Hace cuatro o cinco años, El País publicó un reportaje sobre
la realidad de España como país receptor de inmigrantes. La población española
se había incrementado en varios millones de habitantes por la llegada masiva de
personas de aquí y allá. Norte de África, Latinoamérica, Rumanía, Pakistán
entre otros eran los proveedores de nuevos españoles. Hubimos de acostumbrarnos
en los últimos doce años a un nuevo paisanaje con todas las contradicciones que
suponía, contradicciones y riqueza. Nosotros que habíamos sido un país de
emigrantes parecía que el bienestar esta vez era el reclamo para que vinieran
muchos otros en busca de unas mejores condiciones de vida.
Sin embargo, todo ha cambiado en tres años y más en este
último. La crisis ha invertido totalmente la situación. Ahora son los jóvenes
profesionales españoles, con amplia formación académica (carreras, másteres,
idiomas), los que están iniciando el camino del extranjero. Este último año son
más los que se han ido de España que los que han venido y en buena parte son
algunos inmigrantes que vuelven a sus países de origen, pero sobre todo son
jóvenes que ven su camino cerrado por
completa que sea su preparación académica.
A nadie le gusta irse. Supongo que para muchos jóvenes de
25-35 años será un plato de difícil digestión el hecho de tener que hacer la
maleta, meter las cuatro pertenencias e irse en busca de un país de acogida que
permita el desarrollo profesional: Alemania, Reino Unido, Norteamérica, países nórdicos,
Latinoamérica, Australia, Oriente... Esto supone una sangría difícil de asimilar. Son los
mejor preparados que han recibido una formación universitaria en España y que
se van a ejercer en otras latitudes. Es un drama para ellos que se van y un
drama para todo el sistema que los había formado... y también para nosotros que
nos quedamos.
Me pregunto cuando estoy dando una formación a mis alumnos
qué decirles del futuro, del valor de su esfuerzo (en el caso que lo estén
haciendo). ¿Qué perspectivas les esperan por mejores que sean sus expedientes?
¿Puedo decirles que los estudios son la vía a una vida laboral? ¿Empezamos a
hablar de que quizás tengan que irse a menos que se enfrenten a una situación
en que el paro juvenil es próximo al 50 por ciento, y que solo les quedarán condiciones precarias y sin
ninguna perspectiva en el caso de que consigan algún empleo? ¿Puede nuestro
país ofrecer expectativas a los jóvenes que están estudiando ahora, en especial
a los mejores académicamente hablando?
Las medidas que tomará Rajoy
no son difíciles de imaginar. Y tampoco es difícil de imaginar que
aumentarán el paro y la precariedad, además de reducir el consumo... La
economía está en un punto muerto, sin hálito para generar empleo, y todo parece
indicar que va a ir a peor. Es una situación que afecta a una producción
extremadamente frágil como la nuestra que creció en el aire por la especulación
urbanística.
¿Cómo afectará esto a mis alumnos? Muchos de ellos son hijos
de inmigrantes. Algunos de ellos ya están retornando a sus países de origen o buscando
otros destinos. El que llegue ahora a España sabe que no hay trabajo para
nadie. ¿Cómo debo orientar mi tarea profesional en este marco de falta de
perspectivas?
No sé. Lo bueno de trabajar con adolescentes es que ríen,
que buscan los motivos para reír, que tienen esperanzas tal vez porque no son
muy conscientes de la situación real por
que estamos pasando. O tal vez sí la conocen. Seguro que en sus casas están
notando, como lo notamos todos, el impacto de esta crisis que no ha tocado
fondo. En algún sentido, prefiero este ambiente que el que vivía hace cinco
años cuando los alumnos abandonaban los estudios a los dieciséis años y se iban
a la construcción a ganar más que los profesores a los que consideraban unos
pardillos, igual que a sus compañeros que seguían estudiando.
Ahora la realidad ha puesto las cosas en su sitio. Estos
muchachos están en el paro, pero los que estudiaron también lo están, y muchos
están barajando la posibilidad de irse con harta desolación. Dicen que emigrar
no es un plato de buen gusto para nadie. Ahora tal vez volvamos a necesitar que
los países de acogida sean benévolos con nosotros, con los que habrán de irse
nadie sabe por cuánto tiempo. En principio siempre se va uno por un tiempo con
la esperanza de volver en cuanto las cosas mejoren, pero es un camino, como
bien sabemos por la experiencia pasada, que nadie sabe con certeza qué pasará.
Muchos de los que se vayan ahora lo harán por largo tiempo y algunos ya no
volverán. Nadie conoce las circunstancias que se generarán en su deriva en
búsqueda de una vida mejor que aquí en España no se puede ofrecer.