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viernes, 7 de octubre de 2022

Elogio de la superficie


Reconozco que cuando escribo o cuando hablo soy una persona que subraya el sentido, el significado, la densidad de mi discurso como si quisiera expresar algo profundo y casi trascendente. Un amigo con el que hago caminatas, se ve víctima de mi supuesta profundidad que le abruma cuando a él le gusta ser más bien intrascendente. 

 

Leo estos días un libro admirable de Roland Barthes, titulado El imperio de los signos que es un largo comentario a base de fragmentos sobre la cultura japonesa que él vivió e intentó comprender, si es que “comprender” es la palabra más adecuada para ello. 

 

En la cultura japonesa importa más la forma que el fondo. El saludo ritual es obligado, cuando en occidente lo consideramos formal y eludible. Nos gusta, especialmente, en España la mala educación. Pocas son las fórmulas que subrayan nuestro código formal educado. Cuando llego a un sitio doy los buenos días pero veo que es algo que resulta rebuscado y evitable cuando puedo ir directamente a lo que quiero. Las fórmulas educadas, fruto de la cortesía, son orilladas y consideradas innecesarias. En la cultura japonesa la cortesía ocupa un lugar fundamental en las relaciones humanas, se emplea un tiempo que nosotros pensamos que es inútil en manifestar el respeto por la otra persona. 

 

Queremos ir a lo esencial, al sentido, y no nos estamos por las ramas. Cuando hacemos un regalo deseamos que sea importante para la persona que lo recibe, que tenga sentido. En la cultura japonesa esto no es deseable. Un regalo producto de su cosmovisión es envolver una caja de forma primorosa y dentro de ella, hay otra caja cuyo envoltorio es fruto de un arte cuidadoso y preciso, y en su interior hay otra caja y dentro otra caja envueltas, hasta llegar al final donde, si se abre, hay una fruslería de ningún valor. Esto es incomprensible para nosotros que anhelamos el valor sentimental o material de lo que regalamos. Importa más el fondo que la forma a diferencia de la cultura japonesa que es al revés. 

 

El fondo en la cultura japonesa es el vacío. No hay sentido, no hay regalo, no hay interpretación conceptual que justifique algo. 

 

Un poema clásico japonés es el haiku, es una combinación breve de cinco, siete y cinco sílabas que no quiere decir nada más allá de lo que dice, es una observación que podría pasar por banal y carente de núcleo mientras que nuestra poesía es densa y profunda, conceptual. Intentamos aplicar al haiku interpretaciones rebuscadas y artificiosas, pero no las tiene, y esa es su razón de ser. No expresa siquiera la transitoriedad de la vida o su carácter efímero. No es simbólico pero sí misterioso.

 

Las ciudades japonesas carecen de centro, el centro es una zona vacía, a diferencia de las ciudades occidentales en que el centro es la parte más importante de la ciudad y, de hecho, siempre cuando llegamos a una ciudad, preguntamos por el centro. 

 

Me doy cuenta de la paciencia que tiene mi amigo de caminatas en hablar con un hombre que pretende dotar a todo de núcleo, de sentido, de significación, cuando podría hablarse de lo frívolo, de lo banal, de lo superficial sin que la vida sufriera lo más mínimo. 

 

Me he propuesto escribir algún haiku alejado de la idea de sentido o de significación, todo en nuestra cultura apela al sentido, a la emoción, al yo, y en el fondo somos personas bastante faltas de ligereza. 

 

Si pudiéramos prescindir de esa obsesión por el sentido tan esencial en nuestra historia, en nuestra literatura, en nuestro modo de vivir, tal vez se abrirían nuevos campos de observación. 

 

Este escrito mismo es propio de una persona que anhela el sentido y no acepta lo frívolo o superficial. Pero ¿si acaso, la verdad estuviera en ello? Pero ¿acaso hay verdad o profundidad?

 

Un hombre escribe

Mientras la lluvia cae. 

Es el otoño. 

lunes, 3 de octubre de 2022

La sociedad transparente


Estoy leyendo La sociedad de la transparencia de Byung-Chul Han, autor del que he leído otros títulos de carácter filosófico y que siempre me hacen pensar. 

 

En estas líneas que siguen, intento interpretar y aplicar las ideas del libro a la sociedad en que vivimos, pero a mi manera, lo que puede distanciarme, tal vez, del desarrollo argumentativo del filósofo coreano, afincado en Alemania y cuya tesis doctoral fue sobre el pensamiento de Heidegger. 

