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viernes, 1 de noviembre de 2019

El profesor de literatura (Cuento de horror)



El profesor de literatura entra en el aula sin que nadie advierta su presencia, tan invisible resulta para sus alumnos que viven momentos de jolgorio colectivo gritando y dando alaridos, subiéndose a las sillas, peleándose entre ellos, asomándose a la ventana y llamando a compañeros que están haciendo gimnasia, pisando los numerosos papeles en el suelo… El bullicio es infernal y nadie se ha dado cuenta de que el profesor ha entrado en clase. Este se dirige a su mesa, llena de papeles arrugados y escupitajos que han ido echando tras la clase anterior. Esta es la imagen que el profesor da como persona de autoridad. Deja su cartera en un rincón de la mesa, respira hondo, y mira el escándalo de la clase que no amaina pese a que él ya está en su posición y mira pacientemente hacia el infinito esperando que el bullicio estrepitoso vaya decayendo, pero no es así. Al cabo de cinco minutos ha aumentado si cabe y el profesor sigue como un fantoche mirando a sus alumnos para ver si estos bajan de las mesas y dejan de empujarse y gritar como posesos. La puerta de la clase está abierta. El profesor atraviesa el aula y llega a la puerta que trae hacia sí y la cierra con la llave que ha sacado del bolsillo. Ya nadie podrá salir de allí…

El profesor, a punto de la jubilación, piensa que es un momento óptimo para lo que va a pasar allí en escasos segundos. Vuelve a su mesa y saca de una cartuchera que llevaba en su cartera una pistola Glock de calibre medio, quita el seguro... En este momento el griterío se ha ido apagando cuando han observado la escena del profesor con una pistola. Parecía que no lo miraba nadie, pero hoy ha ocurrido algo inesperado y tienen la intuición de que hoy se van a divertir. El profesor eleva la pistola en el aire –el silencio se ha hecho de repente profundo- apunta cuidadosamente a la masa de alumnos y dispara un tiro que atraviesa la cabeza del mayor creador de caos en el aula. Su cabeza explota como un melón y la sangre salpica a los que están alrededor. Jonás cae en el suelo, pero nadie se atreve a gritar porque el profesor les vuelve a apuntar y les hace la señal de que levanten las manos algo que todos hacen inmediatamente, sin dudas. Por primera vez, un gesto sutil del profesor es inmediatamente obedecido. El cuerpo de ese alumno homosexual que torturaba al profesor indefenso ya es historia. Hay un gran charco de sangre alrededor de él. El profesor les indica que se sienten y que saquen material para tomar apuntes. Todos lo hacen sin vacilar. Están esperando que alguien vaya en su ayuda, pero el instituto está vacío porque la mayor parte de los alumnos han salido de excursión y nadie ha escuchado el disparo o lo han confundido con la explosión de un neumático. Están solos ante un hombre del cual se desconoce su grado de locura pero mejor no tomárselo ya más a chacota.`

El profesor da la clase durante el resto de la hora. Les habla del valor de la literatura como espejo de la sociedad y de los sueños. Ellos toman apuntes sin pestañear mientras las moscas van llegando a la sangre pringosa de Jonás. Están tan aterrorizados y a la vez tan fascinados que no piensan en nada y por primera vez escuchan con interés las palabras del profesor ahora cargadas de autoridad. La literatura,  en palabras del profesor,  les lleva a la Odisea y el retorno de Ulises a Ítaca tras diez años de periplo, siete de los cuales en poder de Calipso, hija del Titán Atlas y reina de la hermosa isla de Ogigia,  que le ofrece la inmortalidad a cambio de que él renuncie a la vuelta a su isla y a Penélope. Pero Atenea escucha los ruegos del héroe y al final la ninfa lo deja marchar. Les habla, ya en su patria,  de la venganza de Ulises sobre los pretendientes, cómo los va matando a todos con el arco que él solo puede tensar… Telémaco reconoce a su padre… La violencia es terrible y la venganza de Ulises les parece excesiva pero la sangre de Jonás hoy da a la clase un significado muy especial. La literatura no es broma. Varios desean leer algún día la Odisea… Luego el profesor, que parece haber concluido, se agacha junto al cuerpo yerto de Jonás y moja sus dedos en la sangre del muchacho y va a la blanca pizarra electrónica y escribe una palabra con la sangre, cuando esta se le acaba, moja de nuevo su dedo en el charco viscoso… Les señala la palabra y ellos por fin entienden… La palabra es “confines”

