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miércoles, 25 de abril de 2012

Revoluciones que llevan a un tiempo primordial.



A muchos se nos llena la boca con la palabra "revolución". Algunos hemos participado del espíritu que aspiraban a ellas: revoluciones sociales, cívicas, educativas, científicas, tecnológicas, literarias, lingüísticas, artísticas, culinarias, ideológicas, sexuales, económicas... Nuestro tiempo, todo el que viene del siglo XX, exalta el término revolución como un proceso anhelado y que divide todo entre un antes y un después de algún hecho, de algún descubrimiento, de un estallido social... No hace mucho leímos acerca de las revoluciones árabes, también de la revolución de la redes sociales que llevan al ciudadano común y corriente a poder influir en el mundo con un simple "me gusta" clicado en una aplicación de FB o un RT en un mensaje mínimo de Twitter que es expandido viralmente a millones de usuarios.

He experimentado ya tantas revoluciones sociales, culturales y personales que no sé dónde queda mi ego, disgregado entre tantas y tantos asaltos a presuntos palacios de invierno. Y, sin embargo, sigo aquí, aferrado a la palabra, a mi cuerpo frágil, a mi familia, a la morfología del sintagma nominal, a mi tortilla de patatas, a mis libros, a mi afición a la escritura que comenzó a los doce años cuando empecé a publicar revistas manuscritas en el colegio de curas en que estudiaba, a mis fantasías sexuales que ya comenzaron a definirse en la adolescencia...

La dialéctica entre lo revolucionario y lo permanente es viva y sin ambos extremos del péndulo la existencia carece de algo.  Nos atrae lo extraordinario, lo nuevo, lo radicalmente diferente, lo que rompe moldes... y a la vez necesitamos que las cosas no cambien, que sigan en alguna manera como las conocimos en otro tiempo, y eso nos serena: ver como el arroyo de nuestra niñez (si existió...) continúa manando agua limpia y pura, con la misma canción cristalina, en el mismo paisaje, como si nosotros fuéramos los mismos que fuimos hace ya mucho tiempo. Necesitamos anclarnos a algo que permanezca. Cada uno lo hace de un modo diferente. Cuando tecleo en este ordenador es como si volviera al adolescente idealista que fui a mis quince años y volviera a escribir en un cliché para una revista juvenil aquel mismo artículo que reflejaba mi melancolía de entonces y de ahora. Escribí ya hace mucho tiempo: las olas llegaban hasta mí monótonas, rítmicas, tristes... Era algo así. He recuperado en un ejercicio de introspección los tres adjetivos que utilicé. Eran monótonas, rítmicas y tristes. ¿Por qué escogería esta triada de complementos predicativos para definir el estado de mi espíritu a mis quince años? Probablemente fuera por mi lectura de Soledades, galerías y otros poemas de Antonio Machado y aquello fuera una especie de recreación de un estado de ánimo compartido entre el poeta esencial y el muchacho melancólico que era yo. Sin embargo, aquella melancolía también me llevó a otros poetas que reivindicaban la revolución como Neruda o Miguel Hernández o Lorca... Las olas entonces se agitaron, se enturbiaron, se revolvieron y comenzaron a llegar delirantes, extraviadas, apasionadas, y llegaron a la misma playa a la que soldé mi imagen, y en ella, inevitablemente, había una muchacha desnuda, entre las rocas,  a la que deseaba entre el refulgir del sol en el mediodía de un verano infinito.

Vuelvo a escribir como aquel adolescente que fui, aquel adolescente que leía junto al faro de Salou los poemas simbolistas de Baudelaire y sentía suyo ese íntimo temblor en el cruce de lo nuevo y lo permanente, como aquel poema del albatros que tanto me conmocionaba, repleto de contemplación de la belleza de esa ave majestuosa que es cazada y, derribada en la cubierta del barco, ya sus alas no le sirven para nada y parecen grotescas. Yo me sentía como el albatros e imaginaba el vuelo en el azul maravilloso del cielo inmortal... hasta que unos marineros por divertirse lo cazaron y destruyeron su belleza. No sé por qué sentía cerca de mí esta imagen. Supongo que ese es el secreto de la buena poesía. Y en aquel enhebrar imágenes poéticas y perpetrar ofensas en mis versos a la lengua y a la literatura fui creciendo y sintiéndome, no sé por qué, revolucionario. Yo que era miedoso, aprensivo, con tendencia a la melancolía... me sentí seducido por la necesidad de una revolución que volviera al hombre, al ser humano, a su ser verdadero, aquel que era antes del tiempo. O con el nacimiento del tiempo. Posteriormente leí a Mircea Eliade en Indonesia y subrayaba en el texto, en aquellos paisajes selváticos, sí , la idea del eterno retorno de las cosas a su origen. Todo en el fondo es retorno, nos  pasamos la vida retornando, y hacemos revoluciones que cambien todo para que nos lleven de nuevo al arroyo de nuestra niñez, que vuelve a ser nuevo, que vuelve a estar ahí, como las manos del niño Machado que revolvieron el agua para atrapar los limones que se reflejaban en el fondo de la fuente limpia.

