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viernes, 6 de diciembre de 2019

Greta Thunberg -paradojas de un compromiso-.



Se va a celebrar en Madrid una cumbre climática a la que va a asistir Greta Thunberg. Todo lo que rodea a esta muchacha se ha convertido en desagradable, no por ella que está empeñada en su lucha quijotesca contra el cambio climático sino por la reacción de los medios y la sociedad ante su fama planetaria. Los ataques contra ella son muy frecuentes, se la ridiculiza, se la critica por su coherencia personal –una asociación ha llegado a ofrecerle un burro para ir de Lisboa a Madrid para burlarse de ella-. Me duele que se haya erigido como conciencia del planeta y que a la  vez sea objeto de la animadversión generalizada, como si tuviera la culpa del circo mediático en torno suyo, una muchacha más de quince años, y que padece un síndrome muy específico que la marca poderosamente. Nunca hubiera creído que alguien que empeña su existencia en una causa justa fuera tan objeto de mofas y veneno. Es una muchacha que excita la curiosidad y a la vez desagrada a algunos, no sé si por su físico o por la cohesión de su pensamiento y su praxis. Tal vez ella nos señala a todos y nos muestra que la lucha contra el cambio climático empieza por los gobiernos pero afecta a todos y cada uno de nosotros. Y no estamos dispuestos a cambiar.

domingo, 1 de diciembre de 2019

Galdós



El 4 de enero se cumplen los cien años de la muerte de Galdós, el escritor español más olvidado y cuya obra sigue siendo desconocida para la mayor parte de los españoles. Galdós ocupó una parte de mi vida en que leí prácticamente todo lo que había escrito, incluidos los Episodios Nacionales. Ahora veinticinco años después de aquella fiebre galdosiana he vuelto a leer una de mis novelas favoritas, Angel Guerra (1891) que da inicio al llamado periodo espiritualista siguiendo la estela de Tolstoi. Leer a Galdós es una experiencia increíble, léase lo que se lea. Es un escritor de una fuerza plástica y narrativa formidable. Admirador de Dickens –tradujo del francés Los papeles póstumos del Club Pickwick- y de Balzac, introdujo el realismo y naturalismo europeos en España. Sus novelas son prodigiosas representaciones del Madrid del siglo XIX llenas de vida y de coherencia narrativa. Si hubiera escrito en inglés probablemente Galdós sería un escritor universal a la altura de Henry James. Su materia narrativa fue el Madrid castizo de donde extrae sus vivos personajes llenos de fuerza, especialmente los femeninos. Los que han tenido ocasión de leerlo no pueden olvidar la galería brillante de personajes que dan soporte a sus novelas repletas de dramatismo y de fuerza narrativa. 
La derecha más conservadora impidió que se le concediera a Galdós el premio Nobel en 1912 y años siguientes. Su visión progresista de la vida española había abierto regueros de resentimiento contra el autor canario. Su obra teatral Electra, de talante anticlerical, le había enajenado a la derecha moralizante española. Pero es el escritor español, junto a Valle Inclán y Lorca, que más hubiera merecido el galardón sueco.

Esto no pretende ser un artículo de la Wikipedia, para saber de Galdós hay muchos medios. Esta es la visión entusiasta y admirada de un lector apasionado de su obra que se ha reencontrado con un texto suyo y sigue sintiéndose subyugado por el genio y la amenidad de sus novelas. Los lectores de este blog están invitados a leer o releer a Galdós, el escritor español más relevante después de Cervantes. ¿Sugerencias? Muchas. Empiecen por Marianela, sigan con Tormento,  lean Ángel Guerra, NazarínMisericordia, El abuelo… Les aseguro que disfrutarán muchísimo.  Es un narrador de primer orden. Cualquier novelista español actual es un pálido reflejo de lo que fue Galdós. A su entierro fue el pueblo de Madrid. Acudan a recuperarlo. No dejen pasar la ocasión de visitarlo o revisitarlo. Es una experiencia única.

domingo, 24 de noviembre de 2019

Malta en el centro del Mediterráneo


¡Qué maravilla leer El halcón maltés precisamente en la pequeñísima isla de Malta al sur de Sicilia y al este de Túnez. Un territorio equivalente a la isla de Ibiza representa una lección de historia compleja y riquísima. Malta es una roca árida en medio del Mediterráneo sin agua ni posibilidad de producir electricidad. Por aquí han pasado todas las civilizaciones mediterráneas y tiene monumentos megalíticos anteriores a las pirámides de Egipto. Clave en la constitución de la cultura maltesa fue el establecimiento de la orden de caballería de los Hermanos de San Juan que provenían de Tierra Santa de donde habían sido expulsados y posteriormente de Rodas. Los caballeros son los que crean el mito de Malta resistiendo frente al Islam en el asedio de 1565. Las principales familias nobles europeas dedicaban a algún hijo para la orden de San Juan. Era un honor extremo formar parte de esta caballería selecta a mitad de la práctica corsaria o de la protección de la cristiandad. La orden construyó La Valeta, capital de la isla. 

