He visto surgir con simpatía este movimiento de resistencia
frente a la depredación del capitalismo, el poder financiero, la hegemonía de
los especuladores, la supeditación de la política a los tiburones de Wall
Street; contra los recortes que afectan a las políticas sociales especialmente
en sanidad y educación.
Totalmente de acuerdo.
Pero rebobino. El tremendo superávit de los años de la burbuja inmobiliaria permitió
implementar políticas sociales porque el dinero fluía con facilidad. Los
agentes estatales, Hacienda y ayuntamientos, sacaban su tajada enorme -por
medio de impuestos- de esa compraventa de viviendas que engrasaba también a los
notarios, a los despachos de arquitectos, a las industrias y talleres
accesorios... El dinero era fácil. Los partidos políticos en el poder
inauguraban gozosamente polideportivos, universidades, centros culturales, aeropuertos,
líneas del AVE, exposiciones universales (Fórum de las culturas, Expo del
Agua...)
No nos podemos quejar de los partidos políticos porque, aparte de sacar algunos elementos su parte del pastel en forma de corrupción
(innegable), satisficieron nuestras ansias incontroladas de mejora, de viajar
desde nuestra provincia a cualquier parte, de tener un centro cultural de Arte Contemporáneo cerca de nosotros, de
tener festivales subvencionados y actuaciones gratis...
Todo funcionaba genial. Nadie protestaba. Nadie se indignaba
ante esta lógica. Sobraba el dinero. Los jóvenes de dieciséis años se ponían a trabajar en la construcción y
sacaban más dinero que los profesores que les habían dado clase y pronto tenían
un vehículo a ser posible BMW. Nunca se habían matriculado tantos coches como en estos años. La
industria automovilística también estaba engrasada.
Nadie decía nada. Y menos los partidos de izquierda.
Sin embargo, el mundo que nos rodeaba era atroz. Pobreza,
explotación de países, miseria... Alteración del clima mundial que condenaba a
decenas de millones de personas a la emigración por las sequías y el cambio de
régimen de lluvias...
Pocas voces se alzaban para decir que esto no era posible,
que nuestro crecimiento estaba en el aire, que no podía ser, que vivíamos del
crédito que parecía infinito... La política parecía estar al servicio de la
felicidad de los ciudadanos que aceptaban los regalos como algo natural, como
si se hubieran merecido.
Los bancos hicieron su agosto facilitando créditos fáciles a
todo el mundo.
Entiendo las razones de la indignación, pero me hubiera
gustado haberla rastreado antes de ahora en que nos apercibimos de los fallos
del sistema cuando nos dan a nosotros en el pandero.
Los indignados
desean vivir en la planta que anhelen del edificio y no en los bajos, he oído
esto en algún blog.
¿Compartirían dicha planta con los somalíes, con los
inmigrantes subsaharianos que llegan a miles a Lampedusa y nadie los quiere? ¿Están bien las vallas de separación que existen para que no nos invadan?
¿Algún día se entenderá que todos aquellos derechos sociales
que teníamos y que ahora nos quitan o escatiman también formaban parte de la
distribución injusta del mundo? ¿O acaso porque parecía que nos los regalaban
eran nuestros por derecho propio?
Aplaudimos las primaveras árabes. Eran bonitas. No costaban
nada. Eran luchas contra la tiranía. Ahora el turismo en Túnez y Egipto se ha
hundido. Nadie va a ver esos maravillosos países que han luchado contra las
dictaduras.
Ha habido más de tres mil muertos en Siria por la represión de El
Assad y no he visto en ningún lado una referencia a ello, ni a la lucha de Yemen contra la dictadura. ¿Acaso la
izquierda piensa que queda fuera de sus intereses ideológicos o políticos?
¿O acaso somos solidarios y reivindicativos sólo cuando nos
quitan nuestras ventajas y servicios sociales?
¿O el 15-M debe crecer y ser consciente de sus limitaciones y contradicciones?