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miércoles, 23 de abril de 2014

La fiesta de la rosa y el libro



No me resisto a la tentación de escribir un artículo en fecha tan señalada que aparecerá en la cabecera de mi blog en un veintitrés de abril de dos mil catorce. Y precisamente hoy hablaré de los libros y yo en este aniversario al parecer benéfico que conmemora la muerte de dos genios de la literatura. Además en mi amada Catalunya es una fiesta patriótica en que se funden los libros y las rosas en una tradición singular que tiene una especial atracción para el ciudadano medio que en este día repara en el valor de los libros y compra las últimas novedades editoriales mientras los libreros y editoriales gimen de placer.

Los libros y yo. ¡Qué extraña fantasía hablar de los libros y yo! O de la literatura y yo en otro sentido pues no leo sino literatura. ¿Amo la literatura? No lo sé. Ha formado parte de mi vida conformándola en su propia entraña desde aquel niño triste que fui y fueron los libros precisamente los que lograron rescatarme del dolor de vivir. Probablemente hubiera podido decir que la vida no me gustaba pero sí los libros que fueron cayendo poco a poco en mis manos abriéndome distancias nuevas. La literatura se convirtió en una especie de amante a la que me entregaba en escenas barriobajeras de sexualidad turbia. Pero miraba las cosas a través de esos libros cuyos personajes se adueñaban de mi ego frágil. Y así fui uno y otro buscando claves de vida para lograr interpretarme a mí mismo en una búsqueda incesante de identidad. Pronto me di cuenta de que yo no era nada en mí mismo. Era un sujeto cambiante, oscilante, que se adentraba en el mar de la literatura buscando un asidero que me ayudara a vivir. No leí solo por placer sino por sostenerme en pie como atado al mástil. Aquel adolescente extraño que fui creaba sus propias escenas de erotismo en su mente y  los libros fueron compañeros de aquel agotador onanismo de mis catorce años junto a las canciones de los Beatles.

Hoy, mucho tiempo después, me doy cuenta de que la literatura sigue siendo una amante con la que comparto confidencias, que me sigue seduciendo a pesar de lo ajada que está pues ha envejecido a la par que yo. A veces me acuesto con ella y realizamos prácticas inverosímiles que no puedo confesar. La llamo puta porque sé que a ella le gusta. Es mi otro lado. Y no puedo sino amarla y odiarla a la vez porque permite que salga mi lado oscuro. Sueño con abandonarla, la  miro con desdén, con resentimiento preguntándome cómo hubiera sido mi vida si aquel niño triste en lugar de ser torpe con el balón y querer sentarse siempre con las niñas en clase, hubiera sido un crack de la pelota y hubiera podido resarcir su identidad con el éxito en el fútbol que me estuvo vedado. ¿Qué hubiera pasado si yo hubiera disfrutado con aquellos cánticos sobre el equipo de mi ciudad? ¿Qué hubiera pasado si yo hubiera metido alguna vez un gol? Pero no. Solo me quedaron los libros a los que me aferré por mi inutilidad ante la vida. Me encadené a ellos y ellos me crearon de nuevo en un magma confuso de identidades múltiples. No me sentí nunca de un sitio u otro. Nunca he tenido creencia en una pertenencia patriótica. Cuando intuyo un patriota hablando conmigo, presiento que estoy hablando con un hombre afortunado pues esa pertenencia le da claves de existencia. Anhelo estar cubierto por una bandera. Aquí en Catalunya abundan por todos los lados, pero yo no lo entiendo, no entiendo estar identificado con una bandera, con  un club de fútbol, con una identidad central. Con una virgen. Con unas tradiciones. ¡Que existencia más sencilla la que encierra todo eso! No sé si sencilla o simple. Yo no puedo en este amor atormentado que me liga al veneno de esta puta que me arrastra y me lleva siempre a la sala de los espejos donde más nos gusta representar ese juego de identidades donde soy un extraño y atónito amante lésbico o un marino que pierde la gracia del mar, o el capitán Ahab, o el tuberculoso en una montaña mágica, o la polla de José Arcadio Buendía. No sé, en definitiva. Me hice al final profesor de literatura. Era mi única opción y mi condena final. He de llevar a estos muchachos desnortados y enemigos de la lectura a la literatura, pero he de confesar que detesto ese papel. No considero que la literatura sea una buena cosa en la vida de uno. Y esta fiesta de rosas y de libros me produce una sensación ominosa. Hoy casi he vomitado viendo la cadena de rosas que invade todas las calles y que se venden o regalan. Ese literario símbolo que es la rosa convertido en tópico y manido símbolo de patriótico diapasón. La rosa es fugacidad, es camino hacia la muerte. Su belleza nos revela la proximidad de la muerte, y las rosas de ahora no tienen siquiera aroma. Son rosas de postal de libro de autoyuda pero he comprado casi una docena y las he puesto en un jarrón en la cocina. No sé por qué lo he hecho si este acto inconfesable para mi fe me produce aversión. Tal vez sea por mi afán de sufrimiento que aprendí con esa amante cruel que es la literatura. Identifiqué dolor con placer. Y esta mujer sádica y cruel que es la literatura, para que no me escape, sigue teniéndome en sus manos que me acarician y me cortan con cuchillas y me sume en visiones de imágenes oscuras que no puedo olvidar. Ni quiero olvidar.