Cuando he empezado a escribir no tenía claro adónde iba a llegar, pero me doy cuenta de que escriba lo que escriba, siempre retorno al niño que fui, al adolescente que fui, al poeta que deseé ser, al periodista que soñé ser, al aventurero en que deseé convertirme cuando leía a Julio Verne. Y, a la vez, en este retorno, no hay una brizna de nostalgia. Detesto la nostalgia, solo me interesa la niñez como territorio del ensueño y la imaginación, la adolescencia como el tiempo que definió por primera vez el hálito revolucionario y que, de alguna manera, siguen estando presentes en el adulto rebelde y melancólico que sigo siendo. 

34 comentarios :

  1. Al fin y al cabo, somos lo que hacemos para cambiar lo que somos. (Eduardo Galeano)

    Lo leí por ahí y me lo has recordado.

    Un beso, Joselu.

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    1. Tengo que leer un día a Eduardo Galeano. Al fin y al cabo, somos lo que hacemos para cambiar lo que somos. Tengo que pensarlo, Vero, tengo que pensarlo. Es un aforismo que me deja sorprendido. Siempre los aforismos me dejan turulato. Un beso, Vero.

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  2. A veces la verdadera revolución es conservar ese espíritu luchador y rebelde de la adolescencia, tengamos la edad que tengamos.
    Me ha gustado mucho tu entrada. Gracias.
    Un abrazo.

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    1. Nuria, fundamentalmente cuando leemos a alguien encontramos correspondencias, armonías, símbolos que están presentes en nosotros y se nos revelan. Es un privilegio escribir y que alguien te lea desde la distancia. Un abrazo.

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  3. Mi revolución siempre ha sido interna, mis dudas y mis contradicciones las he exteriorizado en mi madurez. He perdido demasiado tiempo de mi vida que nunca podré recuperar. Siempre he estado aquí y nunca me moveré de aquí; me aferraré a lo que tengo sin nostalgia, como tú, de lo que pudo haber sido y no fue. Un beso Lola

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    1. Y de lo que efectivamente fue. No renuncio a ningún momento de mi existencia por doloroso que haya podido ser. No son motivo de orgullo pero sí de sorpresa, de maravilla, de cuestionamiento del presente. No hay nada que pudiera haber sido y no fue. Yo, al menos no tengo esa sensación. Pienso que mi vida es plena, que todo lo que pude haber sido, en alguna manera se ha realizado, y, lo mejor es que todavía lo mejor está por venir. Un beso, Lola.

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  4. El infante, el adolescente, es una suerte de ser humano diferente a todos los estadios de la vida de adultos. Son diez o quince años irrepetibles. Por muchos años que uno viva, nunca se es niño. Siempre resultas ser un adulto. Por eso, nostalgias a parte, es normal que la gente vea desde su memoria aquella persona que vibraba en un lugar paralelo al mundo de los mayores, pero fuera de él. Y entonces, hoy, al echar la vista a estas galerías somnolientas de nuestra mente, uno se encuentra con simpáticos recuerdos. Con entrañables vivencias. Con un ser que fue y que ya no es.

    Un abrazo.

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    1. Voy más allá de "simpáticos recuerdos o entrañables vivencias". Creo que son auténticos "tour de force" que representan un desafío a nuestra realidad presente. En el niño que fui hay preguntas que todavía no he contestado, en el adolescente que fui, hay cuestiones que siguen vigentes. Es como una doble o triple sesión en que hay que tener en cuenta todo lo dicho anteriormente que no es simplemente una enfermedad que se cura con los años. Lo que es valioso en la niñez y la adolescencia sigue vivo y activo en la adultez, en la decadencia, en los estados próximos a la muerte. No pienso que el niño sea un estadio inmaduro de la vida, ni que la adolescencia sea un estadio que se supera. En cierto sentido sí, pero hay cuestiones vitales que deben seguir vigentes y presentes. Cuando veo a adolescentes sensibles pienso que esa sensibilidad les debe vertebrar durante toda su vida. Sería una pena que no fuera así. Hay muchas cosas de las que fuimos que deben -o deberían- seguir vivas en nosotros. Un abrazo.

