Claustro final de curso. Los profesores van llegando lentamente mientras el director –un entusiasta de su función- va desgranando la información sobre plantillas y nuestra situación como Plan estratégico de zona. Pregona los recursos adicionales que nos corresponden como instituto privilegiado. El acta de la reunión anterior ha sido aprobada sin haber sido leída por prácticamente nadie a excepción del que la ha redactado. No hay nada que discutir.
Un claustro es una reunión esencialmente (el 99%) informativa. No ha lugar a discusiones pedagógicas. Estas son malvenidas. Los profesores van a pasar una hora y media allí por imperativo legal pero no se espera de ellos que aporten nada a lo ya planteado. Se entiende que cualquier iniciativa polémica lo único que hace es retrasar la tarea del claustro y el director replica con cajas destempladas para evitar la continuidad de la discusión.
Desgraciadamente hoy día no se espera de los profesores iniciativas ideológicas de ningún tipo, y sus intervenciones han de ser meramente informativas y de modo abreviado. Así hemos conseguido que el claustro se haya despojado de cualquier misión decisoria o meramente de reunión de debate interno sobre el estado de ánimo de los profesores. Un claustro está sometido a la instancia superior que es el Consejo Escolar que tampoco debate nada y sólo es un trámite administrativo más. El resultado es que toda la política del centro se basa en las decisiones de una junta directiva elegida por la administración y alguna entelequia burocrática. A veces lo hacen bien y a veces lo hacen rematadamente mal pero no hay lugar al debate o a la discusión. Todo está decidido de antemano.
La tarea de los profesores, en un entramado meramente burocrático y carente de espontaneidad, es la de irse acomodando a los obstáculos administrativos que se va a encontrar: el papeleo que nadie lee pero que se produce en cantidades ingentes. Aunque a veces hay profesores con alma que introducen en su tarea elementos personales y vivenciales. Nuestros alumnos son la parte viva del asunto, pero en general también se han contagiado de una sociedad normativizada y esquematizada y carecen en general de imaginación. Es malo tener iniciativas. Es la idea interiorizada porque cualquier iniciativa ha de pasar por un entramado burocrático. Todo está controlado menos lo que se escapa a cualquier tipo de control: el comportamiento humano que está sujeto a variables infinitas. Sin embargo, la burocracia encontrará un medio de integrarlo. Diseñará estrategias, creará nombres para definir, derivará, y en todo caso para eso está el aula que ha de ser como un centro de combate en el que el profesor ha de bregar con la incertidumbre humana.
Un claustro hoy día resume perfectamente nuestra situación anímica y existencial Es absolutamente plano y sin idea alguna. Estas son negativas. Lo que vale es conocer la normativa y los reglamentos.
Uno añora años de debates salvajes en la enseñanza, claustros ácidos y polémicos, alumnos combativos y con iniciativa. Con brillo en los ojos porque mil ideas anidaban en ellos. Y para ellos, un centro escolar era un centro de ideas, de creación, de alimento espiritual en que los profesores procurábamos innovar por necesidad y por convicción.
Hoy día la educación se ha empapado del sentimiento que lo invade todo: la norma y el reglamento. Afortunadamente hay compañeros blogueros que todavía emanan ilusión y ganas de innovar. Éste todavía es un territorio salvaje, uno de los pocos que nos quedan en medio de una enseñanza fosilizada y esclerótica. Esta visión me la da, al menos, mi comparación con otras épocas más vivas e inquietas.
Un claustro es una reunión esencialmente (el 99%) informativa. No ha lugar a discusiones pedagógicas. Estas son malvenidas. Los profesores van a pasar una hora y media allí por imperativo legal pero no se espera de ellos que aporten nada a lo ya planteado. Se entiende que cualquier iniciativa polémica lo único que hace es retrasar la tarea del claustro y el director replica con cajas destempladas para evitar la continuidad de la discusión.
Desgraciadamente hoy día no se espera de los profesores iniciativas ideológicas de ningún tipo, y sus intervenciones han de ser meramente informativas y de modo abreviado. Así hemos conseguido que el claustro se haya despojado de cualquier misión decisoria o meramente de reunión de debate interno sobre el estado de ánimo de los profesores. Un claustro está sometido a la instancia superior que es el Consejo Escolar que tampoco debate nada y sólo es un trámite administrativo más. El resultado es que toda la política del centro se basa en las decisiones de una junta directiva elegida por la administración y alguna entelequia burocrática. A veces lo hacen bien y a veces lo hacen rematadamente mal pero no hay lugar al debate o a la discusión. Todo está decidido de antemano.
La tarea de los profesores, en un entramado meramente burocrático y carente de espontaneidad, es la de irse acomodando a los obstáculos administrativos que se va a encontrar: el papeleo que nadie lee pero que se produce en cantidades ingentes. Aunque a veces hay profesores con alma que introducen en su tarea elementos personales y vivenciales. Nuestros alumnos son la parte viva del asunto, pero en general también se han contagiado de una sociedad normativizada y esquematizada y carecen en general de imaginación. Es malo tener iniciativas. Es la idea interiorizada porque cualquier iniciativa ha de pasar por un entramado burocrático. Todo está controlado menos lo que se escapa a cualquier tipo de control: el comportamiento humano que está sujeto a variables infinitas. Sin embargo, la burocracia encontrará un medio de integrarlo. Diseñará estrategias, creará nombres para definir, derivará, y en todo caso para eso está el aula que ha de ser como un centro de combate en el que el profesor ha de bregar con la incertidumbre humana.
Un claustro hoy día resume perfectamente nuestra situación anímica y existencial Es absolutamente plano y sin idea alguna. Estas son negativas. Lo que vale es conocer la normativa y los reglamentos.
Uno añora años de debates salvajes en la enseñanza, claustros ácidos y polémicos, alumnos combativos y con iniciativa. Con brillo en los ojos porque mil ideas anidaban en ellos. Y para ellos, un centro escolar era un centro de ideas, de creación, de alimento espiritual en que los profesores procurábamos innovar por necesidad y por convicción.
Hoy día la educación se ha empapado del sentimiento que lo invade todo: la norma y el reglamento. Afortunadamente hay compañeros blogueros que todavía emanan ilusión y ganas de innovar. Éste todavía es un territorio salvaje, uno de los pocos que nos quedan en medio de una enseñanza fosilizada y esclerótica. Esta visión me la da, al menos, mi comparación con otras épocas más vivas e inquietas.