Páginas vistas desde Diciembre de 2005




martes, 25 de octubre de 2011

Saturación tecnológica


En mi instituto hubo un proceso apresurado de adopción de un programa impulsado por el Departament d'Educació en que se dotaba a los alumnos de un portátil, sufragado con fondos estatales en un cincuenta por ciento. Esto era un total de 150 euros. Este ordenador suplía a los libros de papel que solían valer unos trescientos euros. Los libros digitales, vendidos como paquetes de todas las asignaturas, eran notablemente más baratos.

El resultado que he visto en el segundo año de implantación de la enseñanza digital ha sido decepcionante. Las editoriales digitales funcionan muy mal,  y ello supone que muchos alumnos no tienen conexión adecuada porque no funciona su contraseña o porque no funciona el sistema. Los libros digitales, cuando funcionan, se los ve hechos con premura y sin suficiente consistencia. A ello se une la lentitud de las conexiones wifi, la manipulación de los ordenadores por parte de los alumnos que terminan averiándolos, sea porque introducen programas que no son soportables por los portátiles, sea porque se bajan películas o porque los modifican en contra de las indicaciones de la casa de fabricación. Otra causa es la rotura de la pantalla por caída lo que está bastante extendido. Las empresas que los han vendido no saben o no contestan ante las numerosas averías que van surgiendo.

Además las herramientas tecnológicas con una conexión lenta y en un entorno que está censurado bien sea por insuficiencia de la red o realmente por el cercenamiento  institucional de acceso a páginas potencialmente peligrosas, hacen harto proceloso el acceso a una aplicación de forma generalizada.  

La impericia de los chavales es también otro factor determinante. Se suele creer que los nativos digitales son muy hábiles con la informática y no es necesariamente cierto. En ciertos contextos son unos figuras, pero la realidad en el aula revela una torpeza muy mayoritaria en programas educativos cuyas dificultades no saben resolver y el profesor se enreda intentando aclarar sus problemas concretos. Eso unido a que muchas veces traen el ordenador descargado de batería porque no recuerdan hacerlo en casa.

Una clase programada con herramientas digitales en la realidad es de una pobreza asombrosa y el resultado es de una productividad bajísima, casi uno tiene la impresión de que se está perdiendo el tiempo. 

El problema es que nos hemos acogido a este programa que ya no defiende siquiera el Departament d'Ensenyament por cambio de partido gobernante y estamos metidos en un proyecto que vemos que hace agua por todos lados. No funciona. Una clase en que se presuponga el uso de herramientas tecnológicas es bastante decepcionante.

Sin embargo, ha aparecido en esta revolución un instrumento sorprendente que veo difícilmente reemplazable. Es el cañón de proyección, unido o no a la pizarra digital. El profesor puede proyectar en la pantalla materiales didácticos y hacer una clase productiva e interesante en propuestas ya que está conectado a su propio ordenador donde puede tener enlazados multitud de recursos y enlaces de todo tipo.  

Podemos prescindir de los libros y elaborar nuestros propios materiales utilizando luego el cañón de proyección, pero el uso continuo de ordenadores portátiles en el aula es sumamente distractivo, improductivo y lleno de casuística que lo hace fracasar en la práctica. Ha sido un error mayúsculo del que no sé como saldremos porque para muchos padres ha sido un gasto importante. No veo en la vuelta al libro de texto una solución, sobre todo por su elevado precio no apto para economías muy humildes que son las que dominan en mi centro, y más en una situación de crisis.

Esta es la impresión que tenemos muchos profesores de la implantación del programa 1x1. No funciona. Y lo siento porque yo esperaba mucho de él. El ordenador puede ser un buen instrumento en casa -y a veces en el aula- para conectarse a internet y utilizarlo como procesador de textos, pero en el aula, a pesar de la buena voluntad y el entusiasmo con que partimos, es sencillamente una gran decepción. Casi hay una sensación de alivio para mí y mis alumnos cuando planteo clases en que el ordenador no es necesario. Tengo la impresión, a veces manifestada por ellos de que han terminado hartos de la experiencia digital, que en poco tiempo se ha llegado a eso que pudiéramos llamar saturación tecnológica.

domingo, 23 de octubre de 2011

Acotaciones a Diario íntimo de un abertzale


Esta mañana he dado un largo paseo por la playa, mojando mis pies y hundiéndome en la arena húmeda. El sol de las ocho de la mañana iluminaba un día hermoso en un radiante despertar. Pensaba mientras caminaba en cómo continuar mi post Diario íntimo de un abertzale que ha despertado interpretaciones tan dispares. Hay quienes han sido conscientes, tras algunas dudas, de su carácter ficticio, de ejercicio de punto de vista que se sumergía en la mente de alguien que confesara abiertamente lo que pensó durante largos años de su vida. Dicha confesión apócrifa es inverosímil porque tal vez no se expresaría de una forma tan cruda y utilizaría circunloquios para expresar la idea de que matar era necesario, de que fue necesario matar en una lógica de guerra entre el pueblo vasco y el estado considerado opresor. Aquello, según aquel punto de vista, era una guerra de liberación nacional y todos los frentes estaban abiertos. No cabían sentimentalismos ni reservas morales. Había un enemigo que mataba y ante él se actuaba en consecuencia. Si alguien inocente o ajeno al conflicto moría, se consideraban daños colaterales inevitables en una guerra.

Pienso en un  escritor al que admiré mucho y que asumió esta idea de lucha de liberación nacional. No es vasco, es madrileño y de familia acomodada. Me refiero al dramaturgo Alfonso Sastre que desde la década de los setenta, tras pasar ocho meses en prisión y de que su esposa Genoveva Forest estuviera tres años en la cárcel acusada de terrorismo en una causa que se sobreseyó por la ley de Amnistía de 1977, se alineó definitivamente con las tesis del Movimiento de Liberación Nacional Vasco y se trasladó  a vivir a permanentemente a Fuenterrabía.  Si tenemos en cuenta que en 1980 hubo casi cien muertos por causa de ETA, la convicción política y moral del escritor debía resistir cualquier debate ético. Nunca se distanció de la violencia de ETA, que asumió como lógica e inevitable, ante la opresión del pueblo vasco. Ello implicaba también que Euskadi fuera un campo de batalla en cada pueblo, en cada calle,  y que las gentes se acostumbraran a vivir con el terror y la mirada baja.

¿Cuántos abertzales, incluido Alfonso Sastre y otro no menos famoso como el admirable José Bergamín,  también madrileño, muerto en 1983 y cubierto su ataúd con la ikurriña y enterrado en Fuenterrabía para no ser inhumado en tierra española, consideraron el aserto de que matar era necesario? Es terrible, pero se impuso una lógica de guerra sin cuartel y sin referentes éticos o de compasión por el adversario al que no cabía sino asesinarlo hasta que la correlación de fuerzas hiciera inevitable el desenlace de esta guerra de liberación nacional.

Un esquema bien simple, como el de todas las guerras -añado yo-. Alguno de los comentaristas que tuvieron a bien apostillar mi post hacía referencia a la pobreza argumentativa del supuesto abertzale en cuyo hilar de argumentos me metía yo sin haber vivido nunca en Euskadi. ¿Pobreza argumentativa? ¿Bajeza y vileza moral? Depende de la lógica en que nos instalemos. Este era el problema. Unas generaciones en el País Vasco crecieron alimentando desde la ikastola, en las cuadrillas de amigos, en las fiestas populares, en Euskal Telebista, en las herriko tabernas dicha lógica de guerra abierta en la que cabía todo. Pero sobre todo la idea de hacer tanto daño al enemigo que le resultara insoportable dicho dolor y tuviera que ceder... Cada muerto ajeno, cada guardia civil, cada empresario, cada político socialista o del Partido Popular, cada policía colaboracionista, cada niño en un cuartel que moría eran celebrados en las herriko tabernas con miradas y risas festivas de complicidad que veía en aquel dolor la compensación necesaria al propio.  Había que causar daño, mucho daño, para doblegar al enemigo. Y todo valía, hasta el asesinato que invirtió la dimensión de la lucha. Me refiero al de Miguel Ángel Blanco un diez de julio de 1997, la víspera de mi cumpleaños. Aquello fue tan mediático y tan atroz que levantó a la otra mitad del País Vasco y a toda España frente a aquella lógica en la que todo estaba avalado por la necesidad de guerra. Alfonso Sastre no condenó en aquella circunstancia ni en ninguna otra el asesinato con premeditación y alevosía de aquel concejal indefenso.

