Páginas vistas desde Diciembre de 2005




Mostrando entradas con la etiqueta MEDIO AMBIENTE. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta MEDIO AMBIENTE. Mostrar todas las entradas

martes, 26 de abril de 2016

Chernóbil como metáfora existencial


Hoy hace treinta años de la catástrofe nuclear más espantosa de la historia. El 26 de abril de 1986 estallaba el reactor 4 de la central de Chernóbil lo que estuvo a punto de provocar una explosión termonuclear que fue evitada por el sacrificio heroico de centenares de miles de liquidadores que se expusieron a niveles de radiación inimaginables, lo que llevó a que miles de ellos murieran o quedaran gravemente afectados. La ciudad de Pripiat a tres kilómetros de la central fue desalojada y sus habitantes jamás pudieron volver a ella. Se creó un círculo de protección de treinta kilómetros que continúa todavía. La noticia tardó unos días en llegar a occidente pues la URSS censuró todo tipo de noticias al respecto. Aquella fue la catástrofe de origen técnico más grave de la historia de la humanidad. Chernóbil está en Ucrania pero los efectos devastaron a la vecina república de Bielorrusia, patria de Svetlana Alekxievich que publicó en 1997 un libro estremecedor, Voces de Chernóbil, que recomiendo vivamente porque aquello no es algo que deba ser olvidado.

Era la era Gorbachov y su política de apertura de la URSS. Esta catástrofe, junto a las graves consecuencias de la intervención en Afghanistán, supusieron el final de la URSS como estado soviético.

Rememoro aquellos días de abril de 1986 y no recuerdo que tuviera clara idea de la dimensión de la catástrofe que estaba teniendo lugar. Ha sido leyendo el libro de la Premio Nobel Alekxievich cuando he sido consciente de aquello. Fue el final de una era. El homo sovieticus, producto de la educación socialista de la URSS, se enfrentó con una altísima dosis de sacrificio de su vida por los demás, a aquello que fue peor que una guerra. Miles y miles de liquidadores (soldados, trabajadores, pilotos) se ofrecieron para intentar apagar aquello y construir un sarcófago para el reactor.  Todos los que estuvieron en Chernóbil y sobrevivieron – miles y miles murieron abrasados- fueron estigmatizados y quedaron marginados y aislados. Aquellos hombres eran héroes y recibieron medallas pero no eran buenos para tener hijos. Los árboles se pusieron rojos por la radiación, luego pasaron al naranja. Los niños aprendieron que todo estaba contaminado. Que no debían tocar la yerba, las flores, los árboles. A aquellos niños que vivieron aquello se les acabó la niñez de repente. Ya jamás rieron. Hubo centenares de miles de abortos, el análisis de tiroides arrojó niveles de radiación 300 veces superiores a lo normal. A las ancianas les salió leche de los pechos, radiactiva, claro está. La radiación se transmitió genéticamente y aquellas madres pasarán dicha carga a sus potenciales hijos.  La edad media de los bielorrusos descendió a cincuenta años. Desaparecieron los pájaros. Hoy día la naturaleza en torno a Chernóbil es hermosa, radiante en primavera, pero todo está contaminado por centenares de miles de años.

El comunismo saltó por los aires. La vida soviética se había acabado. Los rusos aprendieron a decir “yo” en lugar del “nosotros”. Se había terminado un sistema de valores colectivo del que muchos se sentían orgullosos. El estado mintió y no protegió a sus ciudadanos. La central había sido construida con apresuramiento, sin ninguna calidad, y en ella no había ni un físico nuclear pero sí numerosos comisarios políticos. Fue la crisis de un modo de vida. Los burócratas soviéticos creyeron que podrían controlar la reacción en cadena del reactor, que obedecería sus órdenes. En algún sentido fue peor que la guerra, pues en esta, se sabe dónde está el enemigo. Se puede entender, pero aquello no. Nadie estaba preparado para lo que pasó.

Chernóbil fue una metáfora existencial, un símbolo de la impotencia del ser humano frente una catástrofe incontrolable. Parece un tema de una novela de Dostoievski. El alma rusa tiene una clara inclinación a lo trágico y allí se evidenció, en tal como lo vivieron los habitantes de la URSS. Filosofando frente al reactor.

Luego solo quedó el silencio.

Se buscaba al enemigo, pero no estaba. El comunismo se acabó. Y empezó una salvaje transición al capitalismo que derruyó trágicamente el espíritu colectivo que se había enfrentado a Chernóbil. La era soviética se había acabado.

