Páginas vistas desde Diciembre de 2005




Mostrando entradas con la etiqueta Franz Kafka. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Franz Kafka. Mostrar todas las entradas

viernes, 18 de marzo de 2016

Mis alumnos son decididamente imperfectos


De la información a que exponemos a nuestros alumnos durante un curso ¿cuánta se retiene? ¿Un ochenta por ciento? ¿Un sesenta? ¿Un treinta? ¿Un diez? ¿Un cinco por ciento? ¿Nada? Multipliquemos la información que damos por ocho o diez materias todas importantísimas. ¿Se puede procesar toda la información, incluso siendo un alumno ideal que estudiara seis horas diarias después de las clases? ¿Qué tipo de alumno sería este? ¿Tendría tiempo para leer, para pensar, para ser, si se dedicara con ahínco a estudiar sin límite cumpliendo a la perfección con todas las tareas encomendadas? Pero nuestros alumnos no son así, al menos los míos no lo son. Reconozco su imperfección para ajustarse al modelo que anhelamos todos los profesores, como una especie de superhéroe de los docentes pero, a la vez, profundamente insatisfactorio. Lo habitual es que tengamos alumnos con circunstancias distintas, con procesos mentales que provienen de una evolución intelectiva peculiar, con mayor o menor memoria, con mayor o menor capacidad comprensiva, con más o menos interés, con mejor o peor disposición emocional, con problemas personales o familiares, económicos, anímicos. El resultado es que nuestros alumnos son imperfectos, no responden a un canon de ningún tipo. Pero lo fascinante es que son interesantes en su imperfección. Y con esa imperfección, unida a la nuestra propia, es con la que debemos trabajar.

Estoy convencido de que el profesor que fui en otro tiempo que quería embutir cada día cien unidades de conocimiento a ritmo acelerado para cumplir el programa, para satisfacer mi ego y sentirme exigente, hoy no tiene sentido para mí. He oído hablar del Slow Learning pero hasta ahora no me daba cuenta de que yo lo estoy practicando al desarrollar la lengua y literatura, no en cantidad de unidades de conocimiento sino en profundidad. Crecimiento hacia abajo y hacia arriba y no en número de kilómetros alcanzados por decirlo en alguna manera. No seremos maratonianos sino alpinistas y espeleólogos. Me gusta esta idea que lleva a ahondar o escalar. El conocimiento es infinito. Su vastedad inabarcable. Pero si conseguimos que un porcentaje significativo de jóvenes se enamoren del conocimiento como mecanismo para comprender sus propias vidas, eso será un hito irrenunciable. Y esto es lo que me interesa. Quiero que se hagan preguntas, quiero que vivan experiencias únicas. Quiero que mediante un ritmo pausado, lento tal vez, utilicen el lenguaje como medio de autoconocimiento. Quiero que la literatura con mayúscula entre en sus vidas. No busco violentarles, ni forzarles a aprender. Mi clase más que un gimnasio o una pista de pruebas es un parque con glorietas, con jardines, con estanques, con fuentes, con rincones, con bancos para charlar donde se expresa la fuerza de su adolescencia impetuosa y el profesor es un visionario que mira lejos y hacia dentro. Sabe que no importa la cantidad sino la hondura y el ritmo es incierto. Cada uno tiene su ritmo. No puede forzarse algo que es fruto de la evolución individual. Pero hay que aderezar el proceso con gotitas de magia y un aprendizaje en espiral o tal vez concéntrico. Los centros de aprendizaje hay que estimularlos. Se aprende por intuición no por repetir sin saber qué se dice. Hay un momento en que uno se da cuenta de que las cosas adquieren sentido. Hay un momento en que se unen el significante y el significado, y ese instante es iluminador. Si no, recuerden la escena de la película El milagro de Anna Sullivan. Tras una lucha denodada de la maestra Anna Sullivan con su alumna sorda, muda y ciega para enseñarle un método de lectura, y cuando todo parecía caminar al fracaso, Helen Keller une el significante A-G-U-A al líquido que tiene entre las manos. Pocos momentos hay más maravillosos que ese para un profesor. Pero para ello debe haber una maduración que puede ser inducida, pero nunca está garantizada. Anna Sullivan estimula la disciplina de su alumna, perdida en la condescendencia de su familia. En cierta manera la violenta y hasta le da alguna sonora bofetada, pero eso no es suficiente. Como bien saben mis alumnos, taumaturgo es un hombre (o mujer) que hace milagros. Ese milagro del conocimiento es un proceso inducido, pero no hay marcas que cumplir. Es rápido o lento. O tal vez no se produce. Pero es rigurosamente individual. Nada hay que me reconforte más que ver alumnos siguiendo su propio camino, intuyendo que detrás de sus palabras hay densidad y progresiva hondura. Leo sus textos intuyendo ese despertar a la conciencia para la que necesitarán las palabras y la búsqueda de una suerte de armonía consigo mismos. El profesor les ofrece algo que es fruto de su propio aprendizaje. No les está ofreciendo algo externo a su vida. Es su propia vida, estilizada, depurada, como en un proceso alquímico. No se trata de vivir en el exterior del conocimiento sino en su interior. Es a lo que he llamado como concepto la Ex-fluencia como alternativa a la In-fluencia.