Mi posición personal sobre esto se plasma en un pequeño artículo que escribí en una revista juvenil en 1973 por la muerte del almirante Carrero Blanco a manos de ETA. Tenía diecisiete años y lo condené sin fisuras. Me admira que aquel joven que era yo en aquel momento ya rechazara aquel asesinato inútil. Aquella tarde del 20 de diciembre de 1973 había en los ambientes que yo recorrí en Zaragoza una euforia tremenda por lo que significaba aquello. Me sentí afectado y no admití la muerte de un adversario por culpable que pudiera ser... Así con los largos ochocientos muertos de ETA y sus miles de heridos de por vida.

¿Han llegado los abertzales vascos a aceptar ya definitivamente otra lógica diferente a la de la guerra en la que cabía todo? ¿Se revisará retrospectivamente la lógica que imperó durante varias décadas? La violencia se ha revelado como un profundo error, además de inútil. Es la consecuencia a que ha llegado el mundo abertzale y la banda etarra. ¿Le será posible deshacerse para siempre de la amenaza al adversario al que se deseaba destruir y causar daño hasta que cediera, se marchara o fuera enterrado?

¿Habrá un reconocimiento del dolor propio que llevó a necesitar asesinar a los otros?

¿Habrá una reflexión colectiva semejante a la de mi personaje protagonista del post anterior? Que aquello fue inútil, que las ejecuciones fueron crímenes, y que el dolor infligido no tenía ninguna justificación...

¿Qué nos podría decir hoy Alfonso Sastre? ¿Qué nos diría José Bergamín? Querría que algún abertzale se sincerara y hablara con la claridad que lo hizo aquel que inventé yo. ¿Dónde estamos realmente ahora? ¿Qué cabe hacer sobre la consideración del pasado? ¿De todo aquel dolor que fue considerado necesario e inevitable?

jueves, 20 de octubre de 2011

Diario íntimo de un abertzale


Hoy ETA ha anunciado su final. Tengo cincuenta y cinco años y he seguido su origen, su lucha y hoy su cese definitivo de la lucha armada. Me embargan sentimientos contradictorios porque yo apoyé con mi alma su combate contra la dictadura franquista y su defensa radical de los derechos del pueblo vasco. Tuvimos que matar, primero a torturadores como Melitón Manzanas, a enemigos del pueblo vasco que se dedicaban a oprimir a nuestras gentes. Iniciamos nuestra andadura con la lucha del Che y tuvimos la idea de pueblo como raíz de nuestra acción política y militar. El pueblo inspiraba nuestra acción, una idea romántica del pueblo en la que nos sumergíamos y nos hacía vivir una especie de hipnosis colectiva. Matamos a guardias civiles asesinos, matamos a colaboradores, matamos a taxistas delatores, matamos y matamos... y nunca sentí que hiciéramos algo que contradijera la moral del pueblo. Nuestra lucha estaba justificada en sí misma. La justicia revolucionaria nos asistía ya que no teníamos un estado y una justicia propios. Ajusticiamos a Carrero Blanco en una acción que inspiró películas y levantó la moral de todos los que luchaban contra la dictadura. Vino la democracia y sentimos que nada había cambiado. Los enemigos del pueblo vasco seguían en el mismo sitio. Vino la amnistía y pensamos que era el momento de intensificar nuestra lucha contra la dictadura reconvertida. Eran los mismos que querían humillar al pueblo vasco y tuvimos que matarlos, perseguirlos, acosarlos... La voz del pueblo se hacía oír desde cualquier esquina. Lo nuestro no era violencia sino justicia. Las masas luchaban por su libertad y los enemigos reconvertidos en socialistas, en nacionalistas traidores, en izquierdistas falsos vinieron a enfrentarse a la razón del pueblo que elevaba la ikurriña como símbolo de nuestra libertad.

Tuvimos que matar. Matar no era un placer pero sentíamos que era un precio inevitable ante el destino tan glorioso que  tenía reservado la historia para el pueblo vasco. Nuestros luchadores, nuestros gudaris, pegaban tiros en la nuca, nuestros gudaris ponían bombas en Hipercor o en el cuartel de Vic o en la casa cuartel de Zaragoza, en cafeterías concurridas... El sistema acentuaba sus contradicciones y terminó enfrentándose con nosotros con las mismas armas que utilizábamos nosotros, pero veíamos un atisbo de épica en todo lo que pasaba. Sabíamos que cada uno que dudaba, cada uno que miraba con miedo lo que pasaba allí, cada uno que callaba era una presa fácil para nosotros. El pueblo vasco escudriñaba a todos y cada uno de los que vivían en nuestros pueblos. Las miradas eran elocuentes. Muchos tuvieron que huir de Euskalherría y refugiarse en otras tierras. Los traidores y los tibios no nos servían. Tuvimos que seguir matando porque la historia estaba de nuestro lado, y tarde o temprano nos justificaría. Nuestro pueblo era el eje de la historia más potente, ni siquiera los romanos o los árabes consiguieron doblegarnos. Nuestra lengua era ancestral. Éramos nosotros los que íbamos a conquistar la última explicación de la historia.

Matamos, claro que matamos, porque no quedaba otro remedio. Por cada gudari encarcelado se levantaban veinte nuevos gudaris en los pueblos de nuestra tierra. Las paredes gritaban y reproducían nuestro emblema. Allí estábamos nosotros, en cada calle, en cada plaza, en cada pueblo alentando la rebelión contra España y todo lo que significaba... Cuando se fueron sus guardias civiles llegaron los otros, los colaboracionistas de rojo, y los gobiernos que intentaban contentarnos pero pactaban con el enemigo...

Nunca dudé. Nunca dudé. Me lo repito una y otra vez y sé que todo lo que hicimos tuvo sentido. La sangre debió correr porque nuestra lucha era sagrada como nuestra amada ikurriña.

Hoy, sin embargo, cuando ETA anuncia su final siento un amargo poso de derrota y empiezo a pensar si todo lo que hicimos mereció la pena, si cada muerto añadido a la lista y los que tuvimos propios  justificaban este magro resultado. Empiezo a pensar que fuimos sujetos de una alucinación colectiva, que aquellos muertos que nos enorgullecían eran en realidad crímenes sin ninguna justificación, que todo lo que hicimos y que pensábamos que merecía la pena revelaba nuestro error, nuestro trágico error, ese error que nos llevó a matar sin compasión pensando que el pueblo algún día nos exoneraría.

Hoy estoy confuso. Yo no he matado pero he contribuido a que otros lo hicieran y ya no sé muy bien si aquello estaba justificado por la historia. Hoy reconocemos nuestra derrota, pero no sé muy bien si sentir algo por lo que hemos hecho, por lo que creíamos que era nuestro destino.

Tengo que pensar sobre ello. 

lunes, 17 de octubre de 2011

Preguntas jodidas al 15-M



He visto surgir con simpatía este movimiento de resistencia frente a la depredación del capitalismo, el poder financiero, la hegemonía de los especuladores, la supeditación de la política a los tiburones de Wall Street; contra los recortes que afectan a las políticas sociales especialmente en sanidad y educación.

Totalmente de acuerdo.

Pero rebobino. El tremendo superávit de los años de la burbuja inmobiliaria permitió implementar políticas sociales porque el dinero fluía con facilidad. Los agentes estatales, Hacienda y ayuntamientos, sacaban su tajada enorme -por medio de impuestos- de esa compraventa de viviendas que engrasaba también a los notarios, a los despachos de arquitectos, a las industrias y talleres accesorios... El dinero era fácil. Los partidos políticos en el poder inauguraban gozosamente polideportivos, universidades, centros culturales, aeropuertos, líneas del AVE, exposiciones universales (Fórum de las culturas, Expo del Agua...)

