Páginas vistas desde Diciembre de 2005




miércoles, 4 de mayo de 2016

A propósito de un examen de sintaxis



Hemos empezado mayo y siento en el ambiente compartido de alumnos y profesores síntomas de fatiga. Es el noveno mes de curso, la primavera arrecia, y los corazones van basculando poco a poco hacia otras dimensiones menos galácticas. Es la hora del esfuerzo final, el sprint de los campeones, la última cuesta, la más empinada, la que lleva al reino académico de Ávalon. Un curso es corto o largo, depende de si lo estás viviendo o lo recuerdas en perspectiva. 

En perspectiva es un latido, un tic del reloj, un vistazo a derecha o izquierda y poco más. Pero es largo si lo vives día a día, clase a clase, unos como profesor y otros como alumno. ¡Qué de conocimiento esparcido en las mentes! ¡Qué de letanías y homilías piadosas que llevan poco o nada al esfuerzo supremo! Un curso académico es una ceremonia metódica que corresponde al tiempo cíclico. Circular. Una vuelta más sobre el eje. Un giro más en torno al sol. 

Y en medio, el crecimiento de estos muchachos que andan por aquí. Llegaron con doce años, casi niños, y salen ya con ansias de mayores, de querer revertir el curso del cosmos a su imagen y semejanza. En definitiva eso es la vida. Una lucha entre el yo y el mundo. Entre ese universo pequeño en que nos despertamos cada día y la comprensión de todo lo que nos rodea. Un cruce a veces dulce o dramático. Doloroso siempre. Porque vivir es aprender a llevarnos con el dolor. Hacerlo nuestro. Y trascenderlo. Un instituto con su trajín frenético de centenares de adolescentes que luchan y crecen para comprender dónde están en relación a sí mismos y a los demás. Suben y bajan por las escaleras, gritan, se pelean, se aman, sienten la amistad como nunca mas se vuelve a percibir, la traición, la burla, el sinsentido... 

No han leído a Shakespeare pero no hace falta, forma parte de la cultura inconsciente de nuestro mundo. La vida es una pasión ciega, una obra de teatro donde unos personajes se agitan y no entienden que están representando ora una comedia, ora una tragedia. La máscara de la risa y la del llanto no están tan alejadas. Yo los veo y siento sus vidas palpitantes, lujuriosas de vitalidad, de esperanza, de fe en sus propias existencias a pesar de las dificultades. Y yo estoy dentro de ese caudal tormentoso de sentimientos que son como torrentes que hay que amansar. Hoy un alumno me preguntaba qué significaba temperar y yo le he dicho que lo que hacemos los profesores cuando entramos en el aula. Calmarles, llevarles a algo que centre su atención, un ejercicio, un tema, una lectura ... Su inercia latina los lleva a la dispersión. No son muchachos finlandeses, no. No viven cerca de la Laponia que los enfría. No. No son chinos ni coreanos dóciles y disciplinados. No, son pasionales e indóciles, llevan en su genética el ADN del Mediterráneo. Una propensión al grito y a la hoguera. El profesor paladea cada instante de ese fluir vital a lo largo de diez meses cada año. 

Y cuando llega mayo, y la calor, la fatiga hace su aparición. Igual que historias de sensualidad y de deseo. Hoy pasándoles la película La casa de Bernarda Alba dirigida por Mario Camus en 1987, han sentido el prodigio de la obra en total silencio, solo roto por la masturbación con su sombra de Martirio, la mujer más interesante de la obra de Lorca. No es Adela ni Bernarda Alba. No. Esa casa cerrada entre sombras y luto donde solo hay silencio y pasiones sexuales desatadas. Como este instituto mezcla de casa de Bernarda Alba y el patio de Monipodio cervantino. Un azar, un caos incierto en que nos agitamos representando una obra en que nosotros somos magos del conocimiento del siglo XXI y ellos seres más sedientos de vida que de otra cosa. Y llegan valoraciones de lo enseñado y lo aprendido, y los profesores se quedan siempre con un gesto que si alguien pudiera fotografiarlo se haría de oro. La cara de un profesor cuando corrige un examen de sintaxis es digna de un retrato psicológico. Se resume en ella toda la realidad del proceso, y el mes de mayo, en sazón, y sus alumnos más preocupados de sus sentimientos que de las oraciones subordinadas sustantivas. Evohé. 