Hay centros de conocimiento que deben ser subrayados. Como un gong que hiciera vibrar los espíritus, repetida, rítmicamente. Soy profesor de lengua y literatura. Y hablo de lengua y literatura, pero como mecanismos fundamentales del ser humano para comprender. Y comprenderse. De ahí proyectos como el Odradek y la novela que deben escribir de más de veinte páginas. De ahí la lectura de relatos de Kafka, culminando en La metamorfosis que hemos empezado a leer hoy. En esa transformación de Gregorio Samsa está expresada la suya propia. La de una adolescencia, que es una de las etapas más dolorosas de la vida –si no, recuerden la suya propia-, en que se están transformando en algo que no comprenden, en una especie de insecto –muchas veces se sienten así- que goza y sufre alternativamente.

Lentitud, ¡qué bella intuición! Un largo recorrido se comienza con un paso, y otro, y otro, hasta que adquieren sentido y ese instante es el que profesor y alumno se miran y se sonríen con satisfacción compartida.

Pero entonces es la despedida.



viernes, 4 de marzo de 2016

La muerte del profesor


Es tanto lo que se puede hacer en un aula que en cierta manera ser profesor es un oficio de alquimista en proceso de búsqueda de la piedra filosofal. No descarto ningún método y abrazo toda dinámica que nos lleve a caminos inéditos. Entiendo la labor del profesor como la de un constructor de un mecano cognitivo con infinidad de piezas que pueden dar lugar a artefactos dispares. No hay dos ingenieros iguales, ni las piezas son las mismas ni los métodos y estrategias pueden ser idénticas nunca. Además tenemos el factor tiempo. Toda enseñanza se sitúa en un momento histórico, un fragmento del tiempo, el externo, el que da el calendario, y, por otro lado, un tiempo interno, el que viven los protagonistas que están en el aula. El profesor tiene un reloj biológico interno y los alumnos –cada uno- otro. El resultado de este ensamblaje pedagógico-existencial es altamente interesante. El profesor va cambiando a lo largo de su historia. Pasa procesos, asume riesgos y fracasos, alcanza éxitos y va aprendiendo generalmente solo. Este es un oficio muy solitario, aunque sea una soledad extraordinariamente acompañada.

Se mezcla todo en una coctelera utópica y ucrónica: tiempo, método, existencia, conocimiento, estrategia, procesos paralelos... se le añade un catalizador y he ahí  un resultado, como podría haber sido otro. 

