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viernes, 19 de mayo de 2006
Optimismo
He querido empezar este post con un título significativo “Optimismo”. Es toda una definición vital e ideológica para un bloguero más bien de tendencia pesimista. De hecho, en el lugar que ahora ocupa este post había, antes de suprimirlo, un escrito que rezumaba pesimismo existencial. Un amable lector y amigo americano me escribió amablemente un comentario sobre la fatiga existencial que nos acongojaba –que me atenazaba-.
He observado que los posts que tienen un contenido optimista tienen mayor posibilidad de recibir comentarios que los de contenido pesimista. Luis Rojas Marcos, psiquiatra español que ocupa un importante puesto en los servicios de salud mental en la ciudad de Nueva York, hablaba en un artículo sumamente interesante, que he recuperado de la hemeroteca de El País, publicado el 12 de enero de 2005. En él recogía algunas consideraciones sobre la fuerza creativa del optimismo.
El optimismo según Rojas Marcos tiende a juzgar las cosas desde los ángulos más favorables y a confiar en que lograremos lo que queremos. Los optimistas hacen frente a los avatares de la vida con una actitud más esperanzada y perseveran en situaciones difíciles con más empeño y seguridad. Son más extrovertidos, tienen un fácil trato social y tienden a ser líderes en los trabajos y tareas que suelen iniciar. Además viven más tiempo puesto que se ha establecido una relación entre la duración y la calidad de vida con el optimismo.
La humanidad ha derrochado y derrocha optimismo para seguir existiendo. Rojas Marcos habla de que quizás sea una constante genética de la raza humana. Los optimistas tienden a pensar que los problemas se solucionarán, y de los reveses extraen fuerzas para seguir avanzando.
Sin embargo desde el campo de la filosofía la óptica ha tendido a ser algo diferente dada la abundancia de pensadores pesimistas que ha habido y sigue habiendo. No dejo de reconocer el encanto que tiene el pensamiento pesimista aderezado con un poco de humor corrosivo. El pesimismo sin sentido del humor es inaguantable.
La educación requiere de altas dosis de optimismo y esperanza de que las cosas pueden mejorar, de que no todo está perdido, de que de los mayores eriales siempre podemos extraer frutos, de que habrá siempre alguien que nos escuche con fascinación y nos recordará. En la enseñanza no podemos dejarnos invadir por el nihilismo y la desesperanza aunque la tentación sea muy grande.
El optimismo en dosis adecuadas nos servirá para encarar mejor nuestras tareas, para intentar hacerlas mejor. El pesimismo es una enfermedad que tiene que ver con la fatiga existencial como me decía amablemente Víctor Manuel Ramos.
En este diálogo, en esta pugna entre pesimismo y optimismo se sostiene este blog. A vosotros lectores os dejo calibrar la realidad de las cosas, la realidad de lo que cuento, la ternura que pretendo añadir a mis reflexiones a veces desesperanzadas y dramáticas pero llenas de deseo de luz y de transparencia.
Sin vosotros, amigos en la distancia, el blog no tiene sentido.
martes, 16 de mayo de 2006
Ni uno menos
Primera hora: uno de mis alumnos de mi tutoría va a ser padre. Tiene quince años pero no parece sentirse especialmente acongojado por la situación que a mí me parece una catástrofe. Es ecuatoriano y a principio de curso me manifestó su madre la intención del muchacho de volver a su país, pues no acaba de sentirse cómodo en el sistema educativo español. Supongo que el embarazo que está viviendo le hará replantearse su decisión.
La situación del muchacho y de la familia es altamente inestable. Hoy he llamado a su casa para interesarme por Denis. Lleva dos semanas sin venir a clase. Sus compañeros me dicen que está enfermo o que se ha marchado a Ecuador. Su madre se ha mostrado sorprendida por mi llamada y ha contestado casi con monosílabos. Dice –tras insistir- que le duele la espalda. Le replico que su hijo tiene la obligación de asistir a clase. Ya –me contesta-. Le he preguntado por las posibles consecuencias académicas de la paternidad de Denis. La madre ha negado que su hijo fuera a ser padre. Le he contestado que el muchacho lo ha dicho públicamente a la clase y a la profesora de Experimentales a la que le ha manifestado su deseo de seguir estudiando. Dicho sea de paso, su rendimiento académico es nulo.
Poco después ha venido Denis. Me ha interrogado que por qué voy diciendo que si va a ser padre o no… Me preocupo por tus ausencias –le he contestado- y entiendo que si es verdad lo que has dicho a otras personas, estés actualmente desorientado. Pero tienes que venir a clase…
Siguiente hora: Sandra, la alumna de mi post del otro día. Es absentista. Los lunes no quiere venir a clase, ni por las tardes, amén de muchos otros días. Está repitiendo tercero de ESO. Está enfadada con la vida; con su padre, que la abandonó de pequeña y no ha querido volver a saber nada de ella; con su madre, que es la persona que más quiere junto con su hermana –que fue expulsada del instituto-. En clase no la aprecian ni respetan. Está harta de todo. Hoy su madre la ha puesto en evidencia delante del director y de alumnos del instituto lo que la ha avergonzado. Sandra dice que el director no es su padre para castigarla los miércoles por la tarde y que no piensa venir. Ella chilla –me explica que porque en su casa se chilla-. No sabe hablar de otra manera. Ella lucha contra el mundo, contra los que la atacan. En sus redacciones siempre me habla con tristeza de su padre, del día que las abandonó, el día más terrible de su vida. Se fue de casa con otra mujer y desde entonces no lo ha visto más que en juicios por la separación de sus padres y pleitos por las pensión que no paga.
En la hora del patio. Viene a hablar conmigo Ayoub El Hilali (me autoriza a utilizar su nombre real). Es un muchacho marroquí que hace teatro y cine. Trabaja para dos compañías teatrales: una, el Teatre Lliure de Barcelona; participa en un taller sobre recursos audiovisuales y se dedica a recopilar material para realizar un corto sobre la ciudad en que vivimos. La ciudad, las bandas juveniles, la violencia. Me habla de “La plaza roja”, un lugar en el que los chavales van a pelearse para dirimir enfrentamientos iniciados en el instituto. Ayoub los filma con una cámara de vídeo. Le interesa el cine social y sabe que estas peleas filmadas son un material de primer orden, pero él no las utiliza para colgarlas en internet o para sacar beneficio de ningún tipo. Luego pasa las películas a los que se han pegado y les pregunta que por qué han hecho eso, que qué sentían cuando se estaban peleando e insultando. Me pregunta si he visto la película La ciudad de Dios. Le digo que sí, que es un filme sumamente interesante dirigido por Fernando Meirelles y Katia Lund, que es una película social realizada con actores no profesionales de las favelas de Río de Janeiro. Me doy cuenta de que es esa precisamente la dirección que quiere seguir Ayoub con su cine y su teatro. Teatro y cine como documentos sociales, como taller de agitación social, un arte implicado en la vida y en la realidad social que estamos viviendo…
Reflexiono sobre esta mañana, tan semejante a otras, y advierto que material no falta para una película de tema social ambientada en un barrio como éste, con unos alumnos como estos, con unos conflictos como estos. Me doy cuenta de por qué aspectos académicos de nuestro trabajo pasan tan a segundo plano en nuestras clases; de por qué la escuela “social” devora a la "escuela del conocimiento". Sin duda, ser realizador de cine en un lugar como éste no deja de ser una oportunidad por ser un observatorio de la realidad social de un barrio periférico ácido y fresco. El profesor respira resignado y reconoce que muchos aspectos relativos a la enseñanza están puestos en cuestión porque la realidad social es más fuerte que nuestros proyectos. Sólo algunos alumnos, una ínfima minoría, se salvan de esta debacle y son buenos estudiantes. Pero hemos de trabajar para todos y es difícil conciliar las necesidades de alumnos aplicados con las necesidades sociales de una buena parte de los que asisten a las clases. Otros muchos se columpian y se aprovechan de la situación. De ahí la fascinación del profesor, de ahí su congoja, de ahí sus contradicciones, de ahí su voluntad de dejar constancia en este blog.
Recuerdo la película –extraordinaria- de Zang Yimou Ni uno menos. Es la historia de una maestra sustituta de catorce años que tiene que reemplazar a un profesor rural que debe ausentarse durante un mes de la pobre escuela donde imparte clases. Para poder cobrar, no debe perder a ninguno de sus alumnos. Uno de ellos se marcha a la ciudad y ella lo seguirá hasta el final porque no puede consentir que su escuela pierda ni a uno solo de sus alumnos. Es emocionante y llena de vida.
sábado, 13 de mayo de 2006
Autoestima
Ya sabemos que desde el punto de vista freudiano y lacaniano el yo no existe como unidad. Es un conjunto de impulsos contradictorios que tienen como referente el proceso de adaptación a la realidad, una entidad si cabe más compleja todavía. El yo es complejo pero la realidad lo es también en un mundo en continua evolución y transformación. En nuestra época de cambios acelerados predomina el “yo débil” por ser el más adaptado al mundo que lo rodea y el que más representa el componente narcisista del yo inasible y múltiple.
Pienso en mis alumnos. Siempre son mi punto de referencia en estos post fruto de la reflexión educativa. Pienso en los programas que reciben que tienen como eje el fomento de la autoestima. Parecería que ese yo débil, tan hábil para adaptarse al mundo cambiante en que vivimos, padece una tara estructural. Nunca como en estos últimas dos décadas se ha hecho tanto hincapié en el fortalecimiento de la autoestima. Nuestros yoes fragmentados y contradictorios parecen padecer una falta de aprecio. No nos queremos lo suficiente. En nuestro conflicto con el mundo, nuestro pobre yo es un minusválido que necesita constantemente de vitaminas y tratamientos para poder resistir el estrés de la existencia con sus contradicciones inherentes.
Mis tutorandos han recibido este curso varias sesiones de fomento de la autoestima: conocimiento de ellos mismos como grupo y sus relaciones internas, la expresión de los sentimientos y enriquecimiento de las relaciones interpersonales mediante ejercicios de raíz guestáltica que buscaban promover el aprecio a ellos mismos.
Supongo que la intención era buena, pero la realidad conflictiva del grupo ha hecho que los frutos del programa hayan sido escasos y su influencia, superficial. Desde el punto de vista de los educadores y monitores que han desarrollado la experiencia, todo conflicto lleva en el fondo un déficit de autoestima. Agredimos porque tenemos miedo, atacamos porque, en el fondo, nos defendemos; en conclusión, no nos queremos lo suficiente. La agresión es una forma de defenderse el yo, que se siente acosado interna o externamente.
Mis lectores conocen ya algunos de los conflictos que se han vivido en el grupo del que soy tutor. Uno de mis puntos de referencia más apreciados es mi alumna bereber Hafida. Es un prodigio de sensibilidad y de inteligencia que ha sido acosada y maltratada por un grupo de alumnas autóctonas de la clase que no tienen ninguna conciencia de ser acosadoras. En Hafida encuentro una extraordinaria capacidad de comprensión humana, así como conocimiento de ella misma y de la realidad hostil en que tiene que desenvolverse. Sabe que es agredida, pero no pierde la fe y la confianza en ella misma y en la realidad. No veo que lo que se desprenda de su experiencia sea resentimiento. Más bien la veo consciente de las graves limitaciones intelectuales de sus compañeras.
En uno de los ejercicios finales del curso en relación a la autoestima, los alumnos tenía que dedicar elogios a un compañero que les había correspondido por azar. A Hafida le tocó una alumna harto difícil. Era complicado dedicarle algún elogio por su carácter espinoso y agresivo. Es una alumna que sufre trastornos emocionales que la llevan a ser muy desagradable. Ha sufrido el abandono del padre a una edad en que lo necesitaba. Ahora se encuentra desnortada y su comportamiento es enrevesado y desquiciado. Hafida tenía que dedicarle un piropo, unas palabras cálidas, pero ella no sabía los condicionamientos vitales de la alumna. Vamos a llamarla Sandra. Me pidió discretamente ayuda pues se vio en un brete. ¿Qué podía decir agradable de ella cuando Sandra ha sido una de las alumnas más ofensivas de la clase? Me acerqué a ella, vi su mirada anhelante de una respuesta. Sabía que tenía que escribir algo positivo pero no sabía qué. Le susurré tres palabras, justo las que necesitaba: “Abierta, sincera y emotiva”. Se las apuntó y me miró con agradecimiento. Cuando le tocó el turno, toda la clase esperó en silencio mirando a Hafida. ¿Qué diría de Sandra, la raspa de Sandra? Hafida dudó pero al final leyó los tres adjetivos sugeridos que fueron como flechas cordiales lanzadas al corazón de una muchacha necesitada de cariño pero agresiva en sus formas. “Abierta, sincera, emotiva”. La clase miró a Hafida con admiración, pero lo mejor fue que Sandra se levantó y le dijo a la muchacha bereber que la miraba sorprendida: ¡te voy a dar dos besos! Gracias. Dicho y hecho. Sandra le dio dos sonoros besos y abrazó a Hafida que se sintió azorada. Probablemente era el primer gesto de afecto explícito que había recibido en todo el año por parte de una de sus compañeras.