El profesor no siente pesadumbre. No. El es parte de la obra y no es precisamente Pepe el Romano. No. Él otea el horizonte y clama por que llegue el mes de junio y el fin de la travesía una vez más. Entre el sentimiento y la razón ¿quién duda que nos posee el sentimiento a nosotros y a ellos? Y podemos comprenderlo. Nosotros tampoco aceptaríamos estar encerrados seis horas diarias recibiendo infinidad de datos y llevar tareas para varias horas en casa. Todo para comprender la cultura de nuestro mundo. Tantos años, tantos. Cuando anhelarían estar corriendo por las praderas viendo copular a los leones y bañándose en cataratas de aguas cristalinas. Pretendemos hacer crecer el intelecto, pero el río que nos lleva nos muestra nuestros límites, nuestra incerteza también. El mundo no hay quien lo entienda. Nunca ha podido entenderlo nadie. Solo se vive. Como se pueda. Danzando a veces, cantando otras, arrastrándose ... o desnudándose cuando pasa Pepe el Romano

Hoy he visto a dos alumnas besarse en la boca tiernamente. Son ya novias. Y una cuida de que la otra haga los deberes. Nada puede parar la vida en un edificio donde se juntan tantos sentimientos desatados. El conocimiento es parte de lo que pasa aquí. Y eso cansa. Solo falta la recta final. El último repecho. No es cuestión de quedarse en Babia lamentando cómo la sintaxis no es el lenguaje preferido por nuestros alumnos. Las palabras hacen el amor, explico en clase. Pero ni aun así. Me falta la genialidad de un Lorca para expresarlo con palabras y revelar un mundo que para ellos ya será inolvidable. ¡Bernarda! grita María Josefa, que se quiere casar a la orillita del mar...

sábado, 30 de abril de 2016

Cómo escribir una novela juvenil sin morir en el intento


Se aproxima la fecha de entrega de la novela breve (20-25 pags) que han de presentar mis alumnos de tercero de ESO. Quedan dos semanas. Se la encargué hace unos seis meses y ha planeado dicho proyecto sobre ellos desde entonces. Es un combate subterráneo que va creciendo en el túnel de la creación y la motivación íntima. Veo a muchos desconcertados buscando inspiración cuando en un principio parecieron tener las cosas más claras. 

La hoja en blanco los aterra. No me extraña. 

Sé que es importante para ellos, pero son ellos precisamente quienes han de encontrar la salida a este enigma que tienen planteado. En conversaciones con ellos salen propuestas como los finales abiertos o cerrados, la autoficción, los temas o tonalidades de la novela: triste, de amor, de terror, el diseño de los personajes... Los hay silenciosos que llevan el tema en el interior de su caletre pero que no han dejado de pensar en él. Los hay más expansivos que cuentan algo de la novela. Las fechas se acercan y eso supone una tensión acrecentada sobre el proceso de ideación y realización. Este es un buen caldo de cultivo. Sé que no todos las van a presentar a pesar del alto valor que tendrá en la nota de evaluación. No puedo imponer que todos y cada uno de ellos la escriban, pero intuyo que un alto número lo hará. Les atrae o magnetiza. Y les horroriza. Como a cualquier escritor, como a cualquier poeta, como a cualquier bloguero cuando tiene que escribir un post. Por experiencias anteriores, sé que esta novela será inolvidable en su vida aunque no vuelvan a escribir nunca más de ese modo.