 

La transparencia, se ha hablado mucho de ella. Se apuesta por una política transparente, por una economía transparente, por una sociedad transparente, es decir, que no sea opaca a la luz. Y este concepto es tenido por algo deseable por la mayoría de la gente. 

 

Paralelamente, en nuestra sociedad que aspira a ser transparente, se exhibe la intimidad personal, que se difunde por las redes sociales y medios de comunicación. Estos días circulan profusamente algunos asuntos personales de una relación de pareja en que ella se ha visto engañada. Parece que es una pasión nacional la que se ha extendido a favor de la novia burlada. Todo se enseña, la tendencia es a desnudarse en público como muestra de que no hay nada que esconder, y todo tiene que ser objeto de evaluación popular… Abunda la literatura testimonial del yo, la autoficción como expresión contraria al ocultamiento íntimo que se ha vivido en tiempos anteriores. 

 

Byung-Chul Han utiliza el término de pornográfica para calificar esta tendencia a exhibir todo sin lugares para el ocultamiento, los velos, la ambigüedad, el doble sentido, el misterio y a esto lo llama “positividad”. “La negatividad” es un concepto paradójicamente positivo, estimulante y válido a diferencia de la “positividad” que es un concepto opuesto y negativo. Nuestra sociedad apuesta por la “positividad” en un afán de transparencia y autenticidad desvelando cualquier atisbo de misterio o enigma, de oscuridad (es a lo que llama “negatividad”). Se rechazan y abandonan los mitos, lo rituales, la teatralidad como expresión de la objetividad para defender la autenticidad sin tapaderas, sin fingimientos. Queremos hombres y mujeres auténticos, que se muestren puros y tal como son sin disimulos u oscuridades. 

 

Sexualmente se quiere la claridad, no la seducción, el juego, el artificio amoroso. Se pide prácticamente un contrato jurídico para establecer una relación amorosa que explicite el consentimiento legal para pasar al juego del coito. Se excluye la ambigüedad, el doble juego (el no pero sí). Parecería que debiera haber un notario para legalizar una salida nocturna con apéndice. Me pregunto dónde quedaría el ritual amoroso sofisticado y complejo del amor cortés de la edad media. 

 

Se defiende la positividad, mostrar siempre y en todo momento las cartas bocarriba y se condena la negatividad que es dar lugar al juego, al rito, a la conquista, a los motivos ocultos, a la complejidad humana, en definitiva. 

 

Las redes sociales son un observatorio general para atisbar en profundidad en todo. Son un ojo infinito que escruta la más mínima materia oscura para hacerla transparente. Todo se debate, todo se muestra, se ilumina, se juzga, se evalúa y se condena o cancela si rompe nuevos códigos de limpieza ideológica. Millones de personas desde sus móviles observan y ponderan la realidad que deja de tener huecos sin iluminación. 

 

Por otra parte, la llamada positividad está presente en nuestra manera de considerar el mundo, las cosas y todas nuestras acciones y pensamientos que han de ser positivos, es decir, de acuerdo con un molde que excluye lo oscuro, lo doloroso, lo ambiguo, lo crítico, lo real diríamos nosotros. Las acciones políticas, las declaraciones públicas han de ser siempre positivas, e incluso se exige que nuestros pensamientos más íntimos deben responder a un esquema positivo. Fuera queda buena parte de la literatura y el arte universal que fueron en buena parte exposición de la negatividad. 


Los metadatos controlan nuestra vida, nuestro modo de entender las cosas, nuestros pensamientos, nuestras ideas, nuestro entretenimiento. Somos transparentes para el sistema. Es el reino de la positividad. 

 

Me costó entender el juego del filósofo coreano-alemán para entender que la negatividad es buena y la positividad problemática para él. 

 

Vivimos en el imperio de la positividad cuando mucho que subyace en nuestro interior es expresión de la negatividad, es decir, de lo complejo, de lo oscuro, somos seres de luz, pero también de sombra. Ahora se quiere que millones de focos estén siempre iluminando todo lo que pasa incluso en nuestro interior. Todo ha de ser transparente. No debe haber nada oculto. Todo se debe mostrar. 

 

¡Viva la negatividad!

