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martes, 29 de noviembre de 2022

Parte de una historia en un tiempo no tóxico

Suena Radio Santa Klaus en Alexa, es una versión inglesa de Noche de Paz, ya estamos en el ciclo de la Navidad. Uno se pone a escribir y no sabe adónde irá a parar. Leo la prensa y me entero de las protestas de los folios en blanco en China donde el Partido Comunista reprime cualquier tipo de disidencia. Sigue el mundial de fútbol en Qatar sin que yo hasta ahora le haya dedicado la más mínima atención aunque sigo el curso de España. Hoy es víspera de un viaje a Madrid de tres días. Madrid es mi segunda casa. Cuando acabé la carrera tuve que decidir hacia dónde emigraría. Mi primera opción era Barcelona, cuando esta ciudad era abierta y cosmopolita, su nombre me enamoraba, y así trasladé mi cuerpo y mis libros a Barcelona donde he residido desde entonces con un paréntesis de tres años en que me fui a vivir al campo, concretamente a Berga, montando una masía con dos amigos. Nos decíamos neorrurales. Compramos cabras blancas, conejos, cerdas. Yo me encargaba del huerto y trabajaba en el Instituto Guillem de Berguedà a unos cinco o seis kilómetros de la masía, cuando Berga no era todavía una ciudad cerrada y carlista para los foráneos que había desplazados en el instituto. Los había de Madrid, de Andalucía, de Zaragoza... Todo eso se acabó con la España de las autonomías y desde entonces en todos los centros educativos solo hay profesores de esa región lo que supuso que todo se hiciera más aburrido y endogámico. Pero esto es ya lejano y no tiene solución. España es lo que es y no me gusta. Pero es lo que hay. Sigue sonando la radio que emite desde Alaska y ello me trae recuerdos pues yo trabajé dos veranos en Alaska cuando era joven. Éramos ilegales pues habíamos entrado como turistas y nos fuimos a trabajar a las canneries de salmón donde se cobraban sueldos fabulosos para los españoles de los años ochenta, aunque bajos para los norteamericanos. En las canneries había una mezcolanza de trabajadores de diferentes orígenes: sobre todo filipinos, también mexicanos y centroamericanos, y luego una larga lista de nacionalidades de viajeros que habían llegado como aventureros: Israel, Irlanda, España... Los mexicanos y filipinos se eran hostiles, lo que derivaba en enfrentamientos continuos en las cadenas de procesado donde todo el mundo llevaba cuchillos muy afilados. Los españoles que habíamos llegado a la última frontera éramos identificados como mexicanos porque nos oían hablar con ellos en español. Los filipinos procuraban fastidiarnos todo lo que podían y nos amenazaban con los cuchillos afiladísimos... Trabajábamos veinte horas al día o más, un par de horas para dormir y a seguir trabajando lo que nos beneficiaba porque nos pagaban a partir de la octava hora como extraordinaria y eso suponía mucho dinero para nosotros en 1981 y 1983. Luego, tras el trabajo, cuando teníamos algún día libre, nos íbamos a la discoteca a bailar... De esto ya hablé en algún post de hace más de dieciséis años. Trabajábamos cinco semanas y con ese dinero nos habíamos pagado el viaje y seguíamos hacia Canadá cuyo territorio cruzábamos de oeste a este en trenes durante trayectos de tres o cuatro días. Y así llegamos a Nueva York, estado por el que viajamos haciendo autoestop y recalamos en Ithaca, donde está la prestigiosa universidad de Cornell, y allí pasamos tres o cuatro días en un ambiente universitario y juvenil. Y en un autobús llegamos a la Gran Manzana de Nueva York en un tiempo en que era una ciudad muy peligrosa. Pero no nos abstuvimos de visitar Harlem y el Bronx. No teníamos donde dormir, solo un teléfono que nos había dado una pareja de hermanos judíos que nos pararon en autoestop. Llamé al teléfono durante la tarde pero nadie me contestó así que nos preparamos para pasar la noche en la estación de autobuses de la calle 42. A las dos de la madrugada me contestó una voz, era Ira, judío neoyorkino que nos invitó a que cogiéramos un taxi y fuéramos a la calle 84 a su casa. Este es el recuerdo que tengo de Nueva York, la enorme generosidad de alguien que no nos conocía y nos invitaba a ir a su casa a medianoche. Pasamos una semana en Nueva York y luego, acababa agosto, y teníamos que volver para trabajar en Barcelona. Los viajes han sido para mí una de las más complejas escuelas de vida y he de decir que siempre he encontrado en todos los sitios donde he estado gente generosa que me ha ayudado. Bueno yo añadiría una excepción, la India, país en que no encontré a nadie en el tiempo que estuve allí que no se acercara a mí para engañarme y aprovecharse de mí. Creo que solo pude establecer una conversación amistosa con el taxista que me llevó al aeropuerto, tras cinco días de gastroenteritis que me pasé en el hotel por haber comido comida de un puestecillo de la calle. Siento tener tan mal recuerdo de la India. Sigue sonando la emisora alaskeña, y este escrito errático va enfilándose hacia el final pues estoy llegando al límite de folio y medio que me marco para no aburrir al personal. Lo último que querría sería hablar de política que envenena y enfrenta a la gente en facciones enemigas a muerte. Recuerdo mi primer camino de Santiago en 1993 cuando me junté con un hombre para mí entonces mayor pues tenía sesenta y tantos años y yo no había cumplido los cuarenta. Me tomó como si fuera un hijo suyo durante los días que pasamos juntos. Se llamaba Paco y era andaluz. Él era del PP y yo entonces era votante socialista, yo adoraba a Felipe González. Aquello no fue sino motivo de juerga y jolgorio entre los dos. Bromeábamos a cuenta de nuestras adscripciones políticas y nos divertíamos hablando de lo divino y humano. Éramos como dos pícaros de la legua comiendo bocatas de mortadela por los páramos de León. Todavía todo no estaba envenenado como ahora en que todo es tóxico. Siento nostalgia de aquel momento histórico en que tener ideas políticas diferentes no llevaba al odio y a la cancelación. En fin, esto se acaba, yo seguiría escribiendo pero he de preparar la maleta para viajar mañana a Madrid. Me alojo en un hostel de habitación compartida, y comeré churros y bocatas de calamares, e iré al teatro, a Lavapiés a cenar en un indio y el tercer día iré a Pozuelo de Alarcón a visitar a un amigo bloguero muy querido para mí. Este es mi plan para los próximos días. 

