Doy clase de Literatura Española a cuatro alumnos de segundo de Bachillerato. Las lecturas nos son fijadas por la Administración, con mejor o peor criterio. Ahora estamos leyendo unos veinte capítulos seleccionados de El Quijote, lo que no permite una visión global de la obra. Hay demasiados saltos narrativos que no dejan hacerse una idea de la continuidad de la novela (o novelas).
En todo caso, siempre es un gozo reencontrarme con la más amada de mis novelas. La he leído en cinco ocasiones íntegramente, y parcialmente para impartir la asignatura, otras tantas. Hay capítulos que me los sé casi de memoria, pero nunca acabo de extraer conclusiones definitivas de esta obra tan evasiva y compleja.
¿Está loco don Quijote? Eso afirma el narrador, mejor dicho, los narradores: Cid Hamete Benengeli, autor moro del que no cabe fiarse demasiado, que fue coetáneo de los hechos, el traductor, también moro aljamiado, y el segundo narrador que recoge las dos fuentes citadas anteriormente. Este segundo narrador puede identificarse (o no) con Cervantes. Vemos la realidad desde tres dispares puntos de vista. Ello se añade a las diferentes perspectivas (cambiantes) que tienen don Quijote y Sancho de la realidad. El resultado es una visión compleja de todo lo narrado. ¿Existe Dulcinea? La fuerza de la imaginación de Don Quijote es tal que se nos impone como realidad, aunque sepamos que, tras su altisonante nombre, se esconde una labradora de pelo en pecho, de potente vozarrón y bastante “cortesana” que se llama Aldonza Lorenzo. Pero don Quijote la pinta en su imaginación como la desea y, por ello mismo, tiene consistencia como mito que le orienta y dirige en sus aventuras de caballero andante. El encantamiento y desencantamiento de Dulcinea en la segunda parte es uno de los aspectos más desoladores y tristes de la novela.
En el penúltimo capítulo, don Quijote, llegando a su aldea encuentra cerca de sí una liebre blanca, perseguida por unos cazadores. Representa simbólicamente a Dulcinea del Toboso. Y a partir de allí, su mito se desvanece y el caballero deja de tener consistencia. Enferma y muere recuperando –para nuestra consternación- la conciencia de ser Alonso Quijano el Bueno.
Sin duda, el problema mayor de El Quijote es la naturaleza problemática de la realidad. No hay nada que no pueda ser cuestionado. La verdad depende del observador que la contempla. Y además existen encantadores que trasmutan la realidad.
Es una novela impresionante, que fue interpretada según la época que la leía. En España no se la prestó demasiada atención hasta la Ilustración. Se desconfiaba de una obra que gustaba tanto a los ingleses y franceses. De hecho, se admiraba más el Quijote apócrifo de Avellaneda que el de Cervantes. Hasta que el catalán Juan Jolis importó la fórmula de más allá de los Pirineos de publicarlo en cuatro tomitos de bolsillo en 1755, no obtuvo un éxito rotundo.
Hablamos en clase de Avellaneda, de Lope de Vega, de las rencillas de su tiempo, del desastre personal de la vida de Cervantes, de su fracaso teatral, de la intertextualidad extraordinaria que se produce en la segunda parte de El Quijote.
Los alumnos asisten asombrados al descubrimiento de un clásico del que han oído hablar en muchas ocasiones pero del que no sabían nada. Vamos desmenuzándolo poco a poco, capítulo a capítulo, y ellos participan constantemente haciendo aportaciones que reflejan que han entrado en el juego literario de la obra
Incorporan a su acervo términos como perspectivismo, baciyelmo, venta-castillo, realidad cambiante, evolución interna de los personajes, quijotización de Sancho; se ríen con ganas ante muchas de las situaciones que se producen, especialmente en la de los batanes en que Sancho se hace aguas mayores en medio de la oscuridad, y comienza a subir un tufo característico hasta las narices de don Quijote.
Sin duda, es una novela extraordinaria, que analizada con método y progresivamente, abre las mentes de los jóvenes hacia la complejidad literaria. Espero que les lleve a valorar críticamente el aluvión de obras de medio pelo que nos invade y que tienen como atractivo el márchamo de “novela histórica”. La buena literatura ha de tener alguna dificultad. El esquematismo y simplicidad que nos acosa en las obras de éxito es una parte de la historia, pero no toda. La literatura es algo más. La buena literatura nos cuestiona y es inquiridora. Nos devuelve nuestra imagen transformada. Va más allá de nosotros mismos, pero no nos salva –aunque alivia- de la soledad.
