No sé cuándo hablamos por primera vez. Probablemente fuiste tú quien se dirigió a mí porque yo nunca he sido tu profesor y no podía conocerte. Creo recordar que un día viniste a hablarme por el pasillo. Me gustó el tono de tu voz, extraordinariamente cálido y educado. Desde entonces nos hemos saludado siempre que nos hemos visto por los pasillos, a veces varias ocasiones en el mismo día. Estudias cuarto de ESO en un curso al que yo no le doy clase de Lengua pero ignoro cómo te va, si vas aprobando o te quedan un montón. Me quedo con la sensación agradable de sentirme tu amigo, una amistad que se ha trabado sin esfuerzo y como por azar.
Hay días que voy agobiado por los pasillos del instituto. Las cosas a veces no salen como te las esperas y vas un poco molesto por la actitud de tus alumnos o vete a saber por qué. Pero hay un momento en que todo se serena y es cuando nos encontramos y nos dedicamos unos momentos a saludarnos. Me aprietas suavemente el brazo y me dices:
Hay días que voy agobiado por los pasillos del instituto. Las cosas a veces no salen como te las esperas y vas un poco molesto por la actitud de tus alumnos o vete a saber por qué. Pero hay un momento en que todo se serena y es cuando nos encontramos y nos dedicamos unos momentos a saludarnos. Me aprietas suavemente el brazo y me dices:
- Hola, profe, ¿cómo estás?
- Muy bien, Ahmed, voy corriendo a clase. ¿Va todo bien?
- Sí, profe, ten un buen día.
- Lo mismo te digo, suerte.
Marcho satisfecho de estas cuatro palabras aparentemente intrascendentes pero cargadas de calor humano. Es necesario poco más. Nadie te obliga a saludarme ni nada me debes ni nada puedes obtener de mí. Nuestras simpatías son gratuitas. Me doy cuenta por contraste de tantos y tantos alumnos que pasan al lado de mí y no consideran relevante saludarme quizás por pudor o simplemente por falta de consideración, o algunos que lo han sido y que ya no me saludan pasados unos meses después de dejar de ser alumnos, y es como si te hubieran olvidado a pesar de que mantuvisteis una relación cercana y gratificante. En ocasiones percibes claramente el desvío de la mirada cuando está próxima a encontrarse. Siento tristeza, pero no rencor. Sé que los seres humanos son complejos, que cada uno tiene sus motivaciones, sus contradicciones y su derecho a olvidar. No hay reproches. Sólo reprochan los niños. El mundo es ansí, como decía Pío Baroja.
Una alumna que había marchado del centro a otra comunidad autónoma, un día que ha vuelto a hacer una visita, me espera a la salida de clase y cuando salgo me saluda y nos damos un par de besos. Para mi sorpresa me ha traído un regalo: unos chorizos gallegos caseros. No abres el paquete, lo harás en casa. Jessica ya no es alumna tuya, ahora vive a mil quilómetros de distancia y ha venido a verte y recordarte. Nos interesamos mutuamente por nuestra vida. Recuerdas el último examen suspendido que corregiste de ella. Ahora ya no tiene importancia. En el fondo no tiene demasiada importancia suspender o aprobar a un alumno para establecer lazos entrañables con él.
Entonces sientes la maravilla de ser profesor, en esos gestos generosos, sencillos y cordiales, que están absolutamente llenos de densidad humana. Sientes ese calor igualmente en el blog cuando sabes que alguna exalumna tuya lo está siguiendo aunque no deje comentarios. Sabes que está ahí y tú y ella compartís esos secretos que vas desgranando en tu blog.
Gracias Ahmed. Espero que la fiesta del Cordero fuera feliz para ti. Te pregunté por ella y tú me preguntaste por la Navidad. Yo te hablé de mis hijas, de mis sobrinos, de los días moderadamente felices de la Navidad. El universo está frío, y somos nosotros los que lo calentamos con nuestro calor. Un profesor imparte conocimientos pero también da calor, forma parte de nuestra profesión, y a veces hay alumos que se llaman Ahmed o Jessica que te devuelven esa temperatura con su educación y su cortesía exquisita.
- Muy bien, Ahmed, voy corriendo a clase. ¿Va todo bien?
- Sí, profe, ten un buen día.
- Lo mismo te digo, suerte.
Marcho satisfecho de estas cuatro palabras aparentemente intrascendentes pero cargadas de calor humano. Es necesario poco más. Nadie te obliga a saludarme ni nada me debes ni nada puedes obtener de mí. Nuestras simpatías son gratuitas. Me doy cuenta por contraste de tantos y tantos alumnos que pasan al lado de mí y no consideran relevante saludarme quizás por pudor o simplemente por falta de consideración, o algunos que lo han sido y que ya no me saludan pasados unos meses después de dejar de ser alumnos, y es como si te hubieran olvidado a pesar de que mantuvisteis una relación cercana y gratificante. En ocasiones percibes claramente el desvío de la mirada cuando está próxima a encontrarse. Siento tristeza, pero no rencor. Sé que los seres humanos son complejos, que cada uno tiene sus motivaciones, sus contradicciones y su derecho a olvidar. No hay reproches. Sólo reprochan los niños. El mundo es ansí, como decía Pío Baroja.