domingo, 30 de agosto de 2020

Viaje al sur de Juan Marsé

 


Viaje al sur es un libro recién publicado –hace unos días- de Juan Marsé. Responde a un encargo de la editorial antifranquista Ruedo Ibérico, ubicada en París, al autor catalán y al fotógrafo Albert Ripoll Guspi, para contrarrestar la propaganda franquista sobre la realidad de España hacia 1962. Por el encargo recibieron quince mil pesetas para subvencionar un viaje por el sur de España –provincias de Sevilla, Cádiz y Málaga- que se llevó a cabo en el mes de octubre del citado 1962. Juan Marsé hacia mediados de 1963 ya tenía el texto definitivo y lo envió a París, pero el libro jamás fue publicado por Ruedo Ibérico, se perdió totalmente en la sombra y no se supo qué había pasado con él. Las razones para no publicarlo son solo suposiciones pero puede que Viaje al sur no responda al modelo de literatura tendenciosa antifranquista que esperaba la editorial dominada por el PCE, igual que la inmensa mayoría de escritores e intelectuales de aquella época que se movían en la línea antifranquista. Juan Marsé se había acercado al PCE pero nunca llegó a recibir el carné del partido; sus posiciones eran muy diferentes a las oficiales, especialmente en el sentido de que no estaba nada convencido de que estuviera a punto de producirse una insurrección obrera frente al Régimen como así se creía desde el exilio por algunas huelgas en el norte de España y Cataluña. Marsé había trabajado en un taller de joyería durante quince años y sabía mejor que los intelectuales la situación real de la clase obrera española que solo aspiraba a mejorar económicamente y a ser posible comprarse un seiscientos. Es la España de la apertura económica al exterior por obra de los gobiernos en manos del Opus Dei. No había en ciernes una revolución obrera.

Viaje al sur es un libro de viajes de tres compañeros, el citado Marsé, el fotógrafo Albert Ripoll y Antonio Pérez, a lo largo de casi un mes por la geografía andaluza. El texto definitivo se perdió en los fondos de Ruedo ibérico que pasaron al Instituto Internacional de Historia Social de Amsterdam, y así ha sido durante más de cincuenta y cinco años. Recientemente, por una idea de Marsé que recordó el título que le dio originalmente y el pseudónimo que utilizó –Manolo Reyes, como el del protagonista de Últimas tarde con Teresa que ya tenía en mente y había empezado a escribir- el texto pudo por fin ser hallado. El caso es que ahora tenemos el texto original y algunas de las fotografías de Albert Ripoll y es lo que acaba de ser publicado.