Cuando suena el timbre, la clase acaba pero ninguno se mueve por lo magnetizados y horrorizados que están. El profesor ha dado la clase de su vida. Vuelve a sacar la pistola ante el silencio espantado de sus alumnos que por primera vez sienten horror y también simpatía por ese hombre que está ante ellos al que despreciaban. El profesor se pone la pistola en la sien y les dice: “No olvidéis nunca esta clase. Cuando tengáis dudas, recordadla. Os he dado el mensaje más importante que recibiréis en vuestra vida”. Y dispara, su cráneo estalla en medio del espanto generalizado. Algunos cerraron los ojos, pero la mayoría asistieron impávidos y resignados a la autoejecución del profesor de literatura.

Allí acabó la clase. Y no la olvidaron jamás.

Pronto sonaron las sirenas de la policía.

lunes, 28 de octubre de 2019

El misterio del tiempo: Roman Opalka



Suelo leer la sección de Obituarios de El País. Hay veces que los articulistas escriben auténticos textos creativos evocando la figura del personaje desaparecido. El día 31 de agosto, leí un texto insospechadamente hermoso firmado por Nacho Meneses. Lo enlazo para que tengáis ocasión de apreciarlo. En él se glosa la personalidad y la filosofía de un artista de origen polaco -Roman Opalka- afincado en Francia al que no le gustaba viajar. Dedicó su vida a algo que, cuando lo conocí, me conmovió profundamente. Desde 1965 pintó 233 cuadros siempre del mismo tamaño,  a los cuales llamaba detalles. En ellos escribía una secuencia de números que se iniciaron en el 1 hasta llegar al final de su vida al número 5607249. En cada detalle pintaba unos veinte o treinta mil números con un pincel del número cero, siempre del mismo tamaño. Comenzó con pintura blanca sobre fondo negro, luego pasó al fondo gris, y hacia 1972 empezó a aclarar el lienzo un uno por ciento cada año hasta llegar al blanco sobre blanco.

Al final de cada sesión se fotografiaba siempre en la misma posición y con la misma iluminación con lo que se ha registrado su envejecimiento a lo largo de 46 años hasta que el 6 de agosto, murió Roman Opalka en Roma. Es la secuencia de autorretratos



Su obra artística es una secuencia orgánica de números y su ejercicio filosófico una densa meditación sobre el infinito, el misterio del tiempo y la muerte. Estamos a punto de no ser mientras somos. En este equilibrio inestable transcurre nuestra vida.

No sé por qué me ha conmovido tanto la aventura existencial y artística de alguien que se limitó -eso sí apasionadamente- a lo largo de casi medio siglo a pintar secuencias de números que por necesidad habrían de tener un final como así ha sido. Opalka, ya muy débil al final de su vida, pintaba incluso por la noche apenas pudiendo sostener el botecito de pintura y el pincel del número cero. Todo está documentado ya que a partir de 1972 empezó a grabarse la voz recitando los números que iba escribiendo, de modo que dejó constancia del cambio de timbre y modulación que en su voz tuvieron lugar  a lo largo de las cinco décadas, hasta cuarenta y seis años, haciendo siempre lo mismo con una obstinación enamorada. Son los mismos Episodios Nacionales que publicó Benito Pérez Galdós, y en el fondo me parecen igualmente tareas titánicas que pueden parecer carentes de sentido. Pero a mí me parece que lo tienen y muy profundo. Cada cuadro es diferente, cada número responde a un instante distinto de su vida, cada color revela un año más hasta llegar al blanco sobre blanco, proximidad quizás del infinito en su mayor cercanía a la muerte. Es una obra de arte equivalente a la vida, es la vida misma contemplada en su devenir, tal vez con una percepción mística en la fusión del ser humano, el tiempo y la infinitud. No sé si Frikosal, entendería esta obra como "espiritual" en el sentido profundo del término, sin necesidad de Dios, abierta a la oscuridad y a la luz o a la totalidad. 