¿Cómo podría expresar a mis alumnos este sentimiento de dolor que experimento? ¿Cómo puedo aspirar a que lean? Me repele este papel de docente que ha de defender que los libros son inspiradores de nuestra imaginación. Quia. Si alguien quiere encontrar el camino a los libros, lo encontrará por sí solo. Yo solo soy un farsante que elude su misión salvífica. Detesto esta fiesta de los libros y de las rosas. Y esta euforia que reina en las calles como si la literatura fuera a dar claves de nada. Bah.

viernes, 28 de octubre de 2022

Elogio de la finitud


Hasta donde sabemos, todo lo existente tiene un comienzo y tiene un final. Así es la vida en los seres orgánicos e inorgánicos. Nosotros como seres humanos hemos tenido un comienzo que no recordamos y tendremos un final que no podremos contemplar y seremos simplemente pacientes que se extinguirán tal vez en una paz profunda sedados en un hospital o en un accidente violento. Ese final puede que sea precedido de sufrimiento o no. Hay algo que me sirve para comprender ese instante de desconexión y es cuando me voy a hacer una endoscopia o colonoscopia y me sedan superficialmente pero lo suficiente para que mi conciencia desaparezca totalmente. Me dijeron una vez que pensara algo agradable, algo que me hiciera feliz, y pensé en una escena maravillosa de un viaje que hice a los mares del sur. Me situé en una playa paradisiaca que recuerdo. Iba desnudo y me tumbé con mis pies en la orilla. El sol era potente y tropical. Mi cuerpo era sostenido por la arena y la brisa me daba suavemente en la piel. Pensé en aquel entonces que estaban los cuatro elementos: agua, tierra, fuego y aire. No me dio tiempo para pensar tanto cuando me iban a sedar, pero la imagen ya la tenía comprimida en mi conciencia y simplemente me deje acariciar por ese cuerpo mío bajo el sol. Y ya no recuerdo más. Me apagué, mi conciencia dejó de funcionar y todo desapareció en una paz formidable. Algo así debe de ser morir. Una desconexión del sistema en la nada. Hay una pequeña gran diferencia. En mi sedación yo sabía que me iba a despertar y no sufría angustia por la desconexión. En la muerte, sencillamente no sabemos si hay un otro lado de la conciencia, nadie ha vuelto para contárnoslo. Sin duda es un viaje de ida, pero no de vuelta. Es un momento misterioso, tal vez sea el instante liminar de nuestra existencia. Es un instante de umbral, de entrada, tal como fue nuestro nacimiento. A partir de este momento, las filosofías y las religiones elucubran en el vacío. Toda suposición es un acto de fe sea uno ateo materialista o espiritualista que piensa que hay otro lado en que no sabremos qué seremos, despojados de nuestro cuerpo físico. No hay ninguna evidencia de nada. No se ha demostrado para nada la existencia del alma ni de que una supuesta dimensión espiritual tenga existencia de alguna manera. Aunque el hecho de que no tengamos pruebas no significa que el misterio deje de existir. La vida humana -y la animal- es tan potente y significativa que el pensador o el intuitivo no deja de sentir que puede que haya otra forma de existencia sea en forma de energía o de conciencia pura. En todo caso, es un momento grande, poético, sinérgico. Es el instante en que los seres se enfrentan a su finitud y uno piensa que dicho instante tendría que ser respetado profundamente dada su dimensión profunda. El momento de morir, sin embargo, es temido por los que lo van a vivir, por los que lo rodean y se llena de angustia cuando no se quiere hablar de ello. No hay una cultura de la muerte, se la tiene como el gran escándalo, no se quiere hablar de ella ni siquiera a los que están a punto de experimentarla. Los pueblos primitivos vivían la muerte mediante los rituales de umbral o de paso, y en algunos casos se celebraba una gran fiesta tras producirse la transición. Hemos conquistado la tecnología. Llevamos en nuestros bolsillos aparatos prodigiosos que nos conectan con todo lo existente, pero no estamos preparados para comprender el momento cenital de nuestra existencia sobre el que hemos proyectado la idea de horror y de absurdo, de vacío, de ausencia de sentido. Los filósofos materialistas han despojado de toda trascendencia a ese momento único en que para ellos lo único que pasa es que se desconecta el cerebro y el cuerpo se apaga sin mayor dimensión. Tendría que celebrarse, por el contrario, un rito y una fiesta porque el misterio sigue subsistiendo. La muerte se ha convertido simplemente en burocracia, en estadística, y los que asisten a ella como testigos o como partícipes no son conscientes del gran salto que supone, sea hacia el cero o hacia el infinito.