 

viernes, 30 de septiembre de 2022

Acción-reacción

Hubo un tiempo en que a los niños se los educaba para ser buenos, obedientes, sumisos, responsables, educados… y eso dio lugar, a veces, a adultos obedientes, sumisos, responsables y educados que son manipulados y sienten un agudo sentimiento de culpa y miedo si no responden a los valores en que fueron condicionados cuando eran niños. Eso repercute en sus relaciones de pareja e incluso en la que tienen con sus hijos cuando son orillados y desdeñados precisamente por sus buenos sentimientos de sumisión. No todos los niños asumieron esta serie de valores y hubo algunos que se rebelaron. No hay peor cosa que ser un “buen niño” que reprime todo su magma interno para satisfacer a los demás. Tal vez sea un síndrome pasado, pero muchos adultos viven de acuerdo con una infancia en que se los enseñó a sentirse aplastados por los demás o por la fuerza de las cosas. 

 

Jordan B. Peterson, un psicólogo clínico canadiense, ha tenido diversos pacientes que vivían atemorizados por la realización de cierto tipo de libertad que les estaba vedada por su formación represiva. Él les enseñaba el poder de la maldad, que pudieran sentirse por primera vez capaces de hacer el mal, ese mal que tanto habían reprimido. Cuando por primera vez los “buenos niños” se encontraban con la posibilidad de sentir y actuar como “malos niños”, algo extraordinario se abría en ellos que los llevaba a ampliar su campo mental y sentir un placer inmenso de poder. 

 

La represión de los instintos, tan complejos y diversos, trae malas consecuencias. Uno necesita alguna vez sentirse un malvado, un desalmado, un maleducado, un perversor no sometido a la moral establecida. 


Nuestra época actual es aparentemente mucho más libre que aquella en que se formaron aquellos niños buenos, pero no es menos represiva en muchos sentidos. En mi experiencia de vida no he vivido un tiempo más puritano, más moralista, más reprimido que el actual en que todos moderamos y escondemos nuestra naturaleza rebelde para convertirnos en sumisos dependientes de los valores políticos correctos que nos son impuestos por los medios, por la ideología de época, por mil y un conductos oficiales que quieren de nuevo individuos sumisos, aunque debajo surja un submundo de malos sentimientos en las redes sociales que destilan odio, revancha y resentimiento. Malestar profundo que revela el estado latente del otro lado de nuestra personalidad obediente. Y lo terrible es que la izquierda es la potencia más represora de la libertad cuya fuerza motriz es el rencor. Uno que se ha sentido de izquierda la mayor parte de la vida, hoy se avergüenza de la deriva de sus convicciones a una ideología que amputa el sentimiento libre y pretende “reeducarnos” de acuerdo con valores políticamente correctos. Pero, como es natural, no hay acción sin reacción, esto es lo que no se dan cuenta. Podemos enterrar lo que odiamos pero, sin duda, resurgirá todavía con más fuerza. 

martes, 27 de septiembre de 2022

Gatos y libertad

Me siento frente a la ventana. Abro un libro: Memorias de un niño de derechas. Francisco Umbral. Me hago un café bien cargado. Los gatos corretean por el salón y salen dando saltos a la terraza. Uno es blanco, otro es negro y el último color dulce de leche. Pasa la mañana indolentemente. Hay un principio taoísta que es el Wu Wei, no hacer nada, renunciar a la acción, desasirse de la actividad. No buscar objetivos, no tener propósitos. Abro el libro que recrea, en una prosa espléndida, la España de los años treinta y cuarenta, la época del hambre y el frío, del estraperlo, la España de Cara al sol. Bebo lentamente el café. 

 

No hacer nada. Los gatos son especialistas filosóficos en el Wu Wei, la vida es para ellos un parque de atracciones y no tienen ningún propósito. Duermen mucho, juegan, comen, beben, se acurrucan junto a nosotros y nos hacen compañía, corretean, luchan entre ellos, hacen travesuras. Me pregunto si el ser humano con su capacidad para pensar y articular el lenguaje, con su autoconciencia, sus pulsiones hacia el bien y el mal es un ser más simple o complejo que los gatos. Mi hija dice que en la próxima vida quiere ser gato. Los observo cuando me distraigo de la lectura del libro que me gusta mucho. Umbral era un provocador adorable que perdía el oremus por las ninfas de diecisiete años con pantalones rojos ajustados. Cuando veía a una, la seguía por la calle hasta donde fuera. Y lo escribía, por ejemplo en Mortal y rosa. En este tiempo lo hubieran crucificado por pederasta. Un gatito viene y me mira. Le acaricio el lomo, y él se pone para que le rasque la barriga. Tienen una capacidad para el placer maravillosa, sin angustia, sin remordimiento, sin deseo de nada que no sea real. No anhelan nada salvo comer, dormir, cagar, que los acompañen, no necesitan el dinero ni una limusina para celebrar su cumpleaños. John Gray en su ensayo Filosofía felina. Los gatos y el sentido de la vida dice: “Los gatos pueden querer a los seres humanos, pero eso no significa que los necesiten o que sientan obligación alguna hacia ellos”. Doy fe.