Este año no, pero en 2017 quiero ir a visitar aquello. Quiero conocer directamente el escenario de la central. He sido tibio respecto a mis opiniones sobre la energía nuclear. Pero tras Chernóbil y Fukushima, los seres humanos tienen derecho a saber a qué se enfrentan. En los días de la catástrofe se emitieron a la atmósfera 100 veces más elementos radiactivos que en las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki.


domingo, 14 de septiembre de 2014

El calor en las aulas



Viviendo cerca de Barcelona, en un clima mediterráneo, una de las circunstancias que más me inquietan ante la inminente vuelta a las aulas es el calor y humedad dentro de la clase. El que está fuera de la docencia no puede imaginar cómo afecta esto al desarrollo didáctico. Habría que imaginar una habitación mediana a la que le da el sol por los ventanales, abarrotada de alumnos -como mínimo treinta-. El recinto se convierte en un horno que suma el calor de los treinta cuerpos, especialmente tras el patio o la clase de educación física. El año pasado fue hasta bien entrado noviembre que tuvimos muy altas temperaturas. Con frecuencia gozábamos de 28 o 29 grados. Solo a finales de diciembre y los meses de enero a marzo pudo disfrutarse de una temperatura moderada. Esa temperatura templada o fría predispone al trabajo y a la concentración. Pero la alta humedad y unos grados de más sumen a los alumnos en el nerviosismo y la irritación. A esto se une que el diseño de los nuevos institutos, por problemas de seguridad, ha ideado pequeñas ventanas por las que apenas circula el aire. Todo esto genera un ambiente de alteración y nervios, movimiento, sudor e irritación. Los alumnos que están más cerca de la ventana miran por ella e intentan coger aire, los que están en el lado opuesto de la clase se asfixian de calor. El profesor ve esa situación y sabe que no pueden prestarle atención. En otros países tropicales donde las temperaturas son muy altas han edificado escuelas con grandes ventanales, incluso sin ventanas, para que el aire pueda correr libremente. Aquí el diseño de centros educativos ha llevado a minimizar los espacios de apertura al exterior. Recuerdo haber estado en centros en que todavía no regían estos criterios de seguridad y era más llevadero pues podían abrirse libremente las amplias ventanas y crear corriente de aire.

La subida media de temperaturas es un hecho evidente. No recuerdo la persistencia de temperaturas tan altas en los meses otoñales hace unos veinte años. Esto no lo evoco como problema en ningún caso. En septiembre comenzaba a remitir el calor y, unido, a una realidad menos claustrofóbica de las ventanas, hacían las clases confortables climáticamente

Se recomienda el uso de ventiladores en las aulas y no se ve cómo deseable la climatización, primero por el elevado coste que supone y también por los problemas de sequedad del ambiente y las derivadas de afecciones pulmonares que llevan anejos los aparatos de aire acondicionado. Para los ventiladores no hay presupuesto. Ni se ha planteado.

El caso es que habré de entrar y ser consciente de la realidad: un conjunto de muchachos amontonados en el aula que sobre la media mañana no podrán aguantar de calor y humedad en un recinto en que no circula el aire. Y habré de hablarles de temas abstrusos necesarios para su formación intelectual.

El año pasado además tuvimos en mi instituto nidos de avispas en el exterior de los ventanales y hubimos de mantener  cerradas las ventanas en pleno calor asfixiante de septiembre y octubre. Supongo que las plagas de avispas también son consecuencia del cambio climático. Luchar contra los nidos de avispas llevó varias semanas, y no era extraño que si se abría una ventana para respirar entraran una o varias avispas lo que no ayudaba –como podéis imaginar- al desarrollo de la unidad didáctica sobre la morfología del sintagma nominal y sus adyacentes.

De esto no se habla en las reformas educativas. Pero es una realidad palpable que resta eficacia en una gran medida a cualquier buena voluntad que haya al respecto para mejorar los niveles educativos. Además la tendencia en varias comunidades autónomas ha sido adelantar el comienzo de las clases muy a principios de septiembre. Creo que ha sido en la Comunidad Valenciana y otras. Es una medida políticamente muy popular pero que en un país como el nuestro y en unas condiciones como las actuales, diseñan un panorama insoportable: amontonamiento creciente de alumnos en las aulas, ventanas minúsculas, elevación de las temperaturas, falta de recursos para paliar la situación.