 

Estuve una vez en un viaje a Sumatra en una aldea batak por la noche en que el muerto estaba colocado sobre una mesa, y el resto de la aldea se pasó la noche cantando y bailando, con instrumentos de metal sonando, y tomando licor de rosas que producía una intenso estado visionario con las hogueras que ardían acompañando al muerto en su viaje. Yo había tomado una tortilla de hongos mágicos, lisérgicos y vi toda aquella noche como en un estado onírico, bailé, canté, bebí y mi conciencia se diluyó hasta el amanecer en que todavía continuaba la fiesta con la luna todavía en el cielo y los primeros rayos del sol llegando al túmulo. 

 

Así me gustaría que fuera el rito de mi muerte. 

jueves, 18 de febrero de 2010

Palabras de colores

Vassili Kandinsky

Los profesores de lengua hemos de referirnos con frecuencia a las figuras retóricas. Dentro de éstas están los tropos que hacen referencia a los cambios semánticos cuando tienen rendimiento estético. Uno de ellos es la sinestesia que el DRAE la define como: tropo que consiste en unir dos imágenes o sensaciones procedentes de diferentes dominios sensoriales: Soledad sonora. Verde chillón. Esta figura se extendió a partir del Modernismo y fue maestro en su uso Juan Ramón Jiménez y la generación de 1927. Así escribe en algunos versos: “en el cénit azul, una caricia rosa” o “Por el verdor teñido de melodiosos oros”.

Sin embargo, quizás es menos conocido que aproximadamente un 1% de la población son personas sinestésicas lo que supone que en su percepción se mezclen los sentidos que se entrelazan por un desarrollo cerebral distinto. Es frecuente que cuando oyen música, ellos perciban colores, o cuando tocan una superficie suave o rugosa les sugiera distintos sabores como ácido, dulce o salado, o al oír determinadas palabras vean formas geométricas como cuadrados, círculos, triángulos… Una determinada conversación puede sugerir un sabor y las palabras, colores.

En un cerebro normal los sentidos se archivan por separado; en el cerebro sinéstésico hay conversaciones cruzadas. David Eagleman, neuropsicólogo de la universidad de Texas afirma que “El cerebro sinestésico es como la frontera de un país que cruza mucha gente”.

Hay personas que llegan a adultos y no saben que son sinestésicos, creen que su percepción es común a todos porque ¿cómo saber cómo percibe otra persona? Hay algunos que tienen dificultades para comprender un texto escrito. No llegan a entender el significado de las palabras ya que en su mente, como delante de la frente, ven colores -cada palabra tiene un color- o también las secuencias numéricas adquieren cualidades cromáticas. Ellos piensan que algo no funciona bien pero no saben exactamente qué es. Tienen que aprender a abstraerse de los colores para percibir el contenido semántico de las palabras. Hay palabras blancas, azules, rosas, así como las vocales tienen cada una determinadas tonalidades que se imponen al escucharlas.

Fueron sinestésicos Baudelaire, Rimbaud, Kandinsky, Miles Davis… En algún sentido se puede decir que este fenómeno llevaría a una cierta riqueza que se puede aprovechar artísticamente. Kandinsky sostenía que él podía pintar sinfonías. También favorece la memorización de secuencias de números y palabras pues son archivadas como series de colores o formas. Se ha hablando incluso de experimentar orgasmos en colores, lo que no deja de tener gracia. El consumo de sustancias psicodélicas como el LSD, tan popular en los años sesenta, o la mescalina favorece la interrelación de sentidos al deshacerse la compartimentación del cerebro. En los textos de la época se relatan experiencias con el color, los sabores o las formas que sugieren claramente un fenómeno sinestésico.

Sin embargo, se supone que todos tenemos en alguna medida algún tipo de asociación sinestésica que normalmente están inhibidas. Pero no nos es raro oír hablar de una música dulce o ácida, referirnos a una persona como suave o áspera, o calificar a una corbata como chillona. Eduard Punset en el programa de Redes número 22 al que he tenido acceso para redactar este post, se pregunta que por qué no todo está conectado, por qué todo no está mezclado. ¿Y acaso en el mundo de los sueños no experimentamos sinestésicamente?

