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miércoles, 9 de diciembre de 2015

"No estudian", "no se esfuerzan", "no trabajan" ...


“No estudian”, “no se esfuerzan”, “no trabajan” ... han sido los comentarios más frecuentes en la Junta de Evaluación de un curso al que doy clase. El perfil era un curso no conflictivo pero cuyo trabajo y estudio era puesto en cuestión por los profesores. Las notas no eran desastrosas pero se suponía que de estos alumnos se esperaba mucho más. Sin embargo, mi visión contrastaba con estos puntos de vista. Mis calificaciones eran mucho mejores que los de la media de profesores. Es un curso de 25 alumnos y tengo cinco excelentes y otros tantos notables. El resto son bienes y suficientes. Cinco suspenden. La nota media final del curso es de 6.4 teniendo en cuenta que hay casos de alumnos absentistas que sacan cero y que bajan dicho promedio. Supongo que todos mis lectores saben que yo imparto lengua castellana y que este curso es de tercero de ESO.

"Yo ya sé que mis alumnos no me van a estudiar para un examen". 

Los que he hecho han supuesto unas notas bastante bajas salvo alguna excepción. ¿Pero he de basar mi evaluación en este concepto? ¿Estudio para un examen? ¿Eso es todo? Pienso que la mayor parte de mis colegas han extraído la calificación de un par de exámenes, la presentación del dossier y poco más. Al menos en su mayor porcentaje.

Por mi parte la nota ha sido fruto de exactamente ochenta calificaciones en que he tenido en cuenta absolutamente todo lo que se ha hecho y lo que no se ha hecho. Supongo que sabéis que aplico el sistema de Flipped Classroom y que mis alumnos han de ver unos vídeos que grabo yo sobre la materia de lengua o literatura. El porcentaje de fidelización a los vídeos ha sido superior al noventa por ciento y de cada visionado yo extraía una nota fijada por la aplicación EduCanon que permite insertar preguntas sobre su contenido. Han visto exactamente 22 vídeos en que hemos cubierto la historia de la literatura hasta el siglo XVIII según marca el programa. Esto no hubiera sido posible con un sistema convencional. Al día siguiente realizamos un Kahoot sobre el contenido del vídeo del que han de presentar también un resumen que valoro. El resto de la hora se dedican a realizar mapas mentales con Mindomo sobre los temas tratados que vale cada uno treinta puntos. El resto de calificaciones son distintas pruebas lingüísticas de enriquecimiento de léxico, categorías literarias o sintácticas, resúmenes, dictados, lectura del libro del trimestre ... Es todo un entramado al que los chavales en general se han enganchado y han visto que su nota no era fruto de un examen para el que hubiera que estudiar, algo que no saben hacer, no tienen método y no tienen muchas veces circunstancias favorables para ello. No son chicos de estudio. Tal vez en otros sectores sociales sean importantes estas valoraciones. Entiendo que son una parte de la nota aunque no la fundamental. Quiero que la calificación final refleje exactamente todo lo que han hecho, todo en lo que han participado. Esto supone una valoración del esfuerzo total. Y ellos reciben un documento con las ochenta calificaciones y el resultado final en un sumatorio. Los alumnos marcaban el techo de ese sumatorio, de modo que si los que mayor nota han sacado ha sido superior a mil puntos, como así ha sido, la nota de aprobado era exactamente la mitad. En un curso la nota máxima ha sido de 1022 puntos, de modo que el aprobado lo he establecido en 510. Por debajo suspenso, por encima aprobado. 

"El techo lo marcan ellos y el suelo también"

También hay una cocina de las notas mediante la rúbrica que les proporcioné a principio de curso y que  puede suponer alguna leve modificación en el resultado final. El fin de semana pasado les envié el documento digital con las ochenta calificaciones y el nivel de aprobado. Solo he recibido tres correos haciéndome ver algún error en alguna nota. No ha habido ninguna reclamación.