La revolución francesa arrojó al pozo de la historia la orden medieval de los caballeros de San Juan. Napoleón echó a los monjes guerreros pero poco después fue el imperio británico quien se impuso a Napoleón y Malta como colonia se hizo británica,  pasado que llevan con orgullo. En su bandera nacional llevan la cruz de Malta y dentro en un lado, la máxima condecoración británica, la cruz de San Jorge, concedida por el extremo sufrimiento de Malta durante la Segunda Guerra Mundial. Malta fue bombardeada continuamente por la aviación italiana -sus hermanos mayores- durante dos o tres años, lo que destruyó La Valeta por completo que hubo de ser reconstruida. 

Viajar es un paseo por la historia y la literatura. ¿Quién me iba a decir que leería El halcón maltés en Malta? Recoge la historia de que los caballeros de San Juan a los que el emperador Carlos I de España y V de Alemania concedió un lugar para vivir, un peñón rocoso en medio del Mediterráneo, se comprometieron a hacerle llegar cada año un halcón adiestrado. En la novela de Dashiell Hammet se utiliza este hecho para convertirlo en un pájaro negro repleto de pedrería riquísima. No fue así la historia pero vale la licencia literaria. 

En Malta se resume la historia del Mediterráneo.

¿Qué es Malta? Una mezcla entre Italia, Inglaterra y una lengua que tiene su base en el árabe. ¿Complejo? ¿No?

domingo, 17 de noviembre de 2019

Mi primera patria fueron los libros



Empecé a devorar tebeos a los cuatro años  y así seguí hasta que a los diez descubrí los libros y ya no me pude alejar jamás de ellos hasta ahora. Nunca sentí la ligazón con una tierra física, con sus tradiciones, con su equipo de fútbol, con sus vírgenes, con su folklore, con sus montañas… Apenas salía de la ciudad –Zaragoza- y no me sentí demasiado identificado con ella, aunque nací cerca del río Ebro y El Pilar con sus palomas revoloteantes. Nunca sentí adscripción por una patria corpórea pero sí que me sentí profundamente ligado a los libros, ellos fueron mi hábitat natural. Sus personajes me fueron esenciales; sus historias elementos que elevaban mi gris vida a los más altos horizontes. Leí de todo: los clásicos juveniles, Enid Blyton, novelas del oeste de Marcial Lafuente Estefanía, de ciencia ficción barata algo que podríamos llamar de serie B, de espías... Llegué a los cómics de superhéroes, tras haber pasado por el Capitan Trueno y El Jabato. Todo lo incorporaba a mi cosmovisión. Y así hasta que llegué a la literatura con mayúsculas y descubrí a Stevenson, a Eça de Queiroz, a Chejov, a Wilde, a Wodehouse… Cada etapa de mi vida ha sido jalonada por los libros. Esos fueron, esos son mi verdadera patria. Si alguna vez en mi tierra, me convirtieran en extranjero, sabría que tendría a los libros como bendición y estímulo.

Los libros han marcado mi devenir ideológico íntimo.

El otro día escribí que en el acto de leer nos buscábamos a nosotros mismos, y creo que es cierto. Algún comentarista escribió que los libros eran su zona de confort y buscaba en ellos algo próximo ideológicamente y se intuía el miedo a salir de ella, de esa adscripción política que también supone la lectura. Uno se siente toda su vida de izquierdas y la realidad, unida a la lectura de libros históricos, de pensamiento o políticos lo van aproximando a una visión más conservadora, el polo opuesto al llanto que me surgió cuando vi un documental sobre la caída de Allende que hablaba de las amplias alamedas que se abrirían un día para el pueblo. Uno cambia, uno percibe la vida y el devenir de la historia de modos diferentes. Los héroes de antaño ya no son los de hogaño. Todo muda de color. La necesidad de transformación brechtiana se trasmuta en una visión más serena. Uno se aleja de escenarios dramáticos y revolucionarios descubriendo en las personas normales esa capacidad de mantenimiento de las cosas y halla en la historia del comunismo una impostura trágica. Esto es demoledor porque yo fui comunista revolucionario que se emocionaba oyendo la Internacional o todavía el himno soviético –el mismo que el de la actual Rusia cambiada la letra-.