En todo caso, siempre es un gozo reencontrarme con la más amada de mis novelas. La he leído en cinco ocasiones íntegramente, y parcialmente para impartir la asignatura, otras tantas. Hay capítulos que me los sé casi de memoria, pero nunca acabo de extraer conclusiones definitivas de esta obra tan evasiva y compleja.
¿Está loco don Quijote? Eso afirma el narrador, mejor dicho, los narradores: Cid Hamete Benengeli, autor moro del que no cabe fiarse demasiado, que fue coetáneo de los hechos, el traductor, también moro aljamiado, y el segundo narrador que recoge las dos fuentes citadas anteriormente. Este segundo narrador puede identificarse (o no) con Cervantes. Vemos la realidad desde tres dispares puntos de vista. Ello se añade a las diferentes perspectivas (cambiantes) que tienen don Quijote y Sancho de la realidad. El resultado es una visión compleja de todo lo narrado. ¿Existe Dulcinea? La fuerza de la imaginación de Don Quijote es tal que se nos impone como realidad, aunque sepamos que, tras su altisonante nombre, se esconde una labradora de pelo en pecho, de potente vozarrón y bastante “cortesana” que se llama Aldonza Lorenzo. Pero don Quijote la pinta en su imaginación como la desea y, por ello mismo, tiene consistencia como mito que le orienta y dirige en sus aventuras de caballero andante. El encantamiento y desencantamiento de Dulcinea en la segunda parte es uno de los aspectos más desoladores y tristes de la novela.
En el penúltimo capítulo, don Quijote, llegando a su aldea encuentra cerca de sí una liebre blanca, perseguida por unos cazadores. Representa simbólicamente a Dulcinea del Toboso. Y a partir de allí, su mito se desvanece y el caballero deja de tener consistencia. Enferma y muere recuperando –para nuestra consternación- la conciencia de ser Alonso Quijano el Bueno.
Sin duda, el problema mayor de El Quijote es la naturaleza problemática de la realidad. No hay nada que no pueda ser cuestionado. La verdad depende del observador que la contempla. Y además existen encantadores que trasmutan la realidad.
Es una novela impresionante, que fue interpretada según la época que la leía. En España no se la prestó demasiada atención hasta la Ilustración. Se desconfiaba de una obra que gustaba tanto a los ingleses y franceses. De hecho, se admiraba más el Quijote apócrifo de Avellaneda que el de Cervantes. Hasta que el catalán Juan Jolis importó la fórmula de más allá de los Pirineos de publicarlo en cuatro tomitos de bolsillo en 1755, no obtuvo un éxito rotundo.
Hablamos en clase de Avellaneda, de Lope de Vega, de las rencillas de su tiempo, del desastre personal de la vida de Cervantes, de su fracaso teatral, de la intertextualidad extraordinaria que se produce en la segunda parte de El Quijote.
Los alumnos asisten asombrados al descubrimiento de un clásico del que han oído hablar en muchas ocasiones pero del que no sabían nada. Vamos desmenuzándolo poco a poco, capítulo a capítulo, y ellos participan constantemente haciendo aportaciones que reflejan que han entrado en el juego literario de la obra
Incorporan a su acervo términos como perspectivismo, baciyelmo, venta-castillo, realidad cambiante, evolución interna de los personajes, quijotización de Sancho; se ríen con ganas ante muchas de las situaciones que se producen, especialmente en la de los batanes en que Sancho se hace aguas mayores en medio de la oscuridad, y comienza a subir un tufo característico hasta las narices de don Quijote.
Sin duda, es una novela extraordinaria, que analizada con método y progresivamente, abre las mentes de los jóvenes hacia la complejidad literaria. Espero que les lleve a valorar críticamente el aluvión de obras de medio pelo que nos invade y que tienen como atractivo el márchamo de “novela histórica”. La buena literatura ha de tener alguna dificultad. El esquematismo y simplicidad que nos acosa en las obras de éxito es una parte de la historia, pero no toda. La literatura es algo más. La buena literatura nos cuestiona y es inquiridora. Nos devuelve nuestra imagen transformada. Va más allá de nosotros mismos, pero no nos salva –aunque alivia- de la soledad.