. Ellos sí que no hacen nada salvo ser, estar presentes y ser ellos mismos, mientras que nosotros estamos fragmentados como fantasmas y deambulamos por la vida con la carga de la libertad y la necesidad de justificarla mediante nuestras acciones que deben ser productivas para llenar un vacío que entendemos erróneamente como aciago, cuando es luminoso. 

viernes, 23 de septiembre de 2022

Ainhoa II

He recibido carta de Ainhoa, una exalumna de hace quince años que me refiere cómo ha ido su vida tras un paso dramático y doloroso por el instituto donde era ella alumna y yo profesor. Era extremadamente inteligente en un contexto que no era el marco que ella hubiera necesitado y lo pasó mal porque ella era sensible y exigente, y la realidad del instituto del barrio le resultaba esencialmente mediocre y desmoralizadora. En el instituto sufrió acoso feroz por parte de compañeras que le dejaron unas heridas que quince años después no han cicatrizado todavía. El instituto las sancionó, pero eso no sirvió de demasiado porque el daño ya estaba hecho. Ahora vive feliz con su pareja en un pueblecito catalán de la montaña, tras huir -sí huir- de la población del extrarradio de Barcelona en que nació. Me escribe y me da cuenta de su vida, a un antiguo profesor con el que mantuvo una relación yo diría que más fecunda de lo habitual. 

 

Recupero un blog de la clase de aquel tiempo en el que los alumnos exponían sus opiniones sobre temas que les planteaba o sobre libros que eran de lectura en el trimestre. Vuelvo a aquel tiempo de la primavera de 2007 y leo las opiniones de aquellos adolescentes de cuarto de ESO sobre El guardián entre el centeno. Es un documento histórico y estremecedor, leído quince años y pico después. Dos de los alumnos que participaron en el debate sobre la novela sobre Holden Caulfield -vamos a llamarlos Cárol y Abdel- se hicieron novios y mantuvieron su relación unos doce años. Abdel era el prototipo de alumno de origen marroquí, nacido en España, extremadamente correcto y educado. Ella, Cárol, era una de las alumnas que acosaban a Ainhoa con más crueldad. Era guapa y aparentemente pacífica, pero a través de internet, ella y otras muchachas lastimaron gravemente la vida de Ainhoa. 

 

Hace tres años, la prensa española se hizo eco de un hecho terrible sucedido en el Reino Unido: Cárol había sido asesinada por Abdel en un ataque de celos porque aquella le había dejado y había concertado, tras doce años de relación, una cita con otro joven a través de Tinder. Abdel, que había ido a trabajar también a Londres para estar cerca de ella, no lo pudo soportar y, tal vez ebrio, como solía, entró en casa de Cárol y le asestó veintinueve puñaladas, varias de ellas mortales. La prensa española dio la noticia. Algunos lo relataron como "el moro" que asesina por una cuestión de honor a su exnovia. El juicio se celebró y condenaron a Abdel a cadena perpetua por asesinato con máxima responsabilidad a pesar de que él se declaró inocente y adujo que no la había seguido -las cámaras demostraron lo contrario- y que ella le había invitado a entrar en casa y que había sido ella quien primero le había acuchillado. Cárol murió. La cita de Tinder entró en casa y la vio en medio de un charco de sangre. Abdel, tras intentarse suicidar, fue detenido, juzgado y encarcelado de por vida. Todas las pruebas y evidencias demostraban su culpabilidad. 

 

Estos son los hechos que me ha traído de nuevo la afectuosa carta que me remitió Ainhoa que había sido torturada psicológicamente por Cárol y algunas otras compañeras. 

 

Es difícil establecer juicios y conclusiones en la vida, más en un caso terrible de violencia de género como este que parece de libro. Hombre abandonado y desesperado se venga asesinando a su exnovia. 

 

Pienso en la perspectiva de Ainhoa e intento comprender. Ha rehecho su vida pero no quiere recordar aquello, lo que vivió trágicamente cuando tenía quince años. 

