Páginas vistas desde Diciembre de 2005




Mostrando entradas con la etiqueta Montaña. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Montaña. Mostrar todas las entradas

miércoles, 26 de junio de 2019

El fuego como expresión de un pueblo



La crisis de la conciencia moderna europea que puso en cuestión las ideologías sociales del pasado y la misma religión –como creencia en un Dios trascendente, unido a la iglesia como representante del mismo en la tierra- tuvo dos consecuencias políticas innegables: el socialismo y el nacionalismo al que se ha conectado con los movimientos románticos del siglo XIX. El socialismo marxista es una suerte de religión sin Dios que exige fe profunda y que pone su centro en la idea de pueblo. El nacionalismo toma también la idea de pueblo y la de destino de la nación. Así todo esto eclosionará en el enfrentamiento tectónico de la primera guerra mundial que derrumbará los antiguos imperios internacionales, interclasistas e interétnicos para dar lugar a naciones emergentes. Así, el nacionalismo es una vertiente que toma mucho de la religión como fe en la patria, la lengua, el himno, el destino, el pueblo… Muchas de las confrontaciones más mortíferas han tenido como eje la fe en el Volk, la patria, el Reich, unión de los iguales para defenderse de las agresiones…

Para un residente en Cataluña –no creyente en el nacionalismo imperante- tiene especial interés esta relación del nacionalismo como expresión de la antigua fe religiosa reconvertida, y así, observo con atención la vida política de este territorio y admiro la elaborada dramaturgia de las representaciones nacionalistas que se expresan en actos, ritos, ceremonias, manifestaciones multitudinarias, emoción ante el himno, y, sobre todo, una fe y un sentimiento de diferencia esencial cuando enuncian con una emoción profunda “som una nació”. Ese sentimiento compartido por la “umma” o comunidad de creyentes sin fisuras es como una gavilla que aunara las pasiones irredentas de centenares de miles de personas que son capaces de manifestarse ininterrumpidamente durante años por sus objetivos políticos ante los que no cabe ninguna duda. No tiene un fundamento racional, es puro sentimiento religioso que se expresa en actos maravillosamente planificados en los que centenares de miles de personas visten con el mismo atuendo, ondean miles y miles de banderas y se apiñan unos junto a otros anhelando el calor del volk frente a las agresiones del exterior, véase España, que en su imaginación es una suerte de monstruo maléfico cuya única ocupación es agredir, insultar, humillar y rebajar a Cataluña, nombre que adquiere una fuerza cósmica expresado en cada texto docenas y docenas de veces sintiendo que cada vez que se enuncia es una expresión de gozo, unidad y destino.

Me atraen especialmente las ceremonias con antorchas en perfecto orden. El fuego es un elemento ancestral desde la antigüedad. Los romanos tenían a la diosa Vesta cuyo fuego era alimentado por las vestales, vírgenes, y que lo mantenían encendido sin apagarse jamás. El fuego es esencial para la cosmovisión nacionalista y de ahí la fuerza dramática de las formaciones con banderas y antorchas. No son los primeros en esta combinación pero más vale no mencionar los antecedentes. El fuego es un símbolo de poder, de alma y unidad. De ahí la flama del Canigó que se expande por toda Cataluña para encender las hogueras de San Juan simbolizando la fuerza de la cultura catalana y la unidad de la lengua. Su relación con el solsticio de verano está clara y entronca con la cultura mistérica ancestral. De igual modo, la llama que está en el pebetero del fossar de las moreres en el Borne es inconfundiblemente un símbolo del pueblo resistiendo unido como encarnación de la Nación catalana.

Las manifestaciones del nacionalismo tienen una fuerza plástica innegable. Están hechas para mostrar la unidad pero también para atemorizar. En cada bandera hay inequívocamente un “nosaltres” frente a los otros, los traidores, los tibios, los botiflers, los colonialistas a los que se busca amedrentar, como los simios se dan fuertes golpes en el pecho para marcar su territorio que no debe ser invadido. Cada bandera es un grito de lucha y unidad frente a lo que está fuera o traidoramente dentro. Un espectador descreído ve en esta liturgia nacionalista una plasmación de un inconsciente colectivo falto de fe en sí mismo y que sobreactúa para convencerse profundamente de su fuerza.

