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miércoles, 4 de octubre de 2006
Un viejo maestro
¿Por dónde comenzar su pequeña historia? Ha cumplido ya ampliamente la cincuentena pero sigue siendo un enamorado de su trabajo y de sus alumnos. Le quedan escasos años de ejercicio profesional y él lo lamenta. No entiende la vida sin sus conflictivos discípulos de primero y segundo de la ESO. Es un monstruo de la profesión por su dedicación, por su entrega y su actitud generosa y abierta a las novedades pedagógicas. Su vida es su trabajo. Éste es una poderosa droga que le mantiene vivo y alerta.
Sabe pautar el trabajo de sus alumnos. Cree que el trabajo del profesor se sustenta sobre una meditada planificación; sostiene que una serie de actividades sencillas secuenciadas y progresivas supone un cierto nivel de aprendizaje. Los demás nos debatimos entre las dudas y damos palos de ciego, mientras él desarrolla un método científico de enseñanza. Todos sus alumnos le aprecian. Con él no hay fracaso, nadie o prácticamente nadie se queda descolgado de la asignatura. Con él todos trabajan a gusto: ilustran las imágenes de sus dossieres y responden a sus preguntas hábil y sabiamente estructuradas. Todos aprueban con Dimas porque sabe ponerles el caramelo de un aprendizaje ameno y sencillo. Sin darse cuenta aprenden más de lo que con cualquier otro método hubieran logrado.
Le veo andar ágilmente por los pasillos. Tiene una personalidad enérgica y poderosa dedicada en cuerpo y alma a sus chicos. Son la sal de su vida. Padece del corazón y ha sufrido varias crisis cardiacas, pero él sigue entregándose a la enseñanza con la misma fuerza y entusiasmo de siempre. Algunos pensamos que corre un serio peligro con las dosis de medicamentos estimulantes que toma para lograr mantener su actividad docente. Entiendo su aceleración, su vigor, su energía… Le vienen también de la convicción de que se puede hacer algo seriamente por los alumnos. Él fue un alumno con problemas de aprendizaje y hubo de sufrir un amargo calvario en sus años de estudiante. Al final se quedó solo con el profesor que venía a enseñarle a casa. Se dijo que el se dedicaría a la enseñanza de un modo integrador y no segregador.
El fracaso no forma parte de su sistema de educar. Aprender exige un esfuerzo y él conoce el sistema de que todos sus alumnos, incluso los más desmotivados, trabajen y cumplan con ese esfuerzo necesario. Sus resultados son casi milagrosos. Los alumnos acuden entusiasmados a sus clases impartidas con Power Point, entre otros métodos de enseñanza, y completan con dedicación absoluta los dossieres que él les va proporcionando. Para mí es un misterio ver como lo consigue, pero lo hace con un enorme derroche personal de energías que no sé cuánto tiempo lograra mantener.
Me ha supuesto muchas horas de reflexión la figura de Dimas. Yo no querría ser como él, pero le admiro. En cierta manera envidio la geometría de su sistema integrador, progresivo y experimental. Yo no puedo dejar de ser anárquico y de cometer errores de principiante. Me falta el método y quizás su convicción absoluta y prioritaria de que lo que está haciendo es fundamental. Quizás yo relativizo mi influencia sobre mis alumnos y me sé sumamente imperfecto. Junto a grandes fallos, de vez en cuando sé encontrar algún camino certero y vuelvo a casa satisfecho. No obstante, mi labor, a mi juicio, está llena de luces y sombras. No he encontrado el sistema definitivo. Busco y busco y no dejo de poner en tela de juicio mis hallazgos anteriores. Soy un caos hecho carne, pero a veces, en el devenir de los días tengo alguna pequeña satisfacción en medio de otros sinsabores.
Sin embargo, hoy he visto a Dimas casi desbordado. El clima de clase con treinta alumnos por curso, muchos de los cuales no saben escribir y son sumamente inquietos, es cada vez más complicado y agotador. Son muchos cursos y mucha faena para casa. Organizar y planificar llevan un montón de horas añadidas al trabajo habitual. No le he visto cansado pero sí al límite de la resistencia física y psíquica. No es bueno para su corazón tomar sustancias estimulantes para mantener el ritmo de trabajo. Entregarse en cuerpo y alma a una profesión tiene sus costes; entregarse por entero a los alumnos es dejarse devorar por un animal mitológico. Hay que encontrar, me digo, zonas de reserva, de higiene mental, de distancia personal y de relativización de la tarea.
En todo caso, quede como ejemplo de honradez profesional, de entrega sin límites, de sabiduría en el ejercicio de su labor de maestro siempre promoviendo e integrando a sus alumnos, siempre dándoles un ejemplo positivo y humano. Siempre haciéndoles ver que son mejores de lo que ellos se creen que son, siempre orientándoles hacia caminos rectos y comprometidos, siempre extrayendo de ellos lo mejor de ellos mismos. Siempre con ellos hasta el final. Un hermoso ejemplo de lo que es ser maestro hasta la frontera de las fuerzas personales.
sábado, 30 de septiembre de 2006
Hafida en su nuevo curso
Los lectores de mi blog del curso pasado recuerdan al entrañable grupo de cuatro niñas bereberes que formaban parte de mi tutoría. Sufrieron, si lo recuerdan, un verdadero caso de acoso escolar por parte de muchachas “del país”. El formar parte de un grupo que no se integraba demasiado con el resto de la clase y el hecho de ser diferentes despertaba la agresividad en alumnas muy poco dotadas que veía en ellas una ocasión de desahogarse y proyectar sus carencias.
El grupo se ha deshecho: una de ellas ha marchado a otra ciudad; dos –las más flojitas- han pasado a un cuarto de “ritmo más lento”, más por una adaptación curricular que por auténtico nivel académico. Tienen muchas carencias empezando por su escaso dominio de los idiomas castellano y catalán. Es normal, llevan tres o cuatro años en España y el hecho de que vivan en ambientes casi herméticos no facilita su integración. Se añade el hecho de ser mujeres lo que dificulta aún más su aclimatación porque las muchachas marroquíes se relacionan entre ellas pero escasamente con el resto de compañeros con los que hay una enorme distancia cultural.
Sin embargo, me preocupa Hafida. Esta muchacha es muy inteligente. En consecuencia ha sido trasladada a un grupo de ritmo académico “normal”, con alumnos en su inmensa mayoría españoles. Ella puede seguir el ritmo de la clase. No le falta agudeza, tesón e inteligencia. El problema es que Hafida está aislada del resto de sus compañeros. El año pasado sufría claros signos de rechazo por parte de sus condiscípulas. Este año, al menos al comienzo de curso, es objeto de una extrema indiferencia. Es como si un círculo de soledad la rodeara. Se parece a los personajes de la saga de los Buendía en la novela de García Márquez. Viéndola a ella puedo comprender la soledad extrema de la familia del coronel Aureliano. Ella es sumamente sensible y humana. Es capaz de analizar su realidad y entorno, pero pertenece a otra forma de ver las cosas que no concuerda con la que domina entre sus compañeros, especialmente las muchachas.
Su concepción del mundo es más moral, más recatada, más puritana. Es mujer y su hiyab marca un círculo de aislamiento en torno a ella. Es un signo de cubrimiento y de subordinación de la mujer respecto al hombre; es un signo que denota que la mujer pertenece a una determinada moral y forma de comportarse, lo que incluye que no le sea fácil –casi imposible- establecer relaciones con otros compañeros, especialmente muchachos aunque sean de su misma cultura bereber. Es curioso porque estas chicas a veces vuelven a Marruecos y allí sus antiguas amigas no llevan pañuelo en la cabeza porque intentan acercarse a la modernidad. Es en España donde sus padres se convierten en conservadores y quieren que en una sociedad corrompida sus hijas estén marcadas, que no sean miradas como iguales a las demás.
Tengo alumnas de origen magrebí que han nacido en España y tienen un aire muy diferente. Son muchachas de aquí, a pesar de lo que puedan sugerir sus apellidos y su físico. Hay un salto cualitativo en su integración.
Quizás haya que darle tiempo al tiempo, y esperar que la evolución natural de estas muchachas las lleve a integrarse, a ser más iguales a los demás. Sin embargo, veo que es difícil. Hafida tiene mucho que aportarnos. Su temperamento sensible y su inteligencia no es fácil de encontrar. Es un caso único entre los que he conocido. Me asusta su soledad, su aire concentrado y trabajador, pero también su tristeza. Se sabe sola y diferente. La tutora –una profesional excelente- está intentando que sus compañeros se acerquen a ella, que no la dejen aparte, pero es ella misma la que no casa con el ambiente que no es especialmente negativo en este caso.
Pienso en Francia en las leyes antivelo y no puedo dejar de sentirme identificado con ellas. En la escuela pública no deberían permitirse signos distintivos por razón de sexo o de religión. Sé que es algo que suscita polémicas y que aquí en España no se comparten en general los argumentos de la escuela laica y republicana francesa: pero los símbolos que impliquen subordinación de la mujer así como pertenencia religiosa deberían ser evitados en las aulas. No sé cómo funciona la experiencia francesa. No me parece que haya ido mal ni que haya habido excesivos problemas de aceptación o acatamiento. Al menos no han trascendido a la prensa española.
El multiculturalismo es un mito. Los inmigrantes deben integrarse, deben impregnarse de los valores dominantes en la cultura de acogida. Son ellos los que deben aprender las costumbres y valores del país de llegada. Es un flaco favor el que hacemos planteando que todas las culturas son iguales y somos nosotros los que debemos adaptarnos a su idiosincrasia. Occidente significa muchas cosas. Sin duda, nuestro pasado no está limpio y tampoco nuestro presente, pero quien opta por venir aquí no debería pensar que podrá seguir viviendo en un gheto con valores y cultura distintos. Como si no hubiera cambiado de coordenadas. Hafida merece la oportunidad de pertenecer a este mundo. Necesitamos su humanidad, su capacidad reflexiva, su sensibilidad. Si la conocieran advertirían que es un prodigio de persona, pero está terriblemente triste y sola…Sé que el hiyab no es el único motivo, pero sin duda la marca intensamente, igual que su cuerpo totalmente cubierto incluso en verano. Es un motivo de reflexión.
miércoles, 27 de septiembre de 2006
La imaginación adolescente
Los red de blogs educativos nos vamos conectando y algunas propuestas de algunos compañeros son recogidas y llevadas a la práctica con ilusión. Es el caso de la idea que lanzó Antonio Solano en su blog Re(paso) de lengua. Proponía la continuación a los alumnos de un fragmento de un texto de Quim Monzó.
El sugerente texto era el siguiente:
Hace no mucho tiempo, ocurrió en una ciudad italiana un hecho curioso. El párroco de un barrio marginal observó que una pareja de feligreses acudía todas las tardes a la iglesia. Eran unos jóvenes de aspecto latinoamericano que se sentaban en un capilla lateral y permanecían allí en silencio durante una hora, al cabo de la cual se marchaban con la misma reserva y cautela con la que habían llegado. El sacerdote, intrigado por la devoción mariana de aquellos extranjeros, los vigilaba a veces sin apreciar nada sospechoso. Durante un mes, los jóvenes no faltaron un solo día. Pero pasado ese tiempo…
Este el el punto en que detenemos la narración. ¿Cómo la continuarán los artistas adolescentes? He leído unas cincuenta redacciones de cuarto de ESO en las que hay continuaciones de todo tipo. La humilde iglesia se va a convertir en un foco de intrigas suculentas; el párroco y los feligreses se convertirán en el centro de conspiraciones sin fin. Veamos.