En fin. Esta es la realidad.



viernes, 22 de noviembre de 2013

Alma salvaje



Una de las historias que la prensa ha publicado recientemente que más me han conmovido e interesado es la historia de una muchacha nacida en Namibia en 1990, llamada Tippi Benjamin Okanti Degré. Fue una niña hija de dos fotógrafos que vivían en África. Tippi vivió sus primeros nueve años en plena libertad, entre los animales salvajes y las tribus del territorio, los bosquimanos y los himba, que la acogieron como uno más y la enseñaron a cazar, rastrear y comer bayas y raíces para sobrevivir. Tippi no iba a la escuela, vivía con el cielo infinito de África sobre sus ojos y sus pies pisaban la tierra roja de este continente. Fue una infancia única y mágica totalmente diferente de las de otros niños franceses que la viven encerrados entre cuatro paredes y sometidos a las disciplinas escolares y urbanas.

Hoy mientras llevaba a mi hija Lucía al colegio hablábamos de esta muchacha. Le he contado la historia de Tippi que continúa cuando ella tiene casi diez años y sus padres se separan y la llevan a vivir a París. La separación de sus padres y el alejamiento del África producen en la preadolescente una profunda crisis, acentuada por el hecho de empezar a ir a la escuela lo que supone para Tippi un inconcebible encerramiento. Todo le parece pequeño en París, las calles y las casas, acostumbrada al cielo y la naturaleza africanos. Es una niña retraída en la escuela y alejada de sus compañeros recordando su vida en África, sus auténticas raíces que no ha podido olvidar. Fue esta una etapa dolorosa y en sus ojos se distinguía la tristeza de pertenecer a otro lugar.

Tippi se llama Okanti lo que significa “suricata” en la lengua ovambo de Namibia, una pequeña mangosta que llevó al desierto del Kalahari a los padres de Tippi, fotógrafos.

Puedo entender el conflicto de esta muchacha que se siente fuera de lugar en Europa, añorando la inmensidad africana, a la que tarde o temprano volverá. Ahora cursa estudios de cine en la Sorbona, y ha vuelto a África para realizar varios documentales.

Cuando era niño yo, a los cuatro o cinco años, mi vida era libre en mi ciudad. Deambulaba solo por las calles y las plazas yendo de un lado a otro. Recuerdo de esta etapa una sensación de libertad. Luego tuve que recluirme e ingresar en un colegio represivo en que solo había varones. Lo sentí como un encerramiento, en absoluto comparable con lo que vivió Tippi que fue infinitamente más hermoso y libre en compañía de felinos, serpientes, elefantes, mangostas y su relación con las tribus en conexión con la naturaleza. Corría desnuda por las praderas, sin peligro, en permanente estado de felicidad. Allí todo era perfecto bajo el sol africano.


 Es comprensible esta disociación, esta esquizofrenia de una niña que ha dejado su alma en África y ha sido arrastrada por sus padres a la sociedad occidental por motivos que todos podemos comprender. Fue arrojada del paraíso y llevada a una sociedad sin raíces. Probablemente se pueden hacer muchas objeciones a esto, pero la historia me lleva semanas dando vueltas en la cabeza. Los niños en nuestra civilización viven encerrados e hiperprotegidos. Lo más que pueden percibir como libre son los parques en que juegan, vigilados por sus padres, con otros como ellos.  Por lo demás la vida está pautada, arreglada, absolutamente estructurada. Se va a la guardería desde los dos años y todo es un conjunto de normas y estructuras cerradas. Nada hay más inconcebible que la libertad fuera de los ojos de los padres para un niño. Creamos seres encerrados, incapaces de concebir los paisajes abiertos, con una conflictiva relación con la naturaleza, acostumbrados sobre todo a los centros comerciales, a la casa y al colegio donde siempre se está encerrado.

Reprimimos el salvaje que está dentro de cada niño, y esto crea una profunda neurosis que se puede percibir en la adolescencia donde seguimos encerrándolos en centros con verjas y siete llaves. Falta esa mágica relación con la naturaleza y el sentimiento de libertad que debería haberse experimentado en algún momento. Creamos seres programados, que terminan consumiendo grandes dosis de antidepresivos o alcohol para soportar el encerramiento y la claustrofobia de vivir en el seno de la sociedad occidental que cuida el bienestar material pero descuida el alma de las cosas y las personas.

Tippi añora los paisajes de África, añora esa libertad de tener el cielo por encima de ella y hablar con los animales como presencias reales, añora la relación con seres profundos como los bosquimanos (en trance de desaparición) o los himba. Siente una profunda tristeza por haber sido arrojada del paraíso. Tal vez ya la vuelta sea imposible. Ella la vivió en ese tiempo mágico de su infancia en que todo es irrepetible.