Las playas o plazas llenas de cruces amarillas fue otra representación que tenía una intención claramente orgullosa frente a la agresión exterior. Pero el símbolo de la cruz es claramente de raíz religiosa como toda expresión nacionalista y romántica. A mí, personalmente me divertía ver centenares de cruces amarillas en las playas más significativas del litoral catalán. Igual que ver la Cataluña interior, lejos de esa Tabarnia odiada, universalmente llena de banderas, carteles sobre los mártires y los considerados presos políticos; cubierta de lazos amarillos, multiplicados por millares y millares en un ejercicio de redundancia extrema porque no es suficiente afirmar la verdad una vez sino repetirla billones de veces, y así hombres y mujeres se pasaban noches enteras cubriendo Cataluña de lazos y banderas en cada montaña, en cada castillo, en cada rotonda, en cada plaza, en cada balcón… La reiteración es una regla que subraya esa pulsión que nunca se fatiga, que nunca se calma, que no cesa…

A mí me admira profundamente porque soy un escéptico respecto a casi todo. Pertenecer a la “umma” tiene que ser conmovedor, tiene que dar sentido a la propia vida, de hecho tan pequeña y destinada a la muerte. Uno es diminuto, pero cuando ve su breve entidad unida a la de centenares de miles, de millones de seres también necesitados de calor, uno presiente que hay un hondo sentimiento de trascendencia de claras matrices religiosas. Y si no, ahí está el obispo de Solsona con sus arengas y sus hojas parroquiales que concitan la admiración del orbe nacionalista. Pertenecer a la nación significa no estar solo, esa soledad tan destructiva y amarga. Y esa pertenencia a la Patria, a un equipo, a una cosmovisión, a un algo que está más allá de lo racional es algo consolador. Se tiene claro quién se es frente a la turbiedad y oscuridad de la existencia. El compañero de al lado, que viste igual que tú, ha venido de otro punto de Cataluña y te hermanas con él en un sentimiento de cadena, de masa, de pueblo pacífico unido en una fe sin Dios. La llama nos une y no hay fuerza exterior que lo pueda quebrar…

viernes, 18 de marzo de 2016

Mis alumnos son decididamente imperfectos


De la información a que exponemos a nuestros alumnos durante un curso ¿cuánta se retiene? ¿Un ochenta por ciento? ¿Un sesenta? ¿Un treinta? ¿Un diez? ¿Un cinco por ciento? ¿Nada? Multipliquemos la información que damos por ocho o diez materias todas importantísimas. ¿Se puede procesar toda la información, incluso siendo un alumno ideal que estudiara seis horas diarias después de las clases? ¿Qué tipo de alumno sería este? ¿Tendría tiempo para leer, para pensar, para ser, si se dedicara con ahínco a estudiar sin límite cumpliendo a la perfección con todas las tareas encomendadas? Pero nuestros alumnos no son así, al menos los míos no lo son. Reconozco su imperfección para ajustarse al modelo que anhelamos todos los profesores, como una especie de superhéroe de los docentes pero, a la vez, profundamente insatisfactorio. Lo habitual es que tengamos alumnos con circunstancias distintas, con procesos mentales que provienen de una evolución intelectiva peculiar, con mayor o menor memoria, con mayor o menor capacidad comprensiva, con más o menos interés, con mejor o peor disposición emocional, con problemas personales o familiares, económicos, anímicos. El resultado es que nuestros alumnos son imperfectos, no responden a un canon de ningún tipo. Pero lo fascinante es que son interesantes en su imperfección. Y con esa imperfección, unida a la nuestra propia, es con la que debemos trabajar.