 

Guerra en Ucrania. Miles de rusos huyen despavoridos por las pocas fronteras abiertas para escapar del reclutamiento forzoso de los reservistas. Es una guerra imperialista que no tiene sentido para ellos, pero sí para los ucranianos cuyo país ha sido invadido. Es muy diferente defenderse de una invasión que ser tú el invasor. Elecciones en Italia. Temores en una Europa que se mantiene con alfileres, pero nada de esto preocupa a mis gatitos que viven alegremente al margen de la geopolítica internacional. 

 

Bajo a la calle y me voy con el libro a tomar una cerveza. En el bar es donde mejor leo a pesar del barullo de los parroquianos que pegan la hebra. Manel, el camarero, en cuanto entro me escancia una cerveza tostada, una 1906. Me estoy tres cuartos de hora leyendo intensamente sentado a la barra. Hoy hace la comida mi hija. Normalmente soy yo quien la hace. 

 

Me pregunto, comiendo una tapa de ensaladilla que me han dado, si existe el libre albedrío, si esta mañana de Wu Wei es fruto de mi elección o lo es, como pensaba Spinoza, consecuencia no de mi libre elección sino de causas complejas que operan en mi organismo. El libre albedrío “consiste en la sensación de no saber qué vamos a hacer”. Me serena profundamente pensar que no existe el libre albedrío ese con el que la iglesia y el humanismo - y el existencialismo- nos carga con la elección de nuestras acciones, las elecciones y sus consecuencias. Yo no elijo, es mi naturaleza -misteriosa e incompresible para mí- quien elige por mí. Esto pensaba Spinoza y el taoísmo. La idea de libertad individual es un mito. También la neurociencia lo confirma. Solo existe el instinto de supervivencia. Y la concentración en el instante presente, ese que viven mis gatos de un modo tan absoluto. 

 

La vida es fruto del azar que no podemos controlar. Creemos elegir y no es así. Son las cosas las que nos eligen a nosotros. De ahí esa necesaria actitud atenta y concentrada ante el presente, único hogar posible, porque todo lo demás es fantasía. 

 

Vuelvo a casa. Pancho cuando abro la puerta, sale por un resquicio a la escalera, le sigue Sirius y no puedo evitar que Niebla salga también. Me miran con rostro enigmático, no me necesitan, si yo desapareciera no me echarían en falta. Ellos sí que no hacen nada salvo ser, estar presentes y ser ellos mismos, mientras que nosotros estamos fragmentados como fantasmas y deambulamos por la vida con la carga de la libertad y la necesidad de justificarla mediante nuestras acciones que deben ser productivas para llenar un vacío que entendemos erróneamente como aciago, cuando es luminoso. 

viernes, 23 de septiembre de 2022

Ainhoa II

He recibido carta de Ainhoa, una exalumna de hace quince años que me refiere cómo ha ido su vida tras un paso dramático y doloroso por el instituto donde era ella alumna y yo profesor. Era extremadamente inteligente en un contexto que no era el marco que ella hubiera necesitado y lo pasó mal porque ella era sensible y exigente, y la realidad del instituto del barrio le resultaba esencialmente mediocre y desmoralizadora. En el instituto sufrió acoso feroz por parte de compañeras que le dejaron unas heridas que quince años después no han cicatrizado todavía. El instituto las sancionó, pero eso no sirvió de demasiado porque el daño ya estaba hecho. Ahora vive feliz con su pareja en un pueblecito catalán de la montaña, tras huir -sí huir- de la población del extrarradio de Barcelona en que nació. Me escribe y me da cuenta de su vida, a un antiguo profesor con el que mantuvo una relación yo diría que más fecunda de lo habitual. 