En primer lugar distinguiríamos a grandes rasgos las escritas por muchachas de las escritas por chicos. Estos últimos urden unas tramas bastante truculentas en las que se mezclan con frecuencia el tráfico de drogas, que se distribuye desde la parroquia, porque los devotos feligreses eran traficantes taimados que aprovechaban su estancia, aparentemente rezando, para dejar dosis de droga blanca en los bancos. En muchas versiones los dos feligreses mueren violentamente, pero también el sacerdote acaba asesinado en varios casos de forma bastante extrema (estrangulado, asfixiado, a hachazos, ahorcado, en ritos satánicos –este motivo se repite con frecuencia- , como consecuencia de una brutal paliza…). En alguna redacción, los dos parroquianos tenían escondido a un bebé en una habitación escondida de la iglesia y lo estaban criando. En otros casos se tratan de terroristas -en alguna de las redacciones son de la ETA- que cometen atentados con explosivos. A veces los asesinatos son un tanto esotéricos o aparecen espíritus o voces de ultratumba o el sacerdote practica exorcismos a algún endemoniado. En alguna, se trata de una secta que asesina religiosos y la policía logra desarticularla y encuentran a cuarenta y siete curas muertos. En una, el párroco, herido en el suelo, es descubierto por los jóvenes. Resulta sorprendentemente que quieren convertir la iglesia en un MacDonalds y la derrumban con el cura dentro. En otra versión el cura era esquizofrénico, mata a los feligreses y luego se suicida. La nómina de personajes es extensa: atracadores, traficantes de droga, miembros de sectas satánicas, terroristas, espíritus, estafadores, miembros de bandas peligrosas...
Las chicas, en general, urden otro tipo de tramas aunque alguna coincide con las citadas anteriormente. Hay más lugar para los sentimientos. Aparecen repetidamente enfermedades. Los latinoamericanos comerciaban con droga porque tenían a una hija enferma de cáncer. En otra, rezaban para que alguien saliera del coma. Un detalle curioso es que las muchachas tienden a ponerles nombres a los protagonistas y a resaltar sus sentimientos. El tema de la enfermedad de alguien es recurrente o también la muerte de un hijo. Una alumna destacada acaba la redacción con un estallido emotivo. El cura abrazando a la mujer que está llorando. “El cura la acogió entre sus brazos” porque Antonio, su novio, iba a morir. Otra muchacha idea una historia de cambio de religión. Los feligreses dejan de ir a la iglesia porque se han hecho budistas; en otra, sencillamente no van porque han vuelto a su país. Una muchacha sensible presenta a la pareja muerta. Se habían suicidado por la enfermedad terminal que padecían. En otro caso, encontramos a los dos muertos con las manos unidas y desconocemos el motivo de la muerte.
También hay que decir que cuando alguna muchacha es macabra o gore, lo es en grado superior a los varones. Es el caso de dos o tres redacciones que tienen que ver con ritos diabólicos, animales monstruosos, bandas extremadamente violentas, asesinatos escalofriantes…
Esta es la imaginación adolescente, poco dada a la matización y al detalle. Raramente detenida en el estudio del carácter de los personajes. Está claro que como a Lope de Vega les interesa más la acción que el desarrollo de los caracteres. Lo importante es que sucedan muchas cosas en un lapso de tiempo increíblemente corto con el terrible coste de la verosimilitud. Pocas de las redacciones resultan verosímiles. Todas son tramas increíbles, llenas de acontecimientos hiperdramáticos. Pocos han apostado por la normalidad y la cotidianidad. Se diría que en el momento de ponerse a imaginar tienen un mundo de estereotipos surtidos por los medio de comunicación y series televisivas. De hecho destacan historias llenas de violencia, sangre, drogas, enfermedades terminales, ritos satánicos, asesinatos rituales… Alguno refleja lecturas próximas al Codigo da Vinci de Dan Brown, aunque no tengo constancia de que ninguno lo haya leído. Su imaginación en general es sesgada y estereotipada. Denotan una gran falta de lecturas. Sus fuentes de inspiración llegan de otro lado. El conjunto, salvo algún caso excepcional, sugiere una gran penuria de recursos imaginativos de carácter literario.
Pero este es nuestro alumnado. ¿Cómo desarrollar su imaginación? He ahí el problema, el que plantea salirse de los lugares comunes. Aquí estamos. Estas son nuestra limitaciones y nuestro desafío. Pero cuesta contrarrestar esta tendencia...
domingo, 24 de septiembre de 2006
Atención Parcial Continua
Nuestros alumnos están inquietos, les es difícil prestar atención a las explicaciones largas y prolijas. Tienen dificultades para enlazar argumentos y razonamientos. Se diría que están con ganas de saltar, como si tuvieran lagartijas en el culo, mientras nosotros les queremos obligar a estar quietos y a comprender conceptos abstrusos que les explicamos. Sin embargo, no pueden retenerlos, su imaginación vuela desbocada o desordenada y nuestras palabras no logran concentrarlos con frecuencia.
Este es el mundo en que vivimos frente a nuestros alumnos. Las actividades prolongadas no lograr cautivar su atención. Son necesarios distintos estímulos sucesivos, que se presenten, a ser posible en forma de juegos no demasiado complicados y preferentemente visuales.
Los publicistas han llamado a esto la Atención Parcial Continua. En un artículo publicado en El País, Vicente Verdú reflexiona sobre ello. Es en la publicidad donde más ha sido aplicado el concepto. Los receptores de información son infieles. Es inútil pretender absorber su atención en algo fijo; más eficaz es introducir los mensajes en el quehacer de los clientes. Fastidia la continuidad, es más util introducir el mensaje formando parte de un juego o entretenimiento en el que se caiga por azar.
Esto significa que el receptor de mensajes está con su mente dividida entre varios estímulos sin jerarquía entre ellos. Es más ágil para saltar de un lado a otro pero es mucho más superficial, recuerda poco y no ahonda en ningún lado.
Este es el pasajero de la era digital. No es necesariamente más tonto, pero sí más banal y con una escasa capacidad para retener la continuidad, la profundidad y la jerarquía. Es capaz de mantener una atención parcial hacia varios lugares simultáneamente, de forma rápida y siempre simplificada. Es lo que se llama dumbing down o atontamiento hacia mínimos. La tecnología permite ser usada con un mínimo de conocimientos. Se ha dicho que esta lasitud implica una disminución temporal del cociente intelectual. La movilidad permanente bloquea cualquier tipo de profundización.
Nuestros alumnos no añoran otro tipo de forma de ser las cosas. Somos los profesores veteranos los que constatamos el problema, lo que para ellos no lo es. Es el mundo que han conocido y es inútil hablarles de otra forma de entender la información. Este es su amado mundo, lleno de información dispersa y atractiva que reclama visualmente su atención que nunca llega a concentrarse en algo concreto demasiado tiempo. La gracia está en ir saltando de imagen en imagen, que pronto suscita cansancio o aburrimiento. El profesor se convierte obligadamente en un guía del ocio, en un animador cultural, en un formador discontinuo que ha de variar con frecuencia de actividad sin ahondar demasiado en ninguna.
Las iglesias hace tiempo que se han dado cuenta del problema y también se han adaptado al lenguaje audiovisual instantáneo y fragmentario especialmente las iglesias protestantes y los templos budistas. Esa percepción del Absoluto que reclamaban hace un tiempo ha ido variando y ahora es todo más animado y burbujeante, más superficial y frívolo. El templo del señor se ha centrado en una pantalla televisiva donde aparecen imágenes sugerentes o el sacerdote se ha hecho un maestro de ceremonias que imita a los presentadores de la televisión en un programa musical o concurso de televisión.
La política también se ha hecho parcial y dispersa. Nadie recuerda muy bien lo que un día u otro dijeron nuestros dirigentes. Parecería que nadie, salvo las hemerotecas, a las que nadie va a consultar, recordara lo que expresaron no hace mucho tiempo. Sólo cuenta el eslogan del momento que va a ser emitido en el telediario. Se busca el impacto inmediato, no la apelación al razonamiento y a la memoria. A nadie parece importarle esto.
Nuestros alumnos viven, en consecuencia, en un mundo inestable e irreverente frente a la autoridad. Nuestras clases han de adaptarse a su idiosincrasia, a su modo de percibir el mundo y la realidad. Es un mundo volátil en el que la concentración no tiene excesivo lugar. Si logramos retenerlos durante unos minutos es un éxito. Hemos de calmarlos, saberlos serenar en este estadio de permanente inquietud y necesidad de salto y de novedades.
Unos minutos de poesía al día, unos instantes de detención, de fijación en un mundo que se sabe inestable pero que necesita de la quietud para reflexionar, para observarse a sí mismo, son un éxito en nuestra tarea. Hemos de pensar en ello.
miércoles, 20 de septiembre de 2006
Literaturas orientales
Para mí es un descubrimiento y una gozada impartir esta asignatura. Es nueva para mí y me inicio en ella como un adolescente enamorado de sus predios y valles, montañas y cordilleras. En efecto, es la primera vez que doy Literatura Universal en primero de bachillerato. Hasta ahora me había dedicado a la Literatura Española con algún toque de literatura europea.
Mi primera conmoción ha sido encontrarme con el tema titulado “Literaturas orientales” que engloba a las literaturas más antiguas del mundo, esto es, la china, la india y la hebrea. ¿Qué sabía en profundidad de ellas? He tenido que recordar mi lectura lejana del filósofo Lao Tse y su libro imperecedero, el Tao Te King, lo que significa “el libro del recto camino”. Lo había leído hace veinte años pero el libro acabó, como otros de sabiduría oriental, en manos de otras personas. No sé por qué pienso que estos libros, auténticas cumbres del pensamiento filosófico y humano, han de pasar de mano en mano, y así sucedió con el Tao Te King. Se lo regalé a una alumna que había sufrido un accidente que le tuvo varios meses entre la vida y la muerte. Se llamaba Montse. Recuerdo que tras la lectura de Lao Tse, le presté un libro de Krishnamurti titulado El coraje de estar solo, que era uno de mis preferidos entre su extensa obra. Aquella alumna vino tiempo después a hablar conmigo. Su vida había cambiado tras aquella durísima experiencia cercana a la muerte, pero la lectura de Lao Tse y Krishnamurti la habían transformado. Se había hecho más ligera, más serena y más alegre. Veía la vida como desde el otro lado dejandola fluir sin excesivo esfuerzo. Hasta lo que había pasado, se consideraba una muchacha seria y concentrada, pero ahora todos sus amigos decían que era un prodigio de buen humor y alegría. Se sentía bien consigo misma y lo proyectaba al exterior.
Nunca sé muy bien qué pudo haber pasado por su cabeza. Por un lado estuvo el accidente, pero por otro, la lectura de dos joyas del pensamiento oriental que fueron como esas piedras que arrojamos al río y producen ondas concéntricas que llegan no se sabe muy bien adónde.
