Me pregunto si la magnífica novela que es El guardián entre el centeno es una novela iniciática que desarrolle el tema del tránsito a la madurez que es característico en el género. El protagonista, Holden Caulfield, nos narra tres días –sólo tres- en un arriesgado y radical ejercicio de primera persona narrativa contándonos todas sus emociones en estado puro, sus opiniones por más sesgadas que puedan parecer, sus aversiones y sus simpatías hacia ese conglomerado informe que son los demás que señalaba el Marqués de Bradomín.
Holden Caulfield es un adolescente que no quiere crecer. El mundo adulto le produce náuseas por su falsedad. En sus comentarios acerca de los personajes que va encontrando vemos sus odios –la mayoría- y sus momentos de ternura: cuando se encuentra a la madre de un compañero -al que detesta- en el tren. Le cuenta cosas maravillosas de su hijo que contradicen su opinión de que es un hijo de puta. Otro encuentro con unas monjas católicas le llevan a simpatizar con ellas y a darles diez dólares para sus necesidades benéficas. La relación con su hermana Phoebe está llena de delicadeza. La admira y se siente bien a su lado sólo conversando. Fuera está un mundo agresivo y pervertido que le amenaza en su pureza.
¿Quién no se ha sentido en su adolescencia perdido y desorientado? ¿Quién no ha sentido rabia y odio contra la mentira que es el mundo y las convenciones sociales? ¿Quién no se ha sentido en medio de un maremoto de emociones contradictorias que exigen sangre –en el terreno simbólico- y venganza –por resentimiento- contra el género humano? Todo aquel adolescente sensible e inteligente que entra en el mundo de Holden Caulfield se siente conmocionado misteriosamente por su modo de ver el mundo y por su modo de sentirlo. La personalidad de Holden les atrae a los adolescentes poderosamente porque no es un ser acabado, está haciéndose, y perciben su náusea existencial ante la podredumbre que son las cosas. Ya sé que hay otras formas de entender la realidad, pero la adolescencia es una mezcla de sentimientos encontrados y complejos en una terrible e irreversible metamorfosis.
Me hago estas reflexiones antes de comentar el efecto que ha tenido en mis alumnos la lectura “obligatoria” de El guardián entre el centeno. Subrayo lo de “obligatoria” porque conozco los peligros y las objeciones que pueden hacerse a este sistema. A veces se equivoca uno y, a veces, –raramente- se acierta. En este caso, con la lectura de la novela de Jerome David Salinger, puedo decir que la elección ha sido un acierto. Una novela publicada en 1951, con fama de maldita, sigue cautivando de igual modo que hace décadas a los adolescentes de estos tiempos. Probablemente la novela tiene trampa pero eso en la literatura no importa demasiado porque ésta en esencia es el arte de contar historias que seducen a alguien, y El guardián entre el centeno sigue seduciendo y causando auténticas conmociones. Algún alumno ha observado que ésta es la mejor novela que ha leído en su vida; algún otro se ha sentido rabiosamente identificado con el protagonista por el resentimiento y la lucidez del héroe. Recuerdo que en otro blog recibí un mensaje anónimo de un alumno mío en que se decía que comprendía las razones que llevaron a un joven a asesinar a treinta y tantas personas en la universidad de Virginia hace unas semanas.
Creo que es lo que la novela guarda en su interior: mucha rabia y mucho nihilismo impotente. Algunos profesores han considerado esta novela como potencialmente peligrosa por acentuar esas aristas turbias de la adolescencia. Otros se inclinan por considerar a esta novela como un exponente espléndido de la narrativa norteamericana marcada por el individualismo extremo (el yo frente al mundo) y ven en ella un relato impecable e implacable de un proceso de construcción personal sin salida aparente. El protagonista acaba en un psiquiátrico y desde allí nos cuenta estos tres días de su vida que van desde el sábado hasta el lunes. Tensión e incertidumbre concentradas en un personaje que es una bomba a punto de estallar -o al menos así lo vive él- caminando en el filo del abismo.