¿Habéis detectado alguna vez algo de esto en vosotros? Y los profesores que frecuentan este blog ¿habéis sospechado en alguna ocasión de ciertos alumnos que podrían tener un cerebro sinestésico y padecer dificultades para la comprensión lectora provocada por la mezcla de percepciones sensoriales? Si las estadísticas son ciertas y parece ser que 1% de la población es sinestésica, en un instituto de quinientos alumnos podría haber cuatro o cinco escolares que estuvieran afectados y nadie se lo detecta ya que ellos piensan que su percepción es normal.

¿Os atrevéis a construir una experiencia sinestésica, real o imaginaria? La participación en el post podría ser opinando sobre el asunto o aportando un pequeño relato en que pudiéramos disfrutar abiertamente y no inhibidamente de la sinestesia.

jueves, 15 de marzo de 2012

El pensamiento bobo



Profesor en la secundaria es un proyecto en canal. No refleja lo que debería ser, no, expresa lo que es en la mente de un profesor con treinta años de carrera a cuestas en los que hay grandes esperanzas (al estilo Dickens) y profundas decepciones. A veces me avergüenzo de escribir lo que escribo pensando que mi pensamiento debería ser más estimulante o positivo o menos dubitativo. A los hombres (y a las mujeres) se nos piden certezas, puntos de vista coherentes y confortadores acordes con el pensamiento positivo que debe alentar a cualquier miembro de la comunidad educativa. Ser pesimista es la peor de las situaciones. Un pesimista es reo de deserción, de traición, de contradicción con la esencia del acto educativo que debe ser por definición profundamente optimista. Y sí, es cierto, debemos sacar agua de las piedras. Un profesor es un personaje al que se presupone positivo, alentador, optimista, capaz de convertir el plomo en oro. Hay multitud de películas en que se recrea al profesor como elemento transformador de la clase y que lleva el fracaso inicial a un éxito colectivo. Este es el argumento de Rebelión en las aulas protagonizada por Sidney Poitier y El club de los poetas muertos en que actúa Robin Williams y dirige Peter Weir. Estas entre infinidad de películas en que la figura del profesor es decisiva para transformar el mundo mental de sus alumnos.

Pero ¿qué pasa si es el pesimismo el que orienta filosóficamente el pensamiento del profesor? Lo planteo en primera persona y como instrumento de interpretación de la realidad.  Hoy preguntaba a las profesoras de bachillerato sobre la lectura de alumnos de bachillerato de una novela singular de Pío Baroja. Me refiero a El árbol de la ciencia de 1912. Es una novela atravesada por un profundo pesimismo existencial que he explicado y desarrollado en multitud de ocasiones a alumnos del antiguo COU. Era una lectura motivadora y excitante. Su pesimismo profundo era motivador, su revisión de Schopenhauer y Nietzsche era estimulante. Un adolescente sentía como profundamente personal ese pesimismo existencial que nutría la novela. Hoy, en cambio, no es entendido, me decían mis compañeras, ese atroz pesimismo que impregna al protagonista Andrés Hurtado y que orienta sus juicios respecto a la existencia y la sociedad.

Hace tiempo que no quiero impartir clases en bachillerato por considerarlo profundamente frustrante. Es un nivel en que se recibe lo que se ha sembrado en la ESO, y ello no puede ser más decepcionante. Son alumnos no habituados a la exigencia ni al pensamiento libre u original. Pío Baroja les desborda, no entienden su pesimismo en una época en que el pensamiento original debe de ser profundamente positivo, optimista y reivindicador de la autoestima. El pesimismo es, en consecuencia, la peor de las enfermedades, la más terrible de las claudicaciones.

A mí personalmente me atrae el pensamiento pesimista. Me atrae la tristeza de algunos escritores que fundamentan en ella su modo de estar en el mundo. Me parece extraordinariamente estimulante. Baroja y su concepción desolada de la existencia me suponen una inyección de optimismo difícilmente comprensible. Los pensamientos bobos que defienden la positividad de toda experiencia a pesar de los pesares me sumen en el desconcierto y en el desaliento. No hay nada más excitante que un pensador inteligente pesimista. Razonamos mis compañeras y yo sobre el porqué de la incomprensión del pensamiento pesimista entre los adolescentes y no llegamos sino a la conclusión de que los hemos tratado como a infantes sin abrirles perspectivas de lo que es la vida en su sentido profundo. Hace veinticinco años empezó a ponerse de moda el pensamiento positivo en las escuelas de psicología americanas. Hoy no hay organización ni escuela que no estime que este pensamiento positivo debe ser el eje de toda acción social y política, además de personal.

