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miércoles, 25 de septiembre de 2019

La literatura moral (reedición)



Cabría reflexionar sobre la importancia de la transmisión de valores que se hace a través de la literatura infantil y juvenil. Es un lugar comúnmente aceptado que los libros de lectura que recomendamos o seleccionamos para nuestros alumnos deben ser un elemento de refuerzo de los valores humanistas y democráticos -favorecedores de la convivencia, de la tolerancia y del diálogo- que fomenten la integración social y que les hagan sensibles a cuestiones sociales (el racismo, el sida, la homosexualidad, la pobreza, la delincuencia, la anorexia…). La lectura en tal caso tiene una importante función de moldeamiento de las conciencias y las actitudes de los adolescentes con arreglo a los valores que entendemos que son válidos en una sociedad como la nuestra. Para ello, el mensaje de estos textos, normalmente narrativos, debe ser claro y no dejar ningún resquicio a la ambigüedad, y si lo hubiera, rápidamente habría protestas y críticas desde el ángulo de lo políticamente correcto. Podemos concluir que la función predominante de la llamada literatura infantil y juvenil es claramente moralizadora, es la predicación de una enseñanza de acuerdo a los valores entendidos como válidos y entronca con la publicidad o los sermones desde los púlpitos.

En tiempos del franquismo también se educaba en valores: el espíritu nacional, la Raza, la hispanidad, la patria, los sagrados valores de la religión… y se censuraban textos sospechosos de atacar dichos valores patrios. Recuerdo que había ediciones expurgadas de El lazarillo de Tormes por su ambigüedad respecto a la religión. De hecho se consideraba a la literatura en sí misma como virtualmente peligrosa por la abundancia de librepensadores, espíritus disolventes y corrosivos, que abundaban entre los escritores.

La llegada de la democracia impulsó la literatura como una experiencia gozosa del placer del texto al margen de sus implicaciones morales. Por fin podíamos liberarnos del corsé ideológico-moralizador y disfrutar de la plurisignificación de la literatura abierta a cualquier tipo de interpretación fuera moral o no. De hecho había una fuerte atracción hacia textos ambivalentes, que caminaban por el filo del abismo y se adentraban en terrenos peligrosos pero que hacían reflexionar porque se identificaban con nuestro ser complejo y contradictorio, abierto a la luz pero también a grandes dosis de sombra.

Pero esto duró poco. La llegada de las nuevas corrientes pedagógicas impuso la llamada educación en valores que se proyectó con fuerza sobre los textos que podían leer nuestros niños y adolescentes que debían ser "educativos" y pedagógicamente correctos. De hecho las editoriales han inundado el mercado con novelas que no destacan por su calidad literaria pero que son claramente unívocas respecto a los mensajes que transmiten y han desechado la peligrosa amoralidad y ambigüedad de la literatura. La ilusión es que se puede moldear a los adolescentes en función de un proyecto colectivo en sintonía con la sociedad democrática para construir un mundo mejor (según nuestras ideas).

Estos planteamientos sobre la función moralizadora de la literatura no los admitiríamos en nuestra experiencia como lectores adultos, pero sí que nos consideramos con derecho a imponer a la infancia y adolescencia criterios abiertamente morales, quizás porque consideramos este periodo de formación como peligroso y desconcertante por su extraordinaria ambigüedad. No hay idea o pensamiento malvado y cruel que no se pase por la mente de un niño o adolescente. Lo sabemos y tememos. Por ello defendemos una lectura dirigida, mediatizada, con claras orientaciones que no puedan dar lugar a dobles sentidos. El bien moral, la razón, los valores -educativamente hablando- siempre deben ganar al mal, los valores democráticos deben siempre imponerse. Una novela debe ser un espejo limpio en el cual poder reflejarse como modelo. De hecho nos desconciertan algunos cuentos tradicionales (Pensemos en Caperucita roja, Hansel y Gretel…) por su crueldad y la violencia implícita que hay pero lo cierto es que siguen fascinando a los niños. No falta algún maestro que pretende cambiar estos cuentos y conseguir que al final el lobo y Caperucita se hagan amigos, o descubrir que el ogro no es tan malo como parecía.

Recuerdo en mi niñez representaciones de guiñol en que la bruja era muy mala pero al final se terminaba llevando todos los estacazos del héroe ante el entusiasmo de toda la chiquillería que gozaba abiertamente. En la actualidad este planteamiento es totalmente inadecuado y todas las representaciones teatrales que he visto para niños no hacen ninguna referencia a la presencia del mal en el mundo, la muerte o cualquier otra situación que haga que los niños tengan malos sueños. Es un mundo idealizado y conformado respecto a nuestros supuestos valores y que proyectamos a los niños, pero que en realidad no tienen nada que ver con los que experimentamos en la edad adulta.