He vivido algunos cursos anodinos. No podría controlar el proceso. Me faltaban ingredientes intelectuales. Y el resultado era realmente deplorable. Lo había intentado pero todo había sido un fracaso. El profesor en tal caso, pasa momentos malos en el aula y sale del curso con un sabor de boca amargo. Una mezcla de espíritu de supervivencia anímica, una dosis de olvido, un par de meses de vacaciones, y vuelta a empezar. Algunos han criticado estas largas vacaciones de los profesores comparadas con el resto de los trabajadores, pero esto quiere decir que no se es consciente del proceso que vive el profesor a lo largo de un curso normalmente agotador y extenuante. Un curso es un viaje en el que se parte a alguna parte, se recorre una larga senda, y termina en una muerte simbólica. El profesor muere a final de curso. No solo es la extenuación anímica, es también un grado de postración en que se cae sin fuerzas. Hace falta un tiempo de transición para renacer de nuevo, un bar-do en la filosofía hinduista y budista.

Un tiempo de reconstrucción intelectual y existencial. Esto es lo que viví este verano pasado. Acabado el curso, comencé a idear el curso siguiente. Indagué en internet, busqué experiencias, vi vídeos de TED, releí textos que tenía olvidados, leí otros que me abrieron el planteamiento de la neuroeducación y fui consciente de que en mi trayectoria más fructífera había aplicado lo esencial de esta disciplina: la presencia de la emoción en el aula, la búsqueda continua de novedad en mis planteamientos educativos, y la idea de juego como elemento constructor de la clase. Descubrí así el Flipped Classroom o clase invertida, una idea realmente operativa si uno está dispuesto a indagar y experimentar. La clase se hace en casa por medio de vídeos y la duración de la clase queda totalmente libre para profundizar en la materia. Los vídeos son una herramienta espléndida. Los grabo yo mismo. Llevan vistos unos treinta y tres. Comenzamos a dos por semana y cubrimos la totalidad del programa de historia de la literatura. Luego iniciamos la sintaxis. Experimentamos intensamente con el léxico por medio de aplicaciones formidables. Surgió sobre la marcha el proyecto de escribir una novela que les ha entusiasmado. Y posteriormente el proyecto Kafka en el cual llevamos unos dos meses metidos, y todavía nos falta la lectura de La transformación (La metamorfosis). Si el tiempo lo permite, quiero hacer una cala en el mundo de Julio Cortázar como derivación conceptual del mundo de Kafka.

Nada de esto es posible si el profesor no se renueva profundamente, si no muere y vuelve a nacer. Si no investiga, si no indaga en líneas de pensamiento y de didáctica que pongan en cuestión lo supuestamente sabido. Necesité una historia personal, bastante accidentada, con luces y sombras, y un verano en que me dediqué a pensar y a hacer senderismo por los Pirineos. Volví en agosto repleto de energía. Y logré ensamblar las piezas intelectivas de una transformación personal que se proyectaría en el aula. Lo que llevo de curso ha servido para levantar un castillo de piezas que gozosamente, según lo observo, van tomando su lugar. Hoy en un examen sobre Franz Kafka, en que podían tener todos los apuntes delante que hubieran tomado ellos personalmente, he visto cómo el edificio alcanzaba sentido y dimensión. Ha sido un examen en que han estado volcados intensamente. No dependía el resultado del azar en absoluto. No habían tenido que estudiar. Solo tenían que construir un texto de una cara de un folio en que presentaran coherentemente su visión del escritor de Praga en que podían utilizar todo lo que hubieran elaborado ellos. El problema para muchos era seleccionar y sintetizar para articular un texto coherente que tuviera sentido. Hemos leído diversos textos y los hemos comentado durante estos meses. Este tipo de examen con material abre un proceso muy interesante puesto que la información que tenían era fruto de sus apuntes y, por tanto, de su trabajo, de su comprensión y de su capacidad de expresarlo ordenadamente. Creo que es un nivel de examen mucho más interesante que el memorístico. Lo que he visto me ha puesto contento.

El curso va a velocidad de crucero, pero todavía falta el clímax dramático del mismo. Va a ser una pena llegar al final del año escolar. El profesor habrá recorrido con sus alumnos un largo viaje y todos conjuntamente se habrán abierto a los descubrimientos y a las sorpresas. La emoción es fundamental. La emoción unida al ansia de conocimiento. Cuando llegue junio y termine el periplo, el profesor morirá metafóricamente (espero) y esos alumnos habrán de seguir adelante tras vivir una experiencia vital creo que significativa. El profesor ha estado pensando delante de ellos y ellos han asistido al surgimiento de una idea poderosa, intelectualmente potente. Si el profesor piensa, ellos sienten necesidad también de pensar.