No hay nada como proponerse algo aparentemente absurdo y llevarlo hasta sus últimas consecuencias durante toda una vida. ¿Para qué? ¿Para qué diablos escribía números? ¿Hay algo imaginativo en ello?  ¿Cuántos números podría llegar a escribir? Ese número último era el misterio supremo, lo que toda su vida había anhelado alcanzar y aparece así cargado de densidad y a la vez es absolutamente trivial. Aquello no tenía ningún sentido tal vez, o tal vez sí. No sé. Considero aquello como una hazaña extraordinaria equiparable a los descubrimientos de los grandes viajeros que llegaron al corazón de África o al polo pero sin moverse de su estudio. Odiaba viajar. Me hubiera gustado conocerle en persona y asistir a la elaboración de uno de sus detalles, en silencio, mientras él recitaba dígito a dígito y pintaba a la vez. Tal vez alcanzó el vacío mientras pintaba. No he leído nada sobre él salvo el artículo arriba citado. Es difícil saber qué tipo de artista fue. Otro artista catalán -Joan Brossa- utilizó el alfabeto como elemento de reflexión artística y filosófica. Sus poemas visuales eran letras, especialmente la A. No era pintor, esto siempre quiso dejarlo claro. Opalka tal vez tampoco fue pintor, pero no me cabe duda de que fue un gran artista. No he visto, obviamente ninguno de sus cuadros, pero el solo relato de su epopeya me ha emocionado y no sé muy bien por qué. Si el objeto del arte es provocar una emoción estética o filosófica, Joan Brossa y Roman Opalka, lo han conseguido conmigo.

(Este post fue publicado inicialmente el 1 de septiembre de 2011 en el blog.)

viernes, 25 de octubre de 2019

¿Confiar en los sentimientos?




Ayer me llevé una desagradable sorpresa con el whatsapp. Por la mañana había enviado un mensaje breve a un amigo del que me habían dado su número pero en el que no contestaba vía telefónica. Hace más de diez años que no lo veo. Le dije en mi mensaje que tenía ganas de hablar con él y que le enviaba un abrazo, poco más. Para mi terrible sorpresa por la tarde recibo una contestación que me dejó helado. Por lo que se ve este número no es el de mi amigo y yo lo había enviado a un número desconocido: Viejo asqueroso, no soy más que un niño, nadie te quiere, pedófilo de mierda.

Me quedé sin habla durante unos minutos. No entendía cómo se había podido producir semejante cruce de perspectivas. Borré el mensaje porque me hacía daño y el teléfono para no volver a creer que era el de mi amigo.

Luego me vinieron reflexiones sobre esto. Yo desde luego ignoro a quién le había enviado el mensaje, por otra parte tan plano y convencional, pero reaccionó con una intensidad terrible, y supongo que lo hace, alertado por el miedo compartido a cualquier tipo de amenaza por parte de sus padres, colegio, compañeros, etc.

He leído recientemente un largo ensayo titulado La transformación de la mente moderna, firmado por dos buenos estudiosos americanos, Jonathan Haidt y Greg Lukianoff. En él se alerta de la hiperprotección de los niños para evitarles cualquier tipo de peligros reales o imaginarios –es difícil de deslindar- algo que los hace extremadamente frágiles, y en lugar de buscar su lado de “antifragilidad”, la fomentamos creyendo que así los protegemos.

Uno de los ejemplos que ponen los autores es la política de prevención de los cacahuetes en los Estados Unidos. Se ve que había un pequeño grupo de personas afectadas por alergia a los cacahuetes. Para evitarlo se desató una campaña nacional de modo que no aparecían los cacahuetes en ningún lado. Esta falta de exposición a la sustancia potencialmente alergena, hizo que se disparara el número de personas que no los toleraban y llega ahora a ser del 15 o 16%. Al intentar protegerlos los hemos hecho más frágiles.