Hoy hablaba con Lucía de Tippi y le decía que no sabía si sus padres le habían hecho un favor haciéndole vivir esa niñez o aquello le acompañaría como una condena por la  nostalgia del mundo infinito de África, ese continente terrible y maravilloso que encierra tanta inmensidad y a la vez tanta amargura, tanta belleza y tanto dolor.

martes, 12 de noviembre de 2013

El tifón de Filipinas



Abrumado por las noticias que llegan de Filipinas me siento compelido a escribir unas líneas en el blog. Supongo que todos somos conscientes de la catástrofe climática que ha supuesto la llegada del tifón Haiyat a las costas de Filipinas. Decenas de miles de muertos a la vez que centenares de miles de personas que carecen de alojamiento porque todo ha sido destruido. Falta agua potable, medicamentos, mantas, comida, todo lo imprescindible. La situación es terrorífica. Decenas de miles de personas deambulan en busca de algo que comer o simplemente agua potable.

No quiero añadir nada más. No sé si es caridad o compasión humana ante la desgracia terrible de unos semejantes, pero no puedo evitar sentirme reclamado y conmocionado por esta tragedia provocada, según la Conferencia de ONU celebrada en Varsovia, por el cambio climático.

Dejo aquí en este enlace de MÉDICOS SIN FRONTERA una oportunidad de contribuir a ayudar. Sé que podemos hacer poco, pero gotita a gotita se puede tal vez ayudar a remediar en algo aquel desastre que reclama nuestra solidaridad.

viernes, 14 de octubre de 2011

El pensamiento divergente


He visto en varias ocasiones el vídeo de Ken Robinson sobre la necesidad del cambio de paradigma educativo en la sociedad del siglo XXI. En él se cuestiona el modo de organización de la escuela, organización-cuartel, propia del siglo XIX en la que se segmenta a los alumnos no en función de su pensamiento creativo, sino en función de su edad, de la materia, del nivel de la clase... Propone, sin especificar, un nuevo modelo educativo, que atienda más a la creatividad y a la realidad del mundo interactivo en que vivimos y en el que disgregamos nuestra atención en multitud de estímulos que nos tientan por todos los lados.

Quizás el concepto que más me ha atraído ha sido el de pensamiento divergente. Es aquel tipo de pensamiento que es capaz de descubrir múltiples respuestas a un mismo problema, planteadas desde ángulos diferentes. Según Robinson, el pensamiento divergente no coincide con la creatividad, pero es un componente esencial de ella. Propone el siguiente ejercicio: se da un clip de metal a los chicos y se les pide que digan todo aquello que podría ser hecho a partir de dicho clip (formas, funciones, mecanismos...) Este clip sugiere multitud de ideas cuando se está en el jardín de infancia. Incluso se puede plantear que sea de otro tamaño y otras texturas o materiales. Sin embargo, este mismo test sobre el clip (realmente genial para un espíritu creativo) decae dramáticamente cuando los niños están en la edad de tercero o cuarto de la ESO.

¿Qué ha pasado? En medio ha estado el proceso educativo que sin lugar a dudas va laminando cualquier atisbo imaginativo que pudiera haber. A la edad de dieciséis años, los chavales son en conjunto impotentes mentales, y cuando llegan a bachillerato la mayoría son gregarios, perezosos, incapaces de elaborar una mínima idea propia, e inhábiles para tener un pensamiento personal.

No sé cuál es la razón, pero esto es así. El sistema educativo prima la rutina, la docilidad, la repetición, la falta de núcleo, la dispersión, la planitud... Nada de aprendizaje significativo.

Mis alumnos de tercero de ESO cuando son enfrentados a otro tipo de paradigma educativo, se sienten desconcertados. Sólo les pido -a la vez que un trabajo serio, constante y riguroso- atención y capacidad para elaborar ideas propias. La clase es un laboratorio de ideas en la que se puede exponer cualquier cuestión argumentada. Me atraen los alumnos caracterizados por el pensamiento divergente, los que plantean las cuestiones de otra manera distinta a la convencional, los que se salen de los moldes acomodaticios, sean o no escolares. Mi desafío es atraerlos hacia el método y hacia la práctica de la reflexión propia. Para ello, no debe haber verdades inconmovibles en ningún caso, y toda idea puede ser sometida a debate, criba y discusión.