Este modelo es una experiencia que estoy llevando a cabo. El resultado, sin ser galáctico, es muy superior al que hubiera obtenido con cualquier otro modelo convencional. Un 6.4 de media de la clase es una cifra estimulante y que puede hacer pensar, al menos a mí me hace pensar. Los profesores saben que la idea de estudio para un examen en este contexto supone un proceso en origen fallido. Atragantamiento de datos que se vomitan de cualquier manera en un examen y que, después, se olvidan a las pocas horas. Además mis alumnos no lo hacen. Creo que instarlos a un proceso de puesta en funcionamiento de sus habilidades, me resisto a llamarlo competencias como manda la pedagogía convencional, es una fase más constructiva del aprendizaje. No puedo suponer que mis alumnos hayan retenido toda la información que ha pasado por ellos. No. Ni lo harían los profesores que les damos clase si nos enfrentáramos a una suma de despropósitos como supone el sistema de enseñanza. Ninguno de los profesores, que tan fácilmente los suspendemos, superaríamos ocho o nueve asignaturas en cinco días de clase con horarios de seis horas diarias, más los deberes. Y cuando llegan los exámenes no es raro que tengan tres en un día.

No se esfuerzan, no trabajan, no estudian ... No estoy de acuerdo en este planteamiento. Y me imagino a los diez alumnos que han sacado Excelente de 53 sintiendo algo como mariposillas en el estómago al ver que su esfuerzo real ha tenido su premio.

Creo que nos equivocamos.


lunes, 2 de noviembre de 2015

Deconstrucción del dictado


 ¿Hay algo más aburrido que un dictado? ¿Más antipático y anodino? Y, sin embargo, los profesores de lengua lo utilizamos con alguna frecuencia. No sabemos de su utilidad real y si debe prepararse de antemano. Ni siquiera tenemos clara la penalización por faltas según su gravedad pues depende de la virtualidad de nuestros alumnos. Yo tengo muchos alumnos marroquíes cuya dificultad con el lenguaje es evidentemente mayor. ¿Sirve para algo un dictado al uso? Sin duda, selecciona a alumnos con una ortografía mejor, mediana o deficiente. Luego se acostumbra a hacer copiar las palabras erróneas con corrección diez veces tal vez. Pero es un ejercicio tan gris que desconocemos si centra la atención imprescindible para retener la correcta prosodia y ortografía. Desconocemos si es realmente útil o es una herramienta tradicional cuyo uso parece avalado por la práctica inveterada aunque sin verificación empírica.

Hoy he hecho un experimento con el dictado con mis alumnos de tercero de ESO. Les había dicho que hoy trajeran auriculares a la clase. Tenía el grupo clase dividido en dos partes en horas sucesivas. Tienen portátil lo que es un gozo inenarrable.

Hay una plataforma que acabo de descubrir que ofrece interesantes recursos. Se llama Educaplay. Una de sus funciones es el dictado. Los chavales no tienen que registrarse. El profesor genera unos tickets con una clave que se les da. Entran en Educaplay con esa clave y el profesor –pillín él- ha grabado un texto compuesto por él de unas 100 palabras con dificultades habituales de los alumnos. El texto se compone de nueve unidades sonoras correspondientes a las oraciones que hay en el texto. El texto se puntúa sobre cien puntos y cualquier tipo de error, incluidos los espaciados erróneos, se penaliza con cuatro puntos. Tienen –les he dado- once minutos para escribir el texto, más que suficiente. He grabado el texto con toda  mi gracia y salero. Ellos tiene que darle al play para escuchar la primera unidad sonora y que deben copiar. Pueden oírla todas las veces que quieran. Cuando acaban, le dan a “siguiente” y escuchan la segunda y así sucesivamente hasta que completan el texto. Y es entonces cuando le dan a comprobar que emite una puntuación. Pueden hacerlo todas las veces que quieran. En la pizarra digital iban apareciendo sus puntuaciones. La reacción espontánea era no conformarse con la puntuación y hacerlo otra vez. Pueden ver sus errores pues aparece la corrección y la forma correcta del dictado. Así que lo hacían de nuevo. Se han enterado que después de punto y de coma se pone un espacio. Es algo que no suelen hacer. Han sudado tinta china para mejorar sus puntuaciones. El clima de la clase era de intensísima concentración durante más de cuarenta minutos. La exposición pública de sus nombres con la puntuación era motivadora para ellos. Recuérdese que este dictado contenía errores clásicos suyos.

