Nuestra vida política no logra desprenderse de esa etiqueta que la relaciona con una herencia del franquismo. No hay peor marchamo posible que alguien sea etiquetado como franquista. Entiendo que hay un intento por parte de las fuerzas de izquierda y progresistas de negar este periodo de la historia de España, una aspiración a hacerlo desaparecer como un periodo cargado de un aura criminal y maligna. Pocos o ninguno se atreven a reivindicarlo como una parte de la historia de España que tuvo su parte abyecta pero también su lado constructivo. Sin duda, el que esto escribe lo percibe como un periodo nefasto pero inevitable para la construcción de una España de clases medias. Yo lo viví de niño y de joven en las calles de una ciudad mediana en que no había oposición al franquismo. Formaba parte de nuestra realidad surgida tras una guerra civil que sacó nuestro lado más cruel y sanguinario. Yo lo tengo claro. Si hubiera vivido ese periodo de irracionalidad que fue la república y la guerra civil, hubiera elegido exiliarme por no identificarme con ninguno de los dos actores en aquella tragedia. Si no me hubieran matado los unos, me hubieran matado los otros. Hay una especie de leyenda sobre lo que significó la Segunda República y se la quiere ahora entronizar en los altares. Estuvo llena de terribles errores y su realidad fue que apenas tuvo defensores de verdad. Los anarquistas y los socialistas revolucionarios despreciaban esa ficción burguesa que era la república. Por el otro lado, los monárquicos y las derechas siempre desconfiaron de ella. Y una buena parte de los españoles sintieron heridos sus sentimientos religiosos de forma gratuita por una especie de odio irracional a todo lo que significaba la iglesia y el catolicismo.
Percibo en un sentir de la izquierda el querer volver a aquel periodo de triste memoria como si fuera algo digno de ser celebrado. No, no lo fue. No puede tacharse de la realidad a una buena parte de un país que se siente conservador. Imagino que en ciertas mentes de la izquierda hay un deseo inconfesable de hacer desaparecer física o mentalmente a todo lo que significa el otro lado del espectro político desde una supuesta altura moral que no comprendo. ¿Puede construirse un país sin la presencia de la derecha? ¿Por qué cuando se habla de un partido como Ciudadanos simplemente se lo etiqueta ya con el marchamo de derechas y eso supone ya una tautología que significa que es despreciable y que ya carece de toda legitimidad moral y política? No sé si Ciudadanos es de derechas, pero ¿qué pasaría si lo fuera? ¿Anulamos y hacemos desaparecer ese sentimiento de centro y conservador de ciertos aspectos del terreno de juego político? ¿Tachamos de un plumazo una forma de sentir? ¿Los sometemos a desinfección ideológica, los mandamos a un psiquiátrico para reeducarlos? ¿Aniquilamos a todo lo que signifique PP? Percibo una suerte de odio larvado con ese término miserable que se estila que es “facha”. En ese adjetivo se resume la clave de toda la tragedia de España. La incapacidad de convivir ante el otro que es diferente.
No me cabe duda de que la derecha en este país ha sido en buena parte intolerante. Lo ha sido, es cierto. Pero ha sido capaz de construir algo. La izquierda ha sido en su historia, destructiva, sectaria, dividida en mil y una tendencias enfrentadas entre sí y no ha reculado ante los medios más violentos y ominosos para ejercer el poder. En la transición, PCE y PSOE se adhirieron a un pacto de convivencia que respetaba la realidad plural de los españoles y eso ha permitido el periodo más positivo de la historia de España para no volver al periodo anterior. Hoy, sin embargo, la izquierda radical coquetea con ideas que llevaron a la república al desastre y se desdeña la transición como un pacto de miserias y se quiere de nuevo maximizar la tensión política para retornar al periodo republicano, un periodo que visto en la perspectiva histórica fue terriblemente erróneo y pocos brillaron allí por su altura de estadistas.
El franquismo fue una consecuencia espantosa de aquella confrontación. Todos hubiéramos querido un país reconciliado, capaz de vivir democráticamente sus tensiones. Pero no fue posible. Y la consecuencia buscada y anhelada en aquel momento fue una guerra que se presumía revolucionaria y que aniquilaría a la derecha para siempre de este país y por el otro lado, se buscaba extirpar todo lo que significaba la izquierda revolucionaria y el nacionalismo periférico. Tres años de guerra, con brutalidad y terror en ambas partes, llevaron a una posguerra terrible y a centenares de miles de exiliados. Pero ¿qué hubiera ocurrido en el caso de vencer el otro lado? ¿Hubiera habido piedad como no la hubo durante la guerra? No me creo las leyendas de una izquierda santa y benéfica que solo buscaba el bien de la humanidad. Se habla mucho de las fosas del franquismo, pero ahora solo de las fosas de un lado como si el otro lado no hubiera llenado también fosas. El terror rojo no fue una invención del franquismo.
La consecuencia de los terribles errores de la izquierda fueron cuarenta años de franquismo y un país que en esencia quería paz y crecimiento económico como así fue. El franquismo fue un proceso que permitió que este país pasara de ser agrario a ser un país de clases medias. Me hubiera gustado que se hubiera conseguido de otra manera. España quedó en manos de la derecha sin el contrapeso de la izquierda y la miseria moral se enseñoreó de la vida pública española.
A veces pienso que este es un país de orates, incapaz de reconciliarse con su historia que se desprecia, que busca siempre poner el reloj a cero para comenzar de nuevo desde una nueva pureza no mancillada, desdeñoso de cualquier perspectiva de pacto como una rendición, que se encanta con la idea de vivir en un país imaginario en que no exista el otro, el diferente, que pretende negar que parte de nuestra historia fracasada fue ese franquismo que no debía haber existido pero existió y la sociedad española en su conjunto lo vivió como constructivo. El otro día el charcutero de mi barrio me confesaba con embarazo que su padre era franquista, catalán y franquista. Mi padre también lo era, le dije. Y es que los españoles en buena parte lo eran. ¿Vamos a negar esto? Me hubiera gustado vivir más en un país como Reino Unido en que el Parlamento es capaz de convivir en medio de las tensiones históricas y está orgulloso de su pasado y la reina va en carroza y lleva una corona, y los jueces llevan pelucas con sus togas. ¿Se imaginan algo así en nuestro país?
El franquismo forma parte de nuestros periodos anómalos pero no deja de ser parte nuestra historia. Asumirlo como parte de nosotros, de nuestros errores, sería conveniente. Querer borrarlo como se borra con típex una frase escrita es algo que no ayuda a comprenderlo. Fue un fracaso, sin duda, pero muchos que se consideran con altura moral contribuyeron a hacerlo inevitable.
A veces me pregunto si los actores de la segunda república hubieran tenido una perspectiva de adónde iban a llevar sus planteamientos maximalistas, es decir, a cuarenta años de dictadura, ¿hubieran hecho cosas distintas? Me lo pregunto y me respondo que seguramente no. Hay una predilección por la tragedia que forma parte de la historia de España.
Yo me hubiera ido.