Fue un momento solemne y emocionante. También sorprendente. Tenía trampa porque yo había sido el inductor, pero el objetivo era bueno y dio resultado. Por otra parte, Hafida tuvo la suficiente inteligencia emocional para darse cuenta de que no podía quedarse callada o decir cualquier banalidad. Lo que dijera tenía que tener sustancia y me pidió ayuda. La vida está hecha de pequeños momentos que alcanzan a veces gran intensidad. Este fue uno de ellos. Probablemente no arregle nada en el problema de fondo de la clase, pero fueron unos instantes hermosos en este enrevesado drama de yoes débiles necesitados de autoestima y de afecto, a pesar de todo.
martes, 9 de mayo de 2006
Fiat lux
Me he propuesto escribir un post cada dos o tres días. Para ello voy con una pequeña libreta tomando notas de ideas que se me ocurren y que luego intento completar y enriquecer. A veces son los propios alumnos los que me hacen que se me encienda un destello y me sugieren un tema. Así fue cuando escribí “Hip hop en las aulas”. Una alumna había acabado el examen y empezó a escribir artísticamente su nombre de diferentes formas en la pizarra. Reflexioné sobre ellos y me salió un post. En muchas ocasiones un suceso trivial o una idea me viene a la cabeza y luego la voy perfilando.
Sin embargo, hoy estoy seco de ideas. Deambulaba por mi instituto y advertía que no tenía ningún tema candente sobre el que escribir. He dado mis clases a la hora prefijada y he salido de cada una de ellas con un estado de ánimo particular. Más o menos contento y animado en la de bachillerato aunque hoy me ha faltado a clase -porque se ha dormido- un alumno que parece tener “ideas” e interviene con cierta agudeza en las clases. Me ha sorprendido y decepcionado su ausencia. Pensaba que la clase de literatura le gustaba, pero hoy se ha dormido. Lo he visto a la hora siguiente.
En la hora de guardia he estado corrigiendo dossieres de los alumnos y he podido avanzar faena. Para completar la mañana dos clases más con tercero de ESO que me han dejado un sabor agridulce. Nunca puedes esperar demasiado pero a veces te confías y dejas que te deprima un mal resultado del trabajo previsto. El profesor se ve sometido a subidas y bajadas de estados de ánimo. Nuestro trabajo es una tarea de resistencia psicológica.
Pero ha avanzado la mañana y seguía sin tener un tema para desarrollar y exponer a mis amables lectores. Entonces me he dado cuenta de que un curso es un proceso y un centro escolar es una mezcla de mecanismo rutinario y de espacio teatral. Se trata de ocupar un lugar en la hora correspondiente y resistir con más o menos entusiasmo, con más o menos éxito. Los minutos van pasando y la clase con mayor o menor acierto se va representando. Las horan van sucediéndose, los días del calendario van cayendo, los meses avanzan y ya estamos, tras la Semana Santa, en la recta final del curso y ya se presiente un nuevo final del ciclo docente. Acaba la temporada teatral.
Muchas clases son un tour de fuerza entre la voluntad del profesor de avanzar y la resistencia de los alumnos a hacerlo. Lo que se oye más frecuentemente es que “estamos cansados”. El caso es que actúan en consecuencia y trabajan en general con desgana y falta de aplicación. Hay maravillosas excepciones, claro está, excepciones que muchas veces son objeto de burla o sarcasmo por parte de la parte de la clase más haragana. Si un buen alumno comete un error es abucheado o se oye irónicos comentarios sobre lo listillo que es.
El curso avanza, el mecanismo (la función) progresa adecuadamente. El profesor en la Secundaria ha mostrado durante estos meses su intimidad, su estado interior, sus esperanzas y desesperanzas, su euforia, su sensación de fracaso en ocasiones, sus recuerdos de una vida docente en otras. No tiene mayor riqueza que su práctica diaria y su memoria. Un día entró en una clase hace veinte años, tras tomarse una copa de anís, y las generaciones han ido sucediéndose sin prisa pero sin pausa. Cada curso es un ciclo completo, un renglón de la vida docente. El material con el que trabaja el profesor es humano y, por tanto, contradictorio, complejo, y a esta edad extraordinariamente vital. La vitalidad no falta a nuestros alumnos. Quizás sea sea esa sobreabundancia de vida la que les hace ser tan inquietos, tan díscolos, tan poco escolares. Sin embargo, el sistema refuerza esa inmadurez, esa falta de asumir el futuro –pienso- o quizás sea esa necesidad de vivir momentos aislados como instantes llenos de emoción lo que lleva a esta deriva de irresponsabilidad y, paradójicamente, de apatía. No sé, hoy miro el panorama desde mi atalaya, ya a media vida y a final de un curso y no sé si mis certezas exceden a mis incertezas o es al revés.
El escenario está en penumbra. Suena el timbre. Llegas con puntualidad a clase. El caos está en su apogeo, la entropía domina el patio de butacas. Con gesto seguro te plantas en medio de la clase, frente a los alumnos, les miras fijamente. Confías en que tu gesto firme termine acallando los gritos, paliando el desorden y la desorganización de las mesas (todas llenas de grafittis y escritos alusivos a ellos mismos)… Miras las persianas rotas, las paredes desconchadas y pisoteadas, la puerta desencajada, los papeles tirados por el suelo… El griterío amaina, ahora son voces sueltas, alumnos que deambulan de un lado a otro. Es cuestión de minutos. Esperas. Sigues impasible. De pronto, las voces y alaridos van decreciendo, cada vez son más aislados hasta que llega un silencio total sólo interrumpido por las voces del patio o del pasillo por el que circulan alumnos descolocados. Vale, estamos en disposición. El profesor (el actor) se dice: ¡Fiat lux! y da un paso al frente…
sábado, 6 de mayo de 2006
Un mensaje desde la distancia
La enseñanza es una profesión paradójica y extraña: es como cuenta aquella historia de San Agustín que me explicaban en el mal recordado colegio religioso en el que estudié durante nueve nefastos años: un niño había hecho un pequeño pozo en la arena de la playa e intentaba meter en él toda el agua del mar. Aquello era tan imposible como entender el dogma de la Santísima Trinidad –nos decían-. Así es nuestra profesión: una profesión humanista llena de esperanza pues queremos transmitir un conjunto de conocimientos y valores a unos alumnos en una fase de expansión de su vida. Son conocimientos que han fundamentado nuestra existencia. En mi caso es la literatura, y la lengua en un obligado segundo lugar; por otro lado, está la desesperanza pues te das cuenta que la vida de tus alumnos camina por senderos a los que tú no tienes acceso y todas tus enseñanzas en buena parte caen en saco roto. Esta ha sido siempre la historia de la escuela. Una institución contradictoria; para algunos, represiva y desmotivadora; para otros, un lugar fundamental para el aprendizaje de la vida.
En la escuela se aprende convivencia pero también mucha crueldad. Para algunos la escuela es una etapa a olvidar. Posteriormente llega a ciertas personas la fiebre del deseo de conocimiento y es entonces cuando se inicia un camino de autoaprendizaje hecho a base de grandes esfuerzos. Nada puede suplir al ansia personal.
Entre tanto en las aulas parece que los entretengamos: tenemos la sensación de dejar ir pasando las horas sin ningún trascendencia, así son de reacios a lo que les estamos explicando. A primera hora están dormidos, a última están demasiado cansados, después del patio están alterados y por la tarde no están por la tarea. Llegas al aula y pretendes explicarles un tema, por ejemplo el de la narrativa española en el siglo XVI y como ejemplo máximo El Lazarillo de Tormes publicado en 1554. Consigues, tras muchos esfuerzos, un clima de cierta atención y les repartes el texto de El Lazarillo para que conozcan las andanzas de Lázaro con el ciego y el clérigo de Maqueda. Se lo haces leer en voz alta y tú vas desgranando el sentido que a ellos se les escapa. Les explicas con entusiasmo punto por punto las circunstancias del protagonista y el significado de las tretas del muchacho nacido a orillas del río Tormes. Parece funcionar. Pones toda la carne en el asador, te dejas la piel en el intento. Les relees fragmentos que han quedado oscuros. Ellos parecen interesados y la clase –el tiempo- va transcurriendo. Al final te quedas con la duda de si algo de lo leído habrá calado en ellos, si algo de tus comentarios sobre la novela, la época o el peligro que suponía para el autor sus reflexiones sobre los estamentos eclesiásticos habrá traspasado su dura piel ya blindada ante el conocimiento y los datos inútiles.
Vas por los pasillos entre clase y clase. Has salido con una sensación ambivalente. De pronto una profesora te para y te da noticias de una antigua alumna, una alumna de la que recuerdas el nombre pero cuyas características en buena parte se te escapan. Dicha alumna te envía recuerdos y un mensaje. Fuiste su profesor hace siete u ocho años. Ha pasado mucho tiempo. Te hace saber, a través del mensajero, que tú como profesor la marcaste, que tus clases le resultaron inolvidables, que entre todos los profesores del instituto te recuerda a ti especialmente. Sientes mariposas dentro del estómago. Intentas recordar a aquella alumna pero a partir del nombre no se iluminan el conjunto de sus circunstancias. Algo ha cambiado en esa tarde casi anodina. Un comentario fugaz te ha puesto en un lugar privilegiado en el recuerdo de alguien al que diste clase como a estas fierecillas que ahora te están esperando en el aula. Llevas veinticinco ejemplares de El Lazarillo de Tormes. Siempre te entregas. En esta profesión es fundamental e inevitable, pero ahora es como si volaras y subieras las escaleras lleno de energía renovada. Volverás sobre las andanzas de Lázaro de Tormes con un hervor que nadie sabrá interpretar. Para muchos serás un plasta, para otros serás un profesor indiferente, para otros, en cambio, aunque esto se produzca una vez en cada promoción, serás un profesor imprescindible, tus palabras serán recordadas y en su vida serás un punto de referencia.
Nunca sabemos con exactitud el peso de nuestras palabras. Sabemos lo que ponemos en ellas. Siempre mucho, pero la sensación de la inanidad te invade en muchas tardes que parecen eternas y en las que nadie parece prestarte ninguna atención. Tú luchas con tus dudas, con su apatía, con su falta de interés, con su agotadora adolescencia… Acaba la clase, haces que se pongan las sillas en su sitio. Todo el mundo siente una liberación de que aquello por fin se haya acabado. Mañana será otro día. Ahora queda la calle y el camino a casa. Respiras hondo con una mezcla de orgullo y resignación. Eres como un personaje teatral que representa su papel en el escenario menos gratificante que existe. Es necesaria mucha resistencia psicológica y a veces no se tiene la suficiente. Dudas, te tambaleas, eres como un tentetieso que cae y ha de levantarse de nuevo… Sabes que mañana habrá de seguir el juego. A veces también hay días buenos y tú estás más fuerte. Dichosa fragilidad humana.
Gracias, Miriam, desde la distancia
lunes, 1 de mayo de 2006
El deseo de sentir
Con frecuencia este profesor se interroga sobre la evolución de la sociedad en que vive y sobre los cambios que se han operado en los alumnos a los que imparte clase. Es consciente de que en los últimos diez años se han producido cambios trascendentales en la ideología y comportamiento de las nuevas generaciones que llegan a la escuela, que no son una parte aislada de la sociedad. La escuela es un espejo de la misma. Nuestros alumnos, cada vez más diversos y complejos, nos plantean retos y nos obligan a nuevos planteamientos educativos.
