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martes, 27 de abril de 2021

El arte de la mentira política




Uno ve imágenes de la deforestación de las selvas tropicales y se siente conmocionado e impotente. Recibo información de distintas ONG’s ambientalistas y humanas que refieren la destrucción de los pueblos primitivos de todo el mundo en hábitats cada vez más precarios. Firmo algún manifiesto pero me hallo inhábil para controlar la marcha del mundo. Pienso que los seres humanos viven en sistemas democráticos pero que no pueden controlar nada lo que pasa en sus sociedades. Todo lo que sucede es externo a mi capacidad de decisión desde que yo recuerdo mi historia. Es totalmente incierto que nosotros tomemos decisiones acerca de nuestro mundo y nuestras sociedades que cambian y se transforman al margen de nosotros, a veces para bien y muchas veces para mal. Mi voto político es tan intrascendente que me asombra que la gente vaya a votar. No hay debates sobre nuestro presente o nuestro futuro, las decisiones se toman al margen de nuestras voluntades que son anecdóticas. Ahora en Madrid hay mucha algarabía sobre principios políticos maximalistas, todo es un espectáculo cuidadosamente dramatizado con resonantes efectos y eslóganes pero todo es una cortina de humo que no resuelve nada de lo sustancial. Los votantes son seres a los que se engaña para que tomen decisiones sobre A o B o C pero que no son necesarios para nada sino para conformar números que dan lugar a estrategias sobre las que los votantes nada tendrán que decir. Todo es demagogia a la izquierda y a la derecha, todo es manipulación a un lado y a otro. Discursos efectistas, puestas en escena nadie sabe muy bien si dirigidas por realizadores cinematográficos, palabras grandes para movilizar a un electorado que es el rehén propiciatorio al que se quiere concitar y reclamar para luego darle el adiós definitivo hasta las próximas elecciones. 

 

Me siento totalmente estafado porque quieran hacerme creer que yo decido algo durante la décima de segundo en que introduzco mi papeleta en la urna. Quieren hacerme creer que soy importante para ese acto trivial que será luego reconvertido en discursos todos de victoria, haya pasado lo que haya pasado. Todo el juego está cantado. Todos los jugadores son tahúres aventajados en la mentira y el engaño. 

 

Todo es un cortinaje de espejismos. Yo no soy nada demoscópicamente y me siento abandonado, engañado, burlado… El mecanismo político es feroz y embustero. 

 

A veces voto en blanco, a veces me abstengo, a veces voto al mal menor pero con la conciencia de que todo es inútil… La política es un trampantojo que pretende ser una realidad eficaz pero es mentira. Nadie debate nada, nadie escucha a nadie, nadie me pregunta nada, solo soy un prisionero al que cada cierto tiempo se le impele trágicamente a depositar una papeleta que no significa nada ni decide nada. 

 

Que les den.

domingo, 25 de abril de 2021

El misterio de la identidad


Ciertamente, creo con Walt Whitman que la Metafísica es el arte de desconcertarse a uno mismo. Y me explico: los seres humanos en conjunto y en particular me resultan extraños y paradójicos. Cuanto más los contemplo, cuanto más los leo, cuanto más los escucho, más conocidos me resultan, pero a la vez que se me acercan en un sentido, se me alejan en otros. Pienso que es imposible llegar a comprender a nadie por completo. Podemos llegar a acceder a algunas claves interpretativas, pero en cuanto nos seguimos acercando a esa persona, más se aleja de nosotros convirtiéndose en un misterio por transparente que pueda parecer. Los seres humanos nos resultamos opacos unos a otros en cuanto a las lógicas que nos mueven y dan sentido. No hay nada más lejano que otro ser a nuestra conciencia. Los novelistas, dramaturgos y poetas, y los artistas en general, exploran el misterio de la otredad intentando sumergirse en ella desde perspectivas subjetivas. Es la historia del arte, y en especial de la literatura como intento de rastreo y configuración de lo que nos hace ser algo esencialmente enigmático. He sido desde que recuerdo, lector voraz. Así desde que empecé a leer a mis cuatro años y algo no he dejado de leer y me siento desbordado por la extrañeza del Otro que se manifiesta en cada una de las novelas que leo. Por más que intente comprender a los personajes literarios, más se me escapan. Por más que intente acceder al hacedor de su narrativa, el autor, más se me desliza como arena entre mis dedos. Yo mismo, el eje de mi vida, soy para mí algo inaccesible por más que intente llegar al fondo de mí mismo. Ante esto hay muchas personas que lo dan por descontado y no intentan comprender más allá de lo visible, de lo accesible, de lo aparentemente real, de lo dado y sostienen que no hay que intentar penetrar en el territorio de lo confuso, de lo metafísico… Vamos, que no hay que buscar cinco pies al gato, que la vida es hermosa sin intentar comprenderla y que todo intento de darle un sentido es un proyecto condenado al fracaso, que la vida y los demás hay que vivirlos sin procurar desentrañarlos… Son estos seres de acción que no se contemplan a sí mismos y que no hacen por transgredir el fenómeno de la otredad. 