 

Pienso que todos merecen su dosis de piedad. Cada uno ha vivido el drama de un modo u otro. Cárol ya no está, Abdel cumple condena, tal vez para siempre, en el Reino Unido. Ainhoa busca alejarse de los recuerdos -aunque estén vivos- y considera con cierta oscuridad lo que ha pasado y que no le evoca una ansiada justicia trágica ni poética, aunque ella en su momento anhelara suicidarse, pero solo pensar en lo que habrán sufrido su padre y su madre, le horroriza dicho dolor como cuando ella perdió a su padre. 

 

He pensado, he imaginado, un viaje al Reino Unido para hablar con Abdel en la prisión en que esté. Fui profesor suyo, quiero saber más. Detrás de la violencia de género siempre hay preguntas que no son fáciles de responder si no acudimos al catecismo de ideas y conclusiones preestablecidas y tranquilizadoras, pero no es sencillo adentrarse en las razones del asesino, sobre todo si lo consideramos con piedad. 

jueves, 15 de septiembre de 2022

Mariposas y osos polares


Empiezo a escribir sin tema definido. He leído que los mejores textos pueden salir de esta circunstancia. No sé de qué puedo hablar si no tengo una idea directriz. Tal vez de la marcha de la guerra de Ucrania. Al principio de esta puse en un balcón de mi casa una bandera ucraniana que ahí sigue a pesar de las ventoleras que la han agitado y que podían haber roto los dos precarios agujeros que le hice para sostenerla con alambres. Pienso que es un símbolo y el caso es que Ucrania sigue en pie frente a un ejército mucho más poderoso. Bueno, ya he dado el primer paso en cuanto a definir un tema, pero no quiero seguir con ello. Tal vez podría hablar de la caminata de veinticinco kilómetros que he hecho hoy desde Cornellà a Cerdanyola pasando por el Tibidabo y el turó de la Magarola para adentrarme en el bosque pero no quiero extenderme en ello, si acaso reseñar que he visto a lo largo del camino por el bosque unas tres o cuatro mariposas, tres anaranjadas y una blanca. Supongo que sabéis que las mariposas están extinguiéndose en el mundo por causa humana, también las luciérnagas leí el otro día. Hoy no he oído pajarillos en el denso bosque de Collserola y me ha preocupado. Era mediodía y casi otoño, pero otras veces había sido testigo -y los grabé- de los cantos de los pajarillos. Ayer leí que uno de mis ídolos de juventud, Fernando Savater, al que conocí el año 1996 porque lo invitamos a venir a mi instituto a hablar sobre Voltaire y la tolerancia, había escrito un artículo en que se unía a las huestes negacionistas sobre el cambio climático tras leer un libro carente de rigor cienfífico, Unsettled de Steven E. Kooning. Leí el artículo en cuestión y se me cayó el alma a los pies. Calificaba el movimiento de alerta por el clima de “histerismo ecológico” y que había que preocuparse menos por los osos polares y adaptarnos a lo que venga. Me pareció tan necia su posición que definitivamente me alejo de él. Estoy seguro de que no ha leído el libro Sueños árticos de Barry López en que habla de la vida salvaje en el Ártico, de su fascinante y precaria riqueza y concretamente de los osos polares que para Savater son una minucia irrelevante. Bah. Prefiero pensar en otras cosas. Hoy he comido en Cerdanyola en un restaurante que se llamaba La Mar Chica. En la mesa de al lado había una mujer mayor, la abuela, y su nieta jovencita. Esta trataba a la abuelita con ese tono condescendiente y cariñoso con que se trata a los viejos. Es el llamado edadismo que convierte a las personas mayores en discapacitados mentales. Seguro que todos conocéis ese tono afectuoso y de conceptos simples con que se habla a los viejos. Esto me preocupa. El otro día firmé un manifiesto de una asociación que pretende cambiar la definición de vejez que aparece en el DRAE que es vejatoria pues la relaciona con la torpeza y la senilidad. Tras la comida he seguido hasta la estación de RENFE, y he llegado para tomar el tren hacia Martorell, pero yo tenía que bajar en Hospitalet. En el tren ha habido animación. Un violinista ha tocado una pieza clásica acompañado de música grabada y francamente lo ha hecho muy bien. He pensado que qué prodigio tocar así el violín, yo que he sido negado para la música. Le he dado un euro y le he aplaudido. Luego me he cambiado de vagón y he asistido al espectáculo de un joven instagramer y rapero llamado Víctor Piacentile Gentderisc que cantaba con un cono de obras de carretera a modo de megáfono y estaba grabando unos vídeos para Instagram y Facebook hablando de niños con problemas que son llevados al psicólogo. Cantaba con voz sonora y tenía un discurso espontáneo y lleno de desparpajo pero no decía más que lugares comunes. He pensado que tal vez él ha sido uno de esos niños que tenían problemas en el instituto y ahora es un activista e influencer que se dirige a los jóvenes en un lenguaje generacional que a mí me es ajeno. He llegado a casa antes de lo que pensaba. La caminata de veinticinco kilómetros me ha costado unas seis horas. Me he duchado. Mi ropa estaba totalmente mojada por un un sudor espeso del esfuerzo y del calor que he pasado. Estaba contento. Caminar me pone de buen humor y el cansancio distiende mis músculos y duermo mejor. Hoy no he leído nada. Estoy con un libro titulado Britania conquistada del estadounidense Harry Turtledove (2002) en que plantea la hipótesis de que la Armada Invencible triunfó y conquistó Inglaterra y los españoles impusieron unos reyes católicos en la isla e introdujeron la Inquisición. La novela se estructura entre la compañía teatral de Shakespeare y Lope de Vega que es un admirador del primero pero a la vez es un informante de las actividades clandestinas que llevan a cabo los miembros de la compañía en contra de los intereses de los españoles. Es un planteamiento interesante. Posteriormente quiero leer Todas las almas de Javier Marías. El otro día leí que había personas en España que eran superlectores y que leían trescientos, doscientos o ciento y pico libros en un año. Mi ritmo es mucho menor pero es constante. No entiendo cómo se puede leer a esa velocidad dándole valor a lo que uno lee, y, además, leer no es una competición. El día acaba y yo también estoy acabando mi texto de hoy que no tiene tema pero a base de palabras he llenado un folio y medio. Es como el soneto de Lope de Vega, Un soneto me manda hacer Violante… Espero que penséis en las mariposas y en los osos polares. 

