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sábado, 27 de febrero de 2010

¿Tendrían que rebelarse los jóvenes?

El pasado 25 de febrero, Josep Ramoneda firmaba un artículo en El País titulado Zapatero y los sindicatos en que reflexionaba entre otras cosas sobre algo que es una preocupación constante en mí. Se interrogaba sobre la sorpresa que le produce que los jóvenes españoles no participen en una rebelión o algún tipo de revuelta generacional contra la precariedad de su situación por causa de la crisis y, en consecuencia, de su dificilísimo acceso al mercado laboral a pesar de la buena preparación que puedan tener. Están condenados, además, a tener muy difícil su emancipación por el inabordable precio de las viviendas y la restricción de los créditos e hipotecas... El anunciado retraso de la edad de jubilación cierra en cierta manera caminos a la renovación generacional. Las preguntas son ¿tienen motivos para rebelarse los jóvenes? ¿Por qué y contra qué?

¿Es necesario, como dice Ramoneda, que una sociedad genere su propia negatividad para no terminar condenada a muerte o a la indiferencia? ¿Es necesaria terapéuticamente la rebelión de los jóvenes? ¿Por motivos puramente individualistas y de acceso al bienestar o por razones más amplias y profundas?

El otro día hablaba mediante el chat con un exalumno en paro que colabora con una ONG de ayuda a Centroamérica. Me decía que las cosas no podían continuar así, que había que hacer algo. Intuyo en los jóvenes, como él, el inicio de una conciencia que va más allá del propio individualismo. Creo que es muy incipiente, pero algún atisbo me llega y me hace albergar confianza. Si uno navega un poco en las páginas como facebook, fotologs, myspace... detecto leves indicios de una toma de conciencia de que el mundo exterior empieza a existir a propósito de hechos como la catástrofe de Haití... ¿Deberían implicarse los jóvenes en la realidad del planeta? ¿Defender causas justas en un mundo en donde más de mil millones de personas están en la pobreza más absoluta? ¿Sería útil su participación en la construcción del mundo del futuro? ¿Quién, si no ellos, deberían estar interesados en ese futuro?

Ha habido épocas en que la juventud fue una fuerza importante para alentar la marcha de la historia, para dinamizar la sociedad y que no se quedara anquilosada o sin nervio. Sin embargo, en los últimos quince años los he visto resignados, apáticos, sin aliento ni ideas para cambiar nada. Lo más buscarse un buen acomodo en el mundo. Una vez inicié este debate en el blog en un post titulado La burbuja y recibí comentarios en que se sostenía que en la adolescencia han de primar las hormonas y que es después cuando se reflexiona y se convierte uno en un ciudadano comprometido. Pero no he visto en general este compromiso. Cada uno ha seguido caminos individuales y muy pocos, algunos sí, han llegado a alguna forma de implicación social mediante el voluntariado, sindicatos, ONGs...

El año pasado una parte de los estudiantes universitarios salió a la calle por su protesta contra la aplicación del plan de Bolonia. Vi en manifestaciones a miles de estudiantes planteándose su futuro y todos los inconvenientes que se derivan de este plan que por lo que vemos es todavía peor de lo que se esperaba, cumpliéndose así los peores vaticinios. La protesta de los estudiantes fue vista por la prensa con displicencia, como inútil, propia de niños bien que no querían trabajar. Y la planificación europea, hecha al margen de la realidad y la universidad, se impuso inexorablemente. No hubo nada que hacer y fue indiferente la protesta multitudinaria. Eso me lleva a la reflexión sobre si hay algo que hacer al margen de los cauces políticos que percibo totalmente deteriorados e insatisfactorios. No basta votar en listas cerradas a las opciones oficiales y consagradas que se ven como válidas pero que no suscitan actualmente ninguna confianza. Que no haya alternativas ni otros cauces de participación genera un alto nivel de frustración entre la población que asiste atónita al desarrollo de una crisis en la que parece no haber conductor de la locomotora. ¿Cabría hacer algo como ciudadanos? ¿Y los jóvenes tendrían o deberían tener algo que decir sobre el mundo que se está construyendo? ¿Hay motivos para poder salir de ese estado apático y resignado en que no se vislumbra ninguna utopía?

Hace algún tiempo que llevamos adelante la llamada educación en valores y se imparten clases de Educación para la Ciudadanía, todo cargado con dosis de enorme buena intención y propósitos tolerantes, pero el resultado de no sé muy bien qué son unas generaciones apáticas y hedonistas que no ven -en general- más allá de sí mismos. ¿Era esto lo que se pretendía veladamente? ¿Crear ciudadanos consumistas y conformistas? Ignoro si tiene alguna relación causal, pero desde que les damos a nuestros alumnos literatura moral -adecuada a su nivel cognitivo- y les impartimos materias desde lo políticamente correcto nunca ha habido menor capacidad de respuesta. Quizás sea toda la sociedad la que esté anestesiada y los jóvenes sean la manifestación de ese estado de cosas. Está claro que no podemos dar clases que alienten a la rebelión. Esta ha de idearse al margen de nosotros, que somos parte del sistema y estamos totalmente integrados.

¿Habrá rebelión? ¿Donde se incubará esa rebelión? ¿En qué sentido? ¿Qué modelo debería seguir dicha rebelión? ¿O estamos condenados al conformismo sin ningún aguijón joven que nos espolee para hacer cambiar un mundo próximo al desastre en muchos sentidos? ¿O ya admitimos que no puede haber ningún cambio? ¿De dónde vendrá el fermento que nos haga saber que queda poco tiempo? ¿O es inútil todo? ¿Al menos empezarán a luchar los jóvenes por su situación inmediata? ¿Habrá algo que les lleve más allá?