En la última clase estuvimos hablando sobre el déficit ecológico y la huella ecológica, temas sobre los que tienen que hacer una WebQuest como preparación a su visita al Caixa Forum para ver una película titulada Recetas para el desastre que aborda una familia cuyo padre quiere reducir al mínimo la huella del carbono (del petróleo) en su consumo. Mis alumnos se asombraron cuando conocieron el concepto de huella ecológica y también de saber que cuando estamos encendiendo un televisor estamos contaminando, emitiendo CO2 a la atmósfera, y se lo hice ver. Entonces alguien característico del pensamiento divergente planteó que la pizarra digital y los ordenadores de la clase también contaminaban. Tuve que admitir que así era. ¿Por qué se han introducido, pues? -me preguntaron-. No supe que contestar, pues se alzó una sorda reivindicación del libro de texto tradicional en varios alumnos, que afirmaban que con él aprendían más que con los ordenadores y los libros y pizarras digitales. Una alumna ecuatoriana llegó a afirmar que la tiza era mejor que la tecnología.

No continuamos la discusión porque sonó el timbre, pero observo que la tecnología en breve tiempo ha hastiado a los adolescentes que la ven como una fuente de distracción continua. Yo me obstino en que vean el otro lado, que la consideren también una fuente eficaz de aprendizaje, pero me temo que se ha incorporado ya a la rutina que domina la escuela.

No me molesta en absoluto que me cuestionen, que cuestionen mis ideas... Lo que yo pretendo ofrecerles es elementos de pensamiento crítico y, en connivencia con éste, está el desafío constante al pensamiento organizado y establecido.

Hay personas que saben descubrir centenares de posibilidades a un simple clip... esta es la política imperante en clase. Sin modelos cerrados, abiertos al pensamiento divergente para que vuelvan a aprender a pensar como actividad placentera e interesante. Sintiendo de nuevo el placer de cuando eran más chicos. 

Vídeo de Ken Robinson

viernes, 3 de noviembre de 2006

¡Qué lástima!



¡Por fin han estrenado en Barcelona la película de Al Gore, Una verdad inconveniente o incómoda como lo han traducido al castellano! He ido a ver la primera sesión matinal a las 11.45 con el objetivo de llevar posteriormente a mis alumnos de cuarto de ESO a verla y pedirles algunas reflexiones ad hoc que serían posteriomente publicadas en el blog de la clase. Me hacía una enorme ilusión. Lo habrán visto por mis comentarios en varios posts que he publicado hasta la fecha.

La idea de la película surgió a partir de las charlas-espectáculo que Al Gore realiza a lo largo y ancho de Estados Unidos y el resto del mundo sobre las consecuencias y realidades del llamado “calentamiento global”. Según él, estamos en estado de “emergencia planetaria” pero las respuestas son demasiado tímidas y los gobiernos no acaban de estar implicados en la resolución de la crisis, la más grave que atraviesa la humanidad, mucho más preocupante que el terrorismo. No nos queda demasiado tiempo para intentar atajar la situación, quizás cinco o diez años. Luego será irreversible. La población se resiste, a pesar de que conoce los fundamentos del análisis, a actuar en consecuencia. Es una verdad incómoda porque si se reconoce que es una verdad, hay que cambiar. Y el cambio puede llegar a ser muy incómodo.

A partir de su conferencia, se ha realizado la película que impresiona por la densidad científica de la misma. No se ha hecho una concesión gratuita al espectáculo. Al Gore conduce de principio a final la presentación de los hechos. Con sus palabras, va desgranando los efectos visibles del “calentamiento global” y el llamado “cambio climático” que está elevando la temperatura media del planeta, incluidos los mares. Los glaciares están desapareciendo y las grandes formaciones de hielo del Ártico, la Antártida y Groenlandia están fundiéndose a una velocidad crecientemente acelerada. Las emisiones de dióxido de carbono a la atmósfera -una capa extraordinariamente fina y delicada- son la principal causa del calentamiento. Los rayos solares que deberían volver al espacio se quedan en la tierra provocando el efecto invernadero.

He visto la película –subtitulada- intentándola ver con los ojos de mis alumnos de dieciséis años, algunos miembros de las llamadas “aulas abiertas” que acogen eufemísticamente a estudiantes con graves dificultades en el aprendizaje. Algunos subtítulos no se veían bien lo que hacía difícil seguir el hilo del discurso de Al Gore. El tono profesoral del conferenciante era apasionante y apasionado, pero para mis alumnos sería demasiado pesado e insoportable. No entenderían la mayor parte de los análisis que allí se exponen, del mismo modo que no comprenderían las referencias a la política norteamericana ni a las elecciones en que Al Gore fue vencido –por maniobras de la familia Bush pero no por los votos-. No entenderían las referencias al protocolo de Kyoto no firmado por los Estados Unidos ni las que hacen alusión a la comunidad científica internacional. En muchas de las palabras de Al Gore se desliza la ironía, que es compartida por el público norteamericano que asiste a la charla, pero no sería captada por mis alumnos que se sentirían distanciados de la película.