No nos podemos quejar de los partidos políticos porque, aparte de sacar algunos elementos su parte del pastel en forma de corrupción (innegable),  satisficieron nuestras ansias incontroladas de mejora, de viajar desde nuestra provincia a cualquier parte, de tener un centro cultural de Arte Contemporáneo cerca de nosotros, de tener festivales subvencionados y actuaciones gratis...

Todo funcionaba genial. Nadie protestaba. Nadie se indignaba ante esta lógica. Sobraba el dinero. Los jóvenes de dieciséis años  se ponían a trabajar en la construcción y sacaban más dinero que los profesores que les habían dado clase y pronto tenían un vehículo a ser posible BMW. Nunca se habían matriculado tantos coches como en estos años. La industria automovilística también estaba engrasada.

Nadie decía nada. Y menos los partidos de izquierda.

Sin embargo, el mundo que nos rodeaba era atroz. Pobreza, explotación de países, miseria... Alteración del clima mundial que condenaba a decenas de millones de personas a la emigración por las sequías y el cambio de régimen de lluvias...

Pocas voces se alzaban para decir que esto no era posible, que nuestro crecimiento estaba en el aire, que no podía ser, que vivíamos del crédito que parecía infinito... La política parecía estar al servicio de la felicidad de los ciudadanos que aceptaban los regalos como algo natural, como si se hubieran merecido.

Los bancos hicieron su agosto facilitando créditos fáciles a todo el mundo.

Entiendo las razones de la indignación, pero me hubiera gustado haberla rastreado antes de ahora en que nos apercibimos de los fallos del sistema cuando nos dan a nosotros en el pandero.

Los indignados desean vivir en la planta que anhelen del edificio y no en los bajos, he oído esto en algún blog.

¿Compartirían dicha planta con los somalíes, con los inmigrantes subsaharianos que llegan a miles a Lampedusa y nadie los quiere? ¿Están bien las vallas de separación que existen para que no nos invadan?

¿Algún día se entenderá que todos aquellos derechos sociales que teníamos y que ahora nos quitan o escatiman también formaban parte de la distribución injusta del mundo? ¿O acaso porque parecía que nos los regalaban eran nuestros por derecho propio?

Aplaudimos las primaveras árabes. Eran bonitas. No costaban nada. Eran luchas contra la tiranía. Ahora el turismo en Túnez y Egipto se ha hundido. Nadie va a ver esos maravillosos países que han luchado contra las dictaduras.

Ha habido más de tres mil muertos en Siria por la represión de El Assad y no he visto en ningún lado una referencia a ello, ni a la lucha de Yemen contra la dictadura. ¿Acaso la izquierda piensa que queda fuera de sus intereses ideológicos o políticos?

¿O acaso somos solidarios y reivindicativos sólo cuando nos quitan nuestras ventajas y servicios sociales? 

¿O el 15-M debe crecer y ser consciente de sus limitaciones y contradicciones? 

viernes, 14 de octubre de 2011

El pensamiento divergente


He visto en varias ocasiones el vídeo de Ken Robinson sobre la necesidad del cambio de paradigma educativo en la sociedad del siglo XXI. En él se cuestiona el modo de organización de la escuela, organización-cuartel, propia del siglo XIX en la que se segmenta a los alumnos no en función de su pensamiento creativo, sino en función de su edad, de la materia, del nivel de la clase... Propone, sin especificar, un nuevo modelo educativo, que atienda más a la creatividad y a la realidad del mundo interactivo en que vivimos y en el que disgregamos nuestra atención en multitud de estímulos que nos tientan por todos los lados.

Quizás el concepto que más me ha atraído ha sido el de pensamiento divergente. Es aquel tipo de pensamiento que es capaz de descubrir múltiples respuestas a un mismo problema, planteadas desde ángulos diferentes. Según Robinson, el pensamiento divergente no coincide con la creatividad, pero es un componente esencial de ella. Propone el siguiente ejercicio: se da un clip de metal a los chicos y se les pide que digan todo aquello que podría ser hecho a partir de dicho clip (formas, funciones, mecanismos...) Este clip sugiere multitud de ideas cuando se está en el jardín de infancia. Incluso se puede plantear que sea de otro tamaño y otras texturas o materiales. Sin embargo, este mismo test sobre el clip (realmente genial para un espíritu creativo) decae dramáticamente cuando los niños están en la edad de tercero o cuarto de la ESO.

¿Qué ha pasado? En medio ha estado el proceso educativo que sin lugar a dudas va laminando cualquier atisbo imaginativo que pudiera haber. A la edad de dieciséis años, los chavales son en conjunto impotentes mentales, y cuando llegan a bachillerato la mayoría son gregarios, perezosos, incapaces de elaborar una mínima idea propia, e inhábiles para tener un pensamiento personal.

No sé cuál es la razón, pero esto es así. El sistema educativo prima la rutina, la docilidad, la repetición, la falta de núcleo, la dispersión, la planitud... Nada de aprendizaje significativo.

Mis alumnos de tercero de ESO cuando son enfrentados a otro tipo de paradigma educativo, se sienten desconcertados. Sólo les pido -a la vez que un trabajo serio, constante y riguroso- atención y capacidad para elaborar ideas propias. La clase es un laboratorio de ideas en la que se puede exponer cualquier cuestión argumentada. Me atraen los alumnos caracterizados por el pensamiento divergente, los que plantean las cuestiones de otra manera distinta a la convencional, los que se salen de los moldes acomodaticios, sean o no escolares. Mi desafío es atraerlos hacia el método y hacia la práctica de la reflexión propia. Para ello, no debe haber verdades inconmovibles en ningún caso, y toda idea puede ser sometida a debate, criba y discusión.

En la última clase estuvimos hablando sobre el déficit ecológico y la huella ecológica, temas sobre los que tienen que hacer una WebQuest como preparación a su visita al Caixa Forum para ver una película titulada Recetas para el desastre que aborda una familia cuyo padre quiere reducir al mínimo la huella del carbono (del petróleo) en su consumo. Mis alumnos se asombraron cuando conocieron el concepto de huella ecológica y también de saber que cuando estamos encendiendo un televisor estamos contaminando, emitiendo CO2 a la atmósfera, y se lo hice ver. Entonces alguien característico del pensamiento divergente planteó que la pizarra digital y los ordenadores de la clase también contaminaban. Tuve que admitir que así era. ¿Por qué se han introducido, pues? -me preguntaron-. No supe que contestar, pues se alzó una sorda reivindicación del libro de texto tradicional en varios alumnos, que afirmaban que con él aprendían más que con los ordenadores y los libros y pizarras digitales. Una alumna ecuatoriana llegó a afirmar que la tiza era mejor que la tecnología.

No continuamos la discusión porque sonó el timbre, pero observo que la tecnología en breve tiempo ha hastiado a los adolescentes que la ven como una fuente de distracción continua. Yo me obstino en que vean el otro lado, que la consideren también una fuente eficaz de aprendizaje, pero me temo que se ha incorporado ya a la rutina que domina la escuela.

No me molesta en absoluto que me cuestionen, que cuestionen mis ideas... Lo que yo pretendo ofrecerles es elementos de pensamiento crítico y, en connivencia con éste, está el desafío constante al pensamiento organizado y establecido.

Hay personas que saben descubrir centenares de posibilidades a un simple clip... esta es la política imperante en clase. Sin modelos cerrados, abiertos al pensamiento divergente para que vuelvan a aprender a pensar como actividad placentera e interesante. Sintiendo de nuevo el placer de cuando eran más chicos. 

Vídeo de Ken Robinson

martes, 11 de octubre de 2011

África: solidaridad y contradicciones.



Me enorgullezco de mantener una comunicación cordial con exalumnos de distintas promociones que han ido jalonando mi vida docente. Con ellos debato, discuto, intercambio, dialogo... Uno de ellos es David B. Fue alumno mío hace dieciocho años. Ya está en la treintena bien entrada. Nos seguimos en facebook, un instrumento útil para mantener una relación fluida.

Nuestro reciente intercambio de puntos de vista vino a establecerse a propósito de nuestra influencia como occidentales en pueblos o sociedades africanas o aborígenes (amazónicas, australianas, asiáticas...) Yo planteaba la necesidad de hacer accesibles "tabletas" o medios tecnológicos a pueblos y sociedades hundidas en la pobreza y en la corrupción de sus gobernantes, en el sentido de que representaban una ventana abierta al resto del planeta. Me contestó David B. Éstas son sus palabras.