Sería altamente interesante que participaran jóvenes en este debate que aquí se plantea, y en todo caso los amigos de este blog estáis invitados a reflexionar en este tema sugerido por la pregunta inicial y que da título al post, aunque hay otras muchas preguntas lanzadas. Que cada uno lo tome por el lado que más le interese. Lo importante es abrir un tiempo de reflexión y discusión.

miércoles, 24 de febrero de 2010

Elogio de la fragilidad

El título de este post no es mío, lo tomo prestado de un escritor que me seduce. Él sí que escribió un artículo que enlazo titulado Elogio de la fragilidad. Se llama, si es que todavía no lo habéis descubierto, Gustavo Martín Garzo (1948), escritor vallisoletano que publica novelas y ensayos que me maravillan por su exquisita sensibilidad y aguda inteligencia, que se mueven entre el territorio encantado de la infancia, el cine, su tierra, la inquietud de la literatura, el ansia de conocimiento…

Yo nunca he tenido una tierra. Por eso cuando sé del arraigo del escritor a la suya, Valladolid, y en concreto a su pueblo Villabrágima (cerca de Medina de Rioseco) del que dice que no ha salido nunca, puesto que todo lo que existe está allí, siento que algo me he perdido. Me hubiera gustado ser de algún sitio que pudiera haber amado. También me hubiera gustado conocer a alguno de mis abuelos y que mi padre me hubiera llevado al fútbol a sentir unos colores. Pero no, mi vida carece de raíces profundas. Apenas logra enraizarse levemente cuando una ráfaga de viento la hace girar en el torbellino y la envía no sé dónde. Quizás por eso me ha atraído ese magnífico título de mi amigo –no le conozco, pero sé que lo es- Martín Garzo. La fragilidad es un estado, quizás el de todos cuando somos niños y estamos aprehendiendo el mundo y necesitamos a alguien que nos dé la mano para caminar y a mirar maravillados las cosas que nos rodean: un pájaro, una piedra, un árbol, un pantano, el fuego, un río… Todo aquello que tiene que ver con el misterio de la realidad. A veces esa mano, que nos sostiene con fuerza y nos reafirma en la tierra, también toma un libro y nos cuenta una historia o nos habla de su niñez. La vida luego nos ha de hacer fuertes. Hemos de aprender a erguirnos en la soledad del bosque y no temer siquiera a la oscuridad de la noche.

Pero la fragilidad es algo que no nos deja por completo. Nos asalta en momentos de zozobra, de profunda tristeza, de enfermedad, de miedo, de añoranza por no haber tenido raíces y sentir nuestro leve poso en la tierra. Me gusta experimentar esa fragilidad, la cercanía de lo femenino, sentirme indefenso pero con los ojos muy abiertos contemplando la belleza del mundo a pesar de todo. Pensar que una noche miraré las estrellas, y otro día iniciaré un viaje con la pasión de todos aquellos que no hemos tenido tierra: siempre viajamos intentando encontrar ese lugar nuestro en el mundo en el que nos gustaría vivir y tal vez morir.

Lo he pensado muchas veces. Mi patria es la literatura. Los libros me llevaron a sostenerme y a vivir en un mundo doloroso. Me sentía frágil, y yo tomaba aquellos objetos que no eran como los demás. Acariciaba su lomo, miraba, deleitándome, su portada y los abría encontrándome historias mágicas repletas de aventuras. También leí, como Martín Garzo, El capitán Tormenta de Emilio Salgari. Nos hubiera gustado, quizás, estar bajo el cielo profundo en torno a un fuego en el bosque y escuchar los relatos contados por la voz de algún griot (un cuentacuentos y músico africano). Inmensa necesidad de historias y de amor.

Y si mi patria es la literatura, dentro de ella, el territorio encantado que siempre imagino es el de la isla. Desearía vivir en una isla -entre el polvo mezclados pétalos y escamas- . Siempre me fascinaron historias de náufragos que llegaban a una isla. Leí en un verano infinito de mi adolescencia docenas de veces La isla misteriosa de Julio Verne. Una isla. Me gustaría morir en una isla -tras haber contemplado el mar cada mañana y al atardecer. Oír su rumor por las noches o asistir sobrecogido a los días de tormenta. Y sentirme frágil, maravillosamente frágil, mirando la luz cambiante, tornasolada, del mar y del cielo o abrazado a mi mujer en noches de incertidumbre. He viajado por el mundo buscando esa isla: desde el Pacífico al Índico, o tal vez en el Atlántico o más cerca, el Mediterráneo. Cada isla pienso en si será mi isla. Creo que la reconoceré cuando la vea. Por eso las recorro, como si acariciara un cuerpo, intentando descubrir sus repliegues más ocultos, sus cuevas cálidas en las que me excita descansar tras una lucha de brazos, pies, bocas y manos abiertas a la pleamar.

No desisto de encontrar mi isla. Estoy en ello. Mientras tanto mi blog, como una nave negra aquea, recorre un mar encantado lleno de historias que tienen corazones detrás. Buscamos todos el conocimiento, la felicidad, la magia del instante en que creamos y conseguimos que llegue a un corazón cercano el impulso que da origen a nuestro relato. Cada uno somos un relato lleno de misterio y estamos marcados por la fragilidad, hermosa fragilidad, que nos hace ser conscientes del cielo, del mar, de las estrellas, de otros parauniversos, de las piedras de colores, de las palabras que nos resumen, que nos definen, que nos evocan… que nos llevan como un río.

lunes, 22 de febrero de 2010

La fascinación del islam

En un viaje a Indonesia durante todo el verano de 1986, conocí en Malasia a una intrépida arqueóloga italiana que trabajaba varios meses al año en el Irak de antes de las guerras del Golfo. Tuvimos ocasión de conocernos y hablar sobre su trabajo en el mundo musulmán hacia el que se sentía profundamente atraída. Le seducía –a ella mujer intelectual, libre e independiente- convertirse en la segunda mujer de un beduino, vivir en su jaima e ir conquistando poco a poco su amor para terminar siendo la preferida. Afirmaba que una mujer tiene que tener la libertad de decidir si quiere ser dominada por un hombre. Y a ella le atraía serlo, al menos como imagen erótica en medio de la desnudez del desierto. Este punto de vista me sorprendía y llenaba de confusión en aquel contexto islámico en que estábamos y en el que éramos despertados de madrugada por la voz del muecín, recitando suras del Corán. Y lo cierto es que ese canto armónico a las cuatro de la mañana tenía, en medio del sueño, una extraordinaria fuerza magnética. Tanto es así que en nuestras conversaciones, aquella mujer y yo, fantaseábamos sobre la posibilidad de convertirnos al islam. Me explicaba F. que el acto era sencillo. Sólo había que aceptar delante de un imán que el único dios es Alá y que Mahoma es su profeta. Es la única verdad revelada que hay que saber y es la columna central del islam. El hombre somete su racionalidad ante la omnipotencia de dios y todo cuanto acontece lo hace según su voluntad. En cierto sentido este sometimiento al poder de dios calma la incertidumbre del ser humano, sus dudas agónicas acerca del sentido de la vida y el ansia de perduración en un más allá. El islam es radicalmente simple, no tiene la complicación teológica del cristianismo acerca del sentido de la Trinidad en ese galimatías de tres dioses que son uno solo. Esta concepción, igual que el culto a la Virgen o a los santos, es considerado como politeísta por parte del islam.