Recordaba a Montse cuando hablaba en clase del libro del Tao, de la filosofía de la dualidad del yin y el yang, de la literatura india con obras tan monumentales como el Ramayana y el Mahabharata dentro del cual hay otra obra maestra como es el Baghavad Gita. Su traducción es “El canto del bienaventurado”. Es un monólogo de Krishna a su discípulo Arjuna. Fue éste un libro de culto en el mundo anarquista y hippie de los años sesenta del siglo pasado pero antes fue lector entusiasta suyo Henry David Thoreau (1817-1862), el autor de Walden, o la vida en los bosques, una de las utopías más espléndidas creadas en la edad contemporánea sobre la vida contemplativa en armonía de la naturaleza. Hemos hablado, en consecuencia, de Thoreau. Ellos, mi grupo de ocho alumnos, habían buscado información sobre él para luego ponerla en común. Fue un importante precedente del Leon Tolstoi y del Mahatma Gandhi con su Tratado sobre la desobediencia civil. Es un antecesor de ideologías como el ecologismo y la ética ambientalista, la no violencia y el vegetarianismo… Pues bien, Thoreau escribió en su diario: “Todas las mañanas lavo mi intelecto con la estupenda y cosmogónica filosofía del Baghavad Gita… En comparación con estas enseñanzas, nuestra civilización y literatura modernas parecen mezquinas y triviales”.
Sólo nos hubiera faltado trasladarnos subrepticiamente al bosque y haber metido nuestros pies en el agua del río y leer fragmentos del Walden o del poeta Walt Whitmann, su maravilloso Hojas de Hierba, o quizás del Baghavad Gita o del Tao Te King, quizás también algunos poemas del Cantar de los cantares o del Eclesiastés, joyas de la literatura hebrea.
Pero no, ha sonado el timbre de final de la clase. Mis ocho alumnos estaban desconcertados. Tenían ante ellos a alguien que no les estaba preparando para un examen que hubieran de aprobar sino a alguien que pretendía mostrarles libros e ideas importantes, que estaba lanzando piedras al estanque para que hicieran un viaje concéntrico quién sabe adónde. Hemos dedicado dos días a un tema marginal de la historia de la literatura universal y hemos de pasar a otros temas más cercanos como son las literaturas griega y latina. El profesor tiene la sensación de haberse equivocado de época y le hubiera gustado formar una academia peripatética en que estos libros hubieran podido degustarse y vivirse de una forma intensa y dialéctica. Quizás estas ideas reprimidas llevan a mesianismos insoportables como el que latía en El club de los poetas muertos sobre el que flota la influencia de Henry David Thoreau. Afortunadamente, sólo han sido dos clases en las que el profesor ha hecho el amago de iniciar un viaje a un destino alejado de nuestra filosofía de vida actual. Afortunadamente, ha sonado el timbre y ha deshecho el encanto de nuestros pies en el agua.
sábado, 16 de septiembre de 2006
Ilusión
Comienza el curso y ante mí tengo a varios cursos de cuarto de ESO que esperan con expectación cómo se va a ir desarrollando la asignatura de Lengua Castellana. Este inicio siempre me sume en intensas reflexiones sobre cómo enfocar la materia. El profesor puede ceñirse a cumplir el programa, lo que es ir desgranando y cubriendo tema tras tema de literatura, de comprensión lectora, de gramática, de léxico, y de ortografía; todo ello unido a las lecturas obligatorias. Es una posibilidad. No salirse un ápice del guión o del programa tiene sus ventajas. Te permite un asidero frente a la inestabilidad de los alumnos. Una buena parte de los profesores se niegan permitirse una pequeña improvisación, algo que rompa la rutina cotidiana. Los alumnos de la ESO están acostumbrados a asignaturas previsibles lo que les suscita, en muchos casos, un profundo aburrimiento. El profesor explica el tema que corresponde y a continuación resuelve los ejercicios del libro que están previstos. Nada nuevo, nada original, nada sugerente.¿Cómo va a atreverse a ser original con lo complicados que son los adolescentes de hoy en día? ¿Cómo va a osar iniciar un proceso nuevo si los alumnos tienen gigantescas lagunas en su proceso de aprendizaje? ¿No supondrá ello una pérdida de tiempo que no permitirá "cumplir" el programa?
Sin embargo, tomo de un blog educativo algunas ideas que pueden ser directrices en el planteamiento de la tarea docente. Al menos pueden servir para ilusionarnos y cuestionar desarrollos anodinos de la asignatura. Estas anotaciones son útiles para entender cómo funcionan nuestros alumnos:
Los alumnos muestran interés por:
- Todo aquello que lleva implícito el concepto de UTILIDAD.
- Aquellas situaciones en las que se sienten PROTAGONISTAS.
- Las actividades en las que tienen una cierta libertad de ELECCIÓN.
- Las actividades que suponen una RUPTURA de la rutina.
- Las actividades que tienen una PROYECCIÓN más allá de las paredes del aula.
- Las iniciativas en las que el profesor muestra su IMPLICACIÓN.
- Todo aquello que redunda en un RECONOCIMIENTO de su labor.
He decidido comenzar las clases de Lengua con lo que podría ser llamado “Un rincón poético”. Cada clase se iniciará con la lectura de poemas del autor “de la semana”. Les leeré dos o tres poemas y luego les pediré que me den sus impresiones, qué han sentido o qué les han sugerido. Si hay suerte, puede abrirse un diálogo fructífero que ellos pretenderán alargar para no enfrentarse a la clase rutinaria. Puede ser un buen comienzo. Al final del curso, los alumnos pueden haberse convertido en buenos oyentes de poesía. Hay muchas propuestas: la semana de Bécquer, de Salinas, de Neruda, de Miguel Hernández, de Vicente Aleixandre, de Rafael Alberti, de Nicolás Guillén… Iré buscando autores y textos poéticos que puedan llegar a su sensibilidad, que puedan motivarles y hacerles pensar o sentir. Hay asimismo múltiples blogs en que poetas noveles escriben a veces poemas interesantes. Un poco de erotismo también puede ser una sugerencia. Un paso posterior será que ellos intenten distinguir e imitar los temas y estructuras de estos poemas, que se suelten en la creación poética y que se sientan protagonistas. Es importante que confíen en mí, que no me sientan como el enemigo. Es un peligroso equilibrio el que hay que mantener porque no puedes perder el control de la clase. Salirte de los esquemas siempre trae riesgos, pero no salirte también provoca problemas y no menos serios. Si los alumnos se aburren en tus clases, son ellos los que provocan las situaciones hilarantes o tensas para mitigar el aburrimiento. No se trata, pues, de intentar solamente divertirles. No, tampoco es eso, sino de introducirles conceptos serios y profundos mediante técnicas que implique su participación e implicación. Lo que más les produce tedio es verse convertidos en personajes pasivos en el proceso de aprendizaje. Necesitan sentirse protagonistas, necesitan lo que hoy está a la orden del día: la interactividad. El profesor ha de estar abierto a las novedades y no dejarse cegar por el miedo a lo que pasará, miedo comprensible a tenor de la idiosincrasia de nuestros alumnos.
lunes, 11 de septiembre de 2006
Una verdad inconveniente
Hoy ha venido a verme inesperadamente mi sobrino Oscar de Zaragoza. Siempre que nos encontramos surge algún tema de conversación que me sirve de exploración del alma de los adolescentes con los que he de bregar día a día. Supone verlo desde un ángulo familiar y no del “lado del profesor”. Él me pone al día de los nuevos grupos musicales, de las nuevas tendencias tecnológicas, de sus gustos de lectura, de sus reivindicaciones de adolescente a los conflictivos quince años, con la ESO suspendida y orientado a los famosos programas de Garantía Social. Puedo ver en él a muchos de mis alumnos de un determinado perfil, pero en una relación transfigurada por el afecto y la cercanía.
Es un adolescente arquetípico: acné, brackets, aire desgarbado, inseguro con su aspecto físico aunque arrogante y necesitado de autoafirmarse continuamente, hipocondríaco, aprendiz de cínico, susceptible sobre su aspecto físico y sus características personales, aire de estar aburrido constantemente como si el mundo adulto fuera inhábil para satisfacer sus ansias más profundas, inquieto, incapaz de estar mucho rato con la misma actividad, protestón y contestatario, sabelotodo, adicto a los recursos tecnológicos y a la música heavy metal.
Intuyo en él una fuerte desorientación y un protopensamiento caótico que busca, que necesita modelos que le sirvan de eje en su vida. De momento se mueve dentro del ámbito de la negación. Sabe más lo que no quiere que lo que quiere. El mundo paterno y adulto es ambivalente y siente hacia él tanta atracción como rechazo. Está buscando nuevos paradigmas de ideología y de comportamiento. Desgraciadamente, dentro del mundo juvenil, que es el que él frecuenta, es difícil encontrar un pensamiento que vaya más allá del situacionismo negativo. Aquí estoy y el mundo me lo debe todo. Yo no soy responsable, yo no he pedido estar aquí; mis padres tienen la obligación de mantenerme y aguantarme; los profesores son unos seres cargantes que parece que se obstinen en hacernos la vida insoportable con sus discursos, con sus materias lentas y aburridas; los escritores oficiales son unos pesados y sus novelas obligatorias, soporíferas.
Una conversación hoy le ha desconcertado. No sé cómo ha salido, pero hemos empezado a hablar del cambio climático y del calentamiento global del planeta. Este es un tema que le venía lejano y carecía de interés en principio para él, pero que hoy se ha convertido en un buen referente de sus inquietudes y reflexiones. Estamos –hemos dicho-, en un proceso de cambio climático, cuyas consecuencias podemos ya ver por el ascenso de las temperaturas medias del planeta, la fusión de glaciares y de partes considerables de los polos que dará origen a un ascenso del nivel medio de los mares en las próximas décadas. El calentamiento global alterará y cambiará nuestro modo de vida lo que originará gravés sequías por un lado y lluvias torrenciales o huracanes por otro. Probablemente, el cambio climático esté propiciado también por la desaparición de grandes zonas de selvas tropicales y el avance de la desertización, incluida la península Ibérica. Las migraciones masivas de africanos puede que tengan que ver con este cambio climático y el agotamiento de recursos de vida tradicionales como la pesca. Todo ello alienta la migración de decenas o centenares de miles de africanos. Y es que como fondo de todo está la acción del hombre, esquilmando la naturaleza por encima de sus posibilidades.
Hemos hablado de la hipótesis de Gaia de James Lovelock, la idea de que la Tierra es un organismo vivo que reaccionará a tenor de las agresiones que está experimentando. Si continuamos explotando los recursos del planeta, éste sencillamente se defenderá y se nos quitará de encima. Hemos hablado también del debate promovido por Stephen Hawking del que hablaba en un post reciente. El científico británico se preguntaba sobre qué cómo debíamos enfrentarnos a un mundo caótico y cambiante y cómo sobrevivir a estos cambios en los próximos cien años.
Le he sugerido que vaya a ver la película a punto de estrenarse titulada “Una verdad inconveniente”, protagonizada por el exvicepresidente de los Estados Unidos, Al Gore. Se la he recomendado para que sea él mismo quien saque conclusiones sobre la situación grave –a mi juicio- en que nos encontramos.
