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viernes, 24 de julio de 2015

Un paseo por Roma


De vuelta de Roma donde hemos pasado una semana. Roma. Yo tuve un amigo romano, Luigi, que siempre quiso enseñarme Roma. Es profesor de literatura española. Su matrimonio en crisis hizo que nos distanciáramos definitivamente. Suele pasar. Tenía en mi imagen la Roma de Caro diario de Nanni Moretti, La dolce vita de Fellini  y más recientemente, La gran belleza de Sorrentino, pero tenía siete días para interiorizar Roma, sabiendo que el tiempo para comprender, tal vez, una ciudad es de años aunque es posible no comprenderla nunca ni aun habiendo nacido en ella. Teníamos un lindo apartamento en el barrio judío de Roma, un entorno que me cautivó. Próximo a Campo di Fiore y al Trastévere, junto al Tíber. Un lugar privilegiado. Viajaba con la familia pero quería tener tiempo también para deambular solo por la ciudad. ¿Qué decir de Roma, más allá de las visitas lógicas a la Villa Borghese, al Vaticano, al Coliseo? Un calor infinito, caía plomo derretivo cuando salíamos por la mañana con temperaturas próximas a los cuarente grados caminando por los adoquines de las calles de Roma tan característicos. Decenas y decenas de iglesias abiertas a todas horas, bellísimas. Entraba en todas que veía y notaba el frescor de su interior. En alguna asistí a un concierto de órgano. Hacía foto callejera por la vechia Roma que tiene esa atmósfera popular y alegre que hace que te sientas feliz de pasear por allí. Chapurreaba italiano. Me imagino aprendiéndolo con facilidad. Helados, pasta italiana, pizza cada día en el apartamento y en un restaurante baratísimo del Trastévere. Pizza Napoli tres euros, espaguettis a la auténtica  Carbonara, cinco euros. Música en las calles, multitud de turistas que se funden con la vida de Roma y cientos de terrazas al atardecer. Me sentaba a tomar un café solo con un vaso de agua y veía pasar a la gente feliz de estar en la ciudad. Centenares de fotos que han contrapunteado mis paseos por Roma viendo arte clásico y barroco. El agua es exquisita. Hay centenares de fuentes por toda la ciudad donde el agua sale muy fría y es deliciosa. Bebía en todas ellas. Sudaba copiosamente. Roma es una ciudad abarcable, se puede ir a todos lo sitios caminando. Una tarde, solo, me subí a San Pietro in Montorio, en dirección al Gianicolo. Allí estaba una iglesia donde se celebraba una boda romana, al lado la Academia Española con el templete de Bramante. España está presente en Roma. Allí me sentí cercano al sentido de la vida, la lengua, la comida, mucho más que en Barcelona donde no se cansan de hacerme sentir extranjero. Pensé incluso en mi fantasía, exiliarme algún día en Roma cuando Cataluña, ensimismada, fanática y prisionera de sus fantasmas, rompa la cuerda con España. He mamado la cultura italiana mucho más que la catalana. La veo más cercana a mí, forma parte de mí. Un taxista, romano de siete generaciones, se lamentaba por la emigración que recibe Italia a través del Mediterráneo. Sentía que también Italia tiene problemas graves pero tienen un sentido de la política del que se carece en España. Siempre están en la cuerda floja pero al final surge un equilibrio inestable que les permite vivir. El conflicto entre el sur, mafioso y vividor de los subsidios y el norte laborioso. Italia es un país reciente. Solo tiene ciento cuarenta y tantos años. Los tres colores de la bandera provienen de esa unificación que trajo Garibaldi. El verde del norte, el blanco de los papas y el rojo del sur. Vi las estatuas barrocas y en terrible tensión del vitalista Bernini y seguí la pista al depresivo y triste Borromini, los dos genios del barroco en esa Roma de los papas que sigue presente en multitud de monumentos con las inscripciones de Pontifice Maximus, en iglesias y fuentes. Pasé por la calle donde nació el romano más romano de todos, el actor Alberto Sordi, cuyas películas no he visto pero tengo ganas de conocer.


