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jueves, 2 de mayo de 2019

"El tesoro olvidado" de Dimas Mas



Una de mis caminatas más frecuentadas en el último año es la que me lleva de Sitges a Calafell por la costa. Al salir de Sitges, para mi sorpresa inicial, hay una especie de campamento hippy cuya existencia siempre me produce sentimientos complejos por lo inaudito de la realidad de dicho campamento. En uno de los carteles que aparecen allí hay uno que en inglés dice “Follow your dream”. Empiezo con ello porque no puedo expresar sino así el proyecto editorial de un buen amigo mío mediante micromecenazgo para alcanzar la cifra de 200 mecenas que hagan posible la publicación de un libro insólito: “El tesoro olvidado. Breve diccionario de la elocuencia minimalista. Quinientas palabras para quien quedar bien quiera”.

Mi amigo Dimas Mas, el autor de éxitos como El tesoro de Fermín Minar en la década de los noventa, vuelve a su pasión por los diccionarios como en aquella novela juvenil cuya parte central tenía lugar en el interior del diccionario. Pero es que tiene bemoles que alguien se lance a un sueño como publicar un diccionario con palabras hermosísimas pero en desuso, comentadas con inteligencia y agudo sentido del humor para traerlas a nuestra realidad lingüística cotidiana.

La edición del diccionario es a cargo del editor Emilio Pascual en tapa dura y con una extensión de ochocientas páginas aproximadamente. La aportación como mecenas es de 30€ con el compromiso de que, si se llega a la cantidad de doscientos benefactores, se recibirá en el espacio de tres meses el diccionario con gastos de envío pagados, con el nombre impreso, como mecenas del mismo. Hay otras formas de financiación que aparecen en el enlace que dejo aquí en VERKAMI. COM para los que quieran informarse mejor del proyecto.

La calidad literaria del diccionario queda garantizada como obra de un escritor maduro y en plenitud del dominio del idioma y de la ironía cuya obra en parte ha sido publicada y otros libros esperan el momento para hacerse reales. Es mi admiración por la pasión de Dimas Mas lo que me hace traer a este blog el proyecto de micromecenazgo en un tiempo que, a priori, parece totalmente contrario a este tipo de empresas. ¿A quién se le ocurrirá escribir un diccionario con voces desusadas cuando todo contribuye a la velocidad, la inanidad y la banalidad de la cultura y el lenguaje? Es tal mi sorpresa y deslumbramiento que no puedo sino hacer propaganda de ello y convertirme en mecenas desde el primer momento.

El editor, Emilio Pascual, ha sido el creador de dos populares editoriales, Anaya Tus libros y Biblioteca Áurea, y autor de novelas como “Días de Reyes Magos” que conocerán aquellos profesores de lengua que vimos cómo se unía la inteligencia y la calidad literaria en una inolvidable novela para adolescentes.


domingo, 28 de abril de 2019

Elecciones en España 2019



Hoy son elecciones en España y hemos de elegir nuestro futuro gobierno o la fórmula que sea capaz de configurar un gobierno viable que dé respuestas a nuestra conflictiva realidad en todos los sentidos. Durante estos meses de desconexión informativa –llevo tres meses de abandono voluntario de la realidad política de nuestro país- he seguido intensamente noticias culturales, tecnológicas o científicas, lo que me hace un sujeto extraño que no ha sido agitado por la propaganda ideológica superficial. Ello no quiere decir que en mí no haya un debate político profundo, que lo hay, un debate que se sumerge en la historia de nuestro país, en la literatura y en las perspectivas de futuro…

Creo que no me equivoco en absoluto en apreciar que en la campaña electoral no se ha hablado sino en clave catalana, ese maelströn en que estamos inmersos sin remisión. Y estoy seguro de que no se ha hablado de cambio climático, de migraciones, de Inteligencia Artificial, de Europa, de debates que vayan más allá de nuestras fronteras, mediante monólogos enfermizos que dan vueltas y vueltas sobre la misma muela cariada que nos aflige.

No me interesa nada sobre aquello de que se está hablando. Considero a los cinco espadas, más los espadas independentistas de raíz supremacista, como gallos peleando en el corral en debates que no me interesan para nada.

