Hoy hace treinta años de la catástrofe
nuclear más espantosa de la historia. El 26 de abril de 1986
estallaba el reactor 4 de la central de Chernóbil lo que estuvo a punto de
provocar una explosión termonuclear que fue evitada por el sacrificio heroico
de centenares de miles de liquidadores
que se expusieron a niveles de radiación inimaginables, lo que llevó a que
miles de ellos murieran o quedaran gravemente afectados. La ciudad de Pripiat a
tres kilómetros de la central fue desalojada y sus habitantes jamás pudieron
volver a ella. Se creó un círculo de protección de treinta kilómetros que
continúa todavía. La noticia tardó unos días en llegar a occidente pues la
URSS censuró todo tipo de noticias al respecto. Aquella fue la catástrofe de origen
técnico más grave de la historia de la humanidad. Chernóbil está en Ucrania
pero los efectos devastaron a la vecina república de Bielorrusia, patria de Svetlana Alekxievich que publicó en
1997 un libro estremecedor, Voces de Chernóbil,
que recomiendo vivamente porque aquello no es algo que deba ser olvidado.
Era la era Gorbachov y su política de
apertura de la URSS. Esta catástrofe, junto a las graves consecuencias de la
intervención en Afghanistán, supusieron el final de la URSS como estado soviético.
Rememoro aquellos días de abril de 1986 y
no recuerdo que tuviera clara idea de la dimensión de la catástrofe que estaba
teniendo lugar. Ha sido leyendo el libro de la Premio Nobel Alekxievich cuando he sido consciente
de aquello. Fue el final de una era. El homo
sovieticus, producto de la educación socialista de la URSS, se enfrentó con una altísima dosis de sacrificio de su vida
por los demás, a aquello que fue peor que una guerra. Miles y miles de liquidadores (soldados, trabajadores, pilotos)
se ofrecieron para intentar apagar aquello y construir un sarcófago para el reactor. Todos los que estuvieron en Chernóbil y sobrevivieron – miles y
miles murieron abrasados- fueron estigmatizados y quedaron marginados y
aislados. Aquellos hombres eran héroes y recibieron medallas pero no eran
buenos para tener hijos. Los árboles se pusieron rojos por la radiación, luego
pasaron al naranja. Los niños aprendieron que todo estaba contaminado. Que no
debían tocar la yerba, las flores, los árboles. A aquellos niños que vivieron
aquello se les acabó la niñez de repente. Ya jamás rieron. Hubo centenares de
miles de abortos, el análisis de tiroides arrojó niveles de radiación 300 veces
superiores a lo normal. A las ancianas les salió leche de los pechos,
radiactiva, claro está. La radiación se transmitió genéticamente y aquellas
madres pasarán dicha carga a sus potenciales hijos. La edad media de los bielorrusos descendió a
cincuenta años. Desaparecieron los pájaros. Hoy día la naturaleza en torno a Chernóbil es hermosa, radiante en
primavera, pero todo está contaminado por centenares de miles de años.
El comunismo saltó por los aires. La vida
soviética se había acabado. Los rusos aprendieron a decir “yo” en lugar del
“nosotros”. Se había terminado un sistema de valores colectivo del que muchos
se sentían orgullosos. El estado mintió y no protegió a sus ciudadanos. La
central había sido construida con apresuramiento, sin ninguna calidad, y en
ella no había ni un físico nuclear pero sí numerosos comisarios políticos. Fue
la crisis de un modo de vida. Los burócratas soviéticos creyeron que podrían
controlar la reacción en cadena del reactor, que obedecería sus órdenes. En
algún sentido fue peor que la guerra, pues en esta, se sabe dónde está el
enemigo. Se puede entender, pero aquello no. Nadie estaba preparado para lo que
pasó.
Chernóbil fue una metáfora existencial, un símbolo de la impotencia del ser
humano frente una catástrofe incontrolable. Parece un tema de una novela de Dostoievski. El alma rusa tiene una
clara inclinación a lo trágico y allí se evidenció, en tal como lo vivieron los
habitantes de la URSS. Filosofando frente al reactor.
Luego solo quedó el silencio.
Se buscaba al enemigo, pero no estaba. El
comunismo se acabó. Y empezó una salvaje transición al capitalismo que derruyó
trágicamente el espíritu colectivo que se había enfrentado a Chernóbil. La era
soviética se había acabado.
Este año no, pero en 2017 quiero ir a
visitar aquello. Quiero conocer directamente el escenario de la central. He
sido tibio respecto a mis opiniones sobre la energía nuclear. Pero tras Chernóbil y Fukushima, los seres humanos tienen derecho a saber a qué se
enfrentan. En los días de la catástrofe se emitieron a la atmósfera 100 veces
más elementos radiactivos que en las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki.
La lectura del libro de Svetlana Alekxievich es dura, pero
imprescindible para saber qué pasó.
Vídeo sobre la situación de las zonas más contaminadas.
Viaje al sarcófago de Chernóbil. Diario El Mundo.
Bielorrusia construye su primera central nuclear
Vídeo sobre la situación de las zonas más contaminadas.
Viaje al sarcófago de Chernóbil. Diario El Mundo.
Bielorrusia construye su primera central nuclear