La extraordinaria capacidad transformadora del pensamiento pesimista se ha desechado. Hoy todo debe tener tintes rosas o blancos, todo debe alentar a la idea de que a pesar de todo, las cosas tienen sentido; de que a pesar de todo, merece la pena vivir; de que a pesar de todo, nos mantenemos en pie; de que a pesar de todo, mantenemos la esperanza en el mañana.

Entiendo que no entiendan a Andrés Hurtado en El árbol de la ciencia habituados a las cantinelas optimistas que nos nutren y que consideren como una profunda decepción la realidad de un personaje que no piensa que el mañana será mejor que el hoy, y que estima que la naturaleza humana es decepcionante y que la vida no tiene sentido y que supone una corriente ciega profundamente absurda.

Hay profesores que piensan que hemos tratado a los alumnos como niños incapaces y que son, en consecuencia, inanes, a la hora de entender las profundas corrientes del pensamiento occidental, habituados a Canal Disney o la filosofía "profunda" de los Simpson.

¿Es posible entender a Schopenhauer si los referentes son el canal Disney?

En esas estamos. 

lunes, 28 de diciembre de 2015

Vladimiro espera de nuevo a Godot


Adorno mis elegías
infames con rosas negras
que van –delicadamente- en el metro  
en la mano de mujeres dormidas,
que sueñan con pájaros grotescos,
perdidos en parajes industriales.
Vladimiro solloza torpemente
en su tumba en el cementerio
de Montparnasse que no va
a ver nadie sino
aventureros que leyeron
en su mocedad solitaria
la llegada imposible de Godot
-que en contra
de  lo que se cree no es dios-
En ese universo de absurdo
y de torpeza, me vi identificado
cuando aún sentía eso
que llamamos deseo,
en tardes en que bebíamos
sin cesar una tras otra VollDamn,
abrazados y tristes
como saltimbanquis borrachos
de tinieblas, que deseaban matar
a sus madres con un cuchillo
afilado por las piedras del río,
que fluye en los sueños
de sicarios y poetas.  
La vida es así,
un lienzo de colores diversos
con que aseamos
nuestros sexos
creyendo que aprendemos
a ser artistas.
No me resigno.
Mi madre ya murió
y yo no la maté.
Se dejó morir en soledad
abandonando para siempre
sus fantasías de haber sido
la amante de un novelista rijoso.
Allí nací yo, en el pecado,
en la cúspide perfecta de la vida,
en el contraste de vicios
insospechados, y allí
aprendí a sobrevivir
en sueños de oscuridad
y audacia que me llevarían
más lejos que las tiernas
caricias maternas
que nos acostumbran
a lo que no será la vida.
Vladimiro habla y habla,
pero lo que dice no tiene sentido:
es un pobre fantasma de la mente
de su creador que ya descansa
en el cementerio -en la quimera-,
esa quimera hacia la que se alza
esta prosa ripiosa llena de rabia
y aspiración de imperfección 
llena de herrumbre
para que los poetas de verdad
nos desprecien 
con sus juicios inapelables.  

lunes, 23 de abril de 2012

Rebeldía, hambre y premios Sant Jordi.




Trabajo en un barrio de una ciudad periférica. El barrio tiene decenas de miles de habitantes. Muchos son inmigrantes latinos o magrebíes. Muchos de los que vivían aquí han terminado yéndose. Eran inmigrantes del sur de España que han querido distanciarse de su mundo de acogida en los años cincuenta, sesenta o setenta. Ahora su lugar lo ocupan mujeres con abayas que llegan hasta el suelo y con velo. También ecuatorianos, colombianos, dominicanos... cuyas  mujeres se muestran sensuales y coloristas. Así es mi instituto cuando subo por las escaleras. Multitud de muchachas con hiyab que bajan o suben desenfadadas y desinhibidas... y también latinas y latinos que muestran orgullosamente su diferencia. Todos aprenden a convivir juntos.

También están los españoles, hijos de antiguos inmigrantes del sur, que han permanecido en el barrio excepcionalmente. Tradicionalmente eran los que llegaban a bachillerato aunque esta tendencia se esta quebrando.