Así que me aparto, me inhibo, me desentiendo, me voy, me inscribo en una posibilidad ética que hoy considero más profunda que cualquiera de las opciones, aunque se me podrá objetar que no sirve para nada, que es inútil, que es un voto perdido, que se suma a las mayorías… Voy a votar en blanco. Ningún candidato me dice nada que me interese. Voto por mi adhesión a la democracia pero estoy lejos de cualquier opción. No quiero formar parte de ninguna componenda a un lado o a otro. Ninguna me gusta. No me gusta Pedro Sánchez, no me gusta Albert Rivera, no me gusta Casado, no me gusta Abascal y no me gusta Pablo Iglesias. Si no hay más donde elegir, me inhibo y me voy mentalmente de este país. Votaré en blanco con orgullo insensato y estéril. Eso es todo lo que puedo decir, sé que no es mucho. Hoy ni siquiera seguiré el cómputo de votos. Este país cada vez me resulta más lejano y absurdo, lo que no quiere decir que la deriva independentista, auténtica extrema derecha, me resulte indiferente. No sé más.

lunes, 22 de abril de 2019

Un dia de primavera


Una franja frágil bajo el cielo, el mar, plomizo, verde, turbio… Grandes olas, rompientes, llegan a este pueblo, que fue marinero, en una sinfonía monótona y gris. El paseo Marítimo, multitudes que desfilan hacia aquí o hacia allá, en un día de semana santa borrascosa como si fuera una ciudad del norte. Robin toma una cerveza en la terraza de un bar de chinos, frente al oleaje turbulento que mira una y otra vez mientras lee una novela americana de Richard Stern. De pronto, llega una familia y Robin la mira con curiosidad. Son tres, los padres y un hijo disminuido, al que antes llamaban “tonto”, que va en silla de ruedas y exhibe una risa nerviosa, turbadora, abriendo la boca y franqueando sus dientes amarillentos, a la vez que va dando lacerantes bramidos. Robin mira a sus padres, ya avanzada la sesentena, exhaustos y deteriorados. Llevan de una correa una perrita yorkshire con un ancho collar que pone Moschino. La impresión de ver a esta familia no puede ser más sorprendente para Robin, que los observa con discreción. 

El padre se ha sentado en la terraza exterior y enciende un cigarrillo y se pone a mirar obsesivamente el móvil con un gesto de absoluto abatimiento. Pide un cortado que le trae el diligente camarero chino. Pelo tupido pero totalmente encanecido, rostro cansado. Es alto y parece consumido, su envejecimiento prematuro no deja lugar a dudas de la crueldad de su vida. La perrita, tumbada, a veces se levanta y mira atentamente con negros ojos, increíblemente vivos y encendidos como tizones. La madre ha entrado dentro con el muchacho que tendrá unos treinta años. Ella está todavía más cansada y cenicienta. Se queda sentada con su hijo que aúlla, agudos lamentos que resuenan en el interior del bar. El aspecto de ella es descuidado, ni una gota de maquillaje en su arrugado rostro, ropa ajada, mal combinada… Come impúdica cacahuetes que dan con la consumición. El niño-hombre grita luego llamando  papáaaaa, papáaaaa, papáaaaa, arrastrando la última a. El hombre en la terraza hace caso omiso y sigue trasteando con el móvil y fumando su marlboro que se va consumiendo. La perrita mira al interior reconociendo a su otro amo. Imagina Robin a estos padres íntimamente destruidos pensando en el futuro de su hijo, al que no saben cuánto tiempo más podrán cuidar. La vida no puede haber sido más cruel con ellos. El hombre en un momento se levanta, paga y se va hacia la playa y mira absorto el mar, como si quisiera huir hacia algún otro horizonte. El niño aúlla papáaaaaa, papáaaaa, papáaaa… 

La madre, con los ojos semiabiertos, recuerda el sueño de madrugada en que ella, joven, poco más allá de la adolescencia, era esbelta y hermosa; evoca un día azul y luminoso en que llevaba un vestido amarillo de gasa, sin sujetador, y se le insinuaban los pezones en su piel morena. También estaba en la playa, y recuerda ese día en que su pelo oscuro ondeaba, mecido por al aire de la mañana, en aquella playa de Ibiza cuando era hippy, rabiosamente joven… y adoraba a Pink Floyd cuando tomaba LSD en la arena al atardecer. Ha soñado con ello y ha sido feliz… Son días que, transfigurados, retornan algunas noches en que sueña con el deseo y la juventud. Se sonríe y respira hondo. Vuelve aquí y mira a su hijo que es inconsciente de todo pero siente todo, incluido el cansancio atormentado y la tristeza de sus padres cuando lo visten, lo lavan o lo sacan a pasear… 

