He leído el post de Jordí Martí, Xarxatic,
titulado Mucho larala y poco lerele
con alguna zozobra porque es un docente al que leo con alguna frecuencia y con
interés. Tiene puntos de vista excéntricos pero personales sobre la escuela y
el quehacer educativo. En este post Mucho larala y poco lerele, Jordí Martí
ironiza sobre los postulados innovadores en educación que atribuye, creo
entender, al esnobismo, a las modas, a una visión de ciertos gurúes de la
educación que propugnan enfoques revolucionarios sin haber pisado un aula. Y
luego, los docentes se dan de bruces con la realidad, esa circunstancia
inclemente regida por la entropía y el caos. Sostiene que hay centenares de
artículos que hablan de las estrategias más experimentales y rompedoras en el
ámbito educativo, pero que no se traducirán en un cambio porque la realidad es
más terca que estos hálitos innovadores. Claro que la privada va por delante,
pero lo hace por mercadotecnia, para venderse, algo que la pública no tiene que
hacer. Ya hablaremos en junio,
termina machacando Xarxatic.
Este artículo me ha producido una fuerte sorpresa
en un momento en que intento implementar un enfoque innovador para mis clases,
basado en la experimentación más radical ante el convencimiento de que el
método tradicional: Explicación, pizarra,
estudio y examen está condenado al fracaso en el ámbito en que yo me muevo.
No sé en otros. Además en este verano me he empapado del pensamiento educativo
más experimental y me he quedado sorprendido de que hay innumerables intentos
que van desde los Estados Unidos, a Europa, a países latinoamericanos y
asiáticos ... por concebir otro tipo de escuela que vaya más allá de una que
sentimos que ha fracasado en el tiempo actual. El mundo educativo hierve, lo he
podido apreciar. Hay intentos renovadores en todos los puntos del orbe,
teorizaciones, experiencias, enfoques muy distintos de la escuela que conocemos
en que se estudia sin pensar, solo memorizando y sin incorporar el aprendizaje
a la propia experiencia.
La realidad, ¡ah, la realidad! Infame,
caótica, disruptiva, trituradora de cualquier plan previo que se intente llevar
a cabo en aras de una escuela distinta... Reconozco que tengo un punto de
inocencia por más batacazos que me haya dado en mi vida como profesor, y han
sido muchos. Realmente si yo tuviera que ceñirme a mi experiencia y a la
entropía a que ha dado lugar tendría que ser un gato escaldado y salir
corriendo con el rabo entre las piernas. Debería apuntarme a la moderación de
la imaginación y ser prudente y conservador. Las cosas como siempre se han
hecho tienen algo de taumatúrgico. Por algo se han hecho así. Los profesores en
general de mi instituto son fuertemente tradicionales en sus métodos. Raramente
apuestan por algo distinto. El otro día el ponente de que hablaba nos alertó
contra la experimentación y la innovación. No dijo por qué pero se podía
deducir que entendía que eran elucubraciones en el vacío sobre algo que tiene
unas fuertes bases en la realidad, la enseñanza tal cual en que hay un profesor
y unos alumnos a los que hay que violentar para intentarles enseñar. Con
empatía nos decía, acercándonos a sus circunstancias, amablemente. Pero estaba
claro que no sentía que la escuela estuviera en crisis. Jordi Martí teme a esa realidad a la que no se puede confrontar con
sueños y utopías. Por más diseñadas y planificadas que estén. Por un momento, leyéndolo, temblé, en unos
días en que gozo ideando el curso, cada clase, grabando vídeos, haciendo mapas
conceptuales, estructurando mi experiencia. He pasado el mes de agosto
trabajando más de quince horas diarias en la planificación de este curso con la
intención de trabajar de otro modo, de crear un clima en clase riguroso e
imaginativo, alegre y distendido, reflexivo e interesante en que los alumnos
sean más protagonistas que nunca. Hay momentos en que siento miedo, claro que
lo siento. ¿Por qué arriesgarse a hacer las cosas de modo diferente? Es
suicida, se puede pasar muy mal. Los chicos son un elemento humano cuyas
respuestas son inciertas y pugnan por deshacer cualquier plan previo. ¿Debería
hacer caso a Xarxatic y preparar un
plan B que me permitiera la supervivencia en un año que debería ser la antesala
de mi despedida de la enseñanza? ¿Por qué contradecir las llamadas a la
prudencia? Intento explicarme a mí mismo y no lo logro. ¿Por qué hago esto? Es
difícil de saber. Tal vez porque lo otro me aburre mortalmente. Me aburre a mí
y aburro a mis alumnos, en consecuencia. Solo yo sé la pasión con que he
iniciado esta última andadura. Todos los que han hablado conmigo han tenido que
escuchar las bases de mi revuelta contra los bloques monolíticos de la escuela.
He trabajado mucho en este mes de agosto y septiembre, pero también he gozado
pensando en que por fin tenía herramientas solventes para intentar modificar la
realidad, transformarla. He vivido con íntima satisfacción cada pieza que ponía
en el puzzle intelectual que sustenta esta nueva visión de la educación y que
pretendo implementar en mi centro. Hay una profesora que me escucha y
compartimos ideas y estados de ánimo. Sin ella no tendría con quién hablar.
Otra compañera me prevenía lúgubremente contra los fracasos.
¿Por qué no sestear este año y dedicarme
a lo que sé que funciona? Más o menos, añado, porque funcionar funcionar es un
decir. El resultado de hacer lo que toca es previsible: una suma de
aburrimiento descomunal por parte de profesores y alumnos que estos días sufren
–ambos- como una condena el comienzo de curso. Hay una depresión generalizada.
Creo que en general no gustan las aulas. Unos se pasan las vidas en ellas
aguantándolas y otros sufriéndolas.
Yo, en cambio, gozo como un camello,
esperando explicarles a mis alumnos de tercero que este año vamos a desarrollar
otro estilo de aprendizaje: el basado en el pensamiento y la inversión de la
dinámica de la clase (el Flipped
Classroom), el aprendizaje cooperativo, el juego dentro del aula y la
introducción de la imaginación en ese espacio tan desapacible que espero
apasionante para ellos y para mí.
Sin duda, estoy como una cabra. Ya
hablaremos en junio. ¿Tendrá razón Jordi
Martí?