Para intentar entender nuestra época, he recurrido al lúcido análisis de Michel Maffesoli, catedrático de la Sorbona, relevante sociólogo y director del Centro de Estudios de lo Actual y lo Cotidiano, en París, y el Centro de Investigaciones sobre lo Imaginario en Grenoble. Es autor de libros conocidos como El tiempo de las tribus, Elogio de la razón sensible, El instante eterno o El ritmo de la vida. Su escritura tiene un prodigioso poder de seducción y sus análisis de la sociedad occidental han sido anticipadores respecto a la rebelión de las bandas organizadas en los suburbios de Francia en el otoño pasado.
Veamos algunos puntos de vista del sociólogo francés:
- Para Maffesoli la política ha llegado en las sociedades occidentales a un grado de saturación que implica que las formas de convivencia elaboradas en los tres siglos anteriores han entrado en profunda crisis. Es necesario, según él, buscar otra forma de socialización. El signo de los nuevos tiempos es no guardar para el futuro, es el conocido Carpe diem, "el aquí y el ahora". Los jóvenes no quieren posponer la posibilidad de vivir inmediatamente el instante pleno y en su totalidad. Es la idea de placer inmediato sin dilación. No sabemos si existe otro mundo sea político o religioso. Aspiramos al instante eterno. No en una gran eternidad sino en un pequeño momento.
- Vivimos en una época dionisiaca y trágica dominada por las pasiones y las emociones más que por la razón compartida. A los nuevos ciudadanos les gusta reunirse para compartir sentimientos bien sea musicales, deportivos, religiosos, nacionalistas o consumistas…
- Es una época de relativismo que tiene el sentido de “relacionar valores”. Ese relativismo intelectual es una forma de racionalizar el multiculturalismo y el politeísmo. Hay dioses por todas partes. Ya no hay un dios único sino una multiplicidad de dioses, no hay una interpretación única sino múltiples interpretaciones cada una con sus valores particulares. Es una época sincrética.
- Surgen las tribus urbanas que permiten el sentimiento de pertenencia aunque estas tribus a veces son destructivas. Este sentimiento de pertenencia puede ser perverso, es múltiple y complejo. “Pero es un sentimiento de pertenencia que se centra en los sentidos, en lo sensible, en las sensaciones”. Es lo que Maffesoli ha llamado el “orgiasmo”. A la gente le gusta agruparse para compartir cementos emocionales y no racionales.. El individuo se pierde en el grupo, en la tribu.
- Ya no existe lo que debería ser o lo que podría ser. Sólo existe lo que es. "Es lo que hay" es el eslogan de la postmodernidad. Los focos culturales son múltiples y mestizos. Se produce el multiculturalismo en el interior de nuestras sociedades. Es una época bárbara y politeísta en la que los dioses son una mezcla de todas las tradiciones orientales: un poco de zen, otro poco de budismo tibetano, un poco de candomblé brasileño, otro poco de música africana…
- La violencia aparece porque las sociedades necesitan expresarla de una manera ritualizada. La sociedad aséptica, sin conflictos, a que habíamos aspirado además de terriblemente aburrida es un fracaso. El tedio es insoportable en una sociedad que aspira al horizonte único de la seguridad. Las tribus urbanas, la violencia, es la respuesta de los jóvenes a la asepsia de la existencia.
- En la postmodernidad se construye a base de retales, como un mosaico. Es el reino de la heterogeneidad. El ideal del uno está totalmente desfasado. Hay que acostumbrarse a vivir con la complejidad, la multiculturalidad, hay que plantearse cómo integrarla en una especie de ideal comunitario que no es el ideal democrático que han fundamentado nuestras sociedades.
- Frente al sedentarismo de la modernidad y el temor a lo transitorio, la nueva sociedad emergente busca nuevas formas de nomadismo: tribus urbanas, diversificación religiosa, el deambular por internet, el vagabundear por centros comerciales, el creciente turismo, el uso de drogas, los deportes de aventura, la “varianza sexual”, y en general en todo lo que signifique otro lugar físico o virtual. El encierro de la modernidad ha provocado un ansia de infinito, un deseo de evasión, una pulsión migratoria. En definitiva, una rebelión que es una herejía contra todo lo instituido.
- Para Maffesoli, del que hemos ido desgranando algunos retazos de sus líneas de pensamiento, nuestra sociedad ha ido experimentando un proceso de orientalización y nuestros sistemas de interpretación han quedado caducos para entender lo que está pasando. Es como si la realidad desconcertante desafiara el esquema de análisis tradicional en unas sociedades que han buscado la seguridad como valor básico. Esto las ha convertido en sociedades del tedio y en ellas se produce una rebelión desde la base. En el choque de estas dos concepciones, la "moderna" -ya tradicional- y la que emerge en este nuevo mundo de relaciones sociales, se encuentran nuestras sociedades.
El debate queda abierto, pues. Coincido en grandes líneas con su análisis pero veo que la interpretación queda demasiado abierta. No sé adónde nos conduce esta sociedad orgiástica y dionisiaca, amante de lo transitorio y del instante eterno, nómada y multicultural. Es lo que hay podría responder alguien ¿no? Sin embargo, percibo en ella tanto grandes oportunidades como grandes peligros.
jueves, 27 de abril de 2006
Dignidad
Déjenme que haga un post radicalmente subjetivo. Quiero exponer mis sensaciones, las de un profesor que se siente orgulloso de serlo y de tener contacto profundo con seres humanos en proceso de formación. Déjenme, asimismo, ser políticamente incorrecto e intentar el difícil ejercicio de llamar a las cosas por su nombre.
Ya saben el conflicto que arrastra mi tutoría desde principio de curso. Tiene un nombre muy sencillo: racismo. Mis alumnas bereberes son miradas con extrañeza, hostilidad, animadversión o indiferencia por una buena parte del curso, el tercero X de la Eso de un instituto cualquiera. Ni siquiera su compañero marroquí varón les presta la más mínima ayuda o apoyo. Esta es una cualidad que no se estila al oeste del río Pecos. No veo ternura en las relaciones entre mis alumnos ni veo solidaridad. Sin embargo, entre ellas cuatro hay una profunda relación de complicidad, de sentimientos que se confortan mutuamente. Lo tienen todo en contra: son musulmanas, son bereberes, son mujeres, llevan pañuelo y son buenas, sensibles e inteligentes, especialmente dos de ellas. Tienen todos los ingredientes para ser detestadas por la mayoría envidiosa y mezquina.
Ayer, una de ellas perdió los nervios ante el acoso a que se vio sometida. Los acosadores son astutos y saben como hacer daño pero que no se note, saben cómo hacer que se disparen los nervios de alguien sin dejar rastro, saben cómo hacer que alguien parezca una salvaje cuando es un prodigio de sensibilidad. Sara saltó y se abalanzó sobre una muchacha que no tenía mucho que ver con el asunto. La pegó. Sara no podía más. Se sentía humillada, rodeada, sin salida, sólo quería defenderse.
Rápidamente hubo protestas por su “salvajismo”. Conocíamos el acoso a que se veían sometidas pero no podíamos hacer nada porque los acosadores son sutiles y hábiles. Es difícil cazarlos in fraganti. Es todo como una nebulosa y Sara perdió los papeles y cayó en la trampa. Hubimos de sancionarla con cuatro días de expulsión del centro sabiendo que si su padre se enteraba probablemente la sacaría del Instituto y le impediría volver a estudiar. Sus padres no hablan castellano. Fue un drama cuando le comunicamos que estaba sancionada. Veía que habría de dejar los estudios y ella los ama. ¿Qué podría hacer esta mujer musulmana si su cultura y las circunstancias no estuvieran todas en su contra? Pero la ley habría de ser igual para todos. El día anterior se había sancionado a una alumna por su mala intención y agresividad con cuatro días. Sara había de ser igual para mantener el equilibrio delante del curso. No podíamos volvernos atrás.
Hoy he hablado con su madre. Sólo habla tamazit -la lengua de los bereberes- del sur. Ha venido con su chilaba y su cabeza totalmente cubierta por un pañuelo. Una de las compañeras de Sara, Hafida, nos ha servido de intérprete. Es otra muchacha de sensibilidad e inteligencia exquisitas. Le hemos dicho que estábamos muy orgullosos de su hija, que era una buena alumna y que sus notas eran buenas. Sin embargo, ha cometido un error. El jefe de Estudios le ha explicado la situación. Nos vemos obligados a sancionarla pero esperamos que en cuanto cumpla los cuatro días, vuelva y se saque el curso. La madre ha explicado que su hija está siendo acosada fuera del instituto, que se siente avergonzada por lo que ha pasado y que ha hablado con su hija para que no vuelvan a suceder los hechos por los que es sancionada, que si su padre se entera la quitará de estudiar…
La impresión que me ha dado hablar con esta madre bereber es la de dignidad y compromiso formal de que aquello no se repetiría. Se le han escapado las lágrimas discretamente. Para ella era una vergüenza estar allí. Su hija había sido sancionada. ¡Qué diferencia con la conversación que mantuve con la madre de la muchacha acosadora! Acusó al instituto de proteger a los extranjeros y acusó sin tregua a la muchacha que había discutido con su hija. El tono fue todo menos relajado. El profesor tuvo que echarle mucha paciencia para sobrellevar las impertinencias que tuvo que oír, impertinencias y amenazas. Su hija era menos culpable de lo que decíamos. Hoy la madre bereber con muchos más motivos ha aceptado nuestra decisión y lo único que ha pedido es que no vuelvan a perseguir a su hija.
No sé: veo elegancia, sensibilidad, ternura por un lado; y por otro, el de las acosadoras o los indiferentes, hallo insensibilidad, falta de solidaridad, cobardía, envidia, rencor.
¿Adónde podríais llegar si os dejaran crecer en armonía? Si os atrevierais... Encuentro en las mujeres musulmanas una extraordinaria fuerza moral.
Estos días de tensión, son también de esperanza. Sabemos que si estas chicas logran aguantar la situación en que están, saldrán más fuertes. La fortuna les ha ofrecido la posibilidad de estudiar, una posibilidad que en Marruecos hubiera sido, por ser bereberes, próxima a cero. Algunas de ellas se dan cuenta del valor que tiene la educación y los conocimientos y disfrutan esforzándose y sacando buenas notas. Lástima que la envidia humana sea tan ponzoñosa. ¡Suerte!
martes, 25 de abril de 2006
Desastre
Durante este curso he comentado en diversas ocasiones el ambiente conflictivo que reina en el curso del que soy tutor: variados conflictos interpersonales y sobre todo, el principal, el que enfrenta a alumnas de origen marroquí con el resto de la clase, en especial con un grupo de muchachas abiertamente racistas. Se intentó un proceso de mediación para acercar las dos orillas. Expliqué en un post los acuerdos a que se llegaron: las alumnas marroquíes se abstendrían de hablar en árabe en clase, y los demás procurarían integrarlas en los grupos de Educación Física para que no se encontraran siempre aisladas y marginadas.
Dichos acuerdos no se han cumplido por ninguna de las dos partes, aunque cada grupo aduce sus razones para demostrar que sí que lo ha intentado y que ha sido la otra parte la que ha iniciado el incumplimiento. Este fracaso de la diplomacia y el desarrollo de las tensiones del grupo ha hecho que hoy la situación haya estallado durante una clase de inglés. Nadie es capaz de reconstruir con certeza la secuencia de los hechos, o quién ha empezado, o cuál ha sido exactamente el detonante y quiénes son las víctimas y quiénes los agresores. El caso es que ha habido una explosión de sentimientos de ira con gritos, llantos, insultos y miradas asesinas.
Para las alumnas marroquíes hoy ha sido la gota que ha colmado el vaso del acoso a que se ven sometidas por parte de un grupo de la clase liderado por una alumna con graves problemas de autoestima y que se ve arropada por un grupo de cinco o seis chicas, que se escudan en el temperamento arrabalero de la misma. Cuando habla, chilla y parece no darse cuenta. Ella ha hecho comentarios despectivos e insultantes contra los “moros”, añadido a que en otras ocasiones ha expresado opiniones de muy mal gusto acerca de sus costumbres e idiosincrasia. Una de las alumnas marroquíes ha sufrido un ataque de histeria y ha habido que tranquilizarla, de modo que dos profesores que había en el aula no podían reconducir la situación.
