He visto en varias ocasiones el vídeo de Ken Robinson sobre la necesidad del
cambio de paradigma educativo en la sociedad del siglo XXI. En él se cuestiona
el modo de organización de la escuela, organización-cuartel, propia del siglo
XIX en la que se segmenta a los alumnos no en función de su pensamiento
creativo, sino en función de su edad, de la materia, del nivel de la clase...
Propone, sin especificar, un nuevo modelo educativo, que atienda más a la
creatividad y a la realidad del mundo interactivo en que vivimos y en el que
disgregamos nuestra atención en multitud de estímulos que nos tientan por todos
los lados.
Quizás el concepto que más me ha atraído ha sido el de pensamiento divergente. Es aquel tipo de
pensamiento que es capaz de descubrir múltiples respuestas a un mismo problema,
planteadas desde ángulos diferentes. Según Robinson,
el pensamiento divergente no coincide
con la creatividad, pero es un componente esencial de ella. Propone el
siguiente ejercicio: se da un clip de metal a los chicos y se les pide que
digan todo aquello que podría ser hecho a partir de dicho clip (formas,
funciones, mecanismos...) Este clip sugiere multitud de ideas cuando se está en
el jardín de infancia. Incluso se puede plantear que sea de otro tamaño y otras
texturas o materiales. Sin embargo, este mismo test sobre el clip (realmente
genial para un espíritu creativo) decae dramáticamente cuando los niños están
en la edad de tercero o cuarto de la ESO.
¿Qué ha pasado? En medio ha estado el proceso educativo que
sin lugar a dudas va laminando cualquier atisbo imaginativo que pudiera haber.
A la edad de dieciséis años, los chavales son en conjunto impotentes mentales,
y cuando llegan a bachillerato la mayoría son gregarios, perezosos, incapaces
de elaborar una mínima idea propia, e inhábiles para tener un pensamiento
personal.
No sé cuál es la razón, pero esto es así. El sistema
educativo prima la rutina, la docilidad, la repetición, la falta de núcleo, la
dispersión, la planitud... Nada de aprendizaje significativo.
Mis alumnos de tercero de ESO cuando son enfrentados a otro
tipo de paradigma educativo, se sienten desconcertados. Sólo les pido -a la vez
que un trabajo serio, constante y riguroso- atención y capacidad para elaborar
ideas propias. La clase es un laboratorio de ideas en la que se puede exponer
cualquier cuestión argumentada. Me atraen los alumnos caracterizados por el pensamiento divergente, los que plantean
las cuestiones de otra manera distinta a la convencional, los que se salen de
los moldes acomodaticios, sean o no escolares.
Mi desafío es atraerlos hacia el método y hacia la práctica de la reflexión
propia. Para ello, no debe haber verdades inconmovibles en ningún caso, y toda
idea puede ser sometida a debate, criba y discusión.
En la última clase estuvimos hablando sobre el déficit ecológico y la huella ecológica, temas sobre los que
tienen que hacer una WebQuest como preparación a su visita al Caixa Forum para
ver una película titulada Recetas para
el desastre que aborda una familia cuyo padre quiere reducir al mínimo la
huella del carbono (del petróleo) en su consumo. Mis alumnos se asombraron
cuando conocieron el concepto de huella
ecológica y también de saber que cuando estamos encendiendo un televisor
estamos contaminando, emitiendo CO2 a la atmósfera, y se lo hice ver. Entonces
alguien característico del pensamiento
divergente planteó que la pizarra digital y los ordenadores de la clase
también contaminaban. Tuve que admitir que así era. ¿Por qué se han
introducido, pues? -me preguntaron-. No supe que contestar, pues se alzó una
sorda reivindicación del libro de texto tradicional en varios alumnos, que
afirmaban que con él aprendían más que con los ordenadores y los libros y
pizarras digitales. Una alumna ecuatoriana llegó a afirmar que la tiza era
mejor que la tecnología.
No continuamos la discusión porque sonó el timbre, pero
observo que la tecnología en breve tiempo ha hastiado a los adolescentes que la
ven como una fuente de distracción continua. Yo me obstino en que vean el otro
lado, que la consideren también una fuente eficaz de aprendizaje, pero me temo
que se ha incorporado ya a la rutina que domina la escuela.
No me molesta en absoluto que me cuestionen, que cuestionen
mis ideas... Lo que yo pretendo ofrecerles es elementos de pensamiento crítico
y, en connivencia con éste, está el desafío constante al pensamiento organizado
y establecido.
Hay personas que saben descubrir centenares de posibilidades
a un simple clip... esta es la política imperante en clase. Sin modelos cerrados,
abiertos al pensamiento divergente para que vuelvan a aprender a pensar como
actividad placentera e interesante. Sintiendo de nuevo el placer de cuando eran más chicos.
Vídeo de Ken Robinson
Vídeo de Ken Robinson