Te aseguro, que una ventana abierta a un mundo que no es el tuyo, lo que hace es distorsionar más si cabe la percepción para aquellas personas.

No podemos tratar de meter a todos los que no están como nosotros en nuestro mundo.
No creo que un indígena de la Amazonia sea más infeliz que nosotros por no tener acceso a Garcilaso, Shakespeare, New York Times, etc.

Era increíble la percepción que tenían del mundo los habitantes de un poblado en el desierto subsahariano donde por supuesto gastaron ahorros para tener TV y parabólica... hace más mal que bien, te lo aseguro.

La ayuda a paises con problemas (y ojo porque no podemos ser quienes dictaminemos qué son problemas) se ha de hacer de otra manera, se les ha de ayudar a que caminen solos hacia el mundo que ellos quieren (un mundo libre y con acceso a necesidades básicas). No se trata de que vengan al nuestro, ni de convertirlos en borregos, ni en seres de una sociedad "avanzada" como la nuestra (de la cual me avergüenzo).

Me reconocí en estas palabras. Representaban al Joselu de hace unos años en que empecé a sumergirme en la cultura africana a través de la literatura, el arte y la sociología. Consideraba a las sociedades africanas como hermosas en sí mismas y que habían sido devastadas por la perniciosa influencia del hombre occidental que las había esclavizado y había destrozado sus bases humanas de armonía y equilibrio con la naturaleza. Pretendía un status de excepción para estas sociedades que se mantendrían -en mi deseo- al margen de la acción depredadora del hombre occidental (o asiático). Anhelaba que pudieran mantener su pureza y su aislamiento respecto a nuestros valores viviendo en sus tradiciones con códigos propios y leyendas llenas de riqueza existencial. No podía admitir que aquellos mundos plenos de belleza tuvieran que someterse a la homogeneización televisiva y banal del hombre "avanzado".

Hoy soy partidario de que África debe entrar en la modernidad, porque es la única manera de luchar contra las dictaduras y la injusticia que atenazan a estas sociedades tan frágiles (y hermosas). La pobreza no es digna ni bella. La pobreza va unida a la explotación, a la tristeza, a la guerra, a la corrupción. No me sirve que haya muchísimos africanos que vivan resignados en su aplastamiento. Deben -deberían- rebelarse contra las dictaduras, contra las tradiciones degradantes, contra su retraso tecnológico en un mundo que, nos guste o no, es global. Hay historiadores como Ferrán Iniesta de la Universidad de Barcelona que sienten igual que David, que África es el Planeta Negro y que su máximo valor es su negativa a entrar en la modernidad, en su anclaje en la tradición preindustrial... Durante un tiempo simpaticé con estas ideas que me llevaban a África como un continente maravilloso si era capaz de mantenerse al margen de la modernidad.

Pero ¿cómo mantenerse al margen de la modernidad si la mayor parte de sus países son cleptocracias en manos de dictadores sanguinarios, si sus divisiones tribales les llevan a enfrentamientos terribles, si viven sumidos en la pobreza más triste, si sus recursos están en manos de compañías occidentales y venden sus tierras mejores al capital chino? África está perdida si no es capaz de incorporarse a la modernidad, aunque no me guste y prefiera un África ancestral y legendaria antes de la llegada del hombre blanco e islámico.

De sobras sé que el hombre africano tiene un potencial maravilloso, que es capaz de sonreír y bailar en medio de la desolación, que puede enriquecer nuestro mundo sumido en el pesimismo mientras que él tiene un modo de ver las cosas que induce al optimismo y la alegría vital.

Pero no, es bueno y necesario que, junto a montones de proyectos de desarrollo que se puedan implementar, se incorporen a la tecnología, que llegue a sus escuelas, que conozcan al resto del mundo, que éste se comunique con ellos, que se los tenga en cuenta. No debemos dejarlos al margen de la revolución que está viviendo el planeta. Forman parte de él. Del mismo modo que no les podemos negar la medicina occidental (vacunas, antibióticos, combinados anti Sida...), no podemos ni debemos pensar que pueden vivir fuera del mundo, aunque no suponga que despreciemos el suyo propio. África debe modernizarse (aunque nos pese y sintamos vergüenza de nuestro mundo, que también).

Dejo un vídeo muy interesante en portada sobre la relación entre una escuela de Malí y otra catalana de Gavá. 

sábado, 8 de octubre de 2011

La manzana diabólica de Apple


Yo llegué a la tecnología hacia 1993 tras una década en la que me resistí totalmente a su presencia en mi vida. Hablé mucho en aquellos años en contra de que las máquinas se inmiscuyeran en mi vida y miraba con cierta condescendencia a los avanzados que promovían la incorporación de la informática a la realidad educativa.

Pero nunca digas de este agua no beberé. Con el tiempo, y no sin grandes vacilaciones y contradicciones, la tecnología se ha incorporado a mi vida y a la de mis alumnos. Paso muchas horas al día experimentando e investigando las posibilidades de aplicaciones educativas que uno a la expansión del pensamiento en red, una oportunidad maravillosa que enriquece mi perspectiva personal con la aportación de decenas, centenares de personas, que me añaden un activo que yo era incapaz de considerar.

Hace unos días ha muerto Steve Jobs. Su muerte, como la de Mario Benedetti o la de Julio Cortázar o Bergman, me ha sumido en la zozobra. No entiendo cómo esta persona se había logrado introducir en mi vida de tal manera que su aportación me resultara densa y nuclear.  ¿Qué tiene Apple que no tienen otras aplicaciones o instrumentos tecnológicos? ¿Por qué su muerte ha supuesto tal impacto en millones y millones de personas que veían en él a un filósofo, a un creador de la talla de Leonardo Davinci? ¿Por qué consideran el mundo Apple como un reducto humanista con sus seguidores, su filosofía, sus corrientes de pensamiento?

He mantenido algunas conversaciones estos días con personas que veían en Jobs un simple especialista en marketing o un habilidoso creador de juguetes para adultos. Otros simplemente no lo ven como una especie de gurú como se ha podido identificar entre tantos admiradores.

¿Qué tenía Steve Jobs que lo hacía irremplazable? ¿Por qué anhelé meterme en su mundo y participar de él? ¿Qué tienen de adictivos sus ordenadores, sus aparatos, sus aplicaciones y sus programas?

Quizás sea eso, que no son simple tecnología y el usuario que los utiliza percibe un modo de ver el mundo, un modo especial y selectivo de considerar la realidad que te hace sentirte un elegido, un participante de un culto cuyas raíces no alcanzo a vislumbrar. Jobs, a pesar de su extrema discreción,  consiguió convertir los aparatos que fabricaba en objetos con alma, depositarios de una cosmovisión minoritaria y sumamente escogida. Uno podía ser usuario de un ordenador y no sentir ninguna emoción añadida. Jobs logró que al ordenador se le uniera una emoción intensa, no sé si debida a la belleza del diseño llevado al límite hasta en los últimos detalles, en su simplicidad, en su estabilidad de funcionamiento... Uno cuando maneja un Mac o cualquiera de sus variantes, que todos conocemos, asiste a la puesta en funcionamiento de un universo potente y personal que todos terminaban imitando.

No sé qué pasará con Apple a partir de su desaparición. Lo más terrible que puede suceder es que se convierta en una empresa más, que los usuarios de sus aplicaciones tecnológicas no perciban la presencia de un alma detrás, de un genio, de una filosofía que defendía la audacia, la singularidad, el riesgo, la fascinación de la muerte como correlato necesario de la vida, la apuesta por vivir una vida en primera persona sin imposturas, la originalidad... No sé si es posible continuar esto sin su presencia activa y medular. Pero, a pesar de sus claroscuros de los que Frikosal nos hacía alguna reflexión al respecto, pienso que su singularidad es irremplazable.

