Grupo escultórico de Juan Muñoz
Este es el título de una película espléndida de Adolfo
Aristaráin de 2001, pero es también la expresión de una frase hecha que se
refiere a algo desgastado por el uso, carente de originalidad, fruto de la
copia o de la simplificación... Cuando escribo temo regirme por los lugares
comunes, y temo encontrarme con ellos cuando leo lo que otros escriben. No es
difícil reconocer un lugar común, toda idea que sea digna de esa denominación
supone un riesgo, un ponerse ante el abismo del equilibrista que anda por la
cuerda floja... Los lugares comunes se ponen a salvo por la aquiescencia
popular, son lo que la mayoría demoscópica quiere o piensa. Son populares y
tienen enorme audiencia. No hay nada tan poderoso que un lugar común. Están
avalados por la necesidad de seguridad que tienen los niveles más profundos de
nuestra psique, que ansía conocer dónde se está y estar cómoda allí donde se esté.
Nos ofrecen seguridad. Si son compartidos por una amplia mayoría, es casi seguro
que no nos equivocamos, y además uno a partir de determinada edad (la
adolescencia es proclive ya a esta práctica del no pensamiento, no digamos ya
otras edades más avanzadas) no tiene ganas ya de aventuras que nos dejen a la
intemperie, que nos expongan al vacío, que nos lleven al riesgo.
Los lugares
comunes son cálidos, son como un sillón de orejas bien mullido, y, si los
revestimos de los ornamentos adecuados, parecen originales, fruto de la propia
elaboración. Una vez, un bloguero amigo habló sobre nuestra colocación física
en los lugares que frecuentamos. Siempre nos solemos sentar en sitios
parecidos, nos gusta ver las cosas desde una perspectiva conocida, que no nos
suponga riesgo. Nos hemos habituado a ella. Estos son los lugares comunes: nos
ofrecen comodidad, calor, seguridad... Fuera de ellos está el riesgo, el frío,
el miedo, la intemperie... Nos acogemos a ellos con verdadera vocación. En el
mundo de los blogs es evidente esta tendencia. Hay quienes escriben para
sentirse cómodos, no por el placer del riesgo, y hay quienes escriben
poniéndose en la cuerda floja y es evidente su deseo de bordear los límites.
Hay quienes saben que no podrán equivocarse porque lo que dicen es mayoritario,
es fruto del consenso social y de los buenos sentimientos, de las ideas
preestablecidas, de los espacios compartidos...
Cuando leo aportaciones de mis alumnos en sus composiciones,
en los debates, en los foros más íntimos, me doy cuenta de la presencia de los
lugares comunes, de la falta de originalidad profunda, de la copia, y también
de las aportaciones genuinas que llevan a posiciones arriesgadas. Esto no
quiere decir que yo esté de acuerdo con ellas. Mi simpatía por la originalidad
no depende de mi conformidad con sus opiniones o ideas, no, mi pasión por la
personalidad nítida deviene porque la amo por encima de todas las cosas aunque
se revele en las antípodas de mi modo de ver la realidad. La impresión general
que tengo es que para tener una posición personal es necesario haberse
habituado a la soledad, exenta de toda autocomplacencia, que es necesario haber
conocido el dolor en toda su dimensión, la inseguridad, la exposición a la
marginalidad, y practicar la disidencia con todos sus peligros.
Una variedad del pensamiento común es el dominado por la
prepotencia. Lo vemos en las cadenas televisivas. En ellas se afirma lo más
manido con una contundencia que es violenta. Y recibe, en consonancia,
adhesiones masivas de la audiencia.
En contrapartida, existe la posiblidad del pensamiento en el
filo, cuando se reviste de la apariencia de un lugar común, y poco a poco va
revelando su vocación abismática. Es una forma de engañar, pero muchos se
quedarán en la apariencia tranquilizadora, y no seguirán el viaje hasta el
desierto. Porque salirse de los lugares comunes nos lleva a la soledad, al enajenamiento,
al vacío. Y no hay red de seguridad. Se siente miedo.
Sentimos miedo, mucho miedo, cuando nos aventuramos en lo
incierto, y nos arriesgamos a proponer una posición en la multiplicidad de
senderos del bosque que pueden llevar a la cabaña de la bruja. El bosque es la
expresión más compleja de nuestra psique, nos desconcierta, y no hay nadie que
no tema perderse en él y más en la noche. Avanzar por el bosque en la noche,
nos lleva a cagarnos en los pantalones.