Momentos incluso de tristeza profunda por un conflicto con mis hijas que sentí por mi sensibilidad trágica española. Junto a Tíber viendo anochecer percibí ese hondo dolor de vivir que los italianos saben encarnar con la comedia bufa y el vitalismo. La vida es breve. Por la mañana salí solo para ver la prospectiva de Borromini, un trampantojo maravilloso. Me metí en una iglesia donde oré sin ser creyente. Roma invita a la oración en algunas de sus iglesias donde siempre hay gente sintiendo profundamente la fe. El Vaticano me resultó en cambio grandilocuente, excesivo, abigarrado, imperial. Ni siquiera la guardia suiza logro cautivarme. Puedo entender la prisión dorada que tiene que ser para el papa Francesco vivir en el Vaticano. La  capilla Sixtina no logró emocionarme. Demasiados turistas a los que se nos pedía continuamente silencio. Imposibilidad de percibir la magia del lugar en medio de la multitud. Las catacumbas de San Callisto me conmocionaron, una necrópolis de los principios de la era cristiana. Me hubiera gustado perderme en ellas durante unas horas en lugar de la visita apresurada que hicimos. Además no hay restos humanos en ellas, solo se ven los nichos vacíos. Se percibe la presencia vacía de la muerte. Me pregunté por qué han retirado los cadáveres allí enterrados. Le hace perder mucho de su magnetismo al lugar sobrecogedor que es la necrópolis subterránea que está a quince grados frente a los treinta y siete de fuera. No pude sumergirme en la muerte como hice en Paris en el cementerio de Pere Lachaise. Una pena. Vita breve. Tempus fugit. La gran belleza. Comí pasta italiana, comimos, de todas maneras, hecha por nosotros y en ese baratísimo restaurante que he mencionado al principio. Un regalo molto bello para mi compañera que encontré en una calle de los artesanos de Campo de fiore. Un precio elevadísimo que logré reducir en una hermosa conversación con Chiara, la artesana que había fabricado aquella gargantilla y aquellos pendientes romanos hechos a mano. Pensé en haber vivido la Roma de los años del fascismo. Javier Reverte en su libro Un otoño romano estima que fue Mussolini un fantoche, pero tengo la impresión de que se identificó con el sentido romano de la dramaticidad y la plasticidad. La historia está llena de errores, de laberintos de los que quiero apartarme.  El ser humano es como es. La historia es errática, contradictoria, caótica. Nadie entiende nada. Lo más que puede hacer el ser humano es intentar que los cascotes no le caigan encima y lo aplasten, algo que no pudieron hacer los judíos que vivían en Roma y que fueron deportados, según vimos en algunos portales majestuosos cuyas placas recordaban a los deportados a Auschwitz. Pasar estos días en el guetto judío me ha sumergido en la historia italiana de estos desafortunados deportados. Algún día me gustaría vivir allí en Roma aunque sé que será imposible, pero todo me lleva a ansiar huir de esta Cataluña cerrada y patriótica, cautivada por un sueño que no puede acabar sino en pesadilla. Es tan claro para el que lo ve sin estar inflamado por ese sueño de la razón que produce monstruos y hace ondear banderas infinitas. Estar en Roma me ha hecho percibir que hay otros modos de sentir la vida. No puedo decir que haya entendido nada. Solo he dejado que la atmósfera fluyera dentro de mí. He vivido y he sentido felicidad y profunda tristeza. Nada más vacuo que los deseos que te dedica la gente diciéndote que disfrutes mucho. Al lado de la felicidad está siempre el dolor de existir. Van juntos. Creo que mi visita a Roma, imperfecta, parcial y breve, ha tenido un poco de todo. Vida en movimiento. Pero siempre estaré al lado de Borromini, genial y depresivo, de Fellini y su cine maravilloso, de esos recuerdos espléndidos en Napoles en el barrio de los españoles en que, cuando yo era joven, un señor y su familia, nos invitó a pasta y nos dijo que il suo cuore era para nosotros. No sé si entiendo a los italianos pero me gusta su modo de vivir, de sentir, de gozar siempre con esas dosis de belleza que para ellos es imprescindible. No me he sentido extranjero. El otro día confesé a mi hija que había tenido en tiempos una amante italiana, hace muchos años, pero recuerdo como si fuera hoy sus palabras, su acento, sus expresiones, su cuerpo. Roma