Esto me lleva a pensar que cuando se pone en cuestión el término "alma" por parte de la neurología o por parte de las consideraciones más ateas que nos impregnan, uno se puede preguntar que por qué algunas personas que pasan algún tiempo entre nosotros dejan la impresión de que sí existe esta impronta personal, única, intransferible y espiritual que parece propia de ella. Alguien me podrá argumentar que Jobs era simplemente un experto en marketing destacado, pero ello no me podrá explicar la emoción que siente uno ante uno de sus aparatos y que no sé si continuará existiendo con los albaceas de su herencia.

Mi pregunta es sobre qué era Jobs ¿Un fabricante de productos hermosos, un experto en ventas, un filósofo, un mistificador, un fabricante de juguetes para adultos, un engañabobos, el gurú de una secta de crédulos, el Leonardo Davinci del siglo XXI, un humanista que unió belleza y filosofía, un visionario…? 

DISCURSO DE STANFORD

miércoles, 5 de octubre de 2011

La zorra de Esperanza Aguirre


Deseo aclarar que utilizo este término, "zorra",  en el sentido que lo interpreta en su sentencia el juez Del Olmo respecto a la calificación verbal que ha recibido una mujer de su marido. Quiero decir que "zorra" sólo quiere decir y referirse en este caso a una persona que actúa con especial precaución. En este sentido y no en otro, Esperanza Aguirre es una zorra mayúscula.

Entretanto los profesores madrileños realizan su quinto día de huelga en defensa de la enseñanza pública que ven en peligro por las medidas introducidas por el gobierno de la comunidad de Madrid que supone la no contratación de miles de profesores, la desaparición de desdoblamientos y medidas de atención a la diversidad, además del aumento de horas lectivas (no de dedicación laboral que son muy superiores...)

Esta lucha prometeica de los profesores madrileños me recuerda al pulso que mantuvieron los sindicatos británicos con Margaret Thatcher en el que fueron humillados y derrotados. En efecto, esta zorra astuta que es Esperanza Aguirre sabe utilizar en contra de los docentes todos los estereotipos posibles, que son los más cómodos de azuzar pues se basan en las creencias y malos instintos de la masa social contra los profesores: que son unos vagos, que sólo trabajan veinte horas, que cobran sueldos magníficos y que cuentan con vacaciones espectaculares lo que revela un grupo social investido de privilegios inadmisibles cuando la crisis golpea al ciudadano medio. Ella se presenta como la auténtica defensora de la educación pública frente a la irresponsabilidad de esta huelga política atizada contra ella por los sindicatos y la izquierda.

Ella sólo tiene que esperar a que las huelgas se agoten por su propia inercia. Sabe que el madrileño que tiene que cuidar a sus hijos en casa por la huelga no entenderá en general las razones de los profesores "que no quieren trabajar" y la mayor prueba es su falta de asistencia al trabajo, su seguridad laboral al margen de la crisis. Ella no tiene nada en esta mano ni en esta otra, y zas... la partida juega a su favor basándose en la falta de credibilidad de los sindicatos, esos liberados sindicales que no quieren  perder sus privilegios y esos profesores haraganes que obtienen los peores resultados en el informe PISA...

Por parte de los profesores se advierte una estrategia minuciosa contra la enseñanza pública que se ha convertido en buena parte en asistencia social mientras la clase media ha huido medrosa hacia otros lugares menos contaminados y que Esperanza Aguirre mima con esmero, la enseñanza concertada donde no hay moros ni pobretones, y donde reina la exigencia y el trabajo serio con elegantes uniformes que muestran la distinción de sus alumnos. Esto es lo que piensa la clase media y a la que se dirige la presidente zorruna de Madrid.

El resultado todavía es incierto pero a mi juicio no ofrece dudas que los profesores serán derrotados en toda regla por un alfil en diagonal que representa la identificación de los argumentos de Aguirre con la mayoría social. Lo más peligroso del caso es que la presidenta no está ofreciendo ninguna salida digna a los profesores a los que quiere ver humillados y domados a sus pies,  y en consecuencia, carentes de fuerza para ninguna otra reivindicación frente a lo que vendrá después. Pero ¿por qué quiere verlos humillados, ella que parecía defender su dignidad concediéndoles el carácter de "autoridad pública" en los casos de agresión escolar? Buena cuestión la planteada, pero no parece que haya otro resultado que una masa de profesores aplastados por la esterilidad de su rebelión orgullosa contra los recortes en Educación. ¿Es bueno que los profesores de la pública se sientan, tras la que han visto caer en su día a día en los últimos años, aniquilados y sin capacidad de reacción social y moral? Porque o me equivoco mucho o en sus demandas de diálogo frente a los recortes hay mucho de reivindicación moral del papel que debe jugar la enseñanza pública y sus alumnos. ¿Están equivocados totalmente? ¿Son unos farsantes que defienden únicamente sus privilegios gigantescos? ¿O es la última resistencia frente al ataque demoledor contra el valor de la educación pública?

¿De qué valen unos profesores humillados, desmoralizados y rotos por lo que va a venir? La sonrisa zorruna de Esperanza Aguirre revela sus auténticas intenciones. Es eso precisamente lo que busca, el hundimiento total de los últimos fundamentos de la escuela pública que representan esos profesores que desesperados bracean intentando que la nave no se hunda. Esta es la estrategia.

lunes, 3 de octubre de 2011

Autopsia del desarraigo


Este era el título que he tomado prestado de la entrevista que Javier Valenzuela hizo al escritor marroquí Tahar ben Jelloun (24-09-2011), premio Goncourt en 1987,  en el cuadernillo Babelia. En ella se hacía referencia a su novela El retorno. Las palabras de Tahar ben Jelloun me resultaron motivadoras pues hablaban del desarraigo del marroquí en una sociedad como la francesa. Mohamed, el protagonista, ha trabajado en una fábrica de automóviles durante cuarenta años. Ha vivido en un suburbio de París y ha tenido cinco hijos. Le llega la edad de la jubilación y lo que para un europeo se muestra como una etapa llena de posibilidades, para él es un pequeño drama pues sabe que no pertenece al mundo francés en el que es un extraño -siempre ajeno- pero tampoco a Marruecos en el  que también es un  extranjero por mucho que sus raíces bereberes tuvieran su origen allí.

Decide Mohamed volver a Marruecos y edificar una casa en que reunirá a sus hijos en busca del sueño de congregar a la unidad familiar como hizo su abuelo o su padre. Dejo el argumento aquí. No quiero saber más porque deseo leer esta novela. La entrevista revela la otra cara de la moneda frente a los que se obstinan en ver solamente en el Islam la cara autoritaria y conservadora, tal vez fanática, que existe, sí, pero como dice Jelloun cuando algún imbécil musulmán hace o dice alguna tontería se echa sobre las espaldas de toda la comunidad islámica.

Hay algo en esta entrevista que me resultó muy sugerente. Es cuando el  protagonista -Mohamed- vuelve a Marruecos y se encuentra con una atmósfera mágica que impregna la vida en ese país. Y reflexiona Tahar ben Jelloun: Es que Francia no es un país que haga soñar. En cambio sí que hay algo mágico en Marruecos, yo diría que como en la Andalucía de antes. Es la belleza del país y es también la especie de poesía que hay en las relaciones entre la gente. Allí todo es posible.

¡Touché! Esto me conmocionó profundamente. Soy profesor de cursos en que la mayoría son marroquíes. Lo he elegido y me siento con una extraña satisfacción por las relaciones que tengo con ellos, mucho más cálidas y amistosas que las que entablo con muchachos españoles o incluso latinos. Y presiento en ellos -ahora que lo sé- la añoranza de ese universo mágico que nosotros hemos perdido sumidos en la modernidad igualadora. Todos ellos añoran su tierra, en mayor o menor medida por la duración de su estancia en España. Pero aunque lleven tiempo, para ellos es un sueño volver de vacaciones a Marruecos, circunstancia en que se abre otro mundo de posibilidades. Ello no excluye saber que este país sea el reino de la corrupción y el nepotismo  que Tahar ben Jelloun denuncia como muy grave. Allí la policía trata a los inmigrantes que vuelven como  perros, mientras en Europa se les trata, en cambio, como a ganado. En medio está la demanda del inmigrante de reinvidicar su humanidad. 