Estoy convencido de que el profesor que fui en otro tiempo que quería embutir cada día cien unidades de conocimiento a ritmo acelerado para cumplir el programa, para satisfacer mi ego y sentirme exigente, hoy no tiene sentido para mí. He oído hablar del Slow Learning pero hasta ahora no me daba cuenta de que yo lo estoy practicando al desarrollar la lengua y literatura, no en cantidad de unidades de conocimiento sino en profundidad. Crecimiento hacia abajo y hacia arriba y no en número de kilómetros alcanzados por decirlo en alguna manera. No seremos maratonianos sino alpinistas y espeleólogos. Me gusta esta idea que lleva a ahondar o escalar. El conocimiento es infinito. Su vastedad inabarcable. Pero si conseguimos que un porcentaje significativo de jóvenes se enamoren del conocimiento como mecanismo para comprender sus propias vidas, eso será un hito irrenunciable. Y esto es lo que me interesa. Quiero que se hagan preguntas, quiero que vivan experiencias únicas. Quiero que mediante un ritmo pausado, lento tal vez, utilicen el lenguaje como medio de autoconocimiento. Quiero que la literatura con mayúscula entre en sus vidas. No busco violentarles, ni forzarles a aprender. Mi clase más que un gimnasio o una pista de pruebas es un parque con glorietas, con jardines, con estanques, con fuentes, con rincones, con bancos para charlar donde se expresa la fuerza de su adolescencia impetuosa y el profesor es un visionario que mira lejos y hacia dentro. Sabe que no importa la cantidad sino la hondura y el ritmo es incierto. Cada uno tiene su ritmo. No puede forzarse algo que es fruto de la evolución individual. Pero hay que aderezar el proceso con gotitas de magia y un aprendizaje en espiral o tal vez concéntrico. Los centros de aprendizaje hay que estimularlos. Se aprende por intuición no por repetir sin saber qué se dice. Hay un momento en que uno se da cuenta de que las cosas adquieren sentido. Hay un momento en que se unen el significante y el significado, y ese instante es iluminador. Si no, recuerden la escena de la película El milagro de Anna Sullivan. Tras una lucha denodada de la maestra Anna Sullivan con su alumna sorda, muda y ciega para enseñarle un método de lectura, y cuando todo parecía caminar al fracaso, Helen Keller une el significante A-G-U-A al líquido que tiene entre las manos. Pocos momentos hay más maravillosos que ese para un profesor. Pero para ello debe haber una maduración que puede ser inducida, pero nunca está garantizada. Anna Sullivan estimula la disciplina de su alumna, perdida en la condescendencia de su familia. En cierta manera la violenta y hasta le da alguna sonora bofetada, pero eso no es suficiente. Como bien saben mis alumnos, taumaturgo es un hombre (o mujer) que hace milagros. Ese milagro del conocimiento es un proceso inducido, pero no hay marcas que cumplir. Es rápido o lento. O tal vez no se produce. Pero es rigurosamente individual. Nada hay que me reconforte más que ver alumnos siguiendo su propio camino, intuyendo que detrás de sus palabras hay densidad y progresiva hondura. Leo sus textos intuyendo ese despertar a la conciencia para la que necesitarán las palabras y la búsqueda de una suerte de armonía consigo mismos. El profesor les ofrece algo que es fruto de su propio aprendizaje. No les está ofreciendo algo externo a su vida. Es su propia vida, estilizada, depurada, como en un proceso alquímico. No se trata de vivir en el exterior del conocimiento sino en su interior. Es a lo que he llamado como concepto la Ex-fluencia como alternativa a la In-fluencia.

Hay centros de conocimiento que deben ser subrayados. Como un gong que hiciera vibrar los espíritus, repetida, rítmicamente. Soy profesor de lengua y literatura. Y hablo de lengua y literatura, pero como mecanismos fundamentales del ser humano para comprender. Y comprenderse. De ahí proyectos como el Odradek y la novela que deben escribir de más de veinte páginas. De ahí la lectura de relatos de Kafka, culminando en La metamorfosis que hemos empezado a leer hoy. En esa transformación de Gregorio Samsa está expresada la suya propia. La de una adolescencia, que es una de las etapas más dolorosas de la vida –si no, recuerden la suya propia-, en que se están transformando en algo que no comprenden, en una especie de insecto –muchas veces se sienten así- que goza y sufre alternativamente.

Lentitud, ¡qué bella intuición! Un largo recorrido se comienza con un paso, y otro, y otro, hasta que adquieren sentido y ese instante es el que profesor y alumno se miran y se sonríen con satisfacción compartida.