Posteriormente hemos intervenido el Jefe de Estudios y yo -como tutor del grupo-. Después de hablar con todas las partes, incluida la madre de la alumna agresora, puedo decir que no hemos llegado a una solución satisfactoria porque hay demasiado veneno enquistado en esta situación y ya nadie juzga objetivamente el problema. Las dos partes achacan a la otra el origen de las desavenencias. Nosotros vemos de fondo un problema de claro racismo contra cuatro muchachas que forman piña y a las que se ve como potencialmente peligrosas porque no agachan la cabeza. Hay que decir que son de las que mejores notas sacan de la clase y que su actitud -en lo que alcanzo a considerar- es muy correcta y educada, pero hay algo que los demás no les perdonan y es ese "formar grupo" y hablar en otra lengua.
Jefatura de Estudios ha impuesto una "sanción cautelar" de cuatro días a la alumna que ha sido fijada como agresora aunque ella en todo momento lo ha rechazado. Se ve como víctima y aduce –gritando- que lo que las moras tienen es mucho cuento y que saben mentir muy bien, que no han cumplido el pacto porque siguen hablando en árabe y que han sido ellas las que han hecho esfuerzos para integrarlas, y que nosotros los profesores las protegemos antes a ellas -extranjeras- que a los de aquí. La madre tampoco ha aceptado la sanción porque se pregunta que si han sido dos los que se han peleado por qué se castiga sólo a su hija. Es que su hija es “instigadora” de una situación de acoso –le replicamos-, pero es muy difícil probar lo que sucede en realidad porque la mayor parte de las cosas suceden en el interior de la psique humana individual y colectiva. Cada parte se ve como víctima y probablemente todas tienen su parte de razón. Es muy difícil ser juez en una situación envenenada como esta. Alguien se preguntaba si no sería la difícil situación económica de las familias “de aquí” la que alimentaría el racismo contra los llegados recientemente. Al fin y al cabo resulta fácil no ser racista si uno vive en una zona acomodada de la ciudad donde no hay inmigrantes, pero el barrio donde yo doy clases es una zona límite donde se sufren graves carencias y muchas familias tienen serios problemas económicos y sociales.
Todo se ha mezclado en un cóctel explosivo que ha estallado delante de nosotros. La convivencia se ha ido al traste y la muralla de resentimiento contra las alumnas marroquíes ha aumentado por la sanción que hemos impuesto –que se ve como injusta- y por la dramática situación que ha tenido lugar hoy. Yo mismo como tutor he perdido muchos puntos delante de mis alumnos por ponerme del lado de los “de fuera”.
Es difícil juzgar a los seres humanos, sus motivaciones, sus intenciones y sus causas últimas porque urden –urdimos- una cadena de racionalizaciones que justifican cualquier desmán que hacemos. Luego están sentimientos de pertenencia, auspiciados por el miedo, los que hacen, que las personas tomen partido. Nadie ha sido capaz de distanciarse entre los alumnos para contemplar la situación. Algunos se han quedado al margen y no han entrado en el conflicto. Para nosotros ha sido difícil enjuiciar y tomar una decisión. Hemos cerrado el tema, pero mucho me temo que ha sido en falso y que no contribuirá a mejorar la situación de las muchachas marroquíes que perciben ellas solas todos los menosprecios de que son objeto mientras los demás los ven como “normales” y en todo caso son cuestión de grupo y ellas –las moras- deberían aguantar y aprender a integrarse. Es un buen problema porque nosotros vemos en la educación de estas muchachas magrebíes la oportunidad de emanciparse de las limitaciones que les impone su cultura. Una de ellas quiere ser enfermera y tiene capacidad para serlo pero tiene miedo a apostar tan alto. Es terrible tener que enfrentarse cada día a la agresividad de tus compañeros.
Me gustaría saber cómo diablos transformar este desastre en una oportunidad. Al menos eso decía un libro de autoayuda que hojeé en una ocasión.
jueves, 20 de abril de 2006
Esperando a Godot
Tenía diecinueve años. Estudiaba el segundo curso de mi carrera de Filología Hispánica. Una de mis aficiones era instalarme en la Biblioteca de una Caja de Ahorros y ponerme a estudiar, investigando y ampliando los temas de la universidad. Pero aquella mañana de la incipiente primavera no tenía ganas de estudiar y me dediqué a buscar algún libro de lectura que me atrajera. Después de dar varias vueltas hubo uno cuyo autor me sonaba ligeramente: Samuel Beckett. Allí tenía un texto teatral que me atrajo. Se titulaba Esperando a Godot. Desconocía que me encontraba ante uno de los textos dramáticos capitales del siglo XX. Recuerdo eso sí las tres horas siguientes que pasé embebido, hechizado, por aquel libro teatral que enfrentaba a dos personajes Vladimiro (Didi) y Estragón (Gogo) en un juego dramático sin precedentes para mí. El libro rezumaba un sentido del humor que no puedo calificar sino como “terrible” que me suscitó sonrisas y alguna carcajada. ¿Qué estaba leyendo? Yo no conocía la tendencia del llamado “Teatro del absurdo” que se dio en Europa en los años cincuenta.
El texto era de una desesperanza absoluta pero desprendía una gran ternura especialmente en la relación forzada de los dos protagonistas que he citado. Los dos estaban unidos por una espera que no se resolvía. Esperaban a Godot. Es el único que podría darles una explicación y algún sentido a sus vidas. Entretanto se aburrían mortalmente e intentaban ocupar el tiempo en diálogos absurdos y llenos de largos silencios. Al final del primer acto llegaba un mensajero que les comunicaba que Godot no llegaría hoy, que tal vez lo haría mañana. Me abalancé sobre el segundo acto creyendo que resolvería esta situación de espera anodina en que nos hallábamos, lector y personajes. El segundo acto acentúa lo sombrío de la situación. Continúa la espera inútil. Lo único que ha cambiado es un árbol que ahora tiene hojas a diferencia del primer acto. Otros dos personajes Lucky y Pozzo (esclavo y señor) también han cambiado desde el día anterior. El primero es mudo y el segundo ciego. La espera interminable continúa y al final del segundo acto nuevamente llega un mensajero que les anuncia, claro está, que Godot no vendrá hoy, que tal vez mañana lo hará.
Samuel Beckett (1906-1989) retrató este mundo sin salida, sin sentido, en una Europa que salía de una guerra que la había destrozado. Sesenta millones de muertos. Ya sabíamos la realidad de los campos de exterminio, y se habían arrojado dos bombas nucleares sobre ciudades japonesas. El mundo que él refleja está en ruinas y en él, el lenguaje ha perdido toda significación.
La lectura me resultó fascinante y desde entonces no he podido olvidar aquellas tres horas que me pasé absorto en la lectura de esta tragedia contemporánea en que el mundo carece de cualquier sentido y aquel que debería venir a dárnoslo tampoco llega.
Años después hice trabajar a mis alumnos de tercero de BUP sobre diferentes textos dramáticos. Les ofrecí a Shakespeare, Molière, Lope de Vega y Calderón, Lorca, Valle Inclán, Sastre, Beckett, Alfred Jarry, Tenessee Williams, Arthur Miller... El grupo que escogió a Beckett tuvo la fortuna de poder ver en Barcelona tres obras del autor irlandés y leyeron sus textos teatrales y narrativos. Aquel grupo, al cabo de los meses, se había transformado. La visión desesperanzada pero estimulante de la obra de Beckett había variado su modo de percibir el mundo y la realidad. Recuerdo con afecto su trabajo, su exposición oral y su representación teatral. Aquellos muchachos habían madurado. Entrar en el universo beckettiano les había supuesto un deslumbramiento y una sorpresa como la que tuve yo cuando tenía una edad parecida. Es como si a partir de entonces ya no pudieran mentirse a sí mismos ni tolerar la impostura del lenguaje lleno de trampas y falsedades.
Recuerdo que aquellos muchachos vivieron el estallido de la Primera Guerra del Golfo en 1991. La tensión en el mundo era enorme. El 16 de enero se desencadenó la operación Tormenta del desierto contra el Irak de Sadam Hussein. La mañana de ese día de enero había electricidad en las aulas. Tenía yo clase a primera hora de la mañana con un tercero de BUP. Les planteé que me resumieran en una palabra la sensación que tuvieran en aquellos momentos. Las escribí en la pizarra. Empezaron a repetirse términos como “desolación”, “tristeza”, “miedo”, “consternación”, “estupor”, “dolor”, etc. Hasta que llego el turno a Toni Ribes, el coordinador del trabajo sobre Beckett. Toni no siguió a sus compañeros y señaló que él sentía “curiosidad” y “fascinación”. La clase se echó con furia encima de él, pero creo que Toni estaba viendo más allá de sus compañeros. Le entendí perfectamente y sabía por qué él había escogido cuidadosamente dichos términos. El horror también puede ser fuente de fascinación. Pero además, ellos eran hijos de familias bastante bien acomodadas que llegaban cada día en moto al instituto y aquella guerra se hacía por el control del petróleo. Supongo que él era consciente de nuestra necesidad del crudo y de nuestra contradicción. Al cabo de pocos días, la guerra dejó de ser noticia central y el miedo se pasó en cuanto vimos que aquello quedaba muy lejos de nosotros. Toni estaba observando la guerra pero también nuestras reacciones, nuestra conciencia acomodaticia, nuestro mundo carente de excesivo sentido, y las palabras, vacías en buena parte de contenido. Lo que había denunciado y expuesto Beckett con sus obras.
Sé que a Beckett no le gustaban demasiado los admiradores ni las palabra de elogio. Vamos a dejarlo así, pero sugiero la lectura de sus textos, o mejor aún, su relectura. Este centenario de su nacimiento puede ser una excusa perfecta.
martes, 18 de abril de 2006
Volver
Volver con ganas, al menos convencerte de ello. No has dormido muy bien, piensas en lo que vendrá mañana, ya hoy. Suena la radio, te levantas ojeroso pero algo te impulsa a saltar hacia adelante: la convicción de que las cosas hay que hacerlas con el mayor entusiasmo, si no queda más remedio que hacerlas. Preparas el desayuno de tus hijas. Ayer te dieron cada una cuarenta o cincuenta besos al despedirse por la noche. Los guardaste en el bolsillo y les dijiste que cuando estuvieras triste sacarías unos cuantos y te pondrías contento. Los guardas como un tesoro.
Llegas al instituto. Encuentros agradables, otros tediosos… Tus compañeros de seminario te dan la bienvenida. Procuras ser positivo y saludar con ganas. Preparas todo el material y te diriges a tu primera clase de la ESO. Te sientes tranquilo. Hablas del libro de lectura del trimestre. A ver si esta vez tenemos suerte: La perla de John Steinbeck, el genial autor de Las uvas de la ira. Es la historia de un indio mejicano, Kino, que encuentra la más hermosa perla del mundo. Su tesoro le lleva a descubrir la sociedad de los blancos, materialista y devoradora. Ello provoca un agudo conflicto interior en el protagonista y la perla hará emerger la maldad que se encontraba escondida en la comunidad a la que había pretendido salvar Kino. La sabiduría implica la pérdida de la inocencia y el sufrimiento interior. Es un relato maestro que nos puede servir como reflexión simbólica acerca de la vida y la relación del hombre con la naturaleza. Espero que sea un hermoso libro para ellos.
Repasamos los ejercicios que llevaban para las vacaciones. No va mal la clase aunque ha habido varias ausencias significativas. Sales satisfecho. Te ves con energía, esa que estaba tan magullada antes de las vacaciones. Los paisajes gallegos y asturianos todavía están en la retina. También en la memoria, los cocidos y el lacón con grelos que te comiste por indicación de fmop (http://elsexodelasmoscas.bitacoras.com)
Tienes guardia de patio. Intervienes en una pelea entre marroquíes. No sabes qué se dicen pero sus rostros están crispados. Te quedas vigilando para que no vuelva a reiniciarse. Unas alumnas te preguntan por la nota que han sacado. Sabes que están suspendidas y con más motivo procuras ser amable con ellas. No han pegado ni sello, pero no son malas niñas. A eso tienes que acostumbrarte. La mayoría de tus alumnos no ponen su vida en el estudio. El instituto es un lugar de relación. Aquellos que trabajan, inmediatamente lo ven reflejado en sus resultados. La mayor parte de las veces los padres no son responsables. No saben educar ni orientar a sus hijos. Y menos transmitirles amor por la cultura. Estás en el barrio que estás y aquí la vida es así. Dentro de ese desastre intentas poner al mal tiempo, buena cara.
