
El pasado domingo 19 de marzo las páginas centrales de El País publicaban un reportaje titulado “Yo elijo mi muerte” en que se abordaban los últimos días de una enferma terminal suiza –
Josiane Chevrier- que, aquejada de tremendos padecimientos físicos y psíquicos, había decidido dejar de vivir y había pedido ayuda para hacerlo. La diferencia en este caso es la nacionalidad de la mujer, pues en Suiza no es delito la asistencia a un suicidio voluntario, aunque quienes lo practiquen no pertenezcan a la profesión médica.
La asociación
Exit, que fue la que la ayudó en su suicidio asistido, tardó cuatro meses en aprobar la petición de Josiane. Antes fue necesario comprobar que la mujer reunía los requisitos que esta asociación exige a los que reclaman ayuda para suicidarse: capacidad de discernimiento, que la demanda sea seria y repetida, que padezca una enfermedad incurable y mortal y que además ésta acarree grandes sufrimientos físicos y psíquicos.
Por fin, un día, acompañada de una de sus tres hijas y una nieta –de las otras dos se había despedido la noche anterior con una cena: no quisieron asistir a una acto que veían como desgarrador- dos acompañantes de
Exit, voluntarios, le preguntaron si estaba verdaderamente decidida. Josiane lo estaba. Le dispensaron dos píldoras que tienen como objetivo abrir la digestión e impedir los vómitos. Se despidió de sus familiares y amigos y posteriormente se tomó, mezclado con zumo de naranja, una dosis letal de 10 gramos de pentobarbital. La paciente lo ingirió y se quedó dormida. Poco después murió.
Este reportaje me conmocionó y abrió en mí intensas reflexiones. Josiane estaba ya en un punto en que sus padecimientos eran insoportables. Tenía un tumor en el pecho que ya le había alcanzado la garganta. Consumía de forma masiva morfina. El mal había alcanzado la fase de “necrosis nauseabunda” y su cuerpo ya olía a cadáver por el estado de putrefacción que había alcanzado. Me dije que lo que había obtenido legalmente Josiane debía ser un derecho universal, amparado por la ley. Pienso en esos enfermos terminales experimentando sufrimientos horrorosos y creo que tendrían que tener derecho a acabar su vida dignamente, optando libremente, por el suicidio asistido.
No es un tema fácil, sobre todo si está implicado alguien querido. Los familiares y médicos tienden a prolongar, por encima de esperanzas reales, la vida del enfermo. Les resulta una carga insoportable tomar la decisión, no amparada por la ley en la mayoría de los países, de la eutanasia "pasiva" y ya no digamos "activa".
En España se han ido aprobando recientemente en las distintas comunidades el llamado “testamento vital” o “documento de voluntades anticipadas” en el que una persona mayor, con capacidad suficiente y libremente, expresa las instrucciones a tener en cuenta cuando las circunstancias que concurran no le permitan expresar personalmente su voluntad cara a no mantenerlo vivo artificialmente por encima de expectativas razonables. Dicho documento ha de ser firmado ante notario o ante tres testigos mayores de edad, y que al menos dos no deben tener relación de parentesco ni relacionados por relación patrimonial.
La asociación
Derecho a morir dignamente, legalmente registrada en nuestro país, tiene como objetivos los siguientes:
1. Promover el derecho de toda persona a disponer con libertad de su cuerpo y de su vida, y a elegir libre y legalmente el momento y los medios para finalizarla.
2. Defender, de modo especial, el derecho de los enfermos terminales a, llegado el momento, morir pacíficamente y sin sufrimientos, si éste es su deseo expreso.
Algunos datos:
• En 1997 una encuesta del
Centro de Investigaciones Sociológicas dice que el 67 % de la población pide la despenalización de la Eutanasia en España.
• El 65 % de los médicos y el 85 % de las enfermeras reconocen que han recibido la petición de pacientes de morir antes, mediante suicidio asistido o la eutanasia.
• En España a través del instituto IOLAW (
www.iolaw.org) en el año 2002 se hace una encuesta a abogados de diferentes países. En España el 73,18% responde positivamente a la pregunta “¿Cree que la eutanasia es un derecho fundamental del la persona?”
• El 60 % de los médicos apoyan un cambio de ley “para permitir a los enfermos pedir y recibir el suicidio por un médico y/o la eutanasia activa.
Esto no es más que una pequeña muestra de datos recogidos por la web de Derecho a morir dignamente. No hay duda de que una mayoría social y profesional quiere ver reconocido un derecho que no obliga a nadie, sólo faltaría, pero que debe contemplar la posibilidad de morir pacíficamente y sin sufrimientos en el caso de enfermedades terminales o crónicas que acarreen sufrimientos insoportables.
El año pasado llevé a mis alumnos de cuarto de ESO a ver
Mar adentro de
Alejandro Amenábar, película que plantea dicho tema en el caso del tetrapléjico gallego Ramón Sampedro. Posteriormente a la película realicé un debate en clase en el que se manifestaron distintas posturas: los que aprobaban el derecho del enfermo a elegir su final, y los que se oponían porque nunca harían eso con un ser querido. Pensaban en su madre o su padre. Es una cruda decisión, lo reconozco, asistir al suicidio de alguien amado. Pero ha de primar la decisión libre y voluntaria del enfermo que no quiere morir padeciendo sufrimientos horrorosos. En el caso de la enferma suiza
Josiane Chevrier creo que se respetó dicha decisión y lo veo, desde mi punto de vista, como algo absolutamente lógico, razonable y profundamente humano, un derecho que debía ser amparado. Creo asimismo que si uno tuviera la opción de saber que puede poner fin a su tortura, probablemente amaría más la vida y no moriría rabiando sino en paz consigo mismo y sus seres queridos. Espero que en las sociedades occidentales se imponga el sentido común y se extienda este respaldo de la ley o que al menos no penalice a los que colaboran con el enfermo.
Hace falta también una pedagogía del saber bien morir. No creo que lo más digno sea agonizar maldiciendo la vida. Es un debate abierto y candente en todas nuestras sociedades y en cada hospital en que se lucha diariamente con esta contradicción.