El libro es un prodigio que nos devuelve por el túnel del tiempo a la España de octubre de 1962, en plena crisis de los misiles de Cuba que estuvo a punto de desencadenar una guerra mundial, el comienzo del Concilio Vaticano II y las inundaciones en Cataluña de los ríos Besós y Llobregat que causaron más de mil muertos entre los habitantes de pobres casuchas construidas cerca de los cauces.  Nuestros tres amigos recorren en autobús o tren ciudades como Sevilla, Jerez, Sanlúcar, Rota, El Puerto de Santa María, Cádiz, Chiclana, Vejer, Barbate de Franco, Tarifa, Algeciras, Ronda, Marbella, Fuengirola, Torremolinos y Málaga. Es un recorrido que desvela la situación penosa de la economía y la sociedad española, especialmente andaluza, en que el trabajo escasea, los jornales son míseros, la explotación es terrible, los niños a miles deambulan por las ciudades a veces semidesnudos ganándose la vida desde los doce años porque no pueden ser alimentados por sus padres, la pobreza domina, se extienden los barrios en que se amontonan casuchas pobrísimas o directamente poblados de chabolas sin agua y sin luz como El Zapal en Barbate de Franco; se imponen la separación de sexos entre hombres y mujeres, el dominio absoluto de la iglesia en su versión más reaccionaria, las procesiones, las manifestaciones falangistas en contra de los ataques contra el Régimen, la indigencia cultural más radical, el folklorismo esclerotizado, el conformismo de los andaluces que solo tienen como lugar de esparcimiento la taberna, el alcoholismo, el cante, los toros…  A la vez miles y miles de españoles se van a la emigración, sea Alemania, Suiza, Francia, Australia o se van hacia Cataluña en riadas imparables porque el caciquismo y el subdesarrollo no da lugar a ningún tipo de esperanza en un país detenido en el tiempo. El turismo empieza a llegar masivamente a lugares como Torremolinos o Fuengirola y empiezan las construcciones de hoteles o apartamentos para alemanes -que en quince años han pasado de ser un país destruido por la guerra a necesitar a millones de trabajadores y a expandirse como turistas por países pobres como España- o nórdicos. 

El retrato de aquella España es inmisericorde pero no tendencioso, no es un panfleto, y eso le da un valor formidable. Vemos pero no se nos conduce a un juicio predeterminado. El autor de Últimas tardes con Teresa no quiere manipularnos, quiere hacer literatura, buena literatura, tal vez por eso su libro no fue publicado en su momento y eso es lo que ahora le da un valor añadido. Sin duda, es un testimonio social y moral de un tiempo que hoy podemos visitar de nuevo. 

domingo, 24 de noviembre de 2019

Malta en el centro del Mediterráneo


¡Qué maravilla leer El halcón maltés precisamente en la pequeñísima isla de Malta al sur de Sicilia y al este de Túnez. Un territorio equivalente a la isla de Ibiza representa una lección de historia compleja y riquísima. Malta es una roca árida en medio del Mediterráneo sin agua ni posibilidad de producir electricidad. Por aquí han pasado todas las civilizaciones mediterráneas y tiene monumentos megalíticos anteriores a las pirámides de Egipto. Clave en la constitución de la cultura maltesa fue el establecimiento de la orden de caballería de los Hermanos de San Juan que provenían de Tierra Santa de donde habían sido expulsados y posteriormente de Rodas. Los caballeros son los que crean el mito de Malta resistiendo frente al Islam en el asedio de 1565. Las principales familias nobles europeas dedicaban a algún hijo para la orden de San Juan. Era un honor extremo formar parte de esta caballería selecta a mitad de la práctica corsaria o de la protección de la cristiandad. La orden construyó La Valeta, capital de la isla. 

La revolución francesa arrojó al pozo de la historia la orden medieval de los caballeros de San Juan. Napoleón echó a los monjes guerreros pero poco después fue el imperio británico quien se impuso a Napoleón y Malta como colonia se hizo británica,  pasado que llevan con orgullo. En su bandera nacional llevan la cruz de Malta y dentro en un lado, la máxima condecoración británica, la cruz de San Jorge, concedida por el extremo sufrimiento de Malta durante la Segunda Guerra Mundial. Malta fue bombardeada continuamente por la aviación italiana -sus hermanos mayores- durante dos o tres años, lo que destruyó La Valeta por completo que hubo de ser reconstruida. 

Viajar es un paseo por la historia y la literatura. ¿Quién me iba a decir que leería El halcón maltés en Malta? Recoge la historia de que los caballeros de San Juan a los que el emperador Carlos I de España y V de Alemania concedió un lugar para vivir, un peñón rocoso en medio del Mediterráneo, se comprometieron a hacerle llegar cada año un halcón adiestrado. En la novela de Dashiell Hammet se utiliza este hecho para convertirlo en un pájaro negro repleto de pedrería riquísima. No fue así la historia pero vale la licencia literaria. 

