Llevo dos meses largos con mi planteamiento de
la Clase Invertida. Los alumnos ven en casa vídeos que he grabado yo durante el
verano sobre Historia de la Literatura. El programa de Lengua irá después. Las
grabaciones son fruto de preparación e intuición a partes iguales. Abordo temas
con rigor pero con amenidad. A veces hago el payaso para mantener la
suspensión. Mediante una aplicación llamada EduCanon, puedo saber si han
visto el vídeo y seguir sus respuestas a las preguntas insertadas en el mismo.
Tengo una visión perfecta de su cumplimiento de las tareas y su grado de
implicación. La respuesta suele ser muy buena. Ven los vídeos de forma
mayoritaria. Tienen que hacer un resumen del vídeo y aquí ya no son todos
quienes lo hacen ni hay homogeneidad en la calidad de los trabajos. Los hay
excelentes y los hay chapuceros. Al día siguiente, al llegar a clase les
planteo un Kahoot sobre el tema del vídeo. Esto me lleva mucho trabajo, tanto
que es difícil imaginarlo. La animación invade el aula durante veinte minutos
de duración del Kahoot en que compiten unos con otros sobre sus conocimientos.
Al final uno gana y se le ve con una cara de enorme felicidad. Su nombre
aparece destacado sobre la pantalla digital. En este juego se produce gran expectación. El resto de la clase es para elaborar mapas mentales sobre el
contenido de los temas abordados. Un mapa mental en Mindomo a la semana. Estos
mapas tienen gran complejidad y requieren de una buena comprensión del tema
para establecer las jerarquías necesarias de conceptos.
Mi impresión en general es buena, pero
soy consciente de que estoy pisando territorio nuevo y potencialmente
resbaladizo. Cuarenta minutos de la clase son dedicados a su trabajo de
ampliación, pero el ambiente es muy distendido. No dudo de que hay algunos que
aprovechan el clima libre de la clase para tontear y no hacer nada. Esto me
duele. Intento motivarles pero no siempre es posible. Me pregunto qué impresión
tendría un observador externo de estas clases. Aparentemente son demasiado
libres. El profesor va de un lado a otro intentando orientar en la tarea que
están haciendo. Hay alumnos que necesitan total orientación y otros que son
plenamente autónomos y hacen unos mapas mentales realmente formidables, a un
nivel incluso superior a bachillerato. Están en tercero de ESO. El nivel de
avance es interesantísimo. Me asombra el grado de compromiso de algunos/as de
ellos/as. Es tremendo. En ese clima de desorden aparente de la clase hay
esfuerzos muy superiores a lo convencional. Otros, ya digo, lo aprovechan para
divertirse y trabajar muy poco. Digamos que un ochenta por ciento de la clase
está firmemente comprometido con un sistema netamente distinto a lo habitual y
que exige una convicción muy importante. El grado de fidelidad de buena parte
del aula al sistema es elocuente. Es como si nos hubiéramos metido en una nave
a un destino incierto pero convincente. Yo no sé adónde vamos a ser capaces de
llegar. Lo ignoro. Este año es para mí totalmente diferente. Intuyo que vamos a
llegar mucho más lejos que con cualquier otro planteamiento. Ello no quiere
decir que no me asalten dudas en clases que son completamente experimentales.
Es tan práctico llegar a clase, imponer un orden, y ser convencional ... A
veces me pregunto por qué me cuesta tanto ser un profesor convencional. Por qué
me arriesgo a enfoques tan terriblemente audaces, tanto que un alumno externo
puede pensar que en clase hay un enorme desorden. Sin embargo, busco llegar más
allá de lo establecido. Pero ¿es posible? ¿Acaso no será como decía en un post
bastante desconcertante XARXATIC que el planteamiento de la Clase Invertida era el más
absurdo y necio que se había conocido en los últimos años? ¿Por qué arriesgarme
en el final de mi carrera docente a hacer algo que es abiertamente revolucionario?
Y con la incertidumbre que eso genera. Hay días en que salgo confortado, y hay
días en que desfallezco y me siento abatido. El trabajo es abrumador. Dar
soporte a este sistema de producción de dos vídeos por semana es agotador. Dedico
todo mi tiempo libre a dar consistencia a lo que estoy haciendo. ¿No hay otras
formas más sencillas de trabajar? ¿Conseguiría el grado de implicación y
complicidad que logro de esta manera? ¿Es todo una ilusión que necesito para
confirmarme que estoy en un camino interesante? Me gusta sentir el compromiso
de mis alumnos con lo que estamos haciendo. ¿Cómo lo verán ellos? No lo sé.
Ignoro qué idea se llevarán sobre unas clases nítidamente a contracorriente. Es
difícil evaluar con esta escasa perspectiva un proyecto que es a la vez
vitalista e intelectual. No sé. Ciertamente no lo sé. A veces me da la
impresión de que estoy en una película de los Hermanos Marx y otras que estamos
en un filme de Bergman. Mi vivencia interior está sometida a fuerte desgaste
intelectivo y emocional. ¿Es algo absurdo lo que estamos haciendo? ¿O estamos
construyendo una hipótesis de lo que puede ser la escuela necesaria para un
mundo como el que estamos? Nada de esto me lo han explicado en los libros de
pedagogía ni en los cursillos de formación. No sé si soy un botarate o un
explorador que se abre a territorios nuevos. Francamente no lo sé.