Me temo que si no consigo colaboración por parte del seminario de Ciencias Experimentales –y no será fácil porque no hay tantas personas que se tomen este tema suficientemente en serio- sería prematuro e incluso contraproducente llevarles a ver una mañana de otoño una película tan rica en contenido como carente de acción y de espectáculo. Es una película densa de ideas y de razonamientos que fomentan una reflexión moral y que promueve una toma de conciencia no catastrofista, porque entre la negación y el sentirse derrotado aún hay espacio para la “acción eficaz”. Podemos reducir las emisiones de dióxido de carbono, cada uno en el plano individual con acciones adecuadas y podemos también presionar a los gobiernos (España es uno de los países que menos está cumpliendo los compromisos del protocolo de Kyoto de reducción de emisiones de dióxido de carbono a la atmósfera) para que actúen de modo efectivo Son acciones políticas individuales y gubernamentales las que son necesarias.

Aquí entraría la necesidad de alertar a los jóvenes sobre el cambio que se está operando en la Tierra. De aquí mi pasión por despertarlos y hacerles tomar conciencia con esta película, pero mucho me temo que llevarles a verla traería más inconvenientes que éxitos. Podría obtener un resultado claramente adverso si lo que consigo es que se aburran soberanamente.

Sin embargo, habría un diez o veinte por ciento de los alumnos que se sentirían conmovidos por la película. Conmovidos y conmocionados. Pero el noventa por ciento la verían como un “rollo” inaguantable. Es una lástima que ese diez por ciento no pueda tener acceso a las grandes ideas de nuestro tiempo ni a destacadas obras de la literatura. Siempre hemos de pensar antes en el otro noventa por ciento que no está dispuesto a hacer esfuerzos por progresar y por comprometerse. Este es uno de los grandes problemas del sistema educativo actual. Que pesa mucho más ese noventa por ciento, que el diez por ciento que podría ser el fermento de un cambio considerable y que podría extender su radio a otros alumnos intermedios.

miércoles, 20 de septiembre de 2006

Literaturas orientales


Para mí es un descubrimiento y una gozada impartir esta asignatura. Es nueva para mí y me inicio en ella como un adolescente enamorado de sus predios y valles, montañas y cordilleras. En efecto, es la primera vez que doy Literatura Universal en primero de bachillerato. Hasta ahora me había dedicado a la Literatura Española con algún toque de literatura europea.

Mi primera conmoción ha sido encontrarme con el tema titulado “Literaturas orientales” que engloba a las literaturas más antiguas del mundo, esto es, la china, la india y la hebrea. ¿Qué sabía en profundidad de ellas? He tenido que recordar mi lectura lejana del filósofo Lao Tse y su libro imperecedero, el Tao Te King, lo que significa “el libro del recto camino”. Lo había leído hace veinte años pero el libro acabó, como otros de sabiduría oriental, en manos de otras personas. No sé por qué pienso que estos libros, auténticas cumbres del pensamiento filosófico y humano, han de pasar de mano en mano, y así sucedió con el Tao Te King. Se lo regalé a una alumna que había sufrido un accidente que le tuvo varios meses entre la vida y la muerte. Se llamaba Montse. Recuerdo que tras la lectura de Lao Tse, le presté un libro de Krishnamurti titulado El coraje de estar solo, que era uno de mis preferidos entre su extensa obra. Aquella alumna vino tiempo después a hablar conmigo. Su vida había cambiado tras aquella durísima experiencia cercana a la muerte, pero la lectura de Lao Tse y Krishnamurti la habían transformado. Se había hecho más ligera, más serena y más alegre. Veía la vida como desde el otro lado dejandola fluir sin excesivo esfuerzo. Hasta lo que había pasado, se consideraba una muchacha seria y concentrada, pero ahora todos sus amigos decían que era un prodigio de buen humor y alegría. Se sentía bien consigo misma y lo proyectaba al exterior.

Nunca sé muy bien qué pudo haber pasado por su cabeza. Por un lado estuvo el accidente, pero por otro, la lectura de dos joyas del pensamiento oriental que fueron como esas piedras que arrojamos al río y producen ondas concéntricas que llegan no se sabe muy bien adónde.