En Malta se resume la historia del Mediterráneo.

¿Qué es Malta? Una mezcla entre Italia, Inglaterra y una lengua que tiene su base en el árabe. ¿Complejo? ¿No?

jueves, 8 de agosto de 2019

Una vida única



Uno en su juventud estuvo aficionado a intuir la inmensidad, los paisajes del Amazonas o la grandeza de la literatura. En todo quise poner mi dosis de intensidad como si estuviera descubriendo mundos nuevos. No hay sino natural narcisismo cuando uno cree estar descubriendo mares que nadie más ha visto. Y se considera uno como insólito o especial por haber llegado a lugares no hollados por el hombre. La vida, sin embargo, te va dando perspectiva y te reubica en tu lugar natural. La nada. Pocos hay que puedan añadir una coma a algo dicho anteriormente, y tú no eres uno de ellos. La inteligencia humana ha recorrido ya todos los caminos, y tú no eres sino un aprendiz minúsculo que intenta balbucear algo diferente, algo que no es posible ni verosímil.

Así que el gran descubrimiento de la edad adulta es el mundo de las pequeñas cosas, cosas cotidianas, mínimas, sencillas. Si tuviéramos que fijar en la pintura algo semejante, me imagino los bodegones que pintan frutas, hortalizas y objetos cotidianos puestos para que el pintor los exprese… La esencia de la profundidad está en la cotidianidad, en lo familiar y sencillo, en lo simple. Una manzana puede convertirse en un universo enigmático pintado por un Cezanne. Un guiso delicado y suculento, una tarde pasada con tus hijos, un atardecer o un amanecer, un paseo con la persona con que vives pueden ser experiencias profundas. No hay que aspirar a lo grande. En el microcosmos está toda la densidad del universo. Pienso en un viajero que no se mueve de su sillón y aborda los viajes más extraordinarios, pienso en un caminante que hace muchas veces el mismo recorrido por la sierra, y no se cansa ni aburre. Siempre el sendero es el mismo pero diferente. No hay dos instantes iguales en la existencia. No merece la pena malgastar nuestra escasa energía con tonterías, con polémicas estériles, ni montar diatribas con mentes retorcidas. Vivir es algo simple –y complejo a la vez-, la vida es un viaje único sin posibilidad de repetir el trayecto por más que la mitología hindú sostenga que vivimos sin remisión infinitas vidas. En todo caso el resultado es el mismo. Nada, ilusión, nada es consistente, y lo más valioso pasa en nuestros registros más cercanos, lo más cotidiano. Solo algunos grandes artistas, raros ya en nuestro tiempo, logran salir de allí y llegar un milímetro más allá. Nuestra vida es esencialmente proximidad, cosas sencillas… poco más.

Uno mira su juventud y se siente desconcertado por esa ambición de grandes paisajes o perspectivas deslumbrantes. ¡Cuánto tiempo desperdiciado en intentar ser diferente! Los seres humanos son en su inmensa mayoría previsibles y normales, frágiles y anodinos. Yo soy uno de ellos y hablo de mi fragilidad, de mi insustancialidad, de mi simpleza, de mi vulgaridad… La vida son lugares comunes, se nace, se crece, envejece y muere. En ese arco hay una biografía poco excitante, solo la imaginación y la ambición puede convertir una vida más en algo realmente interesante. Pocos son los que lo consiguen y logran creérselo.

Una de ellas es mi amiga X de 86 años que sigue considerando su vida como algo especial y extraordinario. Me ha pedido que cuente su historia y yo voy a hacerlo. Creo que merece la pena aunque solo sea por la pasión que ella pone en imaginar su vida. Trabajaré en ello como si fuera un orfebre que está creando su obra maestra, como creyendo que sea única.

Solo es cuestión de proponérselo.

jueves, 6 de junio de 2019

¿Existe Dios?