Creo, para acabar, que se ha despojado a los libros que leen nuestros niños y adolescentes del sabor de la auténtica literatura que debe unir una calidad literaria a su libertad imaginativa en la que quepa la complejidad enorme del corazón humano, su ambigüedad y su plurisignificación. En resumidas cuentas, como pensaba Mark Twain, la literatura moralista y didáctica, al servicio de la pedagogía que domina totalmente, es una estafa y es profundamente hipócrita. Si para algo ha de servir la literatura es para alumbrar los conflictos humanos revelando su dolor o desgarro, mostrando su extraordinario laberinto de pasiones, con luces y con sombras o con las carcajadas insolentes del bufón que se ríe de lo políticamente correcto y establecido.

* Recomiendo en este sentido el artículo de la maestra argentina Marcela Carranza, experta en literatura infantil, titulado La literatura al servicio de los valores, o cómo conjurar el peligro de la literatura. Es magnífico y ayuda a profundizar en el tema que sólo he esbozado.

viernes, 20 de septiembre de 2019

Neorrabioso y sus fobias


Para los que no lo conozcan, Neorrabioso es un fenómeno cultural –pequeño pero fenómeno-  que se puede seguir en su blog y a través de las redes sociales. Neorrabioso es un poeta urbano que va dejando sus versos en las paredes de Madrid así como en los cubos de basura del ayuntamiento, impregnando Madrid de su poética alternativa. Llevo tres meses siguiendo su blog que no permite comentarios. Neorrabioso publica entradas varias veces al día al ritmo de sus filias y sus fobias que al cabo de unos meses resultan ya muy conocidas para el lector. Mi post no será complaciente y pretende dar una respuesta, la que no puedo darle en su blog porque no permite comentarios, algo que deja en el ambiente un talante inseguro. Mi discurso es mío y los demás solo tienen derecho a leerme y escucharme.

Neorrabioso es la quintaesencia del pensamiento político correcto. Es una especie de héroe romántico perfecto. Rebelde, anarquista, individualista, antirracista, antifascista, feminista, multiculturalista…, odia occidente -aunque no renuncia a vivir en él- y ve la mediocridad ambiente de este país esencialmente inculto y racista, además de homófobo. Solo se salvan él y sus amigos africanos, saharauis, gays y lesbianas y algunas mujeres -chicas- que él adora como estrellas en el firmamento. Odia el nacionalismo, especialmente el español que él ve como profundamente negativo y reaccionario. No es igual de crítico con otros nacionalismos a los que no considera apenas. Es una especie de guerrillero urbano que se posiciona a favor de los débiles y condena profundamente toda la degeneración de nuestro país, mediocre y racista.

Va escribiendo sus versos en los cubos de basura, se considera un poeta del pueblo y vive en torno a ese delirio de grandeza su misión debeladora de los mitos de una sociedad despreciable desde la altura de su perspectiva radicalmente solitaria. Sin embargo, uno lee sus versos y no ve mucho apreciable en ellos, salvo un cierto ingenio con innegable ternura para las recurrentes imágenes  de su poética. El otro día leí que es necesario que surjan mil poetas para que haya uno verdadero, y él -opino- no es el Elegido. Sus poemas son esencialmente ingeniosos, imbuidos de un mesianismo congénito en que él se considera, en su soledad, un verdadero artista del siglo XXI del Madrid castizo. A sus cuarenta y cinco años hace tiempo que ya ha pasado la línea de la sombra de que hablaba Conrad, ya no es joven, pero tiene temperamento adulescente, el de esos cuarentañeros que siguen pensando en términos que parece que tuvieran dieciocho años. Vive con algunos gatos, su única compañía, y cada vez es más misántropo respecto a la gente. Vive con orgullo su soledad altiva pero sus publicaciones reflejan a un hombre inseguro que teme no ser adorado suficientemente por el pueblo al que defiende o por las mujeres. Mira cada día los que leen su blog y eso hace subir o bajar su autoestima. Tiene una biblioteca de la que va sacando fragmentos, espigados aquí o allí, para reflejar su cultura de hombre instruido y complejo. El lector puede seguir con curiosidad la serie de filias y fobias de este hombre singular pero al cabo de unos meses ya no hay deslumbramiento porque todo responde a un esquema no demasiado profundo por lo ostentoso y tópico que es en sus ideas. Yo lo leo cada día, esperando alguna sorpresa, pero hay pocas cosas que supongan reflexiones que pongan en cuestión su visión ya hecha del mundo, de la vida y la sociedad. Porque Neorrabioso es un influencer más de los que abundan en estas tierras. Es un producto más que no vende elementos de cosmética sino una forma de estar en el mundo, la suya que se nos impone sin lugar a dudas como auténtica y comprometida. Me recuerda paródicamente en su ensimismada autocontemplación la imagen de la pintura El caminante entre el mar de nubes de Caspar David Friedich.

