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miércoles, 20 de septiembre de 2006
Literaturas orientales
Para mí es un descubrimiento y una gozada impartir esta asignatura. Es nueva para mí y me inicio en ella como un adolescente enamorado de sus predios y valles, montañas y cordilleras. En efecto, es la primera vez que doy Literatura Universal en primero de bachillerato. Hasta ahora me había dedicado a la Literatura Española con algún toque de literatura europea.
Mi primera conmoción ha sido encontrarme con el tema titulado “Literaturas orientales” que engloba a las literaturas más antiguas del mundo, esto es, la china, la india y la hebrea. ¿Qué sabía en profundidad de ellas? He tenido que recordar mi lectura lejana del filósofo Lao Tse y su libro imperecedero, el Tao Te King, lo que significa “el libro del recto camino”. Lo había leído hace veinte años pero el libro acabó, como otros de sabiduría oriental, en manos de otras personas. No sé por qué pienso que estos libros, auténticas cumbres del pensamiento filosófico y humano, han de pasar de mano en mano, y así sucedió con el Tao Te King. Se lo regalé a una alumna que había sufrido un accidente que le tuvo varios meses entre la vida y la muerte. Se llamaba Montse. Recuerdo que tras la lectura de Lao Tse, le presté un libro de Krishnamurti titulado El coraje de estar solo, que era uno de mis preferidos entre su extensa obra. Aquella alumna vino tiempo después a hablar conmigo. Su vida había cambiado tras aquella durísima experiencia cercana a la muerte, pero la lectura de Lao Tse y Krishnamurti la habían transformado. Se había hecho más ligera, más serena y más alegre. Veía la vida como desde el otro lado dejandola fluir sin excesivo esfuerzo. Hasta lo que había pasado, se consideraba una muchacha seria y concentrada, pero ahora todos sus amigos decían que era un prodigio de buen humor y alegría. Se sentía bien consigo misma y lo proyectaba al exterior.
Nunca sé muy bien qué pudo haber pasado por su cabeza. Por un lado estuvo el accidente, pero por otro, la lectura de dos joyas del pensamiento oriental que fueron como esas piedras que arrojamos al río y producen ondas concéntricas que llegan no se sabe muy bien adónde.
Recordaba a Montse cuando hablaba en clase del libro del Tao, de la filosofía de la dualidad del yin y el yang, de la literatura india con obras tan monumentales como el Ramayana y el Mahabharata dentro del cual hay otra obra maestra como es el Baghavad Gita. Su traducción es “El canto del bienaventurado”. Es un monólogo de Krishna a su discípulo Arjuna. Fue éste un libro de culto en el mundo anarquista y hippie de los años sesenta del siglo pasado pero antes fue lector entusiasta suyo Henry David Thoreau (1817-1862), el autor de Walden, o la vida en los bosques, una de las utopías más espléndidas creadas en la edad contemporánea sobre la vida contemplativa en armonía de la naturaleza. Hemos hablado, en consecuencia, de Thoreau. Ellos, mi grupo de ocho alumnos, habían buscado información sobre él para luego ponerla en común. Fue un importante precedente del Leon Tolstoi y del Mahatma Gandhi con su Tratado sobre la desobediencia civil. Es un antecesor de ideologías como el ecologismo y la ética ambientalista, la no violencia y el vegetarianismo… Pues bien, Thoreau escribió en su diario: “Todas las mañanas lavo mi intelecto con la estupenda y cosmogónica filosofía del Baghavad Gita… En comparación con estas enseñanzas, nuestra civilización y literatura modernas parecen mezquinas y triviales”.
Sólo nos hubiera faltado trasladarnos subrepticiamente al bosque y haber metido nuestros pies en el agua del río y leer fragmentos del Walden o del poeta Walt Whitmann, su maravilloso Hojas de Hierba, o quizás del Baghavad Gita o del Tao Te King, quizás también algunos poemas del Cantar de los cantares o del Eclesiastés, joyas de la literatura hebrea.
Pero no, ha sonado el timbre de final de la clase. Mis ocho alumnos estaban desconcertados. Tenían ante ellos a alguien que no les estaba preparando para un examen que hubieran de aprobar sino a alguien que pretendía mostrarles libros e ideas importantes, que estaba lanzando piedras al estanque para que hicieran un viaje concéntrico quién sabe adónde. Hemos dedicado dos días a un tema marginal de la historia de la literatura universal y hemos de pasar a otros temas más cercanos como son las literaturas griega y latina. El profesor tiene la sensación de haberse equivocado de época y le hubiera gustado formar una academia peripatética en que estos libros hubieran podido degustarse y vivirse de una forma intensa y dialéctica. Quizás estas ideas reprimidas llevan a mesianismos insoportables como el que latía en El club de los poetas muertos sobre el que flota la influencia de Henry David Thoreau. Afortunadamente, sólo han sido dos clases en las que el profesor ha hecho el amago de iniciar un viaje a un destino alejado de nuestra filosofía de vida actual. Afortunadamente, ha sonado el timbre y ha deshecho el encanto de nuestros pies en el agua.
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Me hubiera encantado estar en esa clase. De hecho, estuve allí.
ResponderEliminarDigo igual que Víctor, y gracias por esas referencias, siempre quise saber qué leer sobre literatura oriental, y nunca me decidí.
ResponderEliminarEstupendas referencias a la literatura oriental. Da para mucho el tema. Leí Hojas de hierba en su momento y todavía recuerdo la famosa frase de la película Esplendor en la hierba, recitando al poeta. También me ha sugerido algunos versos de Omar Kheyyam. Un saludo amigo, envidio a tus alumnos, disfrutaría en esas clases.
ResponderEliminarHay un libro lleno de sensual y edonista poesía que siempre me ha encantado: 'Cuentos de Ise' de Ariwara No Narihira.
ResponderEliminarUno de los más antiguos ejemplos de la literatura japonesa.
http://elsexodelasmoscas.bitacoras.com