He visto a mi sobrino preocupado e incluso angustiado ante lo que estábamos hablando. Sobre todo quería saber sobre cuándo veríamos cambios irreversibles de lo que estaba sucediendo. Al Gore sostiene que disponemos de una década para reducir considerablemente las emisiones de CO2 a la atmósfera y otros cambios que impliquen la reducción de consumo energético en el planeta. Si no, en unas décadas muchos cambios se habrán hecho difícilemente reversibles y la inestabilidad social, humana y climática del planeta se habrá hecho insostenible.
Oscar se ha ido preocupado. Su padre le ha hablado de otras interpretaciones más tranquilizadoras sobre lo que está pasando. Que esto son ciclos; que estamos en un ciclo cálido, pero al que pueden suceder otros ciclos más fríos, que esto no es irreversible, que no tenía por qué preocuparse… Sin embargo, ayer por la noche, Oscar se preguntaba sobre lo que podía hacer como ciudadano del planeta y se planteó apuntarse en asociaciones como Greenpeace o Adena como colaborador. De hecho entramos en algunas de sus páginas web y vimos las tarifas para jóvenes menores de dieciocho años, sector cuya participación considero imprescindible para intentar paliar los efectos, a mi juicio, peligrosísimos del efecto invernadero y el calentamiento global. Son el futuro, es su calidad de vida y sus condiciones de supervivencia las que están en juego.
De nuevo, una visita de mi sobrino me ha servido para establecer un diálogo productivo con las generaciones jóvenes, y considero que muchas de sus reacciones son extrapolables a las que encontraré dentro de unos días entre mis alumnos de su misma edad y de su actitud contestataria, pero en el fondo necesitada de algo que dé sentido a sus vidas. Creo que ha sido un diálogo fecundo para los dos.
martes, 5 de septiembre de 2006
Reglamentos
Una de las sesiones más prolijas y burocráticas que preceden al comienzo del curso es aquella en que intentan fijarse las normas del RRI (Reglamento de Régimen Interno) que fundamentan la convivencia del Centro. El que esto firma no suele intervenir públicamente porque prefiere actuar antes como cronista que como protagonista dialéctico.
La Junta directiva va desgranando ante el claustro reunido en pleno las normas básicas del RRI y mi impresión es que la discusión parece extraída de una película de los Hermanos Marx en aquel film memorable que es Una noche en la ópera: La parte contratante de la primera parte será considerada como la parte contratante de la primera parte… En efecto, no hay norma escrita que considerada cabalmente no termine por resultar absurda e inaplicable en la práctica. Los profesores desmenuzan todo el reglamento de régimen interno y se dan cuenta de las sutilezas del lenguaje. Todo, en el fondo, si bien se observa, es objeto de relativismo y casuística. No bien el Coordinador pedagógico, un personaje melifluo que podría ser miembro de una ONG dedicada a auxiliar a los pueblos oprimidos del planeta, enuncia una norma, un montón de manos se levantan decididamente. Él, que tiene asumidos los hábitos democráticos a fondo y es partidario de la cordialidad y el entendimiento, da la palabra a los que se manifiestan como disidentes. Entre todos terminan por machacar el enunciado objetivo de la norma en cuestión y todos nos decimos entre nosotros que está en los límites del absurdo y es inaplicable. La discusión gira en redondo, y los argumentos de una parte del profesorado son cuestionados por todas y cada una de las intervenciones que siguen. Cuando todo está patas arriba, una nueva palabra desvía la discusión a otros términos que nadie hubiera sospechado. Entonces se produce el guirigay gozoso del claustro que, incapaz de llegar a una solución objetiva, decide tomarse tomarse las cosas con sentido del humor. De pronto, unas palmadas llaman al orden al profesorado y se intenta reconducir la situación que, sea la que sea, termina por ser pospuesta para una reunión posterior sin fecha. Así sucede con todos los artículos del Régimen Interior. El lenguaje, como denunciaron las obras del teatro del absurdo, empezando por La cantante calva de Ionesco, es un importante factor de incomunicación y llevado a sus últimas consecuencias es realmente insólito y delirante.El Jefe de Estudios luce su larga cabellera desplegada al viento. Hoy lleva una camiseta con la figura del Thor el dios del Trueno, el dios de Asgard. En sus manos levanta el famoso martillo Mjolnir –hecho por los enanos en las cavernas subterráneas- que hace de este dios uno de los más conocidos del Olimpo de la mitología Nórdica y que ha sido acercada a las recientes generaciones por la versión de los Marvel Comics. El representante de Thor y del orden académico alza la mano serenamente ante las reiteradas y malévolas alusiones a la deficiente disciplina del centro. Todo es relativo, viene a decir. No pueden aplicarse mecánicamente las normas de de incoación de expedientes por la disparidad de criterios con que los profesores expulsamos a los alumnos díscolos. Los hay, sin ir más lejos, que expulsan por no traer el libro a clase mientras que otros más pacientes, sólo lo hacen cuando un alumno le está metiendo el dedo en el ojo. Hay que buscar un término medio, que carajo. Hay que contextualizar, dice agitando a Mjolnir en el aire.
La profesora tutora de mediación apela a nuestras conciencias para que no expulsemos sin antes haber dialogado profundamente con los alumnos. Han de sentirse escuchados, y no como enemigos de nadie. Es necesario, pues, que funcionen los puentes de diálogo y no los de enfrentamiento. La escuchamos arrobados a punto de entrar en éxtasis cuando argumenta que no podemos recoger por escrito los motivos por que debeberíamos expulsar a un alumno de clase. Es necesario, dice con voz delicada, aplicar el sentido común. El martillo de Thor, Mjolnir, ha de ser mesurado y darle antes una oportunidad al entendimiento, a las manos enlazadas por la concordia y no al gesto agrio e intemperante.
No todo el claustro coincide con tan benévola interpretación de los hechos. De hecho, desde muchos angulos se denuncia la falta de eficacia en la aplicación de las normas de disciplina y se discuten a propuesta del director medios que puedan ayudar a redirigir las situaciones conflictivas sin llegar a la amonestación -terriblemente complicada y liosa para el profesor en su aplicación según explicaremos algún día-. Varios profesores exigen un claustro que tenga como tema monográfico la disciplina pues se considera un asunto sin cerrar y que las medidas cautelares sean más abundantes y efectivas. Los puntos de vista son difíciles de conciliar.
Obvio otros múltiples temas de debate puesto que en casi ninguno hemos llegado a un acuerdo consensuado… y es que la naturaleza humana es compleja y los reglamentos muy relativos e incapaces de contener la infinidad de matices que tiene el ser humano. En todo caso, un claustro es divertido si uno ha de resumirlo posteriormente para los lectores del blog.
viernes, 1 de septiembre de 2006
Rumbo a lo desconocido
Crónica en caliente. Acabo de volver de mi instituto donde he vivido “la vuelta de las vacaciones”. Uno de setiembre. Los motores herrumbrosos han de ser engrasados. Todos somos extremadamente amables. ¿Qué tal las vacaciones? Respuestas estereotipadas. Muy bien. Demasiado cortas. Ya estamos aquí. Todos estamos desconcertados. Besos, efusivos apretones de manos. El Jefe de Estudios, que hace colección de camisetas estratosféricas (reaccionarias y revolucionarias) y de las que tiene una buena cantidad en su armario, nos cuenta en la intimidad que este verano ha participado en Londres en un campeonato de Streap-Poker. Nos enseña fotos vestido, al empezar, y luego, ataviado púdicamente con una toalla, al finalizar la partida. También fotos de bellezas rubias y senos esplendorosos cuando la suerte les había sido adversa. Al poker por internet, une su afición por la magia y los cócteles que endulzan la garganta. La pedagoga del centro me habla, en cambio, de su viaje por Uzbekistán, en plena ruta de la seda. Ciudades: Samarkanda, Bukhara, Tashkent, Fergana… Un país que perteneció a la URSS y que hoy en día busca su identidad (como todos, me digo yo). La mayoría son uzbekos y el idioma internacional es el ruso, luego el tayico. Casi nadie habla inglés. Es un país poco tocado por el turismo y sus gentes son amables y encantadoras. Sus ciudades son feas y deslavazadas pero su arquitectura histórica es admirable. Promete traerme otro día fotografías del viaje. Un compañero de seminario me habla de su viaje a Calabria, en el empeine de Italia, una región de bosques y lagos en que en pleno verano habían de ir con jersey, tan alejados de los calores que hemos padecido en España.
Cada cual tiene su historia que contar. Un profesor me habla de un verano angustioso por la tensión de que su hija pequeña pudiera padecer un tumor tiroidal. Me siento identificado con él y le cuento mis preocupaciones y ansiedades como padre. Nos damos cordialmente la mano. Entre tanto una profesora viene a manifestarme su afecto en un saludo tan parco como cálido. Los dos sabemos que nos apreciamos y no hace falta nada más. Ninguno ha hecho nada especial este verano.
El director te habla de un amigo común al que vio en sus vacaciones en un pueblo castellano. Otro profesor te hace la reflexión fatalista de somos más viejos. Otra compañera te habla del estrés que arrastra del curso anterior. Somatiza las tensiones y el curso pasado lo vivió como un náufrago a la deriva en alta mar, algo así como el protagonista del Relato de un náufrago. Estos días, por la vuelta, ha padecido dolores de estómago y ansiedad. Nos esperan nuestros alumnos en pocos días. Un comienzo de curso tiene algo de violencia. Dos ejércitos enemigos aguardan para devorarse y ninguno tiene la más mínima intención de comenzar. Sólo las fechas inexorables del calendario marcan nuestra dinámica. Todos lo vivimos con un sordo malestar interior que nos acompaña estos días.
Recuerdo una serie televisiva de hace unas décadas. Era una serie de intriga científica llamada Rumbo a lo desconocido. Era niño y yo la vivía con angustia. Algo parecido a lo que vivimos estos días cada uno a su manera. Existe en la conciencia popular la convicción de que los profesores vivimos muy bien, pero la gente no conoce nuestros temores, nuestra inseguridad, nuestra frustración de enfrentarnos a alumnos, hijos de nuestro siglo XXI, que no se sienten nada atraídos por lo que nosotros podemos ofrecerles. Somos un resabio del pasado. Los profesores somos algo con cierto sabor romántico y nuestros alumnos son todo menos románticos. Luchamos contra modernos molinos de viento que en pleno parque eólico nos derriban una y otra vez. Nuestra autoridad y nuestro prestigio es sólo ficticio. Representamos lo que Kundera tituló pomposamente como La insoportable levedad del ser, pero sustituyendo “ser” por “profesor”. Probablemente en pocas generaciones los profesores hayamos desaparecido o sólo seremos un lujo al alcance de las clases más acomodadas.
Este año impartiré asignaturas de lengua castellana a cuarto de ESO, y un lujo maravilloso: Literatura Universal a alumnos de Primero de bachillerato. Hoy decido finalmente las lecturas para este curso. Quiero que sean cortas para que no se agobien, pero también intensas y representativas de algunas corrientes fundamentales de la literatura. He elegido: Lisístrata de Aristófanes, Tartufo de Molière, Narraciones extraordinarias de Edgar Alan Poe y La metamorfosis de Kafka.