Pero entonces es la despedida.



viernes, 4 de marzo de 2016

La muerte del profesor


Es tanto lo que se puede hacer en un aula que en cierta manera ser profesor es un oficio de alquimista en proceso de búsqueda de la piedra filosofal. No descarto ningún método y abrazo toda dinámica que nos lleve a caminos inéditos. Entiendo la labor del profesor como la de un constructor de un mecano cognitivo con infinidad de piezas que pueden dar lugar a artefactos dispares. No hay dos ingenieros iguales, ni las piezas son las mismas ni los métodos y estrategias pueden ser idénticas nunca. Además tenemos el factor tiempo. Toda enseñanza se sitúa en un momento histórico, un fragmento del tiempo, el externo, el que da el calendario, y, por otro lado, un tiempo interno, el que viven los protagonistas que están en el aula. El profesor tiene un reloj biológico interno y los alumnos –cada uno- otro. El resultado de este ensamblaje pedagógico-existencial es altamente interesante. El profesor va cambiando a lo largo de su historia. Pasa procesos, asume riesgos y fracasos, alcanza éxitos y va aprendiendo generalmente solo. Este es un oficio muy solitario, aunque sea una soledad extraordinariamente acompañada.

Se mezcla todo en una coctelera utópica y ucrónica: tiempo, método, existencia, conocimiento, estrategia, procesos paralelos... se le añade un catalizador y he ahí  un resultado, como podría haber sido otro. 

He vivido algunos cursos anodinos. No podría controlar el proceso. Me faltaban ingredientes intelectuales. Y el resultado era realmente deplorable. Lo había intentado pero todo había sido un fracaso. El profesor en tal caso, pasa momentos malos en el aula y sale del curso con un sabor de boca amargo. Una mezcla de espíritu de supervivencia anímica, una dosis de olvido, un par de meses de vacaciones, y vuelta a empezar. Algunos han criticado estas largas vacaciones de los profesores comparadas con el resto de los trabajadores, pero esto quiere decir que no se es consciente del proceso que vive el profesor a lo largo de un curso normalmente agotador y extenuante. Un curso es un viaje en el que se parte a alguna parte, se recorre una larga senda, y termina en una muerte simbólica. El profesor muere a final de curso. No solo es la extenuación anímica, es también un grado de postración en que se cae sin fuerzas. Hace falta un tiempo de transición para renacer de nuevo, un bar-do en la filosofía hinduista y budista.

Un tiempo de reconstrucción intelectual y existencial. Esto es lo que viví este verano pasado. Acabado el curso, comencé a idear el curso siguiente. Indagué en internet, busqué experiencias, vi vídeos de TED, releí textos que tenía olvidados, leí otros que me abrieron el planteamiento de la neuroeducación y fui consciente de que en mi trayectoria más fructífera había aplicado lo esencial de esta disciplina: la presencia de la emoción en el aula, la búsqueda continua de novedad en mis planteamientos educativos, y la idea de juego como elemento constructor de la clase. Descubrí así el Flipped Classroom o clase invertida, una idea realmente operativa si uno está dispuesto a indagar y experimentar. La clase se hace en casa por medio de vídeos y la duración de la clase queda totalmente libre para profundizar en la materia. Los vídeos son una herramienta espléndida. Los grabo yo mismo. Llevan vistos unos treinta y tres. Comenzamos a dos por semana y cubrimos la totalidad del programa de historia de la literatura. Luego iniciamos la sintaxis. Experimentamos intensamente con el léxico por medio de aplicaciones formidables. Surgió sobre la marcha el proyecto de escribir una novela que les ha entusiasmado. Y posteriormente el proyecto Kafka en el cual llevamos unos dos meses metidos, y todavía nos falta la lectura de La transformación (La metamorfosis). Si el tiempo lo permite, quiero hacer una cala en el mundo de Julio Cortázar como derivación conceptual del mundo de Kafka.

Nada de esto es posible si el profesor no se renueva profundamente, si no muere y vuelve a nacer. Si no investiga, si no indaga en líneas de pensamiento y de didáctica que pongan en cuestión lo supuestamente sabido. Necesité una historia personal, bastante accidentada, con luces y sombras, y un verano en que me dediqué a pensar y a hacer senderismo por los Pirineos. Volví en agosto repleto de energía. Y logré ensamblar las piezas intelectivas de una transformación personal que se proyectaría en el aula. Lo que llevo de curso ha servido para levantar un castillo de piezas que gozosamente, según lo observo, van tomando su lugar. Hoy en un examen sobre Franz Kafka, en que podían tener todos los apuntes delante que hubieran tomado ellos personalmente, he visto cómo el edificio alcanzaba sentido y dimensión. Ha sido un examen en que han estado volcados intensamente. No dependía el resultado del azar en absoluto. No habían tenido que estudiar. Solo tenían que construir un texto de una cara de un folio en que presentaran coherentemente su visión del escritor de Praga en que podían utilizar todo lo que hubieran elaborado ellos. El problema para muchos era seleccionar y sintetizar para articular un texto coherente que tuviera sentido. Hemos leído diversos textos y los hemos comentado durante estos meses. Este tipo de examen con material abre un proceso muy interesante puesto que la información que tenían era fruto de sus apuntes y, por tanto, de su trabajo, de su comprensión y de su capacidad de expresarlo ordenadamente. Creo que es un nivel de examen mucho más interesante que el memorístico. Lo que he visto me ha puesto contento.