Recordaba a Montse cuando hablaba en clase del libro del Tao, de la filosofía de la dualidad del yin y el yang, de la literatura india con obras tan monumentales como el Ramayana y el Mahabharata dentro del cual hay otra obra maestra como es el Baghavad Gita. Su traducción es “El canto del bienaventurado”. Es un monólogo de Krishna a su discípulo Arjuna. Fue éste un libro de culto en el mundo anarquista y hippie de los años sesenta del siglo pasado pero antes fue lector entusiasta suyo Henry David Thoreau (1817-1862), el autor de Walden, o la vida en los bosques, una de las utopías más espléndidas creadas en la edad contemporánea sobre la vida contemplativa en armonía de la naturaleza. Hemos hablado, en consecuencia, de Thoreau. Ellos, mi grupo de ocho alumnos, habían buscado información sobre él para luego ponerla en común. Fue un importante precedente del Leon Tolstoi y del Mahatma Gandhi con su Tratado sobre la desobediencia civil. Es un antecesor de ideologías como el ecologismo y la ética ambientalista, la no violencia y el vegetarianismo… Pues bien, Thoreau escribió en su diario: “Todas las mañanas lavo mi intelecto con la estupenda y cosmogónica filosofía del Baghavad Gita… En comparación con estas enseñanzas, nuestra civilización y literatura modernas parecen mezquinas y triviales”.

Sólo nos hubiera faltado trasladarnos subrepticiamente al bosque y haber metido nuestros pies en el agua del río y leer fragmentos del Walden o del poeta Walt Whitmann, su maravilloso Hojas de Hierba, o quizás del Baghavad Gita o del Tao Te King, quizás también algunos poemas del Cantar de los cantares o del Eclesiastés, joyas de la literatura hebrea.

Pero no, ha sonado el timbre de final de la clase. Mis ocho alumnos estaban desconcertados. Tenían ante ellos a alguien que no les estaba preparando para un examen que hubieran de aprobar sino a alguien que pretendía mostrarles libros e ideas importantes, que estaba lanzando piedras al estanque para que hicieran un viaje concéntrico quién sabe adónde. Hemos dedicado dos días a un tema marginal de la historia de la literatura universal y hemos de pasar a otros temas más cercanos como son las literaturas griega y latina. El profesor tiene la sensación de haberse equivocado de época y le hubiera gustado formar una academia peripatética en que estos libros hubieran podido degustarse y vivirse de una forma intensa y dialéctica. Quizás estas ideas reprimidas llevan a mesianismos insoportables como el que latía en El club de los poetas muertos sobre el que flota la influencia de Henry David Thoreau. Afortunadamente, sólo han sido dos clases en las que el profesor ha hecho el amago de iniciar un viaje a un destino alejado de nuestra filosofía de vida actual. Afortunadamente, ha sonado el timbre y ha deshecho el encanto de nuestros pies en el agua.

lunes, 11 de septiembre de 2006

Una verdad inconveniente


Hoy ha venido a verme inesperadamente mi sobrino Oscar de Zaragoza. Siempre que nos encontramos surge algún tema de conversación que me sirve de exploración del alma de los adolescentes con los que he de bregar día a día. Supone verlo desde un ángulo familiar y no del “lado del profesor”. Él me pone al día de los nuevos grupos musicales, de las nuevas tendencias tecnológicas, de sus gustos de lectura, de sus reivindicaciones de adolescente a los conflictivos quince años, con la ESO suspendida y orientado a los famosos programas de Garantía Social. Puedo ver en él a muchos de mis alumnos de un determinado perfil, pero en una relación transfigurada por el afecto y la cercanía.

Es un adolescente arquetípico: acné, brackets, aire desgarbado, inseguro con su aspecto físico aunque arrogante y necesitado de autoafirmarse continuamente, hipocondríaco, aprendiz de cínico, susceptible sobre su aspecto físico y sus características personales, aire de estar aburrido constantemente como si el mundo adulto fuera inhábil para satisfacer sus ansias más profundas, inquieto, incapaz de estar mucho rato con la misma actividad, protestón y contestatario, sabelotodo, adicto a los recursos tecnológicos y a la música heavy metal.