Esta es la microhistoria de un curso, un pequeño relato parcial y emocional de un profesor que siente la alegría de la creación compartida.



jueves, 11 de febrero de 2016

Las fuentes de Breaking Bad


No suelo ser muy pródigo en mis conversaciones con otros profesores de mi centro, raramente tengo algo que decir. No me suelen interesar demasiado sus puntos de vista por diversas razones, tal vez porque son cuadriculados, poco imaginativos, estereotipados, escasamente desafiantes, pero confieso que hay una profesora de música con quien gozo conversando sobre distintos y distantes temas que tienen relación con la enseñanza, la literatura, la vida, la filosofía, las novedades que compartimos. Últimamente le he hecho partícipe sobre mi experimento, con alumnos de tercero de ESO, de inmersión en la literatura de Franz Kafka. Le paso relatos que he fotocopiado para mis alumnos y luego los comentamos, sorprendiéndonos de nuestras respectivas reflexiones. Hoy hemos tenido ocasión de charlar durante la hora del patio en su aula de música. El último día se había rebelado contra un relato fundamental de Kafka, La condena, que le había descolocado totalmente. Aseguró que no volvería a leer a Kafka. Hoy ha matizado su afirmación y  nos hemos sumergido en el extraño humor del autor austrohúngaro. Un humor que se capta o no se capta. Yo soy muy malo para percibir el humor común, casi he sospechado que no tengo sentido del humor, pero Kafka es delirantemente divertido. No busco interpretarlo en absoluto. Me da igual lo que puedan significar sus relatos. Solo los leo literalmente y me dejo llevar por su lógica que tiene una coherencia impresionante. Y ahí está el humor. No hay que rebuscar. Todo es parte de un universo con leyes distintas a los universos convencionales y uno no deja de sorprenderse por la poderosísima imaginación y humor de Kafka.

Un descubrimiento que hemos hecho Patro y yo es que la serie que a los dos nos entusiasma, Breaking Bad, está inspirada totalmente en el humor kafkiano. Si alguien nos lee ahora y ha visto la oscura serie de Vince Gigillan, puede advertir en su lógica una concatenación de circunstancias y humor que tienen su origen en el mundo de Kafka. Estoy leyendo El castillo y viendo la temporada tres de Breaking Bad y ello se me aparece como transparente. Hay de hecho un episodio que se titula así precisamente, Kafkiano, desvelando explícitamente las fuentes literarias de la misma. Y además yo tengo un gran parecido con Walter White el profesor de Química que fabrica metaanfetamina para dejar un buen futuro a su familia. Piensen la serie y lean a Kafka y lo verán con nitidez.

Pero ¿de hecho no es kafkiano igualmente que yo sumerja a mis alumnos de catorce años en un baño de literatura compleja en lugar de darles libritos sencillos para estimularles los valores solidarios, la igualdad de género, el antirracismo, etc? Una alumna ayer me decía que no entendía el humor de Kafka, "que era muy profundo" para ella. Lo decía una de las alumnas más kafkianas que he visto nunca. Su nivel de sofisticación mental es divertidísimo. En cada promoción hay alumnos frikis, algo así como extraños, alumnos que no tienen patrones fáciles de interpretación. Alumnos con mundos interiores complicados, que se proyectan con extrañeza en el mundo exterior. Alumnos y alumnas que ocupan buena parte de su tiempo en reflexiones sobre su propia identidad y que no acaban de concordar con el grupo. Hay bastantes. El grupo actúa como aglomerante y en él se diluyen las diferencias de modo que los estereotipos sociales empiezan a penetrar en ellos  para hacerlos todos homogéneos. La pedagogía democrática quiere hacer conscientes a todos los alumnos de su identidad y dignidad, pero utiliza mecanismos estereotipados para lograrlo y cae en la promoción de una sociedad adocenada y vulgar. La clave de una sociedad no son los ciudadanos que responden fácilmente a los esquemas integradores y son todos iguales con leves diferencias. No, radicalmente no. En la diferenciación profunda, en la extrañeza, en los outsiders hay verdadera dinamita creativa y creadora pero se los educa democráticamente en la igualdad, en los modelos creados por una sociedad de los mass media, en las buenas intenciones, en las motivaciones de los libros de autoayuda, en la suma de banalidades más patéticas que puedan existir. Estamos produciendo individuos en serie, que irán de compras, de bares, se manifestarán políticamente creyendo en la lógica de sus creencias, serán de un club de fútbol hasta la muerte, no leerán o leerán muy poco y fundamentalmente estupideces, serán individuos masa y no lo sabrán creyendo ser originales...