El curso va a velocidad de crucero, pero todavía falta el clímax dramático del mismo. Va a ser una pena llegar al final del año escolar. El profesor habrá recorrido con sus alumnos un largo viaje y todos conjuntamente se habrán abierto a los descubrimientos y a las sorpresas. La emoción es fundamental. La emoción unida al ansia de conocimiento. Cuando llegue junio y termine el periplo, el profesor morirá metafóricamente (espero) y esos alumnos habrán de seguir adelante tras vivir una experiencia vital creo que significativa. El profesor ha estado pensando delante de ellos y ellos han asistido al surgimiento de una idea poderosa, intelectualmente potente. Si el profesor piensa, ellos sienten necesidad también de pensar.

Esta es la microhistoria de un curso, un pequeño relato parcial y emocional de un profesor que siente la alegría de la creación compartida.



sábado, 8 de agosto de 2015

El GR11 y el calor de la compañía.


He vivido el Camino de Santiago muchas veces. El cielo inmenso sobre mí. El sudor, seguir las señales amarillas, conocer a gente dispuesta a abrirse, recorrer tierras a pie, el más hermoso medio de transporte. El año pasado fui de San Juan de Luz a Burgos por el Camino Vasco del Interior o Ruta de Bayona. Aquello supuso el encuentro con el País Vasco que me cautivó. Bosques, montañas, pueblos cuidadosos de su entorno, música, paisaje, saludos, el euskera ... De modo que este año he querido volver al País Vasco pero por una ruta distinta. El descubrimiento del GR11 o senda pirenaica, que lleva desde cabo Higer a Cadaqués por los Pirineos occidentales, centrales y orientales,  fue un deslumbramiento para mí. Así que el 26 de julio empecé en el mar Cantábrico, en cabo Higer, cerca de Hondarribia (Fuenterrabía) a hacer mi camino que yo presumía solitario. Volví a ver la ikurriña alzándose señera y en conflicto sangrante con la española, volví a oír el euskera, a percibir tipos humanos muy distintos a los que estoy habituado en paisajes muy hermosos. Hondarribia es un pueblo marinero próspero y bello que vive del turismo francés enfrente de Hendaya. Comí una marmitako en San Pedro Kalea pero para mi decepción fue a precio francés y cantidad igualmente francesa. Una cazuelita mínima carísima. Imagino que si se lo dan a un vasco hubiera habido un problema. Pero los vascos no van allí. Seguí hasta Irún, saludando a la estatua de Pío Baroja en la calle principal. Sobre las tres de la tarde llegaba a Bera de Bidasoa tras recorrer bosques de ensueño de hayas y pinos. Mi primera intención fue visitar Itzea, la casa familiar de los Baroja en Bera, aquel pueblecito donde Pío Baroja escribió tantas de sus obras. Imagino este caserón a principios del siglo XX con la figura de Pío paseando por el jardín encantador. Soy un entusiasta de este vasco y gran novelista español, tal vez el mejor del siglo XX ¿quién si no? Al día siguiente salí de Bera pero tuve una sorpresa que iba a cambiar el signo de esta travesía. A la salida del pueblo, a unos tres o cuatro kilómetros, encontré a dos mujeres que se habían desorientado por escasez de señales claras. Eran Feli y Ana, dos mujeres que se me harían entrañables en los siguientes días, igual que otros compañeros que se unieron, como David y Virginia por un lado y por otro, Rafa. Las primeras eran madrileñas, los segundos, sevillanos y Rafa, catalán, de modo que formamos un grupo variopinto que se convirtió en una caja fantástica de intercambio, risas y charla amena. Yo había imaginado que haría este trayecto solo al ser mucho menos transitado que el Camino de Santiago, pero ahí estuvo la maravilla durante cuatro o cinco días en que formamos un grupo saleroso y lleno de humanidad, que aliviaba el esfuerzo de subir montañas y mis temidos descensos, donde soy especialmente torpe. Así llegamos a Elizondo, el mítico valle del Baztán, donde compartimos unas cervezas antes de irnos a dormir, cada uno a un sitio distinto pues algunos llevaban tienda mientras que otros fuimos a un albergue a la salida del pueblo.