Mi reflexión sobre la actividad es muy positiva. Lógicamente pueden hacerlo en casa. No hay ningún problema. Hemos trabajado varios niveles:

* La ortografía y la prosodia con un nivel de atención insólito.
* El espaciado correcto en los textos.
* La delimitación de un texto en oraciones. Cada unidad sonora era una oración, algo que me servirá para hacer comprensible el próximo tema de sintaxis que versa sobre el concepto de oración.
* Y, por último, y no menos importante, el contenido del texto era un resumen sobre el último tema de literatura estudiado, El Lazarillo de Tormes. En él sintetizaba lo esencial de la unidad de literatura que vieron en vídeo. Lo han escuchado tres y cuatro veces cada uno. Ello supone un refuerzo importante sobre el contenido del tema anterior.

Esta actividad me ha recordado la deconstrucción culinaria de Ferrán Adrià. Convertir un plato tradicional en nuevo y sorprendente. No es que yo sea entusiasta del cocinero estrella catalán, pero sí que su concepto deconstructivo me es valioso porque expresa la posibilidad de utilizar un recurso tradicional que ha perdido buena parte de su eficacia en un potente combinado de estímulos que exigen una atención plena. Y es que el desafío para un profesor en el aula es conseguir y centrar la atención dispersa de los alumnos en temas que no les suelen interesar de entrada. Si se logra la atención es más fácil activar el mecanismo de recuerdo a corto y medio plazo. La repetición sistemática de contenidos en forma de espiral recurrente puede dar lugar a la memoria a largo plazo. En ningún caso planteo que mis alumnos estudien algo para un examen. Sé que no lo van a hacer, al menos mis alumnos, pero puedo conseguir que el tiempo en el aula sea productivo, intenso y de profunda concentración. Ello unido al proyecto de clase invertida mediante la cual los temas son expuestos en casa por el profesor mediante vídeos grabados por él y luego pasar dos test sucesivos sobre ellos. A continuación han de realizar en parejas un mapa mental –muy complejo- sobre el contenido expuesto.  Cada unidad enlaza con la anterior y las  anteriores a ella, reiterando conceptos. Todo se hace en un periodo corto y no dilatado para reforzar la conexión de conceptos. Es como el boxeador que golpea reiteradamente el hígado del contrario. Así concibo mi tarea como profesor: como un estratega de la atención y de la memoria a corto, medio y largo plazo.

martes, 20 de octubre de 2015

Mover objetos con el pensamiento ya es posible


Ayer hice algo que me produjo una íntima satisfacción y una honda emoción. Hice un encargo a través de internet a Estados Unidos de un artefacto que tendrá una fuerte influencia en mi vida. Lo presiento. Desde que hace un par de años vi un vídeo de una mujer tetrapléjica moviendo un brazo mecánico con el pensamiento, no había dejado de pensar en ello. Cuando ella logra articular el brazo para que le dé de beber siente una felicidad difícil de imaginar. Mover algo con el pensamiento. ¿No estremece la idea? 

Es como una barrera que consideramos infranqueable y la consideramos solo propia de la SF o de los fenómenos paranormales. Pero no es así. Ya  hay tecnología comercializada que permite experimentar esta realidad. Es lo que ayer compré: un EPOC+  EEG (Electroencefalograma) de la empresa EMOTIV. Es una especie de diadema que se desliza por la cabeza con sensores a modos de terminales que son un Electroencefalograma que se conecta por bluetooth con el ordenador que uno tiene delante donde aparece una imagen tridimensional de nuestro cerebro con las zonas que uno activa en las distintas emociones o actividades en que uno se implica. El dispositivo reconoce las emociones que uno siente y las proyecta sobre la pantalla del ordenador. La tristeza, la risa, el llanto, la rabia y la ira, la frustración, la afinidad ... Además hay aplicaciones en que uno puede interactuar con las imágenes en 3D y moverlas y desplazarlas por la pantalla mediante los impulsos eléctricos del pensamiento. Nuestros pensamientos mueven objetos virtuales o un personaje se mueve por un espacio de videojuego impulsado y dirigido por nuestra fuerza mental. Todavía no sé muy bien el alcance de este dispositivo. Por supuesto esto se podría aplicar a objetos físicos reales y mover con el pensamiento coches eléctricos u objetos con receptor a través del bluetooth. El alcance de esta tecnología es difícil de evaluar porque supone una revolución copernicana en nuestra concepción de la relación con la realidad. Y ofrece unas posibilidades inmensas para personas discapacitadas. Y no solo para personas con problemas de movilidad. Pronto podremos escribir con teclado solo pensándolo y cambiar canales de televisión o manejar un ordenador o teléfono móvil. Es una puerta al futuro que se está abriendo tímidamente pero que pronto, en pocos años, será comercializada y se popularizará. La idea es alucinante. Pienso que cuando logre desplazar alguna figura con mi mente sentiré una emoción tan fuerte o tan profunda como cuando navegué por primera vez por internet. Algo que parece imposible se está haciendo real.


