Hace unas semanas
Félix de Azúa en una entrevista manifestó algo parecido a que en
Cataluña en la escuela se enseñaba a
odiar a
España. Pongo
aquí el enlace
a su entrevista en
La Vanguardia.
Esto fue en vísperas de su ingreso en la
Real
Academia Española.
Félix de Azúa
se ha trasladado a vivir a
Madrid
desde que nació su hija.
No he leído a Félix de Azúa, lo reconozco. No soy consciente de su obra
literaria, pero esto no me va a servir para denigrarle ni para insultarle ni
para condenarle al infierno de los réprobos catalanes, víctimas de autoodio
como muchos han querido hacer con Azúa.
Llevo treinta y siete años en el sistema
educativo catalán. Evidentemente mi visión es parcial, solo conozco aquello que
he vivido en los centros en que he estado. Vi que sus afirmaciones levantaban
olas de reprobación contra él desde muchos ángulos de la comunidad educativa o
desde sectores muy variados que vieron en sus declaraciones algo abominable y
vergonzoso. Miserable leí en algún
sitio.
¿Es cierto que en Cataluña se enseña a odiar a España
en las escuelas? Es algo muy arriesgado sostener esto sin un adecuado y sutil
análisis. Tal vez es escribir con trazos gruesos un sentimiento que tiene algo
de real pero que expresado así es poco adecuado. Yo no diría que en los centros de
enseñanza se enseñe explícitamente a odiar a España, al menos de forma generalizada, pero sí que se actúa de
forma coordinada para vivir sin la presencia de España o lo español. En efecto, nada hay en el sistema educativo
que evoque a España, en todo caso,
se menciona de pasada algo sobre un “estado español” que está en alguna parte
pero lejano y en todo caso nunca de forma afectuosa o cálida. Cae sobre esa
expresión una frialdad absoluta. Esto no quiere decir que algunos profesores sí
que prediquen, los hay, desdén y rencor contra esa realidad. Desde los medios
de comunicación desde luego todo lo relacionado con lo español en cualquiera de
sus formas es considerado rancio, casposo, facha, españolista....
En cualquier fiesta, en cualquier celebración,
en cualquier objeto como una agenda escolar, se omite totalmente cualquier
referencia a España, país en el que
se supone que estamos dentro. Ni a sus fiestas. Es obvio que el día de la Constitución es tabú. O el doce de
octubre. Yo no diría que se educa en el odio, pero sí en el desdén, en la
distancia, en la omisión completa de esa referencia que para muchos de los que
están detrás es odiosa, claro está. El término España no existe en la realidad educativa catalana. Es objeto de
una omisión clamorosa. Es algo que es tan palpable que no nos damos cuenta
siquiera. Para mí profesor de lengua sé que es totalmente inapropiado que yo
escriba en ningún sitio administrativo que soy profesor de lengua española. Lo soy de lengua castellana, que es tolerada siempre que
no se salga de los cauces discretos donde debe estar. Nadie nos persigue, lo
digo por propia experiencia de tres décadas largas en el sistema educativo
catalán, pero sabemos que hemos de ceñirnos a unas normas implícitas que ya se
aplican de forma inconsciente.
Hoy por ejemplo, en la fiesta de Sant Jordi, ninguna referencia a Cervantes. Celebración festiva,
animada, participativa, emocionada, todo lo que se quiera. Premios de escritura
en lengua castellana y catalana, es bien cierto. Pero cuidado con salirse del
tiesto celebrando algo que es ajeno a la tradición cultural propia. No digo que
fuera reprimido, no, pero no se suele hacer, por lo que sea.
Me imagino la situación en Francia y se me hace inconcebible. En
un centro de enseñanza que no se hiciera mención jamás de la palabra Francia, y que se evitara toda
referencia a la literatura francesa, o que la bandera tricolor no pudiera
ondear de ninguna manera. Pacto de silencio absoluto al respecto. Esto es lo
que pasa en Cataluña.
Los profesores de lengua castellana no
recibimos ninguna especial malevolencia abiertamente. Es todo más sutil. Ya
tenemos asumido nuestro papel y no nos salimos de él. Es pura supervivencia. No
sé si es temor o solo saber dónde estamos. Advierto que a veces mantenemos
conversaciones inapropiadas pero cerramos la puerta para que no se nos oiga en
el pasillo. No ha habido en mi centro ninguna propuesta para celebrar el
cuatrocientos aniversario de la muerte de Cervantes.
Me pregunto qué hubiera pasado si se hubiera querido hacer algo destacable al
respecto, es decir, algo con resonancia entre la comunidad educativa. No sé qué
hubiera pasado. Tal vez nada, pero nunca se sabe. Por lo que sé, es mejor no
mear fuera de tiesto y permanecer adaptado al ambiente en que sabemos que eso
no es conveniente. Ya me entienden.
Los anómalos como yo aprendemos a nadar
entre dos aguas. A veces tenemos alguna salida del guion, pero oportunamente se
nos obvia y se nos ignora. Esta es la fuerza más poderosa que opera sobre
cualquier persona, la reducción a la insignificancia.
Doy clase en un centro educativo en una
comarca mayoritariamente de habla castellana (ya ven que escribo acorde al
guion). En las clases jamás manipulo a mis alumnos pero se sorprenden muchos
cuando menciono el nombre de España.
¿Cuánto hace que has llegado a España?
–pregunto a un alumno marroquí o peruano. Estoy seguro de que nadie le ha hecho
esa pregunta jamás en el instituto. Mi única rebelión es atreverme a violar el
tabú de mentar la realidad de España.
Por lo demás jamás he hablado del asunto con mis alumnos. Los respeto y no
quiero intervenir de ninguna manera.
Me pregunto cómo será la realidad en la Cataluña profunda, esa Cataluña interior donde hay esteladas
en todas partes, incluidos ayuntamientos, paseos, glorietas, cimas montañeras,
albergues de montaña... Esa Cataluña que respira nacionalismo por cada poro y
que sabe que la desconexión hace mucho tiempo que ya es una realidad. Forma
parte de un plan que lleva más de treinta años realizándose.
Pero ya digo que solo hablo de lo que
conozco.