El padre vuelve, ha resistido el impulso de escapar, y va hacia su hijo y su mujer. Empuña la silla y la avanza hacia la puerta. Ambos se ponen en movimiento y se dirigen al paseo con su perrita y la silla con el muchacho que parece sonreír con una mueca grotesca, mostrando todos sus dientes glaucos. El hombre empuja la silla entre la multitud, ella pone su mano sobre la de él con ternura, y siguen adelante, en un día gris y ventoso. Poco después se pierden entre el gentío. 

martes, 16 de abril de 2019

Los Desastres de la guerra


Me gustan los bares –sostiene mi amigo-. Los bares son espacios donde se descubre la vida en estado natural. El aprendiz de cuentista puede escuchar conversaciones que lo inspiren, y lo mejor –opina Robin- es que los camareros, sean dueños o empleados son una fauna sumamente interesante a la que le gusta tejer complicidades con los clientes, algo que no se da en otras situaciones. Robin se hace amigo de los camareros cuando va a leer literatura densa mientras se toma una cerveza fresquita. Sabe que hay puritanos que nunca van a los bares, son los mismos que nunca han estado con una puta o nunca han viajado solos. Tal vez mezcla todo –le digo-. Sin embargo, él insiste en que buena parte de la historia de la literatura se ha escrito en los cafés, en las tabernas, en los bares donde se une en feliz mezcolanza una algarabía de jugadores de máquinas de azar, bebedores de vodka y proxenetas de la palabra vertida en mil y una conversaciones ociosas que tienen o no tienen interés pero representan la situación de la patria, el pueblo  o –si quieren ustedes- la sociedad más jugosa para interpretarla literariamente. Alguien que no vaya de bares tendrá que sacar todo de su magín o de otros libros y será necesariamente artificial y solipsista. Pero está Azorín -le digo a Robin- que cuando llegaba a un pueblo en lugar de ir al casino se iba a la biblioteca para interpretar la vida íntima del mismo. Bah, me contesta Robin, entre Azorín y Jack London, me quedo con el segundo.

Hoy Robin se ha tomado dos vinos blancos –malísimos, por cierto-y ha prestado atención a dos conversaciones a su alrededor mientras leía un ensayo vigoroso sobre Goya de Tzvetan Todorov que considera a Goya el pintor más revolucionario de los últimos doscientos años. Su sordera le abrió mundos interiores oscuros y nocturnos de prodigiosa violencia e intensamente visionarios. Es tan grande la altura de Goya que palidecen muchos otros artistas a su lado. El mismo Picasso es un simple diletante con su cuadro –bien cobrado a la república- que llamó oportunistamente  Guernika. La serie de los Desastres de la guerra de Goya es tan prodigiosa que el Guernika es un juego de niños. Goya ocultó su serie de los Desastres porque mostraba un mundo existencialmente poseído por la violencia fueran franceses o patriotas, igualmente sanguinarios. De los más lúcidos ideales surgen las abyecciones más oscuras. Ya lo escribió en uno de sus CaprichosEl sueño de la razón produce monstruos. La razón, el bien, cuando duerme crea monstruos que surgen irracionalmente de la mente. Goya cartografió su mundo interior, y sacó los monstruos de su mente, especialmente en sus Caprichos, en los Desastres de la guerra y en las sorprendentes Pinturas negras que pintó en las paredes de la Quinta del Sordo y que abandonó cuando se fue de la casa. Es como si Leonardo y Miguel Ángel, en la apoteosis de su obra, la hubieran pintado en los muros de una casa que posteriormente abandonaran sin darle importancia.