lunes, 12 de septiembre de 2022

Javier Marías in memoriam


Justamente a las 17.15 de ayer, once de septiembre, me llegó un guasap escueto de un amigo que decía: Ha muerto Javier Marías. Lo leí varias veces, pero no podía creer lo que expresaba la oración simple que había recibido. Rápidamente busqué en la prensa digital y, efectivamente, la noticia era cierta. Mi amigo del alma, Javier Marías, se había ido sin ningún aviso previo. Desconocía que estuviera enfermo, de modo que su muerte fue una total conmoción. 

 

He disfrutado mucho leyendo a Javier Marías. Su inteligencia británica, su ironía suave, su profundo conocimiento de la literatura se proyectaban en novelas sinuosas, con largas frases subordinadas que seguían el ritmo de un pensamiento que partía del presente para adentrarse en el pasado para alumbrar algún dilema moral en el que el lector participaba porque se hacía uno con la voz narrativa y asistía encandilado a los sesgos que tomaba el lenguaje en una fiesta contenida que nunca alzaba la voz de modo estridente. Era la elegancia en persona como narrador, aunque como articulista siempre tuvo fama de impertinente por decir claro lo que pensaba de todo. Tuvo fama de altivo y elitista, pero todos los que lo conocieron han dado la vuelta a esta creencia. Era el mejor de los amigos, comprensivo y generoso. Muchos de ellos han dado testimonio hoy en la prensa de la entrañable relación que tuvieron con nuestro novelista más internacional, cuyas obras están traducidas a cuarenta y seis lenguas y se han vendido más de ocho millones de ejemplares en todo el mundo. 