 

Volviendo a la cita de Walt Whitman, sobre el arte de desconcertarse a sí mismo como ejercicio metafísico… he de decir que me gusta ser siempre diferente a mí mismo, carecer de unas claves mecánicas y reiterativas sobre el sentido de la propia identidad, llegando incluso a sorprenderme a mí mismo como me gusta que me sorprendan los demás subvirtiendo su propia lógica constitutiva. 

 

Mis hijas se ríen conmigo y me parodian diciendo que un día pregunté a un camarero chino si tenían flan Mandarín a lo que el amable empleado me dijo que sí, que, efectivamente, lo tenían. Yo le repuse seriamente, “pues tráigame un helado”. Esto a mí no me sorprendió pero a ellas sí que les hizo mucha gracia y me lo recuerdan con frecuencia. Pudieron pasar muchas cosas en ese cambio de deseo, unas escasas décimas de segundo pueden suponer una transformación del anhelo de flan, es posible que simplemente expresándolo yo me hubiera dado cuenta de que en realidad no me apetecía. Son mecanismos ultrarrápidos del cerebro cuyo sentido desconozco. 

 

Para mí, pues, los seres humanos son como esta anécdota. Cuando he creído comprenderlos, cambian su petición y solicitan algo totalmente diferente dejándome sorprendido. No se puede reducir a nadie a una fórmula por más que muchos intenten hacerlo para lograr ser coherentes en su identidad… cuando la identidad es como intentar atrapar agua entre los dedos. Quizás ni siquiera hay dedos ni agua… Evohé. 

lunes, 19 de abril de 2021

Un perfecto imbécil en la penumbra de los unicornios

               


Un tiempo vacío en espera de otros acontecimientos. Un leve malestar por todo lo que uno vive. Es inútil reseñar lo injusto del mundo, daría para varios tomos de espesura terrible. Uno vive en la medida de lo que puede. Dejas atrás convicciones políticas y te centras en tu día. En las personas amadas y cercanas. Es lo que hace todo el mundo para sobrevivir. No mirar más allá de la realidad cercana. Te centras en tu círculo y procuras ser feliz en él. Lejos queda la guerra del Yemen, la destrucción de Siria, la fundición de los polos por el cambio climático, la deforestación, el fracaso del reciclado en España, el declive de los mares que se están convirtiendo en muertos, la crisis en el propio país que lleva a tanta gente al paro. Tú te centras en lo que vives, en tu casa, en el barrio y no miras más allá. Te llegan ecos de luchas venenosas en el ámbito político que son puramente tóxicas y no quieres implicarte, pero todo el mundo acaba implicado. Lees todo lo que puedes: historia, ciencia, literatura, poesía… Y no deja de invadirte la sensación de que te estás evadiendo, de que una parte de la mierda de este mundo también te salpica por libros que leas o series británicas o nórdicas que veas. Te centras en lo tuyo, en lo cercano, pero hay tanta gente que sufre sin que se vea en exceso… Pero tú no eres un samaritano, te vale ser un hombre común, que procura no leer la prensa, que ya te han puesto la primera dosis del Astra-Zeneca y no sabes si te pondrán la segunda. Vas a los bares por propia convicción y por apoyar el pequeño empresario que se deja la piel a tiras. Caminas por la sierra de Collserola cada semana, entras en el bosque profundo y escuchas a las aves del parque en soledad, lo cuentas en tu diario, ese diario que revela tu cotidianidad, tu forma de estar en el mundo de persona perfectamente vulgar, cuando lo vulgar ha reclamado el márchamo de reivindicable. Ser un hombre común no es un desatino sino un acierto. Un redoble de tambor. Antes eran reseñables las personas extraordinarias, ahora no. Si eres un ser humano, tu lugar en el mundo es ya de por sí significativo. La verticalidad ha dejado a lo largo del siglo XX y lo que llevamos del XXI de ser un modo exclusivo. Eres un ser común, tan perverso como cualquier otro, tan banal como cualquier otro, tan estúpido como cualquier otro. No hay nada tan detestable como el elitismo. No nos gustan las élites, sean azules o rojas, ni los que viven en la Zarzuela o en Galapagar. Odiamos que alguien se ponga un coturno para estar más elevado que nosotros, la plebe insaciable de sensaciones y aspiraciones irrredentas. Somos los que caminamos por el bosque, los que vamos a los bares, los que escribimos nuestras impresiones día a día, gente común, gente horizontal, gente que a veces recuerda que Harold Bloom estableció un canon literario en cuya cúspide estaba Shakespeare, debajo Dante y Cervantes… Ahora no creemos en los cánones de ningún tipo, la vulgaridad nos atrae, la grisura nos fascina e incluso querríamos ver algún programa televisivo de Jordi Évole entrevistando al descerebrado de Miguel Bosé pero la última novela de Javier Marías te atrae mucho más. No dejas de ser un plebeyo con corazón que frecuentas el bosque, pero te queda tanto por descubrir que te reconoces como un perfecto imbécil en la penumbra de los unicornios. 