En mis años juveniles de lucha política en que pensaba que el mundo se podía transformar en virtud de nuestros deseos de alcanzar una sociedad justa en que seríamos profundamente felices, leí algunos libros de un teórico marxista francés al que no sé si conocerán. Se llama Roger Garaudy. La lectura en 1975 de su obra La alternativa me hizo casi estremecerme de emoción cuando reflexionaba sobre la posibilidad de la revolución que se estimaba como necesaria e inevitable. Sólo teníamos que empujar la historia hacia ella. Entré en la militancia política tras la lectura de esta obra entre la revolución y el idealismo. Pero cuál no fue mi sorpresa cuando años después me enteré de que Roger Garaudy, al que escuché en persona en estado de arrobo en un colegio Mayor de Zaragoza, se había convertido al islam tras pasar por el estalinismo más ortodoxo, el cristianismo y la denuncia posterior de la represión soviética. Su nuevo nombre musulmán era Ragaa. Terminó defendiendo tesis negacionistas del holocausto por lo que fue condenado en su país, Francia, se estableció en Córdoba tras casarse con la mujer palestina Salma Farouqui, y fundó la asociación cultural de las Tres culturas. Su evolución no es totalmente caótica, pues él ha defendido siempre que se considera antirracista, internacionalista y socialista. En este tiempo ha combatido la política sionista y represiva del estado de Israel e incluso ha negado la realidad del Holocausto al que califica de gran mito interesado.

La transformación de Garaudy me lleva a pensar en la fascinación que ejerce el islam sobre cierto pensamiento de la izquierda internacionalista y revolucionaria que tiene como eje la denuncia del sionismo y el capitalismo judío. Recientemente en Francia se ha presentado como candidata por la lista del NPA (Nuevo Partido Anticapitalista) una mujer de 23 años, estudiante de gestión de empresas, llamada Ilham Moussaïd. Nada tendría de especial si no concurriera un hecho que ha levantado una fuerte polémica. Ilham se presenta a las elecciones de un partido heredero del troskismo ataviada con velo, reivindicando su uso como elemento de libertad de la mujer y defendiendo a la vez el feminismo, los derechos de los homosexuales, el aborto y tesis abiertamente anticapitalistas y revolucionarias.

Hay pocos debates abiertos en Europa tan candentes como el del papel que representa el islam en nuestro marco cultural y político. Algunos lo miramos desde una postura crítica que ve con aprensión la sumisión de la mujer en el mundo islámico (aunque según aquella arqueóloga italiana la mujer puede elegir dicha sumisión) y la amenaza a las libertades que sugieren las noticias sobre los ataques de imanes a mujeres musulmanas que reivindican quitarse el velo e integrarse en el contexto de libertades de la mujer en el mundo occidental. Y aquí nos encontramos de nuevo con la ambivalencia de la izquierda como es el caso de la alcaldesa de Cunit (Tarragona) que no ha defendido a una trabajadora social del ayuntamiento –Fatima Ghaliam- que trabaja como mediadora cultural y que había sido condenada por un imán radical por no llevar velo, vestir vaqueros, conducir y comportarse como una mujer occidental. La alcaldesa socialista le instó a retirar la denuncia contra el acoso al que estaba sometida en aras de la convivencia dándole totalmente la espalda a su reivindicación de la libertad.

En Dinamarca, el autor de las viñetas sobre Mahoma, Kurt Westergaard, que le llevaron a ser condenado a muerte, vive protegido permanentemente por la policía y ha sido objeto de intentos de atentado. La izquierda partidaria de la tolerancia y la multiculturalidad le acusa abiertamente de provocar e inmiscuirse en temas sensibles que no deberían ser tocados. La libertad de expresión existe pero siempre que no roce al islam ante el que se siente una mezcla de pánico y fascinación que es difícil de dilucidar.

Afortunadamente en aquel verano de 1986 no me convertí al islam, pero me permitió ser consciente de su poder de atracción sobre cierto progresismo al que he llegado a no entender en absoluto.

jueves, 18 de febrero de 2010

Palabras de colores

Vassili Kandinsky

Los profesores de lengua hemos de referirnos con frecuencia a las figuras retóricas. Dentro de éstas están los tropos que hacen referencia a los cambios semánticos cuando tienen rendimiento estético. Uno de ellos es la sinestesia que el DRAE la define como: tropo que consiste en unir dos imágenes o sensaciones procedentes de diferentes dominios sensoriales: Soledad sonora. Verde chillón. Esta figura se extendió a partir del Modernismo y fue maestro en su uso Juan Ramón Jiménez y la generación de 1927. Así escribe en algunos versos: “en el cénit azul, una caricia rosa” o “Por el verdor teñido de melodiosos oros”.

Sin embargo, quizás es menos conocido que aproximadamente un 1% de la población son personas sinestésicas lo que supone que en su percepción se mezclen los sentidos que se entrelazan por un desarrollo cerebral distinto. Es frecuente que cuando oyen música, ellos perciban colores, o cuando tocan una superficie suave o rugosa les sugiera distintos sabores como ácido, dulce o salado, o al oír determinadas palabras vean formas geométricas como cuadrados, círculos, triángulos… Una determinada conversación puede sugerir un sabor y las palabras, colores.

En un cerebro normal los sentidos se archivan por separado; en el cerebro sinéstésico hay conversaciones cruzadas. David Eagleman, neuropsicólogo de la universidad de Texas afirma que “El cerebro sinestésico es como la frontera de un país que cruza mucha gente”.

Hay personas que llegan a adultos y no saben que son sinestésicos, creen que su percepción es común a todos porque ¿cómo saber cómo percibe otra persona? Hay algunos que tienen dificultades para comprender un texto escrito. No llegan a entender el significado de las palabras ya que en su mente, como delante de la frente, ven colores -cada palabra tiene un color- o también las secuencias numéricas adquieren cualidades cromáticas. Ellos piensan que algo no funciona bien pero no saben exactamente qué es. Tienen que aprender a abstraerse de los colores para percibir el contenido semántico de las palabras. Hay palabras blancas, azules, rosas, así como las vocales tienen cada una determinadas tonalidades que se imponen al escucharlas.

Fueron sinestésicos Baudelaire, Rimbaud, Kandinsky, Miles Davis… En algún sentido se puede decir que este fenómeno llevaría a una cierta riqueza que se puede aprovechar artísticamente. Kandinsky sostenía que él podía pintar sinfonías. También favorece la memorización de secuencias de números y palabras pues son archivadas como series de colores o formas. Se ha hablando incluso de experimentar orgasmos en colores, lo que no deja de tener gracia. El consumo de sustancias psicodélicas como el LSD, tan popular en los años sesenta, o la mescalina favorece la interrelación de sentidos al deshacerse la compartimentación del cerebro. En los textos de la época se relatan experiencias con el color, los sabores o las formas que sugieren claramente un fenómeno sinestésico.