Robin bebe una segunda copa de vino y se embebe en el ensayo de Todorov, oyendo las conversaciones de los clientes y del mismo dueño. Hoy está solo y ha de pasar el día en plan ocioso tras las proezas de los días anteriores. Robin es víctima de las voces interiores que le recuerdan los monstruos de Goya. Nunca lo ha hablado conmigo pero yo lo sé. Su paisaje interior es un poblado de ruinas y desolación. Robin nunca escribe pero si lo hiciera sería notable, pienso yo que lo considero fríamente y solo soy un amigo lateral que lo observa tomar vino blanco malo en la terraza de un bar leyendo a Todorov.

¿Ves? No ha pasado nada y yo he escrito unas torpes líneas que hablan de Robin y de muchas otras cosas, como si estuviera dentro de su cerebro. A vuestra salud.

lunes, 8 de abril de 2019

La sierra del Garraf (Cuento metafísico)


Christian teme a la primavera, siempre le llega como un tajo traicionero que lo sume en el desconcierto y la tristeza. Solo cuando llega agosto, varios meses después, logra remontar para pasar el otoño y el invierno en un relativo bienestar anímico. Pero la primavera es también la época de sus caminatas por la sierra del Garraf, un territorio que él considera metafísico por su austeridad y su sobriedad telúrica.

A los lectores de estos cuentos urbanos les interesará saber que Christian hizo ayer una travesía por la sierra del Garraf. Probablemente sea la vigésima que hace a razón de dos o tres por año. Recupero su monólogo interior cuando estaba yendo por el corazón de la sierra por un terreno escarpado y pedregoso, vertebrado por carrascas, lentiscos, palmitos y carrizos, y oyendo los graznidos de águilas perdiceras o milanos negros y de los pájaros endémicos de este territorio como abubillas  palomas torcaces, colirrojos o urracas, frente al mar en la lejanía prodigiosamente azul como una línea trazada con exactitud. Christian entonces se encuentra consigo mismo en esa dureza y ascetismo que se comunica tan bien con su alma de hombre sometido a las contradicciones violentas de su vida interior:

“Cada paso es un paso más, miro el cielo cargado de nubes dramáticas y amenazadoras que se pegan a los riscos más altos. ¿Lloverá? Percibo la vida como árida pero aquí me siento acompañado y mis manías y obsesiones se ven alejadas por el profundo cansancio que siento en mis piernas que a veces me dan dolorosos calambres. Ando y andar es meditar. No hay nadie por este recorrido en que cada paso es necesariamente preciso. No quiero ni pensar lo que sería torcerme un tobillo en estos parajes deshabitados. Esto es auténtica poesía, desprovista de hojarasca retórica y de fácil sensualidad, aquí es todo esencial y liminar, como un prólogo a algo que me hace sentir bien. Aquí la tristeza que me es connatural se ilumina con esta luz sesgada en la sequedad de la tierra y la presencia del mar y del sol. Este es el paisaje que mejor me revela y en el que el dolor es un compañero extraordinario de travesía. Todo se ha alejado de mí, todo lo cotidiano, mis pensamientos obsesivos, y solo queda el placer de caminar pisando firmemente en los pedruscos martirizantes del camino. Me identifico con este paisaje puro e ingrávido en que no hay nada superfluo. Caminar me hace bien, caminar es el sentido de mi vida, nadie entiende por qué hago este trayecto una y otra vez en lugar de ensayar otros recorridos. Leí en Thomas Bernhard que ver un solo cuadro durante treinta años en un museo de Viena, El hombre de la barba blanca de Tintoretto, es una observación infinitamente más profunda que recorrer museos y museos con escasa detención. Cada libro, cada paisaje, cada cuadro, encierran, cuando son primordiales, todos los secretos del universo. Yo camino por un sendero hollado una y otra vez y siempre me es diferente. Yo he cambiado, me he transformado, estoy en permanente estado de mudanza, pero esta sierra a la que me aferro parece ser siempre la misma. Esto me hace amarla, es como una burbuja de misterio cósmico conocida solo por mí y que espero seguir recorriendo bastantes años. Camino y sufro de dolores y calambres, pero mis pasos son inequívocos y firmes. Encuentro exactitud, poesía elemental en estas piedras, en esta vegetación adaptada a la aridez, en los chillidos o trinos de los pájaros, en el mar, en la cruz de La Morella que queda ahí arriba y donde se ve algún grupo de personas. El camino sigue maravillosamente lírico y yo lo recorro como la piel de un cuerpo amado cuando la costumbre no te lo ha hecho demasiado conocido y es salvaje como esto. El caminante se hace uno con la senda y ningún pensamiento ordinario me aflige. Cada paso es un hito revelador de mí mismo. No puedo dejar de sentir impresiones luminosas y fuertes sensaciones, un estado no alegre pero sí ligero, apegado a mi piel como un tegumento en que está excluido lo fantástico porque aquí no hay fantasía, hay crudo realismo poético, maravillosa desnudez…