domingo, 26 de enero de 2014

La vida es más hermosa…



Este ávido lector va buscando obras que lo absorban, que lo estimulen, que lo desafíen, que lo maravillen. Y uno de los descubrimientos que he he experimentado últimamente es el placer que tengo en acostarme temprano, sobre las diez menos cuarto de la noche y encontrarme con mis libros o mi iPad de última generación con textos comprados en Amazon. Me tomo un café intensamente cargado antes de ir a la cama, lo que me excita para encontrarme con los libros. Noto mi corazón más acelerado y mi mente despierta. Y allí tengo dos horas y media maravillosas hasta después de las doce en que me apasiono leyendo alguna obra que me cautiva. Esto no siempre es así, pero entonces decido si merece la pena seguir con la lectura o abiertamente dejarlo sin concluir. No tengo ganas de perder el tiempo. Recientemente he leído una novela de Johh Williams titulada Stoner. No es un relato demasiado conocido. Es la historia de un profesor gris de literatura en la universidad norteamericana de Misuri, era hijo de unos campesinos de vida muy dura. Stoner llegó a la universidad a estudiar agricultura, pero las palabras de un profesor ya cansado le hicieron descubrir su vocación literaria. Stoner es una novela maestra, impresionante, yo diría que maravillosa. Me tuvo prendido desde la primera línea hasta el final en ese trayecto existencial del protagonista.

David Lodge es uno de mis últimos descubrimientos. He leído Terapia y Pensamientos secretos. A David Lodge se le tiene por un fino humorista inglés, pero a mi me impresiona que sus novelas rozan lo trágico mirado desde una perspectiva que convierte esa realidad en algo interesante y que te congratula con la existencia. Me han hablado ayer de la serie de novelas sobre la vida académica cuyos protagonistas son profesores. Intentaré conseguirlas.

Una recomendación que he recibido por parte de un fino profesor de inglés de mi instituto es Bienvenido Mr. Chance de Jerzy Kosinski. Ya la he encargado en Amazon y espero recibirla en los próximos días. Mi compañero me ha dicho que es una obra maestra.

Ahora estoy leyendo fascinado la recién publicada biografía de J. D. Salinger (Salinger de David Shields)  el autor de El guardián entre el centeno, que ha cautivado a tantos millones de lectores y cuya potencia narrativa sigue vigente cinco o seis décadas después de haber sido escrita. La vida de Salinger era un misterio que ahora se abre para la maravilla del lector en esta biografía sorprendentemente buena. Llevo leído un veinte por ciento del libro y he de decir que estoy conmocionado. A pesar de mi interés por Salinger y haber leído lo que la prensa había publicado sobre su retiro en una cabaña, oculto al mundo, estoy vivamente sorprendido al conocer las circunstancias que llevaron a que fueran escritos muchos de sus relatos y la novela de Holden Caulfield. Estoy disfrutando muchísimo y solo espero tener un rato para sumergirme en esta biografía apasionante.

Leí también En la orilla de Rafael Chirbes pero no logró atraparme por más que fuera consciente de su excelente factura. Y no consigo convencerme que su intención, igual que en Crematorio que también he leído recientemente, fuera revelar las tramas de corrupción urbanística en la costa levantina. Su inmersión en los personajes de estas novelas revelan algo que va más allá de esa interpretación algo esquemática. Creo que hay una gran complejidad psicológica en dichos personajes que desborda el planteamiento de novela identificada más bien por lo social.