Este proyecto busca precisamente generar esa tensión en que son como personajes enjaulados y han de buscar una salida del laberinto montado por los investigadores. La única salida fascinante es escribir la novela dejándose la piel en ello. Construir un mundo imaginario con sus propias leyes. Sin embargo, hay otra salida en el comienzo del laberinto donde hay una puerta enorme abierta para escapar sin ningún riesgo. Simplemente, no escribirla.


¿Qué harán?


martes, 26 de abril de 2016

Chernóbil como metáfora existencial


Hoy hace treinta años de la catástrofe nuclear más espantosa de la historia. El 26 de abril de 1986 estallaba el reactor 4 de la central de Chernóbil lo que estuvo a punto de provocar una explosión termonuclear que fue evitada por el sacrificio heroico de centenares de miles de liquidadores que se expusieron a niveles de radiación inimaginables, lo que llevó a que miles de ellos murieran o quedaran gravemente afectados. La ciudad de Pripiat a tres kilómetros de la central fue desalojada y sus habitantes jamás pudieron volver a ella. Se creó un círculo de protección de treinta kilómetros que continúa todavía. La noticia tardó unos días en llegar a occidente pues la URSS censuró todo tipo de noticias al respecto. Aquella fue la catástrofe de origen técnico más grave de la historia de la humanidad. Chernóbil está en Ucrania pero los efectos devastaron a la vecina república de Bielorrusia, patria de Svetlana Alekxievich que publicó en 1997 un libro estremecedor, Voces de Chernóbil, que recomiendo vivamente porque aquello no es algo que deba ser olvidado.

Era la era Gorbachov y su política de apertura de la URSS. Esta catástrofe, junto a las graves consecuencias de la intervención en Afghanistán, supusieron el final de la URSS como estado soviético.

Rememoro aquellos días de abril de 1986 y no recuerdo que tuviera clara idea de la dimensión de la catástrofe que estaba teniendo lugar. Ha sido leyendo el libro de la Premio Nobel Alekxievich cuando he sido consciente de aquello. Fue el final de una era. El homo sovieticus, producto de la educación socialista de la URSS, se enfrentó con una altísima dosis de sacrificio de su vida por los demás, a aquello que fue peor que una guerra. Miles y miles de liquidadores (soldados, trabajadores, pilotos) se ofrecieron para intentar apagar aquello y construir un sarcófago para el reactor.  Todos los que estuvieron en Chernóbil y sobrevivieron – miles y miles murieron abrasados- fueron estigmatizados y quedaron marginados y aislados. Aquellos hombres eran héroes y recibieron medallas pero no eran buenos para tener hijos. Los árboles se pusieron rojos por la radiación, luego pasaron al naranja. Los niños aprendieron que todo estaba contaminado. Que no debían tocar la yerba, las flores, los árboles. A aquellos niños que vivieron aquello se les acabó la niñez de repente. Ya jamás rieron. Hubo centenares de miles de abortos, el análisis de tiroides arrojó niveles de radiación 300 veces superiores a lo normal. A las ancianas les salió leche de los pechos, radiactiva, claro está. La radiación se transmitió genéticamente y aquellas madres pasarán dicha carga a sus potenciales hijos.  La edad media de los bielorrusos descendió a cincuenta años. Desaparecieron los pájaros. Hoy día la naturaleza en torno a Chernóbil es hermosa, radiante en primavera, pero todo está contaminado por centenares de miles de años.

El comunismo saltó por los aires. La vida soviética se había acabado. Los rusos aprendieron a decir “yo” en lugar del “nosotros”. Se había terminado un sistema de valores colectivo del que muchos se sentían orgullosos. El estado mintió y no protegió a sus ciudadanos. La central había sido construida con apresuramiento, sin ninguna calidad, y en ella no había ni un físico nuclear pero sí numerosos comisarios políticos. Fue la crisis de un modo de vida. Los burócratas soviéticos creyeron que podrían controlar la reacción en cadena del reactor, que obedecería sus órdenes. En algún sentido fue peor que la guerra, pues en esta, se sabe dónde está el enemigo. Se puede entender, pero aquello no. Nadie estaba preparado para lo que pasó.