Nada hay mas revelador que encontrar a alguien que a sus cuarenta años sostiene que es exactamente idéntico a cuando tenía 16. Esto es lo que me dijo un exalumno y que posteriormente sería diputado por la CUP en el Parlament de Cataluña. Esa permanencia en las esencias significa algo admirable y patético. Respetable pero absurdo. Si uno lee con curiosidad libros de historia –yo soy un apasionado de ellos-, de pensamiento, de literatura, biografías, se va transformando porque percibe los delirios de la historia que nos han traído a una horizontalidad absoluta cuando percibimos también la necesidad de la verticalidad. Nos gusta que Pessoa esté a nuestro mismo nivel en el Chiado en Lisboa, podernos hacer fotos con él, pero eso no nos libera de ver que hay una distancia enorme entre él y nosotros, una distancia vertical. Está bien que lo veamos al mismo nivel pero no lo está. Él fue un ser humano como nosotros, pero algo lo hizo esencialmente diferente. No era un revolucionario y él detestaba los movimientos de masas además de las ideologías. Creo que participo de su escepticismo absoluto. Ya no quiero romper los jarrones chinos ni incendiar las calles, no me emocionan las hogueras destructoras ni las revoluciones, pero sigo, igual que a mis once años, estando con mis libros. En eso no he cambiado. Todo ha mutado menos mi patria verdadera.

miércoles, 13 de noviembre de 2019

El acto de leer


El acto de leer es una experiencia fascinante. Supone el encuentro de dos universos: el del que lee (o intenta leer) y el del escritor. Cada uno está condicionado por sus circunstancias. El lector tiene un estado de ánimo y una edad. Lee desde su presente, que es ahora. El escritor escribió en otro tiempo que fue presente pero ahora es pasado, y de alguna manera se proyectaba en el futuro cuando sería leído tiempo después. El texto escrito funciona como una especie de espejo en que el lector proyecta su mundo interior buscando alguna seña de identidad, alguna conexión. Necesitamos sentirnos reconocidos en ese mundo escrito y que nos diga algo sobre nosotros mismos. Cuando leemos nos buscamos a nosotros mismos. El diálogo principal no es sólo entre el lector y el escritor sino que plantea un diálogo en que el lector se desdobla y se observa a sí mismo. El lector quiere encontrarse. Para ello es necesaria cierta predisposición, unida a la experiencia de la soledad y al silencio interior, digo interior porque a veces no es imprescindible el silencio físico (yo suelo concentrarme profundamente en los bares, en los autobuses llenos de pasajeros que charlan). El mundo de lector se abre a otro mundo y lo encuentra en el subtexto que le reclama y le comunica deseos, fantasías, sueños, fracasos, angustias, sufrimiento, impotencia, miedo, tal vez felicidad…
El lector ha de estar en una actitud de escucha activa, de apertura al otro, para poderse sumir en el éxtasis que nos sustrae de la realidad donde estamos inmersos. Nos abrimos a lo extraño y en ello tenemos la posibilidad de formarnos y de transformarnos. La lectura nos cambia, es una suerte de iluminación de nuestro mundo interior. Dos extraños se encuentran y siguen siendo extraños pero no del todo. El otro viene a habitarme y yo lo recibo como un invitado que llega a mi casa. Abro mi mundo para que él lo habite, y me reencuentro paradójicamente conmigo mismo.
Para disfrutar de la experiencia-espejo de la lectura es necesaria la atención de modo prioritario. Pero la atención es una capacidad que se desarrolla. El ruido la perturba. Y el ruido son los pensamientos que nos asaltan vertiginosamente impidiendo sumirnos en ese universo mágico que es el texto. Éste debe atraernos poderosamente para que nos sintamos ligados magnéticamente a él. Debe decirnos algo que ya sabemos o intuimos, debemos sentirnos reconocidos. Por eso tantos lectores aman libros que les recuerdan la vida misma. Son tan reales que parecen verdad. O atraen historias que se convierten en símbolos inconscientes de nuestra psike. Así atraen de igual modo narraciones fantásticas de vampiros. El vampiro forma parte de nuestro inconsciente. Los adolescentes se sienten reflejados en esos seres ambiguos, que forman parte de un conjunto de personajes en transición, entre la sombra y la luz.
La literatura con mayúscula –y no meros artefactos de entretenimiento que fomentan la autosatisfacción- requiere de mundos lectores complejos, abiertos a la extrañeza… No quiero decir que sean mejores o peores. No se trata de eso, sino de capacidad de apertura ante el misterio. Como el texto es un espejo, sólo podrán penetrar en él aquellos que hayan participado de paisajes semejantes. Algunos escritores, no obstante, tienen un mundo tan abierto que permite ser habitado por muchos. Pienso en la poesía de Mario Benedetti, en la de Bécquer que proponen mis alumnos, en la de Pablo Neruda. Es un hito alcanzar la transparencia y ser capaz de comunicar poderosamente. Es una labor de genio y de síntesis literaria y existencial. La alcanzan pocos.
Los bestsellers, los libros juveniles que venden las editoriales a los adolescentes, no proponen experiencias complejas. Saben que el mundo imaginativo del lector de la sociedad de masas busca lo fácil, lo conocido, lo tópico… No plantean aventuras que lleven a la extrañeza. Se alimentan de lugares comunes, de fórmulas que aparentemente funcionan o se supone que lo hacen. Pero dicha fórmula es un misterio. Se publican centenares de títulos al año que se sumen en el olvido. Pocos libros superan la prueba de sobrevivir unos años en la lista de lecturas necesarias.
Cada uno buscamos algo diferente en lo que leemos. Depende de nuestro universo íntimo que es el que está buscando algo en que reconocerse y verse reflejado. Cuando esto se consigue, por azar, la luz que entra por la ventana nos ilumina el libro, pero también nuestro rostro resplandece por el encuentro que se ha producido. El libro nos está iluminando y nosotros ensimismados nos sumergimos en la lectura viéndonos allí presentes, dentro y fuera.