Hoy se entregaban los premios de Sant Jordi en diversas categorías (poesía y prosa), (catalán, castellano, francés e inglés). El gimnasio, habilitado como sala de actos, aparecía lleno de una multitud de muchachos de la ESO. Delante había un tablado puesto por el ayuntamiento en que había preparadas rosas y diplomas.  Los coordinadores han entregado los premios a las distintas modalidades nombrándolos por los servicios de megafonía. La mayoría de los ganadores eran muchachas marroquíes, en un número mayor, considerablemente mayor, que lo que su presencia en el instituto hacía previsible. El jefe de estudios en un momento me lo ha comentado ante la avalancha de premios para nombres magrebíes. "Esto es por alguna razón", me ha dicho. Yo he coincidido con él. Soy profesor esencialmente de alumnos inmigrantes de los que buena parte son marroquíes, y percibo en ellos, especialmente en las chicas un "hambre" y una formación moral que no suelo encontrar en los españoles de a pie. Son hijos de la inmigración más reciente. Vienen de las carencias más marcadas, algunos de sus padres han llegado aquí en patera y luego han reunificado a la familia, muchos viven en condiciones precarias en pisos mínimos y tal vez muchos están en el desempleo, dado el parón que se ha producido en la construcción. Pero hay un espíritu que me llama poderosamente la atención y que me gusta. Hay ganas de luchar, en general no está extendida la apatía que invade a las generaciones nuevas españolas y cuya adolescencia es totalmente disruptiva. Evidentemente no se puede generalizar. Hay muchachos españoles excelentes y marroquíes poco escolares y con mal comportamiento. Pero si yo tuviera que escoger el perfil que en mi instituto marca el pundonor, la constancia, la lucha contra la dificultad y la tenacidad sería el de una muchacha marroquí. Es como si tuviera motivos para luchar y creyera en lo que está haciendo, además de ser más cuestionadora de la realidad que lo que es habitual entre los varones y nativos españoles.

Sin embargo, uno podría pensar que el futuro de estas muchachas es limitado porque podemos temer que terminen casadas con algún primo elegido por la familia, y no puedan seguir estudiando, de modo que en poco tiempo las veré cargadas de hijos en alguna plaza del barrio. No lo sé, sinceramente no lo sé. Sólo cuento lo que veo: que muchas luchan denodadamente y con convicción por su futuro, que participan más, que tienen valores morales más profundos y que se cuestionan las cosas con una intensidad más elevada que la que es habitual entre los muchachos de aquí. Los debates en que intervienen suelen ser ricos en aportaciones y en matices, pues añaden su experiencia del mundo marroquí que es, por un lado, objeto de nostalgia intensa, pero por otro, sin que ellas lo sepan, es también cuestionado y sobrepasado. Estas muchachas no serán igual que sus madres. Conocen el valor de la cultura y de la educación y saben lo que está en juego en su formación. ¿Qué será de ellos y de ellas? No lo sé, me gustaría seguirles la pista. Cada vez hay más que siguen estudios de bachillerato pero no es mayoritario. Temo que su vida y sus expectativas queden truncadas por una realidad familiar impuesta que limite su futuro.

Sin duda son más rebeldes en el sentido propio de la palabra que lo que es habitual en los nativos. Entiendo rebelde no como sinónimo de indisciplinado o contestón. Eso es fácil. La rebeldía auténtica cuestiona, ve ángulos diferentes, reflexiona, piensa... A veces con estos muchachos siento sensaciones parecidas a las que sentía hace más de veinte años con los adolescentes que tenía antes de que la mayoría se rindiera al adocenamiento y a la comodidad. Sin duda, algo está pasando, y no sé si lo detectan los medidores sociológicos. Atentos a ello. 

miércoles, 8 de abril de 2015

La violencia es atractiva y magnética


Acabo de ver unos vídeos de cine emergente ugandés. Uno de ellos lo enlazo en medio del artículo. No os lo perdáis. Dura poco más de un minuto y es revelador del tipo de cine que se está haciendo en Uganda y otros países africanos sin un duro. Este cine ha atraído a cineastas americanos, europeos y australianos por la originalidad y la pasión que supone a pesar de su elementalidad que tiene su centro en la violencia. Nadie cobra allí y una película puede costar poco más de ciento cuarenta euros, lo que no paga ni los refrescos de las estrellas en un día de rodaje de cualquier película occidental que se precie. En estas películas abunda la violencia aparatosa, tanto que no serían políticamente correctas en nuestro mundo. Se realizan mediante efectos especiales a base del croma en el proceso de postproducción. No son efectos muy sofisticados pero funcionan y son divertidos. Los directores de este tipo de películas dicen que no quieren hacer dramas lacrimógenos ni religiosos para hacer llorar y que utilizan la violencia porque es un lenguaje atractivo y que todo el mundo puede entender. Esto me ha llamado la atención porque choca frontalmente con las buenas ideas que fecundan nuestro mundo occidental y que rechazan la violencia por profundamente negativa



