Sin embargo la mañana se cerró y la niebla nos cubrió por completo. No veíamos nada. Todo era una masa nebulosa a pocos metros de distancia. Hubimos de detenernos. No podíamos malgastar combustible. Fue una hora de espera tensa que dedicamos a pescar. Teníamos escasa agua y nada de comida que llevarnos a la boca. Yo no me considero un buen pescador pero en aquellas aguas, echar el sedal con el anzuelo al agua y sacar un salmón era lo más sencillo del mundo. Podíamos comer pescado, pero ¿cómo asarlo en la embarcación? ¡Además estábamos hartos de pescado!
La niebla continuaba y nosotros no podíamos seguir nuestro rumbo. Empezábamos a preocuparnos. Estábamos a unos centenares de metros de la costa y debíamos navegar en dirección suroeste y divisar Spruce Island. Allí debíamos cambiar el rumbo hacia el oeste para dirigirnos a Puerto de Kodiak. Para llega allí debíamos tener visibilidad y ver un farallón monumental que marcaría nuestra singladura. Peter encendió el motor fueraborda en varias ocasiones pero hubo de apagarlo. Teníamos sed y hambre. Apenas habíamos cenado la noche anterior y hoy no habíamos desayunado. Si la niebla no se disipaba, podíamos equivocar nuestro rumbo y perdernos en el océano sin agua y sin comida. ¡Quién sabe si alguien nos encontraría! Peter y Douglass entonaban canciones alaskeñas para tranquilizarnos… No querían que nos diéramos cuenta de que estábamos bastante perdidos.
De pronto, ¡eureka! vimos Monashka mountain despuntando entre la niebla. Sobresalía un poquito, lo suficiente para orientarnos y marcar nuestra rotación. Alegría en la lancha. En un par de horas estaríamos en casa. Eran las cuatro de la tarde. Hacía cinco horas que habíamos partido de Afognak. Nuestros estómagos pedían insistentemente comida, y además la sed apretaba. Pero ya teníamos la dirección correcta. Peter puso el motor en marcha y nos lanzamos hacia rumbo este y luego rotar hacia el suroeste para entrar en el Woody Island Channel y atracar en Kodiak harbour. Uf. Lo hicimos hacia las seis de la tarde. No quedaba ya ni una gota de gasoil. La aventura podía haber concluido mal, pero por suerte habíamos llegado. Los días de Afognak habían terminado. Propuse ir a comernos una pizza al Captain Keg. Era la hora de cenar.
Llegamos sudorosos, oliendo a tigre tras una semana sin ducharnos, con un hambre devoradora. ¿Qué hay amigos? –nos dijo el camarero guasón que nos solía atender. Pedimos un par de botellas de vino rosado de California y encargamos varias pizzas que se podían compartir. Eran pizzas americanas, gruesas y cargadas de mozarella. Creo que en mi vida no ha habido unas pizzas tan sabrosas y que me supieran tan bien. El vino entró suavemente y nos infundió una euforia divertida que nos llevó a recordar nuestros días de Afognak e imaginar los días que nos quedaban allí antes de seguir viaje. Maica había decidido quedarse en Kodiak para continuar estudios en Iowa. Yo continuaría solo el viaje para el que tenía un mes por delante. Había de cruzar Alaska y el Yukón, llegar a Prince Rupert, adentrarme en Canada y cruzarlo de punta a punta para llegar a Nueva York desde donde partiría para volver a España. Sin embargo, nos quedaban todavía algunos días de trabajo en la cannery donde si las cosas iban bien podías ganar unas veinticinco mil pesetas diarias de las de 1981. Eso suponiendo que trabajaras unas veinte horas. Era cuestión de aguantar y pensar que pronto acabaría ese ritmo diabólico.