sábado, 9 de noviembre de 2019

Charly en las duchas de Auschwitz-Birkenau


Charly, se llamaba así, ¿por qué esforzarnos en buscar un nombre más original para un hombre tan del montón? Charly, digo, era un hombre común, un hombre vulgar, sin atributos aunque no había leído a Robert Musil. Charly era un ser al que una antigua novia había enjuiciado como un hombre-veleta, que giraba y daba vueltas según le diera el viento. Un día, Charly leyó que los hombres que se hacían preguntas eran más fuertes que los que no se las hacían, y esto le hizo pensar porque él se hacía preguntas constantemente, pero no concordaba con la imagen de supuesta fortaleza que se atribuía a los hombres dubitativos. Ya le hubiera gustado a él tener algo de consistencia para resistir la vida. Era un milagro que Charly sobreviviera y la explicación plausible es que se vive a pesar de todo, no en función de los valores o aciertos del sujeto. La vida para Charly era confusa y oscura, turbia y dolorosa, pero ni siquiera en esto era original. Ya Pío Baroja había retratado a un antihéroe existencial en su novela El árbol de la ciencia. Andrés Hurtado era un antecedente suyo, mucho más sofisticado e inteligente, pero también él consideraba la vida como esencialmente dolorosa.

Charly se levantaba cada mañana con el temor de iniciar un nuevo día. Hasta que no hacía la cama parecía no quedarse tranquilo. Luego escribía en el ordenador sus preguntas e incertezas en forma de diario, aunque no sabía para qué. Su vida era afortunada en el aspecto económico pero en el lado vivencial era un fantasma, un ser insano y maligno. Así se veía él. No solo era frágil y evanescente sino que se veía como un personaje dañino para la vida y tantas veces había anhelado la muerte… Y no era un problema de ir a un psiquiatra para que lo medicara, Ya había ido y no había obtenido ningún resultado. Él era oscuro y siniestro de raíz, en su propia conformación original. Estaba mal hecho.

Alguna vez se soñó en un campo de exterminio nazi en un barracón de Auschwitz-Birkenau, durmiendo sobre el suelo, devorado por las ratas. Y llegaba el día en que se hacía una selección y él era destinado a las duchas. Como esto lo imaginaba, no le sorprendía e incluso lo veía como algo producto de la justicia poética. No lo lamentaba y además sería algo breve. Solo tendría que quitarse sus harapos a rayas, quedarse desnudo, y pasar a una sala con supuestas duchas. Él sabía que no eran duchas, pero sus compañeros no. Creían que era una medida de higiene. Pero él no, sabía. Dejó su último libro en las perchas en una bolsa de papel  y entró en la sala. Sabía que luego lo incinerarían en un horno crematorio. No lo consideraba impropio sino muy adecuado. Era una forma rápida de morir. Charly entraba hasta con un gesto de orgullo y de altivez, esa que no se permitía en su vida cotidiana. Asumía su destino libremente, eso era algo mucho más de lo que podían hacer los pobres desdichados que habían sido conducidos a Auschwitz sin saber adónde iban… Así que entraba desnudo y contento. Solo serían unos minutos hasta que el Ziklon B hiciera efecto. Sufriría ahogándose pero ¿acaso no era su sino de cada uno de los días? Entró y se cerraron las puertas, todos estaban desnudos. Charlie pensó que había llegado al final de su recorrido absurdo como langosta humana… Entonces sintió por primera vez la idea de aquí y ahora. Este era el momento presente, no tenía ya ninguna pregunta, solo aceptación de su destino, un amor fati,  pese a todo.

Pero Charly despertó un nuevo día, se vio en su cama, miró la hora y se dio cuenta de que era un día más… Se levantó a escribir este sueño… No recordaba el libro que había dejado antes de entrar en las duchas…

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