Dos marroquíes se insultan esta vez en castellano. “Puto moro” le dice el uno al otro. Otra profesora y yo nos quedamos boquiabiertos. El director pasa controlando la situación. Él ve las cosas desde arriba. Elabora planes estratégicos de centro y hace su pequeña carrera política. Los docentes, los que entramos en las aulas, no somos demasiado conscientes de las estrategias ni los planes tan bien urdidos como inútiles. Se estudia muy poco. Se trabaja menos. Todos son tácticas para maquillar el fracaso, el gran tabú de las autoridades educativas. Nos toca bailar con la más fea… Pero hoy no te pongas estupendo, querido profesor en la Secundaria.
Tu última clase de la mañana es laboriosa pero logras controlar el riesgo de que degenere en caos como acaban algunas clases que imparten sustitutos que llegan alucinados al centro en los primeros días. Sales contento. Tienes ahora dos horas para comer y preparar las clases de la tarde.
Hoy ha sido un día positivo. Has logrado mantener el autocontrol y el dominio de ti mismo ante la derivación creciente a la juerga, la desgana, el desastre. Probablemente no han aprendido mucho, pero todo está dentro de unas coordenadas aceptables. ¿Qué más se puede pedir? ¿Tendrán algo que ver los besitos guardados de tus hijas? ¿Tendrá que ver el consejo que las dos te dan desde el balcón cuando sales de casa por la mañana? Sé paciente, papá, sé paciente. ¡Qué canastos! Me voy a tomar una cervecita. No ha sido malo el regreso.
lunes, 10 de abril de 2006
El bloguer en Galicia
Domingo de Ramos en una aldeíta gallega: Santo Tomé, una población diseminada de unos centenares de personas. El verde de Galicia, los hórreos que aquí llaman cabozos, casas aisladas, los bosques de eucaliptus que espesan los montes y están cortados como retales por la tala intensiva. Mis hijas y sus amigas emocionadas con sus ramos de laurel recién cortados para ser bendecidos por el párroco. Caminamos por la carretera hasta la iglesia-cementerio del rincón gallego en que nos alojamos. Un centenar de parroquianos agitan sus ramos en el aire. El cura con hábito blanco y estola roja se dirige a los asistentes con gestos funcionariales. Pocos le escuchan. Hasta hace dos años venía un burrito en el que iba montado un monaguillo. Eso le daba color a la ceremonia. Es la preparación de la Semana Santa. Jesús entra en Jerusalem montado en un borriquillo y las gentes le aclaman: Hosanna al hijo de David. Son viejas historias que ya muy pocos creen. Predominan las personas mayores que se han vestido con sus mejores trajes. Hay también niños. Este año llovizna sobre el paisaje verde. No hay procesión, el párroco es escueto y no personaliza el rito mínimo anual. Los feligreses van a la iglesia. Muchos nos quedamos fuera esperando que acabe. El interior está iluminado con las arañas del techo. Hay santos engalanados, pero todo tiene un sabor a antiguo, a otra época. Tiene el encanto de un ritual decadente, poco acorde con el tiempo frenético en que nos movemos.
Mi cuñada, una mujer que se sumergió hace años en una aldea gallega, alejada del mundanal ruido, espera con sus hijos pequeños afuera con nosotros. La misa dura poco, lo suficiente para no cansar. María José es una lectora empedernida de los clásicos rusos. Ayer me devolvió un libro de Gorki, La madre, y otro de Dostoievski, El eterno marido... Se ha leído todos los de Tolstoi, Dostoievski, Chejov, Gogol, Goncharov, Turgueniev, Sholojov, Solshenitzin... Le fascina el ritmo de la narrativa rusa. La lee en sus noches de insomnio. Agotó todos los libros de la biblioteca del pueblo, Vilanova de Lourenzá, con su iglesia de torre tuerta descrita por Álvaro Cunqueiro. María José enganchó kilos y kilos en su vida en la aldea. Es un prodigio de humanidad, siempre alegre y vital. Añora la gran ciudad, sus humos, su contaminación, su mezcla bastarda de gentes de colores y lugares diferentes. Sus hijos, guapos y esbeltos, ya se sienten atraídos por los perros y por la caza, una de las pasiones del mundo rural. Ella intenta mantenerlos alejados de las armas, pero a ellos les atraen los revólveres, las escopetas, las ametralladoras, todo lo que dispare, como a su padre. Es el mundo del monte, de los bosques, de las fragas escondidas. Cuando tengan catorce años acompañarán al padre a cazar. Lo llevan dentro. Ella se enfada pero no demasiado en serio. Ella "reza" por los pobres corzos y jabalíes cuando su marido sale a cazar.
Yo me voy a hacer con otro cuñado, Iván, una etapa del Camino de Santiago. Son treinta kilómetros desde Ribadeo hasta Vilanova. Partimos a las ocho de la mañana y llegamos a las dos de la tarde. Hilvanamos conversaciones de los temas más diversos mientras caminamos. Nos cruzamos con peregrinos en bicicleta. Suben repechones mientras nosotros nos quedamos atrás. Hablamos de libros, películas, de las bodas gay en Galicia, de Berlusconi en Italia. ¡Vaya desastre si vuelve a ganar! Cuando acabamos la etapa no sabemos cómo han ido las elecciones. Hemos llegado un poco cansados pero no demasiado. Hasta treinta kilómetros se hacen bien. Hemos sendereado por entre eucaliptos y atravesado valles verdes. Mañana iremos con nuestras hijas a hacer una minietapa de ocho o nueve kilómetros entre los bosques húmedos. Son pequeñas pero es bueno que se vayan acostumbrando. Es una gran experiencia la del peregrino. Algún día podrán hacer el camino de Santiago entero si les atrae. Nadie sabe qué queda en la mente de un niño para su vida de adulto. Hay ciertas imágenes que te conforman, que están en el origen de lo que tú eres y muchas tuvieron lugar de pequeño.
No cuento nada especial. Son días alejados de la vida cotidiana del Profesor en la Secundaria. Hace años viajaba al Extremo Oriente y ahora me encanto en la aldea gallega, comiendo sus cocidos, sus carnes asadas y sus patacas fritas que no falten. Todo tiene carga existencial. La vida pasa también en este mundo tan inmóvil, como el cielo que parece quieto pero no para de moverse.
Longa noite de pedra
" O teito é de pedra. De pedra son os muros i as tebras. De pedra o chan i as reixas. As portas, as cadeas, o aire, as fenestras, as olladas, son de pedra. Os corazós dos homes que ao lonxe espreitan, feitos están tamén de pedra. I eu, morrendo nesta longa noite de pedra. "
viernes, 7 de abril de 2006
Las clavijas de Cotatuero
Parece -según un reciente estudio de científicos de la universidad de New Jersey- que nuestra percepción del miedo, sea innato o adquirido, depende de la existencia de un gen llamado stathmin que se haya alojado en la zona central del cerebro, en la amigdala (EL PAIS, 19 de noviembre de 2005). Han hecho experimentos con ratones a los que han bloqueado el citado gen y estos se han mostrado como valientes y temerarios ante situaciones en que los ratones normales estarían atemorizados y paralizados por el miedo. ¡Vaya! Así que el miedo también está alojado en el funcionamiento de un gen y aquellos en que dicho gen funciona deficientemente son los héroes que desafían el peligro, los valientes guerreros de las batallas homéricas.
Quiero evocar mi miedo cerval a las alturas. Este parece ser un miedo de los considerados innatos. He conocido escaladores que padecían de vértigo y, sin embargo, subiendo paulatinamente eran capaces de controlar su miedo lo que no pasaba cuando se veían enfrentados bruscamente a una gran altura que no podían digerir.Recuerdo mis tiempos de estudiante y mis excursiones a la montañas del Pirineo aragonés por el espectacular valle de Ordesa. Yo siempre procuraba ir con un compañero más atrevido que yo, alguien que tirara de mí. En una ocasión nos habíamos planteado subir a los tres mil metros, a un corte muy característico en la montaña llamado la Brecha de Rolando, en el macizo del Monte Perdido. Al otro lado de la brecha ya está Francia. Era el mes de junio y todo estaba nevado a partir de cierta altura. Ascendimos por un bosque de hayas espléndido lo que nos pareció un buen inicio. Para continuar el camino hubimos de trepar por unas empinadas chimeneas al borde de un enorme precipicio. Los agarraderos eran inseguros. Mi gen stahtmin estaba lanzando todas sus llamadas de alerta. Estaba en un estado próximo al pánico, pero lo peor estaba por llegar porque cuando nos nivelamos vimos las temidas clavijas de Cotatuero que son unos grandes clavos hincados en la roca para poner manos y pies. Hay que atravesar unos quince metros sobre el vacío con una caída libre de más de ciento cincuenta metros. El estado en que me encontraba era próximo al shock. Mi compañero de aventuras, tras unos momentos de indecisión, se lanzó a cruzarlas y vio que era bastante más fácil de lo que parecía. El problema era el miedo al abismo. Era sólo un momento de decisión y lanzarse al vacío. Mi gen del miedo me bloqueaba y me decía ¡No! ¡Vuelve atrás! ¡No puedes hacerlo! Sentía terror, pero mi amigo ya estaba al otro lado. No tenía ya la oportunidad de echarme atrás. Hube de lanzarme a apoyar mi primer pie sobre la primera clavija. Las piernas me bailaban, tal era el temblor que me invadía. No podía pararlas. Ya me encontraba en la segunda clavija y mi respiración era entrecortada. La situación era francamente comprometida. Sin embargo, surgió algo, fue un momento extraño en que me invadió un pensamiento que me llegó desde el subsconciente quizás o quizás del infinito. Me dije: ¡Bueno, aquí estoy! Y si me caigo y me mato ¿qué? Entonces me pareció insignificante mi miedo. Yo mismo me resulté insignificante. Era indiferente lo que me pasara. Carecía de importancia. Mis temblores cesaron por completo, mi respiración se serenó y fui poniendo mis pies firmemente en las sucesivas clavijas como si bailara, tal era mi estado de alegría próxima al éxtasis divino. Mi cuerpo era leve y todo carecía de verdadera sustancia. El caso es que estaba allí y estaba viviendo un momento mágico en mi existencia. Sin problemas llegué al otro lado, mi pie salió de la última clavija y se apoyó en la roca firme. Había un prado con un arroyo al otro lado. Algo nuevo me invadía. Aquello duró unos segundos, no fue más, pero han sido unos instantes que no he podido olvidar por la intensidad y maravilla que viví en ellos.
Años después volví a pasar por allí y se me reprodujo el estado de pánico pero no volví a vivir aquella sensación de levedad y totalidad. No sé cómo logré bloquear, anular o desactivar mi gen del miedo. Puedo entender que exista dicho gen y ello explicaría muchas de nuestra conductas, miedos y fobias a tantas cosas, pero también que hay algo extraño que a veces nos lleva al otro lado como a Alicia en el país de las maravillas y desde allí ves la existencia trasfigurada. Puede ser que cuando llegue el día del último viaje y esté al partir la nave que nunca más ha de tornar... me encontraréis cruzando, en un baile maravillado, las clavijas de Cotatuero. Sería un buen final.
Este post fue publicado el 25 de Noviembre de 2005 en Profesor en la Secundaria +. He querido recuperarlo ahora que estoy de vacaciones durante la Semana Santa. No sé si podré escribir estos días. Dependerá de los cibercafés que encuentre, pero aquí os dejo este post que para mí tiene una emoción especial.
miércoles, 5 de abril de 2006
La literatura maldita
Una buena clase de literatura es una llena de referencias literarias a libros o autores de culto. Una clase en bachillerato nos aconseja utilizar un lenguaje sugerente e intentar rellenar los inmensos vacíos de cultura que aqueja a nuestros alumnos. Cuanto más pronto sientan dentro de ellos mismos el pensamiento de ¡qué ignorantes somos! más pronto podremos trabajar seriamente. Deben verse tocados por el gusanillo de la curiosidad: de aprender, de saber, de conocer elementos de la cultura universal.
Estos días en literatura de primero de bachillerato estamos hablando del Modernismo, ese movimiento que surgió como rebelión frente el mundo ortodoxo, antiguo y tradicional. En principio fue un insulto a los partidarios de las ideas modernas, a aquellos que defendían el socialismo o el anarquismo, la emancipación de la mujer, el darwinismo que planteaba la evolución que llevaba del mono hacia el hombre. También las tendencias teosóficas de Mme Blavatsky y el ocultismo, así como las nuevas estéticas que defendían la idea del “arte por el arte” o el gusto por lo maligno y demoníaco. Pensemos en la obra de Lautremont titulado Los cantos de Maldoror, en Las flores del mal de Baudelaire, en Una estación en el infierno de Rimbaud, en Edgar Alan Poe y sus Narraciones extraordinarias...