Sin embargo, en los días que faltaban, todavía quedaban algunas sorpresas. Ron, que se había quedado en Kodiak, guardaba el diario de Montse y tenía la intención de entregárselo a Maica, su amiga. Yo estaba intrigado, ¿qué recogería su diario? ¿Qué había pasado en los últimos días de su vida? ¿Qué sentimientos la poseían? ¿Cómo vivía su historia de amor con Dick? Es impresionante poder leer las últimas páginas escritas antes de morir. Cuando morimos dejamos un hueco. Creo que no hay novela más intensa y profunda que Vuelo nocturno de Antoine de Saint-Exupery. El piloto Fabien se ve arrastrado y desorientado por una fuerte tormenta en los años en que no existían los radares y toma la opción, sin combustible ya, de elevarse por encima de la nubes. Allí el espectáculo es demasiado hermoso bajo las estrellas pero está condenado a caer en espiral en cuanto se acabe el combustible. Él lo sabe y en la base de Buenos Aires también lo saben. Está vivo, pero es como si estuviera ya en el otro lado. Sus minutos están contados. Su mesa de trabajo en la base ya es un hueco, su armario ropero con sus pertenencias ya es un hueco, el que dejaremos cuando nos hayamos ido. Montse dejó un hueco extraño. Yo no la conocí, pero de todo lo que he sabido he visto que era una mujer enérgica y singular –quizás fascinante-. Baste decir que fue enterrada en Alaska y que poco después de su muerte se reunieron en un cónclave sorprendente su marido legal, su novio de Barcelona, y su último amante americano –el que la mató- Dick. Los dos primeros volaron juntos a Alaska para recordarla. Se encontraron los tres hombres que la habían amado en el cementerio de Kodiak donde está enterrada cerca de lápidas con nombres rusos que rememoran el pasado de Alaska.
Amigo: He compartido con vos esta aventura palmo a palmo.
ResponderEliminarOjalá siga! Excelente, amigo.
Un abrazo
PD:
Te recomiendo la pàgina de alguien que te puede interesar.
http://misalumnosescriben.blogspot.com/
Aunque sigo este estupendo blog hace tiempo no había dejado comentarios. Hasta ahora. Tengo que dejar mi agradecimiento por la intensa emoción y autenticidad que desprenden estas historias de Alaska que nos estás regalando, contadas con una prosa exacta y bella, sin alardes innecesarios, muy eficaz para trasmitir apasionadamente lo vivido. Es una aventura extraordinaria con todos los ingredientes: el proceso de aprendizaje, el enfrentamiento y la unión con la naturaleza, la experiencia del dolor, el acceso al conocimiento, la intensidad de las sensaciones. Muchas gracias por compartirla con nosotros.
ResponderEliminarEl marido, el amante y el asesino, ¡menudo tute subastado! Ahí es nada una ttranscripción de lo que pudieran haber hablado acerca de ella. Rashomon se intuye cercano...
ResponderEliminarRodolfo, la crónica está llegando a su final necesario aunque no real. El viaje continúo un mes más y deparó nuevas situaciones llenas de sorpresa. Gracias por seguirme.
ResponderEliminarOlenska, qué maravilla contar con un lector o lectora desconocido/a en la sombra. Cuando uno escribe no puede imaginar a quién o quiénes terminarán llegando sus narraciones o reflexiones. Me alegro de que estés ahí, y que seas tan generoso/a conmigo. Tus palabras están llenas de calor y animan a continuar.
Amigo Juan Poz, usted es un viejo conocido en este blog, pero siempre que recibo un mensaje de usted, lo abro alborozado, esperando alguna apostilla sugerente o alguna crítica (siempre amable). La relación con Rashomon de Kurosawa es atinadísima. Esta era una antigua historia que con frecuencia rememoraba por lo mucho que me llegó a intrigar cuando la viví. El juego de las tres perspectivas que señala, más la de Montse con su diario y la de Douglass que estaba con la pareja cuando sucedió el ¿accidente? serían eficacísimas en un entramado narrativo. Aquí me he ceñido a lo real, a lo que supe con un cierto grado de certeza, sin dejar correr la fantasía o la imaginación, pero esta historia merecería un novelista a su altura. Brillante la conexión con Rashomon.