Sin embargo, se supone que todos tenemos en alguna medida algún tipo de asociación sinestésica que normalmente están inhibidas. Pero no nos es raro oír hablar de una música dulce o ácida, referirnos a una persona como suave o áspera, o calificar a una corbata como chillona. Eduard Punset en el programa de Redes número 22 al que he tenido acceso para redactar este post, se pregunta que por qué no todo está conectado, por qué todo no está mezclado. ¿Y acaso en el mundo de los sueños no experimentamos sinestésicamente?

¿Habéis detectado alguna vez algo de esto en vosotros? Y los profesores que frecuentan este blog ¿habéis sospechado en alguna ocasión de ciertos alumnos que podrían tener un cerebro sinestésico y padecer dificultades para la comprensión lectora provocada por la mezcla de percepciones sensoriales? Si las estadísticas son ciertas y parece ser que 1% de la población es sinestésica, en un instituto de quinientos alumnos podría haber cuatro o cinco escolares que estuvieran afectados y nadie se lo detecta ya que ellos piensan que su percepción es normal.

¿Os atrevéis a construir una experiencia sinestésica, real o imaginaria? La participación en el post podría ser opinando sobre el asunto o aportando un pequeño relato en que pudiéramos disfrutar abiertamente y no inhibidamente de la sinestesia.

lunes, 15 de febrero de 2010

El enigma Larsson

Sospecho que no habrá entre los lectores del blog nadie que no haya oído hablar de Stieg Larsson (1954-2004), así que evito las presentaciones. El autor nórdico lleva vendidos en el mundo veinticinco millones de ejemplares de su trilogía que tiene como protagonistas a Michael Blomkvist y la hacker Lisbeth Sallander que ha pasado a convertirse en un personaje literario que ha enraizado en nuestro imaginario colectivo.

Parece que Larsson, cuya estela ha abierto el camino a la literatura nórdica, se inspiró en el personaje de Pipi Calzaslargas para crear a Lisbeth preguntándose cómo habría sido la niña de mayor. Algún crítico literario opina que la pareja de investigadores son los nuevos Sherlock Holmes y el doctor Watson, con lo que me reafirmo en la idea de que la historia de la literatura es una sucesión de modelos que se imitan, se copian, se recrean o se contradicen.

Sea la que sea la explicación, no cabe duda de que el fenómeno Larsson ha obtenido un éxito sin precedentes en el campo de la novela negra, un género que actualmente goza de un boom extraordinario. La razón del triunfo de la trilogía de Larsson y otras novelas negras estriba en que este género literario bucea en las tinieblas de la sociedad del bienestar explorando la dimensión del mal, por el que el lector siente una enorme fascinación. Además la novela negra desarrolla una potente crítica social que alumbra, en el caso de Suecia, los claroscuros de una sociedad aparentemente estable pero que oculta en su interior una naturaleza turbia, perversa y degradada. Las sociedades nórdicas has sido consideradas tradicionalmente como un paraíso por su elevado bienestar, sus prestaciones sociales, sus buenos resultados en educación (es el caso de Finlandia) pero a la vez son sociedades introspectivas que tienen un bajo índice de criminalidad, pero cuentan con el mayor número se suicidios del mundo y un consumo enorme de antidepresivos y alcohol.

Para algunos suecos Larsson está fuera de toda discusión y muchos creen que “Larsson es Dios”. Su biografía tiene tintes novelescos. Periodista de investigación sobre temas sociales en especial sobre grupos de extrema derecha de los que recibió numerosas amenazas. Trabajaba en la revista de investigación Expo que se proyecta en sus libros en el grupo Millenium donde trabaja Michael Blomkvist. Larsson era un escritor insomne, idealista y obstinado, que se fumaba tres paquetes de cigarrillos al día y se bebía unos veinte cafés, además de alimentarse de comida basura. Su corazón no lo pudo resistir y murió poco después de subir unas escaleras a los cincuenta años dejando a su viuda Eva Gabrielson, con la que no estaba casado por temor a ataques de grupos neonazis, sin ningún tipo de derecho sobre la publicación de sus libros que pasaron a su padre y su hermano.

Pero el enigma Larsson continúa pues recientemente su redactor jefe Anders Hellberg ha escrito un artículo en el diario Dagens Nyheter en el que afirmaba que su subalterno era un genio de la investigación pero a la vez era incapaz de redactar dos frases sintácticamente correctas. Hellbert opina que quien debió escribir los libros en realidad fue su compañera Eva Gabrielson, extremo que ella ha calificado como delirante y ridículo. Un amigo suyo y periodista también Kurdo Baksi ha escrito un libro titulado Mon ami, Stieg Larsson en el que, al lado de claros elogios a su compromiso político y social en temas políticos y feministas, también sostiene que era un periodista partidista, que no contrastaba las noticias, que con frecuencia informaba sobre sí mismo acerca de las amenazas que recibía. Sin embargo, Baksi, cuyo libro también ha molestado a su viuda, reconoce que era un buen escritor. Un dato clave del libro de su amigo consiste en desvelar los motivos del compromiso de Larsson con las mujeres. Parece que cuando tenía quince años contempló una violación de una chica por tres amigos suyos sin hacer nada para evitarlo. Escuchó sus gritos terribles sin intervenir, hecho que le causó un profundo sentimiento de culpa, especialmente cuando la muchacha le dijo que no le perdonaría nunca. Podemos ver síntomas de ello en la importancia que da en la trilogía a la violencia contra las mujeres que han sufrido violencia y que han sido ultrajadas y violadas.

El autor sueco Henning Mankell, del que no puede sospecharse envidia pues sus libros han alcanzado notable éxito de ventas, opina en cambio que el fenómeno Larsson es semejante al de cualquier best seller estilo Dan Brown y que no son un modelo de calidad literaria.

¿Por qué enganchan los libros de Larsson? ¿Qué papel ocupó Eva Gabrielson en su redacción –que reconoce haberle ayudado en la investigación pero no en la escritura-, ¿aporta algo fundamental al género negro o son simples best sellers con un lenguaje plano y sin estilo? ¿Por qué los nórdicos se han apoderado del espacio narrativo de la novela criminal? ¿Por qué Larsson, que jamás intuyó su éxito, nos seduce levantando admiración incluso en los críticos más exigentes? ¿Qué se oculta tras el enigma de Larsson?