Entiendo ese conflicto de referencias que se da en el muchacho bereber o árabe, más cuando proviene de un medio rural. Y entiendo que la realidad española es fría, distante, poco expresiva y en ella, ellos serán, si no cambia la cosa, unos permanentes extranjeros por su modo de ser, por su hiyab, por sus costumbres... No cabe duda de que ellos aprecian las oportunidades que les ofrece el sistema educativo español, y que serían inimaginables en Marruecos. Ante ellos se abren posibilidades de evolución del pensamiento hacia algo más liberador en lo que respecta a la mujer. Percibo ese conflicto entre mis alumnas que, tras su estancia de varios años en España, ya no son simplemente esas muchachas sumisas que pide la tradición secular marroquí. No, ellas empiezan a tener un punto de vista abierto respecto a su condición y esos años de estancia en un centro educativo, sobre todo si los profesores son conscientes de su odisea como inmigrantes, como desarraigados, como extranjeros que añoran la magia de otro mundo pero necesitan el pragmatismo y las posibilidades sociales de éste, serán fundamentales en su formación en la que podemos intervenir profundamente pero conociéndolos antes, esto es importante. Conocerlos y sentir curiosidad por ese mundo del que se ven desgajados sin posibilidad de retorno.

Tahar ben Jelloun con el que comenzaba este post, también intentó volver a Marruecos a vivir pero, tras una estancia en 2006, y tras varias situaciones poco agradables, decidió regresar a Francia. No es fácil retornar para el que ha vivido en Europa.

Pero sus ojos siempre anhelarán  la presencia de la magia perdida, ese anhelo que intuyo en mis alumnos de mirada a veces afligida y que poco a poco van aceptando la planitud y superficialidad de nuestro estilo de vida que sólo parece añorar -paradójicamente- la llegada del viernes.  

Estoy en este cruce de caminos, y me siento maravillado y sumamente interesado en profundizar en este mundo que tiene todavía cerca la magia que aún vive en sus ojos que presiento tristes en algunos momentos. Es una suerte estar ahí.  

(No os perdáis, si estáis interesados, la entrevista al escritor marroquí) AQUÍ. 

viernes, 23 de septiembre de 2011

El árbol de la vida



He vuelto a ver por segunda vez El árbol de la vida de Terrence Malick. Esta vez en versión original y he sido de nuevo consciente de la dificultad que presenta esta película para un espectador medio. Sabemos que hay personas que se salen de su proyección indignadas, y otros, que aguantan hasta el final, se sienten estafados y manifiestan un desconcierto mayúsculo. No es una película al uso, podríamos incluso interrogarnos acerca de su género. No es frecuente -y más en estos tiempos- una película que no pretenda satisfacer al espectador que es el dueño y señor de la sala. El cine es un negocio y el espectador es el cliente que exige ser satisfecho, junto a su ración de palomitas, su derecho a pasar un buen rato de entretenimiento.

El árbol de la vida no es fácil y su estructura interna la hace todavía más difícil empezando por el ritmo lento o lentísimo en que es difícil contar los hechos que suceden por lo mínimos que son. El espectador está acostumbrado a un cine de efectos especiales en 3D, de acción trepidante y sin lugar alguno para la reflexión. En cambio, este filme es moroso, manifiestamente lento, y con el trasfondo de una voz en off en susurros que nos habla con versículos del libro de Job, de la necesidad del perdón, del amor, de la angustia de la vida, de la falta de respuestas empezando por la misma existencia de Dios que parece regodearse en echar sal en las heridas que él mismo crea.

Yo destacaría varios niveles interpretativos. Primero que es una película sobre el dolor de la infancia que ocupa buena parte de la cinta. La infancia es un territorio mágico pero en el que anida el dolor. El señor O'Brien (Brad Pitt) es un buen padre, quiere a sus hijos, pero lo hace de un modo destructivo imponiéndoles un mundo de dureza y perfeccionismo que raya en lo tiránico. La madre (Jessica Chastain) es extraordinariamente delicada y frágil y nos fascina con su presencia telegénica en un mundo dominado por la fuerza de su marido. La relación entre los tres hermanos, especialmente entre Jack y Steve está llena de sugerencias. Son como carne y uña y viven intensamente en ese paraíso en el que el río y la confianza mutua juegan papeles fundamentales.

Yo diría que es una película metafísica que se interroga sobre el sentido de la vida humana y de la muerte (de hecho la escena inicial se inicia con la pérdida de uno de los personajes principales que muere como murió el hermano de Terry Malick dejando un hueco que nunca pudo ser llenado). Es por tanto, una cinta autobiográfica en que el director expresó y reflexionó sobre su propia historia en claves enigmáticas.

Es una película cósmica en la que aparecen imágenes de formación del cosmos en conexión con el drama básico que vertebra el filme. Uno se podría preguntar por el papel que juegan estas imágenes que alguna crítica vitriólica las ha rebajado a un sucedáneo de National Geografic, y no encuentro otra respuesta sino que pertenecen a la cosmovisión de Malick en que conecta lo concreto y familiar, como la historia de la familia O'Brien, con los ritmos de la naturaleza, el origen de la tierra e imágenes de los dinosaurios en que se representa la lucha entre el macho dominante y la cría, la misma que aparecerá entre Jack su padre.

Uno podría preguntarse por el sentido de estas imágenes que podrían haber sido descartadas en un planteamiento más convencional de la cinta, y piensa que tal vez la novela Moby Dick también podría haber sido despojada de toda su carga ajena a la historia y persecución de la ballena blanca que es apenas el veinte por ciento de la historia. ¿Para qué esta digresión cosmológica en El árbol de la vida? Pienso que para marcar que estamos ante un ritmo distinto, ante un planteamiento ajeno al cine convencional, que estamos en el marco personal de Terrence Malick y allí no somos simplemente consumidores que reclamamos nuestra dosis de entretenimiento -sin riesgo- y palomitas. Estamos en el centro de su mundo, de su universo. Es una película de autor que puede reventarnos o fascinarnos. Todo es posible y no voy a condenar a nadie que la deplore, pero es cierto que estamos en el centro de la interpretación existencial, cósmica, religiosa y cinematográfica de Malick. Ha tenido la osadía de llevar al cine algo que al ciudadano medio le está vedado: dar forma a su visión particular del universo. ¿Qué tendría dicho ciudadano que decir si le dijeran que podía dar representación a su interpretación de la vida, de la necesidad o no de Dios, de las preguntas sin respuesta, de la relación de lo macro con lo microscópico, de la infancia...? Probablemente no sabría  hacerlo o no tendría mucho que decir. Malick sí, y tiene un universo potente y magnético, que no tiene por qué coincidir con el nuestro, faltaría más, y puede desagradarnos por su tentación trascendente que algunos considerarán "pedante", "pretenciosa" y hasta caracterizada por el sermón moral.

Esto es lo que más me fascina del ejercicio de Terrence Malick: que ha dado forma a su universo íntimo en un terreno (el cine) caracterizado por el carácter de industria y a contracorriente de los gustos mayoritarios y que plantea una película de carácter poemático que será de muy difícil deglución para una buena parte de los espectadores que van simplemente a pasar un buen rato, a olvidarse de la realidad o a ver a Brad Pitt y Sean Penn. Lo tendrán difícil porque la película puede llegar a ser extenuante en todos los sentidos. O entran en el juego o saldrán escaldados, burlados, escarnecidos... O simplemente aburridos por una película cuyo sentido es esquivo y demasiado complejo para resumir en un post de este blog.

¿Es una película perfecta? Yo diría que no. No todas las partes me han atraído por igual. Algunas se me han hecho pesadas y otras me han retenido casi sin respiración en la butaca. Podría decir que la cinta tiene algunos desajustes pero la fuerza de la misma, el poder hipnótico de las imágenes que son auténticos poemas (no aptos para los que son adictos a la prosa), la magia de esa recreación de ese mundo de la infancia, me han hecho asistir a una segunda proyección y no descartar verla de nuevo. No pienso haber agotado ni en una mínima parte el mundo simbólico, psicoanalítico, religioso y existencial de este ejercicio totalmente personal acerca de la pérdida de la inocencia.

No la recomiendo a los que no estén dispuestos a entrar en este juego. 

lunes, 19 de septiembre de 2011

¿La escuela de la felicidad?