Llueve.

miércoles, 14 de octubre de 2015

El talento, la más injusta de las circunstancias humanas...


Investigo y experimento nuevos modos de evaluación de modo sistemático. Nadie podrá decir que las notas que utilizo son las de dos exámenes para toda la evaluación. No, mi nota es configurada por más de cincuenta o sesenta ítems en que se valora todo, absolutamente todo lo que ha pasado en la evaluación. Cada día incorporo dos o tres ítems sobre lo que hemos estado haciendo en clase, los trabajos que han hecho, que sigo concienzudamente comentándoselos y orientándoles cómo mejorarlos. Mis notas son complejas y exhaustivas. Además aplico a final de evaluación una rúbrica para que los alumnos puedan autoevaluarse a la vista de todas las notas que han obtenido a lo largo de ese periodo. Lo que han presentado y dejado de presentar, los tests con Kahoot, con Educanon, con Kubbu, las pruebas escritas, los ejercicios de resúmenes casi semanales, los mapas mentales con Mindomo, uno por semana, los vídeos que ven a razón de dos por semana.

Sin embargo, evalúe como evalué, los resultados son muy parecidos. Hay alumnos que están en cabeza destacando, hay otros en el terreno intermedio y otros que se descuelgan y quedan atrás. No es una cuestión de suerte en un examen en un día propicio. Esto es un mito. Se tiene en consideración la constancia del alumno, su persistencia en una actitud, su habilidad tecnológica, su asiduidad en la presentación de trabajos ... No obstante, hay algo que observo como signo distintivo de los que van en cabeza, además de su mayor constancia y capacidad de trabajo así como su agilidad mental. Me refiero a su memoria. Hay alumnos que retienen la información que pasa  por ellos y otros que la olvidan con facilidad. Hay alumnos que son capaces de estar jugueteando en clase y que a la vez se enteran de todo y lo retienen. Y otros a los que tal vez les cueste fijar la atención o su memoria es abiertamente más liviana y no retienen la información.

Se ha denostado mucho la memoria como herramienta educativa pero es uno de los signos distintivos más relevantes en el proceso de aprendizaje. Si no se retiene información ¿cómo se van a conectar las distintas ideas o datos? Utilizo en mi didáctica los mapas mentales. Uno cada semana a través de Mindomo, una plataforma de pago que he asumido personalmente. Sé que es un medio extraordinario para organizar las ideas y establecer conexiones entre ellas. Un mapa mental es un procedimiento de organización de la  inteligencia. Pues bien, los alumnos que mejores resultados obtienen en los mapas mentales son también los que mejor retienen la información. No es solo retenerla, claro,  es también saber organizarla, establecer conexiones, sinapsis...