En efecto, mi instituto está lleno de murales y dibujos de nuestros alumnos en que se rechaza la violencia y se ensalza la paz, el diálogo, la convivencia... Estas actividades son promovidas por la coordinación educativa, por los tutores, por todas las instancias pedagógicas correspondientes. Y los alumnos se dedican a ellas por imperativo de los profesores. Tienen que hacer murales hablando de la paz, contra la guerra, a favor de multitud de sentimientos positivos. Los chicos son expertos en hacer lo que nosotros queremos que hagan cuando se trata de buenos sentimientos. Hay que ser tolerantes, dialogantes, no violentos, etc ... y toda esa retahíla que tan bien conocemos los que nos dedicamos a la educación. Sin embargo, estoy seguro de que a ellos les seduce profundamente la violencia, las películas de acción y matanzas, los videojuegos en que se cargan a multitud de objetivos (targets) a base de armas letales. Uno de los directores ugandeses sostenía que la violencia es un lenguaje que entiende todo el mundo y mucho me temo que es bastante verosímil. Uno ve el vídeo que enlazo y puede comprender en alguna manera la matanza que ha tenido lugar en Kenia contra estudiantes de la universidad de Garissa y que nosotros hemos desdeñado como cosas de negros a los que no nos une nada, dado su salvajismo y su carácter primario. No obstante, ahí están organizaciones como MSF y otras para aportar algo de conciencia sobre nuestra mirada altiva y supremacista.


Nos gusta mostrar buenos sentimientos. A los profesores nos gusta ver lleno el centro donde estamos de frases tan bienintencionadas como vacuas que obligamos a escribir a nuestros alumnos. En la fachada debemos ofrecer buenos sentimientos, ideas positivas, estados de ánimo estimulantes ... aunque lo que en el fondo nos seduzca sea la violencia, mezclada con la parodia y la ópera bufa. Y así en un centro de enseñanza tras los murales hermosos plagados de buenos sentimientos existe una violencia larvada continua: enfrentamientos, insultos, empujones, miradas agresivas, comentarios ofensivos sobre sus madres, tensiones de todo tipo que no responden a nuestra mirada angelical sobre el mundo o cómo debe ser este. Parecería que la historia está hecha a base de buenos sentimientos. La realidad es otra: la historia está hecha a base de violencia, de rencor, de enfrentamientos, de prejuicios, de sadismo, de matanzas indiscriminadas. Y nuestro mundo, el que vivimos, es atroz si salimos de nuestros patios de vecindad en donde se cuelgan murales repletos de buenas intenciones. Y bobaliconería. Porque la violencia es lo que nos mola. Si yo les pusiera una película ugandesa, seguro que se divertirían más que viendo Sonrisas y lágrimas. Respondería más a lo que sienten por dentro porque nuestro interior es demoledoramente violento. Nos conforma por un lado la lucha por la vida. Somos criaturas que buscamos sobrevivir y en esta supervivencia hay violencia porque nos encontramos a otras criaturas enfrente que nos desafían en nuestra ansia de supremacía. El ser humano es atávico (esto se olvida) y cultural. Pretendemos sustituir y eliminar al ser atávico mediante la cultura, pero es imposible. En el cerebro profundo somos fieras que luchan por su territorio, pero desgraciadamente, a ese cerebro límbico se han unido la religión, las patrias, los grupos sociales y étnicos para hacer explosiva nuestra violencia interior. El ser humano no es pacífico. Los bonobos resuelven sus conflictos mediante el sexo, pero nosotros utilizamos la violencia más o menos sofisticada o reprimida. La violencia reprimida puede ser muy peligrosa porque sigue latente aunque se le echen encima eslóganes azucarados y rosas que tantos gustan a los educadores. Nos horroriza la violencia a nosotros, almas sensibles que tanto bien hemos hecho en la historia. Ja. La violencia es propia de primitivos de esos que hacen películas de bajo presupuesto y que llevan a la práctica en sus universidades keniatas ante nuestro desdén supremo. Nosotros tenemos a nuestros Andreas Lubitz que en solo ocho minutos puede realizar tanto espectáculo como Al Shabah en una matanza discriminada en una universidad de cuyo nombre no nos acordamos. Pero luego todos los psicoanalistas del mundo mundial occidental hubieran vendido su alma al diablo por tener en su diván al copiloto de Germanwings para psicoanalizarlo ante el horror de las almas pías que verían en este individuo a un pobre enfermo. Todo menos entender que es la violencia la que nos conforma, la que nos es atractiva, la que nos fascina, la que es nuestro núcleo. Si no entendemos esto, seguiremos haciendo murales sobre la paz y el amor, sobre la convivencia, sobre la armonía celestial y humana... Y nuestros alumnos dentro tendrán igualmente, junto a nosotros que somos más refinados aunque no menos crueles, un fondo violento reprimido que tarde o temprano emerge de un modo u otro. Pero no queremos ver esto y nos esforzamos que entiendan que esto debe ocultarse, pintarse de color rosita para aparecer ante los demás como seres amables y solidarios que saben escribir en cien idiomas las palabras Paz y Amor.

