Hoy había una salida al aire libre de los alumnos de tercero de ESO y cuando he llegado me he encontrado para mi desolación la clase vacía. No
había visto la notificación que comunicaba la actividad en el tablón de anuncios.
He cogido mis bártulos y he bajado para estar como profesor de refuerzo. No ha
habido ninguna incidencia, pero en esa hora, mi compañera de seminario Dunia y
yo hemos tomado un café y hemos estado charlando sobre múltiples temas en los
que solemos encontrar afinidades y coincidencias. Somos miembros del seminario
de castellano y ello nos da otra perspectiva distinta acerca de la realidad
catalana, los usos de las lenguas, la identidad personal, la adscripción a
parámetros políticos nacionalistas o no...
Ambos tenemos una identidad contradictoria acerca de cómo
nos sentimos en relación a Cataluña. Ayer leía en un perfil de facebook que una profesora de catalán se sentía "d'esquerres, catalanista i
independentista". Me pareció formidable el hecho de poder definir tan
precisamente su situación en el mundo. No hay que decir que admiraba a Guardiola, a Messi, a Piqué... Me
pareció realmente admirable que uno pueda establecer con tanta claridad sobre
lo que es, a lo que aspira, lo que admira... Siempre me ha faltado esa fe, pero
en mi conversación con Dunia,
observo que a ella le pasa algo parecido. Ha nacido en Cataluña pero tiene una relación compleja con ese sentimiento que
le lleva a discrepar de los demonios y de
la fe de la tribu por un lado, pero a la vez discrepar de aquellos que desde
fuera cosifican lo catalán y lo identifican como si todos los que vivimos por
aquí respondiéramos a un único y lineal esquema como el de esta profesora que
he citado arriba y cuyo perfil es fácilmente reconocible. Ni Dunia ni yo creemos en los estereotipos
y ambos entendemos que la identidad es una mezcla de capas en las que los
sumandos se superponen no anulándose unos a otros. ¿Es posible sentirse catalán
y español a la vez? ¿Es posible no sentirse demasiado de un lado ni de otro y
deplorar el maniqueísmo que lleva a definir con líneas precisas ese complejo
extraño que es la identidad?
Me pasó haciendo el camino de Santiago aragonés el verano pasado. Me encontré con un saleroso
peregrino, locuaz y vivaracho, que reconocía que era aragonés hasta la médula y
que proyectaba sobre sus hijos su sentimiento de pertenencia a una tierra, a
unos paisajes, a una gastronomía, a un equipo de fútbol... Yo he nacido en esa
misma tierra aragonesa, pero nunca he sentido nada parecido. Y tal vez lo
lamente. Tal vez sea confortable saberse de un sitio, el reivindicar una
historia con matices definidos y contundentes, el tener un equipo que te
enardece, tener una virgen, y a ser
posible una lengua que te sitúa en el mundo. Uno es entonces parte de un
engranaje más amplio, tu alma se dimensiona a tamaño nacional... La nación -que también reivindicaba José Antonio Labordeta para Aragón- se presenta como una emoción
orgánica que te lleva a sentir con toda la tribu, que tiene también la misma
bandera, unos colores, un himno, unos estremecimientos asociados con los que se
late al unísono. Uno se crispa, sufre o se emociona, con el sentimiento
colectivo.
Me falta fe, no creo, no puedo creer en ese sentir colectivo
y difícilmente podré proyectar sobre mis hijas el sentimiento de pertenencia a
nada. Y nunca se lo he dicho: si sale el tema les digo que son catalanas y
españolas. Tal vez en esto ya hay una definición que alguno entenderá
rápidamente. No se debería -en opinión de algunos- pertenecer a ambos lados del
río. Habría que elegir, eso nos
quieren imponer desde un lado y otro, desde esos separatistas que tanto abundan
aquí y allí. No hay espectáculo más deplorable que el del anticatalanismo
visceral que manifiesta el odio hacia todo lo catalán. Este sentimiento que
algunos pregonan en la prensa digital, en conversaciones de bar, en la
intimidad familiar... alimenta el otro sentimiento separador y separatista que
ve con enorme satisfacción el crecimiento de la mutua desafección, la
desconfianza, el rencor... que poco a poco dará sus frutos en esa distancia
creciente entre las dos orillas.
No tengo identidad nacional. Me falta. A Dunia también. Nunca podremos pasar a
nuestros hijos aquello que el aragonés decía: el sentimiento de pertenencia a
una tierra, a una historia, a un paisaje, a una bandera, a un equipo...
Nadamos entre las dos orillas sabiéndonos parte de un océano
más ancho que no se deja limitar por los estereotipos y los roles
preestablecidos. No sé muy bien de dónde somos. Tal vez aquí seamos de allí, y
allí seamos de aquí y nunca sepamos muy bien qué somos ni de dónde somos.
No creo que sea posible conciliar el ser de izquierdas, catalanista e independentista.
Algo falla. Me recuerda la conexión de ideas demasiado a Bossi y su reivindicación de la Padania o al menosprecio de Alemania
y los países nórdicos hacia los haraganes del sur que se pasan la vida viviendo
de las subvenciones de los trabajadores del norte.
No creo tampoco en el orgullo jactancioso del sur o del
oeste que menosprecia los sentimientos que van creciendo en esta tierra
catalana y no quieren darse cuenta de que con aquellos alimentan lo que
querrían impedir, la posible independencia de Cataluña.
En el fondo, los estereotipos y los tópicos tienden a
imponerse como en una ópera bufa en que todos representan papeles que el
público conoce de antemano y sabe cómo va a acabar la obra. Si no, atentos al
último congreso de Convergència Democràtica de Catalunya. Tal vez en esa apuesta definida por la independencia esté la noticia de mayor calado que ha habido en mucho tiempo.