 

Tuve ocasión de leerlo hace tiempo pero no con toda la extensión que hubiera debido. Leí Corazón tan blanco y Mañana en la batalla piensa en mí, obras que lo llevaron a la fama internacional, a partir de la recomendación entusiasta en 1996 del crítico alemán Marcel Reich-Ranicki que hizo que su obra sedujera a los alemanes y que, según el crítico, Marías era uno de los mejores escritores vivos en el mundo. Pero no fue solo a los alemanes. Ingleses, holandeses, italianos y franceses cayeron bajo su embrujo narrativo. Leí más adelante Los enamoramientos, Berta Isla y Tomás Nevinson que me llevó de nuevo al corazón de su literatura. Nada más saber la noticia, encargué un nuevo libro que no he leído -me quedan afortunadamente bastantes por leer-. Ya tengo en mis manos Todas las almas, creo que la primera de las novelas que se ambienta en Oxford donde Marías fue profesor un tiempo. 

 

Hijo de un destacado filósofo español represaliado por el franquismo, Julián Marías, tuvo a su alcance una formación humanística e intelectual excepcional por su propio padre y por todas las relaciones que ello le proporcionó. Editor, bibliófilo, traductor extraordinario, profesor, novelista y articulista que vivía a caballo entre Madrid donde residía en la plaza Villa de Madrid y Sant Cugat donde vive su esposa -su viuda ya-.

 

Inteligente, culto, refinado, cosmopolita, anglófilo, gran creador de mundos novelísticos en donde el estilo es esencial. Ha muerto, probablemente el mejor novelista español en la cima de su creatividad. 

 

Afortunadamente nos queda su obra y eso permite seguir manteniendo el diálogo con él. Pienso que su figura seguirá viva. No se ha encumbrado como representante político de ningún sectarismo. Fue profundamente personal y no necesitó coturnos para crear una obra narrativa de las mejores del mundo. Sin duda, hubiera merecido el Nobel. Sin embargo, él rechazó los premios españoles oficiales, aunque recibió varios premios en varios países. 

 

He leído que algunos le tenían ganas por su supuesto elitismo y por su libertad extrema a la hora de expresarse con contundencia cayera quien cayera. Gruñón y cascarrabias fueron adjetivos que se adjudicaron al tono de sus artículos dominicales. No obstante, tenía que decirse en voz baja, que él se lo podía permitir, algo que muchos no pueden hacer. 

 

Sí, ayer fue la noticia. He necesitado leer mucho y escribir para acostumbrarme a su ausencia. Te seguiremos leyendo, amigo, me gusta sentirme amigo tuyo. ¡Ojalá sigas en Redonda, en el reino de la literatura!

viernes, 9 de septiembre de 2022

¿God save the King Charles III?

El reciente fallecimiento de la reina Isabel II a los noventa y seis años es ocasión para plantear algunas cuestiones que suscita su figura y su relevancia en la vida británica. Para un español medio es difícil concebir tal fervor del pueblo británico -y no británico- hacia su personaje que encarna a una reina en pleno siglo XXI. Es increíble la adhesión que revela. ¿Cómo es posible que una sociedad tan pragmática como la inglesa tenga en la institución monárquica un eje vertebral de su forma de ser?

 

Todo el mundo ha sabido de la reina por películas tremendamente populares como The Queen dirigida por Stephen Frears e interpretada magníficamente por Helen Mirren, o más recientemente la serie británica The Crown, todavía en proceso de grabación de su última etapa, creación de Peter Morgan y dirigida por varios directores. El cine, la prensa, las revistas, han convertido la monarquía británica en un mundo lleno de glamour pese a los más disparatados escándalos que han suscitado el mundo de los Windsor. Pese a quien pese, la monarquía goza de buena salud en el imaginario popular, y la reina era muy querida por su pueblo para el que era una especie de icono histórico con toques de pop por sus multicolores vestidos y sombreros.

 

La pregunta es si el heredero conseguirá una mínima parte de adhesión cuando juega en su contra su actitud con la que fue otro icono, la archifamosa Lady Di. La que será reina consorte, Camila Parker de Cornualles, no suscita ningún entusiasmo entre la gente, y su marido, el nuevo rey y su personalidad son todavía una incógnita como tal. Si quiere ser original y marcar un sello personal, esto jugará en su contra pues la principal virtud de Isabel II ha sido precisamente su presencia anodina y neutra que no se ha definido en ningún caso y ha ofrecido siempre un porte gris, salvo sus trajes. Si quiere ser colorido en su personaje, pretender ser especial y creativo se hundirán él y la institución real. Lo importante es la institución y no la personalidad del monarca parece ser el mensaje que le deja Isabel II. Que se deje de ideas u ocurrencias y que se limite a ser un hombre al servicio de la institución. 