Las vírgenes suicidas de Jeffrey Eugenides me gustó pero no me cautivó. Deseaba terminarlo sin estar realmente interesado en ese suicidio múltiple de aquellas hermanas Lisbon que eran bellísimas. John Banville lo considera una obra maestra, pero no consigo estar convencido de ello por mi lectura. El encuentro del lector con una novela es siempre misterioso.

La cripta de los capuchinos de Joseph Roth ha sido una lectura que me ha llegado veintiocho años después que una muchacha italiana me la recomendara.  Leerla me ha llevado a recordar los días que pasé con aquella mujer cuando era joven y mantenía conversaciones con ella perdidos en la jungla de Sumatra.

Mis hijas me han regalado estas navidades Incerta gloria de Joan Sales que llevo tiempo queriendo leer. Las referencias que tengo de esta novela son excelentes. Se dice que es la novela más rusa y metafísica que ha producido un escritor catalán.

Tengo pendientes también La casa de hojas sobre la que escribí un post. El autor es Mark Z. Danielewski. Es una novela extraña y enigmática para la que espero un tiempo reposado para meterme en ella.

Quiero leer La broma infinita de David Foster Wallace, un autor que se suicidó, siendo reconocido como uno de los mejores narradores de la reciente literatura norteamericana. Su muerte conmocionó a la comunidad lectora y literaria norteamericana. Se ahorcó a los cuarenta y seis años en California ante la consternación e incredulidad de los que lo seguían. Es una larga novela para la que he de encontrar también su espacio de tiempo.

Me interesó muchísimo Limónov de Enmanuelle Carrere. Es la historia real de un personaje mezcla de muchas cosas que resulta sorprendente. Una combinación de punk, vividor, admirador de la URSS, místico, proserbio, militarista y un escritor de su propia vida que ha logrado el éxito literario en su país. Limónov es un relato absorbente que se disfruta con alegría e intenso placer.

Estas son algunas de mis lecturas recientes y proyectos para los próximos meses. Eso sin olvidar que quiero leer la continuación de Juego de tronos de George R. Martin que comencé en el verano pasado. Me pareció una espléndida creación de un mundo totalmente sacado de la imaginación del autor, un mundo convincente y sugestivo que lleva al lector a la sorpresa permanente.


La vida es más hermosa con literatura y cine.

viernes, 23 de marzo de 2012

Un descubrimiento estremecedor



Sé que las experiencias educativas son difícilmente exportables o repetibles. Cada contexto es diferente. Lo que en un sitio funciona, en otro es un fracaso considerable, lo que en un ambiente social es un éxito, en otro obtiene resultados decepcionantes. No obstante quiero traer a colación algo de lo que he hablado en otros posts y que pienso que puede ser una referencia útil para profesores osados y que tengan ganas de innovar.

