No suelo ser muy pródigo en mis
conversaciones con otros profesores de mi centro, raramente tengo algo que
decir. No me suelen interesar demasiado sus puntos de vista por diversas
razones, tal vez porque son cuadriculados, poco imaginativos, estereotipados,
escasamente desafiantes, pero confieso que hay una profesora de música con
quien gozo conversando sobre distintos y distantes temas que tienen relación
con la enseñanza, la literatura, la vida, la filosofía, las novedades que
compartimos. Últimamente le he hecho partícipe sobre mi experimento, con
alumnos de tercero de ESO, de inmersión en la literatura de Franz Kafka.
Le paso relatos que he fotocopiado para mis alumnos y luego los comentamos,
sorprendiéndonos de nuestras respectivas reflexiones. Hoy hemos tenido ocasión
de charlar durante la hora del patio en su aula de música. El último día se
había rebelado contra un relato fundamental de Kafka, La condena, que le había descolocado
totalmente. Aseguró que no volvería a leer a Kafka. Hoy ha matizado su afirmación
y nos hemos sumergido en el extraño
humor del autor austrohúngaro. Un humor que se capta o no se capta. Yo soy muy
malo para percibir el humor común, casi he sospechado que no tengo sentido del
humor, pero Kafka es delirantemente divertido. No busco interpretarlo en
absoluto. Me da igual lo que puedan significar sus relatos. Solo los leo
literalmente y me dejo llevar por su lógica que tiene una coherencia
impresionante. Y ahí está el humor. No hay que rebuscar. Todo es parte de un
universo con leyes distintas a los universos convencionales y uno no deja de
sorprenderse por la poderosísima imaginación y humor de Kafka.
Un descubrimiento que hemos
hecho Patro y yo es que la serie que a los dos nos entusiasma, Breaking Bad, está inspirada totalmente
en el humor kafkiano. Si alguien nos lee ahora y ha visto la oscura serie de Vince
Gigillan, puede advertir en su lógica una concatenación de circunstancias y humor que tienen su origen en el mundo de Kafka. Estoy leyendo El castillo y viendo la temporada tres de
Breaking Bad y ello se me aparece
como transparente. Hay de hecho un episodio que se titula así precisamente, Kafkiano, desvelando explícitamente las
fuentes literarias de la misma. Y además yo tengo un gran parecido con Walter
White el profesor de Química que fabrica metaanfetamina para dejar un buen
futuro a su familia. Piensen la serie y lean a Kafka y lo verán con
nitidez.
Pero ¿de hecho no es kafkiano
igualmente que yo sumerja a mis alumnos de catorce años en un baño de literatura
compleja en lugar de darles libritos sencillos para estimularles los valores
solidarios, la igualdad de género, el antirracismo, etc? Una alumna ayer me
decía que no entendía el humor de Kafka, "que era muy profundo" para ella.
Lo decía una de las alumnas más kafkianas que he visto nunca. Su nivel de
sofisticación mental es divertidísimo. En cada promoción hay alumnos frikis,
algo así como extraños, alumnos que no tienen patrones fáciles de
interpretación. Alumnos con mundos interiores complicados, que se proyectan con
extrañeza en el mundo exterior. Alumnos y alumnas que ocupan buena parte de su
tiempo en reflexiones sobre su propia identidad y que no acaban de concordar
con el grupo. Hay bastantes. El grupo actúa como aglomerante y en él se diluyen
las diferencias de modo que los estereotipos sociales empiezan a penetrar en
ellos para hacerlos todos homogéneos. La
pedagogía democrática quiere hacer conscientes a todos los alumnos de su
identidad y dignidad, pero utiliza mecanismos estereotipados para lograrlo y
cae en la promoción de una sociedad adocenada y vulgar. La clave de una
sociedad no son los ciudadanos que responden fácilmente a los esquemas
integradores y son todos iguales con leves diferencias. No, radicalmente no. En
la diferenciación profunda, en la extrañeza, en los outsiders hay verdadera dinamita creativa y creadora pero se los
educa democráticamente en la igualdad, en los modelos creados por una sociedad
de los mass media, en las buenas
intenciones, en las motivaciones de los libros de autoayuda, en la suma de banalidades
más patéticas que puedan existir. Estamos produciendo individuos en serie, que
irán de compras, de bares, se manifestarán políticamente creyendo en la lógica
de sus creencias, serán de un club de fútbol hasta la muerte, no leerán o
leerán muy poco y fundamentalmente estupideces, serán individuos masa y no lo
sabrán creyendo ser originales...
¿Qué es lo que intento? Ahondar
en sus diferencias, hacerles conscientes de sus abismos interiores contemplando
la extrañeza de Kafka y otros autores verdaderamente literarios.
Llevarles de la simplicidad a la complejidad para que esta alumbre lo que de
verdadero hay en su ser. Solo la literatura, la verdadera literatura (o el arte
auténtico en general) puede hacer de detonante y abrir brechas profundas que no
pueden ser restañadas por los mass media.
Kafka abre puertas a un universo que no es el habitual, un universo que
nadie ha podido desentrañar ni interpretar porque es imposible. El adolescente
de catorce años que lo contempla puede decir simplemente ¡vaya tontería! ¡Este
hombre estaba loco! ¡Qué raro que era! Pero no dejará de sentirse atraído por
algo que no le dan los profesores, sus padres o sus amigos o las aplicaciones tecnológicas
que utilice. Muchos no lo captarán por inservible pero otros verán reflejado –
a modo de espejo- algo de su mundo interior que también es extraño por más que
el sistema arrolle para hacerlo convencional y explicable.
¿Quiere decir que la pedagogía
que utilizo en parte es para sacar al friki que muchos llevan dentro sin
saberlo antes de que sea aplastado? Puede ser, hoy me lo preguntaba con Patro a
la hora del patio. Una clase es un lugar altamente interesante. Se puede
convertir en un lugar donde la gente piense y sienta. Y saber que muchos
profesores solo quieren que sus alumnos repitan lo que han explicado y cómo se
lo han explicado...
Nuestro próximo punto de cala
será Julio Cortázar, un kafkiano de lujo.