Es difícil considerar el valor del silencio en un tiempo en que fundamentalmente hay ruido en todos los órdenes. Si nos trasladáramos por un bucle del tiempo a otras épocas, habría muchas cosas que nos maravillarían, pero no sería la menor de ellas la de encontrar mundos fundamentalmente en silencio o en todo caso sonidos procedentes de animales, instrumentos artesanos, campanas, voces humanas… El conjunto sería un universo en la penumbra del silencio por las noches y en cuanto nos alejáramos del centro de la villa, nos lo encontraríamos dominando por doquier. El silencio era un componente habitual de la vida.
En nuestro tiempo postindustrial esto no es así. Los ruidos estrepitosos dominan la vida cotidiana así como los motores de todo tipo, maquinaria, música estridente, emisoras de radio y televisión aceleradas donde se emite continuamente malestar y griterío que no apela al raciocinio sino a la visceralidad. Pero el ruido no es sólo una cuestión acústica. Nunca han existido en tal cantidad los mensajes en billones de direcciones continuamente y que abruman la capacidad de equilibrio de los supuestos receptores que no encuentran otro modo de blindarse que la sordera física y psicológica y la indiferencia. ¿Cómo separar en esa brutal algarabía los mensajes importantes de los banales, sobre todo cuando estos son mucho más atractivos visual y auditivamente? El ciudadano medio está saturado de información con el resultado de que opta por cercenar voluntariamente su capacidad receptora y aislarse en su pequeño mundo de diez metros cuadrados intentando volver intuitivamente a un espacio de cierto silencio (relativo) en que no sería asaltado por informaciones no requeridas.
Pienso en mis alumnos de catorce años, con su portátil a cuestas desde el que pueden acceder a la información más relevante y más trivial que existe hoy en el mundo. Pero están, como lo estamos todos, inquietos, alterados… Las clases son ruidosas, les cuesta quince minutos recuperar como mínimo una cierta capacidad de atención, que no es tal porque la sesión es interrumpida continuamente por intervenciones que no suelen venir a cuento. La clase supone desorden mental y el profesor ha de saber encauzar esa energía dispersa y llevarla a algún lado de modo que sea significativa en medio del caos, el azar y el alboroto. No siempre se consigue.
El pasado jueves quise intentar con mis alumnos de segundo de ESO un ejercicio experimental al que di el nombre de “La magia del silencio”. Tenéis un enlace al blog de la clase en que se explicaba el proceso, y la encuesta que se realizó posteriormente. Llevé una vela que puse en una hermosa palmatoria traída de Marruecos y que me regaló una amiga muy querida y ya fallecida. Cerramos las persianas y la ventanita de la puerta de modo que la clase quedó en casi completa oscuridad sólo matizada por la luz de la vela. El ambiente era de entusiasmo generalizado. Pocas veces he visto un interés más real por el resultado de una actividad cuyo objetivo yo tenía claro pero esperaba que ellos me abrieran otras vertientes. Los muchachos se pusieron alrededor de la vela que centraba la escena dotando a la situación de una extraña irrealidad. Se trataba de recuperar unos cinco minutos de silencio en que intentaríamos relajarnos respirando profundamente. Nadie debería molestar a nadie y sólo intentaríamos concentrarnos en la luz de la vela y escuchar el silencio para ver si captábamos el misterio que yo había insinuado. Reitero que era intenso el ambiente de expectación, pero en las dos veces que realizamos el ejercicio no se logró un estado de quietud ni se pudo percibir directamente la citada magia. Siempre hay tres o cuatro alumnos que aprovechan la situación para hacerse los graciosos e intentar provocar la risa, a pesar de que había dicho que aquellos que creyeran que no podrían mantener el silencio podrían salirse de clase durante la realización del ejercicio. No quiso salir nadie. ¿Quién se iba a perder aquello? Me di cuenta de que la mayoría lamentaba no haber podido haber realizado bien el ejercicio y algunos me pedían que hiciera salir de la clase a los “graciosillos”.
La experiencia fue rica en potencialidad. Por una vez la lección dictada no iba a ser recibir información sino vaciarse de la misma para observar un estado poco o nada habitual: el silencio. Ellos se dieron cuenta de que nos enfrentábamos a algo diferente y que les atraía. En la valoración posterior que se hizo a partir de sus intervenciones orales que suelen llevar a que una decena de muchachos hablen con sensatez sobre lo vivido o visto, se habló de la dificultad de conseguir el silencio, de su falta de hábito, de que los chicos que habían alterado el experimento eran más inquietos (espíritus saltarines), que les había gustado y que les encantaría repetirlo aunque pensaban que no habían percibido la calificada magia del silencio de que yo había hablado.