Nos adentramos en un curso que aparece delante de nosotros como una incógnita, una equis en campo de gules, llegamos a territorio enemigo con nuestras armas aguzadas por la ironía y el afecto, más allá de nuestros temores y nuestras ansiedades. Ser profesor tiene algo de misterioso. (Joselu, baja de tu nube. Te has pasado el verano leyendo, como te pasas la vida, en un correlato de existencia. No puedes vivir ya aventuras en el espacio, pero sí en el tiempo, sí con tus alumnos cuya respuesta no puedes vaticinar). Entramos en un tiempo mágico cargado de tensiones, de miedos, de incertidumbre, de desesperanza, pero también de desafíos, de energía vital puesta al límite, de amor, humor y de muerte: inevitable contradicción que es la vida y la enseñanza. Alia iacta est.
domingo, 27 de agosto de 2006
Inquietudes
Tras dos meses de desconexión bloguera, cuelgo mi primer post en la será mi segunda temporada en la blogosfera. Es difícil comenzar. Acudo a todo lo que ha sucedido este verano cerca de mí que no ha sido poco. Por mi proximidad vacacional vienen a mi cabeza los innumerables incendios que han asolado Galicia cuyas causas siguen siendo un misterio impenetrable. ¿Intereses políticos y empresariasles? ¿Pirómanos locos? En el Mediterráneo han sido las invasiones de medusas que se han acercado a las playas atraídas por las altísimas temperaturas del agua. En Canarias hemos tenido un terrible drama humano que conmueve nuestros sentimientos: la llegada de miles y miles de africanos en cayucos que huyen de la hambruna y de la desolación en que está sumido el continente negro. Allí no hay futuro de ninguna especie, y se lanzan al mar, casi a la deriva, a la búsqueda de un mundo en el que puedan sobrevivir…
El mundo está cambiando y cada vez se está convirtiendo en un lugar cada vez más inestable y peligroso. El físico británico Stephen Hawking lanzó al ciberespacio una pregunta cuyos planteamientos coinciden en grandes líneas con los que me a mí me preocupan. Hawking preguntó “En un mundo que es un caos social, político y medioambiental, ¿cómo puede sobrevivir la especie humana los próximos cien años?”
El físico recibió en pocos días un volumen de veinticinco mil respuestas a su pregunta. De entre ellas se escogió la mejor tras un laborioso proceso de selección. El autor de la misma, el más brillante, fue Semi-Mad Scientist (científico casi loco). Su respuesta fue curiosa para mí porque era casi similar a la que recibí hace un par de meses cuando planteaba mi temor por el desastre ambiental en que estábamos sumidos. Ambas revelaban una fuerte confianza en la capacidad de adaptación del ser humano por ominosos que sean los peligros a que nos enfrentamos. Decía Semi-Mad Scientist (resumo sus palabras):
“El caos no es algo nuevo, es algo que ha estado siempre con nosotros y que, a pesar de todo, el ser humano ha logrado sobrevivir. Somos una especie que ha sabido adaptarse y seguiremos haciéndolo. Hay tres grandes peligros: una guerra nuclear, una catástrofe biológica y el cambio climático. Estoy convencido de que los recursos que tenemos ahora probablemente no existirán en cien años, pero tampoco existían en el siglo pasado. Si Europa logró sobrevivir a la peste negra del siglo XIV, el ser humano puede superar cualquier catástrofe que pueda ocurrir”
Hawking contestó diciendo que él no conocía la respuesta pero que proponía que el hombre fuera capaz de colonizar las estrellas para cuando las cosas se pongan mal. “La supervivencia a largo plazo de la especie humana sólo estará a salvo si los terrícolas nos vamos a vivir al espacio y después, a otras estrellas. Pero esto no pasará por lo menos en cien años, así que debemos tener mucho cuidado. Quizá debamos tener esperanzas en que la ingeniería genética nos haga más sabios y menos agresivos”.
No sé, pero estas respuestas “optimistas” no acaban de tranquilizarme porque ambas reconocen la peligrosísima situación en que se encuentra la especie humana. Ambas confían en la capacidad de adaptación del ser humano pero no nos hablan de lo significará como individuos este proceso de adaptación, como miembros de un hormiguero cuyo objetivo es la supervivencia. A mí no me preocupa tanto la viabilidad de la raza humana -que sé que sabrá sobrevivir-. Me preocupa el futuro de mis hijas, el mundo en que van a vivir, el cambio que día a día vamos experimentando, y eso que estamos en la parte del mundo envidiada y cómoda a la que quiere huir la mayor parte de la humanidad. Nos esperan grandes cambios, estamos viviendo grandes cambios, y estos han de ser mirados bien con preocupación o bien con inconsciencia. Esa ilimitada confianza en la capacidad del ser humano puede cegarnos y llevarnos a no hacer lo racionalmente necesario para sobrevivir en las mejores condiciones. Todo lleva a que debemos reducir el consumo energético y el consumo en general para no seguir despilfarrando los limitados recursos del planeta, pero éste no es el discurso que más puede atraer a los votantes. Nadie quiere oír hablar de esto. Una parte pequeña de la humanidad consume la mayor parte de los recursos del planeta y hace que éste cambie y se desertice. La globalización hace que todo sea conocido. ¿Hemos de extrañarnos de estas embarcaciones que se lanzan a la mar en busca de un mundo mejor para sus hijos? Quieren lo mismo que yo.
martes, 1 de agosto de 2006
En Tenerife
Por encima del mar de nubes volamos a Tenerife. Días solsticios con amistad, buena comida, encuentros entrañables y excursiones telúricas. Lejos quedan las tribulaciones del Profesor en la Secundaria, pero desde la distancia añoro ese momento en que volveré a publicar enfrentándome cada día con la incertidumbre del autor lleno de ilusión en sus comentarios. Desde esta maravillosa tierra canaria, desde la isla Amable, un recuerdo emocionado a aquellos que por casualidad entren este verano en Profesor en la Secundaria. Hasta pronto.
sábado, 17 de junio de 2006
Final de curso
Días luminosos y melancólicos en este final de etapa, de trayecto, de un ciclo de la vida, relatado ampliamente a través de un blog que los que estáis aquí, habéis podido seguir. Se trataba de conocer la interioridad de un profesor en el ejercicio de su profesión: sus ilusiones, sus esperanzas, sus vacilaciones y sus desencantos…
Este curso ha tenido de todo un poco. Momentos de logros, de luz, pero también de sombras y de fracasos. Es difícil atribuir un color único al conjunto del curso. Es como estas círculos de colores que se hacen girar a gran velocidad. El resultado es un tono blanco grisáceo que incluye todas las tonalidades. No hay grandes éxitos. El material humano es imprevisible. Quizás con el tiempo haya más perspectiva para juzgar. ¿Qué se ha aprendido de verdad? ¿Qué se olvidará? Probablemente la mayor parte de las cosas. Enseñar es volver a retomar una gran piedra a cuestas y elevarla hasta lo alto. Cuando está arriba, ésta vuelve a caer, y el profesor ha de retornar a levantarla y volverla a ascender. Es, como habéis observado, la representación del mito de Sísifo.
No es éste un trabajo para hacerlo deprimido y careciendo de ilusión. Ésta es nuestro combustible primario. Pero entiendo a tantos y tantos compañeros que no pueden soportar la tensión de entrar cada día en las aulas. Nuestros adolescentes cada vez están peor educados y son tremendamente crueles si ven al profesor con algún resquicio de fragilidad o indecisión. He visto a compañeros destrozados por la actitud de algunos cursos contra ellos. A veces llegan sustitutas, novatas en el arte de enseñar, y eres consciente de lo mal que lo están pasando. Pasas al lado de sus aulas y observas que no consiguen controlar la clase en toda la hora. Los alumnos son muy sádicos con aquellos que se muestran como débiles. Para ser profesor hace falta vocación y enorme resistencia ante la adversidad. Otra opción es la de hacerte cínico –sin creer en nada de lo que estás haciendo- pero, curiosamente, con esta actitud los chavales se muestran mucho más tolerantes y además tienden a portarse mejor. Supongo que todos recordamos a profesores desvergonzados con los que tendíamos a comportarnos bien. Quizás es que el cinismo puede llegar a ser divertido en ciertas dosis.
En fin, Profesor en la secundaria ha llegado al final de curso. Mis alumnos no asisten ya a clase. Están pendientes de los exámenes finales, las repescas, que permiten recuperar algunas asignaturas. Tenemos encima la presión enorme de tenerlos que aprobar como sea. Un instituto no resiste una alta tasa de repetidores sin ningún propósito de la enmienda. Son un problema para los alumnos nuevos que llegan y contribuyen a estropear y maliciar a los cursos resultantes porque ya son alumnos resabiados con el sistema y transmiten su hostilidad a los nuevos que han llegado. Son una bomba de relojería. De tal modo, que las direcciones de los centros someten a votación de los claustros los aprobados generales para evitar las repeticiones que se consideran en general más conflictivas que el pasar de curso automáticamente. Para ello hay que aprobarles todas las asignaturas aunque les hayan quedado ocho o nueve pendientes. Esta es la próxima decisión que hemos de tomar en nuestro centro. Si hacemos repetir a todos los alumnos que no se merecen pasar, a pesar de nuestra enorme manga ancha, salen números próximos al treinta y cinco por ciento de repetidores. Es una cifra insoportable y que además bloquea la entrada de nuevos alumnos al centro que pudieran suponer una mejora cualitativa. Esta es la disyuntiva en que nos encontramos en el próximo claustro. No sabemos qué hacer con los alumnos que fracasan en la ESO. No les gusta estudiar y entienden que el instituto es un lugar de diversión por un lado y prisión por el otro. ¿A quién se le ocurriría extender la enseñanza obligatoria hasta una edad en que los intereses ya están tan marcados que son irreversibles en la mayoría de los casos?
Me cuesta despedirme. A lo largo de un curso he compartido con mis amables lectores mis preocupaciones. Ha llegado el final de etapa al que hacía referencia al principio del post. No me queda sino agradeceros vuestra fidelidad y paciencia ante mis largos posts, y mi oscilación entre el pesimismo y el optimismo. Así vivo yo mi ejercicio profesional. Habéis sido testigos de mi vaivén emocional, de mi sufrimiento íntimo ante situaciones que no podemos o no sabemos resolver. Un centro de enseñanza no puede cambiar a sus alumnos a esta edad. Ya están demasiado hechos. Por otro lado, observamos que los padres cada vez más abdican de su obligación de educar a sus hijos y nosotros constatamos los resultados de esa omisión.
