Hoy hemos recibido en mi instituto una
charla de casi tres horas sobre Gestión
del aula por parte de un profesor jubilado que nos ha expuesto su visión
articulada de la docencia en un power
point muy bien montado. Nos ha enseñado cómo acercarnos al aula, cómo se
adquiere la autoridad, cómo acercarnos emocionalmente a nuestros alumnos
adolescentes, cómo gestionar los conflictos, ha hablado del aprendizaje
cooperativo, etc. Todo de forma amena y razonable. Nada que objetar al ponente, que ha venido de modo
altruista a formarnos en esa conducción difícil que es el aula. Sin embargo, yo, que he estado dibujando mientras él exponía en lugar de tomar apuntes, me he
quedado perplejo ante uno de sus planteamientos, que él entendía inherentes al
aula, que es el modelado cognitivo.
Ahí no he podido reprimirme y he saltado. Le he hecho la observación de que
nuestros alumnos soportan diariamente seis horas de materias distintas sobre
temas que no les interesan, ante lo cual desconectan activa o pasivamente, o no
pueden seguir por su ciclo de atención las explicaciones de un profesor que
pretende enseñarles conocimientos y modelarlos
cognitivamente. El ponente ha saltado con fuego en los ojos sobre mí. Mi
dardo envenenado ha llegado hasta el núcleo de su discurso y ha aparecido un
orador autoritario que venía a modelarnos
cognitivamente aunque varias veces ha sostenido que no venía a dar
lecciones a nadie.
¿Es la escuela un lugar de modelado cognitivo? ¿Hemos de modelar cognitivamente a nuestros
alumnos? Peliaguda cuestión que me lleva a pensar que detrás de la mayoría de
profesores hay personajes autoritarios que pretenden proyectar su visión del
mundo más allá de los contenidos de sus materias. Los alumnos no son tontos y
perciben esto, de modo que se adaptan maleablemente a cada intento de modelado cognitivo y en sus respuestas y
su modo de actuar aparentan someterse a dicho intento y dicen al profesor
generalmente lo que quiere oír. Y le responden en los exámenes cómo creen que
deben contestarle a ese profesor. No quiero decir que estudien, no, no lo hacen
en su inmensa mayoría, pero se acomodan camaleónicamente ante ese modelado
implícito que hay en el autoritarismo del profesor. Siento vergüenza cuando los
alumnos intentan argumentar por medio de sus representantes en una Junta de Evaluación. A veces no lo
hacen mal, aunque no lo practican con frecuencia. Saben que es inútil. Intentan
hablar sobre los exámenes o sobre cualquier profesor y toda la Junta de Evaluación se arroja sobre
ellos machacando sus argumentos. Somos diez profesores y ellos solo son dos en
territorio ajeno y tienen que callarse. Esta escena es frecuente cuando los
alumnos quieren expresar algún punto de vista que incomoda a algún profesor.
La escuela no enseña a pensar. Nada hay
más ajeno a la escuela que el ejercicio del pensamiento. Por más que todas las
tendencias pedagógicas propugnen esto como objetivo central. Los profesores no
enseñan a pensar. Lo que intentan es introducir conocimientos en esas mentes
aparentemente moldeables. Inyectar conocimientos, amablemente, como nos decía
hoy el ponente, acercándonos a sus problemas emocionales, pero no mostrar cómo
se piensa con método, algo que exige un clima de libertad en el aula que forma
parte de una institución autoritaria, en un edificio, rodeado de rejas, con
horarios estrictos, con reglamentos meticulosos, y una colección de profesores
que lo que buscan es modelar
cognitivamente a los alumnos como si fuera una fábrica que pretendiera un
producto socialmente aceptable. Estamos, por tanto, fabricando mentes que se
adapten al sistema productivo y a una sociedad dada. Nadie está interesado en
enseñar a pensar. Quizás la materia de
filosofía es la más apropiada para ello y tal vez sea la única que
resista los embates autoritarios. Quiero pensarlo.
Rascas en un profesor y surge un
personaje con sus conflictos, con sus manías, con su Weltanschauung personal. Y el aula es la expresión de esa tiranía
leve, puesto que los alumnos sortean dicha pretensión de mil y una maneras. La
más sencilla es no escuchar, no atender, desconectar. Otras son más combativas
y surgen los conflictos en el aula ante la zozobra del profesor que intenta
reconducir la situación. No es que están inermes los alumnos, no. Tienen sus
artilugios de defensa mental ante esa invasión de su propia intimidad. Y lo
cierto es que nuestra visión por un oído les entra y por otro les sale. El modelado cognitivo se queda en un
intento muchas veces fallido. Pero no por eso deja de ser un propósito llevado
a cabo con aparente amabilidad.
El desafío es enseñar a pensar junto a
los conocimientos que les proporcionamos. Normalmente creemos que lo que
tenemos que hacer es embutir cuantas más unidades de conocimiento posibles en
esas mentes moldeables, y comprobamos con desolación en los exámenes, que es
bien poco lo que queda. Y nada de un curso a otro. Y pensar no es una prioridad
en ningún caso. Nadie quiere tener alumnos que piensen, sobre todo si piensan
diferente a lo que el ponente expone. Hay que llevarlos a algún sitio, conducere, que eso es educar. No los
educamos para que sean libres y pongan en cuestión nuestro mundo, ni para que
sean creativos rompiendo amarras con la lógica y la coherencia formal. No
queremos pequeños pensadores incontrolados y así la escuela desde el principio
pretende enseñar y modelar, dar
forma. La escuela va matando así la creatividad y el libre pensamiento, y
cuando llegan a cierta edad ya están adocenados, y adaptados al sistema. Por
suerte, esto a veces falla y surgen rebeldes intelectuales y artísticos que
vuelan por su cuenta.
El problema es saber esto y querer
convertir el aula en un espacio de rigor y libertad. ¿Sabrán entender los
muchachos ese bien tan poco deseado en la escuela que es pensar de modo
radicalmente libre, en unión de los conocimientos imprescindibles para ello? Al
menos lo vamos a intentar. Que el pensar libremente sea un hábito del aula.
Aunque el docente se vea cuestionado intelectualmente si surge inopinadamente
un pequeño dictador que pretenda modelarlos cognitivamente.
El dibujo de arriba lo he hecho mientras el ponente pretendía modelarnos cognitivamente.