Hay una encuesta que podéis contestar, además de aportar vuestras reflexiones sobre el autor sueco.

jueves, 11 de febrero de 2010

Historia de un bufón

Reconozco que Albert Boadella (Barcelona, 1943) es uno de mis héroes. Para los que no lo conozcan diremos que es un hombre de teatro provocador y polémico que fundó en 1962 con otros compañeros (Carlota Soldevila y Antoni Font) el grupo Els Joglars en que ha participado como director, actor y dramaturgo a lo largo de más de cuatro décadas. Esta compañía siempre ha tenido una relación crítica y satírica con el poder establecido. Su obra La torna (1977) le supuso un encarcelamiento, tras un consejo de guerra, por injurias al ejército. Se fugó de la cárcel y huyó a Francia donde se refugió durante un tiempo.

Fue especialmente crítico con el nacionalismo catalán que empezó a imponerse tras la victoria de Jordi Pujol al que satirizó genialmente -levantando ampollas- en sus montajes Operació Ubú y Ubú President. El nacionalismo se convirtió en el régimen dominante y toda la sociedad catalana tuvo que irse mimetizando sobre los mitos constituyentes de lo específicamente propio. Y Boadella tuvo la osadía de parodiar los símbolos nacionales de su país que forman lo que el llamó el nacionalismo montserratino: la senyera, la Moreneta, el Barça y Jordi Pujol… Sus programas para TVE en 1988 Som una meravella! enervaron a buena parte de la sociedad catalana de la época. Recuerdo la indignación de mis alumnos de BUP en un instituto del Maresme cuando emitieron alguno de estos programas. Les hice escribir su opinión sobre la producción de Boadella y pude constatar que su ácida parodia hería en lo más hondo el sentimiento del nacionalismo catalán, más viniendo de uno de ellos de cuyo pedigrí no cabía duda.

Me interesa su figura porque somete a crítica implacable los fundamentos de una ideología nacionalista y lo hace enfrentándose a lo que pudiéramos llamar su propia tribu de la que será expulsado siendo considerado un renegado y un traidor. Y yo me pregunto que por qué corrió el riesgo de ser excluido, aborrecido y expulsado de su tierra pudiendo haber vivido cómodamente, como tantos, de las subvenciones oficiales, haciendo teatro más conforme con el régimen dominante o simplemente callando. Nadie hubiera puesto en cuestión su figura y hubiera podido llegar a ser director del Teatre Nacional de Catalunya. Hay que saber adaptarse convenientemente a las circunstancias. Lo han sabido hacer muchos que tuvieron habilidad para conseguir pingües subvenciones. Pero Boadella –ácrata conservador- eligió ser crítico demoledor con el poder y ello le llevó progresivamente al ostracismo en su tierra, mientras que sus montajes triunfaban en el resto de España levantando enorme entusiasmo.

Me seduce esta figura del renegado y traidor. Yo no dudo que Boadella se sienta profundamente catalán, como lo fueron también otros disidentes como Eugeni D’Ors, Salvador Dalí o más discretamente Josep Pla, el mejor prosista en lengua catalana, pero que fue duramente criticado por su falta de convicción nacionalista. Para formar parte de la tribu hay que participar de ciertos mitos fundacionales, cierta concepción de la historia concebida en clave victimista, y unas emociones compartidas que te hacen formar parte de la gran familia. Se llega a ser entonces “uno de los nuestros”. Y ello implica considerar siempre lo español enemigo de lo catalán.

Pero, ojo, no pienso que este mal nacionalista sea una enfermedad sólo propia de Cataluña. Pienso que si hubiera surgido –que no ha surgido- un Boadella andaluz que hubiera parodiado a la virgen de la Macarena o la del Rocío, se hubiera reído sarcásticamente del Betis, y de la figura de Blas Infante, o burlado de la feria de Abril y la Semana Santa sevillana, también hubiera sido odiado y desterrado de Andalucía. Y lo mismo pasaría con un aragonés que parodiara a la Pilarica, la fabla, y el Zaragoza F.C… Hacen falta arrestos para arremeter paródicamente contra las ideologías oficiales y los mitos o leyendas nacionales, más en un país en que nos fascinan las banderas, el sentimiento nacional y patriótico por el cual algunos llegan a perpetrar matanzas arropados por la seguridad de pertenecer a la tribu elegida.

Pienso que el nacionalismo se ha extendido a todas las autonomías, que hablan de su historia con arrobo, de su literatura, de su lengua propia (si la tienen), su cultura, sus valores, sus tradiciones, su bandera… y no admiten que nadie ose disentir de esas convicciones y sentimientos que se consideran esenciales. Y nacionalistas hay tanto en Andalucía como en Aragón, en Asturias y en Navarra o en Valencia o Madrid.

Nunca me ha emocionado una bandera, aunque reconozco que siento alguna predisposición a ello ante la bandera republicana. Cuando me encuentro con un patriota -también los españoles- , tengo la impresión de que no tenemos mucho de qué hablar. No me interesan sus emociones ni su cosmovisión ni su apego a las raíces. No tengo patria sentimental y la que me vio nacer en algún sentido puede considerarme también un renegado. No me siento de ningún lugar. Ello es una carencia, puede ser, por mi falta de raíces y señas de identidad, pero me permite considerar como míos la mayoría de los espacios geográficos por que paso. No siento orgullo nacional ni me emociona ninguna historia ni me enardece ningún himno que establece quiénes son de los nuestros y los otros, los de fuera. Pienso que hay que reírse de los valores solemnes especialmente los patrióticos. Por eso admiro a Boadella porque pudiendo haberse convertido en el dramaturgo oficial de Cataluña, eligió la disidencia vitriólica que le ha llevado a exiliarse en Madrid donde espero que no sucumba ante los halagos que recibe, y siga siendo crítico con el poder que ahora le sostiene. Tiene que seguir siendo el bufón, nuestro bufón, y los bufones están junto al poder pero lo atacan ferozmente. Espero que siga siendo así. Que Boadella no se resigne al aplauso tan interesado como circunstancial que recibe de Esperanza Aguirre.