Sin embargo, aunque es cierto que no se logró un estado de atención total, sí que es real que la atmósfera misteriosa nos envolvió a todos y que el aula ya tan conocida se convirtió en un lugar diferente en el que más de quince chavales de catorce años pretendían ver y oír algo que no es habitual y que, en alguna manera, se anhela pero no se sabe cómo conseguir sumergidos como estamos en una realidad compleja, contradictoria y saturada de ruido incesante, en el que nuestras voces como docentes no son más que otra distorsión que sólo algunas veces se convierte en melodía significativa.
Quizás recuerden esta situación toda su vida. Yo al menos así lo haré. Mi enseñanza, mi intento de enseñanza, fue el valor del silencio.
Cuantas cosas nos perdemos por no saber oir el silencio. Yo aprendí hace unos años a amarlo. Muchas veces, en la playa, en el campo y en casa, intento dejar la mente en blanco y oir el silencio. Si cierras los ojos y solamente oyes los ruidos de la naturaleza,pajaritos piando, el viento, las olas del mar... creo que puede llevarte a un momento kairos.
ResponderEliminarCon el ajetreo de vida y tanto ruido en todos sitios, es imposible valorar esos divinos momentos de silencio. Besos Lola
Por esos azares del sistema, fui, durante un tiempo breve, profesor de Historia de la música. La primera clase cconsistia, precisamente, en saber valorar el silencio, para estar en condiciones de contrastarlo con la música y poder apreciar su sabia combinación. Hice tu mismo experimento, pero yo sustituí la vela por el metrónomo, que, en tempo de "largo" sirvió como referente para la experiencia. La conclusión que sacamos todos es que 24 horas de un día son más que suficientes si se saben aprovechar. "No es que tengamos poco tiempo, es que perdemos mucho", decia Séneca. Es obvio que aquella hora se les hizo eterna..., pero eterno fue también el conocimiento de la facilidad con que "derrochamos" nuestro tiempo...
ResponderEliminarVoy a realizar tu experimento o experiencia en mi clase. Lo he hecho alguna vez con música relajante, pero no es lo mismo. No creo que lo consigamos. Apelaré también -si me lo permites- a la competitividad ("a ver si nosotros lo logramos"), aunque desvirtúe un poco los objetivos; pero si consigo con ello -como tú- que algunos se queden con las ganas, lo consideraré un gran éxito.
ResponderEliminarMi hija no anduvo pronto, pero creo que hablaba ya en el útero materno. Hablaba y hablaba. Un día conseguí que se quedara quieta y se callara; y le dije: "escucha..., ¿lo oyes?... Es el silencio". Y la muy... me contestó, mientras salía disparada de la sala: "¡amos a buscalo". Hoy, años después, sigo intentando que lo encuentre...
Carlos, había un ambiente propicio a la idea. Lo planteé y les dejé decidir si querían hacerlo explicándoles que viviríamos una experiencia distinta y que luego contaríamos lo que habíamos sentido. Tienes la seguridad de que les atraerá. Supone una ruptura de la realidad de lo que significa el aula. Pero esos tres diablillos que nos distrajeron (sin mala intención, simplemente son juguetones) no permitieron que alcanzáramos un estado de atención importante, que es de lo que se trataba. Puedes, si quieres, enseñarles el blog de la clase y que conozcan las respuestas a la experiencia que dieron mis alumnos. Hay un nivel muy alto de ansiedad en un centro educativo por el estrés que supone el horario, nuestra obsesión (y necesidad) de aprovechar el tiempo enseñando, su propia adolescencia preñada de hormonas, su situación social y humana. Les doy lengua, pero aprovecho la clase para convertirla en un laboratorio donde se aprende a pensar y debatir. El debate posterior fue muy interesante, aunque el ejercicio no lograra sus objetivos. Si lo hacéis dejad algún mensaje en el blog de la clase para hacérselo llegar a mis alumnos. Un cordial saludo.
ResponderEliminarEl paso del tiempo nos ha contaminado acústica y luminosamente. Recuerdo que las noches de la infancia eran más oscuras. Llegada la noche era un tiempo de quietud, recogimiento y oscuridad. Las calles eran oscuras y los cielos luminosos.
ResponderEliminarMmmmmm ¡¡cómo me gusta lo que has contado y lo que habéis intentado JOSELU!!
ResponderEliminares cierto que hoy en día el silencio, seguramente sea de los bienes más escasos y más necesarios. Silencio, por fuera y por dentro... el más imposible de conseguir...al menos para las que tenemos neuronas “saltarinas”:-) yo sólo consigo silencio dentro, con la música...suena contradictorio, pero es así...me gusta sentir el silencio cuando estoy al aire libre, caminando, aun cuando en realidad tampoco existe, pero lo que se escucha es un silencio acompañado de sonidos que no molestan...que te acarician el oído y el alma.