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  5. La vida es una revolución que muere para conservarse.

    Un abrazo desde ultramar.

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    1. Sugerente interpretación por medio de un aforismo que encantará a Juan Poz, que no sé si nos visitará.

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  6. Hay una ley fascinante que, al igual que el resto de leyes fascinantes, no se encuentra en ningún libro de derecho. Sin embargo, esta ley es mucho más deslumbrante que cualquier retazo de jurisprudencia y supera con su belleza a todas las leyes de la legislación mundial. La ley de la que hablo es la ley de la conservación de la materia (Lomonósov-Lavoisier): «En una reacción química ordinaria la masa permanece constante, es decir, la masa consumida de los reactivos es igual a la masa obtenida de los productos». Todo esto viene decir que “La materia no se crea ni se destruye, sólo se transforma”. De manera análoga y un tanto filosófica, algo así nos sucede a nosotros porque, nos guste o no, somos materia. Nos transformamos a cada instante, pero no destruimos nuestro “yo” para crear otro “yo” porque jamás nos destruimos ni nos creamos, sólo nos transformamos. El “yo” es el mismo: la materia es la misma. Verbalizar la sensación que uno tiene de seguir siendo el niño que era o el adolescente que fue, es una manera alternativa de llegar a esta ley de Lavoisier, descubierta antes por Lomonósov y seguramente por muchos otros cuyos nombres no están recogidos. Unos se ponen una bata y experimentan con reacciones químicas en un laboratorio y otros se observan a sí mismos: uno mismo ya es un laboratorio cargado de reacciones químicas. Al final, las conclusiones son las mismas. La revolución inmortal de la que hablas es la transformación.

    Fíjate en tu título “Revoluciones que llevan a un tiempo primordial”. Es como decir: “Oye tú, que me han tocado las narices, me he rebelado contra esto y contra aquello, pero yo sigo siendo el que era”. En química hablan de productos y reactivos, así se sienten más guays, pero vienen a decirnos lo mismo: “Oye tú, que había cuatro carbonos y tres oxígenos, les hemos tocado las narices, se han rebelado, pero al final están los mismos carbonos y los mismos oxígenos”


    La materia no se crea ni se destruye, sólo se transforma…


    Saludos


    http://es.wikipedia.org/wiki/Materia

    http://es.wikipedia.org/wiki/Ley_de_conservaci%C3%B3n_de_la_materia

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    1. Unos experimentan en el laboratorio y otros se observan a sí mismos, no por vanidad sino como experimentación de los estados de conciencia, el único campo que tenemos a nuestra disposición. Tu interpretación es interesante porque plantea una línea de continuidad como expresión de la conservación de la energía esencial. Somos en buena parte aquellos que fuimos. Y es un campo de observación apasionante, despojado de toda nostalgia y sí de curiosidad penetrante. Eres un crack.

      Saludos.

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  7. Cuando oigo la palabra Revolución, algo me pincha en mi interior. Revolución es un acto violento, no creo en las revoluciones pacificas, pues no funcionan. Siempre se me pone el ejemplo de Gandhi, pero... ¿que hubiera sido de Gandhi, sin la anterior Segunda Guerra Mundial?, ¿sin que antes miles de hindúes hubiesen luchado y muerto por la libertad?. Las revoluciones son violentas, cuando una parte de la sociedad oprime y se beneficia de otra, esta no cede voluntariamente, hay que arrancarles nuestros derechos. Sin ningún tipo de dudas me quedo con la definición del "Gran Timonel" que decía:
    "Hacer la revolución no es ofrecer un banquete, ni pintar un cuadro; no puede ser tan elegante, tan pausada y fina. Una revolución es una insurrección, un acto de violencia mediante el cual una clase derroca a otra."
    Solo hay que preguntarse ¿estamos dispuestos? o ¿es necesaria?
    Creo que mi visión puede ser tomada como extremista, lo es. Las cosas no se pueden dejar a medias.
    Aunque un revolucionario el día después del triunfo de la revolución, se convierte ipso facto en un conservador...
    Es lo que hay...

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    1. Me temo que mi tiempo como revolucionario social ya ha pasado. Un tiempo pensé que era posible otro mundo. La historia y la realidad que he vivido me ha hecho ver que los hombres somos frágiles, cobardes, envidiosos... y una revolución parece que debería ser realizada solo por hombres puros. Pero los hombres puros son temibles, su mirada es escalofriante cuando anteponen la revolución a cualquier otra consideración y eso los lleva a las mayores crueldades en nombre de aquella. No, no los quiero. Me cortarían la cabeza, seguro.