Me refiero al crédito de cine de horror que se articula en cuatrimestres y al que asisten alumnos de primero de la ESO. Está pasando la segunda promoción de alumnos. La experiencia de la primera me llevó a descubrir algunos aspectos relevantes que tenía que tener en cuenta. Es una cuestión fundamental la elección de películas adecuadas. No vale cualquiera por buena que pueda ser. El resplandor de Stanley Kubrick no les ha gustado demasiado a pesar de tener un niño como protagonista y mantener la tensión espléndidamente en un crescendo espectacular. Tal vez era demasiado compleja en la mezcla de mundo de vivos y de fantasmas, lo que les llevaba a desconcertarse. Sin embargo, no fue inútil ver ese filme. Les ha formado inconscientemente su gusto cinematográfico. El encontrar un espacio de dos horas a la semana para ver buen cine es un hallazgo extraordinario. Cada promoción del crédito ve un total de ocho a diez películas sobre las que ha de hacer un pequeño trabajo sobre la parte técnica y expresar su opinión personal sobre la películas. Estos muchachos no están habituados a ver cine sistemáticamente. Ven películas, eso sí; ven series; ven Canal Disney, pero no ven cine con criterio. Tras haber visto Carrie de Brian de Palma, El resplandor de KubrickEl exorcista de William FriedkinThe ring de Gore VerbinskiThe ring 2 de Ideo NakataInsidious de James Wan (película que les ha fascinado a pesar de lo deficiente que es)... ha llegado el momento de ensayar otro tipo de película en que no hay sustos, en que la tensión es contenida, en que la intensidad dramática es alta pero sin sobresaltos y sin subrayados musicales que tanto les gustan. Me refiero a Déjame entrar de Matt Reeves. He escogido la versión americana en lugar de la sueca de Thomas Alfredson. He pensado que estaría más cerca de sus parámetros por ser más explícita. El ritmo es lento, pero el encadenamiento de imágenes y secuencias es sumamente eficaz. Un niño acosado en la escuela encuentra a una amiga singular que va a ayudarlo. Quiero que experimenten con distintos ritmos cinematográficos. He accedido a sus gustos con las películas The ring 1 y 2 y la infumable Insidious. Sabía que les iban a gustar. Alguna muchacha me ha dicho que se le aparece Samara (la malvada protagonistas de The ring) por las noches, que la ve sobre la pared de su habitación.

Estos muchachos llegan superpuntuales a la sesión. No se pierden una y son objeto de envidia generalizada por parte de sus compañeros. El ciclo de horror ha sido uno de los más solicitados de toda la oferta que ha habido. El problema ha sido elegir a los participantes. Pero lo que podría ser algo que fuera entendido como una distracción de bajo estímulo educativo, se está convirtiendo, a mi parecer, en una propuesta sólida y atractiva que les lleva a habituarse al ejercicio de la filmoteca en que se ven películas de culto y otras menos, pero que les van habituando al lenguaje cinematográfico. Es como proponerles un ejercicio de algo atractivo, el ciclo de horror lo es, pero a la vez ir cambiando las piezas porque en el fondo lo que están haciendo es ejercitarse en el papel de espectadores críticos y reflexivos. Es como tenerlos a tu merced durante unas horas. El profesor ha de ser consciente del tipo de películas que les van a gustar (acción, tensión, protagonistas niños o adolescentes, sobresaltos, intriga, relación con el lado oscuro que tanto les atrae...), ha de ser consciente y conocer el género para saber qué nuevas propuestas puede ir añadiendo. No vale cualquier película. Me niego al cine sangriento y cualquier tipo de gore. Quiero que vean filmes intensos en que el lenguaje cinematográfico sea esencial. Déjame entrar está siendo un interesantísimo ejercicio pues juega con algo que a priori no les gusta como es la lentitud, la morosidad, la falta de subrayados musicales y los sobresaltos... pero les está atrayendo. Las imágenes de esos dos niños que tienen la misma edad que ellos (doce años), la violencia en la escuela, la atmósfera inquietante que se genera, la música de Michael Giacchino contenida pero eficaz... contribuye a que el visionado de la película esté resultando altamente interesante y nutritivo. El vampirismo se añade a los temas que hemos abordado en personajes adolescentes o niños que tienen poderes, o son objeto de posesiones diabólicas, o son vehículo de la comunicación con el más allá, con el otro lado.

La cuestión es hacer derivar un ciclo como el horror a una reflexión sobre la poética del  lenguaje cinematográfico. Me recuerda mis primeros años en la docencia en los que podía ofrecer novelas altamente interesantes y exigentes a adolescentes ansiosos de literatura sin saberlo. Ahora el lenguaje fílmico puede ocupar el lugar que se reservaba a la literatura en un tiempo en que la letra impresa ofrece dificultades crecientes para su descifrado y decodificación. El cine es todavía un espacio abierto a la incertidumbre, al descubrimiento y al entusiasmo compartido. 