A veces, me encantaría tener un interruptor que lo apagara tooooodo absolutamente por unos instantes y quedar en ese silencio absoluto y mágico del que hablas... debe ser el cielo.
Muchos besos JOSELU y feliz domingo.
PD
Uno de los silencios que más me gusta, es el que se escucha en el mar:-)
Leyendo tu post y la encuesta del blog, donde la mayoría valora el silencio como necesario y lo anhela, me quedé pensando en las dificultades reales, concretas y de difícil abordaje que nos propone el "ruido" variado al que estamos sometidos y del que es muy complejo escapar, porque es ése nuestro paradigma.
ResponderEliminarPor otro lado no todos los humanos estamos preparados de igual modo para "metabolizar" los estímulos. En algunas personas, por ejemplo, el estímulo lumínico dispara trastornos importantes del sistema nervioso.
Soy de aquellas que necesita un tiempo de silencio tanto como el agua o el alimento para el cuerpo. Me pregunto ¿Cómo ejercer el derecho al silencio si trabajas 10 horas por día y compartes tu vida con un grupo humano?
¿Qué posibilidades de desarrollar la noción de un necesario "vacío" creativo tienen los niños y adolescentes en el sistema escolar actual que está a su vez inmerso en esta sociedad?
¿Cómo ejercer la libertad de disfrutar del silencio en un mundo en donde se privilegia el ruido y la invasión sensorial...? ¿Cómo aprender a jerarquizar lo necesario de lo accesorio, en ese magma de información en donde categorizar se dificulta?
Las condiciones de la sociabilidad determinan formas diferentes de la subjetividad, formas diferentes de relación consigo mismo y con el otro, muy diferentes en cada momento histórico y en cada grupo humano. ¿Cómo se estructura la subjetividad con el individuo inmerso en la confusión y
sin poder contactarse con el silencio-ausencia de palabras y pensamientos, que conducirá a una angustia necesaria?
Me quedé pensando también en la relación del silencio con la muerte - Freud por el 20 ya hablaba del tema y sabemos
que para "escapar" de la angustia que produce la certeza de la propia finitud- que en otros tiempos se toleraba y se consideraba creativa - se recurre a diversos "anestésicos"
desde el ruido y el "aturdimiento" hasta las sustancias químicas y tóxicos variados.
Excelente experiencia con los "chavales".
En fin Joselu, como siempre me has abierto preguntas....más y más....
Cuando en clase, accidentalmente, se producen unos segundos de silencio, los estudiantes se miran unos a otros y sonríen nerviosos. Creo que les produce la incomodidad de algo a lo que no están acostumbrados. Alguna vez, en 1º de ESO, hemos jugado a ganar positivos manteniendo cinco minutos de silencio, pero pocas veces hemos llegado a completarlos; como mucho, a los dos minutos saltan las primeras risas y ruidos.
ResponderEliminarLas aulas son reflejo de la sociedad y en ella no hay espacio para el silencio: en el tren, en los ascensores, en las calles, en las tiendas, siempre hay pitidos, música, barullo. ¿Tendremos que enseñar también el silencio como algo perdido, un resto del pasado?
Qué buena actividad, Joselu. Seguro que más de uno se acuerda el día de mañana de esa vela, y entonces practica el ejercicio en solitario y le encuentra el sentido último :)
ResponderEliminarHace un par de semanas en el instituto en el que estoy, justo vinieron a dar una charla sobre sensibilización acústica. Recuerdo dos cosas curiosas que dijo la persona que daba la charla. Una era, que en muchos lugares de ocio, se aumenta el volumen para aumentar la ansiedad (que según esta persona se concentra en el estómago ?¿) con lo que se consigue aumentar el consumo. Debe ser, porque yo comenté haber leído hace tiempo algo al respecto, pero con el volumen en tiendas. Lo suben para que ten pongas nervioso, compres más rápido, salgas pitando y en tu lugar entre otra persona que inconscientemente hará exactamente lo mismo. Y la segunda cosa curiosa que recuerdo, y no sabía, era que uno de los sonidos más relajantes de la Naturaleza, es el del mar. Por lo visto se ha comprobado que el número de ciclos del vaivén de las olas, es el mismo que el de la respiración en humanos, en reposo (doce por minuto). Estamos sincronizados por lo visto, o tal vez sea sólo casualidad, pero el caso es que es así.
Para mí, el silencio es una necesidad. Como para tantas personas, imagino. Tus chicos lo buscarán tarde o temprano, -me pregunto si alguien no lo haya hecho nunca- y entonces, fijo que se acuerdan del profe de lengua y de su vela.
Besos, Joselu.