Una alumna que había marchado del centro a otra comunidad autónoma, un día que ha vuelto a hacer una visita, me espera a la salida de clase y cuando salgo me saluda y nos damos un par de besos. Para mi sorpresa me ha traído un regalo: unos chorizos gallegos caseros. No abres el paquete, lo harás en casa. Jessica ya no es alumna tuya, ahora vive a mil quilómetros de distancia y ha venido a verte y recordarte. Nos interesamos mutuamente por nuestra vida. Recuerdas el último examen suspendido que corregiste de ella. Ahora ya no tiene importancia. En el fondo no tiene demasiada importancia suspender o aprobar a un alumno para establecer lazos entrañables con él.
Entonces sientes la maravilla de ser profesor, en esos gestos generosos, sencillos y cordiales, que están absolutamente llenos de densidad humana. Sientes ese calor igualmente en el blog cuando sabes que alguna exalumna tuya lo está siguiendo aunque no deje comentarios. Sabes que está ahí y tú y ella compartís esos secretos que vas desgranando en tu blog.
Gracias Ahmed. Espero que la fiesta del Cordero fuera feliz para ti. Te pregunté por ella y tú me preguntaste por la Navidad. Yo te hablé de mis hijas, de mis sobrinos, de los días moderadamente felices de la Navidad. El universo está frío, y somos nosotros los que lo calentamos con nuestro calor. Un profesor imparte conocimientos pero también da calor, forma parte de nuestra profesión, y a veces hay alumos que se llaman Ahmed o Jessica que te devuelven esa temperatura con su educación y su cortesía exquisita.
Gracias Joselu. Hay días en que un post, como éste, es un abrazo caluroso.
ResponderEliminarHoy ha sido un día intenso emocionalmente para mí. Una de mis alumnas me ha dado la noticia de que estaba embarazada.
Sigo tragando saliva. Hoy no puedo escribir ningún post.
La calidez humana tan escasa y tan necesaria en este mundo de locos. Por eso quien es generoso recoge lo que siembra y tú tendrás una buena cosecha.
ResponderEliminarMe recuerdas a Gabriela Mistral, aunque esto se lea un poco fuera de época...
ResponderEliminar¡Señor! Tú que enseñaste, perdona que yo enseñe; que lleve el
nombre de maestra, que Tú llevaste por la Tierra.
Dame el amor único de mi escuela; que ni la quemadura de la
belleza sea capaz de robarle mi ternura de todos los instantes.
Maestro, hazme perdurable el fervor y pasajero el desencanto.
Arranca de mí este impuro deseo de justicia que aún me turba, la
mezquina insinuación de protesta que sube de mí cuando me hieren.
No me duela la incomprensión ni me entristezca el olvido de los
que enseñe.
Dame el ser más madre que las madres, para poder amar y defender
como ellas lo que no es carne de mis carnes. Dame que alcance
a hacer de una de mis niñas mi verso perfecto y a dejarte en ella
clavada mi más penetrante melodía, para cuando mis labios
no canten más.
Muéstrame posible tu Evangelio en mi tiempo, para que no renuncie
a la batalla de cada día y de cada hora por él.
Pon en mi escuela democrática el resplandor que se cernía sobre
tu corro de niños descalzos.
Hazme fuerte, aun en mi desvalimiento de mujer, y de mujer pobre;
hazme despreciadora de todo poder que no sea puro, de toda
presión que no sea la de tu voluntad ardiente sobre mi vida.
Son las hermosas vivencias que nos hacen seguir en el camino.
ResponderEliminarPero también muestran la diversidad de culturas y la integración.
Un abrazo amigo
La próxima vez dale los buenos días con un "sabaj eljer" o un "salamalaikum" o para decirle yo estoy bien ¿y tú?"Ana lesbes ¿wua anta?" o un gracias con "Sukram".
ResponderEliminarFáciles de recordar y con un efecto impresionante, como la lectura de tu post.
Los profesores somos para los alumnos el único contacto con la humanidad más allá de sus amistades (a veces, por delante de sus propias familias). Si les negamos gestos humanos, ¿qué les quedará?
ResponderEliminarYo creo que adoro esta profesión sólo por esos momentos. Muchas veces me desespero en clase con algunos de mis alumnos, pero nada de eso es comparable y todo merece la pena, sólo con el sentimiento que produce algo como lo que nos cuentas en este post.
ResponderEliminarUn saludo¡¡
(pd, y si, claro que es real todo lo que escribo en mi post. Gracias por tu visita)
Que hermosa relación, también me pasa con algunos alumnos. No me ocupo de ellos, los conozco por el patio, los veo jugar, correr; escucho sus quejas. Luego me saludan, se confian más que con sus tutores. Acuden sin miedo a contarte sus cosas. Me alegra leer tu vivencia, aportas mucho de tí mismo y eso es bueno, nos permite conocernos algo más.
ResponderEliminarYo creo que es ese calor humano el que hace que no acabemos tirando la toalla, aunque algunos días estemos a punto.
ResponderEliminarBello post; humano,simple y a la vez complejo, fluido...una delicia leerlo.
ResponderEliminarJoselu:
ResponderEliminarAcabo de conocer tu blog y me ha encantado esta entrada. He recordado ocasiones en que me pasó lo mismo que a ti: ese calor que pones y que es correspondido...
No hace mucho, en mi blog escribí unas cosas al especto. Quizá menos poéticamente que tú, pero aquí están:
http://doceoetdisco.blogspot.com/2006/10/antiguos-alumnos-nuevas-amistades.html
Gracias por el blog. Te leeré. Luis.
En mi caso, era por vergüenza.
ResponderEliminar