Neorrabioso es absolutamente sincero, nos transmite sinceridad a raudales, sus discursos son extremadamente sinceros, salen de él como efluvios naturales -a veces con furia- de su mentalidad justiciera. Pero uno se pregunta si el arte, la poesía de verdad, es un producto que surja de la sinceridad o de un superego desmedido. Pienso que el poeta necesita algo de neutralidad, de entibiar su ego para no hacérsenos cargante y obsesivo, y algo de eso que se llama sugerencia, ambigüedad, tal vez humildad. Sus poemas son tiernos, ingeniosos y pretendidamente ideológicos, una suerte de luz y color en las calles de Madrid. Pero este héroe madrileño, de origen vasco, vive con pasmosa intensidad su misión y su rebeldía resentida, frutos de un delirio de libro.  No hay mayor propagandista de su ego que él mismo que intenta convencernos constantemente de su valor, su ingenio y su grandeza espiritual. Él está demasiado alto y desde esa altura contempla las calles de Madrid, España, Europa y el mundo. Es una especie de Guerrero del antifaz, pero en bueno, claro. 

No obstante, me cae bien. Uno puede seguir su aventura espiritual varias veces al día en directo por medio de sus perlas y mensajes, pero como no me deja contestarle en su blog, escribo en el mío esta sinopsis que espero que le llegue. Sé que no le gustará lo que he escrito pero lo he hecho también con absoluta sinceridad. Estoy seguro que mi entrada logrará nuevos lectores para su blog, que no está mal, créanme. Es egoico y obsesivo, muy sesgado hacia los tópicos progres, pero tiene algún interés. 

lunes, 16 de septiembre de 2019

Vivir en el presente


La transformación es el estado continuo de la vida. Nada permanece, todo está en continuo estado de cambio y fluencia. Nada está fijo, y cuando algo parece que lo está, es que algo falla. Hay personas que se enorgullecen de ser idénticas a los cuarenta y tantos años a cómo eran a los dieciséis. Probablemente lo serán en su perspectiva cuando tengan sesenta, lo que es una evidencia de un enorme fracaso o una ridícula confusión. No se puede vivir sin transformarnos, cada instante, cada día, cada año, cada época. Sin embargo, hay a veces adolescentes o adulescentes que escriben en sus dedicatorias “no cambies nunca” como anhelo de búsqueda de la permanencia en la personalidad de un amigo. Querríamos que las cosas siguieran siendo iguales a una cierta etapa dorada de nuestra vida, y nos duele que no sea así. La vida y sus etapas son palmarias en este sentido. De niño a hombre, de hombre a anciano, de anciano a la nada… Pero este cambio trágico que se da en nuestras vidas es invisible a nuestra mirada, no lo percibimos de lo acostumbrado que estamos a vernos cada día en el espejo en el que van apareciendo pequeños cambios que se hacen evidentes al cabo de un tiempo en que no habíamos reparado en ellos. La transformación produce dolor, no es fácil asistir a esta deriva sin sentirnos acongojados, inquietos, angustiados… No hay nada fijo. Cambia nuestro físico pero también cambian nuestras ideas, nuestro modo de ver el mundo, de estar en él, de sentirnos, de contemplarnos, de contemplar a los demás, sean nuestros hijos o nuestra pareja o nuestros amigos… Todos estamos en cambio incesante. Es difícil asirse a algo que nos dé estabilidad. El gran problema de la vida es asumir los cambios propios y el de las personas que tenemos cerca… pero también asumir los cambios sociales, políticos, tecnológicos, filosóficos, ideológicos… Uno envejece cuando ya no es capaz de adaptarse a esta transformación existencial, histórica y social del universo, que late, se expande y se transforma segundo a segundo.