martes, 9 de febrero de 2010

Literatura negra y jazz

Boris Vian

Me atraen las conciencias sucias y tortuosas. Son más atractivas, literariamente hablando, que las conciencias limpias que no tienen nada de qué arrepentirse. En la vida es mejor encontrarse con buenas personas, no cabe duda, pero en la literatura, los malvados, los locos, los sinvergüenzas, los estafadores, los seres contradictorios y con pliegues ocultos, los criminales o psicópatas son sujetos mucho más interesantes para adentrarnos en los meandros de su personalidad. La madre Teresa de Calcuta fue una persona en muchos sentidos admirable, igual que lo fue Vicente Ferrer por su acción extraordinariamente generosa con los parias de la India. Merecen ambos el premio Nobel de la Paz y nuestra admiración sin ningún resquicio de duda. Pero ninguno de ellos hubiera sido un buen protagonista de una novela. Nos fascinan las conciencias oscuras y turbias, los personajes que arrastran un pasado lleno de lodos. Nos atraen los perdedores que se toman un buen vaso de bourbon fumando un cigarrillo mientras todavía la chica rubia se sienta en el borde de la cama tras el último polvo. Nos magnetizan los triunfadores que caen de su pedestal y al final son derrotados. Una buena derrota es muy literaria. Ascenso y decadencia. Y en la decadencia se excitan nuestros sentimientos más tiernos como lectores. Alguien que fue un héroe y la realidad lo deja reducido a un perdedor sobre el que sobrevuelan los buitres que se abalanzan para corroerle las entrañas. Alguien que triunfó y luego llega a un triste y solitario final. Pero es necesario un narrador. No basta con fracasar. Es necesario que alguien lo cuente como una pequeña epopeya. Por eso es tan necesaria la literatura. Convierte la gris realidad, la rutina cotidiana, el fracaso infinito, que se extiende por todo el mundo sin que nadie lo reivindique, en una narración llena de matices y atractivos.

Dicho esto, no les extrañará que uno de los géneros preferidos por este bloguero contradictorio y lleno de zonas oscuras sea la novela negra. A veces sueño despierto y me imagino dejando mi puesto de funcionario y montando una pequeña librería especializada en novela negra. Una librería que uniera mi pasión por el jazz (me encanta toda la música negra) y mi pasión por la novela criminal. Son dos aficiones que se complementan perfectamente. La mayoría de las narraciones americanas armonizan con un buen solo de saxo en un bar lleno de humo (qué literario es el humo de los cigarrillos y qué poco literarios son los no fumadores o los vegetarianos) con una mujer, curtida por la vida y los desengaños, de larga cabellera rubia cayéndole sobre los hombros desnudos. Lleva un largo vestido negro y unos zapatos de tacón de aguja. Uf. La librería tendría una sección de jazz que llevaría yo, y la sección de literatura criminal que dirigiría algún amigo al que tendría que convencer para subirse al carro. Habría unas mesas y una barra de bar en la que se servirían cócteles para lo que contrataría a otro profesor aficionado a la magia, las mujeres sensuales, la matemática y el póker. Si lo lee, sabrá en quién estoy pensando sin ningún género de duda. También le atrae la mala vida.

Nombre para la librería. Barajo dos: Raymond Chandler (no me dirán que no es chulo) o Kind of blue (una de las mejores grabaciones de la historia del jazz y, por supuesto, de Miles Davis). Otro nombre que cuenta con mi predilección y sugerido por un socio potencial es Boris Vian, escritor francés al que supongo conocerán y que unía su dedicación a la literatura y al jazz (tocaba la trompeta). Escribió una novela notable en el género negro titulada Escupiré sobre vuestra tumba firmada con un pseudónimo, Vernon Sullivan (que también podría ser otro nombre). Boris Vian fue pope del colegio de patafísica y presidente de la subcomisión de Soluciones imaginarias.

Ser profesor te obliga a llevar una vida intachable, virtuosa, ordenada, ser responsable, trabajador, dedicado en cuerpo y alma a la profesión, ocupando voluntariamente todas tus horas con los problemas de tus alumnos, preocupado por sus conflictos e interesadísimo por charlar con sus padres, enamorado de corregir sus ejercicios en los que escribes en rojo mucho más que ellos, apasionado por la LOE y las nuevas corrientes pedagógicas que derivan de la LOGSE, así como de redactar apasionantes programaciones y memorias didácticas o asistir a evaluaciones densas e interesantes. Y no olvidemos las fascinantes conversaciones con los inspectores y los maravillosos discursos del conseller d’Educació Ernest Maragall que concuerdan con las tremendas ganas de aprender y de pensar de nuestros alumnos...

En el fondo me hubiera gustado ser el protagonista de El perseguidor de Julio Cortázar. ¡Oh, el jazz! Y Charlie Parker. ¡Qué poco cuesta soñar! ¡Qué bueno ser el malo de la película! O un buen perdedor con la mujer fatal apoyada sobre tus hombros y bebiendo un Bloody Mary preparado y agitado por Javier

Llueve.



sábado, 6 de febrero de 2010

¿Qué es este señor?


La verdad es que me he quedado mirando la foto y no sé exactamente qué pensar. Veo en su rostro una conciencia tranquila, quizás un orgullo profesional de haber sabido llegar hasta la cumbre de la banca en España, tal vez algo de cansancio en las bolsas que tiene debajo de los ojos y la mirada algo extraviada. Pero no encuentro la imagen del sinvergüenza –aunque tal vez no sea esta la palabra- que parece sugerir la noticia que da la prensa sobre la cantidad que cobrará como jubilación Francisco González (presidente del BBVA) al cumplir los sesenta y cinco años. Supongo que la conocen. Son ochenta millones de euros. El equivalente a trece mil doscientos millones de las antiguas pesetas. Su sueldo no estaba mal tampoco. Según la prensa, cobró casi dos millones de euros de sueldo fijo en 2009 (lo mismo que el año anterior, al pobre no le habían subido el sueldo) más 3’4 millones de bono variable (un 1 por ciento menos que el año anterior).

Estoy admirado. ¡Qué tío más listo y avispado! Desde luego para haber llegado a donde ha llegado, cobrar lo que ha cobrado y va a llevarse como modesta cantidad de jubilación, hay que ser muy inteligente. Quizás lo que me corroa es la envidia. Algún lector podrá considerarlo así, y piense que estoy siendo demagogo e injusto. Pero considero que no hay nadie que se merezca por un ejercicio profesional honrado una retribución de esta magnitud. ¿Qué puede pensar un maestro que dedica toda su vida e ilusión a mejorar la vida de sus alumnos mediante el conocimiento? ¿Qué pueden pensar una enfermera, un médico en prácticas, un peón de albañil, un minero, un administrativo… sobre esta noticia? ¿Qué enseñanza práctica sobre la justicia distributiva podemos dar a nuestros alumnos cuando se lo expliquemos ? ¿Es una radiografía del mundo? ¿No son estos señores y otros semejantes en Estados Unidos los que han llevado al mundo a una recesión peligrosísima y de la que España tardará mucho en salir, y que costará sangre, sudor y lágrimas a los de abajo. Pero el señor Francisco González, presidente del Banco Bilbao Vizcaya Argentaria, puede ver con tranquilidad su futuro, se lo ha ganado por su honrado trabajo, por su dedicación y su talento. De momento para otros menos afortunados se está debatiendo retrasar la edad de jubilación, disminuir dicha cantidad con otros cálculos, reducir los gastos salariales, aumentar los impuestos directos e indirectos, abaratar el despido...