Ana, ese "vacío creativo" no se considera tal. El silencio, aunque algunos lo anhelen sin saber muy bien qué es, para ellos es simplemente aburrido. Como los hombres del barroco sentían el "horror vacui", así los jóvenes se sienten desconcertados y confundidos por el silencio. No se concibe en general como un valor, y tal vez, como me has hecho reflexionar con tu alusión a Freud, tenga algo que ver con la muerte, con el presentimiento de muerte. Está claro que mis alumnos de catorce años no quieren tener presente la muerte, aunque a veces les hago plantearse preguntas con hipótesis sobre ella. Quizás en la sociedad, que orilla la muerte, se conciba el silencio como una cierta aproximación a ella. Es una cuestión fascinante, pero lo que es real es que un aula se articula como una sucesión de voces que no cesan y en la que es muy difícil llegar a unos momentos de silencio. Sin embargo, me propongo volverlo a intentar viendo qué otros mecanismos de persuasión puedo utilizar. El silencio disfrutado existe cuando todos confían en los demás y en que nadie romperá ese silencio. Eso es muy difícil de obtener. Pero el tema se las trae. Muchas gracias, Ana, por tu aportación.
ResponderEliminarAntonio, no es broma eso de enseñar el silencio como un valor del pasado a recuperar. Sin silencio, sabemos, no hay atención, y la atención es la cualidad que más le falta al sistema educativo. Cuando en una clase hay unos minutos de trabajo en serio, llega un silencio (relativo) que nos relaja a todos. Ellos reconocen que con silencio se trabaja mejor pero que a la vez les es difícil mantenerlo porque no están acostumbrados a él. El problema fundamental de toda nuestra sociedad y la escuela como reflejo -pienso- es nuestra deficitaria capacidad de atención que es dispersa y fragmentaria. Lo experimento en mí mismo. Causas, muchas. Pero tendríamos que reflexionar seriamente sobre ello. El silencio como patrimonio común, como espacio creativo, como estado amable no agresivo. Tiempo de atención más o menos completa. Veo que vamos a participar en el proyecto de las quinientas palabras en días no muy alejados. Allí reflexionaremos sobre ello.
ResponderEliminarV., es coherente esa idea de que se ponga música muy alta para provocar ansiedad y estimular el consumo. He entrado en algunas tiendas y me he quedado horrorizado por el volumen sonoro que era muy desagradable, unido a los saludos sumamente expresivos de los dependientes que te daban la bienvenida a la tienda. Vivimos en una sociedad -especialmente en los espacios urbanos- estresada, con altos niveles de ansiedad. Imagino que los jóvenes reflejan esa ansiedad y el ruido es una forma de descargar tensión ante una situación que no les lleva a cautivar la atención. Es difícil que logremos cautivarles explicándoles ortografía o la morfología del sintagma nominal. Pero hemos de enseñarles ortografía y eso no puede ser divertido. Atención deficitaria y alto nivel de ansiedad llevan al ruido como telón de fondo de una sociedad hiperestimulada y esencialmente consumista.
ResponderEliminarQuizás debamos enseñar "el silencio" como contenido esencial en nuestras clases. Que lo oigan alguna vez. Gracias por tus palabras.
María, una sensación que me produce intensa desazón es encontrarme en un lago de montaña (un ibón, un estany) y pasar allí una tarde. La quietud es tan total y está unida a un silencio tan absoluto (cuando se ha ido todo el mundo) que me produce esa inmovilidad un alto nivel de ansiedad, y lo curioso es que me ha pasado en entornos bellísimos pero lo cuento tal como me pasa. Necesito aislarme entonces de la quietud y meterme en el refugio si lo hay para aislarme de ese total quietismo de las montañas. Es diferente la sensación que me produce un río torrencial o el mar. Allí siento la vida y me hace sentir bien. Creo que yo no sería un buen guarda de un refugio de montaña. Me pondría nervioso, pero me gustaría ser farero durante algunas temporadas. Eso es algo que he imaginado muchas veces. No es la soledad la que me inquieta, es la inmovilidad.
ResponderEliminarBesos.
Cuando leí la propuesta en tu blog de aula, me pareció muy acertada.
ResponderEliminarDar un nuevo escenario al aula siempre es un ingrediente motivador. El escenario que has planteado es muy rico: silencio, oscuridad, recogimiento...
Aunque hay voces que lamentan que en la escuela no se enseñe el silencio, quiero romper una lanza en favor de aquellos centros en los que el plan de lectura ha servido para que los alumnos aprendan a guardar silencio mientras leen. Está comprobado que ese aprendizaje redunda en otras clases, en las que se solicita calma y sosiego, además de silencio.
Puedo dar fe de ello.
Joselu, dos veces escribí un comentario en tu interesantísima entrada anterior y otras tantas desapareció. ¿Por qué me ocurre con tanta frecuencia? Es muy frustrante. A ver si ahora...
