Dibujo de Alexander Jansson
Hace unos días realicé un examen tipo test a mis alumnos de
tercero de ESO en que preguntaba, a modo de cuestionario, con varias respuestas
posibles, sobre algunas vicisitudes del libro que habían leído. Para terminar, había una pregunta abierta en que debían escribir sobre su opinión sobre la
obra.
El resultado del test no fue óptimo. Sólo cuatro alumnos de
22 lograron obtener la cifra del 80% de aciertos necesario para aprobar. El
examen era on line, ellos con su ordenador
y respondiendo a un cuestionario diseñado en formularios de Google Docs
en forma de preguntas y múltiples respuestas de las que solo una era la
correcta. El problema estuvo en la respuesta de contestación libre y que debía
resumir su opinión personal sobre el libro.
Procesando sus respuestas de desarrollo, vi que eran de una calidad
mínima, pero además constaté que todas eran iguales en su mayor parte.
Reproducían una serie de frases mal escritas y mal argumentadas que carecían de
sentido. Se cometían además errores ortográficos que se repetían
sospechosamente en la mayoría de los que contestaban. Sólo había una
explicación -pensaba yo-: alguien había contestado y había pasado la respuesta
a los demás por correo electrónico. Les había advertido que el uso del correo
electrónico era motivo para suspender el examen durante su realización.
La situación, aparte del resultado, era decepcionante,
puesto que me hacía dudar de que la mayoría se hubiera leído el libro. Además
me mostraba la incapacidad de plasmar una opinión personal ya que el
ochenta por ciento habían recurrido a las trampas para intentar aprobar. Resumí
las respuestas de desarrollo que habían dado y se las remití ordenadas por email mostrándoles la evidencia de que
habían copiado. Les pedía a los implicados que me dieran una explicación o una
disculpa.
Ese fin de semana recibí dos correos: el de un alumno cuyo
resultado había sido mínimo pero no había copiado, y el de una alumna que
reconocía haber copiado y sentirse avergonzada por haberlo hecho, y prometía no
volver a hacerlo más. No recibí mas respuestas.
Ayer lunes, les proyecté en clase sus respuestas y les
mostré la evidencia. No lo negaron. Lo reconocieron, pero no había sido como yo
había supuesto. No era un alumno que había contestado y había pasado la
respuesta, nefasta, a los demás. No, habían obtenido la respuesta de El rincón del vago, la habían copiado y simplemente
pegado. Esto me hundió más porque ponía en cuestión el sistema de realizar
exámenes on line que les devuelvo
corregidos en pocos minutos con las respuestas adecuadas mostrándoles donde
están los errores.
La situación sirvió para que yo mostrara mi malestar y
decepción por lo que había pasado. Les pregunté si pensaban que en la vida
merecía la pena hacer trampas para obtener un objetivo, si estas trampas las
consideraban legítimas en su práctica habitual, les interrogué sobre si
aceptarían que sus padres fueran personas que practicaran trampas o engaños
para obtener ganancias, les pregunté que qué pensaban sobre el hecho de engañar
al profesor que confiaba en ellos, y si el sistema era adecuado para realizar
exámenes o pruebas. A esto último, parecían inclinarse más por la inadecuación
puesto que la tentación de hacer trampa era demasiado fuerte para ser
reprimida.
Yo les contesté que como profesor podía ayudarles (como así
hice) a mostrarles cómo desarrollar una opinión
personal que al parecer les cuesta tanto. Este es un hecho general que
afecta desde primero de la ESO a segundo de Bachillerato. No saben expresar ni
desarrollar una opinión personal que vaya más allá del me ha gustado o no me ha
gustado.
Les dije que yo podía intentar mostrarles ejemplos sobre
cómo desarrollarla pero no podía hacer nada si ellos no leían el libro por
pereza, si no escribían por desidia, si ellos tendían, por ley del mínimo
esfuerzo, a copiar intentando engañar al profesor.
A la vez me daba cuenta de la complejidad de mis preguntas
que añadí a las competencias de comprensión de un discurso oral o una
argumentación. ¿Es legítimo hacer trampas al sistema para obtener beneficios? Yo era el sistema en este caso. ¿Qué opinarían sus padres? La mayoría son
marroquíes. Me pregunto si no actuarán con la conciencia de que engañar al
estado es perfectamente legítimo de mil y una forma diferentes, puesto que el
estado es el que tiene el poder, el dinero y las claves para la supervivencia.
Es tan difícil enjuiciar (y más en un país del sur) lo que es la honradez, la
necesidad de honradez cuando el que más y el que menos busca situaciones que lo
pongan en mejor situación de un modo u otro.
El discurso que les hice en pro de la honradez personal
pienso que no fue tiempo perdido. Otra alumna me envió un mensaje mostrando su
desolación. Les volví a hacer repetir, tras los modelos mostrados, un intento
de opinión personal auténticamente
suya, y constaté abrumadoramente sus apuros que engloban diversos problemas:
falta de cultura general, incapacidad para reconocer qué hay de valioso en lo que
sí saben (su experiencia personal), sus dificultades lingüísticas muy acentuadas,
su falta de capacidad para conectar ideas (esto es general incluido
bachillerato), su falta de ganas a la hora de escribir y desarrollar un tema
con alguna coherencia, su escaso léxico...
Realmente un tema complejo en que se unen a la ambigüedad moral,
los terribles problemas que van ligados a la expresión escrita.
Ambas son dos tareas esenciales en el sistema educativo.