¿Qué explicaremos mañana a nuestros alumnos sobre la estructura del mundo y del poder? ¿Cómo explicar la lógica del sistema capitalista? ¿Cómo explicar que hay gente en la cárcel por robar cantidades mínimas mientras que otros de guante blanco, como este señor, se embolsa trece mil doscientos millones de pesetas después de contribuir al desastre financiero y haber hundido la economía por su voracidad y latrocinio?

Mi padre me decía que todo lo que se puede aprender en la vida es mediante un código civil o penal. Si conoces las leyes, puedes robar impunemente y pasar por ser alguien honorable y justo. No te faltarán apoyos de ningún tipo. Y además la iglesia siempre dedicará numerosas misas por tu alma. Pero Francisco González, por si no existe la vida eterna, se lleva un buen pellizquito para pasar en paz y tranquilidad su vejez.

Desgraciadamente, el presidente del Gobierno José Luis Rodríguez Zapatero, que no ha comentado la noticia, no tiene los arrestos necesarios para meter en cintura a la banca como hizo al menos verbalmente Obama. Tampoco el líder de la oposición por razones obvias dirá tampoco nada. Es uno de los suyos.

Me gustaría que los lectores si son enseñantes, escribieran cómo se lo contarían a sus alumnos, y si no son del gremio de la tiza, cómo se lo explicarían a sus hijos o simplemente lo que piensan sobre ello.

jueves, 4 de febrero de 2010

El séptimo sello

Ya no se habla de Haití. Durante semana y media afluyeron a la isla caribeña corresponsales de todo el mundo para ofrecer carnaza informativa cuanto más impactante mejor. Pero tras dos semanas de rastrear entre las desgracias de la isla y ofrecerla en todos los noticiarios, el filón se agota. Es un problema de oferta y demanda. Los telespectadores de todo el mundo asistieron sobrecogidos a las imágenes de la devastación, pero contemplar las desventuras del mundo termina por saturar y el sufrido hombre occidental se cansa. Ya no quiere ver más sufrimiento. Los corresponsales vuelven a sus países de origen y Haití queda fuera del foco informativo. Ahora toca concentrarse en lo nuestro, en nuestra propia crisis. Y el mundo anda revuelto. Hace unas semanas había un cierto optimismo sobre la situación que parecía estar recuperándose tras la inyección de centenares de miles de millones de dólares o euros en los bancos. Pero Estados Unidos, nuestra referencia y factor de estabilidad, no acaba de sentirse recuperado. El déficit americano es colosal. La primera economía del mundo tiene los pies de barro con un aumento considerable del paro (10%) y el declive de las clases medias. Además mantiene dos costosísimas guerras en el exterior que no ofrecen perspectivas halagüeñas y claramente se están perdiendo (Irak y Afghanistán), a la vez que el desafío nuclear iraní cada vez es más amenazador. El poder de Estados Unidos ha entrado en una fase de descenso. Y surge China con un crecimiento económico del 10% anual invadiendo el mundo con sus productos. Además está en manos del gobierno chino buena parte de los pagarés del tesoro americanos. En algún sentido USA está a merced de China. Europa no sabe o no contesta. Ni hay unión política ni política exterior. Somos veintisiete países que no tienen sentimiento de unidad y cada uno vamos a lo nuestro. La idea inicial de Europa ha desaparecido. Ya no hay ningún romanticismo en ella. Sólo una pesada burocracia en Bruselas que no interesa a nadie.

España se hunde más en la crisis pese a los vaticinios optimistas de su presidente que ya no convence a a casi ningún ciudadano. No se sabe cuánto se ahondará la crisis que tiene ya más de cuatro millones de parados y no es impensable que se llegue a cinco millones o más. Miles y miles de hipotecas no podrán pagarse y los bancos ya ni sabrán que hacer con los pisos embargados. De momento las constructoras adeudan a los bancos 300.000 millones de euros que no pueden pagar pues tienen cerca de novecientos mil pisos sin vender. Se construyó en el boom inmobiliario en un año más viviendas que el Reino Unido, Francia y Alemania juntos. Ya saben, la avaricia rompe el saco. Estamos muy jodidos. Ahora es cuando comienza la crisis que pondrá en jaque al estado (no entiendo cómo se puede pagar el desempleo a tantos millones de parados ni cómo la seguridad social se puede mantener con una cobertura sanitaria total). Las pensiones ya lo ven cómo están. Nadie garantiza que podamos cobrarlas y que el fondo de pensiones no se hunda. Tengo la impresión de que tenemos que decir adiós al estado del llamado bienestar. Pintan bastos.

Pero si aquí pintan bastos, en el resto del mundo es mucho peor. Si echamos una ojeada a la situación de África, Sudamérica, Europa del Este y Asia central veremos que la pobreza y la falta de desarrollo está hundiendo a buena parte del planeta que cada vez crece más en habitantes. Si la crisis afecta a Occidente, imagínense lo que pasará en el África subsahariana donde se vive con menos de un dólar al día mientras que la tasa de natalidad es muy elevada para compensar las muertes de niños y adultos.

Por otro lado, el cambio climático hará que se desplacen poblaciones por la desertización y la falta de lluvias, que suba el nivel medio de los océanos por el progresivo deshielo de los polos, que se produzcan con mayor frecuencia huracanes devastadores, que miles de especies animales desaparezcan y por la acción del hombre se destruyan las selvas tropicales…

No sigo, pensarán que soy muy pesimista, pero tal vez no es esa la palabra. Tal vez cabría decir que soy realista. Hemos vivido relativamente bien mientras duró el invento, pero lleva camino de acabarse. Se une el desarrollo de una tecnología punta fascinante con elementos que parecen sugerir el inicio de un nuevo medioevo y la caída del imperio americano (inexorable, puede ser en una década, dos o tres o cuatro, qué más da) dará lugar a un mundo que la ciencia ficción ha intentado imaginar, pero todas las historias que he leído o películas que he visto sobre dicho futuro son altamente inquietantes.