martes, 13 de abril de 2021

Un día da para muchas cosas


Cada día es un misterio. No creo en la mediocridad de los destinos humanos. Pienso que en cada uno de nosotros hay elementos que hacen que nuestros días sean especiales. Sea en situaciones, en lecturas, en pensamientos, en sentimientos, en contradicciones… No pienso que haya una vida de planicies mediocres. Si uno cualquiera fuera capaz de reflejar el discurrir de un día en un relato, probablemente habría escrito algo próximo al Ulises de James Joyce que recrea una vida común y corriente en el Dublín de 1904, un día de junio de dicho año. Toda vida es significativa por trivial que pueda parecer. Hay unas vidas más llamativas que otras, que parecen haber realizado con más profundidad la idea de destino, pero es un trampantojo. Una vida es una vida y cada día está lleno de densidad primigenia aunque resida en las profundidades y no ofrezca especiales señas de identidad. 

 

En mi día de hoy, me he levantado y he sido consciente, a través de un correo de ACNUR, de la terrible crisis de los refugiados no solo por conflictos bélicos sino por causas del cambio climático –motivo de befa y mofa para algunos- que hace que decenas de millones de personas hayan de emigrar por causa de sequías, inundaciones, huracanes y quedarse sin nada. Hay más de cien millones de personas en el mundo que son considerados refugiados en condiciones extremas… Nosotros estamos acostumbrados a la política de la queja recurrente, al pesimismo constitucional de nuestra psique que observa el mundo desde una situación de privilegio. Me doy cuenta. Nos deprimimos por unas cosas que si las tuvieran otros, serían inmensamente felices. 

 

Durante el desayuno viene un gorrioncillo cerca de nosotros. Le arrojo unas miguitas de pan que él se apresura a recoger con el pico y llevárselas. Es un detalle milagroso porque cada vez hay menos gorriones en el mundo. Los insecticidas y herbicidas cambian radicalmente la cadena trófica y hace que estos pajarillos sean cada vez más escasos. Igual que las mariposas, más raras que nunca. Nuestro bienestar inconsciente promueve el cambio de los ciclos ecológicos.

 

Nos acostumbramos a sentir víctimas, es un papel que nos atrae y está crecientemente extendido. Uno no es nada si no es víctima de algo, aunque sea de un gobierno, o de una situación. El victimismo es como una infección que se extiende junto con el pesimismo indolente. El pesimismo de los viejos es especialmente significativo. Los que creen que el mundo no seguirá para los jóvenes que, paradójicamente, no son pesimistas. 

 

Termino la lectura de un relato muy bien trazado, Atravesé las Bardenas de Eduardo Gil Bera. El título hace referencia a una jota aragonesa y recrea una historia de los años cincuenta cuando las autoridades propiciaron que presos trabajaran en la construcción de pueblos de colonización en las Bardenas Reales entre Aragón y Navarra. Me gusta. Eduardo Gil Bera escribe muy bien, y cuando acabo la narración me dan ganas de volverla a empezar. Un libro es bueno si sientes esa tentación. En realidad, podríamos leer indefinidamente un mismo libro. Hay gente que lee setecientos libros al año, pero imagino a uno que leyera setecientas veces el mismo libro. ¿Quién sería más profundo? 