Los montañeros son generosos y solidarios. Y mis cinco compañeros eran enamorados de las montañas, tanto que me transmitieron ese amor que yo ya llevaba dentro hacia el hecho de caminar. Pero en las montañas hay que superar desniveles importantes, tanto en ascenso como en descenso. Temía por mi preparación física poco habituada a desniveles como los que habría de encontrar. Mi mochila pesaba unos doce kilos más el agua que en algún caso eran tres litros pues bebo muchísimo en las subidas. Mi espalda, en los ascensos,  estaba totalmente húmeda y la gorra que llevaba chorreaba agua por su visera. Ni meaba. Toda mi agua salía por el sudor. Pero compartido eran momentos felices. No avanzábamos demasiado rápido, a un ritmo de tres kilómetros por hora lo que nos llevaba a estar caminando todo el día para cubrir unos 28 o 30 kilómetros por jornada. Así hasta Sorogaín donde cenamos en el albergue unos macarrones y una carne mechada que probablemente no fue la mejor del mundo pero que nos supo exquisita tras el esfuerzo y la ducha. Además la temperatura era suave, tanto que hacía frío, cuando sabíamos que en Madrid, Sevilla o Barcelona estaban por los treinta y tantos o cuarenta grados.

Fueron días inolvidables los que protagonizamos los dos catalanes (uno de ellos yo, aunque soy aragonés), las dos madrileñas y la parejita joven de los dos sevillanos. Hubo momentos apoteósicos de risa en que llegué a llorar por los equívocos que se creaban en nuestras charlas. Intimamos, supimos de nuestras vidas y dejamos de ser anónimos en una combinación que yo considero muy afortunada. Todos éramos abiertos, incluso yo que tiendo a la introversión en los viajes. Afrontamos tormentas, nieblas, lluvias cuando nos cogió el mal tiempo en Villanueva de Azcoa (Hiriberri). Todos eran montañeros. Yo el más novato. Feli y Ana son madres de familia de niños pequeños pero sus pactos familiares no les privan de practicar el montañismo, su pasión. David y Virginia tienen un proyecto original que es subir la montaña más alta de cada una de las provincias de España. De ahí su blog y su proyecto Cincuenta montañas en la mochila.


Nos separamos por diversas circunstancias en Ochagavía. Yo seguí en solitario ya hacia Isaba y luego me llegué a Zuriza (ya Aragón), echando en falta nuestras conversaciones y la fuerza del grupo. Hay montañeros solitarios, pero yo prefiero la compañía. Siento que el grupo tira de mí y me hace más llevadero el esfuerzo. Con gran desgaste físico alcancé la Selva de Oza en el valle de Hecho y ahí empezaba el Pirineo puro y duro, con fuertes ascensos respecto al suave que era el navarro. Dormí una noche en un refugio libre con un vasco simpatizante de Bildu, pero me inquietaron sus intentos de saber mi posición política respecto al prusés catalán. Llevaba casi diez días alejado de las noticias y la política y no me interesaba para nada abordarla y menos discutir con alguien que sabía que nunca tendríamos nada en común. Llovió toda la noche en el exuberante valle de la Selva de Oza. Por la mañana, salí al exterior dejando en el saco al de Bildu y me preparé a continuar camino solo, echando en falta a mis compañeros de travesía inmersos ya en una aventura distinta cada uno. Me pregunto qué pensaría Artur Mas de esta convivencia entre todos en maravillosa sintonía, cuando se nos proyecta que nos odian y que nos roban. La política no es para las montañas. Creo que en ellas se percibe un sentimiento de apertura mental ante la inmensidad del paisaje en que se pone a prueba nuestro cuerpo y nuestro espíritu. Creo.

¿Podría llegar a Canfranc, el final de mi viaje?

Selección de entradas en el blog