 

Visto desde otro país monárquico como España en que la mayoría no somos ni siquiera una miaja de entusiastas hacia la corona, el caso británico nos deslumbra y desconcierta. Los republicanos jacobinos no conciben que esto pueda ser posible y piensan que es un atavismo anacrónico de la historia que contradice cualquier lógica racional. Nuestro rey Juan Carlos no ha sido ejemplar y más bien ha sido un bribón y un botarate que por él solo ha sido capaz de cargarse la institución monárquica que pende de un hilo. Él era pobre a diferencia de los Windsor cuya reina es una de las mujeres más ricas del mundo con una fortuna personal cifrada en 370 millones de libras y las propiedades de la corona en castillos, mansiones, extensos campos y joyas superan los miles de millones de libras. Juan Carlos nos deslumbró durante un tiempo, pero, desvelado el misterio de su vida, se nos reveló como un casquivano idiota y un hombre con complejo de pobre que ansiaba el dinero como si tuviera miedo de no poder comer al día siguiente. 

 

El misterio de la corona británica es significativo porque la institución goza de un prestigio que no parece acorde con un mundo moderno para desesperación de todo tipo de progresistas, pero uno desde la distancia siente envidia de un país reconciliado en buena parte con una institución atávica pero eficaz como representación simbólica del pasado imperial del Reino Unido. 

lunes, 5 de septiembre de 2022

Mi descubrimiento de Francisco Umbral


Me he reencontrado con un escritor al que he tenido siempre cierta manía desde que leía en los años setenta sus provocadores artículos periodísticos, estilo que me repelía. Me refiero a Francisco Umbral (1932-2007), escritor cuya pose de dandy o esnob creó reacciones encontradas y polémicas no siempre felices. Sin embargo, tras la lectura de ese libro magnífico que es Mortal y rosa (1975) me he encontrado con un hombre de una profunda sensibilidad, totalmente devastado por la enfermedad -leucemia- y muerte de su hijo Francisco, “Pincho”, de seis años. El libro es una suerte de diario lírico en que va expresando una sinfonía de estados de ánimo a lo largo del tiempo de la enfermedad, la muerte y el luto posterior. No obstante, en Mortal y rosa -imagen poética tomada de Pedro Salinas- hay asimismo un retrato poético de él como artista y escritor, de las relaciones con su público, de estética literaria, de sus relaciones con las mujeres entre las que hay un gusto rayando lo obsesivo por las ninfas, de su pose como escritor ajeno al escaparate literario que no busca la fama porque sabe que la fama es una forma de engullir al escritor para luego asesinarle, de su rechazo de la solemnidad porque él se reivindica como golfo y gamberro frente a otros escritores solemnes -me he dado cuenta de que hay escritores solemnes como Antonio Muñoz Molina cuyos artículos parecen sermones, y escritores como Fernando Savater que, expresando cuestiones muy profundas, huye del estilo envarado y falsamente moral-, observaciones sobre la niñez -los niños son pequeños soles que no dudan un momento-, sus pensamientos eróticos… Es un flujo de conciencia constante en que el lector ha de leer lentamente para aquilatar la calidad de la prosa poética. Mi libro está totalmente subrayado porque buena parte de este es un verdadero prodigio literario. 

 

El tono de este es sobrio y contenido pero en algunos momentos se desata la terrible devastación que le produce la enfermedad y la muerte de Pincho: “Estamos todos en el fondo de un infierno cada uno de cuyos instantes es un milagro”. Pero un milagro sórdido, añadiría yo. El universo no tiene otro argumento que la crueldad ni otra lógica que la estupidez. El artista se ve devorado por el frío terrible de la muerte: “Estoy viviendo muerte, porque la muerte hay que vivirla en la vida. Luego, en la muerte ya no hay muerte. Desvelado, dolorido, cansado, cobarde, solo, enfermo, herido, estoy entre tus cosas, hijo, ni vivo ni muerto, sin decidirme por ninguna de las soledades que me esperan, dudoso entre tantas ausencias, horrorizado del sol que hoy ha salido en el cielo, y que nada significa y solo es como un inmenso estorbo entre tú y yo”.