ResponderEliminarCuentas otra vez una experiencia novedosa y original. El silencio es un valor extraño hoy día, nos gusta el ruido que aturde y atonta, necesitamos la radio, la televisión o la música de fondo, aunque no prestemos atención a lo que oimos. Los docentes anhelamos un rato de silencio tras muchas horas de clase, yo al menos lo necesito cuando vuelvo a casa. Perdemos (o invertimos, según se mire) buena parte de las clases intentando que nuestros alumnos se callen y presten atención. Ellos ven el silencio de otra manera, no lo aprecian tanto. Lo peor son esos graciosos que siempre echan a perder cualquier experiencia novedosa y diferente. Resulta descorazonador que tiren por tierra un intento de apreciar algo casi exótico para ellos. Y precisamente eso es lo que debemos enseñarles, nuevas posibilidades, diferentes maneras de apreciar su entorno y a ellos mismos, otra forma de estar en clase y llegar al conocimiento entendido "lato sensu". Una vez conseguimos unos instantes de silencio y oscuridad totales en el interior de una cueva. Era además el día de mi cumpleaños, lo recuerdo muy bien. Mi colega les hizo ver que allá dentro no había ningún ruido, apagamos las linternas y durante un corto espacio de tiempo experimentamos la ausencia de estímulos externos. Fue muy curioso y enriquecedor.
Fíjate que entre los adultos tampoco entendemos muy bien el silencio. Si en la comida de repente nos quedamos callados decimos que ha pasado un ángel. Parece que el silencio es incómodo e inusual, hay que hablar para evitar el vacío. Habrá que recordar las palabras de Machado: "A distinguir me paro las voces de los ecos/ y escucho solamente entre las voces una."
Sentí no ver la película "El gran silencio", intentaré hacerme con ella.
Es cierto, como dices, que la música en algunas tiendas es insoportable. Invita más a salir corriendo que a comprar. Yo siento lo mismo en el gimnasio. No entiendo por qué ponen música atronadora, dicen que es para animar a la gente, pero en mí produce el efecto contrario, no soporto el chun-chun y menos a ese volumen, por eso ahora sólo voy a Pilates, que tiene como fondo música suave y relajante, minutos de relajación incluidos.
Aunque sea una frase muy manida, conviene recordarla: "No hables si lo que vas a decir no es más hermoso que el silencio".
Un fuerte abrazo, colega.
Lu, es cierto que la hora de lectura, si funciona, es también creadora de una calma real. El problema es cómo enfocarla. En mi centro se ha querido utilizar más que para el placer de la lectura como clase de comprensión lectora de las distintas materias.
ResponderEliminarBuena la apostilla de que el silencio en sí no es un valor si no va acompañado de calma y sosiego. El ruido, a la vez que signo de vitalidad, también lo es de ansiedad y el aula necesita algún mecanismo para liberar ansiedad. Hubo un tiempo en que hacía levantar a los chavales, les hacía concentrarse, respirar hondo, entrar en fuerte tensión corporal manteniéndola durante unos segundos para luego liberarla con un grito simultáneo de toda la clase, un grito atronador en que el cuerpo se destensaba. Esto lo hacía después de algún examen y si era necesario lo repetía. Era un buen sistema, que ahora no me atrevo a poner en práctica porque para experimentarlo se requiere seguir estrictamente las instrucciones.
Yolanda, a mí me pasa también muchas veces al dejar un comentario. Toma la precaución de copiarlo antes de enviarlo. Cuando no lo hago, venga, lo pierdo y da una rabia... Te entiendo perfectamente.
ResponderEliminarPienso repetir la experiencia con la información que tengo ahora. Si algo quedó claro es que la mayoría querían experimentar esa sensación de quietud en una atmósfera distinta. La luz de la vela tiene algo de mágico.
El silencio debe ir unido a la atención vigilante, no a la tensión sino a la atención, factor en declive en todos los órdenes en la sociedad postindustrial. Nuestra capacidad de atención es muy limitada y circunscrita a algunos prácticas. Una vez tuve a mis alumnos de cuarto de ESO observando el recinto de los chimpancés durante seis horas con algún receso para descansar la observación. Fue una de las experiencias más apasionantes que he llevado a cabo. Era un curso con alto nivel de contención lo que posibilitó ese estado de atención continuada durante la mañana y parte de la tarde. Y se quedaron con ganas de más.
Esta tarde he visto Inside job. Tremenda, disecciona la realidad financiera que llevó a la crisis con un escalpelo. Es muy densa y recomendable.
Un abrazo, colega.
Lola, aprendí de ti el concepto kairós, que me parece excelente para expresar el sentido último de lo que podría ser una práctica contemplativa (ante el mar, en el jardín, en la terraza, en la soledad de la casa): dejarse penetrar por el silencio o por los sonidos naturales (si es que las perforadoras, los coches y los gritos nos dejan). También en la clase puede alcanzarse, sin proponérselo, un momento de plenitud. Besos.
