He leído en una entrevista que solo
las fondues han envejecido peor que los blogs. Yo he vivido el mundo bloguero
desde octubre de 2005 cuando apareció Profesor en la secundaria y he llegado hasta
ahora, tras año y medio sin publicar en que he vuelto para ser consciente de la
realidad de este mundo abocado a la desaparición, sustituido por otras redes
sociales menos explicativas y disertativas o simplemente nada. Es como si se
hubiera perdido el ansia de intercambio ideológico, ese furor que invadió
internet, cuando era una novedad, en la primera década del siglo o en los
primeros años de la segunda década. Había hambre de ideas, de intercambio de
argumentos y pareceres. Todo eso ha desaparecido y los blogs que subsisten, que
son pocos comparado con entonces, son o bien minoritarios o mayoritarios pero
sin mucho espíritu crítico. Las ganas de debatir han pasado o son bien
marginales reducidas a un pequeño grupo de incondicionales.
En la decadencia y muerte de los
blogs hay la manifestación de un proceso de desgaste de la palabra como
elemento de comunicación. Actualmente, la red que triunfa es Instagram donde no
hay palabras, solo imágenes, memes o vídeos… En un momento se pensó que Internet
sería la gran revolución que continuaría la de la invención de la imprenta por
el intercambio y el trabajo en red que suponía. Yo me di cuenta en seguida que
mis alumnos, hacia el año 2008 o así, no tenían los blogs como herramientas que
los representaran. Les propuse crear blogs pero la mayoría desaparecieron en cuestión
de pocas semanas, dejaron de renovarse en seguida. No era un lenguaje para los
teenagers, eso sin duda. Demasiado bla bla bla. Pocos años después aparecieron
las redes que los representaban como Snapchat y, por fin, Instagram.
No hay nada que lamentar. Las herramientas
tecnológicas nacen, crecen y mueren. Los blogs son para gente mayor no para los
jóvenes e incluso aquellos se han cansado de exponer argumentos para intentar
persuadir a los otros. Sin embargo, esto es un proceso que tiene sus
implicaciones políticas, creo yo. Todos nos hemos acostumbrado a publicar en
redes sociales en que se limita la participación a los que son o piensan como
nosotros. Se elimina a los disidentes bloqueándolos. Facebook o Twitter son
artilugios en que solo aparecen las personas de nuestro club ideológico, lo que
nos hace creer en la universalidad de nuestra doctrina. Yo decidí darme de baja
de todas las redes sociales hace más de un año a pesar de ser usuario desde los
comienzos de las mismas. Eran demasiado sesgadas, no se soportaban las voces
disidentes, solo se buscaba la aquiescencia y la unanimidad. Y eso no me gusta.
Ahora solo quedan, como he dicho,
imágenes y redes que funcionan creando fake news para alimentar los odios y
resquemores de los usuarios. Internet ha perdido el carácter de lugar de
encuentro y de intercambio universal.
En el adelgazamiento de la palabra,
en su reducción a la mínima expresión, ha coadyuvado la deriva de la sociedad.
En este momento somos así. Estamos en un momento de espera. Todas las redes
sociales han envejecido, hay un hueco enorme para sustituir a Facebook, Twitter
o Instagram, ya no digamos a los blogs que son verdadero paleolítico. Supongo
que en eso están trabajando mentes brillantísimas desde Silicon Valley a
Shangái. Todavía falta nacer la red que sea la que represente mayoritariamente
a los jóvenes y personas de mediana edad de los años veinte del siglo XXI.
¿Cuál será?
¿Y mi blog? Carne del pasado, pesado
artilugio de ideas y palabras que no tiene ya mayor utilidad que la de distraer
al usuario que no sabe si despedirse o ponerse a pensar en una red nueva sin
palabras, más allá de las imágenes, mezcla de realidad virtual y aumentada que
necesita la tecnología 5G. ¿Acaso todo está ya inventado? No creo. Pero ¿acaso no seremos ya viejos para entenderlo?