Hacia la década del 1890 el mundo se estaba transformando y el mundo burgués, ya conservador, sentía pánico o desprecio hacia los nuevos movimientos obreros, hacia las incipientes organizaciones feministas que revolucionarían nuestro mundo, hacia todas las nuevas ideas estéticas que llevaron a los artistas a aislarse en un mundo aparte buscando una belleza no burguesa, lejos del utilitarismo y vulgaridad de la clase ascendente. Es la época en que París era la ciudad luz de la bohemia. Los artistas experimentaban estados de ánimo decadentes y se empapaban de éter, bebían absenta y ajenjo o fumaban haschisch. Los artistas buscaron alucinantes estados de conciencia que les abrieran nuevos campos en el arte.
La técnica vino a contribuir a los nuevos tiempos: la velocidad de los coches, el maquinismo, la luz eléctrica, el cine… Todo llevó a que el mundo se transformara y las ideas también. La Guerra Mundial, un desastre diseñado por un genio malévolo, acabó de cambiar el mundo. Derrumbó imperios, extendió el consumo a las capas medias de la sociedad, inició la liberación de la mujer, hizo visibles a los homosexuales que en los llamados felices años veinte se convirtieron en moda en las fiestas de Berlin y París.
En esta atmósfera de ebullición social, política y artística se gestaron las llamadas vanguardias. El mundo estaba cambiando a velocidad de vértigo. Cubismo, Futurismo, Expresionismo, Dadaísmo, Surrealismo… subrayarán, como el Modernismo, la búsqueda del lado oculto de la realidad. Freud hablará del inconsciente, los esotéricos, de lo oculto, los surrealistas también hablarán del otro lado de la realidad como los simbolistas habían sostenido que este mundo sólo era la faceta más visible de la realidad. Había otro mundo apto sólo para los iniciados. Siempre he sostenido que hay una línea de continuidad en esa búsqueda de "otros mundos" que están detrás de éste.
Ésta es la búsqueda que propone la enseñanza de la literatura, hablando de cultura, de cambio de época, de nuevas estéticas… Comentamos La montaña mágica de Thomas Mann, el Ulysses de James Joyce, citamos a Rubén Darío, a Antonio Machado, a Unamuno, a Ramón María del Valle Inclán y su libro más esotérico, el que ocuparía el primer lugar de su Opera Omnia, La lámpara maravillosa. Aquel que dice en su capítulo IX:
Llevo sobre mi rostro cien máscaras de ficción que se suceden bajo el imperio mezquino de una fatalidad sin trascendencia. Acaso mi verdadero gesto no se ha revelado todavía, acaso no pueda revelarse nunca bajo tantos velos acumulados día a día y tejidos por todas mis horas. Yo mismo me desconozco y quizá estoy condenado a desconocerme siempre.
Una buena clase de literatura tiene algo de anárquico, de reivindicación de la poesía maldita, de aguzar el oído para oír los ritmos y acentos de los versos malditos. No sé por qué toda la buena literatura que se me ocurre está “al otro lado”. Tengo que ponerme a pensar por qué todo este mundo que vivimos ahora está tan a “este lado”. Siento una aguda contradicción entre mis gustos sobre la literatura del pasado y nuestra realidad presente. De esa tensión se nutre una clase de literatura. Es una búsqueda, es un no saber si hay respuesta, es todavía indagar si hay un "otro lado" de la realidad que nos domina. Para eso vale la enseñanza de la literatura, pienso yo. Sólo es una modesta propuesta llena de veneno, claro está.
lunes, 3 de abril de 2006
El modelo multicultural
Hay tres imágenes o grupos de ideas que se me superponen. Por un lado estoy leyendo el libro de Ayaan Irsi Ali, titulado Yo acuso que tiene por subtítulo Defensa de la emancipación de las mujeres musulmanas. Ayaan es una activista y diputada por el Partido Liberal Holandés que se manifiesta abiertamente crítica con las tesis del multiculturalismo, esto es, que en una sociedad convivan pacíficamente diferentes grupos étnicos, religiosos y, por ende, culturales. Las culturas no serían mejores ni peores sino sencillamente distintas sin posible comparación. Según ella, de origen somalí y musulmana, que sufrió en su propia persona, la ablación del clítoris por parte de una abuela y fue obligada a casarse a los veinte años con un primo al que no conocía, el establecimiento del multiculturalismo lleva a la absoluta desprotección, en materia de derechos humanos, a las mujeres musulmanas. El islam es un sistema premoderno que choca abiertamente con las normas y leyes de la sociedad occidental por su carácter teocrático, al poner la ley divina –el Corán y las costumbres patriarcales- por encima de las leyes humanas; esas costumbres perpetúan el sometimiento de la mujer al varón que es considerado superior: mito de la virginidad con la que han de llegar todas las mujeres al matrimonio; casamientos arreglados a temprana edad; educación de las niñas a las que se les niega totalmente su autonomía y responsabilidad y, por tanto, en muchos casos se les obliga a dejar sus estudios; consentimiento y estímulo de castigos físicos a las mujeres; código de honor y por consiguiente la cultura de la vergüenza porque si una mujer desobedece a su padre o a sus hermanos los deshonra y surge la vergüenza que los dejará muertos socialmente… Una mujer en definitiva no es nada comparada con el varón que es el que disfruta de todos los derechos.
Estaba pensando es estas cuestiones cuando hace un par de días iba en el metro. Una mujer musulmana de unos cuarenta y tantos años iba con su hijo de unos veinte. Cuando llegaron a final de trayecto nos bajamos los que quedábamos en el tren. El hijo salió primero y su madre se puso a caminar unos pasos por detrás de él y así se mantuvo por todos los corredores del metro. Él de vez en cuando miraba hacia atrás por el rabillo del ojo para ver si venía ella, que cuidadosamente no osaba ponerse al mismo nivel que su hijo. Esta imagen me inquietó poderosamente porque refrendaba lo que estaba leyendo en las palabras de Ayaan Irsi Ali.
Por último y para relacionarlo con el mundo de la enseñanza, puedo comentar que en la última semana se ha incorporado a mi tutoría una nueva alumna musulmana. Lleva un pañuelo que le cubre la cabeza y le tapa totalmente el cuello. Hay otras alumnas musulmanas que llevan pañuelo pero no de una forma tan estricta, incluso hay una que no lo lleva y su cabello largo –eso siempre porque una mujer musulmana no puede cortarse el pelo- lo lleva recogido en un moño.
En nuestras sociedades hemos optado por el modelo multicultural con el argumento de que los grupos culturales debe poder defender sus puntos de vista y costumbres propias en pie de igualdad. Es el argumento “progresista” y éste evita entrar en conflicto con las tradiciones de la inmigración, especialmente con el tema de la situación de la mujer en el Islam. Es decir que la mujer siga oprimida y careciendo totalmente de derechos como que no pueda trabajar fuera de casa, que no tenga derecho a la educación más allá de la obligatoria, que sea casada muy joven en matrimonios en que no conocerá apenas al que será su marido y con el que hablará muy pocas ocasiones en su vida. ¿Para qué escuchar el punto de vista de una mujer? Las mujeres siempre ocupan un lugar secundario respecto a los varones, sus propios hermanos que acostumbran a ignorarlas como sucede en mi instituto entre los musulmanes y las musulmanas entre los que no existe ninguna relación, ni de la más mínima conversación. Son mundos diferentes con una clara subordinación del mundo de la mujer al del hombre que es superior por definición.
El pañuelo o chador es una clara muestra de su sumisión social. No es un elemento cultural como se nos quiere vender. En el islam no existe diferencia entre cultura y religión. Todo está jerarquizado en esta caso a la supremacía absoluta de Alá y su profeta Mahoma al que no se puede ni siquiera “representar” en las sociedades occidentales, y hemos consentido en ello con el beneplácito de figuras intelectuales como Günter Grass o José Saramago. Sólo Ayaan Hirsi Ali salió en defensa de la publicación de las caricaturas del profeta. Una sociedad occidental no podía plegarse por la razón de la fuerza o el miedo a argumentos premodernos como los que se nos han expuesto.
Ayaan Hirsi Ali es un elemento molesto y crítico, pues dice lo que no queremos oír. Estamos paralizados por el miedo. Todo lo que sea despertar a la fiera nos parece peligroso, pero ella ya está amenazada de muerte hace tiempo. Trabajó con Theo Van Gohg en la película Sumisión - cuyo tema es fácilmente previsible- y ya sabemos que el artista fue asesinado por un fundamentalista islámico, un crimen que conmocionó a la sociedad holandesa.
Bajo nuestra responsabilidad como profesores tenemos a numerosas alumnas musulmanas que perpetuarán ese modelo de ser dominadas y "ofrecidas en matrimonio" en su momento. Sólo la educación y la emancipación de las mujeres musulmanas podrá impulsar la modernización del islam como ha impulsado la modernización de las sociedades occidentales.
Cada vez que veo a mis alumnas musulmanas siendo aplicadas y estudiosas, cada vez que constato su interés por las tareas académicas, cada vez que veo que ponen sus perspectivas en tener una profesión o consideran quitarse el pañuelo, pienso que están trabajando por su emancipación. Siempre que un temprano matrimonio no venga a impedir dichos estudios. Atención, abanderados multiculturales, Ayaan Hirsi Ali desafía, siendo mujer, lo más nuclear del pensamiento teocrático islámico. Por eso su vida está amenazada y por eso es tan molesta a los partidos socialdemócratas que la acusan de “atizar” el conflicto. Pero ella es mujer y ha conocido los derechos humanos occidentales y no se va a callar. A ninguna mujer occidental le diríamos que se callara por ser mujer, pero a ella se le ha aconsejado. Hemos de ponernos a pensar sobre ello.
jueves, 30 de marzo de 2006
Huesos de cristal
Una sesión de evaluación es un trámite solemne. Se celebran trimestralmente para evaluar el rendimiento y actitud de nuestros alumnos. La mecánica es ritual: una mesa reúne a una decena de profesores de las diferentes materias presidida por el profesor-tutor que es el que reúne la información necesaria para establecer una estimación académica provisional.
El tutor comienza dando una valoración general del rendimiento del curso. ¿Ha habido mejora? ¿Qué alumnos han destacado positiva o negativamente? ¿Cómo es el clima de trabajo en el aula? ¿Cómo es la actitud del grupo-clase? El tutor suele hacer unas estadísticas “artesanales” que permiten comprobar la evolución de la clase.
Las deliberaciones son secretas, así como la información que se comparte entre los distintos profesores. Suele asistir un miembro de la Junta Directiva y alguno del Gabinete de Orientación Pedagógica. Cruzamos la información e intentamos valorar individualmente a cada alumno.
Esto es un procedimiento que conocen todos los profesores. No descubro nada nuevo. El tutor ha ido siguiendo a sus alumnos, sus conflictos, sus temores, ha hablado con ellos, con sus padres si ha sido posible –a veces no lo es porque los padres se niegan o porque son incapaces de encontrar un momento para hablar con el tutor-, con los profesores, que le exponen sus quejas y satisfacciones.
Pero una sesión de evaluación permite conocer más en profundidad a los alumnos. Hay información confidencial sobre la situación familiar de cada uno de ellos que se sugiere, sin explicitarse, en la sesión. Todos nuestros alumnos tienen derecho a la intimidad y tampoco se trata de airear datos que mejor quedan en la sombra. Sin embargo, a veces hay que hablar de situaciones que afectan a su rendimiento, y puedo decir entonces que uno se entera de cuestiones muy delicadas y dolorosas, a veces estremecedoras.
Hablo de situaciones de abandono familiar, de separaciones traumáticas, de embarazos de adolescentes, de vidas que se están recomponiendo, de negligencia paterna hacia los hijos, de malos tratos, de muertes por enfermedades terribles que afectaron a los alumnos poco después de nacer, de alcoholismo paterno, de hambre físico, de situaciones de desahucio del hogar, de dramas sin cuento en el tema de la inmigración, de familias enfrentadas en los tribunales, de padres que ignoran a sus hijos, de padres dedicados a negocios sucios o madres a la prostitución… Podría seguir. Uno siente muchas veces compasión hacia alumnos que mantienen muchas veces actitudes díscolas, rebeldes o abiertamente provocativas para reclamar la atención. Estos alumnos en la mayoría de los casos están necesitados de una dosis enorme de afecto, pero en su actitud, en el día a día, son perturbadores en el aula y abiertamente contraproducentes para la marcha del grupo. Está claro que un clima de estabilidad emocional contribuye a un buen desarrollo y equilibrio de las personas y más en una etapa de formación como las que ellos están.