Chernóbil fue una metáfora existencial, un símbolo de la impotencia del ser humano frente una catástrofe incontrolable. Parece un tema de una novela de Dostoievski. El alma rusa tiene una clara inclinación a lo trágico y allí se evidenció, en tal como lo vivieron los habitantes de la URSS. Filosofando frente al reactor.

Luego solo quedó el silencio.

Se buscaba al enemigo, pero no estaba. El comunismo se acabó. Y empezó una salvaje transición al capitalismo que derruyó trágicamente el espíritu colectivo que se había enfrentado a Chernóbil. La era soviética se había acabado.

Este año no, pero en 2017 quiero ir a visitar aquello. Quiero conocer directamente el escenario de la central. He sido tibio respecto a mis opiniones sobre la energía nuclear. Pero tras Chernóbil y Fukushima, los seres humanos tienen derecho a saber a qué se enfrentan. En los días de la catástrofe se emitieron a la atmósfera 100 veces más elementos radiactivos que en las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki.


viernes, 22 de abril de 2016

Félix de Azúa y el sistema educativo catalán.


Hace unas semanas Félix de Azúa en una entrevista manifestó algo parecido a que en Cataluña en la escuela se enseñaba a odiar a España. Pongo aquí el enlace a su entrevista en La Vanguardia. Esto fue en vísperas de su ingreso en la Real Academia Española. Félix de Azúa se ha trasladado a vivir a Madrid desde que nació su hija.

No he leído a Félix de Azúa, lo reconozco. No soy consciente de su obra literaria, pero esto no me va a servir para denigrarle ni para insultarle ni para condenarle al infierno de los réprobos catalanes, víctimas de autoodio como muchos han querido hacer con Azúa.

Llevo treinta y siete años en el sistema educativo catalán. Evidentemente mi visión es parcial, solo conozco aquello que he vivido en los centros en que he estado. Vi que sus afirmaciones levantaban olas de reprobación contra él desde muchos ángulos de la comunidad educativa o desde sectores muy variados que vieron en sus declaraciones algo abominable y vergonzoso. Miserable leí en algún sitio.

¿Es cierto que en Cataluña se enseña a odiar a España en las escuelas? Es algo muy arriesgado sostener esto sin un adecuado y sutil análisis. Tal vez es escribir con trazos gruesos un sentimiento que tiene algo de real pero que expresado así es poco adecuado. Yo no diría que en los centros de enseñanza se enseñe explícitamente a odiar a España, al menos de forma generalizada, pero sí que se actúa de forma coordinada para vivir sin la presencia de España o lo español. En efecto, nada hay en el sistema educativo que evoque a España, en todo caso, se menciona de pasada algo sobre un “estado español” que está en alguna parte pero lejano y en todo caso nunca de forma afectuosa o cálida. Cae sobre esa expresión una frialdad absoluta. Esto no quiere decir que algunos profesores sí que prediquen, los hay, desdén y rencor contra esa realidad. Desde los medios de comunicación desde luego todo lo relacionado con lo español en cualquiera de sus formas es considerado rancio, casposo, facha, españolista....

En cualquier fiesta, en cualquier celebración, en cualquier objeto como una agenda escolar, se omite totalmente cualquier referencia a España, país en el que se supone que estamos dentro. Ni a sus fiestas. Es obvio que el día de la Constitución es tabú. O el doce de octubre. Yo no diría que se educa en el odio, pero sí en el desdén, en la distancia, en la omisión completa de esa referencia que para muchos de los que están detrás es odiosa, claro está. El término España no existe en la realidad educativa catalana. Es objeto de una omisión clamorosa. Es algo que es tan palpable que no nos damos cuenta siquiera. Para mí profesor de lengua sé que es totalmente inapropiado que yo escriba en ningún sitio administrativo que soy profesor de lengua española. Lo soy de lengua castellana, que es tolerada siempre que no se salga de los cauces discretos donde debe estar. Nadie nos persigue, lo digo por propia experiencia de tres décadas largas en el sistema educativo catalán, pero sabemos que hemos de ceñirnos a unas normas implícitas que ya se aplican de forma inconsciente.

