Este post surge del cruce de una reflexión sobre la representación plástica del dolor, tomando como base el magnífico libro de
Susan Sontag,
Ante el dolor de los demás, y la visita que realizaron hace un par de años alumnos míos de cuarto de ESO a una exposición en el
MNAC sobre la memoria del holocausto a través de testimonios gráficos de los primeros fotógrafos que entraron en los campos de exterminio nazis de
Bergen Belsen,
Mauthausen,
Buchenwald,
Dachau y
Auschwitz.
El libro de Susan Sontag es una reflexión lúcida sobre la historia, en las sociedades modernas, de la representación de la atrocidad de las guerras. Probablemente fue Goya el primero en representar el horror de la guerra en sus Desastres de la guerra. Sus crueldades macabras pretenden sacudir, indignar y herir al espectador sobre los crímenes que cometieron las tropas francesas en su invasión de España. Pero es la fotografía la que con su desarrollo objetivará el sufrimiento de la guerra. Una cámara pretende representar con exactitud lo que sucedió. Muestra la brutalidad y el horror de unos hechos.
Los primeros fotógrafos que llegaron a los campos de exterminio nazis se encontraron un panorama estremecedor jamás contemplado antes. Centenares, miles de cuerpos, se apilaban desnudos en un espectáculo dantesco. Muchos habían muerto a consecuencia de epidemias o asesinatos masivos. Los objetivos de las cámaras captaron en los primeros días este horror inimaginable y mostraron al mundo el verdadero significado de los lager nazis. En aquellos días se descubrió la realidad de las cámaras de gas y los hornos crematorios. Hoy día de aquello lo que más recordamos son las fotografías. Las imágenes conmocionan más que las palabras. Pero también seducen, y podemos sentir su hechizo como un polo magnético que nos atrae con su horror.
Pocas veces ha habido unos alumnos más motivados con una salida. Aquellos alumnos de cuarto de ESO de un grupo de diversificación iban a tener un privilegio a diferencia de sus compañeros de otros cuartos. En seguida que les propuse hacer una actividad que tenía como objeto la memoria del holocausto se sintieron atraídos. Estuvimos hablando de lo que significaron los campos de exterminio nazis. Yo tenía reciente la lectura de la trilogía de Primo Levi y otros libros que contaban, desde distintos ángulos, aquello. Los alumnos, unos veinticuatro, estuvieron superatentos, y el profesor aprovechó para hacer hincapié en la fría y meticulosa planificación del plan que quería eliminar a los judíos de Europa. Lo peor es que los jerarcas y oficiales nazis no odiaban a los judíos. Simplemente los consideraban no humanos, y actuaban con frialdad como si estuvieran eliminando a una plaga de alimañas. Lo primero que hicieron, pues, es retirarles su categoría de seres humanos. Eran judíos.
El profesor les hizo firmar un pacto de honor por el que se comprometían a observar con respeto lo que iban a ver. Fuimos juntos la profesora de catalán y yo, como profesor de castellano. Les entregué un plan de trabajo al llegar al MNAC. Se formarían grupos y habrían de mirar en principio toda la exposición. Luego habrían de escoger un fotógrafo de los allí representados (Lee Miller, Margaret Bourke-White, Eric Schwab y George Rodger, entre otros) y seleccionar un par de fotografías que les atrajeran para describirlas mediante palabras adecuadas.
Su entrada en la exposición fue absolutamente en silencio. La fuerza de las imágenes les captó enseguida. Eran en blanco y negro y el pie de foto señalaba la fecha en que se tomaron y las circunstancias de las mismas. Aquellas imágenes desoladoras podían emplearse como memento mori, como objetos para la contemplación a fin de profundizar en el propio sentido de la realidad.
Sin embargo, mis alumnos, chicos y chicas, no parecieron quedar conmocionados por lo que estaban viendo. Se portaron con seriedad, como se habían comprometido, pero no vi que aquello les inquietara. Su trabajo fue ordenado, pero apenas vi a alguno horrorizado por lo que estaba viendo. Es como si estuvieran demasiado acostumbrados a las imágenes impactantes que allí se mostraban. Sólo hubo una alumna magrebí, Jihad, que vino a hablar conmigo para comentar lo que estábamos viendo. Estaba conmovida y no entendía que se pudiera haber hecho eso con seres humanos. Me preguntó que por qué lo habían hecho. Era difícil responderle y explicar esta historia del absurdo y de la maldad que llevó a la inmolación de millones de personas.
La captación del sufrimiento y de la muerte es algo que perturba al observador, y a la vez le fascina. Vi esa fascinación en mis alumnos que describieron con bastante exactitud el contenido de algunas fotos realmente brutales. La lengua sirvió de vehículo para transcribir el espanto de aquellas imágenes sobrecogedoras.
Pero para mí, la más terrible fue la imagen de una enternecedora familia con la madre y dos niñas con el fondo de un jardín y una casa. El único problema es que el sensible fotógrafo que la había hecho era el comandante del campo de Buchenwald y estaba situada allí en su residencia oficial. Pensé en mis hijas y lo que significaba aquello. Llamé a Yihad y se la mostré. Le expliqué mis reflexiones y los dos nos quedamos en silencio contemplando la banalidad del horror.
Recordar es una acción ética. La insensibilidad y la amnesia parecen ir juntas dice Susan Sontag. Aquel día revivimos la memoria de aquellos días aciagos que no han acabado del todo. Hay muchos escenarios actuales donde se vive, si no algo parecido, sí muchas imágenes que provocan nuestro espanto. Pienso en las imágenes de la franja de Gaza en las que las más terribles son las de los niños masacrados. ¿Cómo los que sufrieron un exterminio sistemático, aplican métodos tan crueles con los palestinos?. Es difícil señalar qué puede ser mostrado y qué debe ser ocultado. Nunca sabemos si estamos fomentando la reflexión o la morbosidad, pero "debemos permitir que las imágenes atroces nos persigan: Esto es lo que los seres humanos se atreven a hacer."