 

Recupero un blog de la clase de aquel tiempo en el que los alumnos exponían sus opiniones sobre temas que les planteaba o sobre libros que eran de lectura en el trimestre. Vuelvo a aquel tiempo de la primavera de 2007 y leo las opiniones de aquellos adolescentes de cuarto de ESO sobre El guardián entre el centeno. Es un documento histórico y estremecedor, leído quince años y pico después. Dos de los alumnos que participaron en el debate sobre la novela sobre Holden Caulfield -vamos a llamarlos Cárol y Abdel- se hicieron novios y mantuvieron su relación unos doce años. Abdel era el prototipo de alumno de origen marroquí, nacido en España, extremadamente correcto y educado. Ella, Cárol, era una de las alumnas que acosaban a Ainhoa con más crueldad. Era guapa y aparentemente pacífica, pero a través de internet, ella y otras muchachas lastimaron gravemente la vida de Ainhoa. 

 

Hace tres años, la prensa española se hizo eco de un hecho terrible sucedido en el Reino Unido: Cárol había sido asesinada por Abdel en un ataque de celos porque aquella le había dejado y había concertado, tras doce años de relación, una cita con otro joven a través de Tinder. Abdel, que había ido a trabajar también a Londres para estar cerca de ella, no lo pudo soportar y, tal vez ebrio, como solía, entró en casa de Cárol y le asestó veintinueve puñaladas, varias de ellas mortales. La prensa española dio la noticia. Algunos lo relataron como "el moro" que asesina por una cuestión de honor a su exnovia. El juicio se celebró y condenaron a Abdel a cadena perpetua por asesinato con máxima responsabilidad a pesar de que él se declaró inocente y adujo que no la había seguido -las cámaras demostraron lo contrario- y que ella le había invitado a entrar en casa y que había sido ella quien primero le había acuchillado. Cárol murió. La cita de Tinder entró en casa y la vio en medio de un charco de sangre. Abdel, tras intentarse suicidar, fue detenido, juzgado y encarcelado de por vida. Todas las pruebas y evidencias demostraban su culpabilidad. 

 

Estos son los hechos que me ha traído de nuevo la afectuosa carta que me remitió Ainhoa que había sido torturada psicológicamente por Cárol y algunas otras compañeras. 

 

Es difícil establecer juicios y conclusiones en la vida, más en un caso terrible de violencia de género como este que parece de libro. Hombre abandonado y desesperado se venga asesinando a su exnovia. 

 

Pienso en la perspectiva de Ainhoa e intento comprender. Ha rehecho su vida pero no quiere recordar aquello, lo que vivió trágicamente cuando tenía quince años. 

 

Pienso que todos merecen su dosis de piedad. Cada uno ha vivido el drama de un modo u otro. Cárol ya no está, Abdel cumple condena, tal vez para siempre, en el Reino Unido. Ainhoa busca alejarse de los recuerdos -aunque estén vivos- y considera con cierta oscuridad lo que ha pasado y que no le evoca una ansiada justicia trágica ni poética, aunque ella en su momento anhelara suicidarse, pero solo pensar en lo que habrán sufrido su padre y su madre, le horroriza dicho dolor como cuando ella perdió a su padre. 

 

He pensado, he imaginado, un viaje al Reino Unido para hablar con Abdel en la prisión en que esté. Fui profesor suyo, quiero saber más. Detrás de la violencia de género siempre hay preguntas que no son fáciles de responder si no acudimos al catecismo de ideas y conclusiones preestablecidas y tranquilizadoras, pero no es sencillo adentrarse en las razones del asesino, sobre todo si lo consideramos con piedad. 