ResponderEliminarNecesitamos silencio, Joselu. Silencio en todos los sentidos: físico y psicológico. Necesitamos, nuestros alumnos y nosotros, aislarnos para pensar y meditar cuál es el camino que vamos a tomar. El problema es: ¿quieren que nos aislemos?
ResponderEliminar¡Fatástica experiencia, Joselu! Creo que también voy a intentar hacerlo con mis alumnos. Y quizás con los 3 niveles que imparto: 2º y 4º de ESO y 2º de bachilerato. Comparar los resultados de las distintas clases y los distintos niveles/edades puede arrojar resultados interesantes.
ResponderEliminarHay 2 libros muy relacionados con los temas que comentas en el post y en los comentarios.
a) "Viaje al silencio", de Sara Maitland. Altamente recomendable. Investigación profusa y reflexión minuciosa acerca del silencio.
b) "Superficiales. ¿Qué está haciendo internet con nuestras mentes?", de Nicholas Carr. No lo he leído, sino la entrevista al autor que publicó EL PAIS hace unos meses. Tema: la falta de atención, la distracción permanente a la que nos tiene sometido internet y las redes sociales.
Un abrazo.
pd: como complemento a la sesión de clase sobre el silencio, se puede leer un fragmento del libro de Sara Maitland, o escuchar la canción de Sabina "Ruido" ;)
Justamente llevo unos días acomodándome en el silencio, y cuesta, porque es entonces cuando la realidad se hace más real.
ResponderEliminarBuena entrada profesor, espero que vuelvas a repetir la actividad otro día, esos alumnos que insistían se lo merecen.
Saludos
Carajo...otra vez me olvidaba de ti. He tenido un día lunes un tanto ajetreado, pero bueno, ya es hora de irse a la cama. La analgesia, el protector para el bruxismo, el valium...¡Que ganas de estar bueno! Tu dirás...¡A este se le ha ido la pinza! Bueno un poco, bastante si, pero se me fue o la perdí hace ya mucho, no es nada nuevo, pero todo esto viene a cuento porque el sábado me encontré de frente con nuestra ruidosa tecnología, es un suponer que la ciencia avanza para hacernos más fácil la vida, pues bueno, me hicieron una Resonancia, por aquello de la ciática..y no me quejo, sólo han pasado 4 meses desde que me mandaron al especialista...muy malito andaré, pero vamos, seguro que curo solo, joder, que se me va el santo al cielo, que yo decía tecnología para nuestro bienestar...¡Ustedes saben el estruendo que hace la jodida máquina esa! Es una auténtica colección de ruidos raros y contundentes, hasta te ponen unos auriculares que no sirven para nada, pero te los ponen. El ruido, no podemos vivir sin ruido...recuerdo cuando me casé, yo siempre, bueno casi siempre había vivido al lado de San Juan, la plaza mayor, justo al lado de la Catedral, a ver... la Catedral, San Andrés, los Jesuitas, el Barbara de Bragança, la Soledad, las monjas, las otras monjas, el Ayuntamiento...y todos con reloj o con campanas...cuando me fui a vivir a mi nueva casa, pasé varios días que no dormía, que no descansaba...¡me faltaban las campanas! cuando llevas media vida con las campanas cada 15 minutos, notas la falta. La última vez que fui a uno de los parajes campestres que más me gustan, subido a lo alto de una peña, escuchando el silencio del campo, el campo, es ruidoso sólo por la noche...quien no me crea que duerma una noche alejado de la "civilización" y comprenderá lo que digo.Bueno, pues ahí estaba yo y de fondo, oía, como no, el ruido de los coches a su paso por la general, a unos cinco o seis kilómetros...los veía con los prismáticos...creo que tendré que comprarme una cápsula de aislamiento...de esas que te sumerjes en una solución altamente salina y estás como flotando y aislado del esterior, sin luces...un viaje a tu interior... bien colacado estará hasta bien. Silencio...¿Eso qué es lo que es?
ResponderEliminarPor cierto...me encanta, es preciosa...la niña de la foto. En color debe de ser alucinante.
ResponderEliminarCaperucita azul, "¿quieren que nos aislemos?". Vivimos en una sociedad esencialmente de consumo. Éste es el motor que nos nutre en todos los sentidos. Para incentivar el consumo hay que aturdir, sin que quede tiempo para pensar qué queremos, adónde vamos y dónde estamos. El ruido es esencial para evitar los espacios vacíos que pudieran dar lugar a la reflexión o a la autoconciencia. Pienso que los mecanismos que rigen nuestro modo de vida necesita del ruido. El silencio es algo anómalo. Ojo, no pienso que haya un modo alternativo de vida a éste. El problema es que no lo hay, de manera que nuestro mundo sea viable. Donde hay silencio hay alguien que piensa o que tiene la oportunidad de hacerlo.