Este es el corazón de la sierra y el mío propio en una caminata que tiene un prólogo terrible por mi desentrenamiento de meses y meses, una llegada a un pueblo, cuya rambla arde en vida ciudadana, y del que me evado rápidamente para seguir camino hacia la altura, hacia la poesía. Este centro de la caminata me lleva aproximadamente una hora y media, pero es donde me hallo a mí mismo, luego hay un final de tres horas más hasta llegar a mi destino. Un total de diez horas caminando, sufriendo rampas en mis piernas para llegar a esta parte central donde mi alma se acompasa con el universo y soy desoladoramente feliz de existir y de haber llegado una vez más aquí…”

Al final de la caminata llovió intensamente y Christian se caló pese al chubasquero que se puso. Llegó a Sitges totalmente mojado y entró en un bar frente a la estación donde se bebió un par de cervezas sereno y satisfecho. Es el bienestar inenarrable que siente tras un esfuerzo físico extenuante. Un grupo de excursionistas ingleses llegan al bar y se ponen en la barra. Una de las mujeres lleva con la correa un perro negro al que Christian observa y advierte su absoluta sumisión y mansedumbre esclava mientras su ama toma algo. Christian lo mira atentamente. El camino lo hace observador y sus ojos se hacen águilas para contemplar lo que lo rodea.

En el tren, de vuelta, escucha a dos mujeres hablando de las diferencias de una con sus hermanas tras la muerte de su madre. Al parecer dos de las hermanas abandonaron a la madre, y la que se ocupó de ella le compró el ataúd más caro, más de dos mil euros por joderlas, además de informarse jurídicamente sobre si podía utilizar como administradora el importe del piso de la madre para adquirir un panteón para poner a su madre y a su padre en lugar de un nicho en el tercer o cuarto nivel.

Los acantilados afilados pasan a su derecha, entre túnel y túnel; el mar, esa criatura inverosímil, acaricia los cantiles del Garraf marino. Pronto empiezan las pintadas que invaden la zona urbana, miles de grafitis con tags y dibujos de cómic crean una atmósfera contracultural que llena paredes, túneles, fábricas, muros y arcos que dan al lecho de algún río…

Pero Christian todavía está allí, en el centro de la sierra, atado a ella por un prodigioso ensalmo que se desvanece cuando su metro llega por fin a su casa, en su barrio.

Ya tiene ganas de volver.

miércoles, 3 de abril de 2019

El Jarama y Rafael Sánchez Ferlosio



Ha muerto Rafael Sánchez Ferlosio, uno de mis autores más estimados y que más admiro, a pesar de él mismo y su evolución. Pocas novelas me han conmovido tanto como El Jarama (1955) que he leído en tres ocasiones y no descarto volver a leer. Para mí, además de ser un exponente de la narrativa neorrealista en que una serie de personajes tejen diálogos carentes de interés, cotidianos, representativos de su cultura y clase social en un día pasado en las orillas del río Jarama, es una novela que califico de obra maestra. Algún crítico ha llamado a esta escuela, “de la berza” por narrar la inanidad de un día de fin de semana y las palabras registradas a modo de magnetófono de unos muchachos a los que no sucede nada en especial. Los diálogos por lo que he leído fueron tejidos por los recuerdos de la mili de Rafael Sánchez Ferlosio en que los reclutas y soldados conversan en intercambios repletos de lugares comunes. Sin embargo, al final pasa algo que cambia totalmente el sentido del día, pero lo más relevante para mí y lo que me fascina son las escenas en el garito donde suenan aires flamencos, y algunos protagonistas, que no se han enterado de lo que ha pasado en el río, bailan sobre la mesa, totalmente poseídos por el efecto de la grifa y la narración se convierte en un ejemplo de realismo mágico paralelamente a una luna llena enorme y roja que se eleva sobre el horizonte. Realmente mágico y misterioso. 