jueves, 15 de septiembre de 2022

Mariposas y osos polares


Empiezo a escribir sin tema definido. He leído que los mejores textos pueden salir de esta circunstancia. No sé de qué puedo hablar si no tengo una idea directriz. Tal vez de la marcha de la guerra de Ucrania. Al principio de esta puse en un balcón de mi casa una bandera ucraniana que ahí sigue a pesar de las ventoleras que la han agitado y que podían haber roto los dos precarios agujeros que le hice para sostenerla con alambres. Pienso que es un símbolo y el caso es que Ucrania sigue en pie frente a un ejército mucho más poderoso. Bueno, ya he dado el primer paso en cuanto a definir un tema, pero no quiero seguir con ello. Tal vez podría hablar de la caminata de veinticinco kilómetros que he hecho hoy desde Cornellà a Cerdanyola pasando por el Tibidabo y el turó de la Magarola para adentrarme en el bosque pero no quiero extenderme en ello, si acaso reseñar que he visto a lo largo del camino por el bosque unas tres o cuatro mariposas, tres anaranjadas y una blanca. Supongo que sabéis que las mariposas están extinguiéndose en el mundo por causa humana, también las luciérnagas leí el otro día. Hoy no he oído pajarillos en el denso bosque de Collserola y me ha preocupado. Era mediodía y casi otoño, pero otras veces había sido testigo -y los grabé- de los cantos de los pajarillos. Ayer leí que uno de mis ídolos de juventud, Fernando Savater, al que conocí el año 1996 porque lo invitamos a venir a mi instituto a hablar sobre Voltaire y la tolerancia, había escrito un artículo en que se unía a las huestes negacionistas sobre el cambio climático tras leer un libro carente de rigor cienfífico, Unsettled de Steven E. Kooning. Leí el artículo en cuestión y se me cayó el alma a los pies. Calificaba el movimiento de alerta por el clima de “histerismo ecológico” y que había que preocuparse menos por los osos polares y adaptarnos a lo que venga. Me pareció tan necia su posición que definitivamente me alejo de él. Estoy seguro de que no ha leído el libro Sueños árticos de Barry López en que habla de la vida salvaje en el Ártico, de su fascinante y precaria riqueza y concretamente de los osos polares que para Savater son una minucia irrelevante. Bah. Prefiero pensar en otras cosas. Hoy he comido en Cerdanyola en un restaurante que se llamaba La Mar Chica. En la mesa de al lado había una mujer mayor, la abuela, y su nieta jovencita. Esta trataba a la abuelita con ese tono condescendiente y cariñoso con que se trata a los viejos. Es el llamado edadismo que convierte a las personas mayores en discapacitados mentales. Seguro que todos conocéis ese tono afectuoso y de conceptos simples con que se habla a los viejos. Esto me preocupa. El otro día firmé un manifiesto de una asociación que pretende cambiar la definición de vejez que aparece en el DRAE que es vejatoria pues la relaciona con la torpeza y la senilidad. Tras la comida he seguido hasta la estación de RENFE, y he llegado para tomar el tren hacia Martorell, pero yo tenía que bajar en Hospitalet. En el tren ha habido animación. Un violinista ha tocado una pieza clásica acompañado de música grabada y francamente lo ha hecho muy bien. He pensado que qué prodigio tocar así el violín, yo que he sido negado para la música. Le he dado un euro y le he aplaudido. Luego me he cambiado de vagón y he asistido al espectáculo de un joven instagramer y rapero llamado Víctor Piacentile Gentderisc que cantaba con un cono de obras de carretera a modo de megáfono y estaba grabando unos vídeos para Instagram y Facebook hablando de niños con problemas que son llevados al psicólogo. Cantaba con voz sonora y tenía un discurso espontáneo y lleno de desparpajo pero no decía más que lugares comunes. He pensado que tal vez él ha sido uno de esos niños que tenían problemas en el instituto y ahora es un activista e influencer que se dirige a los jóvenes en un lenguaje generacional que a mí me es ajeno. He llegado a casa antes de lo que pensaba. La caminata de veinticinco kilómetros me ha costado unas seis horas. Me he duchado. Mi ropa estaba totalmente mojada por un un sudor espeso del esfuerzo y del calor que he pasado. Estaba contento. Caminar me pone de buen humor y el cansancio distiende mis músculos y duermo mejor. Hoy no he leído nada. Estoy con un libro titulado Britania conquistada del estadounidense Harry Turtledove (2002) en que plantea la hipótesis de que la Armada Invencible triunfó y conquistó Inglaterra y los españoles impusieron unos reyes católicos en la isla e introdujeron la Inquisición. La novela se estructura entre la compañía teatral de Shakespeare y Lope de Vega que es un admirador del primero pero a la vez es un informante de las actividades clandestinas que llevan a cabo los miembros de la compañía en contra de los intereses de los españoles. Es un planteamiento interesante. Posteriormente quiero leer Todas las almas de Javier Marías. El otro día leí que había personas en España que eran superlectores y que leían trescientos, doscientos o ciento y pico libros en un año. Mi ritmo es mucho menor pero es constante. No entiendo cómo se puede leer a esa velocidad dándole valor a lo que uno lee, y, además, leer no es una competición. El día acaba y yo también estoy acabando mi texto de hoy que no tiene tema pero a base de palabras he llenado un folio y medio. Es como el soneto de Lope de Vega, Un soneto me manda hacer Violante… Espero que penséis en las mariposas y en los osos polares. 