 

El libro, que no es un ensayo ni una novela, es una especie de diario lírico sui generis que nos abre en canal al escritor en una parte de su vida en que no hay pose literaria ni equilibrismo esnob. El dandy que fue Umbral aquí está herido de muerte y el final de ese diario que queda abierto nos ha permitido entrar en su alma más honda, en su rechazo de lo trascendente, de Dios, de la metafísica, y a la vez la consideración, en aquel momento, del fracaso y amargura de la vida, ciertamente una realidad que va mucho más allá del articulista provocador que creó una imagen de sí mismo algo conflictiva. Recibió todos los premios literarios más importantes, incluido el Cervantes en el año 2000. 


Quince años tras su muerte se reaviva el interés por su figura y su literatura en la estela de Larra, Ramón Gómez de la Serna y Valle Inclán. 

miércoles, 31 de agosto de 2022

Fes a prueba de bombas nucleares


¿Los seres humanos son de una sola pieza, monolíticos, con nítidas convicciones, que no cambian a través del tiempo o los seres humanos son complejos y contradictorios, y evolucionan profundamente con el discurrir de los años? Me refiero a posiciones sociales, políticas, humanas…, además de las sagradas del club de fútbol al que uno venera. Hay quien las fija de una vez para siempre y se queda tan pancho.  He conocido a algunos entre mis alumnos que me afirmaron mirándome sin pestañear a mis ojos parpadeantes que desde los dieciséis años hasta los cuarenta y pico, no había variado un milímetro en sus parámetros políticos, que era esencialmente igual al joven radical, comunista y antifascista que había sido y lo seguía siendo como abogado. Un día hablando con este abnegado creyente, poseedor de una fe a prueba de bombas, le miré a los ojos y le vi un brillo que me desconcertó y a la vez me intimidó. Me dieron ganas de salir corriendo para ver una película de anime japonés. 

 

Fernando Savater, uno de mis mitos en mi juventud por libros como La infancia recuperada y otros, sostiene, con sentido del humor, en cambio que la vida transforma profundamente en todos los terrenos, como si pasara un bulldozer sobre nuestras vértebras mentales ¿Cómo va a ser igual uno a los sesenta años a como fue en sus años anarquistas iniciales? ¿Adónde habrían ido si no, todas las lecturas que han extendido el mundo mental de cada uno y que han puesto en cuestión todo el entramado que con tanta voluntad erguimos? ¿Quién sería Guillermo, el líder de los Proscritos, peinando canas?

 

La vida y las lecturas, la experiencia, los contactos humanos, la historia, la evolución del mundo... para Savater nos van erosionando y transformando sutilmente. Cuando uno es joven -añado- todo se ve de perfil, se aman ciertas utopías -pienso- que parecen salidas de un mundo lineal donde los hombres fueran reconocibles y esquemáticos. La vida va ofreciendo nuevas perspectivas que muestran a los hombres -y mujeres- como seres en tránsito, que van cambiando permanentemente, a la vez que se nos evidencian como turbios, contradictorios y confusos en los que entran en conflicto los supuestos ideales con la realidad personal. La vida como terremoto existencial. 

 

Quiero hacer hincapié asimismo en el nivel de lecturas. Uno a los veinte años, si uno es lector -se supone-, ha leído equis libros, y a los cuarenta muchos más, tal vez cuatro veces más, y ya no digo en etapas posteriores. Su percepción del mundo a través de las palabras de la literatura, de la historia, de la filosofía, de la poesía, han dinamitado todo lo que uno creía saber sin lugar a duda, salvo que uno se haya blindado  y solo lea libros que refuerzan lo que uno cree y haya eludido totalmente todo lo que lo cuestione. Es posible leer solo cosas unidireccionales, estética, política y socialmente homogéneas. Personalmente, cuando era marxista leninista a mis veintipocos años, militaba en un partido de férreas convicciones, pero yo en la sombra, clandestinamente, sin que se enteraran mis ásperos responsables políticos, leía libros de historia troskista y cristianos, los que eran nuestros enemigos más encarnizados a batir. Leer fuera de mis lindes ha sido una de mis vocaciones. Pero eso no es universal. 