En segundo lugar, se nos dice sistemáticamente que confiemos en los sentimientos –es el razonamiento emocional-. He buscado en internet y en todos los enlaces que he encontrado se habla de la conveniencia de confiar en los sentimientos. Si sientes que algo va mal es que probablemente vaya mal. Si te sientes ofendido es que entonces debe haberse producido una ofensa.Ese nivel de intuición primaria puede llevarnos a algún acierto pero también a muchísimos errores. 

Pero, realmente ¿podemos confiar tanto en los sentimientos? ¿Acaso los sentimientos no nos engañan sistemáticamente? ¿No puede dar a unas mentalidades asustadizas e hiperfrágiles que terminan viendo peligros donde no los hay, ofensas donde no ha habido intención, agresiones donde no ha habido nada de eso?

Pienso en esos sentimientos nacionalistas de “efervescencia colectiva” cuando un grupo de personas se reúne y alcanza un alto grado de unión emocional en manifestaciones multitudinarias. Es el identitarismo. Se creen en mitos y se ven claramente agresiones donde no ha habido sino la intención contraria, la del encuentro. Se tejen miedos colectivos, sentimientos de identidad agredida que no son sino paranoia colectiva. Es muy difícil sustraerse a eso porque es muy sencillo, afecta a una forma de sentir que es estimulada constantemente por los medios de comunicación y las redes sociales. Si te sientes ofendido, es porque sin duda lo han hecho con plena conciencia e intención. Buf. ¿No es terrible? Y se reacciona con odio, con agresividad, con ira, frente a la agresión fabulada.

¿No hay acaso que relativizar los sentimientos y pararse un momento para decidir racionalmente qué ha pasado? Sé que es muy fácil sentirse agredido u ofendido, fácil y cómodo, para no tener que pensar más allá, pero es este el nivel primario de reacción que nos están inyectando por todas las vías.

Son tres las falsas ideas a que nos están exponiendo, y todas son muy peligrosas. He mencionado dos: Eres frágil, lo que atenta contra tu fragilidad es negativo, evítalo. Confía en tus sentimientos. La tercera es El mundo se divide entre buenos y malos. Da lugar a adolescentes frágiles por la hiperprotección que han recibido, a universitarios que no aceptan que en su campus existan otras opiniones que no sean las que ellos tienen.

Un cierto nivel de adversidad es necesario para la vida aunque como padres queremos evitarlo. No podemos estar siempre protegiéndonos de enemigos potenciales. Terminamos dividiendo el mundo entre buenos y malos, y así las redes sociales han creado enormes burbujas en que solo nos relacionamos con los que sienten como nosotros, no hay lugar a la disensión. Todo es para proteger nuestros sentimientos y que no sean agredidos. No parece que el diálogo racional esté ya en funcionamiento en nuestras sociedades. Solo hay sentimientos encontrados y cada vez más asqueados mutuamente.

Jonathan Haidt y Greg Lukianoff sostienen que si alguien hubiera querido destruir la democracia, habría inventado las redes sociales, lugares en que se dan los tres errores o falsas ideas que he mencionado.

miércoles, 16 de octubre de 2019

Propuesta de proyecto de inducción a la lectura para un instituto del área metropolitana de Barcelona.




La primera premisa que has de conocer, alumno crédulo, es que te dicen que leer es muy bueno para tu formación, tu moralidad y cultura, pero desde aquí se te niega la mayor. Los libros que lees en general son una mierda, no son auténtica literatura. Los profesores para hacerte lector te ofrecemos productos de aluvión que pretenden moldearte psicológica, moral y socialmente para que estés del lado del poder. El poder quiere individuos sumisos, no de fuerte personalidad, quiere que seas obediente a las consignas vacías que lanzan sus líderes, que te movilices cuando ellos – o sus organizaciones aparentemente populares- te lo ordenan, y así serás combativo de la manera que ellos quieren.

Al poder no le interesa para nada la auténtica literatura, y a decir verdad, a ti tampoco. Estás descubriendo que te gusta el gregarismo, ser igual que los demás, sentir igual que ellos, vestirte como ellos y publicar tus fotos en Instagram igual que todos.