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  8. Tambien se di que una rovolución es un alto ideal para que todos sean iguales.Lo malo es que eso conlleva una lucha de ideales.

    La infancia, los recuerdos que nos retrotraen a vivencias que se quedan almacenadas.La infancia: es como la despensa dónde las personas se alimentan con sus recuerdos a lo largo de la vida.Por eso nos marca tanto; aveces para bien y otra para mal.

    Joselu muchísimas gracias por este relato que mientras te leemos nos disipamos un poco de esta (...) de tensión.

    Un abrazo.

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    1. Gracias, Bertha, por percibir que esto que he escrito más que un ensayo es un relato y que su ámbito es la aspiración a lo literario. En aquel adolescente que leía Las flores del mal había un revolucionario que aspirará siempre a la melancolía. Creo que es un retrato, un autorretrato de raíz literaria, insatisfactoria pero lleno de imágenes que a mí me resultan sugerentes. Y de eso se trataba. Un abrazo.

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  9. Como siempre y releyendo tu texto, me he ido por los famosos y ya muy conocidos por mi, "Cerros de Ubeda". En fin...

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  10. Me identifico con tu rebeldía y tu melancolía. Estimo que no son incompatibles. Tal vez el rebelde busca fervientemente cambio por alguna carencia que alimenta esa melancolía que siente como parte de su esencia. Y luego se entristece al comprobar que el cambio externo no modifica su vivencia íntima.

    Por estos días me he pillado sintiéndome eufórica ante lo que yo misma imaginé podría causar una revolución en el oleaje de mi vida que tiende a ser monótono, rítmico, triste... Y me sentí como una adolescente idealista embriagada de un entusiasmo que sólo partió de una ilusión, ya que el hecho que alimentó a esa ilusión, analizado por la mente adulta, carece de implicancias revolucionarias.

    Creo que vivimos esperando una revolución que nunca llega, pero esa ilusión hace más llevadera la monotonía, la nostalgia.

    Un beso.

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    1. Los revolucionarios melancólicos sería un buen título para un post. En todo caso podríamos echar unas risas a cuenta de este espécimen que conocemos bien. Un beso.

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  11. Transmites mil revoluciones en cada palabra.

    Enhorabuena.

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    1. Si a alguien he podido transmitir el íntimo temblor que sentí escribiendo, doy por bien empleado el post. En el fondo había un ejercicio simbolista de escritura poético-narrativa. El mensaje no estaba en las palabras sino en la música. Eso pretendí. Gracias.

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  12. Creo en esa dialéctica entre lo cambiante y lo permanente porque hay un conflicto entre nuestro yo real y las apariencias que va tomando a lo largo de la vida. Ese yo mutable es el que piensa, el que cree, el que sueña, el que anhela, el que miente, el que necesita una revolución. El yo permanente se conforma con ser mientras que el yo cambiante, el ego, busca paraísos y si no los encuentra en el futuro, remueve el pasado. Un pasado fantaseado por la imaginación ya que lo necesita como refugio ante el desamparo de la realidad.

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    1. También está la mirada del narrador que explora en el pasado, no como refugio ante el desamparo de la realidad, sino como ejercicio vivo de reconstrucción de un mundo. Tu explicación me ha dejado meditabundo. "El yo permanente se conforma con ser y el yo cambiante busca refugio en alguna parte que le proteja de la realidad ante la que siente desamparo". No sé, tengo que pensarlo.

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  13. Sea sinergia o coincidencia, hoy tú y yo andamos proustianos (que no prusianos). Dejé mi aliento adolescente en mi último post, aunque no por Verne, sino por Rimbaud.

    Será la astenia primaveral. Seguro.

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    1. Ahora voy a tu casa. El título ya me resulta sugerente. Los poetas simbolistas franceses (Baudelaire, Verlaine, Rimbaud, Mallarmé, Lautreamont…) representan el acceso a la modernidad poética, un hito que todavía sigue vivo e insuperado. Es la poética de la analogía, de la extrañeza. Y en el post que he escrito hay briznas de ella. O eso pretendía.

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  14. Nuestra esencia permanece en nosotros a lo largo del tiempo. Las circunstancias, nuestras propias vivencias nos despegan de nuestro ser natural y nos mueve a la revolución pero a veces no tengo claro si la revolución es hacia dentro o hacia fuera o en ambos sentidos. Con frecuencia pensamos que volvemos al mismo punto pero no creo que sea así realmente.