No sé si habrá una segunda etapa de Profesor en la Secundaria. Creo que he dicho casi todo lo que tenía que decir. Vuestros comentarios han sido a veces lo mejor de mis posts. Tengo que preparar nuevos proyectos, nuevos blogs o relanzar algunos que llevan tiempo detenidos por falta de tiempo. En todo caso, gracias por vuestra presencia. Escribir un blog ha sido una experiencia muy hermosa y me ha permitido entrar en contacto con amigos de diversas partes del mundo que me han enriquecido. Así pues, éste es mi último post en esta temporada pero no es la despedida de la blogosfera. De una forma u otra seguiré en esta dimensión tan extraña pero llena de calidez y calidad humanas.
jueves, 15 de junio de 2006
El profesor
Frank McCourt tenía sesenta y seis años cuando publicó el archiconocido Las cenizas de Ángela en 1996. En esta libro de memorias relataba su infancia desgraciada en la Irlanda –en Limerick- en los años treinta y cuarenta. Inopinadamente la obra lo llevó al estrellato mundial de la literatura. Su relato lleno de verosimilitud y ternura, a la vez que de sentido del humor, ganó el premio Pulitzer y se han editado del mismo más de veinte millones de ejemplares en más de treinta idiomas. Lo que mucha gente ignoraba, incluyendo a este bloguer, es que Frank McCourt no salió de la nada. Llevaba tras de sí treinta años dedicado a la enseñanza de la lengua y literatura inglesas en institutos de enseñanza secundaria en la ciudad de Nueva York. Es esta faceta la que me ha resultado más sorprendente y me ha llevado a leer su última obra titulada Teacher man, El profesor, publicada en Nueva York en el año 2005.
Una obra que lleva como centro a la figura del profesor de Lengua y Literatura no podía ser más del agrado del redactor de este blog que se apresuró a comprarla en cuanto tuvo conocimiento de su existencia. Hace unos años leí complacido esas memorias que citaba al comienzo del post, Las cenizas de Ángela, que sin ser, como se ha dicho, una obra maestra, en su género ofrece elementos interesantes para iluminar lo que puede ser una infancia desgraciada relatada con una mezcla de humor y ternura.
También era relevante el hecho de que dicha obra hubiera sido escrita después de su jubilación tras una larga carrera docente. En su caso, su vida tuvo una segunda parte que le llevó del anonimato más absoluto como profesor jubilado a la primera línea de la literatura popular. Desde entonces una pregunta le persiguió y fue que por qué había tardado tanto en escribirla. Él, con muy buen sentido, respondió que cuando se ha estado treinta años impartiendo cinco clases al día, cinco días a la semana, ciento setenta y cinco alumnos en total, no tienes muchas ganas de escribir cuando llegas a casa cargado de trabajo para corregir. Tienes la cabeza llena del barullo del aula. Ahí Frank McCourt me llegó muy adentro porque es la pura verdad y eso lo sabe cualquiera que se haya dedicado a la enseñanza.
En El Profesor, Frank McCourt nos cuenta también con humor sus andanzas y desventuras en tantos año de trayectoria profesional. Años erráticos y sin aparente dirección por su falta de ambición, al menos eso es lo que le reprochaba su mujer, de la que terminó separado. Para progresar en el mundo de la enseñanza hay que saber subir de nivel de modo que uno llegue a algún cargo -como director o inspector- y se libre de las clases la verdadera carga para los docentes. Él no supo ascender y se vio al principio en escuelas marginales como el Instituto de Formación Profesional y Técnico Mckee dando clases a alumnos conflictivos e inmigrantes recién llegados que apenas sabían hablar inglés. Son divertidas sus relaciones con sus alumnos con los que intentaba llegar a algún tipo de pacto. Él era consciente de sus dificultades y no parece que hiciera de la asignatura un hueso duro de roer. Comenzó en la América del general Eisenhower, la época de Rebelde sin causa, Rebelión en las aulas, El guardián entre el centeno. Él era un profesor inexperto y sus alumnos fontaneros, electricistas, esteticistas, carpinteros, mecánicos, torneros… no parecían estar muy interesados en Walt Whitmann, Thoreau, Hermann Melville y los sacrosantos temas de la literatura norteamericana. Tuvo problemas con la dirección del centro por su excesiva comprensión hacia sus alumnos:
“Yo soñaba con una escuela donde los profesores fueran guías y mentores, en vez de capataces. No tenía ninguna filosofía de la educación concreta, salvo el hecho de que me sentía incómodo con los burócratas, con los de arriba, que habían huido de las aulas sólo para volverse contra los ocupantes de esas aulas, profesores y alumnos, y fastidiarlos. Nunca quise rellenar sus impresos, seguir sus directrices, administrar sus exámenes, tolerar sus intromisiones, ceñirme a sus programas ni a sus planes de estudios”.
Esta falta de filosofía de Frank McCourt fue su filosofía durante los años de docencia en institutos públicos difíciles, pero también cuando en plenos años setenta encuentra trabajo, tras ser despedido de varias escuelas, en un instituto de élite llamado Stuyvesant al que se accede tras un rigurosísimo sistema de selección del alumnado. Se presentan más de veinte mil alumnos para tres mil plazas y sólo llegan los mejores de entre los buenos. Allí llevó su sistema pedagógico a la práctica con alumnos de un nivel envidiable. En lugar de hacerles estudiar a los clásicos de la literatura norteamericana, les sugería aprender recetas de cocina y les proponía reflexionar sobre ellas poniéndoles música de fondo. Curiosamente los alumnos pedían alternativas a la enseñanza oficial reivindicando la lectura y comentario de novelas como El señor de los anillos, Dune y ciencia-ficción en general.
Este relato es un libro caliente, basado en la experiencia vital y profesional de un profesor complejo y que se sale fuera de los esquemas oficiales, para bien y para mal. No da ninguna fórmula a seguir y lo poco que habla de su sistema, entreverado con grandes dosis de alcohol en su vida particular, no es aplicable al mundo educativo de hoy. Más parece un profesor que marchó a la deriva en su vida sentimental y profesional. Su experiencia no me parece asumible. Cada profesor tiene unas circunstancias únicas y las experiencias no son intercambiables. Admiro, eso sí, que pudiera hacer clases dialécticas y dialogadas con sus alumnos, que se dirigían a él llamándolo siempre "señor McCourt" proponiéndole sus ideas. Lo admirable fue aquella oportunidad de impartir talleres de creación literaria en el Nueva York vivo y apasionante de los años setenta y ochenta del siglo pasado con alumnos privilegiados y llenos de inquietudes. No le envidió a él como profesor pero sí los años y el lugar que ocupó. Yo sí les hubiera hablado de Dune, El señor de los anillos, de Mobby Dick, de Dickens, de Walt Whitmann, de Henry David Thoreau. ¡Qué delicia!
sábado, 10 de junio de 2006
Panfleto antipedagógico
Esta vez quiero hablar de una interesante propuesta de debate sobre el modelo de enseñanza en España que circula por la red desde hace unos meses. Se trata del Panfleto antipedagógico que todo el mundo puede descargarse libremente pues no tiene copyright. Es más, el autor Ricardo Moreno Castillo anima y agradece que se difunda extensamente su propuesta.
El Panfleto antipedagógico es un opúsculo, no diríamos que agresivo pero sí apasionado, que pretende “convencer, conseguir adeptos, decidir a los irresolutos e iluminar a los obcecados” sobre el desastroso estado de la educación en España a partir de la aplicación de la LOGSE que promovió el Partido Socialista. Según el autor, esta reforma ha conseguido que la cultura de los alumnos baje hasta niveles alarmantes y que la mala educación suba hasta cotas vergonzosas. Paralelamente, la desesperación de los profesores ha crecido y se ha enquistado por el nulo apoyo que tiene su autoridad en el modelo educativo aquí duramente cuestionado.
La educación se ha degradado, los padres renuncian a educar porque no se atreven a decir de vez en cuando que no, y todo el sistema queda a merced de los caprichos de unos adolescentes que no saben lo que quieren. Bueno, sí lo saben: dar el menor golpe posible en un modelo donde se ha defendido una enseñanza no exigente sino presuntamente lúdica donde no se inculca el hábito de estudio pues se ha promovido su carácter de entretenimiento. Esto, según el autor, deja indefensos a los alumnos con menor poder económico que quieren estudiar pues les hurta la posibilidad de hacerlo por el ambiente de desgana, pereza, indisciplina y de mala educación que domina en las aulas. Los padres ricos sí que llevarán a sus hijos a escuelas de élite donde no se aplica un modelo de enseñanza lúdico sino exigente.
Ricardo Moreno hace una fuerte defensa de la memoria y de los contenidos poniendo en cuestión el principio que lo que hay que hacer es enseñar a aprender. Nuestros alumnos no memorizan. Su cerebro es una especie de habitación vacía en el que no hay ideas ni nombres, ni esquemas interpretativos. Se ha promovido la banalización de los contenidos y se ha desechado la memoria como fuente de formación intelectual impidiendo su desarrollo intelectual progresivo.
Otra mentira es el hincapié que hace la LOGSE en la motivación de los alumnos. Se trata de que nosotros profesores hayamos de “motivarlos” a aprender por medio de juegos tan divertidos como futiles. Llegan al aula con una actitud pasiva: “A mí que me motiven”. Esto oculta la realidad de que el trabajo intelectual no es necesariamente divertido ni debe proporcionar un placer inmediato. En muchas ocasiones, el aprendizaje ha de ser árido y adquirirse con esfuerzo, tal como hace todo el mundo en su profesión. Hacerles creer que el trabajo es solamente un juego es sumamente dañino para su desarrollo pues se perpetúa su inmadurez y pierden la capacidad de aprender conocimientos cuyo sentido puede no entenderse en este momento, pero que sin duda el paso de los años lo aclarará. El oficio del profesor no es hacerse simpático a los alumnos. De momento hay que promover el esfuerzo y el trabajo serio. La afición por aprender ya llegará en su momento.
La falacia de la igualdad es puesta asimismo en la picota. Parece que exigir a nuestros alumnos es atentar contra la igualdad de oportunidades. Este es un argumento exhibido por pedagogos diletantes. No podemos pedir demasiado a nuestros alumnos porque su origen social les limita. Es decir, que a los hijos de familias modestas, sin ambiente cultural, no pueden rendir lo mismo que hijos de familias acomodadas que han vivido una atmósfera más nutrida culturalmente. El mecanismo, así pues, se convierte en una maquinaria cuya función principal no es enseñar, sino impedir que nadie destaque, no vaya a ser que se caiga en el elitismo. De hecho, se acusa al anterior sistema, el BUP y el COU, de elitista porque se dirigía principalmente a los alumnos que sí que querían aprender. Esto es nocivo según las escuelas pedagógicas modernas porque se discrimina a los alumnos que no quieren aprender. Hay que tenerlos a todos mezcladitos, de modo que son los alumnos más brutos, más maleducados, más ignorantes, los que marcan la pauta del sistema impidiendo estudiar a los que sí que querrían hacerlo y desanimando a los que en otro ambiente sí se esforzarían.
El autor del Panfleto antipedagógico propone un bachillerato exigente (de los doce a los dieciocho años) para todos los alumnos que quieran estudiar seriamente. Para los que no se sienten atraídos por los estudios habría una formación profesional desde los doce años donde se les enseñarían profesiones y oficios concretos que les prepararán para el ejercicio de su elección ocupacional. Si alguno de estos luego posteriormente quisiera rectificar su elección y orientarse por los estudios podría hacerlo con algún curso puente o algún mecanismo de trasvase que no presentara especiales problemas.