Para los que quieran entrar en el alma adolescente pueden leer sus opiniones en el blog de la clase Lengua en movimiento. No se queden en las primeras. Sigan leyendo.
Holden Caulfield es un adolescente que no quiere crecer. El mundo adulto le produce náuseas por su falsedad. En sus comentarios acerca de los personajes que va encontrando vemos sus odios –la mayoría- y sus momentos de ternura: cuando se encuentra a la madre de un compañero -al que detesta- en el tren. Le cuenta cosas maravillosas de su hijo que contradicen su opinión de que es un hijo de puta. Otro encuentro con unas monjas católicas le llevan a simpatizar con ellas y a darles diez dólares para sus necesidades benéficas. La relación con su hermana Phoebe está llena de delicadeza. La admira y se siente bien a su lado sólo conversando. Fuera está un mundo agresivo y pervertido que le amenaza en su pureza.
¿Quién no se ha sentido en su adolescencia perdido y desorientado? ¿Quién no ha sentido rabia y odio contra la mentira que es el mundo y las convenciones sociales? ¿Quién no se ha sentido en medio de un maremoto de emociones contradictorias que exigen sangre –en el terreno simbólico- y venganza –por resentimiento- contra el género humano? Todo aquel adolescente sensible e inteligente que entra en el mundo de Holden Caulfield se siente conmocionado misteriosamente por su modo de ver el mundo y por su modo de sentirlo. La personalidad de Holden les atrae a los adolescentes poderosamente porque no es un ser acabado, está haciéndose, y perciben su náusea existencial ante la podredumbre que son las cosas. Ya sé que hay otras formas de entender la realidad, pero la adolescencia es una mezcla de sentimientos encontrados y complejos en una terrible e irreversible metamorfosis.
Me hago estas reflexiones antes de comentar el efecto que ha tenido en mis alumnos la lectura “obligatoria” de El guardián entre el centeno. Subrayo lo de “obligatoria” porque conozco los peligros y las objeciones que pueden hacerse a este sistema. A veces se equivoca uno y, a veces, –raramente- se acierta. En este caso, con la lectura de la novela de Jerome David Salinger, puedo decir que la elección ha sido un acierto. Una novela publicada en 1951, con fama de maldita, sigue cautivando de igual modo que hace décadas a los adolescentes de estos tiempos. Probablemente la novela tiene trampa pero eso en la literatura no importa demasiado porque ésta en esencia es el arte de contar historias que seducen a alguien, y El guardián entre el centeno sigue seduciendo y causando auténticas conmociones. Algún alumno ha observado que ésta es la mejor novela que ha leído en su vida; algún otro se ha sentido rabiosamente identificado con el protagonista por el resentimiento y la lucidez del héroe. Recuerdo que en otro blog recibí un mensaje anónimo de un alumno mío en que se decía que comprendía las razones que llevaron a un joven a asesinar a treinta y tantas personas en la universidad de Virginia hace unas semanas.
Creo que es lo que la novela guarda en su interior: mucha rabia y mucho nihilismo impotente. Algunos profesores han considerado esta novela como potencialmente peligrosa por acentuar esas aristas turbias de la adolescencia. Otros se inclinan por considerar a esta novela como un exponente espléndido de la narrativa norteamericana marcada por el individualismo extremo (el yo frente al mundo) y ven en ella un relato impecable e implacable de un proceso de construcción personal sin salida aparente. El protagonista acaba en un psiquiátrico y desde allí nos cuenta estos tres días de su vida que van desde el sábado hasta el lunes. Tensión e incertidumbre concentradas en un personaje que es una bomba a punto de estallar -o al menos así lo vive él- caminando en el filo del abismo.
Para los que quieran entrar en el alma adolescente pueden leer sus opiniones en el blog de la clase Lengua en movimiento. No se queden en las primeras. Sigan leyendo.