Hoy por ejemplo, en la fiesta de Sant Jordi, ninguna referencia a Cervantes. Celebración festiva, animada, participativa, emocionada, todo lo que se quiera. Premios de escritura en lengua castellana y catalana, es bien cierto. Pero cuidado con salirse del tiesto celebrando algo que es ajeno a la tradición cultural propia. No digo que fuera reprimido, no, pero no se suele hacer, por lo que sea.

Me imagino la situación en Francia y se me hace inconcebible. En un centro de enseñanza que no se hiciera mención jamás de la palabra Francia, y que se evitara toda referencia a la literatura francesa, o que la bandera tricolor no pudiera ondear de ninguna manera. Pacto de silencio absoluto al respecto. Esto es lo que pasa en Cataluña.

Los profesores de lengua castellana no recibimos ninguna especial malevolencia abiertamente. Es todo más sutil. Ya tenemos asumido nuestro papel y no nos salimos de él. Es pura supervivencia. No sé si es temor o solo saber dónde estamos. Advierto que a veces mantenemos conversaciones inapropiadas pero cerramos la puerta para que no se nos oiga en el pasillo. No ha habido en mi centro ninguna propuesta para celebrar el cuatrocientos aniversario de la muerte de Cervantes. Me pregunto qué hubiera pasado si se hubiera querido hacer algo destacable al respecto, es decir, algo con resonancia entre la comunidad educativa. No sé qué hubiera pasado. Tal vez nada, pero nunca se sabe. Por lo que sé, es mejor no mear fuera de tiesto y permanecer adaptado al ambiente en que sabemos que eso no es conveniente. Ya me entienden.

Los anómalos como yo aprendemos a nadar entre dos aguas. A veces tenemos alguna salida del guion, pero oportunamente se nos obvia y se nos ignora. Esta es la fuerza más poderosa que opera sobre cualquier persona, la reducción a la insignificancia.

Doy clase en un centro educativo en una comarca mayoritariamente de habla castellana (ya ven que escribo acorde al guion). En las clases jamás manipulo a mis alumnos pero se sorprenden muchos cuando menciono el nombre de España. ¿Cuánto hace que has llegado a España? –pregunto a un alumno marroquí o peruano. Estoy seguro de que nadie le ha hecho esa pregunta jamás en el instituto. Mi única rebelión es atreverme a violar el tabú de mentar la realidad de España. Por lo demás jamás he hablado del asunto con mis alumnos. Los respeto y no quiero intervenir de ninguna manera.

Me pregunto cómo será la realidad en la Cataluña profunda, esa Cataluña interior donde hay esteladas en todas partes, incluidos ayuntamientos, paseos, glorietas, cimas montañeras, albergues de montaña... Esa Cataluña que respira nacionalismo por cada poro y que sabe que la desconexión hace mucho tiempo que ya es una realidad. Forma parte de un plan que lleva más de treinta años realizándose.

Pero ya digo que solo hablo de lo que conozco.



domingo, 17 de abril de 2016

El Quijote y yo


Con motivo del cuatrocientos aniversario de la muerte de Miguel de Cervantes, propongo un juego literario en el que en cien palabras habréis de expresar vuestra relación con el clásico más clásico español. ¿Cómo fue vuestra lectura? ¿O no lectura? ¿Qué tiene de vivo la obra de Cervantes? Si lo detestas, también la opinión es valiosa.


Yo comenzaré con el primer comentario.

Selección de entradas en el blog