Pero esto había comenzado con unas palabras sobre Haití. Y hace unos días escribí un post titulado “Explosión de esperanza” en el que plasmaba mis expectativas de que aquella isla afligida pudiera cambiar internamente ayudada por el mundo. Pero ¿adónde va este mundo? Tengo la impresión (aunque no soy vidente) de que todo va a cambiar profundamente. El mundo que verán nuestros hijos y nietos será muy diferente del que hemos vivido hasta ahora. No sé por qué me han venido a la cabeza imágenes de una de las películas más lúcidas que he visto: El séptimo sello de Ingmar Bergman. En ella, el realizador sueco recrea la Edad Media, en medio de las epidemias de peste, el recitar de los juglares, la hoguera en que eran quemadas las brujas, los flagelantes, el terror de un mundo frente a la muerte, a la guerra, al dolor y los permanentes interrogantes del ser humano buscando un sentido a su vida e incluso plasmando su búsqueda de Dios que no tiene respuesta y se enfrenta al absurdo de la existencia. Sí, una pregunta eterna ¿adónde vamos? Creo que tendremos que hacernos esta pregunta alguna vez. Los tiempos que van a venir nos harán pensar.

lunes, 1 de febrero de 2010

Literatura moral

Cabría reflexionar sobre la importancia de la transmisión de valores que se hace a través de la literatura infantil y juvenil. Es un lugar comúnmente aceptado que los libros de lectura que recomendamos o seleccionamos para nuestros alumnos deben ser un elemento de refuerzo de los valores humanistas y democráticos -favorecedores de la convivencia, de la tolerancia y del diálogo- que fomenten la integración social y que les hagan sensibles a cuestiones sociales (el racismo, el sida, la homosexualidad, la pobreza, la delincuencia, la anorexia…). La lectura en tal caso tiene una importante función de moldeamiento de las conciencias y las actitudes de los adolescentes con arreglo a los valores que entendemos que son válidos en una sociedad como la nuestra. Para ello, el mensaje de estos textos, normalmente narrativos, debe ser claro y no dejar ningún resquicio a la ambigüedad, y si lo hubiera, rápidamente habría protestas y críticas desde el ángulo de lo políticamente correcto. Podemos concluir que la función predominante de la llamada literatura infantil y juvenil es claramente moralizadora, es la predicación de una enseñanza de acuerdo a los valores entendidos como válidos y entronca con la publicidad o los sermones desde los púlpitos.

En tiempos del franquismo también se educaba en valores: el espíritu nacional, la Raza, la hispanidad, la patria, los sagrados valores de la religión… y se censuraban textos sospechosos de atacar dichos valores patrios. Recuerdo que había ediciones expurgadas de El lazarillo de Tormes por su ambigüedad respecto a la religión. De hecho se consideraba a la literatura en sí misma como virtualmente peligrosa por la abundancia de librepensadores, espíritus disolventes y corrosivos, que abundaban entre los escritores.

La llegada de la democracia impulsó la literatura como una experiencia gozosa del placer del texto al margen de sus implicaciones morales. Por fin podíamos liberarnos del corsé ideológico-moralizador y disfrutar de la plurisignificación de la literatura abierta a cualquier tipo de interpretación fuera moral o no. De hecho había una fuerte atracción hacia textos ambivalentes, que caminaban por el filo del abismo y se adentraban en terrenos peligrosos pero que hacían reflexionar porque se identificaban con nuestro ser complejo y contradictorio, abierto a la luz pero también a grandes dosis de sombra.

Pero esto duró poco. La llegada de las nuevas corrientes pedagógicas impuso la llamada educación en valores que se proyectó con fuerza sobre los textos que podían leer nuestros niños y adolescentes que debían ser "educativos" y pedagógicamente correctos. De hecho las editoriales han inundado el mercado con novelas que no destacan por su calidad literaria pero que son claramente unívocas respecto a los mensajes que transmiten y han desechado la peligrosa amoralidad y ambigüedad de la literatura. La ilusión es que se puede moldear a los adolescentes en función de un proyecto colectivo en sintonía con la sociedad democrática para construir un mundo mejor (según nuestras ideas).

Estos planteamientos sobre la función moralizadora de la literatura no los admitiríamos en nuestra experiencia como lectores adultos, pero sí que nos consideramos con derecho a imponer a la infancia y adolescencia criterios abiertamente morales, quizás porque consideramos este periodo de formación como peligroso y desconcertante por su extraordinaria ambigüedad. No hay idea o pensamiento malvado y cruel que no se pase por la mente de un niño o adolescente. Lo sabemos y tememos. Por ello defendemos una lectura dirigida, mediatizada, con claras orientaciones que no puedan dar lugar a dobles sentidos. El bien moral, la razón, los valores -educativamente hablando- siempre deben ganar al mal, los valores democráticos deben siempre imponerse. Una novela debe ser un espejo limpio en el cual poder reflejarse como modelo. De hecho nos desconciertan algunos cuentos tradicionales (Pensemos en Caperucita roja, Hansel y Gretel…) por su crueldad y la violencia implícita que hay pero lo cierto es que siguen fascinando a los niños. No falta algún maestro que pretende cambiar estos cuentos y conseguir que al final el lobo y Caperucita se hagan amigos, o descubrir que el ogro no es tan malo como parecía.

Recuerdo en mi niñez representaciones de guiñol en que la bruja era muy mala pero al final se terminaba llevando todos los estacazos del héroe ante el entusiasmo de toda la chiquillería que gozaba abiertamente. En la actualidad este planteamiento es totalmente inadecuado y todas las representaciones teatrales que he visto para niños no hacen ninguna referencia a la presencia del mal en el mundo, la muerte o cualquier otra situación que haga que los niños tengan malos sueños. Es un mundo idealizado y conformado respecto a nuestros supuestos valores y que proyectamos a los niños, pero que en realidad no tienen nada que ver con los que experimentamos en la edad adulta.

Creo, para acabar, que se ha despojado a los libros que leen nuestros niños y adolescentes del sabor de la auténtica literatura que debe unir una calidad literaria a su libertad imaginativa en la que quepa la complejidad enorme del corazón humano, su ambigüedad y su plurisignificación. En resumidas cuentas, como pensaba Mark Twain, la literatura moralista y didáctica, al servicio de la pedagogía que domina totalmente, es una estafa y es profundamente hipócrita. Si para algo ha de servir la literatura es para alumbrar los conflictos humanos revelando su dolor o desgarro, mostrando su extraordinario laberinto de pasiones, con luces y con sombras o con las carcajadas insolentes del bufón que se ríe de lo políticamente correcto y establecido.

* Recomiendo en este sentido el artículo de la maestra argentina Marcela Carranza, experta en literatura infantil, titulado La literatura al servicio de los valores, o cómo conjurar el peligro de la literatura. Es magnífico y ayuda a profundizar en el tema que sólo he esbozado.

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