 

Y por otra parte, no sé si esto es muy conocido, uno puede sentir como plausibles tesis aparentemente contradictorias. Uno puede estar con el corazón en un lado y con la cabeza en el otro. Como el “corazón loco” de la canción. Uno puede amparar dentro de su arco mental posiciones divergentes que para otros serían motivo de una guerra civil a garrotazos goyescos.  Uno puede estar simultáneamente en los dos lados de las barricadas, y esto ha dejado de ser un problema para mí. A veces me dan ganas de bailar un tango con mis fantasmas enemigos. Políticamente se puede estar con A, pero también con B, y a la vez con C, en parte, y a la vez no estar con ninguno. Y eso bloquea el voto que lo convierte en blanco. Por otro lado, los núcleos inflexibles que se exponen a través de la palabra me llevan a desconfiar profundamente. Creo que me gustan las personas que pueden estar en varios sitios a la vez, se los siente más divertidos, como gatos, animal que nunca aburre. Se pueden comprender los motivos de A y simultáneamente, entender que B es lo mejor aunque no sea popular. Pero ser incapaz de decidir, como la princesa del cuento. 


No puedo hablar más claro y a la vez creo que he oscurecido el debate. 

viernes, 26 de agosto de 2022

La jaula de cristal


Nos interesa cada vez más saber de los demás y que los demás sepan de nosotros. Ciertamente vivimos un mundo que es como una jaula de cristal en que, dentro de ella, mostramos y exhibimos mucho de lo que somos nosotros mismos: lo que comemos, cómo nos lo pasamos, lo que pensamos, lo que hacemos, lo que leemos, lo que amamos u odiamos; e igualmente exigimos de alguna manera que otras jaulas de cristal se muestren en su transparencia para que nosotros podamos saber de los personajes que hay dentro de ellas. La intimidad se ha visto desbordada como un botijo viejo y ahora todo es extimidad, la versión de la realidad que muestra todo en tiempo real. Así conocemos lo que hacen nuestros amigos y conocidos en todos sus viajes por lejanos y exóticos que sean, lo que comen y donde se divierten, nos muestran sus sonrisas de que se lo están pasando muy bien… Y el mundo se convierte en una revista de papel couché donde los hombres y mujeres privados y, por supuesto, famosos, sea en el ámbito de la política o del deporte o de la cultura, por decir algo, nos muestran aspectos que consideran relevantes de su vida. Siempre hay un móvil que puede tomar una foto para compartir con nosotros ese fragmento 

 

No hay aspecto de la realidad por lejana que sea que no sea escrutada cuidadosamente aunque sea una fiesta íntima de la primera ministra de Finlandia. Acechamos sobre la noticia como aves rapaces ansiosas de botín. Seguimos con entusiasmo el estado de la vida de un joven que padece cáncer y cuenta su experiencia hasta el último momento poco antes de morir. Nos emociona saber y nunca ha habido tanta tecnología para que cientos de millones de sujetos muestren su presencia o su conocimiento de las cosas. Ser cotillas forma parte de nuestra forma de estar en el mundo, y a la vez ser exhibicionistas es también parte de nuestra entraña más íntima. No digo que sea absolutamente universal porque sigue habiendo personas muy pudorosas de su intimidad, pero sí que marca una tendencia intensiva a convertirnos en devoradores de imágenes ajenas, de circunstancias ajenas para así dar salida a sentimientos encontrados, algunos afilados y negros, y otros de excitante curiosidad. Ser observador nos convierte, como no, en productores de sentimientos y no todos son claros como el agua de un arroyuelo; los hay -sentimientos- turbios y malévolos si no malignos, aunque estos últimos los escondamos en nuestra psique más secreta. 

 

Por si acaso, cuando aparecemos en una foto o en un selfi, sonreímos en una pose forzada para así sostener la imagen que se cae si alguno sale con un rostro serio o grave. Dar la impresión de que se es feliz, a pesar de todo, es parte del juego de apariencias de la jaula universal en que todo se transparenta para regocijo y curiosidad cruel o generosa de propios y ajenos. 

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