    Creo que la melancolía y el sentido del humor, cada uno en su momento, son esenciales.

    Besos.

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    1. Angie, me temo que el post se prestaba a interpretaciones tan abiertas y crípticas que en varios de los comentaristas me he sentido desbordado por lo que habéis creído leer en lo que he escrito. Hablas de revolución hacia dentro y hacia fuera y sugieres que tal vez no volvamos al mismo punto que creemos. Puede ser. En todo caso pretendía ser un ejercicio de escritura laberíntica y analógica que no debería ser tomada demasiado al pie de la letra. Solo quise jugar con Baudelaire, con mis recuerdos, con Mircea Eliade y combinarlos en un cóctel que me resultara sabroso y sugerente. Yo me lo pasé bomba escribiendo, pero no aspiro a que salga de ello ninguna clave personal. Es escritura: puro simulacro.

      Gracias por tu presencia. Besos.

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  15. Escribir es una forma de avanzar en el propio conocimiento y en el discurso mental. A veces, enfrentarse con el propio espejo, en el que no somos capaces de reconocernos...
    En cuanto a la revolución: el problema es que algunas -o la explicación posterior de algunas- han hecho tan grande el concepto que no somos capaces de convivir con él en lo cotidiano. Y la revolución es algo necesario en cada día: la individual y la colectiva.

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    1. Efectivamente, Pedro, escribir es un ejercicio de autoconocimiento y de estructuración del discurso interior que se revela con fuerza pugnando por salir de las cavernas. En cuanto a si nos enfrenta a nuestro espejo cuyo reflejo nos resulta desconocido o sorprendente: interesante paradoja que expresa que podemos albergar un desconocido dentro de nosotros mismos.

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  16. Hace poco leímos en Lit. Univ. el poema que comentas de Baudelaire y creo que es uno de los que más les ha gustado. El símbolo del albatros les llegó y creo que lo hicieron un poco suyo. Yo también fui algo rebelde en la adolescencia, tanto que me costó un curso, pero creo que aprendí bastante de aquella experiencia, ahora intento que esa rebeldía no me cueste tan cara. Pero no sé si lo consigo :) De todos modos creo que a veces me hace entender más a algunos alumnos.

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    1. Cuando uno escribe, es estimulante que siempre haya alguien que participe o comparta algo de lo escrito. Me ilusiona que conozcas el poema de Baudelaire, y que haya gustado a tus alumnos. Solo una vez he impartido Literatura Universal y saqué una excelente impresión aunque solo tenía dos horas semanales. Luego se hizo imposible, por la escasa demanda de literatura y compartir la franja con lengua catalana. Un lujo, Montse. Disfrútalo.

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  17. Tenemos que hacerla. Tenemos que Estallar, Reventar, entre unos y otros, entre todos hemos logrado una sociedad plana, vacía, neutra, es necesaria una buena REVOLUCIÓN y el momento no puede ser más propicio. Ya que vamos a reventar hagamoslo de pie y con la cabeza bien alta. Por cierto yo soy más de Ophelia y ver como flotaba.

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    1. En todo caso, el Albatros y Ophelia responden a una literatura de raíz decadentista que expresan esa fascinación por lo enfermizo y crepuscular.

      En cuanto a la revolución, me temo que no espero demasiado de una que crea que los hombres puedan ser buenos y puros. Cualquier revolución social está condenada pues los hombres somos débiles, interesados, cobardes, frágiles, ambiciosos y envidiosos. Es la naturaleza humana. Soy escéptico, Malo. Solo creo en las revoluciones estéticas, son menos cruentas que las otras.

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  18. Echo la vista atrás y llego enseguida a la adolescente que fui, pues hace muy poco que la dejé a atrás. Lo curioso es que al leerte puedo identificarme perfectamente en tu desarrollo vital, a pesar del salto generacional que hay entre los dos. Me recuerdo como una niña contemplativa, atenta y melancólica, creo que esto último es crónico.
    Empecé a descubrir la poesía a los 11 o 12 años leyendo a Bécquer o Neruda, incentivada por mi padre. Empezó también entonces mi afición a escribir las inquietudes que me asaltaban en cuadernos. Y después ya nada pudo pararlo… como cuentas, fui creciendo y sintiéndome revolucionaria y en eso sigo…
    Realmente es un placer leerte, supone reflexión, aprendizaje, cierta dosis de poesía y a veces, como hoy, me conmueves.

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