Esta novela fue elegida para selectividad en el antiguo COU y fue un fracaso estrepitoso. Mis alumnos se rebelaron y mostraron su aversión por una novela tan aparentemente inane como esta, en que parecía no pasar nada. Por más que yo me esforcé en intentarles convencer que en la novela se pasa del neorrealismo al realismo mágico, algo que no he visto nunca comentado por ningún crítico, fue inútil. 

Pero Ferlosio rechazó esta novela como infame y renunció a ella. Y está claro que renunció al estilo de la misma, leído treinta años después El testimonio de Yarfoz que ambientado en un mundo ucrónico a mí me dejó totalmente descolocado y no me llegué a sentir cómodo dentro de la narración. Las historias fantásticas en mundos totalmente alejados de la cotidianidad me gustan cuando me las cuenta Tolkien o Ursula K. Leguin, pero ese español exquisito, ya totalmente transformado por un trabajo de estilo tendente al barroco y la hipotaxis, me resultó todo lo contrario que El Jarama, carente de interés. Pero muchos críticos alabaron como una obra singular y distinguida esta novela de proyectos hidráulicos que poco tenía que ver con la realidad histórica. 

Leo mucho después su Campo de retamas donde aparecen sus famosos pecios, artefactos reflexivos, articulados mediante largas frases subordinadas que ostentan un uso preciosista y oscuro del lenguaje. Lo he intentado leer en dos ocasiones y lo he dejado. Reconozco que hay un trabajo reflexivo a contracorriente, basado en una cosmovisión realmente original y única –Ferlosio es único, es cierto-. Pero sus pecios, una vez traspasado el ejercicio de estilo oscuro y enrevesado, no me parecen más que expresión de manías personales sobre la cultura, el poder, los lugares comunes, la españolidad, etc. Algo así como si alguien se dedica a elaborar un pensamiento complicado e ingenioso para expresar algo que se puede decir de un modo mucho más sencillo. Muchos me parecen ya anticuados respecto a nuestra realidad. Me divierte su anarquismo militante respecto al poder y su crítica acerada a los valores castizos de lo español, sus puntos de vista singulares sobre la literatura y algunos autores. Admiro el personaje que está detrás, ese hombre de gesto adusto, que parece que a nivel personal era encantador, su elaboración reflexiva hecha a cincel mediante el estilo, depurado de cualquier tono popular o tópico. Lo interesante, en tal caso, es el ejercicio estilístico debelador de los lugares comunes y la topicidad mediante un ejercicio de minería oscuro y brillante que extrae del lenguaje sus tensiones subterráneas. Lo entiendo, pero me aburre. Ahora soy yo quien se aburre con sus pecios. Hay alguno que me hace gracia, tras la traslación de un estilo fusco a una revelación más explícita, pero la mayor parte de las veces lo que encuentro detrás me produce la impresión ¿y todo era esto? Está claro que lo esencial de este autor no son tanto las ideas, muy particulares eso sí, sino el tratamiento estilístico que las construye. 

No obstante, mi admiración por él es inequívoca. Me atrae su personaje de carácter sombrío y malhumorado, oscuro y a contracorriente. Creo que era el personaje lo que más me gustaba, siento profundamente su ausencia, pero yo volveré a leer El Jarama las veces que me dé la gana. Parece que su historia literaria está hecha contra esta obra de la que no quería ni hablar, como si no fuera suya. 

miércoles, 27 de marzo de 2019

Los peligros de Europa



En los dos últimos años he viajado por Europa visitando ciudades que no conocía siguiendo la interpretación de Georges Steiner de Europa como casa común en su libro Europa que había leído hace años. Ha sido mi descubrimiento, todavía parcial, de la idea de Europa. Para Steiner, Europa es un café donde se escribe poesía, se conspira y filosofa; el paisaje es caminable, es una geografía hecha a medida de los pies; sus plazas llevan nombres de grandes estadistas, científicos y escritores del pasado, algo que no es común en América; desciende simultáneamente de Atenas y Jerusalem, de la razón y la fe, que desembocó en la democracia y la sociedad laica y la que produjo los místicos y la espiritualidad, pero también la censura y el dogma; por último, lo más inquietante es la pervivencia de los odios étnicos, el chovinismo nacionalista, y la resurrección del antisemitismo. Y como elemento común, actualmente, es la uniformización como consecuencia de la globalización. 