domingo, 28 de junio de 2015

Proyectos para el verano


Primero, nada de descansar en el sentido habitual de la expresión. No quiero descansar. No estoy cansado. Quiero actividad y movimiento. Ya busco cada cierto tiempo mis lugares y espacios de descanso en mi hamaca multicolor. No soy capaz de una concentración intensa durante horas. He perdido esa posibilidad. Soy más bien una persona que lleva un montón de temas en la cabeza y los va enfocando y centrando en espacios de tiempo no muy extensos, pero vuelvo y vuelvo una y otra vez a ello. Necesito cambiar de actividad con bastante frecuencia. Mi falta de atención me lleva a dispersarme en diversos temas que abordo en cortos espacios de tiempo y alternativamente. Cuando me canso de un asunto, voy a otro, leo una novela o el periódico, o hago la cena, o voy a comprar. Me despejo y vuelvo al punto de partida. Es una atención parcial discontinua lo mía. Hubo un tiempo memorable en que era capaz de estar leyendo durante ocho o diez horas una novela o un libro de historia. Me tomaba media anfetamina y pasaba toda la noche en estado de máxima alerta y atención recreándome en lo detalles. Lo maravilloso de aprender es perderse en los detalles y avanzar lentamente. Me gustan esos zigzagueos de la atención. Los hacía incluso con anfetaminas. Antes se podían comprar casi libremente en la farmacia. Ahora no. Pero ¡cómo añoro aquellas noches de atención máxima en que devoraba obras que en otras circunstancias hubieran durado una semana o diez días! Nunca utilicé las anfetas para colocarme e irme de marcha. Me preparé las oposiciones y disfruté como un enano haciéndolo.

Pero me he desviado del tema central del post que era proyectos para el verano. Lectura de varias obras a la vez. Un libro sobre Roma, “Un otoño romano” de Javier Reverte que me han recomendado para calentar motores de nuestra visita a Roma a mediados de mes. “El astillero” de Juan Carlos Onetti, una novela poderosa que cuenta una historia, la de Larssen, el Juntacadáveres a su regreso a Santa María cinco años después. Me subyuga el estilo narrativo de Onetti. Leyéndolo me doy cuenta de mi absoluta insuficiencia como escribidor. Este libro forma parte de la lectura de verano del Circulo de Lectura de Nueva York en el que participo. 

Sobre el 25 de julio emprenderé mi proyecto más ambicioso: hacer diez o doce etapas del GR11 que me llevará de Cabo Higuer (junto a Fuenterrabía-Hondarribia) a Candanchú. Pasaré por el Baztán que era lo que quería, y por Vera de Bidasoa donde vivía Baroja. Llevaré un diario de viaje en mis largas caminatas en soledad. Y haré un reportaje fotográfico. Hacer fotografías me ayuda a caminar. Tengo que parar, pensar la foto, me abstraigo, compongo y disparo. Será una experiencia muy intensa pues la haré en soledad por el Pirineo en una ruta que desconocía. Tendré tiempo de pensar, de sentir, de respirar, de escribir a mano un diario de viaje, de ver el cielo de día y por la noche. Esta larga caminata se basa en la potencia de mi cuerpo con el que he de estar reconciliado: no fumo, no bebo, no bebo ya café, hago travesías, tengo las piernas fuertes...

El resto del verano no sé. Supongo que leeré mucho aunque trabajar no me distrae de leer. Ahora tengo pendientes varios libros. Los diarios de Carlos Morla Lynch en relación con los años de la república pero en especial sobre Lorca del que acabo de leer un libro bastante sorprendente: Rosas de plomo de Jesús Cotta. En él se sostiene que Lorca se aproximó a Falange Española por la relación entre este y José Antonio en los últimos días, antes del estallido de la guerra. Lorca no era un izquierdista aunque lo asesinaran los más reaccionarios del alzamiento. Lorca era amigo de José Antonio, lo protegieron falangistas en Granada, y una de las razones por que lo asesinaron es por ser amigo del líder falangista. Una hipótesis sugerente. Se ha manipulado totalmente desde la izquierda la muerte de Lorca. No fue como nos lo contaron ni como lo plantea Ian Gibson en su magna biografía del poeta granadino.

Otra novela pendiente es La muerte de Virgilio de Hermann Broch, recomendada por Dimas Mas, un escritor con el que me unen lazos de amistad profunda.

No descarto leer la segunda parte de Juego de tronos. La primera me interesó muchísimo.

Un verano en que no pararé, en que me niego al descanso y en el que prepararé mentalmente el nuevo curso de Lengua y Literatura en mi instituto.


No quiero descansar. Bastante tiempo tendré para hacerlo algún día cuando ya todo sea irremediable. Hoy de momento, tengo potencia y energía para caminar, fotografiar, escribir, leer, viajar. ¿Qué más? Nada, no ansío nada más que lo que tengo.

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