He pensado mucho en la idea de las inteligencias múltiples aunque tengo que seguir profundizando en ello.  Sin duda habrá alumnos que son malos para el lenguaje y son excelentes para el dibujo, la danza o el fútbol. Alumnos que fracasan en un área pero que son extraordinarios en otra. O simplemente buenos. Alumnos que fracasan en los estudios reglados pero son buenos en las relaciones públicas, en la mecánica, en el deporte ... Sin embargo, en un aula convencional hay escasa salida para darle a esto. Puede que mis alumnos sean deficientes en mi compleja valoración evaluativa, pero sean excelentes en los videojuegos o como delanteros en un equipo de fútbol. De hecho me encuentro exalumnos que no eran nada brillantes –nada- y los encuentro mejor colocados laboralmente que otros que lo eran. Esto es un misterio insoluble. He conocido a excelentes alumnos que a sus cuarenta años siguen viviendo con su madre porque no han podido salir al mercado laboral. Es decir, que su experiencia ha sido infructuosa profesionalmente a pesar de su título universitario.

Sin embargo, en el aula solo podemos ver unos parámetros –por más complejos que puedan parecer-. En ellos hay alumnos que sobresalen muy por encima de la media en las áreas de comprensión, memoria, establecimiento de conexiones, adquisición de conocimientos tecnológicos, constancia ... Y es eso lo que evaluamos. No podemos evaluar la incerteza. Solo podemos evaluar lo que es mensurable. Trabajo y comprensión, y como aliado fundamental en todo, la memoria. Alguien dijo que la memoria era el cincuenta por ciento más importante de la inteligencia. Sin memoria no hay aprendizaje. La memoria ayuda a situar los conceptos en su lugar, a establecer relaciones con fluidez. Un alumno con buena memoria natural tiene muchas más oportunidades de destacar en los estudios que otros que no la tengan. Si a esta capacidad espontánea se le une la agilidad mental, la rapidez de comprensión y el trabajo exhaustivo tenemos a mi alumno Yassin de trece años y marroquí que se permite estar en clase, con cara divertida, con cien ojos y oídos y ser de los más juguetones y folloneros del aula.


Cada día me digo que el talento es la más injusta de las circunstancias humanas. Pero ¡qué genial es este Yassin!

viernes, 9 de octubre de 2015

La pedagogía es arte



La llegada del fin de jornada del viernes para un profesor es un momento de repliegue de velas. En su mente resuenan las clases de la mañana y la semana y no es difícil hacer una especie de evaluación emocional por el estado de ánimo que le domina. En la última clase ha cometido un error serio. La planificación y la estrategia de cada clase son esenciales para que funcionen fluidamente. Una conversación familiar ayer sobre el nivel de un ejercicio ha confundido al profesor y ha sobrestimado el de sus alumnos, mayoría de marroquíes, cuyo dominio de la lengua es escaso. Eso ha dilatado el ejercicio y lo ha hecho pesado y cansado. 

Una clase debe ser variada, dinámica, con cambios de ritmo. Las otras clases de tercero de ESO han tenido una buena dosis de emoción. Los alumnos ven en casa los vídeos que ha grabado el profesor, hacen un resumen y contestan a las preguntas insertas en el vídeo. Así, el profesor puede ver antes de entrar en clase quién ha hecho los deberes y quién no. Una aplicación educativa lo permite (Educanon). El nivel de cumplimiento de las tareas es de un 95 por ciento. Solo un alumno, máximo dos, no cumplen con lo estipulado que es ver el vídeo y contestar las preguntas.

La clase comienza. El profesor escribe en la pizarra las tareas para los próximos días, todo cuidadosamente planificado. Y luego comienza una sesión de Kahoot que los alumnos esperan con entusiasmo. Imaginaos a 27 adolescentes con sus ordenadores o sus móviles esperando conectarse con el código que genera Kahoot, acompañado de la música que ya induce la tensión. Son 22 preguntas las que ha diseñado el profesor y que aparecen en la pizarra una detrás de otra. Los chavales han de contestar desde sus dispositivos móviles a una de las cuatro opciones. Dependiendo de la corrección de la respuesta y la velocidad de reacción se crea una lista en que aparecen clasificados. Hay veinte segundos para contestar, pero en diez ya han contestado todos. Son preguntas hoy tipo test sobre el Mester de juglaría, el tema que han visto en casa en el vídeo. La tensión y la emoción es máxima. La lucha entre las chicas es muy apretada. Va variando la clasificación, hasta que llega la pregunta final. Esto dura unos veinte minutos. El resto de la clase es para trabajar sobre mapas mentales. Hoy toca sobre la Lírica tradicional medieval. Han de crear y elaborar en Mindomo un mapa mental sobre el concepto de Lírica tradicional, su historia, sus géneros, las celebraciones en que se daba. Los más aventajados añaden poemillas el mapa mental. La realización de mapas mentales es muy reveladora. Expresa su comprensión del tema pero también su interpretación de las relaciones entre conceptos, las ramas y las subramas que se derivan de los nodos principales. Pueden poner dibujos y fotos, vídeos, cambiar los colores, distribuir gráficamente el mapa mental. No es fácil. Realizar un  mapa mental requiere de orden y capacidad de reconocer las jerarquías de conceptos así como percepción del espacio, claridad visual y compositiva. Y no debe faltar el buen gusto. Como profesor puedo entrar en sus mapas mentales y ver el resultado pero también asistir al proceso de creación en parejas. Hay una función en que puedo ver cómo está hecho el mapa de ideas y las secuencias que lo han conformado.