Mi conciencia de viajero europeo en solitario me ha permitido constatar dicha uniformización que hace que Cracovia o Praga, que Viena o Lisboa, que Budapest o Berlín, que Dublín o Rennes, que Estocolmo o Amsterdam, que Reykiavik o Vilnius, que San Petersburgo o Madrid, por poner unos pocos ejemplos, tiendan a asimilarse en sus tiendas, en sus paisajes humanos caracterizados por el turismo masivo, las mismas franquicias en todos los sitios, el estilo de la moda, el modo de comportarse las personas cada vez más similar, la prisa… Pero maravilla de maravillas, Europa es un continente de plazas, de cafés, de mercados, de fiestas ciudadanas, de barrios antiguos de estructura medieval o neoclásica, de ríos… que producen, una vez traspasada la evidente homogeneización, una visión más profunda de cada ciudad o país. Me he sentido a gusto, superada la realidad de ser un turista más dentro de una avalancha masiva. En casi todos los países en que estado he necesitado ayuda, y siempre ha surgido alguien que se ha interesado por mí y me ha ayudado, apoyo humano que he agradecido profundamente y que me ha hecho sentir una mayor sintonía con el país que visitaba.

Un tema insoslayable en toda Europa es la cuestión judía. Europa era un continente en que convivían millones de judíos desde siglos atrás. El antisemitismo, desatado por el nazismo y las complicidades en cada país llevaron casi a la desaparición de la población judía. En España nos hemos olvidado de este tema pues los judíos fueron expulsados a finales del siglo XV. En muchas ciudades quedan juderías medievales cuyos restos nos evocan a una Sepharad que dejó de existir para nuestra desgracia. Pero en Europa la presencia judía era significativa o muy importante. En casi cada país que he visitado, salvo Irlanda, el tema judío ha sido esencial. Recuerdo mi paseo por Budapest por las orillas del Danubio cuando descubrí el muelle de los zapatos desde que dos decenas de miles de judíos fueron tiroteados y arrojados al caudal del Danubio. O mi visita en Paneriae, a las afueras de Vilnius (Lituaniai), el bosque donde fueron asesinados casi cien mil judíos con la complicidad de nacionalistas lituanos. O en el gueto de Cracovia o el cementerio judío de Praga y ya no decir Berlín. Europa antes de la segunda guerra Mundial acogía a grandes poblaciones judías que se habían asimilado a las culturas nacionales, hasta que se desató el pogromo mayor de la historia. Esto me produce una gran desolación porque veo que el antisemitismo, sea en Francia o en Polonia, en Hungría o Lituania –o en España-, sigue vivo pese a las palabras oficiales. Mis viajes por Europa me han llevado a descubrir ,como dice Steiner, que los viejos odios antisemitas han tomado de nuevo auge en la cultura europea, igual que los nacionalismos xenófobos y supremacistas adquieren carta de naturaleza disfrazándose de lenguajes progresistas. Nadie dice que “soy nacionalista xenófobo” o “soy antisemita” pero lo son en formulaciones más ajustadas políticamente.

Viajen por Europa, inténtenla descubrir como territorio compartido, como cultura de raíces cristianas comunes (y semitas y musulmanas también). Cuanto más conozco Europa más me siento ciudadano europeo y siento el desdén que desde los distintos nacionalismos se lanza contra la idea europea.

Estoy seguro de que viajar no hace necesariamente a las personas más abiertas, ni tengo nada claro que el leer haga más generosos a los lectores, ni creo que el deporte una a la gente de los distintos países… pero son elementos que pueden ser una ayuda para que los europeos nos sintamos en un continente compartido, de Atenas a Estocolmo, de Dublín a Sofía –mi próximo destino viajero-, de San Petersburgo a Lisboa… Soy europeo, y siento orgullo de que mis hijas se educaran en una escuela que lleva por lema “escuela europea”. No escuela española o catalana, no, “escuela europea”. Esa es mi identidad junto a ciudadano del mundo. 