lunes, 12 de septiembre de 2022

Javier Marías in memoriam


Justamente a las 17.15 de ayer, once de septiembre, me llegó un guasap escueto de un amigo que decía: Ha muerto Javier Marías. Lo leí varias veces, pero no podía creer lo que expresaba la oración simple que había recibido. Rápidamente busqué en la prensa digital y, efectivamente, la noticia era cierta. Mi amigo del alma, Javier Marías, se había ido sin ningún aviso previo. Desconocía que estuviera enfermo, de modo que su muerte fue una total conmoción. 

 

He disfrutado mucho leyendo a Javier Marías. Su inteligencia británica, su ironía suave, su profundo conocimiento de la literatura se proyectaban en novelas sinuosas, con largas frases subordinadas que seguían el ritmo de un pensamiento que partía del presente para adentrarse en el pasado para alumbrar algún dilema moral en el que el lector participaba porque se hacía uno con la voz narrativa y asistía encandilado a los sesgos que tomaba el lenguaje en una fiesta contenida que nunca alzaba la voz de modo estridente. Era la elegancia en persona como narrador, aunque como articulista siempre tuvo fama de impertinente por decir claro lo que pensaba de todo. Tuvo fama de altivo y elitista, pero todos los que lo conocieron han dado la vuelta a esta creencia. Era el mejor de los amigos, comprensivo y generoso. Muchos de ellos han dado testimonio hoy en la prensa de la entrañable relación que tuvieron con nuestro novelista más internacional, cuyas obras están traducidas a cuarenta y seis lenguas y se han vendido más de ocho millones de ejemplares en todo el mundo. 

 

Tuve ocasión de leerlo hace tiempo pero no con toda la extensión que hubiera debido. Leí Corazón tan blanco y Mañana en la batalla piensa en mí, obras que lo llevaron a la fama internacional, a partir de la recomendación entusiasta en 1996 del crítico alemán Marcel Reich-Ranicki que hizo que su obra sedujera a los alemanes y que, según el crítico, Marías era uno de los mejores escritores vivos en el mundo. Pero no fue solo a los alemanes. Ingleses, holandeses, italianos y franceses cayeron bajo su embrujo narrativo. Leí más adelante Los enamoramientos, Berta Isla y Tomás Nevinson que me llevó de nuevo al corazón de su literatura. Nada más saber la noticia, encargué un nuevo libro que no he leído -me quedan afortunadamente bastantes por leer-. Ya tengo en mis manos Todas las almas, creo que la primera de las novelas que se ambienta en Oxford donde Marías fue profesor un tiempo. 

 

Hijo de un destacado filósofo español represaliado por el franquismo, Julián Marías, tuvo a su alcance una formación humanística e intelectual excepcional por su propio padre y por todas las relaciones que ello le proporcionó. Editor, bibliófilo, traductor extraordinario, profesor, novelista y articulista que vivía a caballo entre Madrid donde residía en la plaza Villa de Madrid y Sant Cugat donde vive su esposa -su viuda ya-.

 

Inteligente, culto, refinado, cosmopolita, anglófilo, gran creador de mundos novelísticos en donde el estilo es esencial. Ha muerto, probablemente el mejor novelista español en la cima de su creatividad. 

 

Afortunadamente nos queda su obra y eso permite seguir manteniendo el diálogo con él. Pienso que su figura seguirá viva. No se ha encumbrado como representante político de ningún sectarismo. Fue profundamente personal y no necesitó coturnos para crear una obra narrativa de las mejores del mundo. Sin duda, hubiera merecido el Nobel. Sin embargo, él rechazó los premios españoles oficiales, aunque recibió varios premios en varios países. 

 

He leído que algunos le tenían ganas por su supuesto elitismo y por su libertad extrema a la hora de expresarse con contundencia cayera quien cayera. Gruñón y cascarrabias fueron adjetivos que se adjudicaron al tono de sus artículos dominicales. No obstante, tenía que decirse en voz baja, que él se lo podía permitir, algo que muchos no pueden hacer. 

 

Sí, ayer fue la noticia. He necesitado leer mucho y escribir para acostumbrarme a su ausencia. Te seguiremos leyendo, amigo, me gusta sentirme amigo tuyo. ¡Ojalá sigas en Redonda, en el reino de la literatura!

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