Suelo leer la prensa digital e impresa buscando noticias que
me den alguna idea sobre qué escribir en el blog. A veces conecto noticias
dispares sin ninguna lógica. Pero me gusta. Hoy hablaré de que en Alemania se ha autorizado la
publicación del libro de Adolf Hitler
Mein Kampf (Mi lucha), uno de los
libros más mediocres que se han escrito jamás pero cuyo poder sociológico es
extraordinario. Se ha seguido publicando en infinidad de ediciones más o menos
clandestinas, pero en Alemania era
ilegal. Ahora en Baviera se ha
autorizado su edición.
Leí Mein Kampf
hace bastante tiempo. Lo leí al tiempo que reflexionaba con el texto de Erich Fromm, que me sirvió de
contrapunto, El miedo a la libertad,
ya tan olvidado. De ambos tengo un recuerdo claro. El libro de Hitler era un alegato sobre la
estupidez y la sumisión de las masas a las que les gusta ser dominadas y exaltaba
el espíritu de la nación alemana (el völk)
como una unidad de destino. Solo faltaba que él se erigiera, elegido por dicho
destino, en führer de la misma y que la inmensa mayoría de los alemanes,
atemorizados por una década de crisis terrible y la fragilidad de la república
de Weimar, acudieran hechizados al
verbo incendiario de un personaje aciago que señalaba a los judíos como a los
enemigos fundacionales del völk. Era
una concatenación de ideas elemental, fullera y majadera pero funcionó. Las
ideas, a pesar de ser necias, pueden funcionar y, de hecho, cuanto más
demenciales y obtusas son, parecen tener mayor capacidad de calado entre las
masas. Hitler afirmaba que las masas
eran estúpidas y que con ideas elementales -o con mentiras repetidas, añadió Goebbels- se las podía seducir
a pesar de que luego cada uno en su casa pretendiera reclamarse individual.
Pero la individualidad es peligrosa y supone riesgos: sume al ser humano en la
angustia. De ahí, el miedo a la libertad a la que se renuncia cuando domina el
pánico. La individualidad supone la soledad y desamparo. Es comprensible que
las masas siguieran a quienes les hacía creerse superiores como völk y les liberaba de la
responsabilidad de sus actos que dejaban de ser individuales. Erich Fromm analizaba en El miedo a la libertad el fenómeno nazi
y lo explicaba en claves psicoanalíticas.
La otra noticia que quería comentar y que no tiene nada que
ver con la publicación de Mein Kampf
es la que hace referencia a que en las aguas del subsuelo de Barcelona han encontrado restos muy
elevados de sustancias como cocaína, éxtasis, metadona, benzodiazepinas
(ansiolíticos)... Dependiendo de los barrios han encontrado unas u otras. En
los barrios de las clases altas (Sarrià,
Pedralbes...) domina la cocaína, en
los barrios apaches, el éxtasis, y en
el extrarradio, la metadona. Los restos de cannabis
son más difíciles de detectar porque se disuelven antes. Los ansiolíticos y los
antidepresivos son también frecuentes en las aguas que eliminamos de nuestras
casas y que van a las alcantarillas que desembocan a su vez en los ríos.
Los desagües de las ciudades están cargados de sustancias
psicotrópicas y expresan un residua
de lo que es nuestra civilización. Tal vez estas sustancias, muchas de las
cuales no existían en los tiempos de la Alemania
nazi y, en todo caso, no estaban tan difundidas, suponen una película en
negativo de lo que somos. Por un lado, la pretendida racionalidad, el
optimismo, las ideologías asertivas, y, por otro, el reverso: la ansiedad, la
depresión, la apatía, el desistimiento, la melancolía, la angustia... estados
que son conjurados modernamente con multitud de sustancias que el sistema
sanitario distribuye o la clandestinidad proporciona, sin olvidar el alcohol. La civilización, alejada de la naturaleza, tiene un
coste. Nuestro sistema de vida que ha de ser productivo, competitivo y
flexible, asume que los individuos no son importantes y que son claramente
prescindibles. Quedan la química, las drogas, el alcohol, los estadios de
fútbol, el adocenamiento, la sumisión o la resistencia en soledad orgullosa,
soledad que difícilmente resiste en tiempos de crisis en que las vidas y las
circunstancias abruman y aplastan al individuo.
No sé que pasaría en el caso de que la crisis económica
fuera progresando y los mecanismos sociales de defensa dejaran totalmente de
ser efectivos. No sé si los antidepresivos, la cocaína y el alcohol serían suficientes para conjurar la
angustia. Hay quien ha dicho que si la crisis sigue ahondándose tendrán que
legalizar la marihuana.
Lo peor es imaginar que en una tesitura semejante, hubo un
tiempo en que surgió del huevo de la serpiente, unas alimañas que terminaron
por interpretar irracionalmente la angustia colectiva y las masas renunciaron a
la libertad en pos del ansia de que alguien les liberara del miedo cerval que
sentían. Estamos todavía lejos de ello y de momento los psicotropos van
paliando ese miedo y esa angustia. Los psicotropos y el consumo para aquellos
que pueden practicarlo. No en vano, los centros comerciales son los nuevos
templos donde se reúnen las muchedumbres de fieles que si bien no van a misa, comulgan bajo las especies de la
tarjeta de crédito y la promesa de la redención.
Pero todo puede caer si los mecanismos de cohesión social
son dinamitados. Entonces, oscilaremos entre la depresión o la revolución.
Esperemos que no optemos por alguien que nos venga a salvar y al que
entreguemos nuestra angustia y nuestro miedo.