
Llueve. Lunes por la mañana. Escribo en mi buhardilla. Pienso en mi post anterior y me atrae reflexionar sobre él. Se titulaba Bodhisattva en el metro. Es un cortometraje de la directora belga Christine Rabette sobre la que no he podido encontrar demasiada información. Sé que este filme recibió varios premios, entre ellos el Golden Wave en el año 2003 y que desde entonces va circulando por internet despertando sonrisas o abiertas carcajadas. No es un vídeo reciente, pero lo curioso es que sigue reproduciéndose en numerosos blogs y enlaces que hacen referencia a él.
¿Qué hay detrás de esta propuesta? En principio el título nos da alguna pista. Bodhisattva es un término budista de la escuela Mahayana que significa literalmente un ser viviente (sattva) que busca la iluminación (bodhi) y realiza prácticas altruistas. El bodhisattva es un ser que busca la iluminación para sí mismo pero también para los demás. La misericordia le lleva a considerar propio también el sufrimiento de los otros. Se afirma que el bodhisattva realiza cuatro juramentos en los que expresa su determinación de esforzarse por la felicidad de los demás. “Por innumerables que sean los seres sensibles, juro salvarlos; por inagotables que sean las pasiones, juro dominarlas; por ilimitadas que sean las enseñanzas, juro estudiarlas; por infinita que sea la verdad del Buda, juro alcanzarla”. Detrás del juramento del bodhissatva yace la decisión de librar a los demás del sufrimiento y de brindarles la posibilidad de una gran dicha.
El filme comienza en un túnel, en la oscuridad, ruido de raíles, vamos en un tren en el túnel de la existencia caracterizada por el sufrimiento connatural a todos los seres humanos. Vemos a los pasajeros. Son personas grises cuyos rostros reflejan ensimismamiento, aburrimiento, cansancio, aflicción. Cada uno esta encerrado en su propio padecimiento y parecen abrumados por las cosas. Sin embargo, en una parada sube un nuevo pasajero que contrasta con los demás. Luce una gran sonrisa pícara. Se sienta. Mueve la cabeza arriba y abajo y empieza a reírse sin causa aparente. Los demás pasajeros lo miran sorprendidos y tímidos. Su risa se convierte en carcajada en el vagón del metro. Algunos viajeros empiezan a sonreírse ante la sorpresa y de pronto la risa se extiende por todo el vagón que termina estallando en carcajadas por parte de todos y cada uno de los pasajeros que antes habíamos visto afligidos. Algunos comentaristas resaltaban el hecho de que la risa es contagiosa. Es cierto, como la pena, pero aquí hay algo más. Las risas en el metro revelan un estado de iluminación interior espontánea que lleva a los hombres y mujeres que allí están a ser conscientes de su verdadera naturaleza, la de budas, y entonces todos son poseídos por un abrasador estado de gozo interior y felicidad supremas que se comparte mediante la risa. Ahora todo es totalidad y plenitud. Todo es “aquí y ahora”. Los seres humanos han salido del pozo del sufrimiento en que estaban y por unos instantes han alcanzado el corazón del misterio, que no es misterio sino transparencia y luz.
En una parada entra un nuevo pasajero ajeno a lo que estaba pasando. Entra tímido y desconcertado oye las risas de los viajeros. Puede pensar que se ríen de él. Se sienta serio y circunspecto. Las carcajadas vuelven a estallar ante su perplejidad. El bodhissatva se queda concentrado observando la situación mientras los demás se carcajean y lloran de risa. Por unos instantes, los seres humanos, que de forma sana y natural aspiran a la felicidad y plenitud, han despertado y han contemplado su verdadera naturaleza, la de seres que participan del éxtasis de vivir y de la verdadera compasión.
El tren se sume de nuevo en la oscuridad, pero con el sonido de fondo de las risas que se siguen oyendo. La oscuridad y la grisura se ha convertido en luz intensa de reconocimiento y de iluminación interior.
El filme se titula Merci! y como una especie de resonancia sigue dando vueltas por la red como una piedra lanzada a un estanque cuyas ondas se multiplican y llegan a los corazones y las mentes de los que lo ven que ríen también, pero a la vez quizás vean algo más allá, o más acá, en el centro de todas las cosas. Todos los seres y fenómenos están interconectados. Nadie vive en un capullo aislado. El egoísmo nos cierra una visión más amplia. Y nada como la risa para aprender, la risa y la mirada levemente irónica del buda que sonríe enigmático, mientras que el Cristo, en el otro lado, muestra un estado inferior de sufrimiento y desgarramiento. Quizás ambas sean las dos caras de la moneda.
Una sonrisa. Y como escribía el otro día Al59
“Un viejo estanque. Al sumergirse una rana, ruido de agua”.