¿Qué es lo que intento? Ahondar en sus diferencias, hacerles conscientes de sus abismos interiores contemplando la extrañeza de Kafka y otros autores verdaderamente literarios. Llevarles de la simplicidad a la complejidad para que esta alumbre lo que de verdadero hay en su ser. Solo la literatura, la verdadera literatura (o el arte auténtico en general) puede hacer de detonante y abrir brechas profundas que no pueden ser restañadas por los mass media. Kafka abre puertas a un universo que no es el habitual, un universo que nadie ha podido desentrañar ni interpretar porque es imposible. El adolescente de catorce años que lo contempla puede decir simplemente ¡vaya tontería! ¡Este hombre estaba loco! ¡Qué raro que era! Pero no dejará de sentirse atraído por algo que no le dan los profesores, sus padres o sus amigos o las aplicaciones tecnológicas que utilice. Muchos no lo captarán por inservible pero otros verán reflejado – a modo de espejo- algo de su mundo interior que también es extraño por más que el sistema arrolle para hacerlo convencional y explicable.

¿Quiere decir que la pedagogía que utilizo en parte es para sacar al friki que muchos llevan dentro sin saberlo antes de que sea aplastado? Puede ser, hoy me lo preguntaba con Patro a la hora del patio. Una clase es un lugar altamente interesante. Se puede convertir en un lugar donde la gente piense y sienta. Y saber que muchos profesores solo quieren que sus alumnos repitan lo que han explicado y cómo se lo han explicado...


Nuestro próximo punto de cala será Julio Cortázar, un kafkiano de lujo.

lunes, 1 de febrero de 2016

Esto empieza a ser peligroso (en torno a Kafka).