viernes, 22 de marzo de 2019

La experiencia del viaje




He viajado bastante en los dos últimos años con el llamado turismo "low cost" que permite que en cualquier época del año verdaderos aluviones de turistas lleguen casi a cualquier parte del mundo, especialmente si son ciudades o lugares considerados “in”. Las ciudades europeas están llenas de turistas, sea Praga, Budapest, Madrid, Cracovia, Estocolmo, Lisboa, Dublín, Amsterdam, Viena o Berlín, y da igual que sea invierno –menos, claro- que en primavera o verano que es el acabose. Y los turistas hacen fotos, claro, en cualquier circunstancia y en cualquier lugar, sea de la comida, sea de cualquier vista o perspectiva típica. Es lo normal, pero no lo es tanto cuando ves a jóvenes y no tan jóvenes hacerse fotos divertidas, provocativas, en lugares que merecerían un profundo respeto. Vi a turistas hacerse fotos chachis en el memorial de las víctimas del Holocausto en Berlín, o en el mismísimo campo de exterminio de Auschwitz posando como si se estuviera en una situación muy apta para ser comunicada por las redes sociales, porque, claro, luego estas fotos se difunden en redes sociales sin lugar a dudas. “Fíjate dónde estoy” y añado que haciendo el ganso. Un viaje se retransmite por Instagram donde se cuelgan fotos en actitudes entre el buen humor y el regocijo. “Fíjate qué bien me lo estoy pasando”.  

La experiencia del viaje se trivializa en virtud del turismo masivo. Cualquier lugar que tenga fama es invadido por masas y masas de turistas que harán interminables selfies en cualquier circunstancia y todos sus amigos verán la crónica del viaje en Instagram recibiendo entusiastas likes y comentarios que ofenderían a cualquiera preocupado por la inteligencia colectiva.

Cabría reflexionar sobre la idea misma del viaje, del viajar, que en un tiempo se consideró como una experiencia con atisbos de profundidad. Si Lord Byron volviera... 

viernes, 15 de marzo de 2019

Mi padre y yo


Mi padre a veces me llevaba en coche. Él prefería los Renault y tuvo primero un 4-4 y posteriormente un gordini. Yo me subía pacientemente con él y me sometía a su monólogo que versaba muchas veces sobre el funcionamiento del motor de explosión de dos o cuatro cilindros. Él era un enamorado de la técnica, de la aeronáutica y de la historia de la segunda guerra mundial, libros que leía en largas noches de soledad con la luz encendida. Desde entonces yo detesto dormir con luz de un modo casi patológico. El caso es que el discurso de mi padre me aburría profundamente. Su delectación en el motor de explosión recibía mi más absoluta indiferencia. Nunca me interesó lo más mínimo. Él opinaba además que la literatura era anacrónica. 

Yo estudié literatura. He dedicado mi vida a la literatura, no como creador porque no he tenido la capacidad necesaria pero sí a su enseñanza y a mi experiencia como lector. Puedo decir que la literatura que mi padre entendía como anacrónica ha dado sentido a mi vida. Yo soy esencialmente literatura, a pesar de que mi padre cuando me veía leer, intentaba disuadirme y me decía que lo que tenía que hacer era irme a la discoteca. 

Ahora muchos años después recuerdo que llevaba a mi hija en el coche a los entrenamientos de básquet y le hablaba con pasión de libros como los que habían escrito Kafka o J.D. Salinger pensando que podrían ser relevantes en su experiencia. Mi hija me aguantaba y parecía seguirme la corriente, pero hacía como yo como cuando mi padre me hablaba de los motores de explosión. No le interesaba para nada. No es lectora en absoluto. En casa hay miles y miles de libros que ella desconoce. Nada de lo que soy yo le interesa lo más mínimo. 

Puedo entender la desolación de mi padre en su monólogo sobre el motor de explosión y mi indiferencia. Siempre fui refractario a todo aquello que él me dijera.

Muchos años después sigo enfermo de literatura, pero cada vez me encuentro más similar a mi padre en muchos aspectos. No me interesa el tema de la técnica o el terrible motor de explosión pero sí la historia cuyos libros de los que nunca él me habló, ocupan un lugar muy importante en mis intereses. 

Sé que tener hijos es asumir un conflicto decisivo. No envidio a los que deciden no tenerlos. Su vida es menos arriesgada, más cómoda. 

¿Habrá algo que quede en mi hija con el paso del tiempo?

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