De ahí la extensión de los pensamientos que intentan vivir el presente en su íntimo latir en cada instante, como único y esencial, una especie de “metafísica del presente” para evitar la angustia del pasado o del futuro.  Ya que no podemos aferrarnos a nada firme, se plantea fluir con la vida, vivir el aquí y el ahora como fundamento existencial. Es el tema del budismo y ciertas religiones, además de la degradada autoayuda. Como si eso fuera posible solo con desearlo, como si pudiéramos aferrarnos decididamente a ese instante preciso y precioso del presente en su proceso de transformación. Pienso que nuestro modo de vida de hombres en la historia no está preparado para ello. Es una ficción pensar que podemos vivir de modo permanente en el presente. Estoy seguro de que el uso de drogas, el mismo alcohol, tienen como eje la angustia de esa transformación incesante y el anhelo de detener el tiempo y tal vez estas sustancias proveen a sus usuarios de una cierta ilusión de que eso es posible en una suerte de iluminación interior. No es el vicio lo que impulsa a los seres humanos a la drogadicción, no, es el afán de fijarnos ilusoriamente en el presente inmanente. Pero solo es un sueño porque “no somos capaces de presente, ni como pensantes ni como vivientes, ni en el sentido de que estuviéramos completamente en el ser, ni en el de que el ser estuviera completamente en nosotros. La presencia plena no representa por ahora una opción real para seres mortales”, según escribe Peter Sloterdijk en su libro ¿Qué sucedió en el siglo XX? La obra magna de Heidegger es Ser y Tiempo, una obra de enorme complejidad en que se anuda inexorablemente al Ser con el Tiempo, somos tiempo, esa es nuestra íntima entraña. Esa es nuestra dimensión trágica y que puede ser contemplada también con una mueca irónica y suscitarnos por lo absurdo que es todo, una enorme carcajada. La máscara de la comedia y de la tragedia son las dos caras del ser. Solo hace falta un pequeño cambio de perspectiva para convertir lo esencialmente trágico en demoledoramente cómico. No somos inmanentes, solo somos seres que juegan a creerse serios cuando no lo somos en absoluto. Toda la historia del arte y de la cultura tiene como eje esta constatación, la del cambio incesante y el sentimiento concomitante de que es ilusorio cualquier intento de trascendencia, así que en tal caso, lo único que queda es la risa. Afortunados los que ríen porque de ellos será el reino del presente… 



sábado, 7 de septiembre de 2019

España como enigma histórico



Hoy he leído en la prensa que según un estudio parcial, España es el país más infeliz de Europa y uno de los más infelices del mundo salvo Argentina. Los países más felices serían Australia y Canadá. Sin embargo, España es un país en que se vive muy bien. ¿A qué se debe esta percepción de la propia falta de felicidad? Pienso que buena parte de la satisfacción con un país se establece por la confianza en el sistema político y social, en las instituciones democráticas, en los impuestos y su redistribución… Y España es un país confrontado consigo mismo, con su historia, con sus instituciones, con su sistema político y administrativo… Los españoles no nos sentimos a gusto con lo que somos, es una especie de autoodio feroz a cualquier cosa que signifique algo positivo por nuestra parte. Si hubo alguna vez una lectura complaciente con la Transición que aludiera a nuestra cordura colectiva a la hora de pasar de una dictadura a una democracia, muchos se han encargado de hundirla y desprestigiarla. Nuestro sistema político, empezando por la monarquía y las instituciones no hacen sino recibir escaso aprecio. Es como si no creyéramos en lo que somos ni menos en quienes nos representan. Es una especie de anarquismo pesimista que detesta y desprecia al poder en cualquiera de sus vertientes. Tantos y tantos países tienen una visión más aquilatada de su historia, de sus instituciones, de su realidad como país, de sus posibilidades. 
Aquí cualquiera es especialista en denostar cualquier virtualidad positiva sea en deporte, literatura, música, política, educación, sanidad… No reconocemos nuestros puntos positivos. Los extranjeros nos ven con una mirada mucho más generosa sobre lo que somos nosotros, nos perciben mucho más positivamente que nosotros a nosotros mismos. Resaltamos lo malo, lo oscuro, lo turbio cuando muchos países tienen una mirada optimista y orgullosa de sí mismos a pesar de su pasado, y de lo mucho de lo que tendrían que arrepentirse. Nosotros nos desdoblamos y condenamos –y desconocemos- nuestra historia como algo abominable. Tenemos la moral hundida como identidad. No tenemos ciertamente ni un himno, ni una bandera, ni una historia, ni un sistema político o de distribución social, ni jurídico que nos representen unánimemente. No hay nada de que nos sintamos orgullosos como país; en cambio como regiones tenemos un orgullo desmedido y estratosférico. No funcionamos como españoles pero sí como gallegos, extremeños, andaluces, catalanes, asturianos, aragoneses… Cualquiera que busque un cierto orgullo como país recibe los más terribles denuestos y calificativos despectivos… Somos un país extraño, no sé si mezcla de nuestro pasado complejo histórica y étnicamente, pero lo evidente es que no nos queremos, no nos aceptamos,  y nos miramos como algo patético y deforme, es algo que permea la cultura española a muchos niveles… En la mirada de Valle Inclán en Luces de bohemia se evidencia esta mirada terrible sobre nuestra realidad al considerar España como una tribu del norte de África, como una deformación grotesca de la civilización europea… Lo malo es que no tiene solución, yo no se la veo. 
Pienso que el intento de regenerar esa imagen de España que supuso la Segunda República fue tan exaltado, tan desmesurado, tan conflictivo, tan utópico que nos llevó a enfrentarnos y odiarnos de nuevo unos a otros en un estallido de sangre, ese que llevamos siempre dentro como pulsión irrefrenable. Porque nuestra mayor especialidad es detestarnos fraternalmente. Ni una legión de psiconalistas llegarían demasiado a comprendernos. Es así.

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