Sin embargo, a veces hay alumnos que teniendo historias terribles detrás de ellos son modelos de trabajo y comportamiento. Es como si hubieran trazado una línea de acción y se mantuvieran fieles a ella. Estos alumnos me sorprenden y me maravillan porque, teniendo todo en contra, nos dejan con la duda de si todo está determinado o hay otros factores que posibilitan la libertad y la asunción de la responsabilidad de los seres humanos. Hay personas –hablemos ahora de personas y no de únicamente adolescentes- que, a pesar de sus dramas personales, se saben sobreponer y buscar y mantener sus objetivos. Es como si del plomo supieran extraer oro. Otros se rinden o no saben sobreponerse o se dejan llevar o aplastar por las circunstancias.
Los seres humanos son muy diversos –ya sé que no es una constatación muy original- pero en un centro de enseñanza tienes un abanico extraordinariamente elevado de comportamientos. Hay quien tiene todo en contra –incluida su inteligencia- y es capaz de sobresalir. Hay otros que tienen todo a favor -o no todo en contra- y se dejan hundir.
Tantos años dedicado a la enseñanza no me permiten todavía trazar un atlas de cómo son o serán mis alumnos . Siempre son una fuente de sorpresas a veces negativas y a veces deslumbrantes, pero tenerlo todo en contra no es sinónimo de fracaso ni tenerlo todo a favor de éxito. Entre medio tenemos una amplísima gama de la naturaleza humana y no sabemos demasiado acerca de ella. ¿Quiénes saldrán adelante? ¿Quiénes se colocarán en un trabajo digno? ¿Quiénes serán felices en su vida? ¿Quiénes sucumbirán al desaliento o a la depresión? ¿Quiénes en una situación de necesidad te echarían una mano? ¿Quiénes cuando te los encuentres por la calle te recordarán con afecto a pesar de los conflictos que has podido tener con ellos? ¿Quiénes serán traidores y quiénes fieles a algo? ¿Quiénes en una situación de extrema violencia, como una guerra o un golpe de estado, serían verdugos o héroes anónimos que contribuirían a salvar vidas humanas? No sé, me pasa como al físico que fue Albert Einstein, es posible que sepa de alguna materia pero de la naturaleza humana no sé mucho...
Quiero aferrarme a los ojos claros de Abdel, un muchacho marroquí, enfermo, que va en silla de ruedas pues padece de “osteogénesis imperfecta”, la enfermedad de los huesos “de cristal”. Es un prodigio de alegría, de fe en la vida, de buen compañero, querido y apreciado por todos. Le encanta el peligro y hemos de contenerlo para que no se nos lance muletas en ristre. Todos lo queremos y él lucha con pasión por vivir en conformidad consigo mismo y con los demás. La vida, todo, es realmente sorprendente.
martes, 28 de marzo de 2006
Morir dignamente
El pasado domingo 19 de marzo las páginas centrales de El País publicaban un reportaje titulado “Yo elijo mi muerte” en que se abordaban los últimos días de una enferma terminal suiza –Josiane Chevrier- que, aquejada de tremendos padecimientos físicos y psíquicos, había decidido dejar de vivir y había pedido ayuda para hacerlo. La diferencia en este caso es la nacionalidad de la mujer, pues en Suiza no es delito la asistencia a un suicidio voluntario, aunque quienes lo practiquen no pertenezcan a la profesión médica.
La asociación Exit, que fue la que la ayudó en su suicidio asistido, tardó cuatro meses en aprobar la petición de Josiane. Antes fue necesario comprobar que la mujer reunía los requisitos que esta asociación exige a los que reclaman ayuda para suicidarse: capacidad de discernimiento, que la demanda sea seria y repetida, que padezca una enfermedad incurable y mortal y que además ésta acarree grandes sufrimientos físicos y psíquicos.
Por fin, un día, acompañada de una de sus tres hijas y una nieta –de las otras dos se había despedido la noche anterior con una cena: no quisieron asistir a una acto que veían como desgarrador- dos acompañantes de Exit, voluntarios, le preguntaron si estaba verdaderamente decidida. Josiane lo estaba. Le dispensaron dos píldoras que tienen como objetivo abrir la digestión e impedir los vómitos. Se despidió de sus familiares y amigos y posteriormente se tomó, mezclado con zumo de naranja, una dosis letal de 10 gramos de pentobarbital. La paciente lo ingirió y se quedó dormida. Poco después murió.
Este reportaje me conmocionó y abrió en mí intensas reflexiones. Josiane estaba ya en un punto en que sus padecimientos eran insoportables. Tenía un tumor en el pecho que ya le había alcanzado la garganta. Consumía de forma masiva morfina. El mal había alcanzado la fase de “necrosis nauseabunda” y su cuerpo ya olía a cadáver por el estado de putrefacción que había alcanzado. Me dije que lo que había obtenido legalmente Josiane debía ser un derecho universal, amparado por la ley. Pienso en esos enfermos terminales experimentando sufrimientos horrorosos y creo que tendrían que tener derecho a acabar su vida dignamente, optando libremente, por el suicidio asistido.
No es un tema fácil, sobre todo si está implicado alguien querido. Los familiares y médicos tienden a prolongar, por encima de esperanzas reales, la vida del enfermo. Les resulta una carga insoportable tomar la decisión, no amparada por la ley en la mayoría de los países, de la eutanasia "pasiva" y ya no digamos "activa".
En España se han ido aprobando recientemente en las distintas comunidades el llamado “testamento vital” o “documento de voluntades anticipadas” en el que una persona mayor, con capacidad suficiente y libremente, expresa las instrucciones a tener en cuenta cuando las circunstancias que concurran no le permitan expresar personalmente su voluntad cara a no mantenerlo vivo artificialmente por encima de expectativas razonables. Dicho documento ha de ser firmado ante notario o ante tres testigos mayores de edad, y que al menos dos no deben tener relación de parentesco ni relacionados por relación patrimonial.
La asociación Derecho a morir dignamente, legalmente registrada en nuestro país, tiene como objetivos los siguientes:
1. Promover el derecho de toda persona a disponer con libertad de su cuerpo y de su vida, y a elegir libre y legalmente el momento y los medios para finalizarla.
2. Defender, de modo especial, el derecho de los enfermos terminales a, llegado el momento, morir pacíficamente y sin sufrimientos, si éste es su deseo expreso.
Algunos datos:
• En 1997 una encuesta del Centro de Investigaciones Sociológicas dice que el 67 % de la población pide la despenalización de la Eutanasia en España.
• El 65 % de los médicos y el 85 % de las enfermeras reconocen que han recibido la petición de pacientes de morir antes, mediante suicidio asistido o la eutanasia.
• En España a través del instituto IOLAW (www.iolaw.org) en el año 2002 se hace una encuesta a abogados de diferentes países. En España el 73,18% responde positivamente a la pregunta “¿Cree que la eutanasia es un derecho fundamental del la persona?”
• El 60 % de los médicos apoyan un cambio de ley “para permitir a los enfermos pedir y recibir el suicidio por un médico y/o la eutanasia activa.
Esto no es más que una pequeña muestra de datos recogidos por la web de Derecho a morir dignamente. No hay duda de que una mayoría social y profesional quiere ver reconocido un derecho que no obliga a nadie, sólo faltaría, pero que debe contemplar la posibilidad de morir pacíficamente y sin sufrimientos en el caso de enfermedades terminales o crónicas que acarreen sufrimientos insoportables.
El año pasado llevé a mis alumnos de cuarto de ESO a ver Mar adentro de Alejandro Amenábar, película que plantea dicho tema en el caso del tetrapléjico gallego Ramón Sampedro. Posteriormente a la película realicé un debate en clase en el que se manifestaron distintas posturas: los que aprobaban el derecho del enfermo a elegir su final, y los que se oponían porque nunca harían eso con un ser querido. Pensaban en su madre o su padre. Es una cruda decisión, lo reconozco, asistir al suicidio de alguien amado. Pero ha de primar la decisión libre y voluntaria del enfermo que no quiere morir padeciendo sufrimientos horrorosos. En el caso de la enferma suiza Josiane Chevrier creo que se respetó dicha decisión y lo veo, desde mi punto de vista, como algo absolutamente lógico, razonable y profundamente humano, un derecho que debía ser amparado. Creo asimismo que si uno tuviera la opción de saber que puede poner fin a su tortura, probablemente amaría más la vida y no moriría rabiando sino en paz consigo mismo y sus seres queridos. Espero que en las sociedades occidentales se imponga el sentido común y se extienda este respaldo de la ley o que al menos no penalice a los que colaboran con el enfermo.
Hace falta también una pedagogía del saber bien morir. No creo que lo más digno sea agonizar maldiciendo la vida. Es un debate abierto y candente en todas nuestras sociedades y en cada hospital en que se lucha diariamente con esta contradicción.
sábado, 25 de marzo de 2006
Libertad creadora
Una de las situaciones más agradables para un profesor es encontrarte con algún antiguo alumno que te recuerde con especial afecto. Esto ha pasado en múltiples ocasiones a lo largo de mi vida profesional. No es mérito de éste profesor que escribe sino que a fuerza de dar clase a tantos y tantos alumnos, sin duda, hay algunos para los que en un momento u otro fuiste importante en su vida y en su formación.
Posiblemente para muchos fuiste un profesor indiferente, que te hayan olvidado o que su recuerdo se haya desvanecido porque no representaste nada trascendental. Un detalle del camino. Sin embargo, para otros, por las razones que sean, ocupas un lugar en su educación sentimental e intelectual.
Hace un par de años me encontré con uno. Nos saludamos cordialmente. Hacía diez años que había sido alumno mío. Pero me dijo algo que me emocionó. Él participaba en un grupo de teatro, una especie de cabaret musical, en que desarrollaban acciones de tipo surrealista. Todo había empezado cuando yo en clase del antiguo COU les había propuesto, como solía hacer, realizar un ejercicio de estética vanguardista. Unos tenían que expresar una acción cubista o expresionista, futurista, dadaísta o surrealista. Cada grupo formado por cinco o seis alumnos debía investigar el movimiento que había escogido y preparar una suerte de happening al que asistirían sus compañeros y el profesor en calidad de espectadores. Les dejaba un mes para prepararlo. Las clases se orientaban a la investigación del movimiento. Hay que tener en cuenta que no existía internet y la búsqueda de materiales debía ser "artesanal". Yo les facilitaba alguna documentación y les pasaba algunas películas de estética vanguardista. El resto correspondía a su imaginación...
A lo largo de los diez años que lleve a cabo este tipo de propuestas siempre me encontré una respuesta entusiasta por parte de mis alumnos. Sobrepasaban con creces con enorme audacia e imaginación lo que se pudiera esperar de ellos. Cada vez que asistía a un espectáculo vanguardista era para mí un motivo de especial gozo porque los veía implicados en su estética. Los más radicales eran los dadaístas y los surrealistas. Entre ellos rivalizaban a ver quien llevaba más lejos sus propuestas creativas. Todo valía: música, teatro, lectura de textos, imágenes proyectadas, cuerpos desnudos reales o sugeridos, baile, cabaret. Eran lo que se han llamado performances.
Aquellos alumnos se convertían durante la representación en artistas de la cabeza a los pies y disfrutaban con pasión de su ejercicio creador. El alumno a que me refería me vino a decir que tuvieron que parar en sus propuestas surrealistas porque les llevaban demasiado lejos. La libertad a que llevaba la naturaleza del surrealismo les abría a otros mundos arriesgados y oníricos en los que la violencia y el sexo eran fundamentales. Igual que los que participaban en los actos dadaístas que supuso la negación de todo arte preexistente. De las costillas de Dadá salió el surrealismo.
Este era un método eficaz para comprender el arte vanguardista. No se trataba de teorizarlo, sino de vivirlo desde dentro, meterse en su interior y expresarlo sin límites estéticos, morales o pedagógicos. Lo único que estaba prohibido era romper o ensuciar. Si se ensuciaba había el compromiso de limpiarlo posteriormente.