ResponderEliminarAndrés, me apresuro a intentar conseguir el libro de Sara Maitland, cuyo título me parece suficientemente expresivo. Hace un tiempo escribí un post MEDITACIÓN Y APRENDIZAJE en que hacía unas reflexiones que conectan con este último. Uno de los objetivos esenciales de la educación es promover el estado de conciencia atento en medio de una sociedad esencialmente dispersa en la que todo nos lleva a buscar siempre el entretenimiento y que sea divertido. Es la filosofía de nuestros alumnos y que va calando también en algunos sectores del profesorado. Favorecer los estado de atención es fundamental en el aprendizaje. Internet nos está abriendo caminos formidables a la comunicación pero también, sin duda, nos está haciendo más superficiales e inmediatos. No soportamos la sensación de tener que diferir algo. Lo queremos todo e inmediatamente, para saciar nuestra necesidad de novedades que rápidamente nos aburre y requerimos un nuevo estímulo. El silencio no es, en lógica, un espacio deseable porque todo se basa en la hiperestimulación, la saturación y el ruido. Espero que tus experiencias con tus muchachos sea interesante. Yo lo volveré a intentar. Saludos.
ResponderEliminarMalo, el silencio es anómalo, nos produce inquietud, reaccionamos mal ante él. Es difícil encontrar espacios en que tenga cabida. No te puedes hacer idea de lo que es un aula en que se multiplican las voces que no se pueden contener. ¿Es tan importante lo que tenemos que decir? La mayor parte de las veces no. Sólo parece ser un indicador de que estamos aquí, que seguimos vivos aunque no tengamos nada que decir.
ResponderEliminarMe ha llamado la atención lo del corrector del brusismo, porque una vez me dijeron que yo también lo padecía pero no me han dado nada para él.
El silencio ¿eso qué es? (repito contigo).
Saludos.
Quieren que nos aislemos?.... Creo que se apela - desde la sociedad de consumo más pura y dura, desde aquellos que conocen los resortes psicólogicos de masa que deben manipular para hacer aparecer los peores atributos de la especie - no solamente al aislamiento sino también al estímulo de la agresividad intraespecífica. Se producen, en ocasiones, verdaderas luchas absurdas entre congéneres por la carrera de quien tiene un auto, una cartera o una ropa de marca, mejor o más costosa. En los chicos y adolescentes ésto está exacerbado hasta el extremo. Me imagino que habrá algo de "lógica consecuencia" en esto, pero también mucho de interés ecónomico. La austeridad, el silencio y una cierta calma no son rentables.
ResponderEliminarSon muy interesantes los desarrollos de Konrad Lorenz en sus estudios sobre la agresividad humana en relación con la vida en las ciudades. " La agresividad ese pretendido mal" es un buen libro de Lorenz.
A propósito Joselu: gracias por el dato de "inside job", lo bajé y comencé a mirarlo, terminaré cuando tenga un rato más. Un verdadero thriller real!
Lo mejor de un post es el diálogo a que da lugar, y en este caso ha sido sobresaliente. Das en la diana cuando haces referencia a también a la agresividad como componente esencial en nuestra manipulación programada. La agresividad viene determinada por la exacerbación o el fomento del sentimiento de autodefensa. Agredo cuando siento que estoy en peligro. No sentimos inseguros aunque demos un aspecto de seguridad. El ser que está seguro de sí mismo puede ser generoso y puede permanecer en silencio sin tener que decir nada que lo reivindique. La vida urbana es agresiva, hemos de desarrollar resortes emocionales que nos ayuden a sobrellevar el estrés del vértigo de nuestra realidad. No me extraña que estemos nerviosos y que no aceptemos el silencio. Quizás todo esté relacionado.
ResponderEliminarInside Job es un trabajo esencial que merece una mayor difusión que la que está teniendo que es muy minoritaria. En España sólo hay una veintena de copias para todas las ciudades y en versión original subtitulada. No es fácil verla. Me encantaría que me comentaras algo sobre lo que te ha parecido.
Recuerdos perdidos, todos nos habríamos de acomodar un poco en el silencio, pero mi afán de comunicar me lleva a estar continuamente urdiendo posts y comentarios a los que me llegan. Me temo que me estoy volviendo más superficial pero me fascinan las posibilidades de comunicación que abre internet. Es apasionante, pero necesitaría un año de desconexión y silencio viajando por África. ¡Qué horror lo que está sucediendo en Costa de Marfil! Dejará heridas muy profundas.