¡Ah, y tenemos un blog para el ciclo! Estremeciéndonos de miedo.  

jueves, 1 de marzo de 2012

La invención de Hugo



Mi hija pequeña y yo solemos hablar por las noches antes de dormir, y asimismo cuando vamos solos en el coche, lo que es raro, pero alguna ocasión tenemos. Nos gusta ver buen cine juntos, leer poemas, recitar refranes, comentar diferentes aspectos de nuestra vida. Le atrae mi perspectiva, y suele escucharla con atención intentando comprenderla. Está en plena pubertad. Tiene doce años y es previsible que tarde o temprano hayamos de pasar alguna tormenta emocional en su desarrollo. Será inevitable. He oído, como tutor,  de niñas que habían sido el ojito derecho de su padre, al que estaban profundamente unidas, que entrando en la vorágine de la adolescencia, todo el entramado ha saltado por los aires y la relación ha experimentado una profunda crisis. La niña ha sufrido problemas de autoestima, de identidad, de anorexia... estallando en infinitos conflictos de naturaleza inimaginable pocos meses antes.

Aprovecho estos momentos en que todavía podemos hablar con placer. Hoy le hablaba sobre  lo aficionada que es a ver series de televisión a las que está enganchada (El internado, El barco, Mentes criminales, CSI, entre otras...). Hay jornadas de trabajo agotadoras en que estudia o trabaja unas cuatro horas después de salir de clase. Entiendo que se relaje viendo series y que se sumerja en el otro invitado de la familia, el abominable Canal Disney, cuyo fondo de risas tontas me persigue en la sala familiar. Es perfectamente comprensible, pero hoy la conversación ha ido más allá.

Quiero que se dé cuenta de la diferencia entre ver un episodio de El internado y ver, como vimos juntos El ladrón de bicicletas de Vittorio de Sica, o La colmena de Víctor Erice, o Big Fish de Tim Burton o El niño salvaje de Truffaut o King Kong o Amarcord de Fellini... por poner unos ejemplos de algún cine que hemos visto juntos. ¿Qué diferencia hay entre una experiencia y la otra? ¿Y qué diferente experiencia hay entre la lectura de un libro, lo que le cuesta cada vez más, y el mundo de las series? Le he hablado de un nivel llamado profundidad. Hay experiencias más profundas que otras, hay experiencias que comunican con la parte más densa de nosotros mismos y otras que se quedan en el nivel más superficial, sin rozar el terreno sagrado del ser. El arte, le he dicho, en buena medida es cruel, roza zonas de dolor, introduce su cuchilla afilada en estratos sensibles. El arte ilumina parcelas de nosotros mismos a las que hemos de hacernos sensibles con especial intensidad pues la cultura de época nos quiere superficiales, epidérmicos, exógenos, narcisistas, bobos en definitiva. Hay un cultivo exhaustivo de la dimensión boba de los seres humanos a los que se acostumbra a la mediocridad, a la grisura, a lo que queda en las capas más superficiales... y se evita lo que está más oculto. Cada padre alienta en sus hijos determinadas dimensiones. Hay padres que charlan con sus hijos, como yo, hay padres que llevan a sus hijos a la experiencia de la naturaleza y sin palabras se comunican en la densidad del bosque, de las montañas, de los arroyos… Hay padres que alientan la dimensión musical, la comprensión de sí mismos, cultivan el sentimiento de superación, de lucha… Hay padres que alientan el descubrimiento y el enriquecimiento de esas zonas que parecen oscuras y que no son iluminadas por la culturas de los mass media que se mueven en la apoteosis de la banalidad y el espectáculo. Los profesores sabemos algo de esto, y tenemos conciencia de que nos movemos cada vez en capas más externas. Cada vez cuesta más hablar de temas profundos que son eludidos con una vehemencia extraña. Cualquier circunstancia o tema se reduce a sus aspectos más sensacionalistas o maniqueos y se expresan lugares comunes que eluden la sutileza y la complejidad. Nos estamos olvidando de saber mirar, de observar con atención la realidad, sustituida por modelos interpretativos estereotipados. No disfrutamos de experiencias personales de reconocimiento de lo que está fuera y dentro de nosotros.