Recuerdo entre docenas de actuaciones la de diez muchachos con el torso desnudo y con antorchas en la sala de actos del centro con música de Stravinski sonando a tope en una danza frenética. Recuerdo otra actuación en que me llenaron la clase de objetos raros incluida una cabeza de cerdo iluminada con una vela y la lectura de textos surrealistas de Salvador Dalí y Lorca. Otros en su actuación imitaban el estilo de un grupo rompedor catalán llamado La fura dels Bauss que planteaban un mundo destruido en la sociedad postindustrial. De las ruinas de la civilización salían nuevos seres mutantes.
Era la imaginación al poder. Probablemente ninguno de los que participó en aquellas performances podrá olvidar su acción dramática. Como este alumno que iniciaba el post que diez años después seguía volviendo a los juegos del inconsciente que plantea el surrealismo. Lo vivido en la representación era vida pura, era participar en la esencia de la creación artística. Era romper los moldes, destruir los límites, ir más allá de la reglas racionales.
¿Qué adolescente no dejaría de ser seducido por la libertad absoluta de creación sin límites?
No es necesario que diga que hoy día esto mismo es imposible. Ya no hay ese gusto por la libertad estética y por el sentido creativo. Yo al menos no lo percibo. Por otro lado, la enseñanza ha perdido el carácter de indagación que pudo tener hace unos años y es demasiado burocrática. Faltan asimismo los espacios de tiempo necesarios para que estas propuestas sean llevadas a cabo. Pero lo que más me inquieta es que ahora no suscitarían el entusiasmo que yo viví desbordante en otras generaciones de alumnos.
miércoles, 22 de marzo de 2006
Lletraferida
Mi hija Clara está lletraferida. Esta es una hermosa palabra catalana que no tiene equivalente en castellano y que califica a una persona que cultiva las letras y que vive apasionada por la literatura. Clara tiene nueve años recién cumplidos y hasta hace poco era una lectora normalita, hasta casi diría yo que un poco perezosa. Pero desde hace un mes aproximadamente parece haber entrado en un éxtasis lector y se dedica a leer apasionadamente cualquier instante que puede arañar al tiempo: en el coche, antes de cenar, los fines de semana poniéndose el despertador a las siete de la mañana, ratitos perdidos por las tardes. Está leyendo la saga de Harry Potter. Ha acabado El prisionero de Azkaban y ha empezado El cáliz de fuego, un libro de seiscientas y pico páginas que no le arredran.
La miro leyendo y recuerdo emocionado el momento en que yo empecé a leer libros. Fue entre los diez y los once años. Hasta entonces leía tebeos que era lo único que tenía a mi alcance. Era otra época y los citados tebeos ocupaban un lugar excepcional en la formación del gusto lector. No hay equivalente ahora. Mi impresión cuando descubrí los libros fue de sentirme maravillado. Me parecían un verdadero prodigio. Comencé con libros que presentaban personajes de series famosas de televisión. Nadie me orientó en mi gusto lector. Hube de abrirme camino sin ningún maestro. En la escuela entonces no se recomendaba especialmente la lectura. Continué con libros de la colección Historias que mezclaban dibujo y texto. Recuerdo mi pasión por Julio Verne. Su novela La isla misteriosa la leí durante un verano interminable una quincena de veces. Cada vez que la terminaba sentía una enorme sensación de pena y empezaba a leerla de nuevo con la misma fruición.
A Verne le siguieron Emilio Salgari y el pirata de Mompracem; Karl May, el escritor austriaco que escribía espléndidas novelas sobre el oeste sin haber estado nunca en los Estados Unidos;Richmal Crompton, la extraordinaria creadora de uno de los mejores personajes que he conocido: Guillermo. Comparto este gusto con mi filósofo favorito, mi querido Fernando Savater que habló con gozo de él y de su banda de los Proscritos en su libro La infancia recuperada. Guillermo era un anarquista nato en la Inglaterra conservadora de la época en torno a la Segunda Guerra Mundial. Enid Blyton fue otra escritora que conformó mis años de pubertad.
Recuerdo tardes inmensas de aburrimiento atroz si no hubiera sido por los libros que me acompañaban fielmente. Podían conjurar la tristeza más terrible y convertirla en una situación luminosa. Hubo tantos personajes que se hicieron mis compañeros de viaje... Creo que como a esta edad ya no se vuelve a leer en la vida. Ocasionalmente he vuelto a encontrar esa pasión por lo que estoy leyendo en alguna obra aislada, pero no como aquellas tardes de mi infancia y primera pubertad, ni aquellas mañanas en que me despertaba tempranito para poder leer durante una hora antes de que empezara el día. Unía a mi lectura matinal un vaso de agua con azúcar y un trozo de pan duro del día anterior. Esta es la felicidad que recuerdo de aquellos años, siempre acompañado de algún libro.
Hacia los catorce años me dediqué a leer noveluchas del oeste de Marcial Lafuente Estefanía o de espías o del espacio. Ya he dicho que no tenía a nadie que me aconsejara. Más adelante un amigo médico de mi familia empezó a regalarme tomos de una revista médica llamada Hora XXV. En ella se publicaban relatos de escritores como Robert Louis Stevenson, Jack London, Eça de Queiroz... Conocí la serie apasionante de Los relatos de los mares del sur o las historias de London del Gran Norte. Cuando años después llegué a Alaska y el Yukón recordaba las lecturas de mi adolescencia. Me sentía como un buscador de oro o un trampero, perdido en las highways americanas. Compré una edición de los Relatos del Gran Norte en la más aislada ciudad de aquellos pagos: Tok, donde proliferan unos mosquitos feroces y estallan unos atardeceres tan hermosos que estremecen.
Del Círculo de Lectores me llegaron otros títulos. Alguno exclusivamente recomendado “para adultos” por lo sensual de sus escenas. Recuerdo uno de estos libros. Se titulaba Los organillos de Henri François Rey. Simplemente presentaba a dos adolescentes Serge y Nadine, desnudos sobre unas rocas y bajo el sol de agosto deseándose en esa maravillosa edad que era la mía. Pero yo no era Serge ni tenía para mi desgracia a Nadine entre mis brazos. Me sentí triste, pero me quedó el mito de ese verano infinito donde se intuye la eternidad y la adolescencia como momento central de la vida. Acabo de leer La presa de Kenzaburo Oé donde vuelve a aparecer esta imagen poderosa del verano:
“Teníamos la impresión de que el verano que mostraba de aquel modo su poderosa musculatura, con un resplandor deslumbrante, el verano que, al igual que un pozo de petróleo que nos embadurnara de un pesado líquido negro, hacía manar un repentino surtidor de inacabable alegría, sería un verano que duraría eternamente, que no acabaría jamás.”
La literatura puede salvarte del tantas veces intuido sinsentido de la vida o a veces puedes rastrear cómo otros se han enfrentado a la tristeza o han disfrutado del gozo de vivir. Yo no sería el mismo sin los libros que he leído. No sé muy bien quién sería pero en todo caso alguien muy diferente.
Observo a mi hija leyendo apasionadamente y me doy cuenta de que es ella la que ha de elegir su propio camino en la lectura y en la vida. No me atrae especialmente ese Harry Potter que ella ha escogido como compañero de la entrada en ese mundo lleno de maravillas de los libros. Pero es su sendero, la llave de entrada a un universo mágico que se vive irrepetiblemente y en soledad. Dejémosla leer, silencio.
La miro leyendo y recuerdo emocionado el momento en que yo empecé a leer libros. Fue entre los diez y los once años. Hasta entonces leía tebeos que era lo único que tenía a mi alcance. Era otra época y los citados tebeos ocupaban un lugar excepcional en la formación del gusto lector. No hay equivalente ahora. Mi impresión cuando descubrí los libros fue de sentirme maravillado. Me parecían un verdadero prodigio. Comencé con libros que presentaban personajes de series famosas de televisión. Nadie me orientó en mi gusto lector. Hube de abrirme camino sin ningún maestro. En la escuela entonces no se recomendaba especialmente la lectura. Continué con libros de la colección Historias que mezclaban dibujo y texto. Recuerdo mi pasión por Julio Verne. Su novela La isla misteriosa la leí durante un verano interminable una quincena de veces. Cada vez que la terminaba sentía una enorme sensación de pena y empezaba a leerla de nuevo con la misma fruición.
A Verne le siguieron Emilio Salgari y el pirata de Mompracem; Karl May, el escritor austriaco que escribía espléndidas novelas sobre el oeste sin haber estado nunca en los Estados Unidos;Richmal Crompton, la extraordinaria creadora de uno de los mejores personajes que he conocido: Guillermo. Comparto este gusto con mi filósofo favorito, mi querido Fernando Savater que habló con gozo de él y de su banda de los Proscritos en su libro La infancia recuperada. Guillermo era un anarquista nato en la Inglaterra conservadora de la época en torno a la Segunda Guerra Mundial. Enid Blyton fue otra escritora que conformó mis años de pubertad.
Recuerdo tardes inmensas de aburrimiento atroz si no hubiera sido por los libros que me acompañaban fielmente. Podían conjurar la tristeza más terrible y convertirla en una situación luminosa. Hubo tantos personajes que se hicieron mis compañeros de viaje... Creo que como a esta edad ya no se vuelve a leer en la vida. Ocasionalmente he vuelto a encontrar esa pasión por lo que estoy leyendo en alguna obra aislada, pero no como aquellas tardes de mi infancia y primera pubertad, ni aquellas mañanas en que me despertaba tempranito para poder leer durante una hora antes de que empezara el día. Unía a mi lectura matinal un vaso de agua con azúcar y un trozo de pan duro del día anterior. Esta es la felicidad que recuerdo de aquellos años, siempre acompañado de algún libro.
Hacia los catorce años me dediqué a leer noveluchas del oeste de Marcial Lafuente Estefanía o de espías o del espacio. Ya he dicho que no tenía a nadie que me aconsejara. Más adelante un amigo médico de mi familia empezó a regalarme tomos de una revista médica llamada Hora XXV. En ella se publicaban relatos de escritores como Robert Louis Stevenson, Jack London, Eça de Queiroz... Conocí la serie apasionante de Los relatos de los mares del sur o las historias de London del Gran Norte. Cuando años después llegué a Alaska y el Yukón recordaba las lecturas de mi adolescencia. Me sentía como un buscador de oro o un trampero, perdido en las highways americanas. Compré una edición de los Relatos del Gran Norte en la más aislada ciudad de aquellos pagos: Tok, donde proliferan unos mosquitos feroces y estallan unos atardeceres tan hermosos que estremecen.
Del Círculo de Lectores me llegaron otros títulos. Alguno exclusivamente recomendado “para adultos” por lo sensual de sus escenas. Recuerdo uno de estos libros. Se titulaba Los organillos de Henri François Rey. Simplemente presentaba a dos adolescentes Serge y Nadine, desnudos sobre unas rocas y bajo el sol de agosto deseándose en esa maravillosa edad que era la mía. Pero yo no era Serge ni tenía para mi desgracia a Nadine entre mis brazos. Me sentí triste, pero me quedó el mito de ese verano infinito donde se intuye la eternidad y la adolescencia como momento central de la vida. Acabo de leer La presa de Kenzaburo Oé donde vuelve a aparecer esta imagen poderosa del verano:
“Teníamos la impresión de que el verano que mostraba de aquel modo su poderosa musculatura, con un resplandor deslumbrante, el verano que, al igual que un pozo de petróleo que nos embadurnara de un pesado líquido negro, hacía manar un repentino surtidor de inacabable alegría, sería un verano que duraría eternamente, que no acabaría jamás.”
La literatura puede salvarte del tantas veces intuido sinsentido de la vida o a veces puedes rastrear cómo otros se han enfrentado a la tristeza o han disfrutado del gozo de vivir. Yo no sería el mismo sin los libros que he leído. No sé muy bien quién sería pero en todo caso alguien muy diferente.
Observo a mi hija leyendo apasionadamente y me doy cuenta de que es ella la que ha de elegir su propio camino en la lectura y en la vida. No me atrae especialmente ese Harry Potter que ella ha escogido como compañero de la entrada en ese mundo lleno de maravillas de los libros. Pero es su sendero, la llave de entrada a un universo mágico que se vive irrepetiblemente y en soledad. Dejémosla leer, silencio.
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