La limitada extensión de este post impide desarrollar las ideas completas del Panfleto antipedagógico que en resumidas cuentas defiende una enseñanza basada en la seriedad, el esfuerzo y la exigencia que desarrolle al máximo las capacidades de nuestros alumnos con nuestro apoyo y confianza. Hay que enseñarles a esforzarse, pero para ello es necesario que en las aulas haya disciplina y ambiente de trabajo, lo que hoy día es prácticamente inexistente.
Animo a descargárselo entero porque el conjunto de sus ideas son sugerentes: están basadas en el sentido común y en la sensatez desde el amor apasionado a una profesión que ha caído en el descrédito y la desmoralización. Sin duda, los aires pedagógicos van por otros lados. Las cosas no cambiarán en el sentido que ilumina este enérgico y claro Panfleto antipedagógico entre otras cosas porque nuestros políticos sí que escogen la educación para sus hijos y lo hacen en los colegios privados donde no imperan los principios igualitarios y lúdicos que sí que están extendidos en las escuelas públicas donde esforzarse no es un mérito ni una prioridad. Se trata de pasarlo bien, y pobres de los alumnos que sí que quieren trabajar. Lo tienen crudo.
sábado, 3 de junio de 2006
Encuentros y desencuentros
Los alumnos de tercero de ESO están de salida en Port Aventura y pasan la noche fuera. Tú has hecho objeción de conciencia para no ir jamás a semejante parque temático, aunque algún día temes que tus hijas te lo pidan y no te quede más remedio. Detestas los parques temáticos, no sabes muy bien por qué. Quizás por esa dimensión de diversión tonta que suponen. Diversión y banalización. Pasas del ambiente del oeste americano a la Polinesia, y luego te trasladas al ambiente mejicano. Además las emociones artificiales, atracciones velocísimas para las que has de hacer grandes colas bajo el sol.
Nos hemos quedado unos pocos en el instituto. Los que no iban tenían que venir a clase pero la asistencia ha sido minoritaria. En un curso me he encontrado sólo a un alumno: Chema. Vestía una camiseta negra de Marilyn Manson. Otros días lleva una de Slipknot, ambos grupos de tendencia satánica o al menos siniestra. Teníamos una hora por delante. Él normalmente en clase está inquieto y no para de moverse ni de hablar. Hace comentarios por lo bajo y sus compañeros se ríen. Sus ojos se esconden y trastabillean tras unas gruesas gafas. Sé que le gusta la lectura. Al menos se ha leído El señor de los anillos y Harry Potter. Me cae bien el chaval pero no alcanza los mínimos necesarios para aprobar. Chema parece resignado ante la perspectiva de pasar una hora a solas con el profesor que le mete tantas broncas. Su cinismo no malvado me recuerda al de mi sobrino. Es un muchacho que en otro ambiente podría dar mucho más de sí. Aquí se dispersa y se deja llevar por la corriente del menor esfuerzo. Es un prototipo de alumno con intereses concretos y no carente de inteligencia pero está falto de la voluntad y la tenacidad necesarias para conseguir sus objetivos. Es difícil que promocione la ESO y es una pena. No sabemos cómo sacarle partido. La inercia holgazana del curso donde está es demasiado poderosa.
Nos hemos quedado a solas. Le he propuesto continuar la lectura comentada de El Lazarillo de Tormes. Nos habíamos quedado en el Tratado III, el de Lázaro y el escudero que vivía dominado por la negra que llamamos honra. Lázaro en una jornada pasa de la ilusión de encontrar a un amo que parece rico, a tenor de su aspecto y porte distinguido, a irse dando cuenta poco a poco de que su señor es un pobre diablo que vive para la apariencia. Chema iba leyendo lentamente y con cierta dificultad. Es un buen ejercicio la lectura en voz alta para fomentar la articulación correcta. Yo le iba haciendo reflexionar sobre lo que estábamos leyendo. Le iluminaba el texto con puntualizaciones sobre el sentido de las palabras. Lo prodigioso del capítulo es la evolución interna de Lázaro que pasa del gozo esperanzado a la desilusión cuando se da cuenta de que su amo tampoco ha comido. Será él el que le dé un mendrugo de pan duro que come con avidez el caballero. Lázaro termina por sentir compasión por su señor al que habrá de mantener pidiendo limosna como le había enseñando a hacer el ciego del primer tratado. A Chema le brillaban los ojos. El texto le estaba interesando. Pocas veces tendrá la ocasión de que alguien se lo explique en una especie de clase particular. Cuando está con los demás, se deja llevar por la espiral de molicie y desinterés generalizado.
El timbre ha sonado. Nos hemos mirado y cerrado el libro. Me ha preguntado si me gustaba Marilyn Manson. Un día le hice referencia a la camiseta que llevaba. Le he dicho, para acercarme a él, que me gustan sobre todo Lest we forget, Mechanicals animals y Antichrist superstar. De algo me tenía que servir hablar con mi sobrino de Zaragoza que me pone al día. Se ha quedado sumamente sorprendido. Seguro que no se lo esperaba. Hemos hablado también de Slipknot. Ha prometido dejarme un Cd de este último grupo, The subliminal Verses. Le he afirmado que me gustaba. Y él ha dicho que me veía muy puesto, que nunca se hubiera imaginado que un profe tan formal conociera estos grupos. Espero que a partir de ahora me escuche con más atención.
He salido de clase contento, y para más suerte, me he encontrado con una exalumna sobre la que escribí un post, Yara, que me ha saludado. Me ha dicho que esperara un momento y que me daría un regalo. Ha hecho un barquito de papel con su nombre y me lo ha dado. De paso me ha explicado el tema del trabajo de investigación que va a desarrollar en segundo de bachillerato. Es sobre las instituciones políticas en la ciudad en que vivimos, una ciudad de unos cien mil habitantes, en muchos sentidos representativa del cinturón industrial de Barcelona. En ella se cuecen muchas cosas y algunas campañas políticas comienzan por aquí.
Vuelvo a casa. Ser profesor es una tarea de resistencia contra el desánimo pero siempre hay algún pozo del que sacar agua fresca. Los tiempos han cambiado, pero hay lugar para el encuentro personal e íntimo con algunos alumnos, para el encuentro y el reconocimiento. A veces prestas libros a alguna alumna interesada en la lectura y en ocasiones es ella quien te deja libros de relatos para tus hijas.
Desde la distancia, un grato recuerdo a tantos y tantos alumnos que han enriquecido mi carrera profesional. Hay, sin duda, también malos recuerdos y alumnos con los que has chocado y te han guardado incluso rencor porque el encuentro no ha sido posible. A veces no es fácil acertar. En cambio en otras ocasiones ha habido alumnos con los que has tenido serios conflictos, pero cuando te has vuelto a encontrar con ellos, han celebrado la oportunidad y te han abrazado con afecto. Hay algunos que no perdonan y otros que saben distinguir la dificultad de un profesor para impartir clase y con el tiempo van viendo las cosas con cierto relativismo y comprensión. Espero en este día de parque temático que Chema recuerde el día que estuvo toda una hora leyendo y comentando El Lazarillo de Tormes y que este recuerdo sea importante para él. Es una ilusión como otra cualquiera para redondear un día. No me hagan mucho caso.
martes, 30 de mayo de 2006
Correcciones
Cuando llega el final de trimestre y más siendo casi final de curso al profesor se le acumulan las pilas de exámenes, de trabajos, de dossieres y de redacciones encima de la mesa. Parece un pandemónium la mezcla de todo tipo de pruebas de los distintos profesores del seminario. Estamos agobiados. Es una etapa de toma de decisiones, de forzar juicios acerca del nivel real de nuestros alumnos. El nivel es bajísimo pero no podemos suspender a todos los alumnos que se lo merecen por su falta de rendimiento durante el curso. Llega la época de las rebajas, los exámenes de competencias básicas, las decisiones políticas y no académicas acerca de los que merecen promocionar o no. El profesor respira hondo. Alguien le trae una encuesta sobre el sentimiento del conflicto y la violencia entre el alumnado. Luego a última hora de la mañana, tras un examen sobre un libro que pocos han leído, hay una reunión para preparar los créditos de síntesis, una especialidad de Catalunya que sirve de bien poco.
Tras la reunión intensa y demasiado extensa, llegan nuevas tareas y responsabilidades. Tenemos cincuenta minutos para comer antes de las clases de la tarde. Ha llovido esta mañana. Camino entre charcos con la cabeza llena de exámenes, decisiones y tareas. Desconectaré durante veinte minutos, me digo, antes de volver y preparar el examen que viene. Como un minibocadillo de jamón y bebo una Coca Cola para ver si me despejo. Estoy solo. Leo La Vanguardia de Barcelona. Miro la contraportada. Suele haber entrevistas apasionantes. Es una página sorprendente que viaja diariamente al margen de la celeridad del periódico. Hoy la entrevista la hace Víctor-M. Amela a Dennis Meadows. Ni idea. Sigo leyendo. Publicó un libro hace 34 años que marcó época y del que se vendieron 30 millones de ejemplares. Se titulaba Los límites del crecimiento. En 1972, una época optimista, escribió un informe que causó sorpresa. Enunciaba el principio de que el crecimiento económico occidental no podía ser ilimitado y que si se sostenía entraríamos en una profunda crisis. Dennis Meadows constata que en este tiempo hemos seguido creciendo a ritmo acelerado, lo que es decir consumiendo y depredando los recursos de la Naturaleza. Esto lleva directamente al colapso, a la hipótesis de Gaia de James Lovelock que vemos anunciada con el evidente cambio climático que estamos viviendo. El planeta puesto al límite de sus posibilidades se vengará… y se nos sacudirá de encima.
Reflexiono. Esto no lo estamos enseñando en el instituto. Hay más que suficientes indicios de que el mundo occidental no puede seguir agotando los recursos del sistema. El crecimiento tiene un límite. Lo sabemos todos, pero no queremos extraer las consecuencias lógicas y que expone el autor del libro arriba citado: la necesidad perentoria de reducir el consumo. Es una idea que no tiene muchos defensores y menos entre los políticos que nunca hablarán de algo que es impopular. Todo lleva a a lo contrario. Cada vez más aparatos de aire acondicionado, cada vez más coches más y más potentes que consumen una energía que se terminará agotando en las próximas décadas, cada vez más productos tecnológicos de última generación, cada vez más bosques talados para surtir nuestro nivel de vida, cada vez más agotamiento de los recursos pesqueros, cada vez más grasas en nuestra alimentación…
Dennis Meadows habla de la necesidad de planificar a largo plazo. No podemos funcionar por el día a día. Hay que saber a qué tipo de mundo queremos llegar y saber que estamos rozando los límites del no retorno. Occidente no puede crecer más sin comprometer el futuro de la humanidad. Luego nos asombramos de los movimientos migratorios de los que buscan un mejor nivel de vida, de los cayucos que arriban a las islas Canarias. Según el científico norteamericano de sesenta y cuatro años, los ciudadanos deben presionar a sus políticos para que se den cuenta de que nuestro modelo es éticamente inaceptable. La tecnología no puede resolver nada si detrás no hay convicciones éticas… y estas faltan. Mis alumnos no parecen contar con ellas. Reina el principio de sálvese quien pueda y el que se fastidie peor para él. No parece un mundo dado a la compasión y al razonamiento ético el que están viviendo nuestros adolescentes. Ellos vivirán un futuro que puede ser terrible pero no se lo podemos decir sin pecar de alarmistas o pesimistas. En todo caso tampoco harían demasiado caso. Toda la propaganda de la época lleva a pensar en lo banal y en el individualismo.