Intuyo en él una fuerte desorientación y un protopensamiento caótico que busca, que necesita modelos que le sirvan de eje en su vida. De momento se mueve dentro del ámbito de la negación. Sabe más lo que no quiere que lo que quiere. El mundo paterno y adulto es ambivalente y siente hacia él tanta atracción como rechazo. Está buscando nuevos paradigmas de ideología y de comportamiento. Desgraciadamente, dentro del mundo juvenil, que es el que él frecuenta, es difícil encontrar un pensamiento que vaya más allá del situacionismo negativo. Aquí estoy y el mundo me lo debe todo. Yo no soy responsable, yo no he pedido estar aquí; mis padres tienen la obligación de mantenerme y aguantarme; los profesores son unos seres cargantes que parece que se obstinen en hacernos la vida insoportable con sus discursos, con sus materias lentas y aburridas; los escritores oficiales son unos pesados y sus novelas obligatorias, soporíferas.

Una conversación hoy le ha desconcertado. No sé cómo ha salido, pero hemos empezado a hablar del cambio climático y del calentamiento global del planeta. Este es un tema que le venía lejano y carecía de interés en principio para él, pero que hoy se ha convertido en un buen referente de sus inquietudes y reflexiones. Estamos –hemos dicho-, en un proceso de cambio climático, cuyas consecuencias podemos ya ver por el ascenso de las temperaturas medias del planeta, la fusión de glaciares y de partes considerables de los polos que dará origen a un ascenso del nivel medio de los mares en las próximas décadas. El calentamiento global alterará y cambiará nuestro modo de vida lo que originará gravés sequías por un lado y lluvias torrenciales o huracanes por otro. Probablemente, el cambio climático esté propiciado también por la desaparición de grandes zonas de selvas tropicales y el avance de la desertización, incluida la península Ibérica. Las migraciones masivas de africanos puede que tengan que ver con este cambio climático y el agotamiento de recursos de vida tradicionales como la pesca. Todo ello alienta la migración de decenas o centenares de miles de africanos. Y es que como fondo de todo está la acción del hombre, esquilmando la naturaleza por encima de sus posibilidades.

Hemos hablado de la hipótesis de Gaia de James Lovelock, la idea de que la Tierra es un organismo vivo que reaccionará a tenor de las agresiones que está experimentando. Si continuamos explotando los recursos del planeta, éste sencillamente se defenderá y se nos quitará de encima. Hemos hablado también del debate promovido por Stephen Hawking del que hablaba en un post reciente. El científico británico se preguntaba sobre qué cómo debíamos enfrentarnos a un mundo caótico y cambiante y cómo sobrevivir a estos cambios en los próximos cien años.

Le he sugerido que vaya a ver la película a punto de estrenarse titulada “Una verdad inconveniente”, protagonizada por el exvicepresidente de los Estados Unidos, Al Gore. Se la he recomendado para que sea él mismo quien saque conclusiones sobre la situación grave –a mi juicio- en que nos encontramos.

He visto a mi sobrino preocupado e incluso angustiado ante lo que estábamos hablando. Sobre todo quería saber sobre cuándo veríamos cambios irreversibles de lo que estaba sucediendo. Al Gore sostiene que disponemos de una década para reducir considerablemente las emisiones de CO2 a la atmósfera y otros cambios que impliquen la reducción de consumo energético en el planeta. Si no, en unas décadas muchos cambios se habrán hecho difícilemente reversibles y la inestabilidad social, humana y climática del planeta se habrá hecho insostenible.

Oscar se ha ido preocupado. Su padre le ha hablado de otras interpretaciones más tranquilizadoras sobre lo que está pasando. Que esto son ciclos; que estamos en un ciclo cálido, pero al que pueden suceder otros ciclos más fríos, que esto no es irreversible, que no tenía por qué preocuparse… Sin embargo, ayer por la noche, Oscar se preguntaba sobre lo que podía hacer como ciudadano del planeta y se planteó apuntarse en asociaciones como Greenpeace o Adena como colaborador. De hecho entramos en algunas de sus páginas web y vimos las tarifas para jóvenes menores de dieciocho años, sector cuya participación considero imprescindible para intentar paliar los efectos, a mi juicio, peligrosísimos del efecto invernadero y el calentamiento global. Son el futuro, es su calidad de vida y sus condiciones de supervivencia las que están en juego.

De nuevo, una visita de mi sobrino me ha servido para establecer un diálogo productivo con las generaciones jóvenes, y considero que muchas de sus reacciones son extrapolables a las que encontraré dentro de unos días entre mis alumnos de su misma edad y de su actitud contestataria, pero en el fondo necesitada de algo que dé sentido a sus vidas. Creo que ha sido un diálogo fecundo para los dos.

Selección de entradas en el blog