Caminar por las calles de Santiago de Compostela es contemplar un río de gentes venidas de todos los lugares, algunos andando con dificultad porque han acabado el Camino de Santiago, otros, en cambio, se apuntan a lo que salga y van con el bordón y la concha como recuerdo turístico. Muchedumbres por todas las rúas de la ciudad que decoran una ciudad cosmopolita y fuerte foco de atracción humana.
Pero a mí, lo cierto es que me atraen los lugares poco frecuentados, sin aglomeraciones, un poco como en la periferia. He llegado aquí tras nueve días de viaje exterior e interior. Ha sido un recorrido que comenzó en Vigo donde tomé un barco en dirección a las islas Cíes como decía en mi anterior post. Allí había también multitudes pero uno podía apoderarse de las playas al atardecer, hacia las ocho de la noche, cuando todo el mundo había marchado pero aún hacía bastante luz. Era un placer pasear con los pies en el agua por la playa de Rodas, una de los arenales más bonitos del mundo. A esa hora sólo estabamos las gaviotas y yo, centenares de gaviotas que planeaban delicadamente en el aire. Me absorbía buenos ratos contemplando su vuelo grácil y majestuoso y su posarse en las playas buscando algún crustáceo o marisco que llevarse a la boca.
Las islas Cíes forman parte con el archipiélago de Ons, el de Sálvora y el de Cortegada, del nuevo parque Nacional de las islas atlánticas de Galicia. He conocido dos de las islas Cíes y la isla de Ons, en pleno Atlántico y en medio de las rías de Vigo y Pontevedra.
Pasé tres noches en Cíes y dos noches en Ons. Iba con tienda de campaña. No sé con cuál me quedaría. Cuando llegué a Ons procedente de Sanxenxo en barco venía con la información de que Ons era una isla más salvaje que Cíes y sobre todo más hippie. Aquello me intrigaba. Nada más desembarcar en Ons te atienden los guías del Parque que te explican características de la isla y la posibilidad de hacer distintos recorridos marcados con colores. Lo primero que ves es el pueblecito con dos o tres restaurantes, un par de puestos de artesanía, la iglesia nueva y una exposición fotográfica de Staffan y Michael Mörling sobre la isla hacia 1966-72. Entonces vivían unas trescientas personas y formaban una comunidad en gran parte viviendo aislada del continente. Vivían de la pesca y de la agricultura. Uno de los dos fotógrafos suecos se afincó en Ons y se casó con una lugareña, una muchacha muy guapa. Veo la exposición con fascinación. De pronto un lugar en el mundo, lejano y distante empieza a llenárseme de vida. Una de las fotos era de un bebé muerto ataviado en un altarcillo con una candela encendida. Alguien me habla de los niños muertos y su fuerte presencia en el cementerio del pueblo. Cogi mi cámara y fui al cementerio y comprobé en un lugar misterioso, sólo flanqueado por dos gaviotas en la espadaña de la ermita aledaña, que es cierto, que hay una decena de pequeñas tumbas diminutas con la edad de los bebés (pocos meses o recién nacidos).
Todo esto me lleva a indagar por la vida de la isla, por sus costumbres, su modo de vivir, sus peripecias... También recorro la isla de norte a sur y de este a oeste. Ayer me acerqué peligrosamente a la zona de cría de las gaviotas (hay unas seis mil parejas) y observé que unas treinta o cuarenta gaviotas se pusieron encima de mí volando cada vez más cerca. Sus graznidos eran agresivos como si me dijeran: No sigas, detente, vuelve atrás o te atacaremos. La situación se hizo muy tensa hasta que, entre vuelos rasantes de las más audaces, volví atrás. Entonces se calmó la situación...
Este es mi modo de viajar en solitario. Experimentar emociones, observar, escuchar, preguntar, indagar... y, sobre todo, luego recogerlo por escrito en un diario de viaje que he titulado Cuaderno del Noroeste. Hace tiempo que no creo que exista distinción entre turista y viajero, pero cuando viajo en soledad necesito conocer en profundidad las tierras que piso, necesito fundirme con paisajes y gentes y lueg0 plasmarlo por escrito a todos los niveles, incluidos los sueños de la noche, que también forman parte de la historia, porque un viaje, un auténtico viaje, se incorpora a tu historia personal y al mundo de tus ficciones más íntimas.