He vivido el Camino de Santiago muchas
veces. El cielo inmenso sobre mí. El sudor, seguir las señales amarillas,
conocer a gente dispuesta a abrirse, recorrer tierras a pie, el más hermoso
medio de transporte. El año pasado fui de San Juan de Luz a Burgos por el
Camino Vasco del Interior o Ruta de Bayona. Aquello supuso el encuentro con el País Vasco que me cautivó. Bosques, montañas, pueblos
cuidadosos de su entorno, música, paisaje, saludos, el euskera ... De modo que
este año he querido volver al País Vasco pero por una ruta distinta. El
descubrimiento del GR11 o senda pirenaica, que lleva desde cabo Higer a
Cadaqués por los Pirineos occidentales, centrales y orientales, fue un deslumbramiento para mí. Así que el 26
de julio empecé en el mar Cantábrico, en cabo Higer, cerca de Hondarribia
(Fuenterrabía) a hacer mi camino que yo presumía solitario. Volví a ver la
ikurriña alzándose señera y en conflicto sangrante con la española, volví a oír
el euskera, a percibir tipos humanos muy distintos a los que estoy habituado en
paisajes muy hermosos. Hondarribia es un pueblo marinero próspero y bello que
vive del turismo francés enfrente de Hendaya. Comí una marmitako en San Pedro
Kalea pero para mi decepción fue a precio francés y cantidad igualmente
francesa. Una cazuelita mínima carísima. Imagino que si se lo dan a un vasco
hubiera habido un problema. Pero los vascos no van allí. Seguí hasta Irún,
saludando a la estatua de Pío Baroja en la calle principal. Sobre las tres de
la tarde llegaba a Bera de Bidasoa tras recorrer bosques de ensueño de hayas y
pinos. Mi primera intención fue visitar Itzea, la casa familiar de los Baroja
en Bera, aquel pueblecito donde Pío Baroja escribió tantas de sus obras.
Imagino este caserón a principios del siglo XX con la figura de Pío paseando
por el jardín encantador. Soy un entusiasta de este vasco y gran novelista
español, tal vez el mejor del siglo XX ¿quién si no? Al día siguiente salí de
Bera pero tuve una sorpresa que iba a cambiar el signo de esta travesía. A la
salida del pueblo, a unos tres o cuatro kilómetros, encontré a dos mujeres que
se habían desorientado por escasez de señales claras. Eran Feli y Ana, dos
mujeres que se me harían entrañables en los siguientes días, igual que otros
compañeros que se unieron, como David y Virginia por un lado y por otro, Rafa.
Las primeras eran madrileñas, los segundos, sevillanos y Rafa, catalán, de modo
que formamos un grupo variopinto que se convirtió en una caja fantástica de
intercambio, risas y charla amena. Yo había imaginado que haría este trayecto
solo al ser mucho menos transitado que el Camino de Santiago, pero ahí estuvo
la maravilla durante cuatro o cinco días en que formamos un grupo saleroso y
lleno de humanidad, que aliviaba el esfuerzo de subir montañas y mis temidos
descensos, donde soy especialmente torpe. Así llegamos a Elizondo, el mítico
valle del Baztán, donde compartimos unas cervezas antes de irnos a dormir, cada
uno a un sitio distinto pues algunos llevaban tienda mientras que otros fuimos
a un albergue a la salida del pueblo.
Los montañeros son generosos y
solidarios. Y mis cinco compañeros eran enamorados de las montañas, tanto que
me transmitieron ese amor que yo ya llevaba dentro hacia el hecho de caminar.
Pero en las montañas hay que superar desniveles importantes, tanto en ascenso
como en descenso. Temía por mi preparación física poco habituada a desniveles
como los que habría de encontrar. Mi mochila pesaba unos doce kilos más el agua
que en algún caso eran tres litros pues bebo muchísimo en las subidas. Mi
espalda, en los ascensos, estaba totalmente húmeda y la gorra que llevaba chorreaba agua por su
visera. Ni meaba. Toda mi agua salía por el sudor. Pero compartido eran
momentos felices. No avanzábamos demasiado rápido, a un ritmo de tres
kilómetros por hora lo que nos llevaba a estar caminando todo el día para
cubrir unos 28 o 30 kilómetros por jornada. Así hasta Sorogaín donde cenamos en
el albergue unos macarrones y una carne mechada que probablemente no fue la
mejor del mundo pero que nos supo exquisita tras el esfuerzo y la ducha. Además
la temperatura era suave, tanto que hacía frío, cuando sabíamos que en Madrid,
Sevilla o Barcelona estaban por los treinta y tantos o cuarenta grados.