¿Creo en Dios? Probablemente los que lean esto se sonreirán por la ingenuidad de la pregunta en un tiempo que parece indiscutible que los seres humanos no necesitan a Dios para nada y más de ciento cuarenta años que Nietzsche proclamara que Dios ha muerto. La sociedad en general, lo constato, es atea, no sé si en ideología pero sí en la praxis. Vivimos sin dios, intentando crear valores basados en consensos humanos que van variando a lo largo de la historia. Querría creer que nuestra filosofía es el humanismo, esa que pone al ser humano en el centro del mundo como expresó maravillosamente Pico della Mirandola en su Oratio de hominis dignitate. Pero el humanismo tiene sus puntos débiles al considerar que el ser humano es el centro exclusivo de la vida, del sistema, de la naturaleza, cuando dicho predominio absoluto significa la destrucción de bosques y selvas, de especies animales, de mares y océanos. La centralidad de la imagen humana no deja de ser problemática en el uso y abuso que estamos haciendo del planeta, de la naturaleza, de la vida animal. A veces parece que filosofías animistas que consideraban al ser humano como un elemento más de la cadena y no el eje de la misma parecerían más razonables, pero nuestra altivez y soberbia parece que no tiene camino de retorno al equilibrio con la naturaleza. En otras ocasiones se siente una tendencia a la vuelta a modelos religiosos anteriores a la etapa de los monoteísmos que comenzaron con el judaísmo, una época pagana en que existían multitud de dioses antropomórficos o integrados en la naturaleza. El monoteísmo es extremadamente sesgado pero se apropió de la deriva histórica de nuestro mundo. Lejos queda el budismo que no afirma ni niega la existencia de Dios porque no hay ninguna prueba para verificarla así como la de la vida después de la muerte. A mi parecer su punto de vista es harto razonable.

Dios ha sido una necesidad histórica de la humanidad. Todos nuestros pueblos en España y en Europa tienen un edificio singular que se alza hacia el cielo que es alguna iglesia. No se comprendería la historia de nuestro mundo sin esos templos que aportan una visión espiritual a nuestra vida social. ¿Dios ha muerto? ¿Por qué lo hemos sustituido? ¿Por el humanismo? ¿Por centros comerciales o estadios de fútbol o salas de conciertos? Pienso que la ausencia de Dios es también problemática. No hemos sabido con qué sustituirla y el sentimiento de vacío que viene de Dostoievski, Kierkegaard y el existencialismo no lo hemos llenado. Aparentemente Dios no es necesario para nada, pero su lugar vacío clama en la desolación del sentido de la vida y de la comprensión de la muerte. ¿Qué sentido tiene la vida humana abocada sin remisión a la decadencia y a la muerte? Cierto que no necesitamos a Dios para asumir ese destino trágico y doloroso del que evitamos hablar y se nota el terrible tabú ante la muerte a la que se pretende despojar de densidad para hacerla liviana e intrascendente.

Personalmente creo que el universo necesita una explicación que la ciencia es incapaz de dar. Se afirma que Dios ha sido creado por los seres humanos para alumbrar la oscuridad del sentido de la vida o de los desastres de la naturaleza. Dios ha sido inventado por los hombres y no Dios el que nos ha creado a nosotros como afirman las religiones. Lo considero, pero no acabo de cuadrar las piezas. El universo es de una textura y dimensión misteriosa y no comprendemos de él ni una diezbillonésima parte del mismo.

Pienso, como Einstein, en un dios –tal vez dioses- que crearon el mundo y el universo, que diseñaron la vida maravillosamente perfecta y armónica pero que luego se desentendieron de ello. Dios o dioses que están en algún lado pero no tenemos acceso a ellos, están en otra dimensión Los seres del universo –seamos los únicos o no, que no creo- estamos solos, no tenemos acceso a Dios, pero en alguna forma constituimos parte de un diseño enigmático. Dios no está detrás de nuestras desgracias o infortunios. El diálogo con Dios es imposible, probablemente una ilusión fantástica. Pero la deriva del universo forma parte de algún plan. Tal vez Dios nos esté soñando y solo seamos el fruto de su sueño, tal vez una conciencia superior, una raza posthumana nos tiene en esta dimensión planetaria formando parte de una simulación como empezamos a sospechar. Tal vez vivamos en un mundo de sombras proyectadas por las antorchas y estamos aherrojados y condenados a ver solo reflejos…

El ateísmo es poco divertido, no hay nada más árido que un ateo militante que niega misterio a la dimensión que conocemos y quiere reducirlo únicamente a leyes y lo poco que sabe la ciencia. Me resulta mucho más estimulante pensar que hay algo en el sentido del universo que desconocemos por completo, que la muerte puede que sea el final absoluto de un camino o un proceso de iluminación. Dicen que la religión es la mejor literatura inventada, pero podemos invertirlo y pensar que la literatura mejor es la que nos permite imaginar espacios o intuiciones que no han muerto. Probablemente no necesitamos a Dios para nada. Y, como yo creo, Dios está dormido o ajeno a nuestros dramas desde Kolimá a Auschwitz. Mi intuición me dice que de alguna manera nos necesita aunque viva lejos o ajeno a nosotros y no escuche nuestras oraciones. Dios está inacabado, formamos parte de un proceso cuyas claves no conocemos.


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