Este dibujo de Franz Kafka está hecho por Julio Muñoz, un alumno de tercero de ESO con una aplicación llamada VISUAL POETRY de la que hablé el otro día. Ha dibujado la imagen de Kafka, según él la siente, con el comienzo de La Transformación también llamada impropiamente La metamorfosis. Hoy ha venido al final de la clase para hablarme de Kafka, con su tono de voz siempre baja y gesto febril que revela una gran tensión interior. La verdad es que empiezo a sentir algo muy extraño en el ambiente de las clases. Estamos sumergiéndonos en el universo de Kafka a través de vídeos que les grabo yo. El último sobre las relaciones entre el escritor y Felice Bauer. También leemos relatos que les fotocopio de él. Por ejemplo El artista del hambre. Hoy hemos añadido dos relatos cortos titulados El examen y El buitre. Tras la lectura de sus relatos, los chavales quedan tan desconcertados como yo. Le he pasado a una profesora amiga los relatos que he dado a mis alumnos y se ha quedado fascinada y ha intentado descifrarlos, algo que no intento yo de ningún modo. No intento interpretar a Kafka. Albert Camus lo intentó en El mito de Sísifo, igual que Walter Benjamin, Elias Canetti, Adorno,  Sartre ... Muchos pensadores y creadores han intentado entrar en el universo de Kafka mediante la interpretación existencial, surreal, simbólica, realista ... y no han podido asirse con demasiada fuerza. Kafka es enigmático, su vida es enigmática, a pesar de que tenemos sus diarios íntimos y las cartas que escribió a Felice Bauer y Milena Jesenska que fueron más de mil. Tenemos tres novelas inacabadas (El castillo, El proceso y América), unos cuantos relatos más o menos cortos y poco más. No sabemos con certeza el color de sus ojos. He leído que unos creían que eran grises, otros azules y otros marrones. No sabemos si su vida fue desoladora y atormentada o era un autor divertido y lleno de sentido del humor. Yo percibo el humor en los relatos con finales más terribles. Dicen que leía El proceso a sus amigos con aire bastante divertido. Las cartas que escribía a sus amantes, tormentosas, analíticas hasta extremos inimaginables, retorcidas, alambicadas. Todo lo contrario de unas cartas hechas para seducir a una mujer. Se presentaba ante ellas como débil, enfermo, insociable, triste, taciturno, rígido, desprovisto de toda esperanza ... Pero era atractivo. Era sumamente delgado, medía más de uno ochenta y pesaba cincuenta y cinco kilos, sus ojos ardían, era muy elegante y atildado, practicaba naturismo en invierno, acostumbraba a desnudarse con sus hermanas en plena naturaleza. Su padre lo despreciaba. Habían muerto dos hijos varones y Franz Kafka era su esperanza para sucederle en el negocio, pero Kafka se doctoró en Derecho y no quiso saber nada de la empresa de su padre. Trabajo (poco, era bastante poco eficaz) en una compañía de seguros. Apenas dormía, comía muy poco, era vegetariano, leía a Dostoievski, escribía por la noche, llevaba una vida muy sana, le aterrorizaban las mujeres pero el vivió entre ellas y no dejó de tener contacto -por carta- con diversas amantes. Tenía una relación muy conflictiva con el sexo aunque iba a prostíbulos. Temía el matrimonio aunque se comprometió en tres ocasiones con Felice Bauer y Julie Wohrycek. Se enamoró apasionadamente de Milena, una mujer casada y aficionada a la cocaína, le escribió durante un año infinidad de cartas tan complicadas como las que escribía a Felice. Quería verla pero temía verla. Pasaron cuatro días felices en Viena. Milena escribió que era un hombre no dotado para la vida, que viviría poco. Murió muy joven. No había cumplido los cuarenta y un años. Tuberculosis, una enfermedad literaria.


 Mis alumnos asisten fascinados al despliegue de una personalidad extraña que les seduce, igual que seduce a todo el que se adentra en su territorio. Sin embargo, nada hay en Franz Kafka que sea escrito con voluntad de seducir. Cada día leemos un relato suyo, me hacen dibujos representándolo, y empiezo a sentir un ambiente denso y enrarecido en torno a su figura. Alguno me adelantaba hoy que a Kafka puede que lo entienda quien sea como él. El otro día estábamos leyendo El artista del hambre, escrito el último año de su vida, cuando estaba muy enfermo y apenas comía nada, estábamos tan metidos que sonó el timbre y se oyó un ohhhhh colectivo  por terminarse el tiempo de la clase.

Cuando se me mete una idea en la cabeza soy obsesivo. Hasta los ejemplos de oraciones copulativas van a ser hechos con historias de Kafka. Crearé un muro en el instituto con fotos suyas, con relatos suyos. No hago sino leer sus cartas y diarios, además de relatos inexplicables. Este fervor creo que es profundamente antipedagógico. Nadie debería tener el derecho de someter a sus alumnos a un proceso semejante. Empieza a formarse una secta de invididuos raros que gozan con Kafka y esto es peligroso. No debería aventurarme  por ese camino. Hoy un buitre atravesaba la boca de un pobre hombre y el buitre se ahogaba en el estertor de dicho hombre y la sangre que estallaba en su garganta. No podemos aspirar a que la materia de literatura se literaturice y terminemos viviendo un universo literario. No hay ningún plan de estudios que justifique dicha barbaridad. Puede afectar a la salud de adolescentes sin defensa que terminen siendo atraídos hacia una personalidad enfermiza  y magnética.


Esto es muy raro.

Selección de entradas en el blog