Termino mi cortado y una pasta. Pago, devuelvo el periódico y retorno al instituto. Han pasado veinticinco minutos en que he podido desconectar de la dinámica educativa concreta pero me han invadido lúcidas reflexiones cuya utilidad ignoro. En el instituto tenemos un examen sobre La perla de John Steinbeck. No parece haberles gustado. También habla de la ambición y de los males que puede traer algo que en principio parece maravilloso. Quizá nuestra perla, la perla del Mundo, sea el consumo, el bienestar, la comodidad. Probablemente no han entendido esta pequeña obra maestra del autor norteamericano. Las ideas complejas son difíciles de asimilar. El razonamiento ético es difícilmente asumible. Vuelvo a mis correcciones, vuelvo a mi día a día, pero considero que hay algo que no funciona, hay algo que no estamos contando, algo de lo que no decimos la verdad o mejor dicho, callamos.
viernes, 26 de mayo de 2006
Para vivir no quiero
Hay una constante en el gusto lector de los adolescentes. Sobre los catorce o quince años desciende radicalmente su afición a la letra impresa. No hay tarea más ímproba que buscar libros que puedan atraerles. Las editoriales nos hacen llegar productos atractivos temáticamente y visualmente: continuamente están editándose libros orientados para los adolescentes, pero el profesor no puede seguir esta avalancha de novedades, muchas veces de bajo nivel narrativo por su estricta orientación al famoso gusto adolescente. Y es que al profesor también le gusta la buena literatura, y le es difícil combinar estar leyendo En busca del tiempo perdido de Proust o La montaña mágica de Tomas Mann con las últimas novedades editoriales juveniles que le llegan.
Hubo un tiempo, en que yo llegué a ser profesor, en el cual no había diferencia entre la gran literatura de todos los tiempos y los libros que podían leer adolescentes inquietos y con ganas de descubrir mundos inexplorados. De hecho, el márchamo de literatura maldita siempre era un acicate para espíritus en eterna búsqueda de lo imposible así como del reino lejano de Avalon o sus nieblas. La adolescencia era una etapa de transformación, de metamorfosis en la que el muchacho necesitaba sentirse miembro de una estirpe maldita, y esa filiación muchas veces era proporcionada por la literatura, por la gran literatura, sin adjetivos detestables como el que ahora se estila: Literatura juvenil. ¡Puaf!, qué gran bodrio son en su inmensa mayoría todos estos libros concebidos para adolescentes. Son libros de fórmula fija, de escaso aliento, de limitada imaginación. Son un alimento pobre para mentes estrechas.
Pero pobre del profesor que se salga de esa senda. Hoy día la literatura no gusta a los adolescentes. Les aburre. No hay nada más lastimoso que llegar a clase cargado de ilusión e intentarles hablar de algún tema literario. A la inmensa mayoría les aburre. El profesor echa toda su pasión y habla como si hubiera alguien que le estuviera escuchando. Las miradas que recibe son patéticas. El profesor se hace preguntas que pone en boca de sus alumnos. “Seguro que os estaréis preguntando por qué el autor del Lazarillo quiso ocultar su nombre”. Se miran perplejos. No se lo están preguntando. El profesor aclara el peligro que suponía en aquella época hablar críticamente de temas religiosos y no puede poner el ejemplo de hoy día con las caricaturas del islam porque hay varios alumnos magrebíes en clase. Da igual. El profesor insinúa misteriosamente que se ha sugerido que el autor del Lazarillo pudo ser Alfonso de Valdés, humanista de la corte de Carlos I de España. Se lo dice a ellos como primicia. Cualquier medio vale para intentar captar su atención.
Otro día comenta por encima unos poemas de Pedro Salinas. Los lee con naturalidad, pero marcando los acentos. Los vuelve a leer. Los alumnos están confusos. Parece que les gusta. El lenguaje de Salinas es pura adolescencia dentro de su densidad conceptual. Sigue en cuanto hay un hilo del que tirar. Al día siguiente les trae más poemas del autor de La voz a ti debida, título basado en un verso de Garcilaso. El profesor lo explica pensando que hay alguien que le escucha. Como Juan Ramón Jiménez, se dirige a la inmensa minoría que es posible que exista.
Años después, un día recibe un comentario en su blog de una exalumna que se aburría soberanamente en las clases de literatura, pero las recuerda, y evoca los poemas de Salinas. Es más, en su blog introduce una entrada en la que reproduce el poema que ella más recuerda: Para vivir no quiero/islas, palacios, torres, / que alegría más alta/ vivir en los pronombres. La alumna anónima deja un mensaje de esperanza. Aquello que se escuchó con aire aburrido porque era lo que tocaba, lo que estaba en el ambiente, encendió una lucecita que años después se ha convertido en una pasión.
El profesor de literatura no trabaja muchas veces para los alumnos que tiene en ese momento. Trabaja para los alumnos que serán. Está sembrando para el futuro, y nadie sabe si esa semilla crecerá. Tal vez sí. Esa es la esperanza en esta época tan cínica y descreída. Y es que la gran literatura es un lenguaje universal. Por eso me molestan tanto los productos prefabricados para adolescentes. Hay, creo, que correr el riesgo de darles algo que no les guste en este momento pero que deje una huella para el futuro. No sé, es un ejercicio arriesgado y no tengo solución alguna. Cada año es un desafío.
martes, 23 de mayo de 2006
Aliento
Cuando uno recibe alumnos a los quince años, que es la edad que corresponde a tercero de ESO, su carácter y sus tendencias ya están conformadas. Los hay de muchos tipos: los hay más o menos inteligentes, los hay más o menos indolentes y vagos, los hay más o menos responsables, los hay lábiles, los hay voluntariosos y tenaces, los hay despistados que se dejan llevar, los hay atentos y educados, los hay desconsiderados, los hay que chillan en lugar de hablar, los hay faltos de maduración, sumamente pueriles, los hay más maduros, los hay adaptados al medio o los hay que sufren las circunstancias del entorno, los hay solitarios o sociales… Es una variedad amplísima que abarca toda la caracteriología humana.
El gran reto, cuando ya llegan a esta edad, es la posibilidad de transformarlos, de ampliar su visión de las cosas y de la realidad, de hacerlos conscientes de sus intereses y promover el desarrollo de sus capacidades, muchas veces desaprovechadas por la crisis madurativa que padecen en plena adolescencia.
Reconozco que es difícil. Los alumnos a esta edad están demasiado hechos, se creen en posesión de verdades que han oído por ahí y algunos tienden a creer que lo saben todo. Otros son frágiles e inseguros y disimulan sus carencias con prepotencia. El profesor no lo tiene fácil si quiere iniciar un proceso de transformación en dirección de profundizar en su visión del mundo y de aumentar su sentido de la responsabilidad.
Soy aficionado a películas de profesores y alumnos –es todo un género- que presentan a cursos difíciles y hostiles frente a la figura, en principio frágil, del profesor. Éste, auténtico héroe de la película, consigue hacerles cambiar aumentando su conciencia y estimulando sus capacidades. Para ello pone en juego toda su empatía y conocimiento de la naturaleza humana para acercarse a ellos y llevarlos a iniciar dicho proceso, un proceso marcado por el aumento de la fe en ellos mismos y en su potencial humano e intelectual. Los alumnos, poco a poco, experimentan una transformación que les lleva a conocerse mejor y a obtener resultados sorprendentes en el conjunto del curso. Siempre he visto este tipo de filmes con admiración, pero me han parecido generalmente estereotipados. La realidad es mucho más compleja y los alumnos suelen ser menos permeables que lo que plantean estas películas. En hora y media se comprime una situación que no se puede dar en la realidad, al menos no con los alumnos díscolos y desganados que tenemos ahora.
Al menos en general. No es fácil cambiar a un curso. Sin embargo, me cabe la duda de si es posible a nivel individual. Recuerdo hace años el caso de un alumno que suspendía ocho o nueve asignaturas. Era el típico gracioso de la clase que servía para que los demás se rieran de él a partir de sus excentricidades y “genialidades”. Era un bufón de cómic. Solía intentar copiar en los exámentes y sus respuestas eran dignas de ser antologizadas. Una vez le cogí copiando y le puse en evidencia. Andrés se rió nerviosamente y no pareció darle demasiada importancia a lo que había pasado. Le afeé su conducta y allí acabó el asunto, con el examen suspendido. Terminó el curso desastrosamente para él. De modo imprevisto, vino a hablar conmigo. No era su tutor pero tuvo, por la razón que fuera, deseo de conversar conmigo, que le había llamado reiteradamente su atención y le había puesto en evidencia su falta de madurez y su carácter bufonesco. Me preguntó dramáticamente qué podía hacer. Le miré a los ojos y vi que hablaba en serio. Esperaba una respuesta a una situación de crisis en su vida. Le quedaban ocho asignaturas, pero entonces había exámenes de septiembre. Le dije que si quería salir adelante se tenía que poner a trabajar “en ese mismo día”. Hicimos una programación durísima del verano que tenía por delante, incluida mi asignatura de Literatura Española de tercero de BUP. Andrés tomó nota cuidadosamente y se despidió de mí con un apretón de manos. “Nos veremos en setiembre” –me dijo- .
Pasó el verano y cuando llegaron los exámenes, Andrés se presentó a todos. Aprobó siete de las ocho asignaturas suspendidas y pasó cómodamente a COU. Vino a verme. Era el último curso en que yo era profesor en aquel centro. El muchacho estaba emocionado. Acababan de darle las notas. Le felicité. En la sesión de evaluación había sido una completa sorpresa. Él, con lágrimas en los ojos, me abrazó. Yo no había creído en él en un principio, pero tras la conversación mantenida en junio, hubo algo que me llevó a hacerlo. Le transmití, no sé cómo, esa fuerza, esa fe en sí mismo que necesitaba.
Cuando pienso en mis alumnos, Andrés me viene a la cabeza. Sé que es posible cambiar, pero hacen falta muchas circunstancias misteriosas para que se produzca tal revolución. De hecho no ha vuelto a producirse un caso semejante y tan radical en mi experiencia, pero desde entonces sé que es posible que un muchacho cambie y se ilumine su camino.
No está dentro de mí esa capacidad de trasformación de alguien. Tiene que ser una conjunción de dos necesidades y dos potencias puestas en combinación. Su deseo de salir adelante y mi aliento, nuestro aliento como profesores. No deja de ser un enigma que no tiene explicación. Pero desde entonces, espero de nuevo que algún alumno tenga tanto esa determinación y esa convicción como su necesidad de mi apoyo y de mi confianza. Entretanto intento manifestar mi apoyo a sus deseos de mejora por leves que sean, los felicito cuando hay algún progreso, les dedico algún comentario de reconocimiento es sus redacciones o en sus notas a aquellos que se han puesto en el buen camino académico. Todos necesitamos esos pequeños estímulos en nuestro camino para seguir adelante.