ResponderEliminarYo soy maestra de Infantil y de los primeros ciclos de Primaria. El experimento que describes lo he llevado a cabo con ligeras variaciones con los más pequeños. En esos tiernos grupos no suele haber aun "graciosillos" y si un interés y una curiosidad tremenda hacia lo que va a pasar cuando "escuchemos el silencio" que es como yo denomino a mi experiencia. El problema, sobre todo con los de Infantil, es el breve tiempo que puedes dedicar a la actividad, apenas dos, tres minutos como mucho. Con los de Primaria ya se extiende algo más el tema. En todo caso, resulta curioso comprobar como la experiencia es absolutamente nueva para ellos. La contaminación acústica es abrumadora. Estar en silencio parece resultar agobiante para gran parte del personal. Ignoro los motivos, pero creo entrever que sumerge a los humanos en una especie de soledad brutal que los axfisia. LLegar a casa y poner la televisión, la radio, comprobar si el móvil está operativo es la primera actividad que se lleva a cabo normalmente. Ruidos externos para acallar universos internos. Es vital, para nuestra propia estabilidad, para nuestra íntima felicidad, vivir el silencio, gozar del silencio. Yo pienso que, tal y como están las cosas en que casi nada invita a ello, hay que reaprender ¡y cuanto antes! a escuchar solo a nuestro propio bum, bum, bum del corazón...
ResponderEliminarY nada que ver con el tema, Joselu, pero para el bruxismo la solución correcta es una férula de descarga que te pondrán en el odontólogo.
Un saludo.
Castilla, a veces he pensado si en el sistema educativo se aplicaran las llamadas técnicas contemplativas desde el nivel más sencillo como el que aplicas a los niños de infantil y luego a los de Primaria que me parece excelente sobre todo si forma parte de una práctica habitual. Luego posteriormente podría formar parte de un espacio cotidiano de concentración y atención al presente, en ese bum, bum del corazón que citabas. Harían falta para ello espacios adecuados que indujeran a la experiencia de la serenidad interior. Así en todos los cursos se buscarían unos minutos (de 5 a 10) cada día en ese estado fundamentalmente silencioso. Sé que es hablar por hablar porque esto no es posible. Ni los profesores se lo tomarían en serio, ni los alumnos, que lo convertirían en un show o unos instantes para dormirse si les dejaban los graciosos. No funcionaría sino en una institución escolar que lo tomara como uno de sus ejes fundamentales. Nadie lo ha hecho, pero en un mundo esencialmente depredador, asfixiante, acelerado, alguien debería crear atmósferas de cierta serenidad. Pero ¿podríamos dar serenidad nosotros que formamos parte de un sistema que busca obsesivamente la productividad y la competitividad? No sé si yo sería el apropiado para transmitir paz. El otro día fue un comienzo prometedor a pesar de lo frustrante del resultado. Volveré sobre ello. Necesitamos prácticas que nos anclen en el aquí y el ahora. Temo, no obstante, cualquier inserción en el currículo. Todo lo obligatorio se convierte en indeseable. Gracias por tu aportación.
ResponderEliminarMuy precisas tus observaciones y las de tus lectores. Poco o nada queda por decir... Confirmo el valor del silencio, agradezco que nos hayas contado esa experiencia tan luminosa y un apunte sólo: ese silecio se agradecería también en muchas reuniones de departamentos, en la sala de profesores, en pasillos y claustros y no sólo en las aulas.
ResponderEliminarComo siempre, el maestro: "Descubrieron que los besos no sabían a nada,/hubo una epidemia de tristeza en la ciudad./Se borraron las pisadas,/se apagaron los latidos,/y con tanto ruido/no se oyó el ruido del mar".
El silencio tiene tantas razones y sinrazones que da mucho de sí a la hora de interpretarlo. Hasta yo lo abordo en mi último haikú...
ResponderEliminarUn abrazo
Me ha encantado, la experiencia, y compartirla. Además se da la circunstancia de que este mensaje lo escribo en un descanso en mi tesis sobre sociología del secreto. Y el silencio ocupa gran parte de mis reflexiones.
ResponderEliminarEncantado de volver a topar contigo, colega
Llego a esta entrada que me ha interesado. Creo que recordaré la experiencia y trataré de adaptarla en algún curso.
ResponderEliminarPor si estuvieras interesado comparto una reflexión que dejé en mi blog.
http://www.comunsinsentido.com/2011/12/ruido-de-fondo.html
Un saludo
Excelente, valorar el silencio y enseñarlo.
ResponderEliminarVisité con mis alumnos las cuevas de Sorbas (Almería), son muy profundas y vírgenes, hay que pasar por estrechos, gateras.. tras 20 minutos de recorrido llegamos a una caverna impresionante, y el monitor nos invitó a apagar los focos de los cascos y a "escuchar el silencio" durante un minuto. Fue una de las experiencias más maravillosas que he vivido, hasta los alumnos más inquietos sucumbieron a la inmensidad del silencio. Un saludo desde Murcia.
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