No tienen apenas papel. Todo lo que hacemos es vía tecnología. Exceptuamos los ejercicios de resumen que hacen cada semana. Han de resumir un texto de cien líneas a diez. Las clases son dinámicas y son de trabajo. El profesor va de grupo en grupo intentándoles orientar. No explica a todo el grupo. Esto ya se da en los vídeos que ven en casa.

Mi teoría es la del aprendizaje en espiral. Llevamos apenas un mes de clases y nos hemos sumergido en la Edad Media y los géneros literarios medievales. Además, a través de otras aplicaciones como Nearpod nos hemos adentrado en la sociedad medieval en todos sus aspectos. No hay apuntes. No hay copia, esa que tan cara les resulta a los profesores. Todo es esencial. Utilizamos la tecnología inteligentemente. La próxima semana les haré un examen de cultura medieval exhaustivo para el que no habrá que estudiar. Quiero ver lo que recuerdan después de esta inmersión a través del juego, la tecnología y los vídeos en casa. No me interesa que estudien. Quiero observar lo que retienen en su cabeza a través de todas las actividades que hemos hecho, unido a la generación de mapas mentales que están llevando a cabo.

Es una intuición, pero espero que su nivel de memorización va a ser muy superior respecto a cualquier otro sistema de trabajo. Hemos utilizado las emociones para aprender. Las emociones y el subrayado de conocimientos sobre los que hemos vuelto desde varias aplicaciones simultáneamente. Una espiral cognitiva. Es otro modo de aprender.

Los veo motivados. Se sienten orgullosos de cumplir las tareas en casa donde ven al profesor hablándoles en la intimidad del hogar. Han de concentrarse intensamente en los vídeos en los que el profesor les hace preguntas sobre lo visto. Han de estar con los cinco sentidos. Ayer había cometido un error en la respuesta de una pregunta sobre el Poema de Mío Cid y rápidamente recibí mensajes sobre el error con un lenguaje sumamente técnico. La mayoría se habían dado cuenta.

Coste humano de esto. Que el profesor ha de ser profesor veinte horas al día al estar permanentemente conectado a las aplicaciones que conforman el sistema tecnológico. El profesor sabe que ha de establecer lazos con sus alumnos. Saber perfectamente quiénes son, cuáles son sus problemas, estimularles, felicitarles, animarles, reconocer sus esfuerzos, sonreírles, darles un apretón en el brazo, dedicarles tiempo, conocer el sistema tecnológico muy complejo para poder resolver cualquier problema que surja. Dominar un montón de aplicaciones educativas, que son prodigiosas, para estimular su trabajo, su comprensión y su avance cognitivo.

Sinceramente, creo que van a aprender mucho más y lo hacen contentos con un grado de implicación y complicidad muy superior a cualquier otra vía. El profesor se desgasta, pero entiende que esto no es ser profesor. Es un arte creativo. La pedagogía es creación intelectual. Como lo puede ser la pintura, la fotografía, el cine, la escritura... En la pedagogía se conjugan todos los niveles de creatividad humana. El profesor así se convierte no en un personaje polivalente a disgusto sino que es un artista. Un artista que goza con la creación y contagia a sus alumnos para participar en una obra colectiva apasionante.


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