Te han contado que si lees –los libros que ellos quieren que leas para moldearte a su gusto- te divertirás mucho, que leer es muy divertido, que correrás muchas aventuras sin moverte de tu silla, y así cada día te concederán veinte minutos de clase para que leas. Pero ¿acaso leer es divertido, necesariamente divertido? ¿La diversión es el criterio rector para la lectura? Solo de pensarlo me enervo. La diversión es superficial y epidérmica, pasajera. Los verdaderos libros son los que te desafían aun a riesgo de no gustarte nada, los verdaderos libros son exigentes no complacientes, los verdaderos libros son los que te cambian de arriba abajo y que desmontan tus certezas. Tú dirás que por qué los profesores de lengua recomiendan malos libros. Primero habría que preguntarse si esos políticos que obligan a que leas imperativamente veinte minutos son verdaderamente lectores pero más bien pienso que los políticos no son lectores, y lo son poco los responsables de los departamentos de educación, y dudo mucho que los profesores que tienes lo sean de verdad saliéndose de los libros fáciles y acomodaticios.

La experiencia lectora es compleja y no sencilla. Te pasas toda la vida intentando entenderla y viene un autor y te la desmonta y tienes que volver a empezar sin apenas puntos de referencia. ¿Es eso lo que queremos? ¿No queremos más bien que vengan escritores a demostrarnos que tenemos razón y que estamos en lo cierto? ¿No queremos que nos diviertan sin ningún riesgo, como una serie más de adolescentes en que aparentemente pasan muchas cosas, pero en realidad no ha pasado nada? ¿Qué es pasar algo, entonces, me dirás? Notas que pasa algo cuando sientes que el suelo se volatiliza bajo tus pies y te sientes al borde de un abismo y has de reaccionar. Un buen libro es un hacha para desbrozar el camino en medio de la selva espesa y la oscuridad. Un buen libro no te da certezas, más bien nuevas inquietudes, no se rinde a lo fácil, te hace pensar, es una cadena en la secuencia de la inteligencia de la humanidad que viene desde los griegos, tal vez antes. Un buen libro es tan oscuro como luminoso. No te viene a consolar para decirte que todo está bien, que confíes en tus sentimientos; no, te deja solo y sientes aprensión, inquietud, perplejidad…

Los dirigentes políticos, las redes sociales –esa manera tan burda de amaestrar a las sociedades-, las grandes empresas tecnológicas han diseñado un hombre para el futuro, un ser tan inane como superficial al que hay que contentarle constantemente mediante likes que sostengan su escasa credibilidad en sí mismo. Y ese, querido alumno, eres tú. Ese que odia la lectura, al que le cuesta mantener la atención, que no ve más allá de la pantalla de su móvil, que se mueve adonde le mandan aunque se crea muy personal, ese al que le han dicho que la rebeldía es ver series e ir a manifestaciones gregarias, ese al que le gusta que le complazcan y que le adulen permanentemente, ese que cree tener muchos amigos y contactos, ese que no quiere riesgos intelectuales que le lleven a sentirse inerme y solo. Ese eres tú, y la mayoría de tus profesores. Queremos tranquilidad, estabilidad, que nadie nos asuste con cosas que no tienen solución como el cambio climático o la desaparición de los corales y los bosques. Te hacen creer que las patrias son más importantes que eso y te movilizan y tú, como un borrego, asientes para librarte de clase. La literatura no es eso. La literatura es un sentimiento de desamparo radicalmente individual…

Es por eso que te recomiendo que no leas auténtica literatura. Leer es demasiado arriesgado para tu frágil psique, no es cómodo y además te gusta estar donde está la gente, y que te den likes, y parecer sexy y demostrar que tu vida es maravillosa y que estás integrado en el grupo. La literatura es un camino solitario. No te la recomiendo. Puedes hacer como que lees en esos veinte minutos o dedicarte a perder el tiempo leyendo esas obritas simples y facilonas que te damos los profesores para no asustarte y halagar tus ganas de diversión.

Si hubiera algún auténtico salvaje, temerario y loco, que empiece con Bartleby el escribiente de Herman Melville, ahí tenéis un libro verdaderamente literario, tan lleno de incógnitas que no sabréis que pensar ante un personaje como él, pero no os lo recomiendo porque tal vez os asustéis y hasta penséis que no pasa nada como si tuviera que pasar algo para que pase en realidad.  

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