 

Ayer acabé un libro apasionante sobre el cáncer de Sidhartta Mukherjee, El cáncer, el emperador de todos los males. Me di cuenta de la terrible belleza del cáncer y la profesión médica de oncólogo. Es la enfermedad que mejor revela nuestra naturaleza humana, la más imprevisible, la más misteriosa, la más cruel...


Me tomo un vino turbio con la persona amada… Hablo con mis hijas, me tomo un café a media tarde, hablo con un amigo para hacer una caminata el jueves… 

 

Me doy cuenta de nuestra inconsistencia, de nuestro heraclitiano pasar por la vida, mezcla de permanencia y transitoriedad, pienso en una duda sistemática no ejercida a través de mantras políticos y existenciales, de soflamas jacobinas… Quien duda, lo hace a fondo, y a veces cree en el Dios de Spinoza…

 

Un día da para muchas cosas. 

miércoles, 7 de abril de 2021

La clase política es tóxica


Uno apenas sigue la actualidad política, pero a poco que visite Twitter, todos los conflictos existentes emergen con una saña y odio difícil de soportar. La política divide y enfrenta a los ciudadanos, que parecen a punto de degollarse unos a otros, nadie escucha a nadie y lo único que se percibe es desprecio y resentimiento frente a opciones distintas a las que se ridiculiza y reduce a la caricatura más siniestra. Nadie utiliza la sutileza o el arte de escuchar al discrepante. Unas ideologías se enfrentan a otras por los principios aunque se ve claro que nadie tiene claro cuáles son esos principios porque las palabras más aparentemente sagradas son inmediatamente devaluadas. Así pasa con democracia, igualdad, solidaridad, libertad, conceptos que se aplican solo y si benefician a mi causa y se niegan a los demás que por definición son indignos, culpables, enemigos de la democracia, de la igualdad, de la solidaridad, de la libertad. Así la libertad de expresión se defiende siempre en nombre de la mía pero no de la de los demás que son fascistas o comunistas, estos son los dos bloques en que demagógicamente se ha dividido a la sociedad, obviando todos los matices intermedios que son aplastados por la lucha épica entre la justicia y el lado oscuro, sea lo que uno interprete. 

 

¿Y todo esto de dónde ha salido? Pienso que de la política, de esos personajes inútiles que son los políticos, clase inane y tóxica que juega a enfrentar diabólicamente a la sociedad extremando los conflictos y haciéndolos insuperables y violentos. Los políticos son gente que vive muy bien,  pagados por nosotros, y que se dedican a inyectar veneno en la gente que antes también vivía muy bien, sin resentimientos ni odios, pero esto era insoportable. La clase política aspira a que los ciudadanos se odien, no a que resuelvan sus conflictos y a tender puentes y a plantear soluciones. La clase política juega a que las cosas empeoren, como fundamento, para que las contradicciones entonces sean irresistibles y las cosas se decanten hacia su lado. Cuanto peor, mejor, así la gente, el pueblo, se dará cuenta de cosas que ahora en la medianía no ve. Así la gente optará por la clase dirigente que los llevará a un paraíso político en el que habrá que excluir a la otra mitad que deberá ser aplastada porque el país no da para la convivencia pacífica de dos mitades antagónicas. La política es así el sistema del enfrentamiento, del odio, de la revancha, del zasca, del rencor, de la división basada en unos principios supuestamente democráticos en los que nadie de esa clase política cree. Los principios son para adaptarlos, para inclinarlos a nuestro favor, y el adversario-enemigo nos alimenta y nosotros lo alimentamos a él. La división radical entre bloques extremos ampara el negro y el blanco, media parte será arrasada sea cual sea el resultado. 

 

La política nos lleva a la ineficacia, a la antítesis, a la confrontación, al odio hasta que una parte vence y bloquea a la otra y entonces puede culminar su sistema o aprobar una ley de Educación, esto es innegociable, una opción, si se precia, ha de tener su propia ley de Educación aunque dure cinco años. 

 

La política tendría que ser superada, pero nos encontramos con un sistema en que los políticos utilizan todas las trampas dialécticas para ser imprescindibles. Pero habrá un día, pienso, en que la inteligencia humana desplazará a la política y la hará una cosa del pasado como lo fue la esclavitud o la viruela… 

 

Ahora los políticos pasan por ser necesarios, pero yo los desprecio. 

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