                                                        De Chirico

Ser profesor es una sensación extraña, no acabo de acostumbrarme. Desde el tiempo enormemente lejano en que entré como profesor en un colegio de monjas, en el que había solo alumnas y les lancé un alegato anarquista sobre el placer del conocimiento... hasta este último año en que sigo aferrado, a pesar del tiempo pasado, a una concepción libertaria del aprendizaje, creo que voy deambulando en laberintos cuyo sentido no acabo de entender.  No soy un buen profesor según reclaman los tiempos. Hemos de ser organizados, metódicos, buenos hacedores de programaciones y memorias pedagógicas, sistemáticos, esforzados, sacrificados, santos en vida y predispuestos al sacrificio. No soy nada de esto. Lo que hago, lo hago por placer. Creo que esta ese una de las convicciones más profundas que arraigaron en mí desde que pude elegir. Esto no quiere decir que lo que cause placer no suponga esfuerzo. Puede ser lo más costoso y el camino más empinado. Claro que hay muchas cosas que uno las debe hacer porque sí, porque no queda otro remedio, porque hay que hacerlas... y cuestan, pero entonces uno ha de saber aplicar aquella frase que leí en una revista juvenil a mis dieciséis años y que me ha quedado grabada: si no te gusta lo que te toca, aprende a que te guste.

¿Educamos para ser felices? No lo sé. Hoy en Deseducativos, Gregorio Luri en su notable post El pienso felicitario arremete contra cierta concepción pedagógica New Age que pretende hacer de la escuela un espacio de felicidad boba, una especie de parque temático light en que se pretende educar para un estado acomodaticio, sin dimensión, alejado del veneno y la disciplina del conocimiento... No sé si interpreto bien sus palabras, pero creo que en esencia son así.

La escuela que yo conocí en mi niñez no era un espacio agradable.  Las monjitas disfrutaban haciéndonos entrar en shock con la descripción física detallada de los novísimos y la manifestación del Apocalipsis con la venida del Cordero en medio de trompetas terribles y vengativas tocadas por los ángeles. Yo me estremecía y me escapaba subrepticiamente a cobijarme a la parte de la clase en que estaban las chicas pues estábamos separados alumnos de alumnas. Éramos más de cien en clase. Pero guardo un buen recuerdo de aquellas religiosas puesto que, a pesar de sus descripciones apocalípticas, alguna me mostraba afecto y yo lo sentía. Más difícil fueron mis nueves años de estancia en un colegio de los Hermanos Maristas de los que saqué la impresión de que aquella casa no era un lugar de felicidad y sí de terror. Yo lo sentía, y no sólo por los castigos físicos que eran muy duros, sino por la crueldad temible de mis compañeros que desahogaban su agresividad con los más frágiles. Todo ello estimulado por nuestros queridos hermanos de la Asociación de Sádicos fundada por el Beato Marcelino Champagnat. Desde luego, Gregorio Luri no puede distinguir en mi formación esa concepción boba de una escuela encaminada hacia la felicidad, allí nadie se preocupó por hacerme atractivo el conocimiento, idea ingenua allá donde las haya porque aquello no era un banquete temático sino una casa donde todas las ferocidades eran posibles. Yo era demasiado sensible y no me uní al coro general de crueldad, aunque hice mis pinitos, no se crean. A veces me he preguntado qué me aportaron aquellos nueve años en esa disciplina y terror del aula y no he encontrado una respuesta. Sólo me vienen a la memoria algunos de aquellos hermanos que no eran autoritarios con nosotros y nos hablaban con cierta atención y cortesía. 

Nunca me hicieron leer un libro. Y desde luego fue una experiencia adecuada a la idea de que la letra con la sangre entra.

Ahora soy profesor. Me gusta la literatura dura, me atrae el cine de Bergman y el teatro de Samuel Beckett. He visto El árbol de la vida y, tras quedarme desconcertado, fui consciente de un chorro potentísimo de fuerza poética como la de las grandes películas que filmaron otros artistas geniales.

¿Busco la felicidad para mis alumnos? ¿Busco que la escuela sea un espacio bobo de entretenimiento blandengue para preparar buenos y adocenados ciudadanos, adheridos a los valores más convencionales y establecidos de una sociedad que -por contra- se está cayendo a pedazos mientras la pedagogía al uso presenta la nueva versión edulcorada de Alicia en el país de las Maravillas?

A veces siento la tentación de retomar el discurso de aquellas monjitas y hablar del final del mundo para hacer que mis alumnos se estremezcan de terror siendo conscientes del cataclismo económico, político y social que puede estar a punto de caer sobre nosotros, hablar fríamente del futuro incierto que nos espera, de nuestra desprotección ante fuerzas mucho más poderosas que nosotros, de la desigualdad social, de que nunca llegarán a nada... de explicarles con palabras elocuentes esos chistes del Roto que tanto me atraen.

Pero no sé, prefiero hablarles con cortesía, con afecto y hacerles llegar de lo simple a lo complejo progresivamente, no asustándolos, haciendo de la búsqueda del conocimiento un espacio abierto e interesante. No pretendo asustarles ni hacerles sentir pánico a pesar de que yo en mi fuero interno siento que estamos deslizándonos por el filo de la navaja. Vendrán tiempos peores, no me cabe duda, pero quiero que el recuerdo que tengan de mis clases sea de un sitio amable en que éramos capaces de hablar de cualquier cosa con libertad sintiendo satisfacción en aprender, y deseo que haya alguno que sienta esa pasión compartida - y ese veneno- que proporcionan las ideas.  El resto sólo es suyo.

¿Y el futuro? También.  


sábado, 17 de septiembre de 2011

Lengua y pensamiento crítico


Para mí un curso tiene un carácter completamente experimental. No estoy adherido a ningún sistema garantizado, nadie creo que lo esté, pero me gusta además la incertidumbre de encontrarme con un grupo humano e ir reconociendo sus potencialidades. La realidad me está demostrando que hay un amplio margen de actuación para la experimentación. Mis alumnos de tercero de ESO, la mayoría inmigrantes, están dispuestos a la innovación y respetan que haya proyectos que se propongan y que ellos sean los iniciadores de una forma nueva de hacer las cosas.

No tenemos libros de papel. Lo normal será contar con un ordenador Toshiba o HP cada alumno. Utilizo una aplicación (Screencast-O-Matic) en que, utilizando Power Point, interacciono con la presentación y aparece un vídeo con mi imagen explicando el tema. Lo grabé el nueve de julio y lo proyecté ayer. Era consciente de la que sería la nueva situación o contexto. Lo había estado preparando a comienzos de verano y lo proyectaría en septiembre. El tema no podía ser más clásico: la comunicación y factores que intervienen en la comunicación. Pero el formato elegido, la grabación en vídeo, reflexionando sobre la comunicación y el doble contexto en que se producía (lo grabé el nueve de julio pero lo proyectaba en la pizarra digital de clase el catorce de septiembre) hizo que fuéramos más conscientes de este concepto que suele escapárseles. El vídeo duró quince minutos, una duración algo larga para la intensa concentración que suponía. He de reducir la duración de las unidades didácticas que grabe y utilizar más recursos visuales como vídeos de Youtube, presentaciones... Todo lo que esté en la pantalla de mi ordenador es grabado por el programa y proyectado pudiendo utilizar flechas que van señalando lo esencial. Fue un primer intento.

La pregunta esencial era si es posible vivir sin comunicación, si ésta es una necesidad humana, casi tan importante como respirar. Nos planteamos la situación de un prisionero (recordemos el romance del Prisionero encerrado en un torre oscura, sin ningún contacto con el exterior, salvo el avecica que le cantaba al albor). No hay mayor tortura que la incomunicación. Necesitamos comunicar, establecer relaciones, vínculos, emitir y recibir información...Vivimos en la era de la comunicación. Y este fue el tema del debate. Mis alumnos saben que toda clase parte de un formato abierto, experimental, en que es necesaria su participación. Saben que la clase de lengua tiene como subtítulo: pensamiento crítico. No pretendo embutirles de datos. Categóricamente, no. La clase es para pensar activamente, y ellos lo saben y les gusta saber que la clase de lengua castellana es un foro permanente. Veo con satisfacción que las bases puestas el curso pasado, han enraizado, y que les gusta debatir. Hay elementos más activos que otros, pero todos participan con la situación en que se siente activos. Huyo de ser el profesor rígido, cuya única función es explicar y ellos asimilar. Quiero que la clase de lengua sea un laboratorio de pensamiento y que necesitemos aportar ideas. La nota es sencilla. Yo les voy poniendo tareas, progresivamente más exigentes,  y ellos tienen que realizarlas. La nota se construye por su cumplimiento con las unidades que se van marcando. Soy inflexible en cuanto a las fechas y horas de presentación de trabajos. El que lo remite y trabaja bien, puntúa, el que no, no. Ellos se hacen la nota.