El buen cine, la buena literatura, la música, la experiencia de la naturaleza, la práctica de la compasión, el arte en su dimensión más luminosa nos abre a mundos que son ignorados y en los que cabría profundizar.

Lucía me preguntaba por qué veíamos entonces películas como Con faldas y a lo loco de Billy Wilder.  Le he dicho que es un humor inteligente, que se ríe de todo, que utiliza todo el potencial de la comedia para la risa fresca y a la vez profundamente lúcida. Pero hay diferencia, hemos observado, entre el humor de la película de Wilder y las bromitas tontas de las niñas típicas de Canal Disney. Esto es importante. Me da igual que vea más o menos series. Es la edad y ha de pasar por ello. Pero quiero alentar el descubrimiento de que entonces se asiste a experiencias diferentes, y que sepa que existen otros círculos concéntricos o en espiral que nos llevan a lugares y puntos de vista más complejos e infinitamente más ricos. El problema del llamado arte de masas, del arte popular por llamar de alguna manera a lo que nos inunda por todos los lados es que cree con cierta soberbia que los seres humanos se regodean y se nutren únicamente de su grisura, y que no aspiran a visiones más elevadas o más profundas. Al menos, que haya habido alguien que le haya hablado de ello. Descubrirlo será la tarea de toda su vida.

De todo esto hemos hablado en veinte minutos de viaje en coche. Se me han hecho cortos, como suspiré ayer tras la sesión de La invención de Hugo en 3D. No podía creer que hubiera acabado ya aquella  película extraordinaria. Me hubiera gustado seguir en el mundo de aquella estación mágica. ¡Qué universo más maravillosamente plasmado! ¡Ojalá podamos volver a vivirlo, juntos, Lucía y yo!

miércoles, 15 de febrero de 2012

El resplandor y Mohamed



Hoy ha vuelto a clase Mohamed. Es un alumno de este cuatrimestre del crédito de cine de terror. Apenas lo conozco pues el grupo acaba de empezar el ciclo. Hoy pasábamos una segunda sesión de El resplandor de Stanley Kubrick. Mohamed ha estado varias sesiones sin venir a clase. Lleva las manos vendadas por las quemaduras que sufrió en el incendio de su hogar. Fue noticia en toda la prensa. Un incendio de madrugada en el piso de su familia calcinó totalmente la vivienda. Una hermana suya de siete años murió abrasada en el suceso. Su padre, desesperado, sufrió graves quemaduras intentando salvar a los cinco niños que había en la casa, pero no hubo posibilidad de salvar a la niña.

El colegio de la niña ha abierto una cuenta de solidaridad con la familia que ya estaba en una situación límite. La solidaridad ha funcionado y en alguna manera se ha ayudado a esta familia. Nosotros también hemos intentado ayudar económicamente a Mohamed que perdió todo en el incendio. Hoy venía con su nuevo ordenador portátil que cuidaba con sus manos vendadas.

Es un muchacho concentrado y serio. Hoy se ha dirigido a mí para decirme que no ha podido hacer el trabajo sobre la película anterior, Carrie. No ha hecho falta decir nada más. Le he dicho que como no pudo ver la película estaba dispensado de la presentación del mismo. Me ha asombrado su dignidad, su saber estar, el no reclamarse en ningún caso como protagonista y solo preguntar con timidez sobre el trabajo que había de presentar. Hoy mientras veíamos concentrados las imágenes en el hotel Overlook en que Jack Torrance enloquece en aquel invierno poblado de fantasmas en las montañas, pensaba en Mohamed y en la dimensión social de la escuela pública y me he sentido confortado porque, a pesar de nuestras limitaciones, luchamos en circunstancias difíciles contra la desigualdad y nuestros alumnos viven terribles dramas que no ignoramos y que están detrás de sus vidas. 

La música de Bela Bartok acompañaba las imágenes en ese blanco laberinto de la tragedia. 

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