Fueron días inolvidables los que
protagonizamos los dos catalanes (uno de ellos yo, aunque soy aragonés), las
dos madrileñas y la parejita joven de los dos sevillanos. Hubo momentos
apoteósicos de risa en que llegué a llorar por los equívocos que se creaban en
nuestras charlas. Intimamos, supimos de nuestras vidas y dejamos de ser
anónimos en una combinación que yo considero muy afortunada. Todos éramos
abiertos, incluso yo que tiendo a la introversión en los viajes. Afrontamos
tormentas, nieblas, lluvias cuando nos cogió el mal tiempo en Villanueva de
Azcoa (Hiriberri). Todos eran montañeros. Yo el más novato. Feli y Ana son
madres de familia de niños pequeños pero sus pactos familiares no les privan de
practicar el montañismo, su pasión. David y Virginia tienen un proyecto
original que es subir la montaña más alta de cada una de las provincias de
España. De ahí su blog y su proyecto Cincuenta montañas en la mochila.
Nos separamos por diversas circunstancias
en Ochagavía. Yo seguí en solitario ya hacia Isaba y luego me llegué a Zuriza
(ya Aragón), echando en falta nuestras conversaciones y la fuerza del grupo.
Hay montañeros solitarios, pero yo prefiero la compañía. Siento que el grupo
tira de mí y me hace más llevadero el esfuerzo. Con gran desgaste físico
alcancé la Selva de Oza en el valle de Hecho y ahí empezaba el Pirineo puro y
duro, con fuertes ascensos respecto al suave que era el navarro. Dormí una
noche en un refugio libre con un vasco simpatizante de Bildu, pero me
inquietaron sus intentos de saber mi posición política respecto al prusés
catalán. Llevaba casi diez días alejado de las noticias y la política y no me
interesaba para nada abordarla y menos discutir con alguien que sabía que nunca
tendríamos nada en común. Llovió toda la noche en el exuberante valle de la
Selva de Oza. Por la mañana, salí al exterior dejando en el saco al de Bildu y
me preparé a continuar camino solo, echando en falta a mis compañeros de
travesía inmersos ya en una aventura distinta cada uno. Me pregunto qué pensaría
Artur Mas de esta convivencia entre todos en maravillosa sintonía, cuando se
nos proyecta que nos odian y que nos roban. La política no es para las
montañas. Creo que en ellas se percibe un sentimiento de apertura mental ante
la inmensidad del paisaje en que se pone a prueba nuestro cuerpo y nuestro espíritu.
Creo.
¿Podría llegar a Canfranc, el final de mi viaje?
Gente guapa, si señor
ResponderEliminarEstupenda descripción.
Me alegro de que hayas disfrutado de compañía en tu marcha. Las relaciones humanas son una gran fuente de felicidad. También pueden serlo de gran sufrimiento.
ResponderEliminarYo he andado con un grupo tramos del camino del norte entre Asturias y Santander. Al ver a otros peregrinos me daban ganas de volver solo más tarde en agosto durmirndo en albergues para trabar relaciones con otros.
Una entrañable experiencia que sabe transmitir con maestría. ¡Como para no tener unas buenas "holiday blues"!
ResponderEliminarUn abrazo, caminante.
Fer
muchas negrillas... dificil de leer
ResponderEliminarMejor no se puede describir esta experiencia en el GR. Tras leer una de tus publicaciones anteriores sobre los planes en "solitario" de esta travesía, comentar que nunca sabemos qué y a quiénes nos vamos a ir encontrando por nuestro camino. En este caso, ha sido una experiencia inolvidable, que ha hecho que sea especial esta travesía, y como bien dices, que nos ha permitido compartir buenos y especiales momentos, y que siempre recordaremos.
ResponderEliminarEspero poder encontrarnos de nuevo y compartir nuevos momentos.
Un abrazo!
Hola, Vir, ¡qué alegría leerte por aquí en estos días que quedan de verano. Para mí ha sido, como he escrito, una experiencia formidable. No esperaba encontrar un grupo humano tan rico e interesante. Hasta yo me vi riendo a mandíbula batiente y diciendo tonterías... ¡Qué maravilla! En estos días me paso las horas preparando las clases del año que viene, no tanto en cuanto a materia sino a metodología, a presupuestos, a fundamentos teóricos y prácticos. Me concentro tanto que termino extenuado. Querría mañana salir a caminar por la sierra del Garraf. A ver si me despejo de tanta concentración. Y es que no es bueno sumergirse tanto en un tema sin tener también una liberación física.
EliminarEspero también que nos volvamos a encontrar pronto.
Un abrazo para ti y para David.