Estoy empezando a experimentar el trabajar con los formularios de Google Docs. Podemos hacer exámenes o unidades de reflexión muy exigentes a base de tests que se pueden realizar en niveles de complejidad creciente. El primero que les he formulado es muy sencillo, con cincuenta preguntas sobre el uso del castellano, más para conocer su competencia lingüística.  Ellos marcan las opciones que creen acertadas y un programa que he descubierto -Flubaroo- corrige el test automáticamente en base a las respuestas que yo he dado por correctas. A continuación hace una estimación de los errores y aciertos y asigna una puntuación a las respuestas dadas. Puedo remitirles la corrección y su puntuación a su correo electrónico.

Estoy preparando un test sobre la comunicación en que habrán de investigar conceptos que yo no habré explicado: ruido, redundancia, interferencia... Valoraré la capacidad de llegar a respuestas utilizando su propia iniciativa y disposición a la investigación planteada como un juego.

Quiero que la clase de lengua sea un juego absorbente en que nada sea previsible. Me da exactamente igual que mis alumnos tengan abierto el Messenger o el Youtube. De hecho me gustaría poderlos utilizar, pero las tendencias caracterizadas por el miedo en mi instituto ha impuesto criterios conservadores que llevan a censurar cualquier aplicación interesante en la red. La vertiente preventiva (o autoritaria) se ha extendido.

No puedo plantear una programación de algo que habré de construir y diseñar sobre la propia experiencia, pero advierto que los muchachos cuando se enfrentan a algo realmente nuevo mantienen sus sentidos alerta y gustan de participar en el juego. He preferido dar clase en cursos llamados de ritmo lento porque tengo la impresión de que los muchachos que están allí son más activos e inquietos si se dan cuenta de que se confía en ellos y se cree en sus posibilidades. 

martes, 13 de septiembre de 2011

Cuentos de amor



                 Soy funcionario, una especie que el común de los españoles odia tanto como desea verse dentro de ella. Llegué por incapacidad, por falta de aliento para haber desarrollado mis vocaciones primarias: periodista, actor, viajero y un soterrado y nunca confesado amor a las palabras que nunca fluyeron suaves de mi pluma. El caso es que no puedo decir que sufriera mucho para conseguir mi plaza pública y sí más bien confesar que disfruté de lo lindo durante un año en que me quedé en paro y disponía de todo el tiempo del mundo para dedicárselo a Gracián, a Quevedo, a Goethe, a Valle-Inclán, a Cervantes... Me levantaba temprano y me excitaba ante el panorama que me deparaba el día. No seguí un esquema rígido. Me dejaba llevar por el placer de ir descubriendo sesgos no pensados en aquellos autores y épocas. Recuerdo que incluso sentí un intenso placer estudiando exhaustivamente la gramática histórica (Menéndez Pidal, Rafael Lapesa, Marcos Marín...) ya que uno de los ejercicios fijos en el examen de oposiciones era un texto medieval del que había que comentar su grado de evolución e interpretación de sus características filológicas. Por aquel tiempo no era raro el conseguir algunas anfetaminas que te recetaban los médicos si se lo pedías  o, si había suerte, en la farmacia te las facilitaban sin demasiados problemas. Me tomaba media dexedrina hacia las siete de la tarde tras un día dedicado al estudio reglado. Pero faltaba lo mejor, la prolongación del día en la noche ya que media dexedrina te producía una concentración de diez o doce horas con altísima intensidad. Fumaba por aquel entonces y caía un paquete de Ducados durante la noche, junto a algunos cafés. ¡Qué placer pasar la noche embebido en El arco y la lira de Octavio Paz o leyendo a algún tratado de poesía que abordaba la poética de la modernidad a partir de Baudelaire, Rimbaud, Mallarmé. No tenía que ver en absoluto con el programa pero me daba igual. En el fondo todo el conocimiento está conectado. Cuando dividimos en compartimentos, cuando clasificamos, cuando ordenamos... hacemos una labor intelectual interesante pero es infinitamente mayor cuando establecemos relaciones, vínculos, conexiones, hilos que unen la trayectoria poética europea con los vedas indios o los aedos griegos. Me gustaban los pensadores que eran capaces de relacionar todo el conjunto de la experiencia poética de la historia de la humanidad. Octavio Paz era mi maestro de ceremonias, como lo fue en otro sentido Julio Cortázar. Me atraía la visión panteística, metafísica y mística que subyace a toda auténtica experiencia poética. Soñaba con viajar por Estados Unidos y probar algunas dosis de mescalina a la luz de la lectura de Las puertas de la percepción de Aldous Huxley y la de Carlos Castaneda y Las enseñanzas de don Juan. Probablemente era algo osado el pretender vivir el fenómeno poético desde dentro, desde la raíz de los grandes poetas. Y todo esto me lo planteaba preparándome un programa de oposiciones que debería haberme hecho sufrir y padecer lo indecible. Pues no fue así. Me lo pasé en grande. Tenía incluso tiempo de salir de copas y realizar fiestas nocturnas. Eso sí cada día incluía jornadas de catorce o quince horas de estudio, pero no lo vi como un padecimiento. No hay mayor placer que estudiar creativamente, realizando esquemas y resúmenes sin ninguna prisa. Lo esencial no era el objetivo sino el camino que me conducía a alguna parte en sitio donde alguien me esperaba, alguien o algo.

Estudiar es una de las experiencias más enriquecedoras, pero uno no lo sabe hasta que las preguntas empiezan a fluir y es entonces cuando algunas mentes privilegiadas entran en la nuestra y nos revelan sus reflexiones que alumbran esa secuencia de modelos literarios y culturales que es la historia de nuestra cultura. Sé que algunos consideran que la literatura y el arte son actividades equivalentes a cualquier ocio o actividad o materia. No discuto. Sólo faltaría. Pero en mi fuero interno me doy cuenta de que esa permanencia de mitos, de modelos, de moldes primigenios, son el eje sobre el que transita todo nuestro universo. Cuando enviemos una sonda espacial tal vez no debamos reflejar sólo la estructura del hidrógeno sino también los modelos culturales y poéticos que nos han conformado. Salvo que el mundo que vivimos actualmente es esencialmente antipoético y está caracterizado por la planitud que no plenitud. La literatura está en trance de desaparición, pero da igual. Tal vez alguna vez surgirá de nuevo algún salvaje en algún tiempo que sienta la necesidad de expresar la soledad y radical indiferencia del cosmos sólo exaltado por las imágenes artísticas que llenan de sentido lo que hemos decidido que no lo tiene. Ahora sólo adquiere espesor cultural la tarjeta de crédito, auténtico icono de nuestro tiempo, y, como templo, la arquitectura resuelta de los centros comerciales.

¿En qué estaría pensando yo mientras estudiaba concentrado durante horas y horas nocturnas y cayendo cigarrillo tras cigarrillo? No hacía otra cosa que establecer conexiones, las que siempre he ansiado que establezcan mis alumnos. Ese es el verdadero núcleo del conocimiento.

¿Por qué cuento esto? Sólo hay una respuesta y se llama libertad.


lunes, 12 de septiembre de 2011

Cuentos de terror

Me ha encantado esta viñeta. Creo que me servirá de inspiración para el crédito de Alternativa a la Religión que estoy preparando y que está basado en un ciclo de películas de terror como comentaba el otro día. Recibí vuestras sugerencias que estoy revisando en un visionado exhaustivo.

El terror sirve para prepararnos para la vida adulta 

Muy bueno, mi admirado El Roto.

Selección de entradas en el blog